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Estudios de Asia y África

On-line version ISSN 2448-654XPrint version ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.51 n.2 Ciudad de México May./Aug. 2016

 

Artículos

Microhistoria de una familia machokosh:1 aproximaciones a la construcción del espacio y del “hogar” en Nairobi a través del relato “An Ex-mas Feast”2

Micro-history of a Machokosh Family: Reflections on the Construction of Space and “Home” in Nairobi through the Short Story “An Ex-mas Feast”

Jacqueline Rasgado Blas* 

*El Colegio de México, Centro de Estudios de Asia y África, Camino al Ajusco 20 Pedregal de Santa Teresa 10740, México, D.F., email: jrasgado @colmex.mx, jrasgado.blas @hotmail.com


Resumen

Este artículo explora la construcción del espacio y del “hogar” en el relato corto “An Ex-mas Feast”, el cual aparece en la colección de historias cortas Say You’re One of Them, del autor nigeriano Uwem Akpan, publicada en 2008, así como algunas representaciones de la ciudad de Nairobi, en el género novelístico keniano, que describen la vida en la ciudad entre las décadas de 1970 y 1990, y que son analizadas críticamente por Roger Kurtz en su libro Urban Obsessions, Urban Fears: The Postcolonial Kenyan Novel. En primer lugar, el artículo pretende mostrar los cambios y las continuidades que se han generado en la representación de la ciudad de Nairobi en el siglo XXI. “An Ex-mas Feast” es la historia de una familia que vive en la calle, en Nairobi. La voz narrativa en el relato es la de un sector que tiende a ser homogeneizado y deshistorizado en los relatos sobre la ciudad, los llamados chokora, niños que viven en las calles de muchas ciudades de Kenia, quienes son considerados, por un lado, como sujetos pasivos y marginados, víctimas de la estructura social, económica y política keniana y, por otro, como perpetradores de crímenes y como individuos improductivos. El relato puede ser leído como afirmación de las narrativas de la novela poscolonial keniana, escritas entre las décadas de 1970 y 1990, que han tendido a representar la ciudad de Nairobi como un lugar de desorden diario, desempleo, pobreza, violencia y delincuencia juvenil; en ellas, los escritores kenianos presentaron personajes alegóricos, tales como la figura de los jóvenes criminales, y personajes femeninos que lidiaron con la prostitución, para representar los problemas de la Kenia independiente y la desilusión poscolonial. En “An Ex-mas Feast” se explora también este tipo de temáticas. Sin embargo, mi argumento señala que a través de las voces de los niños, Akpan representa la ciudad de Nairobi como un lugar de negociación y posibilidad, lo cual difiere de los enfoques de desorden poscolonial y de Nairobi como un lugar de crisis y criminalidad presentes en esas novelas y, por ello, tiene consecuencias diferentes en la comprensión del espacio urbano de Nairobi. En segundo lugar se quiere mostrar que la formación del espacio, aun en ciudades con un alto índice de desigualdad social y polarización espacial, tal como lo es Nairobi, no obedece a las reglas establecidas por las estructuras económicas y políticas del Estado colonial y poscolonial, sino -como bien lo advierte De Certeau- a prácticas cotidianas “microbianas”, “singulares” y “plurales” de individuos que se reapropian del espacio y lo rehacen creativamente. En ese sentido, el análisis del relato corto mostrará cómo una familia que vive en la calle, en Nairobi, desde una posición aparentemente marginal, rehace el orden urbano y convierte el espacio de la calle, un espacio público considerado como un “no lugar”, en su “hogar”, con lo cual ejerce el papel de agente en la construcción del espacio urbano.

Palabras clave: Espacio urbano; Kenia; Nairobi; Uwem Akpan; literatura africana

Abstract

This article looks at the construction of space and “home” in the short story “An Ex-mas Feast” which appears in the collection of short stories Say You’re One of Them, written by the Nigerian author Uwem Akpan, published in2008. It looks at representations of Nairobi in the Kenyan novelistic genre which describe the life of the city between 1970 and 1990 as analyzed by Roger Kurtz in his book Urban Obsessions, Urban Fears: The Kenyan Post-colonial Novel in order to contextualize this short prose work. The article focuses on the changes and continuities that have been generated through representations of the city of Nairobi in the 21th century. “An Ex-mas Feast” presents the story of a street family in Nairobi. It provides an approach that is engaged with the voice of a sector which has generally been homogenized and de-historicized in the narratives of the city: the so-called chokora, street children who are living in many cities of Kenya who are considered on the one hand, as passive and marginalized subjects, victims of the Kenyan social, economic and political structure, and on the other hand, as perpetrators of crimes and generally non-productive subjects. The story can be read as an example of support of the narratives of the Kenyan postcolonial novel written between 1970 and 1990 which have tended to represent the city of Nairobi as a place of quotidian disorder, unemployment, poverty, violence and juvenile delinquency. In these narratives Kenyan writers have used allegorical characters such as male criminals and female characters that deal with prostitution to portray the problems of the independent Kenya and postcolonial disillusionment. In “An Ex-mas Feast” Akpan explores these topics too. However, I argue that Akpan’s use of the children’s voices engages in a presentation of Nairobi as a place of negotiation and possibility, which differs from the approaches of postcolonial disorder and Nairobi as a place of crisis and crime as shown in the novels written between 1970 and 1990 and consequently the narrative contains different implications for the understanding of the urban space of Nairobi. Secondly, the article explores the formation of the urban space, even in cities with high social inequality and spatial polarization such as Nairobi, as not merely a consequence of the economic and political structures of the colonial and postcolonial state, but as De Certeau points out: “a product of microbe-like, singular and plural everyday practices of people who creatively remake it”. Hence, the exploration of the short story will demonstrate a family living on the street in Nairobi, from a position, apparently marginal remaking the urban order, turning the street space, a public space considered a “no place”, into their “home”, exerting the role of agents in the construction and transformation of the urban space.

Este artículo explora la construcción del espacio y del “hogar” en el relato corto “An Ex-mas Feast”, el cual aparece en la colección de historias cortas Say You’re One of Them, del autor nigeriano Uwem Akpan, publicada en 2008, así como algunas representaciones de la ciudad de Nairobi en el género novelístico keniano que describen la vida en la ciudad entre las décadas de 1970 y 1990, analizadas críticamente por Roger Kurtz en su libro Urban Obsessions, Urban Fears: The Postcolonial Kenyan Novel. En primer lugar, el artículo pretende mostrar los cambios y las continuidades que se han generado en la representación de la ciudad de Nairobi en el siglo XXI. “An Ex-mas Feast” es la historia de una familia que vive en la calle, en Nairobi. La voz narrativa en el relato es la de un sector que tiende a ser homogeneizado y deshistorizado en los relatos sobre la ciudad, los llamados chokora, niños que viven en las calles de muchas ciudades de Kenia, quienes son considerados, por un lado, como sujetos pasivos y marginados, víctimas de la estructura social, económica y política keniana y, por otro, como perpetradores de crímenes e individuos improductivos. El relato puede ser leído como apoyo a las narrativas de la novela poscolonial keniana, escritas entre las décadas de 1970 y 1990, que han tendido a representar la ciudad de Nairobi como un lugar de desorden diario, desempleo, pobreza, violencia y delincuencia juvenil. Sin embargo, mi argumento consiste en plantear que a través de las voces de los niños, Akpan representa la ciudad de Nairobi como un lugar de negociación y posibilidad, lo cual difiere de los enfoques de desorden poscolonial, y de Nairobi como un lugar de crisis y criminalidad, presentes en estas novelas y, por ello, tiene consecuencias diferentes en la comprensión de su espacio urbano. En segundo lugar se quiere mostrar que la formación del espacio, aun en ciudades con un alto índice de desigualdad social y polarización espacial, tal como lo es Nairobi, no obedece a las reglas establecidas por las estructuras económicas y políticas del Estado colonial y poscolonial, sino -como bien lo advierte De Certeau- a prácticas cotidianas “microbianas”, “singulares” y “plurales” de individuos que se reapropian del espacio y lo rehacen creativamente.3 En ese sentido, el análisis del relato corto mostrará cómo una familia que vive en la calle, en Nairobi, desde una posición aparentemente marginal rehace el orden urbano, convierte la calle, un espacio público considerado como un “no lugar”, en su “hogar”, y ejerce de esa manera el papel de agente en la construcción del espacio urbano.

Aunque Akpan no es un escritor keniano, proporciona una representación matizada de la ciudad que permite cuestionar e interrogar lo que implica el espacio urbano de Nairobi, al representarlo como plural, heterogéneo y continuamente disputado. Originario del sur de Nigeria, después de estudiar filosofía e inglés en las universidades de Creighton y Gonzaga, Akpan estudió teología por tres años en Hekima College, la universidad católica del este de África que se encuentra en Nairobi; por eso, puede percibirse cierta influencia jesuita en sus obras y un amplio conocimiento del espacio urbano de Nairobi. En 2003 fue ordenado sacerdote y posteriormente, en 2006, realizó estudios de maestría en escritura creativa en la universidad de Michigan.

Según Joseph Ngala, director de People for Peace in Africa, en Nairobi, Say You’re One of Them, aunque muestra narrativas de violencia y pobreza -no sólo de Kenia sino también de otras partes del continente africano, tales como Benín, Etiopía, Nigeria y Ruanda-, presenta también una manera de escribir y contar las historias de estos países que no se centra en la de­ nuncia de la realidad sino en el desarrollo de personajes complejos. En ese sentido, Akpan logra proporcionar una mayor comprensión de las realidades que describe mediante la figura de los niños, quienes aparecen como los protagonistas de sus historias y a quienes presenta a través de múltiples experiencias y diversas posiciones de sujeto.4

Antes de dar paso al análisis del relato, comenzaré por hacer una revisión muy sucinta de la formación de Nairobi a partir del periodo colonial, para explicar su desarrollo y representación como un espacio urbano de gran complejidad; posteriormente, abordaré brevemente algunas de las representaciones de la ciudad de Nairobi en el género novelístico keniano que tienen una estrecha relación con la formación de la ciudad, y, finalmente, analizaré el relato corto “An Ex-mas Feast”. Esto permitirá apreciar de manera más clara los cambios y las continuidades que se han generado en la representación de la ciudad de Nairobi en los últimos años, así como la manera en que se ha construido su espacio urbano.

La construcción del espacio urbano en Nairobi

A pesar de que otros centros urbanos en Kenia -tales como Mombasa, Kisumu, Nakuru y Eldoret- han crecido considerablemente en los últimos años, Nairobi, la capital de Kenia, sigue ocupando un lugar especial en la representación de la sociedad keniana. Como símbolo y alegoría de la sociedad poscolonial fue fuente de miedo y peligro e imagen de amenaza y representa una condición de crisis y el espacio donde los problemas sociales se agudizaban. Según Odhiambo, la ciudad proporciona “un escenario natural para la mayoría de los escritores kenianos, porque es a donde los hombres jóvenes y las mujeres emigran en busca de oportunidades”.5 Por su parte, Kurtz la considera un espacio urbano de gran complejidad, que ocupa una posición preeminente en el imaginario social debido a su relación con el periodo colonial.6

Al igual que el resto de las ciudades africanas, Nairobi fue una construcción eminentemente colonial. Tal como advierten Ross y Telkamp, los colonizadores europeos no habrían podido llevar a cabo la extracción y explotación colonial sin las ciudades, ya que la economía colonial demandó requerimientos urbanos tales como la construcción de un puerto o del ferrocarril.7 Después de la construcción de la vía férrea de Kenia a Uganda, en junio de 1899, Nairobi se convirtió en punto cen­tral del comercio y en centro administrativo colonial, y desplazó a Machakos como la capital del protectorado británico del este de África.8

A diferencia de otras ciudades de la región, Nairobi fue habitada por población británica y ofreció a las autoridades coloniales la oportunidad perfecta para experimentar con la planeación urbana; su diseño fue el resultado de imperativos conflictivos: por un lado, realizar el modelo de la Garden City, un concepto que se volvió importante en la planeación urbana británica al final del siglo XIX, que consistió en dividir áreas residenciales y barrios, y, por otro, construir una ciudad esencialmente europea en un entorno africano, basada en el modelo sudafricano.9

Para lograr esto, la administración británica intentó planear la ciudad mediante el control del espacio residencial y la imposición de leyes de paso. Tanto Kurtz como Owuor y Mbatia notan que el gobierno colonial pretendió construir áreas racialmente distintas -entre europeos, indios y africanos- como base para la planeación de la ciudad.10 Este patrón residencial polarizado consistió en áreas europeas en el norte y oeste de la ciudad, secciones africanas densamente pobladas en el este, que consistieron en viviendas municipales de bajo costo conocidas como ubicaciones nativas o viviendas oficiales, y áreas indias en el sur y parte del este de la ciudad, así como el centro comercial (el bazar indio) que fueron designadas como zonas residenciales.11

Según Burton, en muchas ciudades de África, los africanos estuvieron sujetos a leyes de paso y estatutos para controlar sus movimientos y su comportamiento. Similar a lo ocurrido en ciudades como Dar es Salaam12 y en Sudáfrica, en las que el gobierno británico intentó regular el espacio urbano y no permitió, en un principio, que los trabajadores africanos se establecieran legalmente en ellas, en Nairobi el gobierno británico intentó mantener a los africanos bajo el estatus de residentes temporales y les prohibió llevar a sus familias a la ciudad; no obstante, con el incremento en el número de trabajadores africanos se les permitió asentarse en la periferia, fuera del centro de la ciudad.13

En 1939, las autoridades coloniales crearon el primer proyecto de viviendas para africanos en Ziwani, Kaloleni y Pumwani, y comenzaron a permitir que los trabajadores vivieran con sus familias. Al final de la Segunda Guerra Mundial se hicieron más cambios en las políticas de vivienda y la política de contención del gobierno fue reemplazada por una política paternalista.14 Estas políticas más flexibles de asentamiento en la ciudad provocaron mayor flujo migratorio, tanto de hombres como de mujeres. Esto se acentuó aún más tras la independencia, provocó la extensión de asentamientos no autorizados, los denominados slums, en lugares tales como Kibera, Pumwani y Mathare Valley, y creó a su vez serios problemas para proporcionar servicios sociales, infraestructura, vivienda, servicios de drenaje, agua y oportunidades de empleo.15

En el caso de los trabajadores rurales cabe señalar que estas políticas cambiaron la manera en que concebían la ciudad de Nairobi. Aunque, tal como mencioné previamente, las autoridades coloniales pensaron, en un principio, que los trabaja­ dores serían temporales, o bien migrantes ocasionales, que retornarían a las áreas rurales, y ellos mismos consideraban que Nairobi no era su “hogar” sino un lugar temporal de trabajo en el que sólo tenían casas pero no “hogares”, la práctica diaria confirmó lo contrario: se volvieron residentes permanentes de la ciudad y se apropiaron de espacios que el Estado colonial quería controlar.16

En cuanto a las mujeres migrantes, quienes se desempeñaron principalmente en el sector de los servicios como trabajadoras domésticas, prostitutas17 y, posteriormente, arrendatarias, también trasgredieron la política británica -cuyo objetivo era permitir sólo la entrada de migrantes masculinos a la ciudad- y se convirtieron en las primeras residentes permanentes de la ciudad; vivieron, principalmente, en el slum de Pumwani.18 Según Luise White, a diferencia de la mayoría de los trabajadores rurales que residían temporalmente en la ciudad, pero regresaban a sus casas a invertir el dinero ganado, muchas mujeres encontraron en la ciudad un espacio de oportunidad para controlar y dirigir sus recursos y optaron por la residencia permanente.19

Esto es relevante para entender la manera en que el espacio se construye por medio de prácticas más que a través de cuestiones normativas, pues muestra que a pesar de que el Estado colonial pretendió establecer una rígida división espacial y cultural entre europeos, indios y africanos, así como una división entre mujeres y hombres migrantes, en la práctica la división fue parte de la ficción colonial, ya que no puede ignorarse que se daban encuentros e intercambios de bienes y servicios entre estos grupos. Aunque no puede negarse que las interacciones involucraron relaciones de coerción, desigualdad y conflicto, parece implausible pensar que los trabajadores kenianos rurales hayan ocupado espacios discretos en el orden colonial y no hayan colaborado en la construcción del espacio simplemente porque no se les permitía establecerse legalmente en la ciudad. Owuor y Mbatia destacan que, en 1962, la población africana constituyó 59% del total de la población de Nairobi, frente a 33% de asiáticos y sólo 8% de europeos.20

En 1963, año de la independencia de Kenia, Nairobi era una ciudad difícilmente controlada y socialmente dividida.21 La desigualdad social y económica se agudizó aún más en todo el país en el periodo poscolonial, y la ciudad fue el espacio donde esas diferencias se hicieron más evidentes. El primer presidente de Kenia, Jomo Kenyatta, reconfiguró el espacio urbano según sus intereses económicos y políticos. A raíz de esto, la “nueva élite africana”, cercana a él, ocupó las áreas europeas. Los indios también dejaron los barrios en los que vivían por el suburbio de los europeos y se convirtieron en los propietarios de numerosos terrenos urbanos. Por su parte, el resto de los africanos ocuparon las áreas de Ngara, Pangani y Eastleigh, que fueron originalmente indias. Aunque ya no hubo restricciones de paso para ellos, la gran mayoría continuó viviendo en los slums.22

Diferente a la representación de un jardín uniforme, imaginado por el gobierno colonial británico, Nairobi se convirtió en una ciudad con un fuerte contraste que perdura hasta la actualidad. De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Hábitat), mientras un sector reducido de la población -ubicado en áreas estratégicas de la ciudad, principalmente al oeste- goza de servicios urbanos, viviendas residenciales e infraestructura comercial, 60% de la población sigue viviendo en asentamientos informales y sufre serios problemas para recibir servicios básicos, tales como agua potable y electricidad.23

Aunque la desigualdad social, las deficiencias en las políticas urbanas y las presiones socioeconómicas son problemas muy extendidos en Nairobi y es considerada una ciudad fragmentada24 y polarizada, en la que coexisten áreas residenciales y grandes slums,25 quisiera señalar que las relaciones sociales en la ciudad se han construido en términos más de interacción que de separación,26 tal como se podrá observar en la siguiente sección del artículo, en la que se hace una revisión muy sucinta de algunas novelas del periodo poscolonial y se analiza el relato corto de Akpan.

Miradas para Nairobi poscolonial

Kurtz señala que la novela no es un género más en la literatura keniana, sino que guarda una estrecha relación con la formación de la ciudad, en la cual los escritores kenianos proporcionan un análisis profundo de las dinámicas urbanas sociales, y explican y presentan la ciudad a través de múltiples experiencias.27

En Voices in the Dark (1970), considerada la primera novela desarrollada totalmente en la ciudad de Nairobi, escrita por Leonard Kibera, la ciudad es representada como una metáfora de la oscuridad, la depresión, la desilusión y la muerte, en la cual el autor usa la geografía urbana para señalar los intereses que competían en la ciudad poscolonial.28 Para autores como Ngugi wa Thiong’o, que abordan, por lo general, temas sobre las relaciones de poder, las tensiones y las fracturas internas que sucedieron a la colonización y que han llevado a la continuidad de las estructuras coloniales en la Kenia “independiente”, Nairobi fue el espacio de la corrupción y la degradación de la cultura “tradicional” del país, que permitía la superación de unos pocos, tal como puede observarse en la novela Petals of Blood (1977), donde los personajes principales deciden huir de la ciudad y de las prácticas corruptas de la Kenia independiente, presentadas como una metáfora de la degradación de la sociedad keniana; no obstante, estas prácticas permean también la vida de Ilmorong, el pueblo donde deciden asentarse.

Ivaska subraya que después de las independencias africanas de las décadas de 1960 y 1970, muchas ciudades alrededor del continente experimentaron pugnas culturales en torno de la identidad de los africanos urbanos. Estas luchas estuvieron relacionadas con los estilos de música, la moda, el cine, las formas de sociabilidad particulares de las ciudades, así como con la apropiación de productos, íconos y estilos de la cultura euroamericana.29 Por ello, en la década de 1970, época de un gran crecimiento poblacional urbano y de mayor exacerbación de los problemas sociales, Nairobi se convirtió en el centro de las novelas y se introdujeron nuevos elementos a las narrativas, tales como automóviles, edificios y ropa occidental.30

Además, se inauguró un nuevo género novelístico denominado “novela popular”, que dominó la escena literaria de Kenia a partir de 1970. De este género se desprenden novelas como Son of Woman (1971), de Charles Mangua, en la que se describen la pobreza y la degradación de la vida en los slums de Nairobi y se señala la corrupción como la norma para sobrevivir en la ciudad,31 y Kill Me Quick (1973), de Meja Mwangi, que narra la historia de dos jóvenes, Meja y Maina, quienes llegan a la ciudad con la esperanza de mejorar sus vidas, confiados en que sus diplomas de secundaria les permitirían obtener un buen trabajo y lograr el éxito que tanto habían soñado;32 sin embargo, el desempleo y, sobre todo, la desigualdad de oportunidades para conseguir trabajo los lleva a entrar al mundo del crimen. Igualmente, en My Life in Crime (1984), de John Kiriamiti, considerada un best seller a principios de 1980 y un ejemplo inaugural del subgénero criminal, el autor presenta la figura del criminal como el único que conoce el espacio donde se mueve y que limita el tránsito de otros sujetos.33 La idea de Kiriamiti, que sigue a Musangi, es que el criminal tiene un cierto nivel de conocimiento sobre la ciudad que es inaccesible para el habitante ordinario, y por ello tiene la habilidad para marcar ciertos espacios de ella.34 Ahora bien, también describe la figura del criminal como un sujeto que puede entrar en el esquema de un orden y ser reformado.35

Lo que me parece importante advertir en estos ejemplos es el carácter paradójico de la ciudad. Por un lado, los escritores de las décadas de 1970 a 1990 representaron la ciudad de Nairobi como un espacio que ofrecía oportunidades para el progreso social y la mejora económica, donde, como subraya Odhiambo, el éxito o fracaso dependía de las habilidades del sujeto para “leerla” apropiadamente y aprovechar las oportunidades disponibles.36 Y, por otro, como un espacio de la incertidumbre, de los desarraigos, del anonimato, representada a través de múltiples metáforas, tales como la ciudad-parásito dominada por las estructuras que tomaron el poder después de la independencia y que obstaculizaron el desarrollo del país, o un espacio carnavalesco en el que las normas sociales aceptadas eran temporalmente invertidas o suspendidas.37 Cabe señalar que, particularmente, los personajes de hombres jóvenes y de mujeres fueron considerados símbolos de la degradación de la ciudad, y en ellos recayeron, en mayor medida, los problemas sociales de la ciudad y, aún más, los fallos del Estado poscolonial keniano.38 Por ello, las historias de crímenes, generalmente narradas desde una perspectiva masculina, y las historias de la mujer como prostituta fueron los temas que dominaron la novela popular en esas décadas.39

Luego de tener esto en cuenta es necesario mencionar, a manera de comparación crítica, que estas temáticas no fueron exclusivas de Kenia. Podemos encontrar temáticas similares en escritores como Athol Fugard, de Sudáfrica; Elieshi Lema, de Tanzania; Ayi Kwei Armah, de Ghana; Nawal el Saadawi, de Egipto, entre otros, quienes han mostrado, mediante el género novelístico, sus ansiedades y preocupaciones en torno de la ciudad poscolonial relacionadas con las presiones socioeconómicas de la vida urbana: el desempleo, la pobreza, la corrupción y el llamado desorden poscolonial. En la novela de Fugard, Tsotsi (1980), se trata el papel de los tsotsi, bandas urbanas de barrios bajos que fueron relacionados con problemas de crimen y delincuencia en el espacio urbano de Johannesburgo. También Armah, en The Beautiful Ones are not yet Born (1969), señala los efectos de la corrupción en la degradación de la sociedad ghanesa poscolonial. En esta obra, el autor representa la ciudad de Accra como un espacio en el que los problemas sociales se agudizan y su contaminación como una alegoría de la corrupción del país. Respecto de la participación de las mujeres en la ciudad, en la novela Woman at Point Zero (1975), de Nawal el Saadawi, se ofrece una lectura feminista de la prostitución. Para Firdaus, el personaje principal de la obra, la prostitución fue un medio para incorporarse a la economía capitalista y ser independiente. Por su parte, la ciudad de El Cairo es representada como un sitio para lograr la emancipación del yugo familiar patriarcal, pero, al mismo tiempo, no como un lugar libre de relaciones de poder. Más recientemente, en In the Belly of Dar es Salaam (2013), Elieshi Lema explora los problemas sociales de la ciudad de Dar es Salaam, pero desde la perspectiva de los niños que viven en la calle y su lucha por sobrevivir en un entorno urbano en el que el Estado tanzano no logra brindarles seguridad y desarrollo. Podemos observar así que las narrativas y las preocupaciones sobre la ciudad no son nuevas ni exclusivas de Nairobi, sino producto del contexto urbano, problemático y paradójico de muchas ciudades africanas.

En cuanto a Nairobi, según Odhiambo, la prevalencia del crimen y la violencia en esta ficción tiene paralelo con una historia de crimen y violencia que es generalmente atribuida a los jóvenes en la Kenia poscolonial.40 En estas narrativas, los jóvenes fueron representados como los principales perpetradores de crímenes y violencia debido a su marginalidad para acceder a los recursos del Estado y las oportunidades de mejora social y económica que la ciudad ofrecía. De acuerdo con Burgess y Burton, en las décadas de 1980 y 1990 muchos jóvenes alrededor de África no veían al Estado como la institución que podía brindarles seguridad, empleos o educación,41 y fue en las ciudades donde buscaron redefinir sus derechos y obligaciones como sujetos y ciudadanos.42

En relación con la figura de las mujeres, Florence Stratton observa que no sólo en las novelas populares desempeñaron un papel secundario, sino que también, en general, los personajes femeninos complejos fueron escasos en la primera generación de escritores kenianos, y que fue The Promised Land (1966), de Grace Ogot, la primera novela keniana escrita por una mujer y la primera en la que se presenta un personaje femenino complejo; aún más, señala que los novelistas emplearon la figura de la mujer no como una manera de explorar los problemas de la mujer en la sociedad poscolonial, sino como una gran metáfora para la degradación moral de la sociedad. Según la autora, los personajes femeninos fueron arquetipos, más que individuos representados en su propio derecho.43 Al respecto, también para Ogude, autores como Wa Thiong’o representaron a los personajes femeninos como una metáfora de la degradación moral de la sociedad y del Estado poscolonial keniano, expuestas, en algunos casos, a los abusos de las clases altas y, en otros, a los aspectos negativos de la vida urbana moderna;44 no obstante, las narrativas que se desarrollaron posteriormente mostraron que a pesar de la representación de la ciudad como un lugar de soledad, corrupción, desorden y desesperanza, ésta ofreció a las mujeres un espacio de oportunidad para subvertir las reglas del orden patriarcal rural.

En “An Ex-mas Feast” se narran también este tipo de temáticas: las historias de jóvenes criminales y de la mujer como prostituta; sin embargo, a diferencia de algunos representantes de la novela popular keniana, Akpan no desarrolla estos personajes como arquetipos, sino que a través de la figura de los niños muestra la complejidad de sus posiciones de sujeto; utiliza además las voces de los niños como una metáfora de la “posibilidad”, tanto de la ciudad como de las vidas de los sujetos que habitan en ella.

En el relato, el autor describe la historia de una familia de la calle, en Nairobi, considerada como nuclear porque está compuesta por los padres, Mama y Baba, de quienes omite el nombre para destacar las voces de los niños en la historia. Debido a que el padre es un carterista que no puede moverse libremente por la ciudad a causa de una deuda que mantiene con una familia vecina, y la madre es una mujer que sólo se encarga de recolectar las limosnas que sus hijos reciben en la calle y acudir a mítines de la Unión Nacional Africana de Kenia45 para recibir cierto apoyo económico, la supervivencia de la familia en la ciudad depende de Maisha, una niña de doce años que trabaja como prostituta, y de sus hermanos, que piden dinero en las calles.

Jigana, de ocho años, es el narrador de la historia y se le considera la esperanza de la familia por ser el primer hijo varón. A diferencia de sus hermanas, Maisha y Naema, él aspira a volver a la escuela, ya que ambas trabajan para pagarle sus cuotas escolares. Tal como se observa en el siguiente fragmento:

Cuando mi hermana mayor, Maisha, cumplió doce años, ninguno de nosotros supo cómo relacionarse con ella. Ella nunca perdonó a nuestros padres por no ser lo suficientemente ricos para enviarla a la escuela. Se comportaba como un gato que se estaba volviendo salvaje: venía a casa cada vez con menor frecuencia; sólo venía para cambiarse de ropa y darme algo de dinero para nuestros padres. Algunas veces Mama se salía de sí para provocarla. ¡Malaya!46 Ni siquiera tienes pechos todavía.47

Naema, de diez años, es la más cercana a Maisha y comenzó también a trabajar como prostituta para ayudar a Jigana.

Maisha compartía sus pensamientos con Naema, nuestra hermana de diez años, más de lo que hizo con el resto de nosotros; principalmente hablaban sobre los pros y contras de ser una chica de la calle. Ella le decía a Naema que huyera de cualquier hombre que la golpeara, sin importar cuánto dinero le ofreciera. Y que la trataría como a Mama si creciera sólo para tener hijos. También le decía que sería mejor morir que salir con un hombre que no usara condón. No obstante, cuando estaba en el trabajo, ella ignoraba a Naema, quizás porque le recordaba su hogar, o porque no quería que viera que su gran hermana no era tan cool y chic como se lo había hecho creer.48

Sus otros hermanos son los gemelos Otieno y Atieno, y el bebé, al que utilizaban como cebo para juntar dinero para los gastos familiares: “Aunque la gente era más generosa en Ex-mas, el cebo realmente era el bebé: nos turnábamos para empujarlo hacia las caras de los transeúntes”.49 La representación que Akpan hace de esta familia es relevante porque no describe a sus integrantes como sujetos pasivos y vulnerables que están a merced de la ciudad, sino con un papel activo y con cierta astucia y creatividad para sobrevivir en ella.50 No sólo conocen bien la ciudad, sino que además se apropian de ciertos mecanismos para sacar provecho de otros sectores sociales. Al respecto, en su estudio sobre los niños de la calle en Kenia, Davies explica que éstos utilizan diversas estrategias para manipular las percepciones que los demás tienen sobre ellos, con el objetivo de lograr cierta seguridad y control sobre sus propias vidas.51

Por otra parte, la elección del narrador en primera persona permite mostrar no sólo la complejidad del personaje de Jigana, sino también la comprensión que él tiene -a pesar de su corta edad- de la situación de su familia viviendo en la calle y del trabajo que deben realizar sus hermanas, en especial Maisha, para mantenerlos, lo cual forma la base de la acción del relato corto, tal como se observa en el siguiente fragmento: “Un niño de ocho años no podía interponerse en su camino cuando estuviera esperando por un cliente. Nosotros sabíamos cómo pretender que no nos conocíamos: sólo un niño de la calle y una prostituta hablando [Maisha]”.52 A través de Jigana, el autor muestra las condiciones que conforman el mundo de esta familia: las circunstancias de habitar la calle, las presiones socio-económicas de la vida urbana, la pobreza, la inseguridad, el valor que tiene el kabire53 para una familia de la calle, las estrategias con las que afrontan sus conflictos diarios, así como la forma en que manipulan las representaciones que la sociedad asume sobre la población que vive en la calle.

Habitar la calle en Nairobi

Lo fantástico se encierra ahí, en lo cotidiano.54

La calle, lugar tanto de encuentro cuanto de tensión y conflictos, es representada como el espacio público por antonomasia de los grandes centros urbanos. Autores como Foucault la han clasificado -junto con los trenes, los aeropuertos y el metro- como regiones de paso, de transición.55 Al extender el argumento, Augé la define como un “no lugar”, un lugar de tránsito que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como espacio relacional o histórico.56 No obstante, el relato de Akpan demuestra lo contrario: presenta la calle como un espacio habitable y como centro de heterogeneidades, que se forma, principalmente, a través de las prácticas cotidianas. Cabe subrayar que el significado del espacio depende del sujeto; para el transeúnte que pasa cotidianamente por ahí es un lugar de paso, de transición o de espera; para una familia de la calle representa su “hogar”:

Estaba sentado en el piso de nuestra choza, situada en una losa de cemento, al final del callejón, que se sostenía sobre la parte trasera de una tienda de ladrillo viejo. Algunas veces, los vientos inflaban las paredes de polietileno café. El piso estaba cubierto con cojines que había rescatado de un basurero en Biashara Street. En la noche, rodábamos hasta el borde de la lona para dejar entrar el brillo de las luces de seguridad de la tienda. En la pared de la tienda colocábamos un tablero que servía como nuestra puerta. […] En ese entonces, nuestra familia machokosh era afortunada. A diferencia de la mayoría de las familias de la calle, nuestra familia permanecía unida, al menos hasta Ex-mas.57

El fragmento anterior, narrado en primera persona por Jigana, describe las condiciones de habitar la calle, así como la singularidad de su historia, ya que a diferencia de las otras familias de la calle, la suya se mantenía unida. Si se extiende el análisis, el fragmento muestra la transformación de esta calle de un lugar del anonimato a un espacio íntimo, particularizado. Aunque forma parte del espacio público en general, no resulta anónima para todo el mundo, puesto que, al ser habitada, se va constituyendo poco a poco en un espacio privado que se particulariza debido a su uso cotidiano. Como bien señala Margulis: “todo habitante construye marcas simbólicas que definen su espacio personal, que sustraen una parte de la ciudad del anonimato, que la vuelven propia y familiar”.58 Conforme el argumento anterior, la construcción del espacio de la calle como “hogar” puede apreciarse con mayor detalle en el siguiente fragmento:

Mama tomó nuestra Biblia familiar, que heredamos de mi Baba’s father,59 para iniciar la oración de Ex-mas. La cubierta de enfrente se desprendió y descubrió una página sucia, llena de los nombres de nuestros parientes, muertos y vivos. Ella los leyó. Mi abuelo paterno insistió en que todos los nombres de nuestra familia fueran incluidos, en reconocimiento de la inestabilidad de la vida en la calle. Inició con su padre, quien fue asesinado por ladrones de ganado antes de que ella llegara a Nairobi y comenzara a vivir con Baba. Rezó también por la madre de Baba, quien llegó a Nairobi cuando su pueblo fue arrasado porque algunos políticos querían volver a trazar las fronteras “tribales”. Un día, ella desapareció para siempre en la ciudad con su bastón. Mama invocó los nombres de nuestros primos, Jackie y Solo, quienes se establecieron en otro pueblo y nos escribían a través de la iglesia, para pedirles a nuestros padres que les enviaran dinero para las cuotas escolares. Tenía ganas de hablarles de los parques iluminados y los hermosos coches de Nairobi tan pronto como mis maestros me enseñaran cómo escribir cartas. Pidió también por su hermano, el tío Peter, quien me enseñó a bañarme en las fuentes de la ciudad sin ser castigado por los policías. Un policía le disparó en un caso de identidad equivocada y la morgue envió su cuerpo a una escuela de medicina debido a que no pudimos pagar la cuenta.60

Este fragmento hace explícita la complejidad de las vidas de los sujetos que habitan la calle. En primer lugar, la genealogía familiar que despliega la mamá de Jigana, mediante el uso de prácticas cristianas, es una manera, muy significativa, de preservar la memoria tanto de sus familiares como del lugar que habitan, y de transformar un espacio urbano aparentemente anónimo, “sin historia”, en el que al parecer no puede manifestarse la idea de “compromiso” social, en un lugar de relaciones sociales complejas, no sólo entre los miembros de esta familia, sino también entre ellos y sus parientes cercanos, tales como el tío Peter y los primos Jackie y Solo. Como bien señala White: “las relaciones de parentesco permean un vasto número de relaciones que tendemos a ver como anónimas, furtivas y sórdidas”.61 Lonsdale considera que para entender las vidas de los habitantes de las ciudades hay que poner atención en sus relaciones con el mundo rural. Esto significa no sólo indagar sobre cómo se relacionaron con sus parientes rurales y vecinos, sino además analizar las etapas de sus vidas y las razones por las que decidieron migrar a la ciudad.62 El relato se ocupa de revelar estas relaciones, y muestra también las razones que llevaron a los parientes cercanos de esta familia a migrar a la ciudad y a verla como un espacio de oportunidad o una ruta de escape, dependiendo de su situación en el entorno rural.

Ahora bien, Akpan no deja de lado las presiones socioe-conómicas del entorno urbano, originadas desde el colonialismo pero que se exacerbaron durante el periodo poscolonial, como la persistencia de ciertos patrones de pobreza,63 el control del espacio y el acceso limitado a recursos básicos entre los llamados “pobres urbanos”. La lucha por la tierra, como se señaló, es uno de los principales problemas de los habitantes de Nairobi debido al “acaparamiento de tierras” por miembros del gobierno y a la manera arbitraria en que pueden modificarse los estatutos sobre el manejo de tierras en la ciudad.64 Como señala Médard, Nairobi tiene una fuerte tradición de control territorial en la que los pobres son los primeros en sufrir. El hecho de que esta familia no tenga la capacidad de pagar una vivienda en el slum de Kibera, espacio considerado como informal por las autoridades, muestra la condición económica precaria en que desarrollan su vida diaria; no obstante, el hecho de que habiten la calle evidencia también, como indica Médard, la manera en que las llamadas prácticas urbanas de los pobres (viviendas ilegales y acuerdos informales) subvierten la planeación urbana.65

En cuanto a las condiciones de habitar la calle, Akpan nos previene respecto de negar su inestabilidad. La desaparición de la abuela de Jigana en la ciudad y el asesinato de su tío Peter a causa de un policía dan cuenta de la manera en que la calle se construye como un espacio donde las autoridades públicas son capaces de justificar el uso de la violencia con el argumento de que están tratando de controlar a la población urbana. En otras partes del relato, Jigana menciona su miedo a los policías y a la capacidad que tienen para destruir su choza y arrestar a sus padres por vivir en la calle. Los miembros de esta familia no sólo son vulnerables a la acción policial, sino que además son personas, tal como menciona Agamben, cuyos derechos como ciudadanos no son reconocidos; pueden ser torturados e incluso asesinados sin que sus muertes sean consideradas como un asesinato y sin que se castigue a los responsables, tal como se muestra en el relato.66

Tal como el anterior, este fragmento, en el que Jigana describe a su mamá cuando reza en el día de Ex-mas por quienes los han ayudado, ejemplifica las relaciones complejas que se dan en la ciudad entre diversos actores:

Tras tomar la Biblia, empezó a leer un salmo en swahili para agradecer a Dios por el regalo del bebé y los gemelos después de dos abortos. Agradeció a Dios por bendecir a Maisha con clientes blancos en Ex-mas. Pidió por Fuunny Eyes, el nombre que le dio a la joven voluntaria japonesa que siempre nos daba dinero. Llevaba sandalias masái y collares que mantenían su cuello como un lazo, y nunca respondió a nuestros saludos o nos miró a la cara. Rezó también por nuestro arrendatario anterior en los slums de Kibera, quien nos desalojó pero no incautó nada cuando no pudimos pagar la renta. Luego, le pidió a Dios bendecir a Simba con muchos cachorros. “¡Cristo, dale inteligencia a Jigana en la escuela!”.67

Estos fragmentos del relato -que destacan los encuentros entre los miembros de esta familia, los policías, los voluntarios de las organizaciones no gubernamentales, las otras familias de la calle y los transeúntes que los ayudan- permiten advertir la construcción de un espacio extraoficial de comunicación entre estos grupos, y revelan cómo dos esferas aparentemente opuestas y estrictamente divididas: el sector formal y el informal, coexisten, se relacionan y negocian sus fronteras en la ciudad.

Por medio del relato es posible señalar también que los niños de la calle, las pandillas y las prostitutas escapan de la acción policial, ya sea por conveniencia de las autoridades o por el desarrollo de un espacio de negociación extraoficial formado mediante prácticas cotidianas, lo cual muestra la dificultad de establecer categorías binarias, tales como ilegalidad y legalidad, espacio formal e informal, ya que son conceptos cuya dicotomía es arbitraria y que en sus prácticas diarias los sujetos cruzan constantemente.68 Por otra parte, aunque estas relaciones no se dan en general en términos de igualdad ni pacíficamente, es necesario advertir que los grupos sociales no ocupan espacios discretos en el orden urbano. Como acertadamente subraya Mary Louise Pratt: “los sujetos no son constituidos en términos de separación, sino en términos de copresencia, interacción, interrelación, entendimientos y prácticas”,69 ya que las fronteras sociales que usualmente demarcan estos espacios son fluidas y porosas.

Así, aunque no puede negarse que en Nairobi hay un entorno urbano con gran polarización social y espacial, tampoco puede dejarse de lado que la ciudad es también un punto de encuentro entre diversos grupos sociales y culturales; además, a pesar de que un gran número de residentes se encuentra fuera de la economía formal -es decir, que han dejado de lado en cierto sentido los canales administrativos convencionales para acceder a los servicios sociales-, esto no implica una situación de caos o desorden poscolonial, ya que hay negociaciones entre estos grupos y las instituciones “formales” que plantean la existencia de ciertos principios que dan orden a la ciudad. En el caso de esta familia, aunque aparentemente viven en lo que puede denominarse el espacio de la informalidad, apropiándose del espacio de la calle, y subsistiendo de los pequeños robos de bolsillo de su padre, de la prostitución de Maisha y Naema, y de las limosnas para el bebé, no pueden definirse solamente como viviendo de la informalidad, pues quieren mejorar su situación económica y social mediante la educación de Jigana. Con esto en cuenta, es posible argumentar en favor de la construcción de sistemas normativos que parten de la sociedad, en un espacio que parece no vigilado ni disciplinado por el Estado poscolonial keniano. De esta manera, cabe decir que el relato no sólo explora cómo funcionan las presiones socioeconómicas en ciudades como Nairobi, sino que también revela la existencia de nuevos órdenes regulatorios en el espacio urbano.70

Esto indica también que -contrario a la representación del espacio urbano de Nairobi como un espacio de la segmentación social, dividido, por un lado, en enclaves territoriales “informales” que datan del periodo colonial, los slums y, por otro, en condominios exclusivos donde habitan las capas dominantes de la sociedad y los funcionarios del gobierno- la formación del espacio no obedece a las reglas establecidas por las estructuras económicas y políticas del Estado, puesto que los denominados “sin hogar”, los chokora, el sector con mayores dificultades para acceder a los recursos del Estado, tienen mecanismos creativos para reapropiarse del espacio y estar en contacto con otros sectores sociales. Tal como acertadamente subraya De Certeau: “más allá del poder estatal hay movimientos contradictorios, ardides, combinaciones de poderes sin identidad legible, sin asideros, difíciles de controlar para el Estado, pero que constituyen regulaciones cotidianas propias”.71

En cuanto a la construcción de la calle como “hogar”, aunque autores como Adrian Knapp consideran que Akpan presenta a esta familia como de “refugiados” en sus propios países72 -esto es, en sentido estricto, como personas desplazadas internamente, carentes de “hogar”, porque no tienen un espacio formal para vivir-, quisiera proponer que el relato evidencia todo lo contrario y configura una definición más amplia del concepto de “hogar” basada en relaciones sociales. Al respecto, al hacer una reinterpretación del concepto de “hogar” -que puede extenderse a temas más amplios tales como el estudio de la figura del “refugio”, la cárcel como “hogar” y particularmente al tema de los slums en Kenia, que generalmente son representados como violando la imagen “verdadera” de un vecindario, en los que se ve a sus habitantes como los “no sujetos” que viven en circunstancias informales-, Rosemary Marangoly claramente subraya su importancia para entender la formación del espacio social y criticar la manera en que algunos espacios no son reconocidos como “hogares” sólo porque no entran en el estándar de lo que puede ser definido como tal.73

En ese sentido, en el relato se observa también que estar en el “hogar” de uno, o no estar en él, es determinado por los vínculos sociales, tal como puede apreciarse en el caso de Maisha, ya que aunque los espacios donde trabaja y donde vive parecen no tener distinción, el concepto de “hogar” construye de manera distinta el espacio denominado como la calle. Cuando Maisha trabaja no está en su hogar, sino que lo construye como un lugar de paso; no obstante, cuando está con su familia, por medio de los lazos afectivos que tiene, sobre todo con sus hermanos, sustrae esa parte de la ciudad del anonimato y lo vuelve su “hogar”; es decir, no es una extraña en la ciudad sino parte de ella. Tal como su padre le dice cuando ella les anuncia que va a tener un trabajo de tiempo completo en un burdel para poder pagar la escuela de Jigana: “Norte o sur, este u oeste, el hogar es lo mejor”.74

Si se considera lo anterior, la importancia del concepto de “hogar” se observa con mayor detalle en el siguiente fragmento expresado por la madre: “No importa cuán barata y sin raíces parezca ser la vida en la calle, uno aún puede ser dividido por las partidas”,75 pues es la partida de Maisha para convertirse en prostituta en un burdel el acontecimiento central del relato y lo que provocará la desintegración de esta familia, ya que generará un sentimiento de culpa en todos sus miembros. Mientras el padre se culpa por no haber trabajado más y culpa también a su esposa por no haber acudido a más mítines del partido para obtener más dinero, Jigana es quien se siente más afectado porque cree que se está aprovechando de su hermana y que él es el culpable de la desintegración de su familia, tal como puede observarse en la siguiente conversación entre Jigana y su padre:

Jigana: Ya no quiero ir a la escuela, Baba.

Baba: Cobarde, cállate. Ése es un asunto terminado. ¿Qué quieres decir con “no”? ¿Quieres ser un carterista como yo… mi hijo? ¿Mi primer hijo? Tú no puedes ser un inútil como las chicas. ¡Wallai!

Jigana: No quiero ir a la escuela.

Baba: Tu mente es demasiado joven para pensar. Como decimos: “Los dientes que vienen primero no son para masticar”. Mientras vivas acá, tu padre dice que irás a la escuela.76

Aunque no se profundizará al respecto, este fragmento descubre la complejidad del mundo de la niñez, ya que nos permite pensar en la figura de los niños como sujetos que están constantemente negociando, cuestionando e incluso resistiendo las construcciones culturales de su sociedad.77 Tal como se observa en las diferentes posiciones de sujeto y la resistencia de Maisha y Jigana al orden establecido. Por un lado, Jigana, aun cuando en un principio, por ser el hijo mayor de la familia, había aceptado la ayuda de sus hermanas para regresar a la escuela, no está dispuesto a hacerlo a costa de Maisha.

Maisha: Quiero intentar trabajar de tiempo completo. Pienso que trabajar de tiempo completo me permitirá pagar tus cuotas y también ahorrar para mí. Voy a enviarte dinero a través de la iglesia. Saldré del burdel en cuanto ahorre un poco. No quiero estar en la calle por siempre. Yo también debo ir a la escuela un día.

Jigana: ¿No te volveremos a ver otra vez? No, gracias. Si entras al burdel, yo no iré a la escuela.

Maisha: Entonces, me quedaré con mi dinero. Sin ti, ellos no verán mis chelines en esa casa.

Ella vio mi cara, se detuvo de pronto, luego se echó a reír.

Maisha: Te estaba tomando el pelo sobre el burdel, sólo estaba bromeando, ¿ok?78

Por otro lado, Maisha también aparece rechazando el orden establecido por sus padres, en el que ella, por ser mujer, no tiene derecho a ir a la escuela. Su decisión de dejar de ser prostituta de calle y convertirse en prostituta de burdel tiene serias implicaciones en el relato y en su rechazo al orden patriarcal familiar. En relación con lo anterior, White indica, en su análisis de la prostitución en Nairobi colonial, ciertas diferencias entre estos dos tipos de prostitución.79 Según White, mientras las mujeres que trabajaban en las calles lo hacían para sus familias, las que trabajaban en burdeles, “aisladas” (las que practicaban la llamada prostitución malaya), lo hacían para establecerse ellas mismas como cabezas de familia independientes. En este sentido, puede decirse que al igual que las mujeres que practicaban la prostitución malaya, para Maisha la decisión de convertirse en prostituta de burdel no sólo implica una estrategia de supervivencia, sino que además tiene como objetivo volverse cabeza de familia y ser independiente. Así, a pesar de que nunca perdonó a sus padres por no poder enviarla a la escuela, estaba dispuesta a ayudar a su hermano y, posteriormente, a pagarse sus estudios. Así, se presenta a Maisha como un sujeto que está buscando su superación personal, sin importar que las estructuras económicas y sociales del Estado keniano limiten su desarrollo. El siguiente fragmento muestra cómo Maisha critica nuevamente el orden familiar:

Mama: ¿Por qué rechaza quedarse con el bebé? Jigana: Dice que es abuso de niños.

Mama: ¿Abuso de niños? ¿Ahora es un trabajador de una ONG? ¿Prefiere ser una prostituta que mendigar con un bebé?80

Para entender sus diferentes posiciones de sujeto debemos preguntarnos: ¿en qué términos hablaba Maisha de su condición de prostituta? ¿Por qué alguien que vive de la prostitución como ella se rehúsa a salir con su hermano recién nacido a pedir dinero? ¿Qué perspectiva moral guía sus acciones? En cuanto a la prostitución, no hablaba de ella en términos de explotación, degradación o pasividad; por el contrario, la prostitución le evitó pedir dinero en las calles utilizando a su hermano menor, así como ahorrar para pagar los estudios de Jigana. Como ha documentado White, la prostitución en Nairobi ha sido una actividad que, debido a la falta de empleos formales, ha permitido a las mujeres entrar en la economía capitalista y conectar la llamada economía formal con la informal, así como el trabajo asalariado con el trabajo informal.81 Ahora bien, hay que mencionar que Akpan no intenta idealizar la prostitución; la propia Maisha le enseña sus peligros a Naema: le aconseja huir de todo hombre que no use condón y le advierte que la tratará como a su madre si sólo crece para tener hijos.82 Estos matices demuestran la complejidad de su posición de sujeto y su papel de agente en la toma de decisiones. Además, se aleja de perspectivas que ven en la prostitución degradación y pasividad, para privilegiar la manera en que las mujeres invierten sus ganancias y buscan estrategias para su superación personal.

Se percibe también en los personajes de Maisha, Naema y Jigana cómo cruzan los niños con facilidad la frontera adulta y entran en zonas peligrosas que los adultos con dificultad pueden controlar.83 En su análisis de la figura de los niños en la tercera generación de escritores nigerianos, de la que también forma parte Uwem Akpan, Madelaine Hron nota que la niñez representa un espacio complejo y particular, de resistencia y negociación, así como de articulación de la diferencia, que no se observa con tanta claridad en el mundo adulto.84

Cabe señalar que la referencia a la educación en el relato da a la ciudad un carácter ambivalente: por un lado, permite a los sujetos ser incluidos en el orden dominante y, por otro, es excluyente porque sólo unos pocos pueden tener acceso a ella. Es un ejemplo que muestra que las diferencias definidas por la colonialidad del poder no terminaron con la descolonización, sino que están presentes en el Estado keniano poscolonial, que parece hacer alusión a un estándar de vida en el que “algunos tienen derechos por nacimiento y otros simplemente siguen siendo excluidos”.85

En ese sentido, diferente de las narrativas de la novela popular en las que los jóvenes fueron representados como los principales perpetradores de crímenes y causa de la violencia debido a su exclusión de los recursos del Estado, y en las que fue común vincular el desempleo y la pobreza de la Kenia poscolonial con la delincuencia y la violencia juvenil,86 el relato de Akpan muestra que los jóvenes intentan de diversas maneras integrarse al centro de la sociedad, y aprovechar las oportunidades que la ciudad ofrece, tal como el acceso a la educación. De regreso con Jigana, la culpa lo llevará a huir de su hogar y a fragmentarlo aún más:

La culpa me carcomía desde mi interior. Quizás si me hubiera unido a una pandilla callejera, Maisha no habría decidido irse. No habría necesitado dinero para las cuotas escolares y quizás hubiera habido paz entre ella y mis padres. Pero mi angustia estaba dirigida a los musungu porque eran las caras visibles de la tentación de mi hermana. Me hubiera gustado ser tan poderoso como el novio de Naema o tener la capacidad de reclutarlo. Pudimos haber quemado sus jaguares. Pudimos haberlos atado y dado la paliza de sus vidas y llevado todos sus papeles.87

Aunque Jigana se da cuenta muy pronto de que ese plan no podría haberse llevado a cabo, me parece importante destacar el papel de los musungu en el imaginario urbano; son “los blancos”, turistas estadounidenses que llegan en barco a Nairobi, y aunque son percibidos como “extranjeros”, establecen lazos con la comunidad. Diferente del periodo colonial, cuando los musungu eran vistos como los dueños de la ciudad, a través de este fragmento se observa una reapropiación del espacio urbano por los africanos. Como los africanos fueron considerados residentes temporales de la ciudad, ya que Nairobi fue concebida como una ciudad eminentemente colonial, no era para ellos un “hogar” sino un espacio “extranjero”; sin embargo, a través de este relato se observa quién es ahora representado como “extranjero”. No obstante, sería un error considerar que los musungu ya no son parte del espacio urbano de Nairobi sólo porque las autoridades poscoloniales han intentado construir la ciudad como un espacio africano.

Es importante notar también cómo el hogar se vuelve un lugar “extraño”, del cual se debe huir, tal como lo describe Jigana en el siguiente fragmento:

A medida que el coche se alejó con Maisha, nuestro duelo atrajo a los chicos de las bandas. Ellos rodearon la comida, tiraron la botella y se unieron nuevamente a mi familia. Nos costó comer para meter las bolsas de nuevo dentro de la choza, pero los niños se llevaron los globos y las tarjetas. Me escondí entre un grupo de niños que se marchaba y me escabullí. Corrí a través del tráfico, subí la calle y desaparecí en Nairobi. El último recuerdo de mi familia fue el de los gemelos que estaban eructando y riendo.88

Sin Maisha, el “hogar” para Jigana se fractura, se vuelve un lugar de la inconformidad, del cual debe escapar. Como pudo advertirse, el “hogar” no es un lugar libre de relaciones de poder, deseo y control, sino un espacio que se reinventa y que es continuamente disputado. Puede ser un refugio, como lo era para Maisha y Jigana en un inicio, pero también puede convertirse en un lugar “extraño”, del cual se puede querer huir, tal como lo experimentan ambos al final del relato.89

Ahora bien, el final abierto del relato concede al lector la posibilidad de formar su propia representación de la ciudad y del futuro de Jigana y Maisha. Así, vale señalar que la ficción de Akpan representa la ciudad como un espacio múltiple, de posibilidad y negociación, que puede ser un peligro, una oportunidad o una ruta de escape según la experiencia del sujeto.

Del análisis del relato corto de Akpan se concluye que la manera de aproximarse a la ciudad de Nairobi en el siglo XXI no es en los términos prescriptivos que la describen como una ciudad peligrosa, caótica, disfuncional, con un sector informal incontrolable, que suele producir narrativas que vinculan, de manera simplista, pobreza con criminalidad y desorden urbano; por el contrario, la narrativa de Akpan proporciona una representación matizada de la ciudad que permite cuestionar e interrogar lo que implica el espacio urbano de Nairobi. Esta aproximación no parte de las expectativas de los administradores coloniales y poscoloniales, sino que representa la ciudad como un espacio que es negociado a través de relaciones sociales y en el que se observa la historia de una sociedad que ha creado sus propias formas de orden.

Este relato permite observar también, tal como sugiere Justin Willis, que “la vida diaria está estructurada por instituciones y acuerdos informales”.90 En el caso de Nairobi, aunque un gran número de residentes han dejado de lado, en cierto sentido, los canales administrativos convencionales para acceder a los servicios sociales, esto no implica una situación de caos o desorden poscolonial, ya que hay negociaciones entre estos grupos y las llamadas instituciones “formales” que plantean la existencia de ciertos principios que dan orden a la ciudad.

Conclusión

En suma, el análisis de algunas representaciones de la ciudad de Nairobi en el género novelístico keniano, que describen la vida en la ciudad entre las décadas de 1970 y 1990, y del relato corto de Akpan escrito en el siglo XXI, permitió mostrar la posición preeminente de la ciudad de Nairobi en el imaginario literario keniano. Ahora bien, aunque los problemas relacionados con el espacio, la informalidad, la inseguridad pública, la pobreza y la corrupción urbana, que tomaron lugar en estas novelas, siguen presentes en la narrativa de Akpan, la forma en que este autor presenta su historia tiene consecuencias diferentes en la comprensión del espacio urbano de Nairobi.

Por un lado, los escritores kenianos de 1970 a 1990, que denunciaron en sus obras las prácticas y las instituciones corruptas del Estado poscolonial keniano, representaron la ciudad de Nairobi como una alegoría de los problemas de la Kenia independiente y el desencanto poscolonial. Sus personajes fueron presentados como arquetipos, ya sea como víctimas de las estructuras del Estado o bien como perpetradores de crímenes. Además, tuvieron un destino predeterminado que les impidió integrarse efectivamente a la sociedad y tener la capacidad para modificar las estructuras del Estado, lo cual reprodujo las representaciones de Nairobi como un lugar de crisis y criminalidad.

Por otro lado, al tomar distancia de posturas de denuncia respecto de la situación de Nairobi, Akpan representó el espacio urbano como plural, heterogéneo y continuamente disputado, así como un sitio de posibilidad y negociación. Esto se aleja de visiones pesimistas y estáticas en torno del espacio urbano de Nairobi y de la sociedad, donde la ciudad fue representada como un lugar de desesperanza, y la sociedad no podía hacer algo para cambiarla. Cabe mencionar que Akpan no intenta idealizar la vida en la ciudad o, mucho menos, negar los problemas sociales, políticos y económicos que ésta enfrenta; por ello, presenta personajes complejos que se encuentran en situaciones sociales problemáticas, pero que se muestran constantemente negociando, cuestionando e incluso resistiendo las estructuras económicas y sociales de su sociedad. Maisha, Naema y Jigana no son los jóvenes criminales de las novelas de las décadas de 1970 a 1990, que fueron alienados del espacio urbano y cuya única forma de supervivencia era la vida del crimen; por el contrario, estos personajes son parte de la sociedad y se relacionan con otros sectores sociales.

En conclusión, este análisis del relato de Akpan pretendió dar luz sobre otras maneras de entender el espacio urbano de Nairobi. Considerar a Nairobi como un sitio de posibilidad y negociación no es un intento de idealizarla, sino más bien de destacar la capacidad de agencia de los sujetos que habitan en ella para hacer frente a los problemas de su vida diaria.

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1La palabra machokosh hace referencia a una familia de la calle. Aunque proviene de la palabra hindi chokkra (pequeño niño), que fue añadida al swahili estándar para nombrar a un niño de la calle, su uso ha sido incorporado al sheng —un tipo de slang (jerga de registro coloquial) urbano derivado del swahili que ha incorporado palabras y frases de diferentes lenguas, tales como el hindi, el inglés y lenguas locales como el luo, el gikuyu, el masai, entre otros— como chokora o chokosh para nombrar a un niño de la calle, o bien un hoyo de basura, lugares donde muchos niños de la calle viven en Kenia. Chege Githiora, “Sheng: Peer Language, Swahili Dialect or Emerging Creole?”, Journal of African Cultural Studies, vol. 15, núm. 2, 2002, p. 162. Cabe señalar que, en el relato de Uwem Akpan, su uso es valioso para entender la manera en que se tejen las relaciones sociales de la vida en la calle en la ciudad de Nairobi, y por ser un elemento en el que la agencia de los sujetos puede apreciarse con mayor claridad, ya que, a través de la lengua, los sujetos modifican creativamente el espacio social; además, empodera a un cierto número de hablantes al proporcionar medios de comunicación que permiten formar la identidad de un grupo. No obstante, por su compleja traducción, esto no podrá apreciarse en el presente artículo. Ibid., p. 174. Véase también Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano I: las artes de hacer, trad. Alejandro Pescador, México, Universidad Iberoamericana, 2000.

2Festín navideño.

3De Certeau, La invención de lo cotidiano I, op. cit., p. 108.

4Joseph Adero Ngala, “Book Review of Say You’re One of Them”, African Proverbs, Sayings and Stories, s.f.

5Tom Odhiambo, “Juvenile Delinquency and Violence in the Fiction of Three Kenyan Writers”, Tydskrif vir Letterkunde, vol. 44, núm. 2, 2007, p. 135.

6John Roger Kurtz, Urban Obsessions, Urban Fears: The Postcolonial Kenyan Novel, Trenton, Africa World Press, 1998.

7Robert J. Ross y Gerard J. Telkamp, Colonial Cities. Essays on Urbanism in a Colonial Context, Dordrecht, Martinus Nijhoff Publishers, 1985, p. 1.

8Samuel Owuor y Teresa Mbatia, “Nairobi”, en Simon Bekker y Göran Therborn (eds.), Capital Cities in Africa: Power and Powerlessness, Ciudad del Cabo, HSRC Press, 2012, p. 121.

9Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 77.

10Owuor y Mbatia, “Nairobi”, op. cit., p. 122; Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 77.

11Deyssi Rodriguez-Torres, “Public Authorities and Urban Upgrading Policies in Eastlands: The Example of ‘Mathare 4A Slum Upgrading Project’”, en Hélène Charton-Bigot y Deyssi Rodriguez-Torres (eds.), Nairobi Today: The Paradox of a Fragmented City, Dar es Salaam, Mkuki na Nyota, 2006, p. 63.

12Andrew Burton documenta el caso de Dar es Salaam, ciudad administrada por el gobierno británico y en la que se planeó un patrón residencial, similar al de Nairobi, dividido entre africanos, indios y europeos; no obstante, menciona también que, en la práctica, este orden urbano no se concretó. Andrew Burton, African Underclass: Urbanisation, Crime and Colonial Order in Dar es Salaam, Londres-Atenas-Nairobi-Oxford-Da es Salaam, British Institute in East Africa-Ohio University Press-British Institute in Eastern Africa-Oxford, James Currey-Mkuki na Nyota, 2005, pp. 11-12. Al respecto, es importante advertir que aun las ciudades que experimentaron el mismo pasado colonial tuvieron desarrollos urbanos diferentes, que dependieron de las estructuras de poder locales, las relaciones sociales y las culturas con las que interactuaron las autoridades coloniales. Véase Francesca Locatelli y Paul Nugent (eds.), African Cities: Competing Claims on Urban Spaces, Leiden-Boston, Brill, 2009, p. 6: “Introduction”.

13Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 77.

14Ibid., p. 79.

15Owuor y Mbatia, “Nairobi”, op. cit., p. 123.

16Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 81.

17Para mayor información sobre la prostitución en Nairobi colonial, véase Luise White, The Comforts of Home: Prostitution in Colonial Nairobi, Londres, University of Chicago Press, 1990. White analiza el papel de la prostitución en la vida de la mujer en Nairobi colonial. Según la autora, la prostitución permitió a las mujeres acceder al dinero y al trabajo remunerado; fueron independientes, pagaron sus impuestos regularmente y muchas, sobre todo las que ejercieron la denominada prostitución malaya, fueron capaces de adquirir propiedades.

18Después de la demolición del slum de Pangani, en 1930, las mujeres sólo pudieron residir legalmente en Pumwani.

19White, The Comforts of Home…, op. cit., p. 1.

20Owuor y Mbatia, “Nairobi”, op. cit., p. 132.

21Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 79.

22Claire Médard, “City Planning in Nairobi: The Stakes, the People, the Sidetracking”, en Charton-Bigot y Rodriguez-Torres (eds.), Nairobi Today, op .cit., p. 30; Rodriguez-Torres, “Public Authorities and Urban Upgrading Policies…”, op. cit., pp. 64-67.

23Véase Fernando da Cruz, Kerstin Sommer y Ombretta Tempra, Nairobi Urban Sector Profile, Nairobi, United Nations Human Settlements Programme, Nairobi, 2006.

24Hélène Charton-Bigot, “Preface”, en Charton-Bigot y Rodriguez-Torres (eds.), Nairobi Today, op. cit., p. x.

25Médard, “City Planning in Nairobi”, op. cit., p. 31.

26Véase Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres, Routledge, 1992, p. 7.

27Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 8.

28Ibid., p. 75.

29Andrew Ivaska, Cultured States: Youth, Gender and Modern Style in 1960s Dar es Salaam, Durham, Duke University Press, 2011, p. 6.

30Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 75.

31Ibid., p. 91.

32Meja Mwangi, Kill Me Quick, Londres, Heinemann Educational, 1973.

33Jennifer Beatrice Musangi, A Walk Through The Criminal’s City: John Kiria­ miti’s My Life in Crime and my Life in Prison, Johanesburgo, University of the Wit-watersrand, 2008, p. 53.

34Ibid., pp. 50-51.

35Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 107.

36Véase Tom Odhiambo, “The City as a Marker of Modernity in Postcolonial Kenyan Popular Fiction”, Scrutiny2, vol. 10, núm. 2, 2005, pp. 46-56.

37Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 83.

38Odhiambo, “Juvenile Delinquency…”, op. cit., p. 135.

39Ibid., p. 134; Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 100.

40Odhiambo, “Juvenile Delinquency…”, op. cit., p. 134.

41Thomas Burgess y Andrew Burton, “Introduction”, en Andrew Burton y Hélène Charton-Bigot (eds.), Generations Past: Youth in East African History, Atenas, Ohio University Press, 2010, p. 3.

42Ibid., p. 9.

43Florence Stratton, Contemporary African Literature and the Politics of Gender, Londres, Routledge, 1994, citado en Kurtz, Urban Obsessions…, op. cit., p. 140.

44James Ogude, Ngugi’s Novels and African History: Narrating the Nation, Londres, Pluto Press, 1999, pp. 109-110.

45Partido que gobernó Kenia desde su independencia en 1963 hasta 2002.

46Palabra que significa prostituta en lengua swahili.

47“Now that my eldest sister, Maisha, was twelve, none of us knew how to relate to her anymore. She had never forgiven our parents for not being rich enough to send her to school. She had been behaving like a cat that was going feral: she came home less and less frequently, staying only to change her clothes and give me some money to pass on to our parents. When home, she avoided them as best she could, as if their presence reminded her of too many things in our lives that needed money. Sometimes Mama went out of her way to provoke her. ‘Malaya! Whore! You don’t even have breasts yet!’”. Uwem Akpan, Say You’re One of Them, Nueva York, Hachette Book Group, 2008, p. 5: “An Ex-mas Feast”.

48“Maisha shared her thoughts with Naema, our ten-year-old sister, more than she did with all the rest of us combined, mostly talking about the dos and don’ts of a street girl. She told her to run away from any man who beat her, no matter how much money he offered her, and that she would treat Naema like Mama if she grew up to have too many children. She told Naema that it was better to starve to death than go out with any man without a condom. When she was at work, though, she ignored Naema, perhaps because Naema reminded her of home or because she didn’t want Naema to see that her big sister wasn’t as cool and chic as she made herself out to be”. Ibid., pp. 5-6.

49“Though people were more generous to beggars at Ex-mas, our real bait was Baby. We took turns pushing him in the faces of passersby”. Ibid., p. 8.

50En relación con los mecanismos de supervivencia es relevante recordar, como señalan Locatelli y Nugent, que la habilidad de las personas para desarrollarlos no debe ser interpretada como un arte ingenuo, o como un discurso para eximir a los Estados de la responsabilidad de establecer políticas de desarrollo, sino como capacidades construidas en torno de las percepciones de las personas sobre su propia posición en el mundo y las experiencias de su vida diaria. Locatelli y Nugent, African Cities, op. cit., p. 4.

51Matthew Davies, “A Childish Culture? Shared Understandings, Agency and Intervention: An Anthropological Study of Street Children in Northwest Kenya”, Childhood, vol. 15, núm. 3, 2008, p. 321.

52“An eight-year-old boy wouldn’t get in the way when she was waiting for a customer. We knew how to pretend that we were strangers-just a street kid and a prostitute talking”. Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 6.

53Pegamento.

54De Certeau, La invención de lo cotidiano I, op. cit., p. 136.

55Michel Foucault, “Of Other Spaces”, Diacritics, vol. 16, núm. 1, 1986, pp. 22-27.

56Marc Augé, Los no lugares: espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad, Barcelona, Gedisa, 2000, p. 85.

57“I was sitting on the floor of our shack, which stood on a cement slab at the end of an alley, leaning against the back of an old brick shop. Occasional winds swelled the brown polythene walls. The floor was nested with cushions that I had scavenged from a dump on Biashara Street. At night, we rolled up the edge of the tarpaulin to let in the glow of the shop’s security lights. A board, which served as our door, lay by the shop wall. […] Yet our machokosh family was lucky. Unlike most, our street family had stayed together—at least until that Ex-mas season”. Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 6.

58Mario Margulis, “La ciudad y sus signos”, Estudios Sociológicos, vol. XX, núm. 3, 2002, p. 521.

59Abuelo paterno.

60“Mama took out our family Bible, which we had inherited from Baba’s father, to begin our Ex-mas worship. The front cover had peeled off, leaving a dirty page full of our relatives’ names, dead and living. She read them out. Baba’s late father had insisted that all the names of our family be included in recognition of the instability of street life. She began with her father, who had been killed by cattle rustlers, before she ran away to Nairobi and started living with Baba. She called out Baba’s mother, who came to Nairobi when her village was razed because some politicians wanted to redraw tribal boundaries. One day she disappeared forever into the city with her walking stick. Mama invoked the names of our cousins Jackie and Solo, who settled in another village, and wrote to us through our church, asking our parents to send them school fees. I looked forward to telling them about the lit parks and the beautiful cars of Nairobi as soon as my teachers taught me how to write letters. She called out her brother, Uncle Peter, who had shown me how to shower in the city fountains without being whipped by the officials. He was shot by the police in a case of mistaken identity; the mortuary gave his corpse to a medical school because we could not pay the bill”. Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., pp. 18-19.

61White, The Comforts of Home…, op. cit., p. 20.

62John Lonsdale, “Town Life in Colonial Kenya”, en Charton-Bigot y Rodriguez-Torres (eds.), Nairobi Today, op. cit., p. 5.

63Como se indicó, estos problemas relacionados con patrones de pobreza y el acceso limitado a recursos básicos se originaron desde el periodo colonial, pero se exacerbaron con las políticas locales, nacionales e internacionales implementadas en Kenia después de la independencia. Como indica John Illife, en las colonias británicas, los gobiernos hicieron pocos esfuerzos para el cuidado de los pobres antes de la Segunda Guerra Mundial. Los oficiales creían que las familias africanas y las comunidades cuidaban a sus miembros necesitados y que cualquier cuidado suplementario sería proporcionado por los misioneros. La depresión creó desempleo y aumentó la pobreza de los trabajadores migrantes y sus familias. John Illife, The African Poor: A History, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, p. 200. Véase también Locatelli y Nugent, African Cities, op. cit., p. 6.

64Médard, “City Planning in Nairobi”, op. cit., p. 51.

65Ibid., p. 41.

66Véase Giorgio Agamben, Homo Sacer. Sovereign Power and Bare Life, trad. Daniel Heller-Roazen, Stanford, Stanford University Press, 1998.

67“Taking the Bible, she began to read a psalm in Kiswahili, thanking God for the gift of Baby and the twins after two miscarriages. She praised God for blessing Maisha with white clients at Ex-mas. Then she prayed for Fuunny Eyes, the name we had given to the young Japanese volunteer who unfailingly dropped shillings in our begging plate. She wore Masai tire sandals and necklaces that held her neck like a noose, and never replied to our greetings or let our eyes meet hers. She prayed for our former landlord in the Kibera slums, who evicted us but hadn’t seized anything when we could not pay the rent. Now she asked God to bless Simba with many puppies. “Christ, you Ex-mas son, give Jigana a big, intelligent head in school!”. Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 20.

68Christian Lund, “Twilight Institutions: Public Authority and Local Politics in Africa”, Development and Change, vol. 37, núm. 4, 2006, p. 686. Lund explica que la formalización y la informalización son formas de institucionalización que compiten; no obstante, esto no implica que lo formal deba ser relacionado con el Estado y lo informal con la sociedad. Las prácticas que roban legitimidad de la ley del Estado y los lenguajes burocráticos pueden ser considerados prácticas formales. Esto contrasta con la institucionalización de prácticas informales, más o menos respaldadas en ideas y valores que provienen de instituciones vistas como distintas del Estado colonial y poscolonial. Ibid., p. 699.

69Pratt, Imperial Eyes, op. cit., p. 7.

70Véase Locatelli y Nugent, African Cities, op. cit., p. 7.

71De Certeau, La invención de lo cotidiano I, op. cit., p. 107.

72Adrian Knapp, “Three Children’s Critical Perspectives on Aspects of the Contemporary East African Social ‘Web of Relationships’: Uwem Akpan’s Say You’re One of Them”, Postcolonial Text, vol. 5 núm. 3, 2009, p. 5.

73Rosemary Marangoly George, The Politics of Home: Postcolonial Relocations and Twentieth-Century Fiction, Berkeley-Los Ángeles, University of California Press, 1999, p. 24.

74“North ama south, east ama west, home is the best”. Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 31.

75“No matter how rootless and cheap street life might be, you could still be broken by departures”. Ibid., p. 21.

76“Jigana: I don’t want school anymore, Baba. Baba: Coward, shut up. That one is a finished matter. What do you mean by no? You want to be a pocket thief like me… my son? My first son? You can’t be useless as the gals. Wallai! Jigana: Me, I don’t want school. Baba: Your mind is too young to think. As we say, ‘The teeth that come first are not used in chewing’. As long as you live here, your Baba says school”. [Ibid., pp. 23-24.]

77Madelaine Hron, “Ora Na-Azu Nwa: The Figure of the Child in Third-Generation Nigerian Novels”, Research in African Literatures, vol. 39, núm. 2, 2008, p. 29.

78“Maisha: I want to try full time. I’m thinking, full time will allow me to pay your fees and also save for myself. I will send money through the church for you. I’ll quit the brothel when I save a bit. I don’t want to stand on the road forever. Me myself must to go to school one day […]. Jigana: We won’t see you again? No, thanks. If you enter brothel, me I won’t go to school. Maisha: Then I get to keep my money, ha-ha. Without you, they won’t see my shilling in that house. Never. Jigana: She saw my face, stopped suddenly, then burst into giggles. Maisha: I was kidding you, guy, about the brothel. Just kidding, O.K.”. [Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., pp. 16-17.]

79White identifica tres categorías de prostitutas, cada una definida por su lugar de trabajo: watembezi, conocidas como callejeras (estas mujeres trabajaban para beneficio de sus familias, más que por un deseo de acumulación personal); mujeres malaya (grupo de mujeres que lograron comprar propiedades y trabajaban desde sus casas), y wazi-wazi (también ocuparon cuartos donde trabajaban, pero a diferencia de las malayas, que se sentaban a esperar a sus clientes, las wazi-wazi se sentaban en las banquetas para solicitar clientes). White, The Comforts of Home…, op. cit., p. 20.

80“Mama: Tell me, why did she refuse to stay with Baby? Jigana: She says it’s child abuse. Mama: Child abuse? Is she now N.G.O. worker? She likes being a prostitute better than begging with Baby?”. [Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 9.]

81White, The Comforts of Home…, op. cit.

82Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 5.

83Hron, “Ora Na-Azu Nwa”, op. cit., p. 30.

84Idem.

85James Ferguson, Global Shadows: Africa in the Neoliberal World Order, Durham-Londres, Duke University Press, 2006, p. 189: “Decomposing Modernity: History and Hierarchy after Development”.

86Odhiambo, “Juvenile Delinquency…”, op. cit., p. 134.

87“Guilt began to build in my guts. Maybe if I had joined a street gang Maisha would not have wanted to leave. I wouldn’t have needed money for school fees, and perhaps there would have been peace between Maisha and my parents. But my anger was directed at the musungu men, for they were the visible faces of my sister’s temptation. I wished I were as powerful as Naema’s boyfriend, or that I could recruit him. We could burn up their Jaguar. We could tie them up and give them the beating of their lives and take away all their papers”. Akpan, Say You’re One of Them, op. cit., p. 22.

88“As the car pulled away with Maisha, our mourning attracted kids from the gangs. They circled the food, and I threw away the bottle and joined my family again. We struggled to stuff the food into our mouths, to stuff the bags back inside the shack, but the kids made off with the balloons and the cards. I hid among a group of retreating kids and slipped away. I ran through traffic, scaled the road divider, and disappeared into Nairobi. My last memory of my family was of the twins burping and giggling”. Ibid., p. 35.

89George, The Politics of Home, op. cit., p. 9.

90Véase Justin Willis, “Budget Drinking: Alcohol Consumption in Two Kenyan Towns”, Journal of Eastern African Studies, vol. 3, núm. 1, 2009, pp. 55-73.

Recibido: 04 de Abril de 2014; Aprobado: 04 de Junio de 2015

Jacqueline Rasgado Blas

Egresada de la licenciatura en relaciones internacionales, Universidad de las Américas, Cholula, Puebla. Maestría en estudios de Asia y África, especialidad África, por El Colegio de México. Diplomado en historia: México Posible, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesora de asignatura del Departamento de Letras, Humanidades e Historia del Arte en la Universidad de las Américas. Becaria Unesco: Keizo Obuchi 2015 (Programa de becas Unesco/Japón para jóvenes investigadores).

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