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Cultura y representaciones sociales

On-line version ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.15 n.30 Ciudad de México Mar. 2021  Epub Feb 13, 2023

 

Reseñas

Lo siniestro que habita en el fondo de los agujeros negros1

Fernando M. González*  2

*Investigador de la UNAM

Ferré y Ferré, María José; Bravo, Héctor Alfredo. Los agujeros negros de la dictadura. Hijas e hijos de represores: un abordaje desde la clínica. Buenos Aires: La Vanguardia, 2020.


Una vanguardia revolucionaria se mata a sí misma desde que ella asesina. Una lucha armada no tiene legitimidad sino bajo la dictadura o frente al ocupante. (Regis Debray)3

En esta investigación sobre los hijos de los militares de la dictadura argentina, los autores de Los agujeros negros de la dictadura. Hijas e hijos de represores: un abordaje desde la clínica, María José Ferré y Ferré y Héctor Alfredo Bravo (2020) tienen el cuidado de definir con precisión quiénes conforman la muestra de esta estremecedora investigación que establecen a partir de su escucha clínica: “No hablamos de la familia de un represor, ni de las familias de ellos como un todo homogéneo” (Ferré y Bravo, 2020, p. 48).Para ello distinguen tres tipos de posicionamientos:

  1. el primero de ellos es el de quienes defienden y justifican el accionar de sus antecesores, llegando inclusive, a la negación de los crímenes que fueron acreditados en los tribunales. Se organizaron en colectivos y reclaman la libertad de padres y abuelos, a quienes consideran injustamente condenados. Se autoproclaman víctimas, pero de la “falta” de justicia y de la “ingratitud de la sociedad”. Surgen en 2008 como Hijos y Nietos de Presos Políticos.

  2. El siguiente es el conjunto de hijos e hijas que repudian públicamente el accionar de sus padres. También se han organizado en un colectivo […] No se presentan como víctimas porque según lo entienden, la militancia que encararon a favor de la verdad y la justicia los excluiría de dicha categoría. […] El colectivo se llama Historias Desobedientes: Familiares de Genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia (mayo de 2017).

  3. El tercer grupo es en el cual nos enfocamos: personas que buscan la escucha empática, porque sufrieron y sufren, y para las que el hecho de ser víctimas no es incompatible con la energía destinada a salir adelante. […] No eligen el camino de la exposición pública, pero sí han sido denunciantes al interior de sus familias, pagando con rupturas y alejamientos el decir lo que no pueden callar. (Ferré y Bravo, 2020, p. 49)

Si los hechos que parecen contundentes dividen las percepciones, los silencios acerca de lo ocurrido las fragmentan aún más. Hay otras dos genealogías heridas que se añaden a lo hasta aquí descrito: aquella de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo, que muestran la contraparte de lo que hicieron los militares en cuestión; y la de los hijos de los guerrilleros cuyos padres se opusieron a un Estado dictatorial. ¿Qué tipo de situaciones se han dado entre estos últimos y sus padres sobrevivientes o sus padres muertos? ¿Cómo enfrentan no solo la parte donde sus progenitores fueron vencidos -dada la desproporcionada diferencia en la correlación de fuerzas y acciones emprendidas por el régimen-, sino también cierto tipo de acciones en las cuales una parte de ellos también secuestraron y asesinaron? El que proporcionalmente no haya punto de comparación no elimina la cuestión, puesto que no se resuelven las cosas arguyendo que existen “asesinos buenos”. Precisamente esta posición es la que argumentaron los miembros de la Junta Militar para justificar sus actos, como se verá más adelante. Pero volvamos nuestro enfoque al sujeto de estudio que los dos autores citados nos ofrecen y el cual abre una serie de posibilidades invaluables para el análisis de las subjetividades heridas en los casos de dictaduras con guerra civil.

Un historiador le pregunta al comisario Croce: “¿Hacen mal los muertos en volver?” (Piglia, 2018). A esta interrogación se le puede añadir la siguiente: ¿hacen mal los vivos en callar las desapariciones, los secuestros, las torturas y los asesinatos que perpetraron? Ambas cuestiones se articulan y rematan así: “Papá o mamá, ¿qué hacían durante la dictadura?” Es a partir de este entramado interrogativo que María José y Héctor Alfredo van armando diferentes narraciones descritas a partir de los sueños y pesadillas, así como de las alucinaciones y delirios de los hijos de estos padres que se amurallaron en el silencio e instauraron una doble vida que los afectó directamente de diferentes maneras

Esta vez se trata de un tipo de silencios y formas de no decir que producen en la generación de los hijos un tipo de culpa que no deja de tener su paradoja, ya que es producto de “un crimen no cometido” por ellos, como bien lo señalan los autores. Además, en analogía con otro tipo de violencias, el violentado termina haciéndose cargo de manera oblicua, lo que le correspondería al que la infligió. Ahora bien, esta culpa se da en un contexto por demás singular, contexto que los autores sintetizan así:

Precisamente, el problema es que no hay escena, no hay evento, no hay experiencia alguna para metabolizar. Lo que resulta traumático, es la ausencia de ello: agujeros, silencios y secretos son los elementos con los que contamos para comenzar a comprender las historias de estas personas. No enfrentan lo que supieron sino lo que no supieron. No quedaron paralizados ante una escena terrorífica, sino que convivieron con ella sin saberlo. No eligieron ni bien ni mal. No decidieron, no pudieron preguntar, quejarse o salirse de la obra, por que ni siquiera sabían que estaban siendo parte de ella. (Piglia, 2018, p. 1)4

En esta cita se condensa la espesa y tóxica materia silenciada de los agujeros negros de la dictadura argentina (y no sólo de ella, sin duda). Para intentar dar cuenta de esta materia, Ferré y Bravo recurren a conceptos que permiten aprehender algunas de las vicisitudes de este tipo de transmisión sin evento para quienes la recibieron; sin embargo, dicha ausencia termina por encarnar lo no experimentado y lo no sabido en los sueños, pesadillas y delirios de la siguiente generación que recibió ese hueco paradójico. Hueco que se instaura como fantasma, es decir, como “efecto sobre el inconsciente de un sujeto de la cripta de otro [cripta que se configura a partir de un…] secreto inconfesable” (Tisseron, et al, 1997, p. 17).

Aquí entran a colación tres conceptos recogidos por Serge Tisseron, los cuales diferencian la transmisión intergeneracional de la transgeneracional5 que elaboran Abraham (Nicolas) y Torok (Maria): aquel de lo indecible, que es donde se juega propiamente la cripta; a este se articula aquel de lo innombrable, a cargo de la generación de los hijos: “yo sabía que había algo de lo que no se hablaba y tampoco podía preguntar” (Ferré y Bravo, 2020, p. 57); y, finalmente, lo impensable en la generación de los nietos: “En donde se ignora la existencia misma del secreto” (Ferré y Bravo, 2020, p. 57), aunque el efecto del fantasma también afecta a estos. Los autores dejan una veta abierta para investigar más a fondo a esta segunda generación.

Si en la violencia pederasta se instaura una violencia extorsionada cuando el abusado sorprendido no pudo ponerle un límite al que perpetró el abuso, y hasta termina muchas veces ligándose por cierto tiempo activamente con su abusador en esa asimétrica relación de poder (con la experiencia a vistas y la opacidad de los afectos y sensaciones vividas),en el caso de los hijos de los militares de la dictadura se da otro tipo de complicidad. En un inicio, durante la primera parte de su vida, se presenta una relación que no es propiamente una complicidad porque, como bien señalan los autores, convivieron con el perpetrador sin saberlo; después, cuando comienzan a tener barruntos de lo que pudo haber ocurrido con sus padres policías o militares, se les presentan varias disyuntivas y tienden a sentirse cómplices retroactivos: 1) ¿Me quito el nombre y el apellido para tratar de librarme de esta genealogía de sangre o lo dejo así, pero anunciando que no soy como ellos?; 2) ¿Pregunto qué pasó o me quedo callado(a)?, y 3) ¿Los denuncio públicamente o mejor me mantengo con un perfil bajo para no romper a la familia?

En este último caso, para el que empieza a descubrir o sabe lo suficiente, es por que la familia está rota; sin embargo, se puede ocurrir entonces que los demás miembros lo consideren un traidor; en consecuencia, el precio de enfrentar a la familia o denunciar públicamente será doble. El primer costo es enfrentar y atentar contra el padre no a la manera edípica tradicional, sino al padre real como asesino que, a diferencia de Edipo, no preguntará quién es el culpable porque el dedo, virtualmente, lo tiene dirigido hacia sí mismo.

En estos casos la tragedia no ayuda mucho, porque resulta que por lo general estos padres -que, de entrada, sí saben a quiénes secuestraron, torturaron, asesinaron y desaparecieron- están dispuestos a todo menos a admitir su culpa y su delito. Una prueba de ello son las frases consignadas en el libro que permiten vislumbrar la posición en la que tienden a colocarse. Leamos una muestra de ellas: “Vos no entendés que eso era una guerra” (pp. 81 y 92); “Ustedes nunca van a entender todo lo que yo vi y viví” (p. 101); “Dejen de remover el pasado” (p. 86); “Yo nunca me manché las manos de sangre” (p. 96), y “Yo nunca maté a nadie” (p. 96).

Acerca de estas dos últimas frases, los autores señalan pertinentemente que: el asesinato pareciera ser el único delito que reconocen los militares de la época [y ciertamente no todos].Y si no lo cometieron se sienten exculpados, libres de culpa y cargo. No cuentan el secuestro, la tortura, la apropiación de hijos y otros vejámenes de los que podrían haber participado (Ferré y Bravo, 2020, p. 96).

Como contraparte, los hijos -no todos, como se adelantó- tenderán a cargar sobre su cuerpo y subjetividad la insoportable pesadez de la responsabilidad paterna no asumida. Unos, poniendo el cuerpo con sus síntomas; otros, las pesadillas y los delirios; otros más, negándose a ser considerados como víctimas y asumiendo activamente la denuncia pública de sus progenitores, por lo general cuando ya están en la cárcel o muertos. Como lo resumió uno de ellos, “siento que mi sangre está cargada” (Ferré y Bravo, 2020, p. 96).

Pero además de la detección de lo ocurrido en la otra escena, en aquella de los sueños, las pesadillas y los delirios, etcétera, el libro nos ofrece otra entrada a la detección de la cripta, con base en las actuaciones de ciertos militares en su función de padres dentro de sus hogares. Esta vez los hijos tienen acceso a experiencias y escenas discordantes, desajustadas y descontextualizadas que pueden articularse a las “inexistentes” para ellos en la “otra escena”: la político-militar. Veamos algunos casos al respecto.

Raúl (30 años) relata a los terapeutas que su padre, nacido en 1955, ya pertenecía al ejército cuando se dio el golpe de 1976. Señala que a partir de la década de los noventa se despliega “el mayor periodo de locura de mi padre”, años en los cuales:

Su progenitor vuelca al interior del hogar las prácticas que antes desarrollaba en su “trabajo”. Por ejemplo, descubre que había intervenido el teléfono familiar y que grababa todas las llamadas entrantes y salientes. “¿Te das cuenta? ¡Hacía inteligencia dentro de casa!”. (Ferré y Bravo, 2020, p. 94

Otro caso es el que relata Paula:

Yo me di cuenta bastante rápido de lo que pasaba, y empecé un camino aparte adentro de mi propia casa. Ellos tienen que tener un enemigo al que maltratar, y en mi casa esa era yo. […] Mis hermanos, uno dos años mayor que yo y otro varios años menor, decían que yo era una comunista de mierda, una zurda, y lo repetían por el barrio. A mi viejo lo criaron las fuerzas armadas. Su padre se había suicidado a los 17 años y ahí él se fue de voluntario a las Fuerzas. Recuerda su adolescencia, y narra un episodio que se repetía. Su padre irrumpía en su cuarto abriendo la puerta a los golpes o patadas, y revisaba todas sus revistas y libros: “daba vuelta el cuarto como en un operativo”. (Ferré y Bravo, 2020, p. 88).

También hay casos en que algunos padres son amorosos dentro de casa y feroces fuera, mientras que otros fungen como policías en sus hogares. En am bos escenarios el desconcierto termina por reinar. En síntesis, entre las escenas inexistentes y las discordantes-descontextualizadas la densidad se concentra aún más. Los agujeros negros emiten, en los hogares, emanaciones en vivo y en directo que no se sabe bien a bien a qué corresponden.

Aunque a estos dos niveles, se le va añadiendo un tercero, cuando van apareciendo informaciones en la prensa que permiten poco a poco ir ligando lo “inexistente” y lo escenificado en los hogares.

Otro nivel analizado ya no tiene que ver con los padres citados, sino con el cuerpo militar en su conjunto y su manera de encarar la dictadura. Si en el nivel de las familias hablar implicaba rupturas casi seguras, en el nivel militar, una vez terminada la dictadura,

Los secretos de la represión ilegal se transformaron en silencio corporativo, mantenido como parte del “pacto de sangre” (Salvi, 2012, p. 109),por los oficiales y suboficiales de las fuerzas armadas y de seguridad, frente a las demandas de verdad de los organismos de derechos humanos y de la sociedad civil. (Ferré y Bravo, 2020, p. 37)

En abril de 1983 la cúpula dictatorial dio a conocer el llamado Documento final de la Junta Militar sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo. Esta vez el conjunto de las corporaciones militares daban su versión desde el otro lado. Por lo pronto aseguraban que se trata [dicen] de un “mensaje de fe y reconocimiento a la lucha por la libertad, por la justicia y el derecho a la vida” (Ferré y Bravo, 2020, p. 36). ¡Precisamente a la vida!

Robos de armas, asaltos a bancos y a otras instituciones, secuestros, extorsiones y asesinatos en escalada creciente, hicieron que la opinión pública tomara conciencia de la acción delictiva de las tres agrupaciones terroristas más poderosas: las FAR, el ERP y Montoneros.

La naturaleza y características propias de esta forma de ataque sorpresivo, sistemático y permanente obligaron a adoptar procedimientos inéditos en la guerra afrontada. Debió imponerse el más estricto secreto sobre la información relacionada con las acciones militares. […] Durante todas estas operaciones, fue prácticamente imposible establecer con precisión las bajas sufridas por las bandas de delincuentes terroristas y la identidad de sus componentes. (Ferré y Bravo, 2020, p. 36-37)

Los terroristas eran los otros; por lo tanto, todo estaba justificado para tratar de controlar la subversión. Imposible hablar de libertad y justicia en esos términos. No importaba, pues se trataba de evitar cualquier reclamo, así que no había que dejar ninguna posibilidad de que pudiera colarse la más leve autocrítica.

Es por ello que el “pacto de sangre” corporativo se extendió a sus hogares, y el secreto formó parte de la vida cotidiana de sus familias y se quedó implanta do en estas una vez advenida la democracia; mientras que los procedimientos “inéditos” implicaron, entre otras cosas, las desapariciones planeadas a ciencia y conciencia. La invisibilidad adquirió así, al menos una doble cara: en un caso, inexistencia de cadáveres; en el otro, ausencia de experiencias. Los agujeros negros se multiplicaron.

En relación con las desapariciones, Ferré y Ferré y Bravo citan las calculadas y siniestras palabras del general Jorge Rafael Videla cuando respondió a una entrevista para el libro El dictador, de María Seoane y Vicente Muleiro:

No, no se podía fusilar. [….] La sociedad argentina no se hubiera bancado los fusilamientos. (…) todos estuvimos de acuerdo en esto. Y el que no estuvo de acuerdo se fue. ¿Dar a conocer dónde están los restos? ¿Pero qué es lo que podemos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó en un momento dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder, quién mato, dónde, cómo. (p. 39-40)6

Años más tarde, en 1995, solo el general Martín Balza, jefe del ejército, fue capaz de expresar una autocrítica y dijo lo siguiente: “Delinque quien imparte órdenes inmorales, delinque quien cumple órdenes inmorales. Delinque quien para cumplir su fin que cree justo emplea medios injustos e inmorales” (Ferré y Bravo, 2020, p. 40). Palabras que sin duda trascienden a los militares asesinos, como lo señalé al inicio. Y aquí las palabras de Oscar Wilde tienen su pertinencia: “nada es verdaderamente cierto [necesariamente] sólo porque un hombre muere por ello”. Y se podría añadir, ni porque mate por ello.

Espero que la investigación de Ferré y Bravo sea bien recibida en México, tanto por las perspectivas que abre y las vías que explora, así como por otras que sugieren en su libro. Ojalá.

P.D. Escribo estas notas desde México, país al que, además de las desapariciones de la denominada “guerra sucia” de los años setenta -no hay guerras limpias-, se le ha añadido una cauda inagotable de otras desapariciones, primero propiciadas por los narcos -entre ellos y a la población- y por militares que supuestamente han tratado de contenerlos, aunque también algunos de ellos han terminado por aliarse a los primeros. Si las desapariciones iniciales fueron por razones ideológicas; las segundas, que no terminan, lo son en su mayoría por razones económicas: “no se preocupen si mueren y los desaparecemos, solo se trata de negocios.

El poder de los militares y sus responsabilidades permanecen casi intocados, solo si intervienen los Estados Unidos las cosas prometen la posibilidad de aplicar, con un poco más de eficiencia, la justicia. El gobierno actual apuesta de manera preocupante -para su denominada Cuarta Transformación- sobre esta institución que por obvias razones es todo menos democrática; mientras tanto, los narcos se manejan en territorios casi autónomos.

23 de octubre de 2020

Referencias bibliográfica

Ferré y Ferré, M. J. y Bravo, H. A. (2020). Los agujeros negros de la dictadura. Hijas e hijos de represores: un abordaje desde la clínica. La Vanguardia. [ Links ]

González, F.M. (2015). Igor A. Caruso. Nazismo y eutanasia y nazismo. Tusquets. [ Links ]

Piglia, R. (2018). Los casos del comisario Croce. Anagrama. [ Links ]

Salvi, V. (2012). De vencedores a víctimas. Memorias militares sobre el pasado reciente en la Argentina. Biblos. [ Links ]

Tisseron, S., Torok, M. y Rand, N. (1997). El psiquismo ante la prueba de las generaciones. Clínica del fantasma. Amorrortu. [ Links ]

1Reseña al libro de María José Ferré y Ferré y Héctor Alfredo Bravo: Los agujeros negros de la dictadura. Hijas e hijos de represores: un abordaje desde la clínica. Buenos Aires: La Vanguardia, (2020).

3Le Nouvel Observateur, núm. 2875, París, 12/12/2019, p. 36.

4Un caso de “inexistencia” con crimen incluido se le presentó a quien esto escribe cuando fue informado en -octubre de 2012- que un referente de su grupo psicoanalítico que había sido el analista de los dos fundadores mayores de su institución, Igor A. Caruso, había participado en 1942 en el denominado plan T4 de los nazis para eliminar a los niños que no se consideraban aptos para ser educados o trabajar. Su función como psicólogo en ese tiempo fue la de realizar al menos 100 tests durante los nueve meses que trabajó en el hospital Spiegelgrund de Viena. Los dos psicoanalistas del Círculo Psicoanalítico Mexicano aludidos sí sabían de lo ocurrido; uno, ya fallecido, había dejado una línea escrita en la breve biografía que escribió a la muerte de Caruso: “En 1942 trabajó en el hospital Spiegelgrund”. Nada nos decía esa referencia, escrita en 1985, y a ninguno de la primera generación se le ocurrió investigar, ya no digamos a los de las siguientes. Hasta que a una psicoanalista -Cynthia del Castillo- en 2012 se le ocurrió apretar una tecla de Wikipedia en inglés. La información estaba a vistas como la “Carta robada”, pero su existencia era impensable para la mayoría del cpm. Esto tiene su explicación parcial: el Caruso que conocimos en 1969 era ya un “freudomarxista” y proyectamos en futuro anterior esa trayectoria sin problemas. El otro que vive, al preguntarle sobre el tema, lo primero que dijo fue lo siguiente: “sí lo hizo y lo lamentó el resto de su vida”. Para después añadir que la historiadora y psicoanalista Eveline List, quien lo había investigado en la municipalidad de Viena, en realidad lo odiaba y que, además, era una difamación; además, señaló que “habían sido unos pocos casos” y que Caruso no había sido el responsable final de las decisiones de elimina a los niños. No me quedó más salida que tratar de investigar lo ocurrido y dar cuenta de ello en un libro intitulado Igor A. Caruso. Nazismo y eutanasia y nazismo.

5Serge Tisseron, como bien señalan los autores, prefiere hablar de “influencia generacional”, ya que alude a un rol más activo.

6Los autores señalan que “Martín Balza abrió el programa Tiempo Nuevo, conducido por Bernardo Neustadt, leyendo un texto en el que se hizo pública la autocrítica como jefe del ejército por las violaciones a los derechos humanos en la última dictadura”.

2

Investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM

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