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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 n.2 Ciudad de México Oct./Dec. 2021  Epub Oct 18, 2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i2.3957 

Reseñas

Sobre Miguel Orduña Carson y Alejandro de la Torre (eds. y coords.), Historias de anarquistas. Ideas y rutas. Letras y escenas

Sebastián Rivera Mir1 

1El Colegio Mexiquense

Orduña Carson, Miguel. Torre, Alejandro de la. Historias de anarquistas. Ideas y rutas. Letras y escenas. México: Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017. 341p. ISBN: 978-607-029-996-4. ISBN: 978-607-539-038-3.


Al momento de escribir sobre el anarquismo en México, la referencia a los hermanos Flores Magón y al Partido Liberal Mexicano (PLM) suele imponerse sobre otras múltiples temáticas posibles. Esto ha moldeado las investigaciones y ha nublado innumerables temas relevantes para conocer el pasado del anarquismo en el país. Por esto motivo, es interesante la aparición del libro coordinado y editado por Miguel Orduña Carson y Alejandro de la Torre , quienes nos conducen hacia otros derroteros, rutas o escenas de esta historiografía.

En las siguientes líneas, más que hacer una revisión detallada, me parece necesario examinar esta obra colectiva mediante sus principales ejes analíticos. A lo largo de los diez apartados que componen el libro, el lector puede asomarse a una historia conectada del anarquismo en Europa, Estados Unidos, Cuba, Perú y también en México. Chiclayo, Manhattan, Morón de la Frontera (Andalucía), pese a su distancia geográfica aparecen vinculadas por las experiencias de los militantes anarquistas distribuidos en diferentes partes del mundo. El libro nos entrega un paisaje de esos exilios, migraciones, viajes, giras propagandísticas y otras tantas referencias a las formas en que los sujetos se movieron de un lugar a otro llevando consigo sus ideas y sus prácticas políticas. Orduña Carson y De la Torre, conscientes de esta situación, optaron por dividir el libro en dos partes, “Ideas y rutas” y “Letras y escenas”, recuperando los tránsitos físicos e ideológicos detrás de cada capítulo. Las lógicas transnacionales, inherentes a un movimiento que no reconocía los límites nacionales, se imponen por sobre aquellas dinámicas que restringen las explicaciones historiográficas al Estado nación. Lo local, lo nacional y lo global se articulan para construir un espacio social donde los actores desarrollan sus inquietudes y sus proyectos políticos.

Esta diversidad de lugares, países y fronteras no es casualidad. Más bien, si observamos el libro como una pintura impresionista, o como postales de viaje para utilizar el término de Alejandro de la Torre , podemos reconocer que la perspectiva elegida por sus impulsores corresponde a una forma de representar la heterogeneidad del anarquismo. Por supuesto, esto permite reconstruir un panorama amplio de todas aquellas tensiones, diálogos y divergencias que fueron inherentes al devenir de los militantes anarquistas. Con la lectura de este libro podemos reconocer los esfuerzos por unificar pensamientos disimiles o en otras ocasiones analizar aquellos elementos que separaban a miembros de un espacio ideológico compartido. Sin embargo, como todo texto que se enfoca en las conexiones o en las historias de vida de determinados sujetos, los contextos se van diluyendo, las historias locales aparecen como meras escenografías mencionadas al pasar, y las dinámicas políticas en las que se desarrollan se reducen a aquellos pocos elementos que interactuaron con los sujetos implicados. Esto no es sólo un problema de este libro, es una de las variables importantes al momento de optar por determinada metodología.

En este sentido, no podemos dejar de destacar que mientras la mayoría de los capítulos están marcados por lo que se podría denominar pulsión biográfica, esta va desapareciendo hacia la parte final del texto, enfocada con mayor detención en las derivas literarias, en esquemas organizativos y en disputas historiográficas. Esta tensión entre lo biográfico, incluyendo el análisis de la autobiografía de Ernesto E. Guerra que realiza Anna Ribera Carbó, y una perspectiva de mediano plazo que se enfoca más en las estructuras sociales, es un elemento que cuestiona los nuevos estudios sobre movimientos políticos, sociales y culturales. Detenerse en este ámbito sería sumamente útil, no solo con la finalidad de articular los diálogos entre los distintos capítulos del libro, sino también porque es uno de los problemas historiográficos que a mi juicio requieren ser abordados con mayor intensidad, especialmente por los historiadores que se dedican a investigar sobre las izquierdas. Las nuevas historias centradas en este espacio político han utilizado con intensidad este tipo de aproximación, incluso generando diccionarios biográficos e innumerables estudios de redes. Sin embargo, aquellos factores contextuales o estructurales han tendido a perderse de vista, algo que sin duda impacta las capacidades explicativas de estos nuevos acercamientos.

Ahora bien, volviendo al presente libro, uno de sus principales hilos conductores es la recuperación de las experiencias, no sólo por el afán erudito de narrar trayectorias, sino para analizar el repertorio de prácticas puestas en marcha por los implicados. Por lo tanto, los autores de cada capítulo tuvieron el desafío de conjuntar los procesos históricos que atravesaron estos sujetos, con las formas en que dichas experiencias fueron relatadas. Como sucede con cualquier discurso, en algunos casos estas narraciones fueron sedimentadas como parte de las tradiciones anarquistas, en otros fueron olvidadas y, en la mayoría de las ocasiones, se negociaron versiones posibles o verosímiles para todos los actores. La riqueza del trabajo en su conjunto es que nos pone frente al amplio repertorio de este tipo de construcciones. En sus páginas encontramos desde el texto de David Doillon, que recupera archivos judiciales, hasta el de Ulises Ortega Aguilar, que recurre a entrevistas, pasando por el de Elisa Servín sobre Frank Tannenbaum, que utiliza el propio archivo del historiador estadounidense para reconstruir su pasado. El repertorio pone en evidencia las diversas estrategias que pueden utilizarse para visualizar las experiencias de los sujetos. Ahora bien, me parece que esto también requeriría nuevas exploraciones. ¿Cómo se construyeron las memorias del anarquismo a nivel global? ¿Por qué vemos, contradictoriamente, la importancia de los repositorios estatales para reconstruir las experiencias de sujetos que propugnaban su desaparición? En definitiva, la discusión sobre las fuentes, sobre por qué y cómo el Estado conservó determinados materiales o por qué los sujetos establecieron formas específicas de narrar su pasado, sigue siendo un tema pendiente en las investigaciones, no sólo del anarquismo sino de la mayoría de los movimientos que se opusieron a los procesos hegemónicos.

Otro eje relevante del libro y que se mantiene a lo largo de todo el texto es el de las prácticas editoriales. Si alguna actividad concentró la atención de los anarquistas, incluso más allá de la propaganda por el hecho, fue precisamente editar, escribir, publicar y repartir sus periódicos, manifiestos y proclamas. La mayoría de los biografiados tuvo como principal profesión o sobrevivió gracias a su trabajo como tipógrafo, redactor o periodista. Así, el mundo anarquista se desenvolvió intensamente en una labor que desde un comienzo asoció a la izquierda con el trabajo artesanal que significaba producir impresos y con las prácticas educativas que debían desplegarse a su alrededor. Eso sí, aunque las relaciones con el mundo editorial son referenciadas por la mayoría de los trabajos, de igual modo, su análisis requiere aún mayor profundización. Numerosas preguntas se podrían plantear para continuar explorando respecto a las temáticas que aparecen en los distintos capítulos. Por ejemplo, ¿cómo se construyeron los espacios de circulación global de los impresos? ¿Quiénes fueron los actores implicados, más allá de los periodistas y redactores? ¿Por qué la militancia adquirió como práctica editar, especialmente en contextos de poca lectura o con gran analfabetismo? ¿Cómo se van modificando las prácticas editoriales en la medida en que este mundo se tecnifica y se profesionaliza? A lo largo del texto, algunas de estas preguntas aparecen esbozadas y esto es quizá uno de los principales logros del libro: junto con entregarnos un análisis detallado de los temas de estudio, permite al lector generar nuevas interrogantes. Así, se transforma tanto en un punto de llegada, como en el inicio necesario de nuevas exploraciones historiográficas.

Ahora bien, es importante destacar que el triángulo de las prácticas de la izquierda surgida en el siglo XIX y proyectada la siguiente centuria está compuesto por la conjunción de lo artesanal, lo editorial y lo educativo. Este último plano, el ámbito formativo del anarquismo, de su militancia, es tal vez uno de los aspectos menos explotados por los textos que componen el libro. Esta carencia, salvo en algunos capítulos, me parece un elemento relevante, especialmente si consideramos que son las experiencias de los sujetos el hilo conductor de la narrativa propuesta. Y con esto no me refiero a una pedagogía específica, sino a las formas en que se transmiten las experiencias, donde el plano educativo institucional tiene una parte relevante, pero que en estos casos pareciera fluir a través de otras instancias. Un mayor énfasis en este aspecto podría clarificar situaciones relacionadas con las disputas políticas, los quiebres organizativos, pero también las relaciones sentimentales, la profundidad de los compromisos, entre otras tantas variables.

Finalmente, para concluir me parece necesario recuperar otra de las propuestas que articulan el trabajo de los autores aquí reunidos. Como muy bien refiere Orduña Carson en su capítulo sobre las figuras del peligro social, debemos rechazar que las ideas por sí solas despiertan en los actores adhesión a un liderazgo o a un proyecto político particular. A lo largo del libro encontramos numerosos ejemplos de cómo las prácticas cotidianas y concretas de los sujetos fueron vitales en la articulación ideológica y en la construcción de las propuestas del anarquismo. Tal vez por este motivo, propagandistas, agitadores, educadores, jóvenes idealistas, viajeros, poliglotas, intelectuales populares y otras tantas representaciones sociales que implicaron la mancomunión de prácticas, proyectos y actores, son reunidos a modo de collage en Historias de anarquistas. Sin duda, este cuadro reintegra la heterogeneidad de un movimiento, al cual la historiografía ha solido acercarse con prejuicios o fanatismos.

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