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Secuencia

On-line version ISSN 2395-8464Print version ISSN 0186-0348

Secuencia  n.76 México Jan./Apr. 2010

 

Reseñas

 

Danna Levin y Federico Navarrete (coords.), Indios, mestizos y españoles. Interculturalidad e historiografía en la Nueva España

 

Rogelio Jiménez Marce*

 

UAM-Azcapotzalco/IIH-UNAM, México, 2007, 288 pp. (Colección Humanidades, serie Estudios, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades).

 

* Instituto de Ecología.

 

No existe duda de que la historiografía es una de las ramas de la historia que mayor desarrollo ha tenido en los últimos años, debido, en buena medida, a su capacidad para incorporar las herramientas de análisis empleadas por otras disciplinas humanas (las ciencias del lenguaje, la filosofía o la antropología), lo que ha traído como consecuencia que los estudios historiográficos tengan mayor profundidad y que se establezca un mayor intercambio entre las distintas comunidades académicas. Con el argumento anterior, se debe celebrar la aparición del libro colectivo intitulado Indios, mestizos y españoles, pues, como lo mencionan Danna Levin y Federico Navarrete (coordinadores de la obra), su objetivo es presentar nuevas perspectivas de estudio de la historiografía novohispana de tradición indígena. Levin y Navarrete apuntan que en ninguna otra región de América se produjeron tantas obras históricas y de gran riqueza informativa, lo cual se explica por el hecho de que los indígenas tenían una importante tradición de producción de textos con contenidos históricos y a que los españoles fomentaron la producción historiográfica de los indígenas pues estaban interesados en conocer sus "antigüedades", situación que generó, en última instancia, un diálogo intercultural entre nativos y españoles. La intención de los autores reunidos en este libro es explorar la compleja dinámica de imposiciones, intercambios y diálogos entre las dos culturas. Aunque el libro no plantea una división temática, se pueden identificar que los dos primeros textos, los de Danna Levin y Yukitaka Inoue, plantean una discusión teórica acerca de la forma en la que se debe clasificar las fuentes documentales e historiográficas del pasado colonial hispanoamericano.

Un segundo bloque estaría conformado por los trabajos que aplican el enfoque intercultural al estudio particular de algunos autores (Federico Navarrete y Berenice Alcántara) y un tercer grupo está conformado por los que analizan la escritura pictoglífica (Gordon Brotherson, Eduardo Natalito Santos y Diana Magaloni). Aunque el trabajo de Ethelia Ruiz Medrano no encaja en este conjunto de artículos, resulta interesante porque muestra de qué manera se le daban "malos usos" a los documentos de tradición indígena. Uno de los puntos más relevantes del libro colectivo es la discusión planteada por Levin e Inoue sobre la clasificación de las fuentes coloniales. Levin considera que se debe abandonar la "taxonomía binaria y artificial" que se ha aplicado a la historiografía novohispana de tradición colonial, pues esta ha reproducido el discurso colonialista que divide el mundo en dos bloques (lo indígena/lo español; el conquistador/el conquistado), situación que ha propiciado que se distingan a las fuentes de tradición indígena de las españolas. Levin indica que las formas de registro, los conceptos básicos, las estrategias narrativas y las preferencias temáticas variaban de acuerdo con los propósitos y raíces culturales de los autores, por lo que no se debía tomar en cuenta el origen étnico de los autores, sino los espacios sociales y los ámbitos discursivos en que se inscribe su producción, pues de esa manera se podía percibir la compleja relación epistemológica que se estableció entre los conquistadores y los conquistados. La autora menciona que la comparación de las fuentes indígenas y españolas permite entender los procesos de préstamo cultural e hibridación que se dieron en la primera etapa de la historia novohispana, pues los hispanos tuvieron la capacidad de percibir la realidad indígena lo que ocasionó que se transformara su forma de entender.

De acuerdo con el anterior argumento, Levin advierte que no se puede sostener que la penetración española estuviera determinada por el imaginario medieval, pues, como lo muestra en su trabajo, algunos de los conquistadores aceptaron la autoridad de las voces indígenas y llegaron a intuir los principios político-simbólicos que organizaban la vida de los pueblos mesoamericanos. Para concluir, la autora menciona que se generan tres problemáticas cuando se parte del supuesto de que en los encuentros culturales predomina la unilateralidad: se cae en el anacronismo, se excluye la posibilidad de entender los procesos de interacción social y se concibe a los dominados como objetos carentes de la capacidad de ejercer influencia en los dominantes. A diferencia de Levin, Inoue identifica tres criterios bajo los que se han dividido las "crónicas indígenas": los que enfatizan las razones geográfico-étnicas para explicar sus divergencias; los que identifican lo "indígena" con lo "prehispánico" y que consideran que la presencia de elementos culturales españoles constituye una incursión destructiva de las antiguas normas indígenas; y los que proponen el concepto de "crónicas mestizas" que busca trascender las polarizaciones y se enfatiza la occidentalización de los autores, pero que tiene el problema de establecer una división entre escritores indígenas y mestizos basada en criterios biológicos, división que no se puede sustentar debido a que la identidad étnica no era única sino plural y variable. Inoue considera que como los indígenas y los mestizos utilizaban las ideas occidentales con el fin de alcanzar objetos específicos, lo más apropiado sería hablar de "discurso transcultural" en vez de "crónica mestiza", idea propuesta por Salvador Velasco y que permite apreciar las circunstancias históricas en que cada uno de los cronistas escribió su obra.

A lo anterior se debe agregar el hecho de que las obras de los autores españoles e indígenas no se pueden separar, debido a que no sólo compartían las fuentes de información, sino que también transcribían los datos contenidos en sus obras, es decir, las obras indígenas, españolas o mestizas no existían de manera aislada sino que se interrelacionaban entre ellas. Dado lo anterior, Inoue concluye que la historiografía novohispana debe tener una perspectiva incluyente y no considerar a cada uno de los autores de manera aislada. Por su parte, Federico Navarrete plantea que los autores indígenas establecieron un doble diálogo cultural, tanto con los otros grupos nativos como con los españoles, en el que se desarrollaron complejas estrategias discursivas. Como las obras históricas coloniales tenían un carácter "estratégico", es decir, se buscaba una merced específica, participar en un proceso judicial particular o ser leída por un grupo de lectores determinados, las soluciones adoptadas dependían de la relación que se mantenía con su propia tradición y a su conocimiento de la tradición occidental. A fin de entender las estrategias de "traducción cultural", Navarrete analiza los textos de Chimalpain y de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. En el primero se aprecia una polifonía que suma y yuxtapone las tradiciones históricas sin que la voz del autor las subordine, mientras que en el segundo se despliega una historia monológica que integra las tradiciones en un discurso unitario cuya veracidad es resultado de la función autoral; esto es, Chimalpain se adscribía a la tradición histórica indígena que asumía que la verdad del relato era resultado de su carácter colectivo y transgeneracional, en tanto que Ixtlilxóchitl asumió el modelo europeo que enfatizaba la voz autoral como productora de verdad. Esta diferencia provocó que los escritos del segundo tuvieran mayor éxito que los del primero.

Considero que uno de los grandes aciertos del libro es la manera en la que se busca hacer complementarios los estudios, situación que se puede apreciar con los textos de Navarrete y Berenice Alcántara, pues el primero retoma algunos textos indígenas para enfatizar el diálogo cultural mientras que la segunda plantea que en la Historia general o universal de las cosas de la Nueva España, de Bernardino de Sahagún, se puede apreciar el complejo proceso de interacción y negociación que existió entre el fraile y los nahuas. Con la intención primordial de salvar a los indígenas, Sahagún estableció cuatro estrategias: educar al "otro", indagar sobre el "otro", escribir sobre el "otro" y la escritura para el "otro". Al emprender su tarea Sahagún se enfrentó con una paradoja pues aunque su intención era contribuir a la desaparición de la "antigua costumbre", también se percibe su deseo de conservar lo más que se pudiera de ese pasado. La decisión del religioso de involucrar a los nahuas en su proyecto evangelizador ocasionó que en su obra se aprecie una amalgama de discursos de distintos orígenes, pues todo lo que averiguó del pasado y presente indígena pasó por los oídos, ojos y manos de sus ayudantes y lo que él compuso para difundir el mensaje cristiano fue traducido, o revisado, por ellos. Como la obra de Sahagún tenía el objetivo de ayudar a propagar el catolicismo entre los indígenas, se observa una intensa interrelación entre dos o más voces que disputan el sentido, es decir, la "voz nativa" no fue silenciada sino que se percibe en la fuente, situación que provocó una nahuatlización del cristianismo. Alcántara concluye que los letrados nahuas no estuvieron a la sombra del religioso sino que tuvieron ciertos márgenes para utilizar su legado tradicional, lo que les permitió recuperar la "costumbre" de sus abuelos, reafirmar su etnicidad, hacer reclamos políticos y practicar el cristianismo.

Otro de los aportes centrales del libro es el debate que se realiza sobre la importancia de la escritura pictoglífica. Así, Gordon Brotherson plantea que a los códices sólo se les ha reconocido el valor histórico de algunos de sus contenidos, pero en raras ocasiones se les concede la categoría de historia propiamente dicha, pues se piensa que el pensamiento indígena era cíclico y de carácter mítico. La discusión sobre las cualidades historiográficas de los códices se ha enriquecido al incorporar nociones de la crítica literaria (forma y género de los textos) y al entender sus determinaciones culturales. Estudiar los códices a partir de evidencias locales permite tener una idea más apropiada del tiempo y espacio que estos emplean, los horizontes que definen y su articulación cronológica. Aunque no se ha dudado del carácter narrativo de los textos, sí se ha considerado que ciertos pasajes, como la migración, no son historia sino ficción, pero lo que no se ha observado es que las variaciones de detalle y el énfasis temático confirman la preexistencia de una historia compartida por todos. El autor considera que uno de los principales problemas de la historiografía moderna es que no se reconoce la filiación cultural común que tienen los textos que provienen de distintas áreas de Mesoamérica. Bajo esta misma línea de pensamiento, Eduardo Natalino Santos afirma que una característica de los pueblos mesoamericanos fue la utilización de escrituras pictoglíficas, pero estas no han sido analizadas con propiedad debido a que se han partido de cuatro presuposiciones teóricas inadecuadas: la creencia de que el sistema pictoglífico es una escritura, la aplicación de criterios occidentales en su valoración estética, la convicción de que las imágenes tienen sentidos universales o inmanentes y la perpetuación de ideas provenientes del siglo XVI.

A partir del estudio que el calendario tenía en los códices, tanto indígenas como coloniales, y en las obras de los cronistas religiosos, el autor busca mostrar que este constituía una base gnoseológica activa sobre la que se organizaban las acciones de los dioses y de los hombres. Natalito considera que los usos estructurales de los ciclos calendáricos en los textos alfabéticos comprueban su estrecha relación con los escritos pictoglíficos tradicionales y con formas mentales típicas del pensamiento nahua para organizar el pasado, por lo que es inadecuado presuponer que los códices coloniales son más cercanos a las tradiciones de pensamiento y escritura prehispánica que los textos alfabéticos de origen nativo. La fecha de producción de los manuscritos coloniales, alfabéticos o pictoglíficos, no determina la función del sistema calendárico. Los frailes no incluyeron en sus historias la cuenta de los años y las fechas de las cuentas de los días, elementos que daban a los relatos una cronología interna precisa que establecía una distancia diacrónica entre pasado y presente. Para los nahuas y mesoamericanos en general, narrar el origen del mundo o del hombre era parte de una acción que comprendía localizar el suceso en un sistema con marcaciones sincrónicas y diacrónicas. La doble dimensión del calendario nahua y mesoamericano, diacronia y sincronía, se encuentra presente en algunos textos alfabéticos nahuas que tratan de la cosmogonía. La constante preocupación por fechar es un acto revelador de la forma en que los nahuas y otras culturas mesoamericanas concebían su pasado, por lo que se debe tomar en cuenta la función gnoseológica del sistema calendárico cuando se caractericen sus narrativas cosmogónicas o históricas, sus deidades y su pensamiento.

Con las herramientas de la estética, Diana Magaloni muestra que la Historia de la conquista de México constituye uno de los documentos históricos indígenas más complejos de la visión indígena, en específico de la tlatelolca, sobre la guerra de conquista. A partir del análisis del frontispicio de la Historia, la autora muestra que en las imágenes se puede apreciar la confluencia de elementos indígenas con cánones europeos. En el imaginario indígena, las pinturas tenían doble función: registros y precedentes que explican el presente. Al registrar el acontecer en imágenes, los pintores siguen la tradición de inscribir en el libro del tiempo aquello que representa lo sucedido con base en el conocimiento establecido en otras imágenes precedentes, mismas que representan hechos ya conceptualizados que muestran lo sucedido en relación con sus causas cósmicas o divinas. Aunque el frontispicio no muestra a primera vista ninguna característica formal o iconográfica que la identifique con la tradición pictográfica mexicana, su estructura y función es similar a la representación de la fundación de México-Tenochtitlan en el Códice Mendoza. Magaloni menciona que la composición del frontispicio muestra la voluntad artística de ver hacia el futuro, por lo que no hay signos de nostalgia del pasado; pese a lo anterior, los tlacuiloque nahuas fueron fieles a su propia manera de concebir la historia y su registro en imágenes, de tal modo que le dieron raíces profundas a la nueva tradición de pintar y escribir. Como he mencionado antes, el único trabajo que no responde al objetivo primario del texto es el de Ethelia Ruiz Medrano, quien analiza la forma en que un par de españoles asentados en Tlaxcala utilizaron títulos primordiales falsos para tratar de legitimar u obtener determinados derechos.

Los títulos primordiales demostraban el esfuerzo de los pueblos para conservar sus tierras, pero se ha detectado la existencia de un gran número de títulos falsos, situación que, de acuerdo con la autora, supone un amplio mercado para esta clase de documentos en el siglo XVIII. Lo interesante de estos escritos es que eran utilizados tanto por indígenas como por españoles, unos para narrar las historias de origen de sus pueblos y describir los derechos antiguos o "inmemoriales" sobre sus tierras, mientras que los otros trataban de establecer una relación entre sus tierras compradas y los indígenas como dueños originales. Para finalizar, y como los coordinadores de la obra lo apuntan, la mayoría de los estudios reunidos en el libro evidencian tres aspectos de la producción historiográfica colonial: su dinámica porque las tradiciones históricas cambian y se adaptan en el tiempo; su carácter dialógico porque una obra es resultado de una interacción particular en un momento específico; y su interculturalidad porque los textos son resultado de la interacción entre distintas tradiciones. Por lo antes expuesto, no me queda la menor duda de que esta obra colectiva se convertirá no sólo en un referente obligado para todos aquellos que se acerquen a la historiografía colonial, sino también en una invitación para seguir explorando esa historiografía con nuevos ojos y con el apoyo de nuevas herramientas teóricas.

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