SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue43"Discursive Forms": A Methodological ApproachThe Jesuit Letters. The Folds of a Genre author indexsubject indexsearch form
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.43 México Jul./Dec. 2014

 

Expediente

 

El "género" como concepto y algunas transformaciones intelectuales dentro de los estudios literarios

 

"Genre" as a concept -and some intellectual transformations within literary studies

 

Hans Ulrich Gumbrecht

 

Stanford University, Estados Unidos.

 

Artículo recibido: 27-08-2014.
Artículo aceptado: 12-11-2014.

 

Resumen

Hubo un tiempo, hace poco menos de medio siglo, en el que el concepto de género cargaba consigo la promesa de un pensamiento futuro orientado a una transformación institucional de los estudios literarios. Pero fue sólo cuando mi amiga Perla Chinchilla habló hace poco sobre el proyecto de organizar un debate acerca de "el género hoy día" cuando me di cuenta de que el tema había perdido, hace ya tiempo, el estado de gloria del que antaño había gozado en mi mundo intelectual. De inmediato este contraste me pareció interesante, sentimiento que se acrecentó cuando no pude encontrar una explicación inmediata que diera cuenta de lo que había sucedido, ni recordar algún momento de polémica abierta a la que pudiera atribuírsele el menguante interés en el concepto de género.

Palabras clave: género, discurso, interpretación, teoría, literatura.

 

Abstract

There was a time, a little less than half a century ago, in which the concept of gender was loaded with the promise of a future thinking that would be oriented towards an institutional transformation of literary studies. It was only when my friend Perla Chinchilla recently spoke on the project of organizing a panel discussion on "gender today " that I realized that the topic had lost the state of glory that it had once enjoyed in my intellectual world. I felt immediately interested in this contrast, a feeling that grew once I could not find a straightforward explanation that explained what had happened, and became even larger when I couldn't remember any instance of open polemics to which I could attribute the diminishing interest in the concept of genre.

Keywords: gender, discourse, interpretation, theory, literature.

 

Cuando se lanzó la revista francesa Poétique en 1970, ésta encontró reconocimiento casi inmediato en un amplio sector académico internacional; por ello parecía plausible -por no decir "necesario"- que uno de los siete textos que conformaron ese primer número se enfocara en la teoría de género. Cuatro años después de su discurso inaugural en la Universidad de Konstanz, cuyo tema fue "La historia literaria como provocación de los estudios literarios", y que se convertiría en el manifiesto fundante para los estudios de recepción, Hans Robert Jauss escribió sobre la teoría de género como una potencia para el desarrollo de una nueva visión sobre la literatura medieval. En nuestra retrospectiva, el ensayo de Jauss encuentra su lugar entre dos perspectivas, o quizá "paradigmas" interrelacionados, emergentes en ese entonces, y que pronto se establecerían en esta disciplina. En el entendimiento de los estudios de recepción como paradigma, el componente decisivo dentro de la fenomenología del género fue lo que Jauss, tomando prestada la noción del sociólogo Karl Mannheim, llamó horizonte de expectativa. El lector de literatura -explicaba, y nosotros complementamos: el lector de cualquier texto- encontrará una primera orientación en la memoria sedimentada de sus lecturas previas y las lecturas de otros transmitidas a él. Estas memorias son los horizontes de expectativa y, según Jauss, la calidad estética de los textos literarios dependía al parecer del grado y las condiciones en la cuales cada uno de ellos los superaba, hasta hacer necesaria su restructuración.

Que los horizontes de expectativas fueran orientaciones de lectura sería el segundo paso que, unos cuantos años después, tomó la teoría de género (visible sobre todo en el contexto académico alemán en las publicaciones del germanista Wilhelm Vosskamp). Este paso se uniría con las correspondientes orientaciones de escritura a la orden para formar el tipo de grupos de comportamiento -habituados y uno al otro complementados- que llamamos instituciones. Una vez identificados como instituciones, los géneros aparecieron sujetos a una transformación histórica de una manera no teleológica y, por tanto, individual, cuyo estatus incluía la necesidad de que estuvieran basados en orígenes históricos específicos y la posibilidad de alcanzar un final histórico. Los conceptos de parecido familiar o serie histórica de Wittgenstein se volvieron los establecidos para describir este tipo de trayectoria temporal. Así, en su versión más meticulosa, los géneros textuales como instituciones pueden ser descritos1 como "series históricas de actos de escritura y lectura, habituados y mutuamente adaptados".

Desde principios de los años setenta, esta aproximación al "género" se estableció con tanta velocidad y firmeza dentro de los estudios literarios, que se ha vuelto difícil para nosotros imaginar (y, aun, recordar) la excitación intelectual que en su momento produjo. Creo que tuvo algo que ver con el estatus de aquellas discusiones, como el parteaguas decisivo hacia una historización completa de los estudios literarios e, incluso, de la estética literaria. Hasta ese entonces, los géneros habían sido entendidos -sobre todo bajo la influencia de la lingüística estructural que había alcanzado su cenit en los sesenta- como "tipos de textos". Esto es, como conceptos que proveían un nivel de abstracción más elevado en la contemplación de la literatura o, de manera alternativa y enraizados en una visión más tradicional y más ambiciosa, como originados en modos de expresión humana "naturales" y, por tanto, metahistóricos y transculturales. En contraste, al ver los géneros como instituciones, había no sólo una multiplicidad de fenómenos y aspectos relacionados a una literatura cuya historicidad se hacía visible por primera vez,2 sino que la recién formulada perspectiva también hizo popular la pregunta por las "funciones sociales" específicas a las que atendía el texto literario en situaciones históricas específicas, así como en posibles convergencias con otras instituciones. Fue como, si de la nada, y gracias a esta nueva manera de ver el género como una institución, el texto literario -a pesar de su doble aura resultado de ser ficción y estar aislado a través de su "autonomía estética"-, se había acercado a la dimensión de la realidad al ser concebido como una "construcción social" compleja.

Por último, esta perspectiva contribuiría a provocar un nuevo nivel de complejidad en la reflexión sobre la estética de la literatura. El hecho de que los textos individuales se estaban produciendo y leyendo como parte de instituciones históricas específicas hacía más obvia que nunca la improbabilidad de que, en efecto, éstos pudieran ser entendidos, y aun disfrutados, en contextos históricos ajenos a los de su origen. Nunca antes se había mostrado con tanta claridad que aquella capacidad y afirmación de los textos "clásicos" o "eminentes" de poder llegar a lectores en situaciones distintas y hablarles con un "efecto de inmediatez"3 permanente, era paradójica en sí.

De la misma manera, el empuje dentro de la tradición de los estudios literarios hacia la historización nunca había sido tan fuerte y compleja como lo fue en los años setenta y ochenta, y nunca más lo sería después; no es coincidencia, además, que en dicha época el trabajo de Michel Foucault tuvo su más fuerte impacto. En la obvia convergencia con la noción central de discurso propia del trabajo de Foucault, el recién desarrollado concepto de "género como institución" fue clave para un movimiento de innovación intelectual. Como potencia intelectual y como el punto de apertura para varios niveles de trabajo conjunto entre departamentos de Estudios Literarios y de Historia, esta potencia se ha preservado y ha quedado disponible desde entonces (sobre todo en el nivel de la reconstrucción de estructuras pasadas de conocimiento cotidiano inherente a la idea del género como institución).

*

Fue también en aquellos años cuando, en el emblemático libro Metahistoria de Hayden White, publicado en 1973, un concepto de género historizado con mucho menos intensidad contribuyó a la idea, después etiquetada como "neohistoricista" y que inspiró la fundación de revistas como Historia y Grafía, de que cada situación del pasado permitía una variedad de reconstrucciones diferentes (con rigor: una infinidad de reconstrucciones diferentes) de acuerdo con las diversas tradiciones de género (tragedia, comedia, etc.) desde las cuales dicho pasado sería reconstruido y hecho presente. Sin embargo, ésta fue una discusión que afectó sobre todo a la historia entendida como disciplina académica, y que sólo tuvo un impacto secundario sobre los estudios literarios donde, al igual que en los departamentos de Historia, comenzaron debates sobre las diferentes formas y géneros de la escritura de la historia literaria (mi libro, Eine Geschichte de spanischen Literatur, publicado en 1991, pertenece a este movimiento). Además de abrir un espacio para las discusiones de nuestra propia escritura desde el ángulo del género, un grado mucho más intenso de historización de género ha continuado como el estándar intelectual dentro de la historia literaria.

Sin embargo, dentro del contexto académico de Estados Unidos, las décadas de los ochenta y noventa fueron un tiempo en el cual el movimiento intelectual más fuerte dentro de los estudios literarios se alejaba de nuevo del concepto de género y de la intensa actividad de historización que éste había llevado a cabo. Me refiero, por supuesto, al momento ahora extrañamente intenso -y cronológicamente circunscrito- en el que el impulso principal dentro de los estudios literarios -si no es que dentro de las humanidades en general- surgió del trabajo de Jacques Derrida y del movimiento que éste generó bajo el nombre de "deconstrucción". Sugiero entender la deconstrucción de una manera muy abstracta y completa (esto es: con deliberación no-deconstructiva), como un ejercicio en hermenéutica existencial individualista que reiteraría, una y otra vez, los pasos hacia la doble experiencia en la que, por principio, la creencia en una posibilidad humana de alcanzar una "realidad" por fuera del lenguaje era una peligrosa ilusión y, segundo, en la que todas las instituciones, bases epistemológicas y afirmaciones de realidad hechas dentro de nuestros mundos construidos a partir del lenguaje, podían ser cuestionadas y transformadas de manera individual (esto es, deconstruidas).

Ahora, a diferencia de la novedosa investigación de género en los estudios literarios, y de un neohistoricismo en el que el aspecto de la constructibilidad social se enfatizaba con orgullo como una conquista intelectual, la deconstrucción cultivó una actitud ante todo melancólica vis-a-vis dichas perspectivas filosóficas: se suponía que no existía ningún camino ni trayectoria por medio de los cuales uno pudiera tener la más mínima esperanza de trascender (o de salir de) el mundo construido lingüísticamente. Esto no significó que la añoranza por una perspectiva más potente (metafísica) de las cosas haya dejado de existir en algún momento; pero sí que, como instituciones y por lo tanto realidades "construidas", las dimensiones como lo eran "Historia" y "Género" gozaban de poca estima en el mundo de la deconstrucción (todavía recuerdo con nitidez a algunos amigos de la deconstrucción que dieron a la ausencia de textos narrativos en la obra de Derrida el estado de un principio de reserva filosófica en contra de la historia y la historización: "pero, Jacques nunca nos dijo ninguna narrativa"). Con mucho de este espíritu, el ensayo de Derrida "La ley del género", publicado en 1980, trató de socavar con ironía las afirmaciones de realidad inherentes al concepto de género, al contraponer la tendencia del "género" a enfatizar distinciones ante la pulsión del "género" [gender] a fundirse (por supuesto, el juego de palabras que Derrida utilizaba pierde mucho de su encanto en la traducción).

***

Lo que me fascina hoy (al escribir estas líneas a principios de marzo 2014) de la deconstrucción como fenómeno histórico (i. e. desde la misma perspectiva de historización que el movimiento en sí trataba de resistir) es la velocidad con la que perdió tanto su aura como su fuerza singular como movimiento intelectual. La afirmación de que, como humanos, nunca dispondremos de ningún estrato de realidad objetiva, ya no es un mensaje nuevo, siquiera emocionante, que provoque consecuencias existenciales. La insistencia en una constructibilidad del mundo disponible a nosotros se ha vuelto asimismo banal. Por último, en mi trabajo más reciente he estado tratando de discutir que la historización, también, es un ejercicio intelectual cuya dependencia en cierta "cronotopía" (i. e., construcción social del tiempo) específica, llamada "historicismo", se nos ha vuelto más transparente ahora que un diferente tipo de cronotopía (que yo llamo la cronotopía del "presente amplio") se ha establecido lado a lado con la cronotopía historicista tradicional, en nuestra cotidianidad. En esta situación de yuxtaposición epistemológica, la historia literaria no sólo continúa sobreviviendo dentro de la cronotopía historicista remanente y como una subdisciplina basada en su mayoría en el trabajo género-histórico, sino que goza también de un éxito revitalizado gracias a nuevas preguntas y proyectos que ahora pueden abarcarse con las herramientas de investigación electrónicas disponibles (visible de manera notoria en el trabajo de mi colega en Stanford, Franco Moretti).

Pero no creo que la Historia, entendida como un estrato de continuidad de la investigación y la epistemología, esté en el centro del movimiento intelectual de los estudios literarios hoy día. Si la nueva cronotopía del "presente amplio" parece haber borrado, o por lo menos mitigado, el efecto de "ajenación" historicista que hacía tan precario e improbable nuestro acceso a la literatura del pasado, existe una tendencia en los estudios literarios contemporáneos, en especial entre los colegas más brillantes de las generaciones más jóvenes, de entablar una relación existencial, más que histórica, con los textos individuales del pasado (este movimiento puede convergir con la nueva inclinación entre candidatos doctorales de los departamentos de inglés en las universidades estadounidenses de preferir programas de redacción creativa por encima de programas de crítica literaria). Como ejemplo, me refiero a sólo una figura precursora de este movimiento que es parte de mi generación: como uno de los grandes conocedores de Dante en nuestro tiempo, mi amigo Robert P Harrison invierte con frecuencia -y sin apología- la complejidad de su conocimiento y sofisticación histórica para abrir posibilidades de lectura mediante las cuales el trabajo de Dante pueda hablar "directamente" a las cuestiones sistemáticas de hoy día, sobre todo cuestiones que tienen que ver con la situación y la problemática de la vida individual a principios del siglo XXI.

En esta dinámica intelectual que se fusiona con la gran tradición occidental de leer filosofía sin intentar reemplazarla, ha tomado vida un aspecto de género que con dificultad podría ser más diferente al tono intelectual que caracterizó la concentración en torno a la historicidad del género alrededor de 1970. En la búsqueda de formas discursivas que les permitieran abordar textos de la tradición literaria y liberar el potencial de provocación existencial inherente a ellos, algunos críticos literarios acaban de descubrir la tradición del "ensayo" como una orientación e inspiración en su propia escritura. Comenzando con Montaigne por supuesto, existe una variedad maravillosa de autores con quien puede uno relacionarse al colocarlos como modelos de este espíritu. Pero el más improbable de los redescubrimientos es quizá, por lo menos desde la perspectiva de los setenta donde esta breve reflexión encuentra su punto de partida, es una colección de ensayos publicados en 1910 por un Georg Lukács (muy) premarxista bajo el título El alma y las formas. En ellos, Lukács intentó identificar una forma textual que les permitiera a él y a sus amigos escribir y pensar en una creciente proximidad a los textos literarios, y así liberar su potencia existencial, y él descubrió el ensayo como un género que "empieza con la vida" y "regresa a la vida". Si bien es obvio que la inspiración principal en esta empresa provino del romanticismo temprano (sobre todo germánico) como un contexto histórico específico, parece atribuirle un estado metahistórico al ensayo como forma y al gesto intelectual que éste representa y posibilita.

Como lo he dicho antes, con dificultad podemos imaginar una distancia más grande que la que existe entre esta actitud a la vez reciente y antigua hacia el texto literario y el empuje "radical" hacia la historización de los estudios literarios motivada por el enfoque sobre "género" que se dio a principio de los setenta. Pero tal distancia mutua no prohíbe el que los resultados de investigaciones "radicalmente históricas" sean de interés para las lecturas más existencialistas de nuestro presente.

Traducción de William Brinkman-Clark

 

Notas

1 "Descritos" y no "definidos", siguiendo la propuesta, propia de la filosofía analítica, que limita el uso del verbo "definir" a los fenómenos de duración metahistórica.

2 Aquellos fueron los años, por ejemplo, en los que el ensayo de Michel Foucault sobre la historicidad del autor encontró reconocimiento amplio.

3 En palabras de Hans Georg Gadamer, "unmittelbare Sagkraft der eminenten Texte".

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License