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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.47 México Jul./Dec. 2016

 

Expediente

La conquista: ¿un hoyo negro en la historia de México?

Preliminares

Miguel Ángel Segundo Guzmán1 

1Departamento de Historia-Universidad de Guanajuato


Estamos entrando en el horizonte del suceso de los 500 años de la Conquista de México. Es una temporalidad densa, marcada por el arranque de la Nación; el tiempo se curva para regresar sobre sí mismo, con el fin de repensar ese acontecimiento fundacional en donde estamos atrapados, en donde seguimos afectados por ese pasado. Es un espacio límite que atrae los discursos, que inevitablemente permite que la temporalidad se organice alrededor de él y que genera constelaciones de explicaciones que regresan sobre esos campos insaturados. La conquista de México -en una metáfora de Guy Rozat- es un poderoso hoyo negro en donde se consumen los pasados posibles; en donde se han capturado los imaginarios que han establecido, los orígenes mitológicos de la comunidad imaginaria. Ese poderoso agujero negro consume, imposibilita nuevas dispersiones discursivas, pues atrae y deforma las miradas sobre ese pasado.

En el centro del hoyo negro se encuentra un corpus de escrituras densas, pesadas, fundacionales, que por sí mismas deforman las miradas alrededor de lo que suplantan: la temporalidad originaria, acaso rota, de ese acontecimiento fundador. Esas escrituras se convirtieron en el guardián del tiempo perdido, el de la historicidad americana. El violento choque civilizatorio entre el Nuevo Mundo y la vieja Europa estableció los atractores que diseñaron la nueva jerarquía sociológica y las mediaciones para pensar el evento; su densidad radica en la violencia que instituyó patrones de organización. Esa enorme energía emanada de la Conquista se fue disipando a través de la escritura. La densidad originaria del agujero negro encuentra su motor en esos textos que representaron el hecho de la Conquista.

Existe una gran dispersión de las escrituras emanadas de ese colapso civilizatorio, pero la inmensa mayoría presentan un patrón de producción: son escrituras colonizadas, formas discursivas para pensar al vencido. En la nueva jerarquía institucional emergen preguntas sobre el acontecimiento, principalmente sobre la naturaleza del grupo conquistado; tienen un sentido claro, tejen un discurso sobre mundos perdidos, estructurados y organizados para ser legibles desde la cosmovisión del vencedor. Un mundo de papel en sintonía con el mundo conquistado. La sociedad que enunció esa diferencia construyó en el relato un mundo afín a su régimen de verdad, derivado de sus marcos culturales de explicación. Los escritos nacen a partir de la duda sobre la novedad del mundo instaurado, que quiere estructurar esa otredad que será gobernada. Ese poderoso atractor constriñó la historicidad indígena entre tres ejes límite: ejercicio del poder, deseo de saber, querer interpretar. Los elementos de las representaciones de la otredad se realizaron para instituir sentido, que sería descifrado en comunidades de lectores, en las tradiciones intelectuales que les dieron vida. Saber y prácticas se fueron bordando al unísono en la nueva jerarquía sociológica. Las formas narrativas del vencido se configuran como la gran autoridad en la tradición de las escrituras en Occidente sobre otros pueblos. Conforman un campo semántico y estructuras de repetición que se van reproduciendo en el tiempo, al ser una eficaz forma de apropiarse del medio.

Las crónicas sobre América se escribieron bajo un horizonte extraño, alejado de nuestra versión de la realidad. Labrado en formas del saber añejas, cercanas a la que Foucault caracterizó como prosa del mundo. Una organización del saber que atravesaba las relaciones entre las palabras y el mundo, para encontrar distintos niveles de ese sentido:

Hasta fines del siglo XVI, la semejanza ha desempeñado un papel constructivo en el saber de la cultura occidental. En gran parte, fue ella la que guio la exégesis e interpretación de los textos, la que organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las cosas visibles e invisibles, dirigió el arte de representarlas. El mundo se enrollaba sobre sí mismo.1

En las fojas del mundo premoderno Dios había inscrito la verdad, lo propio del saber era interpretar esos sistemas que permanecían ocultos a la mirada, que en el trabajo del saber hacían aflorar sistemas de semejanza, en una enunciación que espiritualizaba los hechos y ponía en concordancia los discursos con las auctoritates, esos gigantes que permitían la enunciación del orden del saber. Un orden del saber exótico a la modernidad.

Las crónicas americanas se acercan a ese horizonte, sus genealogías adquieren sentido en esa organización del conocimiento. Por sus páginas establecieron los primigenios espacios de experiencia sobre lo indígena bajo un modelo que los integraría en la Historia Sagrada o en la memoria caballeresca bajo el signo de los vencidos. Un trazado de semejanzas que permitió ver la experiencia americana. Sólo así en el Otro se encuentran fragmentos de la verdad, utopías feudales u horizontes agradables para la memoria europea. El indio reforzó la identidad del cristianismo, al encontrar en él signos y señales que Dios dejó para quien las lograra descifrar, un ojo externo capaz de bordar sentidos. Esta tradición interpretativa es la que llega con los europeos en el siglo XVI.

En esa escritura fue necesario identificar y situar a las tradiciones en el marco del logos, enunciar a los vencidos en los márgenes del discurso occidental. Colonizar los restos de memoria en el proceso de la traducción, hacer ver y hacer saber a quien quisiere, los distintos grados de semejanza en el mundo. Hacer ver que la historia de los paganos siempre es igual: están dominados bajo un mundo diabólico, viven engañados, se parecen a los antiguos idólatras ya vencidos, etcétera. Domesticar el modo de vida indígena y su imaginario pagano fue la gran tarea de las crónicas de la conquista de América, que se escribieron desde el horizonte de la victoria o desde los fragmentos de una cosmovisión en ruinas. Un trazado del saber para hacer legible lo Nuevo, dentro de la experiencia del mundo que encuentra el sentido en la introspección por los marcos de verdad. La interpretación trazó el reencuentro en un proceso de concordancia: se escriben historias para generar una nueva memoria, que diera cuenta y sustentara el naciente edificio colonial en los márgenes de una añeja simbólica. Historias que naturalizaran el dominio, que se apropiaran del espacio. Documentos fundacionales, actas simbólicas del nacimiento de un Nuevo Mundo.

El presente dossier quiere trabajar sobre ese hoyo negro, abonar a la reflexión sobre esa distancia intelectual y temporal que nos separa de las escrituras emanadas de la conquista de México y de los sistemas interpretativos e historiográficos que éste ha permitido. Es una labor a la que Historia y Grafía ha contribuido desde sus primeros números, con artículos épicos que lograron abrir un espacio fundamental para la discusión del relato historiográfico en México.2 La mirada historizante sobre la conquista tiene la función de pensar los textos; mostrar la complejidad de actos de lectura y recepción de los escritos; encontrar y apuntar claves simbólicas de lectura; trabajar sobre esos sistemas de representación que con frecuencia nos regresan al acontecimiento, a la densidad originaria de los textos.

El artículo de Guy Rozat es una contribución producto de décadas de trabajo para repensar la conquista. Él es un autor capital para la tradición de Historia y Grafía, que abrió canales interpretativos novedosos para pensar e historizar el suceso. En su contribución lanza un diagnostico muy claro: “Para un observador historiógrafo pareciera que México está enfermo de su identidad. Que su historia está enferma. El relato histórico compartido, carcomido por los desgastes del tiempo, pareciera indicar que su imaginario histórico creativo ha caducado”. En su artículo tematiza tanto las distintas vías que en el presente compiten para integrar o borrar la conquista, así como las vetas novedosas para re-pensar ese hecho fundador en la “conmemoración” de los 500 años y sus lugares para pensar ese hoyo negro en el cual seguimos atrapados.

El trabajo de Salvador Álvarez permite problematizar un mundo intelectual extraño, ajeno a nuestro horizonte moderno de representación. Su aportación, que dialoga con la geografía histórica, ofrece elementos para cuestionar la construcción historiográfica de la conquista de México desde un punto de vista geográfico: ¿En dónde se encontraba Tenochtitlan?, ¿en qué parte de la ecúmene?, ¿en los regímenes de verdad de la época? El artículo aborda los distintos imaginarios y los mundos del saber de la época de los Descubrimientos. Un mundo abierto a diversas tradiciones intelectuales en donde el autor propone situar la conquista y las gestas de Hernán Cortés, cuyo objetivo se encontraba anidado en las añejas expectativas del paso a la Mar del Sur y a las riquezas de Oriente, el primer espacio de experiencia para el Nuevo Mundo.

La propuesta de Marialba Pastor propone entender los relatos de la conquista como mutaciones escriturísticas derivadas de “un solo testigo ocular”: la pluma de Hernán Cortés. Estructuras de repetición afines a la versión oficial diseñada para el oído del rey de España, que reproducen, a partir de la retórica epidíctica, los hechos instauradores de la conquista. En esa organización del saber lo importante era magnificar sobre la tradición, lo añadido era parte de la transmisión del relato; permitía darle verosimilitud y autoridad. Se debe poner en duda el carácter de fuentes primarias de otras escrituras paralelas que, en realidad, son “fieles repetidores” que bordan su discurso a través de la experiencia originaria de Cortés.

El escrito de Norma Duran es una aproximación crítica a los conceptos base que sostienen muchas interpretaciones que se articulan para entender el siglo de la conquista. Abre una duda necesaria sobre la naturaleza a-histórica de los conceptos que se usan para pensar el mundo indígena. La deconstrucción de los conceptos de cultura y de religión le permiten tomar distancia para comprender históricamente la naturaleza de la crítica: hacer ver los puntos ciegos que llevaron a construir un discurso sobre el mundo indígena en el siglo XVI a través de la retórica y el arte de la memoria. Al historizar la observación se puede entender la naturaleza de la occidentalización en la producción de otredades, paso necesario para re-pensar la conquista espiritual de México.

La contribución que presento al expediente tiene como finalidad repensar la evangelización a través de la noción des-civilizadora. Estamos en un momento historiográfico en donde se trata de suavizar el impacto de la conquista para armonizar la temporalidad india y plantear reacomodos y transiciones casi sin ruptura hacia el mundo novohispano. Al pensar los productos culturales emanados de ese proceso des-civilizador se entiende la naturaleza de las crónicas americanas: ser una nueva memoria india para una sociedad que emergía, reconfigurando el recuerdo de la conquista en el libro XII de la Historia general de las cosas de la Nueva España, organizándolo para el mundo colonial en el marco de las retóricas de castigo para una ciudad pecadora. A casi quinientos años de la conquista de Tenochtitlan, ¿hacia dónde pensar el acontecimiento?, ¿hay que restarle importancia y movernos de ese hoyo negro?, ¿borrarlo de la memoria y hacer suaves transiciones históricas?, ¿conmemorar el martirio y destrucción de una civilización autónoma?, ¿denunciar el hecho y seguir sufriendo los efectos de esa gravedad histórica? Cada camino es una estrategia, como país, para pensar y afrontar su historia. Si hay algo que nos urge es volver a la Conquista historiográfíca, que deje de vivir como trauma-nacional en la metafísica del mexicano porque regresa como fantasma a acosarnos. Necesitamos hablar de ella en un nuevo horizonte: el de la diversidad, el de la historiografía con múltiples versiones del pasado, de espacios de experiencia plurales e incluyentes para la Nación. Repensar la conquista en aras de una sociedad libre, con múltiples identidades, con estratos de pasados diferenciados, ya no más como un efecto monolítico: hay que discutirla como texto, para poder afrontar a la distancia, los efectos y la presencia de ese acontecimiento originario.

1Michel Foucault, Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1998, p. 26.

2Un canal interpretativo quedó inaugurado con la diada de libros de Guy Rozat y Alfonso Mendiola, Indios imaginarios y Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y verdad historiográfica, respectivamente. Éstos se convirtieron en textos clásicos que, con la avalancha de artículos de Historia y Grafía nutrieron las discusiones de los años noventa con respecto a la posibilidad de hacer una nueva historiografía y que, con el paso de los años, se han convertido en una tradición intelectual.

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