SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.11 issue22Luz rebelde: mujeres y producción cultural en el México posrevolucionario author indexsubject indexsearch form
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Revista de El Colegio de San Luis

On-line version ISSN 2007-8846Print version ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.11 n.22 San Luis Potosí Jan./Dec. 2021  Epub Feb 16, 2024

https://doi.org/10.21696/rcsl112220211379 

Reseñas

De ser humano a ser vivo. Afectividad ambiental. Sensibilidad, empatía y estéticas del habitar

Itzayana Joyce García* 

* Universidad Nacional Autónoma de México, Escuela Nacional de Estudios Superiores-Mérida. Correo electrónico: 318243045@enesmerida.unam.mx

Giraldo, Omar Felipe; Toro, Ingrid. 2020. Afectividad ambiental. Sensibilidad, empatía y estéticas del habitar. El Colegio de la Frontera Sur, Universidad Veracruzana,


Los seres humanos somos capaces de relacionarnos con todo aquello que nos rodea; no obstante, sufrimos de una ceguera ambiental. El valor de sentir solidaridad por un ser vivo (aun siendo humano) se encuentra en la cuerda floja. Con el desarrollo de la humanidad, la explotación de recursos, el uso excesivo de combustibles fósiles, la contaminación de ríos y mares son ejemplos de la destrucción que la humanidad ha provocado en los ecosistemas y las especies.

En la obra Afectividad ambiental. Sensibilidad, empatía, estéticas del habitar, escrita por Omar Felipe Giraldo e Ingrid Toro, publicada en 2020, en una coedición de El Colegio de la Frontera Sur y la Universidad Veracruzana, los autores exponen la idea de una revolución ambiental como un proceso abrazador que parte de una epistemología ambiental, la cual está basada en limitantes donde la razón y la indiferencia predominan, hasta transformarse en una epistemoestesis ambiental que involucra el sentir.

A lo largo de los cinco capítulos, Omar Felipe Giraldo e Ingrid Toro desglosan ideas complejas de otros autores que se entrelazan entre sí, para al final plasmar una máquina capaz de conectar cuerpo, mente y espíritu dentro del ser humano, ya que sin el cuerpo somos incapaces de palpar y percibir, del mismo modo que sin la mente nos es imposible aprender y sin espíritu no hay conmoción, sensibilidad, pasión; simplemente debido a su ausencia no coexiste nada.

[…] la idea es aprender a prestar atención a un mundo compartido en el que yo mismo habito, y conectarme, a través de mis propias emociones, con la alegría de la primera lluvia, el dolor de la sequía, la angustia de los peces sin oxígeno, el miedo de los árboles ante el ruido de la motosierra, la ira de la montaña mutilada, pero no por una proyección antropomórfica, sino por la emoción que surge en mi propio cuerpo, mientras prestamos cuidado a una tierra de la que somos integrantes (p. 76).

El primer capítulo, titulado “Epistemo-estesis ambiental: los cuerpos entre cuerpos”, aborda el paradigma de los dualismos, aquello que divide y etiqueta irónicamente lo distinto o contrario: masculino o femenino, sujeto u objeto, mente o cuerpo, cultura o naturaleza, razón o afectos. Sin embargo, ¿no es mejor decir razón y afectos? ¿Acaso no es importante actuar de forma integral?, un actuar en el que el proceso de sentir esté ligado a una imparcialidad racional o en el que las acciones estén entrelazadas sabiamente con el sentir.

Pensemos en las diversas problemáticas que Latinoamérica ha afrontado durante la pandemia: el saqueo de agua en México y Honduras ocasionado por empresas, el abuso de autoridad inhumano en Colombia contra protestantes, los incendios masivos en selvas y bosques de los países megadiversos y la violencia contra la mujer en todo el continente.

Las personas (jóvenes mayoritariamente) de distintos niveles socioeconómicos, diversas profesiones, etnias, religiones o naciones han brindado información y apoyo ante las problemáticas, con lo que han demostrado que los dualismos no encasillan ninguna lucha. Los hombres, las mujeres y toda la humanidad somos seres plenos que no necesitamos ser parte del problema para defender y secundar causas de injusticias socioambientales sin poner en conflicto la racionalidad y el sentir, porque finalmente estos son uno solo.

Con esta idea, Omar Felipe Giraldo e Ingrid Toro proveen el concepto de multiplicidades, ramificaciones que viajan y se relacionan sin intermisión en todos los sentidos, donde el inicio y el fin están ligados estrechamente y no existe una separación, por lo cual se forja una maraña de sentimientos entre los seres vivos y el ambiente. Un nudo profundo en el que los cuerpos construyen el ambiente, pero asimismo el ambiente los crea a ellos por medio de rutas de movimiento, flujos de estado y, sobre todo, el abstracto placer del contacto, aquellos encuentros energéticos, químicos y sensibles que logran conmovernos hasta el punto de edificar distintos mundos. Cada especie percibe su mundo conforme a sus necesidades y su desarrollo. En consecuencia, crean mundos divergentes que también chocan como los cuerpos con cuerpos, pieles con pieles, energía con energía, pero sobre todo sentimientos con sentimientos.

El surgimiento de lo simbólico cobra especial importancia en el segundo capítulo, “Seres corporizándose junto a otros: la empatía ambiental”. ¿El mundo en el que vivimos es el único existente? La realidad es que no es así; el desplazamiento de otros cuerpos ocasiona mundos coemergentes, espacios que somos incapaces de sentir, ya que el reconocimiento del olor, el color, el sabor y la textura se limita a lo que el cuerpo percibe, e ignoramos el mundo que puede ver una hormiga, un árbol e incluso otra persona.

De este modo, las millones de muertes que ha ocasionado la COVID-19 demuestran diversas situaciones individuales que posteriormente serán colectivas. Las familias que han tenido la fortuna de no tener ningún deceso tienen una perspectiva de la pandemia diferente a la de las familias que han tenido múltiples fallecidos; aquel empleado que mantuvo su trabajo no se siente impotente como el que sí lo perdió; el estudiante que ha encontrado cierto gusto en las clases virtuales por diversas razones no repara en aquellos a los que ha dañado su estabilidad emocional. No obstante, esto no significa que los privilegiados deban ser indiferentes, puesto que la empatía es una capacidad biológica que nos obliga a actuar, y nadie está liberado de sentirla.

La familia que perdió a alguien encuentra consuelo en la soledad, en la religión, en los recuerdos; mientras que quien no perdió a nadie puede ser un apoyo para los afectados. La persona que se quedó sin trabajo canaliza su sentir en la búsqueda de otro empleo para seguir sustentando a su familia. Finalmente, el estudiante que perdió el interés tendrá diversas formas de recuperarlo, desde la lectura de algún libro de su curiosidad hasta la asistencia psicológica.

Cada ser afectado hallará un motivo para persistir, ya sea un amigo, un familiar o por superación propia. De manera directa o indirecta, sus acciones llegarán a terceros fortaleciendo el sentimiento de empatía, transmutando la capacidad biológica a una potencialidad biológica que estará en movimiento, manejada por la relación entre los sentimientos y los pensamientos, estableciendo un lenguaje colectivo y compartido con la tierra. Un lenguaje común que interviene en las acciones de los efectores y receptores, conectados por estímulos y redes de significación de la “lengua de la tierra”, y que, por consiguiente, origina saberes.

En “Saberes ambientales y afectivos: la ética del contacto”, título del tercer capítulo, los autores argumentan que:

[…] un entorno cambiante puede dar lugar a la creación de nuevos saberes, pero es indudable que cuando un entorno ambiental se transforma radicalmente, no existe razón para seguir amparando saberes que han dejado de ser útiles (p. 97).

Adaptación e innovación son las palabras que definen a este capítulo. De acuerdo con los autores, en las comunidades rurales se heredan de generación en generación los saberes de sus oficios. El saber colectivo e individual se coloca en un interjuego para establecer técnicas que, a pesar de seguir el mismo procedimiento, tienen un cambio, ya sea por las condiciones climáticas, del suelo o de la sociedad. Es por ello que la creatividad será el cimiento de los saberes campesinos e indígenas. Motivados por el cambio, en especial en estos tiempos de crisis ambiental, las técnicas se han innovado frenéticamente a través del conocido sistema de prueba y error, que relaciona el ingenio campesino con la diversidad genética, nutre el acervo de saberes en un proceso conversacional y, por último, intensifica la percepción de la estética.

Este término se asocia con la proporcionalidad del “se ve bien”, “huele bien”, “sabe bien”, entre otras interpretaciones que diseñan el ambiente de trabajo de los campesinos, en el que el territorio hace al habitante por medio de patrones de autoorganización; conectan lo que perciben, agradable o desagradable, con el arte del vivir, que permuta en la creatividad del campesino. El campesino busca el balance entre la carga de trabajo y el sentido de suficiencia siendo consciente de los límites naturales, demostrando una correlación entre el hacer, el ritualizar y el habitar de una ética ambiental. “Los pueblos no son agentes pasivos que simplemente reciben información de sus antecesores. Son actores activos con agencia permanente, que experimentan, que con curiosidad hacen innovaciones” (p. 98).

La obra aquí reseñada emplea citas textuales e historias significantes para describir el cambio inminente que el ser humano necesita hacer en la problemática ambiental que afronta. Un ejemplo es la metáfora de Eros y Tánatos, que personalmente me conmovió por la analogía entre el dios griego del deseo y el dios de la muerte pacífica, utilizada para describir el otro lado de la empatía. Debido a que esta capacidad también siente emociones negativas que pueden generar odio, egoísmo, miedo, avaricia y venganza en la sociedad contemporánea (sesgada por la modernidad y el desarrollo prometedor que ofrece), nos coloca en un juicio de ética individual o colectiva; asimismo nos conduce al cinismo de desatender la sombra ecocida, el deseo de querer siempre más, ser superiores y obtener nuestro propio placer. Esto ocasiona un régimen de afectividad dirigido por el capitalismo que moldea nuestras percepciones y conduce seres que causan dolor para seguir “avanzando”.

Es por ello que el cuarto apartado de la obra lleva un acertado título, “Régimen de la afectividad: El orden del desafecto”. En este, Omar Felipe Giraldo e Ingrid Toro explican la normalización de la violencia; cómo reprimir o ignorar el dolor desatará un terrible monstruo, y cuando el vaso esté lleno, nuestros deseos prohibidos revelarán aquellas emociones negativas por escasos segundos antes de convertirnos en cuerpos insensibles, exentos de sentir sufrimiento ajeno, convirtiendo la excepción en la regla. Por consiguiente, nacen las pedagogías de la crueldad, dispuestas a educar a asesinos inhábiles de empatizar, cuyo objetivo es silenciar a los que seguimos palpando el sentir, sujetos a obedecer órdenes y asesinar sin conocer la razón.

Sin embargo, en este proceso, algunos cuerpos pueden llegar a adherir la economía afectiva haciendo inversiones o ecomatizando sentimientos, manteniendo una estabilidad del sentir positivo o negativo, sin la necesidad de reprimir; la aceptación del dolor construirá rieles afectivos que se conectarán con más cuerpos como consecuencia de la gran maraña de contacto, abordada en el primer capítulo del libro.

Después de aceptar la culpa es esencial reorganizarse, hacer oídos sordos a la publicidad del capitalismo que nos ofrece una tentadora experiencia en el consumo de sus productos, y comenzar a enlazarnos con lo que nos hizo realmente humanos, pues para avanzar es necesario volver a lo básico. Para resolver esta inmensa problemática es fundamental tirar sus cimientos, y como efecto dominó se derrumbará el resto.

Pero ¿cómo salir de aquel deseo de desear? En palabras de los autores, “no existe otra manera que disputar el deseo con el sistema. Deberemos entrar en su propia cancha, y arrebatarle su hegemonía como máquina orientadora de deseos” (p. 150). El deseo es algo individual y, por consiguiente, colectivo, algo que pertenece a todos y a su vez a nadie. El deseo es un arma de doble filo que ocasiona competencia, pero que no es imposible de domar. Hay que deconstruir la relación que tenemos con los otros cuerpos y mundos para adquirir una armonía. Con esta idea se concibe el último capítulo, “El deseo por la vida: la reorganización estética de los afectos”.

Y aunque considero que el capitalismo es hábil en la repartición de la culpa y en la manipulación respecto a lo que sentimos y opinamos, debido a que dictamina sobre nuestro consumo de alimentos, ropa, música, arte y más, también manipula nuestro sentir hacia otros cuerpos, generalmente “humanizándolos”, con el objetivo de desacreditar todo aquello que no entra en el sistema capitalista y neoliberal. Afectividad ambiental. Sensibilidad, empatía y estéticas del habitar es una invitación a tener un contacto más allá de lo superficial o lo externo; hay que retroceder el desarrollo de la humanidad y comenzar a conectar con lo natural, sobre todo renunciar al goce ficticio y sensibilidad manipulada que ha sembrado el consumismo.

Los apartados de esta obra llaman a ser parte de un proceso renovador; incluso me atrevo a afirmar que en cada una de sus páginas florece un sentir inexplicable basado en la empatía y la comprensión, hasta una sed de justicia. Estoy segura de que después de esta lectura comprendí más mis emociones no solo como ser humano, sino también como ser vivo; por ello, me dispongo a colaborar en beneficio de todos los cuerpos y mundos para formar parte de este revolucionario concepto de epistemoestesis ambiental.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons