El estudio de los movimientos sociales en los diez años más recientes parece oscilar entre la esperanza y la represión. Alrededor del año 2011 se registró un gran interés por una serie de movilizaciones en distintas latitudes que condensaron las esperanzas de cambio de ciertos sectores de la sociedad. El escenario cambió de manera más evidente desde 2016 con el regreso de los fundamentalismos y las posiciones conservadoras. En 2011 se habló de la Primavera Árabe en los países del norte de África, los Indignados en España, el Occupy Wall Street en Estados Unidos, #YoSoy132 en México, entre otros. Si bien cada movimiento tenía sus particularidades, había algunas características que se compartían, tales como la decepción ante las lógicas de la política institucional, la presencia de sujetos que no se consideraban a sí mismos activistas y, sobre todo, la incorporación de los medios digitales que contribuyeron a la visibilidad alrededor del mundo, al grado que algunos medios hablaron entonces de la Revolución Facebook y enfatizaron las novedades. Había en aquel momento muchas expectativas sobre los cambios posibles.
Algo cambió en poco tiempo. Las discusiones de los años posteriores se enfocaron en las implicaciones de las movilizaciones: ¿Qué se logró en términos prácticos? ¿Se transformaron en alguna medida las condiciones políticas y económicas que detonaron las movilizaciones? ¿Fue posible cambiar algo desde la calle y las redes sin tomar el poder? Lejos de los cambios esperados, en algunos escenarios vinieron retrocesos: un recrudecimiento de la violencia, pérdida de libertades, así como el fortalecimiento de posiciones fundamentalistas. Pareciera entonces que las iniciativas de cambio han fracasado. Sin embargo, estos movimientos son mucho más complejos. Su lectura desde las lógicas de la política formal e incluso desde algunas perspectivas de estudio sobre movimientos sociales queda un tanto limitada.
Movimientos sociales en el siglo XXI: Perspectivas y herramientas analíticas, del sociólogo belga Geoffrey Pleyers, asume tal desafío y busca contribuir a la comprensión de estos movimientos. El libro recupera textos que este autor ha producido en los diez años más recientes. Si bien no fueron escritos en el mismo tiempo ni en el mismo idioma -unos ya estaban en español, otros fueron traducidos del inglés y del francés, algunos más son entrevistas realizadas por colegas en distintos momentos y contextos-, los capítulos recobran sentido al estar juntos. Son también una expresión de la búsqueda del investigador por dialogar con la sociología de los movimientos sociales en Latinoamérica, lo cual se observa, más allá del idioma, en el interés que ha sostenido durante años por analizar los movimientos en este continente y por trabajar en conjunto con académicos de México, Brasil, Chile, Colombia, entre otros. Como su título indica, el libro está dedicado a los movimientos sociales de nuestros tiempos, es decir, aquellos registrados principalmente a partir del año 2011, y se divide en cuatro partes: I) Movimientos sociales; II) Otras globalizaciones; III) Frentes de lucha en América Latina; IV) Sociólogos de la emancipación.
En la parte I, el autor plantea las claves analíticas para abordar la cultura alteractivista en la era global. En esa lógica registra tres momentos clave: en primer lugar, el levantamiento zapatista, el 1 de enero de 1994 en México, representó la emergencia de “un nuevo siglo para los movimientos sociales, los que ya no corresponden a la tipología de ‘nuevos’ o ‘viejos’ movimientos” (Pleyers, 2018, p. 15). En segundo lugar, la conformación del movimiento altermundista representa una abierta oposición al neoliberalismo, a la vez que un esfuerzo de conexión global entre actores. En tercer lugar, las movilizaciones de 2011 y años posteriores, en las cuales se enfoca el libro, se sitúan como herederas de otras generaciones de activistas al recuperar parte de las lógicas del movimiento altermundista, pero también presentan otras modalidades de acción y otras búsquedas por construir un mundo mejor.
El autor define estos movimientos como una cultura “alter-activista”, término que condensa la cercanía con el movimiento altermundista y la idea de que hay otros modos posibles de ser activistas. Esta cultura se centra en la construcción que hace el activista de sí mismo en la tensión entre lo personal y lo colectivo. Justamente una de las aportaciones de la línea de trabajo de Pleyers es el reconocimiento de la subjetividad política en la emergencia de los movimientos y en sus transformaciones a lo largo del tiempo. Además de un marcado énfasis en la subjetividad, la cultura alteractivista se caracteriza por una articulación entre las resonancias globales y las experiencias locales con una presencia constante de los medios digitales.
En las partes II y III del libro, Pleyers avanza hacia el abordaje de experiencias de movilizaciones globales. Concretamente presenta el caso del Foro Social Mundial, los movimientos indígenas y campesinos, los movimientos post 2010 en Latinoamérica -particularmente en México, Brasil, Colombia y Chile-, los movimientos estudiantiles -como en el caso de Chile- y las experiencias alternativas de educación -como la de los zapatistas en México-, así como los movimientos contra la violencia y la impunidad. En este último tipo se coloca el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en México. Enfatiza la lógica de los movimientos de los años recientes en México que no parten de una agenda política institucional sino de aquellas problemáticas que configuran la vida social contemporánea, tales como la violencia contra las mujeres, los desaparecidos, los ecocidios, entre otros.
En la parte IV, la última en este libro, Pleyers coloca el foco de interés en dos sociólogos muy significativos en su vida académica y personal: primero se centra en el sociólogo francés Alain Touraine y su perspectiva en la sociología de movimientos sociales centrada en los actores, entendida como una sociología general, una vía para hacer un diagnóstico global de la sociedad a partir de las transformaciones que buscan los movimientos sociales. Posteriormente aborda la obra del sociólogo belga François Houtart, quien también fue sacerdote católico en la corriente de la teología de la liberación, y Pleyers lo sitúa como un antecedente de lo que Boaventura de Souza Santos llama “epistemologías del sur”, pues Houtart desde años antes defendía una perspectiva del mundo y del cambio desde abajo, desde los oprimidos, desde el Sur.
Las aportaciones de esta obra al estudio de los movimientos sociales son varias y se sitúan en diferentes lógicas y niveles. La noción de cultura acter-activista contribuye a comprender los movimientos sociales de nuestros tiempos. Con ella, Pleyers continúa en la perspectiva tourainiana que comprende los movimientos sociales como productores de sociedad, pero enfatiza tres elementos clave que, desde su perspectiva, son cruciales en nuestros tiempos. En principio los movimientos sociales no se limitan a la política formal o institucional, sino que se sitúan en las prácticas, en la búsqueda de cambios radicales de largo plazo. En esa misma lógica, los movimientos sociales no se limitan a la protesta, que es la punta del iceberg, sino que se extienden en la vida cotidiana. Además, los movimientos sociales no son sólo aquellos movimientos progresistas con los cuales los investigadores encontramos afinidades, también producen sociedad los movimientos que llama “de 1%” o “desde arriba”, así como los movimientos conservadores o reaccionarios. Estos últimos están en el centro de los cambios de nuestros tiempos, en los cuales parecemos retroceder al perder libertades. Las preocupaciones frente a tales cambios están presentes de principio a fin en el libro.
Siete años después del inicio de una ola global de movimientos sociales a favor de la democracia, el panorama político y social está lejos de las esperanzas democráticas que movilizaron a millones de ciudadanos. No sólo los movimientos progresistas no lograron derrocar a los que se oponían, sino que estamos frente a un fortalecimiento de la represión, del autoritarismo y del conservadurismo (Pleyers, 2018, p. 17). En ese sentido, el autor señala una enorme necesidad de analizar a los actores conservadores desde la sociología de los movimientos sociales.
Otra aportación se sitúa en el nivel metodológico: el autor propone un estudio multi-situado y multi-escalas. La investigación en diferentes ciudades y países le permite identificar tanto las particularidades como las coincidencias, a partir de la conexión entre escalas. Para el autor, lo local no es una dimensión menor frente a lo global, pero no es posible comprender una escala sin la otra. En ese sentido, sostiene la opción por una sociología global para comprender las conexiones entre escalas, así como las perspectivas de distintos países.
En suma, se trata de una sociología de los movimientos sociales que propone una lectura del mundo a partir de las iniciativas de cambio social, en la lógica de la sociología global, que supera la comprensión del mundo en partes aisladas para enfatizar sus conexiones.