Como parte de las investigaciones que desde hace ya algunos años se han conducido en el suroeste de registros de suma importancia para conocer el pasado de esta región, los cuales van desde pequeños restos Puebla por parte del Proyecto Geografía histórica de la Mixteca Baja, del cual soy colaborador,1 se han realizado registros de suma importancia para conocer el pasado de esta región, los cuales van desde pequeños restos cerámicos del periodo Preclásico hasta claros restos de ocupación de sitios del Posclásico, referidos incluso en documentación novohispana, así como la transición entre la época prehispánica y la novohispana, los procesos de Independencia y, muy destacadamente, lo acaecido durante la Revolución, hasta los eventos sucedidos en la época contemporánea (Rodríguez y Rosas, s. f. a y b; en prensa a, b y c; Rosas y Rodríguez, 2016).2
Todos los elementos hallados, tanto cada uno de ellos como en su conjunto, son reflejo de la situación política y social en determinada época. Tal es el caso que presentaremos a continuación: un marcador de juego de pelota prehispánico cuyo análisis iconográfico servirá de marco para proponer las relaciones existentes entre la región del suroeste de Puebla y la capital mexica para el periodo Posclásico y durante la Colonia temprana.
En el presente artículo se expondrá, primero, un panorama geográfico e histórico sobre el suroeste de Puebla, una región de la que muy poco se conoce aún pero que posee una importante riqueza histórica. Posteriormente, se dará paso a una descripción del objeto del presente estudio: un aro de juego de pelota o marcador, de su contexto actual y de su composición plástica. Enseguida, se expondrá el porqué este monolito forma parte de un culto al sol, para después explicar la importancia del hallazgo en esta región y, finalmente, se presentarán algunas de las conclusiones y de los retos que quedan en el estudio de esta región, así como la relación con sus vecinos y con los sucesos del Centro de México durante el Posclásico.
El suroeste de Puebla
Delimitado por lo que durante la Colonia fue el corregimiento de Chiautla de la Sal (hoy Chiautla de Tapia), el suroeste de Puebla es una región por descubrir dentro del campo de las ciencias sociales. De vital importancia para la minería durante casi tres siglos, se engrana con los aconteceres del actual sur de Morelos y el noreste de Guerrero, división estatal contemporánea que no ha bloqueado la interrelación de los pueblos, como lo demuestran las ferias itinerantes que recorren desde Olinalá, en Guerrero, hasta Huehuetlán el Chico, Puebla, colindante este pueblo con Axochiapan, Morelos (figura 1).
Como ya se ha hecho mención, desde hace algunos años se ha trabajado en el registro histórico de la región (Rosas y Rodríguez 2016). Para propósitos de este trabajo, se desea destacar aquí de lo hallado hasta ahora, respecto a la ocupación prehispánica, algunos ejemplares de monolitos con escritura del periodo Clásico que, por el formato, la composición y los signos inscritos, se asocian más a los desarrollos estilísticos y posiblemente culturales del noroeste de Oaxaca, el así llamado “estilo ñuiñe” (Rodríguez 1996; 2016). Este “estilo” arqueológico, cuyo ejemplo más notable son precisamente dichas inscripciones, ha sido por demás problemático debido a la asociación a varios posibles idiomas y, con ello, a diferentes grupos culturales del periodo Clásico, todo ello debido a la dispersa distribución de los ejemplares en sitios donde, ya durante la Colonia, se reportan hablantes de mixteco o tu’un savi, popoloca o nguiwa, chocho o ngigua, o como en este caso, náhuatl (Rodríguez 2001; cf. INALI, 2010).
En efecto, en las fuentes coloniales sobre la región, se menciona a la cabecera y provincia de Chiautla de la Sal, que comprendía a las poblaciones de Tzicatlán, Huehuetlán el Chico, Santa María y Santa Mónica Cohetzala, Ixcamilpa, Xicotlan, Tulcingo, Cotlán [Ocotlán], Acatepilcayan, Nahuituxco y Tzinteocalan (ENE 1940; cf. Gerhard 1986: 110-112; Rivas y Lechuga 1990), y que en todas ellas se hablaba náhuatl. Además, en éstas y en otras más también cercanas, según la Relación de los obispados (Obispados 1904: 109-115 y passim), había visitas evangelizadoras por frailes agustinos que dominaban el idioma mexicano. También es notorio el frecuente contacto de esta región con Izúcar y con toda la Coatlalpan, al oriente de Chiautla, bajo una ruta que muy probablemente se mantuvo desde la época prehispánica (Paredes 1991; Gerhard 1986: 164-168). Y aunque aún no es del todo comprobado, debido a que desde Piaztla, Puebla, hasta el norte del actual estado de Guerrero, hay referencias de la existencia de un idioma mexicano “corrupto”, “que es de la provincia de Totola”, no hay duda que en esta región se hablara también un tipo de náhuatl, además del coixca o cohuixca (Rosas y Rodríguez 2016: 182; RG-Acatlán 1985: 57; Carrasco 1996: 414-419; cf. Tavárez 2012).
En cuanto a la evidencia etnohistórica, el corpus de códices, mapas y documentación local del suroeste poblano hasta ahora conocido (vid. Rodríguez y Rosas en prensa c; Meade 1989; Tanck 2005), se relacionan en estilo, narrativas e historias compartidas con los de la región de la Montaña de Guerrero, como el Códice de Petlacala y otros similares (Oettinger y Horcasitas 1982; Dehouve 1995; Jiménez y Villela 1998), destacando la narrativa de que son pueblos que provienen de Xochimilco y se asientan en cada población que pasan por algún determinado tiempo, en busca del águila que les indicaría dónde se iba a fundar México.3 Todo ello se suma a la riqueza de documentación alfabética en lengua náhuatl en archivos federales y locales que aún falta ser estudiada, pero que nos muestran la dinámica regional del suroeste poblano en interacción con las regiones vecinas y, como se expondrá a continuación, con la Cuenca de México (Rosas y Rodríguez 2016; Rodríguez y Rosas en prensa c).
El aro de juego de pelota de San Pedro Ocotlán, OCO.1
En los arcos de la presidencia auxiliar de San Pedro Ocotlán, del municipio de Chila de la Sal, Puebla, en un pequeño pedestal que asemeja a una pirámide, recientemente se re-empotró un monolito circular de gran formato con grabados en sus costados, mismo que anteriormente se hallaba al centro de la plaza en otra peaña similar. En su nuevo sitio, está acompañado de oficio del Centro INAH Puebla con fecha del 22 de junio de 2016, firmado por el antropólogo José Francisco Ortíz Pedraza, delegado del Centro INAH Puebla, y con visto bueno del arqueólogo Eduardo Merlo Juárez, como respuesta a una solicitud de la población sobre su inquietud relativa a la importancia de la pieza; en él se explica el objeto, su función y se da tanto una breve intepretación de la iconografía solar, como una suposición de la fecha de elaboración en 1350 o 1361, en las incursiones de Motecuzoma Ilhuicamina. Empero, por lo que se deja ver, no hicieron el registro en físico y solo indican que programarían una visita posterior para ello.
Según las indagaciones que realizamos entre la población, principalmente con la gente de mayor edad, ellos recuerdan que dicha piedra se encontraba “arrumbada” en el “estribo” de la iglesia, es decir, en un arco adosado junto al campanario que da sostén a la construcción. Se desconoce por ahora la existencia de sitios cercanos a la población de donde se pudo haber traído, y por ende donde se ubicaría el tlachtli, aunque no descartamos que proceda del mismo centro de ésta.
El monolito consiste en un aro o anillo que tiene una base a manera de espiga, lo que hace suponer que se trata de un marcador de juego de pelota, con la característica de poseer una representación solar (figuras 2 y 3). Ejemplos como éste son relativamente pocos en la escultura posclásica, pues confluyen en él, por un lado, esta representación solar, como adelante expondremos, y por el otro, la forma de marcador de juego de pelota, tlachtemalacatl, lo cual expone diversas interrogantes al respecto, aunque sí existen ejemplos fuera de la Cuenca de México, como el reportado en Tepeaca por Rickards (1910: 145 y láms. subsecuentes; Krickeberg 1966: fig. 37a),4 el del Museo Regional de Puebla5 y otros más en el Museo Nacional de Antropología (MNA), estos últimos sin un contexto claro de procedencia (en Matos y López 2012: 142-144; cf. Taladoire 2019: 59, 62-65).
El aro que aquí se cataloga como OCO.16 está elaborado sobre una piedra basáltica rojiza, la cual aparentemente se hallaría en las cercanías de la población pues, a decir de los pobladores, en el paraje Loma Larga, próximo al Cerro Olintzin [Olinsin], se halla un yacimiento de ese tipo de piedra.7 Su diámetro es de 106 cm, con la perforación central entre los 40 y 65 cm (es decir, la perforación central tendría 25 cm),8 tiene un espesor de 16 cm, y la espiga tiene una forma irregular de 17 cm en su parte más ancha; cabe señalar que el monolito ha estado empotrado, por lo que no se tiene una medida exacta de lo alto de su espiga, aunque por indicios como el espacio de la primera base de donde se extrajo, podemos suponer que no serán más de 40 cm.
De hecho, el primer lugar donde se hizo el registro en 2016 fue en la explanada de la presidencia auxiliar, donde fungía como soporte de los amarres de lazos cuando se hacía el mercado o tianguis local, lo cual generó en él un gran deterioro, en tanto que en fechas recientes fue trasladado a la presidencia auxiliar donde se espera mejore su estado de conservación, además que ya fue registrado por el Centro INAH Puebla (figura 4).9
En cuanto a su iconografía, ésta consiste de los elementos solares. En su composición hay, del interior al exterior, primero un conjunto de 13 a 16 círculos pequeños,10 le siguen un par de bandas que separan los siguientes elementos que conforman un complejo de otra serie de círculos que alternan con la figura triangular con remates inferiores que se separan, en forma de A; entre estos círculos, distribuidos en la circunferencia, hay un par de bandas horizontales de las que brota un remate semi-oval; esta franja se sobrepone a un fondo que es una banda de círculos entre dos líneas, lo que da la idea de ser una banda única, y por encima de ésta se colocó una parte del triángulo en forma de A, que podría ser continuación de la franja anterior. Por encima de estos elementos hay otros círculos cuyo diámetro es mayor que los anteriores, en proporción, y en los costados les acompañan -con una considerable separación- un par de círculos dispuestos uno encima de otro dentro de un rectángulo vertical; finalmente, la última franja es de al menos 28 círculos semejantes a los dos antes descritos, pero ahora más gruesos (figura 5).
El significado que encierra esta representación, de acuerdo a los elementos que la conforman, alude a un tipo de culto al sol. Pero vayamos paso a paso: los círculos son los elementos más abundantes y de ellos hay tres tamaños, distribuidos en bandas que rodean el aro, los cuales recurrentemente se han identificado como chalchihuitl, o chalchihuites, piedras preciosas entre los antiguos nahuas, sin ahondar más en la explicación detallada de cómo se conforma el signo; sin embargo, Thouvenot (s/f) propone que los círculos únicamente representarían el resplandor emitido por dichas piedras, ya que éstos forman parte de un conjunto iconográfico más amplio que incluye, por ejemplo, los círculos representados en los ríos, que harían referencia a su brillo frente a la luz, o bien el brillo de las estrellas que estaría indicado por círculos a manera de ojos cuando se expresa un cielo nocturno. Una afirmación similar es la que ya había proporcionado Krickeberg (1966: 267-268) (figura 6).
Por otra parte, es bien conocido el signo tipo A como identificador de los rayos solares, muy similar a la representación del signo de año mixteco (Caso 1928: 50; 1965; Smith 1973: 22-23), los cuales en OCO.1 se intercalan en un total de 8 rayos junto con el elemento que denominamos flecha, conformado éste por un círculo que sería la base de la caña -posiblemente usado así solo por la estética del conjunto- y una banda doble rematada por el par de semi-óvalos que identificarían a las plumas que decoran la parte superior de la caña, como cuando en los códices se representa el glifo nominal de Acamapichtli, entre otros muchos ejemplos.
El culto al sol
¿Qué relación existe entre el juego de pelota y el sol? Como antes se hizo mención, son relativamente pocos los ejemplares de marcadores de juego de pelota cuya iconografía aluda al sol. Sin embargo, en otros varios monumentos sí se hallan los elementos iconográficos que nos remiten a este astro. Tal es el caso de la conocida “Piedra del sol” o “Calendario azteca”, en el cual se representa la figura del astro junto con los signos del tonalpohualli y con la representación de las eras precedentes a la actual, según el pensamiento nahua; o bien la “Piedra de Tizoc”, en cuya parte superior tiene representados los rayos solares, las flechas y los chalchihuitl, y que a decir de Matos y Solís (2004; cf. Matos y López 2012: 254 y ss.) sirvió de temalacatl, piedra gladiatoria sacrificial -usada más como parafernalia del sacrificio-, o bien de piedra de sacrificios, en cuyo depósito central se derramaba la sangre de los ofrendados. Empero, a diferencia del ejemplar que se discute aquí, los precedentes ejemplos fueron creados ex-profeso como parte del culto al sol, el primero porque en sí es la representación de Tonatiuh, el sol -aún con toda la complejidad que guarda este monolito-, y la segunda por el sacrificio implícito, el cual era el alimento para que Tonatiuh renaciera y no se quedara inmóvil este astro diurno. En el caso de OCO.1, ¿qué relación tiene con el sol?
Para empezar, habrá que afirmar que, por su forma y tamaño, el monolito OCO.1 corresponde a un aro de juego de pelota, principalmente porque los ejemplos solares de malacates con los que se podría confundir por el aro o abertura central carecen de la espiga del ejemplar aquí analizado. Ahora bien, a decir de Krickeberg (1966) el juego de pelota se relaciona con el cielo, llegando a ser un reflejo de éste; sin embargo, él propone que el tlachtli o el campo del juego representa la parte nocturna, por lo que se asociaría más bien el tránsito de los astros nocturnos, principalmente las estrellas, en tanto que el reflejo diurno sería solo en un segundo plano, complementario únicamente a aquél. De hecho, si seguimos a este autor, no es descabellado pensar en que el par del aro del juego -es decir, el otro aro que supuestamente debió existir- fuera la representación nocturna o contuviera los elementos que lo asociaran a ella (cf. Kowalski 1992: 321 y ss.).
Por su parte, Matos y Solís (2004: 139-146) también consideran que el tlachtli representa la bóveda celeste, pero ellos sí atribuyen tal reflejo al tránsito del sol, y se apoyan precisamente en los ejemplos existentes de aros de juego de pelota con la figura del “disco solar”, semejantes al aquí discutido. Similar es la postura de Pasztory (1983: 124), para quien el trayecto de la pelota representa la metáfora del tránsito del sol durante el día y el año, en tanto que el tlachtli sería el inframundo, la noche y el trayecto nocturno del sol durante el atardecer y amanecer.
Algo relevante es que, tanto Matos y Solís como Krickeberg, coinciden en el ejemplo de tal asociación -tránsito del sol y juego de pelota- reflejada en el “Pectoral de varias secciones” hallado por Caso (1932) en la Tumba 7 de Monte Albán; claramente de manufactura mixteca, al menos en sus signos, este pectoral tiene la representación de un tlachtli o cancha del juego de pelota donde dos personajes aparentan realizar el juego, y debajo de esta escena está el signo del sol en cuyo centro una figura de cráneo mira hacia abajo; inmediatamente le sigue el signo de pedernal, que ha sido interpretado como un signo lunar -de hecho, en parte se han basado los autores revisados en el nombre calendárico de la luna, Cuatro Pedernal, para tal asociación-, y por debajo de éstos se representó al monstruo de la tierra. Estos elementos han dado pauta a la interpretación del ciclo diurno y nocturno representados en el juego de pelota.11 Al respecto, Caso indica que:
El tlachtli tiene en los mitos y pinturas mexicanas un doble significado. Es la expresión de la eterna lucha entre los poderes antagónicos divinos: el día y la noche, la vida y la muerte, el verano y el invierno, y es, por otra parte, la representación del cielo y su movimiento, es decir, el lugar en el que luchan estos poderes. [...] El juego de pelota representa, en consecuencia, el cielo y su movimiento, pero principalmente el cielo del norte, en donde las constelaciones de las Osas no se ocultan en México (Caso 1969: 95-96).
Otro aspecto en el que concuerdan los autores revisados (Krickeberg 1966; Kowalski 1992; Matos y López 2012) es en que el significado que guarda el juego de pelota es el culto a Huitzilopochtli. Los cronistas del siglo XVI como Durán (1984-II: 32-34) y Tezozomoc (1980: 229) 12 narran que en Coatepec los mexicanos construyeron una cancha de juego de pelota en honor a Huitzilopochtli, Itlach, la cual tenía una especie de pozo al centro del que emergió el agua y permitió realizar actos agrícolas -algunos autores, como Duverger (1987), han sugerido que en realidad éste era el reflejo de Tenochtitlán-; ahí ocurrió la batalla de Huitzilopochtli contra los “Zentzon huitznahuaca” y contra Coyolxauhqui, su hermana, lo cual según Durán (1984-II: 34) “estableció la práctica de sacrificar hombres”. Este evento, a decir de Kowalski (1992: 322-324), se reflejó después en la fiesta de Panquetzaliztli, con sacrificios en el gran juego de pelota de Tenochtitlán dedicados a Huitzilopochtli.
El suroeste de Puebla y los mexica
Ahora bien, ¿qué hace un marcador como el que aquí presentamos en la región que hoy día se considera la “Mixteca Baja poblana”? Este elemento, asociado a otros rasgos más -como ciertos tipos de cerámica del tipo “Mixteca-Puebla” hallados en las cercanías o el mismo idioma náhuatl local-, indican una probable presencia nahua. Sin embargo, con base en evidencia documental que se presentará a continuación, se propone que específicamente se trata de grupos de la Cuenca que dominaron la región durante el Posclásico.
En la población donde fue hallado este aro de juego de pelota, el pueblo de San Juan Ocotlán, así como en toda la región, se trabajaba desde la época prehispánica y hasta el día de hoy la producción de sal, tanto así que al ex-distrito al que pertenecen le valió el apelativo de Chiautla de la Sal (Suma de Visitas 2013 [ca. 1550]: 160 [núm. 243]; Obispados 1904 [1571]: 109; cf. Gerhard 1986: 110-112). Tanto en Ocotlán, como en Chila de la Sal (su cabecera municipal), éste ha sido un producto de comercio de lo más relevante, pues ya desde la Colonia estas sales eran transportadas hasta las minas de Huauhtla (Cuauhtla de Amilpas, Morelos) y Taxco, en Guerrero (Ewald 1997: 74-77; Sánchez 2002). En la actualidad, la sal que ahí se produce se cotiza a altos costos, aunque éstos realmente no benefician tanto a los productores como a los intermediarios.
Pero de vuelta al problema, recordemos que la sal fue de gran estima desde la época prehispánica hasta finales de la Colonia, y tal como lo demuestra Mendizábal (1946), permitió ciertos desarrollos económicos regionales ya en la Nueva España, así como determinó en gran medida el expansionismo mexica en tiempos prehispánicos (Ewald 1997: 32; Berdan 1978; Castellón 2016: 223-237). Entonces, el hallazgo de este aro de juego de pelota se interpreta como fruto de ese expansionismo.
Es notorio, sin embargo, que en la Matrícula de Tributos u otras fuentes no esté registrado ni Chiautla ni otros pueblos que después pertenecieron a este ex-distrito, como sujetos a Tenochtitlán o a la Triple Alianza (Barlow 1992; cf. Carrasco 1996: 414-419). Esto se explica, de hecho, debido a que el producto posiblemente tributado, es decir la sal, era un bien sobre el cual habría que tener control, tal y como los mexicas lo tuvieron.13 Así por ejemplo, el control era tan grande que su rival Tlaxcala carecía de sal y, mediante el cerco que le impusieron los mexicanos, “no tenían ni sal para comer” (Muñoz Camargo apud Mendizábal 1946: 319).
Por tanto, se tienen fuertes razones para suponer que la región de Chiautla, y entre ellos Ocotlán, tenían bastiones mexicas para el control de la sal, por lo cual no hay registros de ellos como tributarios.14 Sin embargo, un aspecto aún por dilucidar y que resolvería en gran medida esta cuestión -o, por el contrario, supondría mayores interrogantes- es la procedencia de la materia prima, la cantera y el posible lugar de trabajo, ya que, de hallarse aparentemente un yacimiento de esta roca basáltica roja en las cercanías, así como el sitio de producción, implicaría una manufactura local con un tipo de especialización en la producción. De no ser así, y de suponerse entonces que procede desde la Cuenca de México, implicaría reflexionar sobre la importancia del simbolismo y, con ello, sobre las implicaciones intrínsecas de transportar semejante ejemplar tallado hasta el tlachtli que, se supone, existió en Ocotlán. Como se notará, estas problemáticas implican una mayor investigación de diversa índole para poder tener respuestas a las interrogantes planteadas.
Comentarios finales
En este artículo se ha intentado, primero, dar a conocer un ejemplar inédito de un monolito que por su formato claramente fue un marcador de juego de pelota. Esto es importante debido a que, hasta ahora, se han dado a conocer pocos registros físicos del pasado histórico de la región del suroeste de Puebla, ello a pesar de la enorme riqueza que ahí existe (Rosas y Rodríguez 2016).
Segundo, con base en lo que se conoce de los estudios de la imagen nahua, la iconografía presente alude a un culto solar reflejado en el mismo juego de pelota; sería de suma importancia ahora encontrar el sitio de su procedencia para corroborar que se trata de un tlachtli y, además, ubicar el lugar de extracción de la materia prima, pues se tiene la impresión de que dicho material no es local, lo cual, de corroborarse, nos abriría muchas más preguntas sobre la dinámica de los mexicas en los territorios ocupados por ellos.
Tercero, y no menos importante, se ha expuesto la importancia del hallazgo de este ejemplar de aro de juego de pelota dentro de una región de la que poco se conoce aún sobre su historia y la relación que mantuvo con otros grupos, como los mexicas, y cómo ello es reflejo de la situación política del Posclásico, en gran medida asociada a los recursos que en dicha región se poseen, como la sal. Finalmente, como se notará, aún faltan muchas averiguaciones por hacer, pero con base en todo lo anterior, también esperamos despertar el interés académico en estudiar estos pueblos del suroeste poblano, relacionados entre sí, con las regiones vecinas y con el Centro de México, desde la época prehispánica hasta nuestros días.