Cuando recibí el encargo de Estudios Sociológicos me enfrenté con un desafío a la vez agradable y difícil. Agradable porque la tarea era seductora; difícil porque existía una historia de poco más de una década. La revista había ya forjado un estilo propio, tanto en la selección de artículos, cuidando rigurosamente su calidad académica, como en la también importante forma de presentación (caja, tipo de letra, número de páginas, sin ilustraciones, etcétera). Un reto más para este texto lo constituyen las anteriores publicaciones sobre Estudios Sociológicos (Stern, 1983; Salles y Verduzco, 2003; Álvarez Mendiola, 2003), entre otras.
Pero ese desafío también me resultaba y resulta difícil porque estoy convocado a escribir sobre el periodo que duró mi encargo. Con pena por tener que hablar de mi propio trabajo, he aquí mis consideraciones.
Como ya se ha señalado -pero conviene reiterarlo- la revista se propone ser “un órgano de expresión de los profesores-investigadores del CES y también [un] foro de intercambio entre los sociólogos latinoamericanos” (Stern, 1983).
Veamos entonces mi respuesta, que no fue solamente mía en tanto estaba apoyado por un consejo de redacción y un soporte administrativo, aunque pequeño, muy eficaz. La idea con que encaré mi nuevo trabajo -y esto se refleja especialmente en los primeros números- fue una revista que presentara fundamentalmente una visión sobre los problemas de México pero sin olvidar otros contextos sociales.
En los 12 números publicados durante mi encargo aparecieron poco más de 100 artículos y notas críticas. Si aprovecho -con modificaciones- la útil clasificación elaborada por Moya López y Olvera Serrano (1983), puedo señalar en una visión rápida (y que debería refinarse) que un tercio de los artículos son firmados por dos o más autores o autoras, mientras que poco más de la mitad corresponden a varones; sólo hay ocho textos relacionados con la visión de género, en tanto que los artículos dedicados a enfoques teórico-metodológicos no llegan a dos decenas. El grueso de los textos se inclina por reflexiones propias de las ciencias sociales -con especial atención en la realidad mexicana- sobre la base de información empírica (y esto último me parece significativo resaltarlo).
Por eso se publicaron números que podríamos llamar semimonográficos, pues dos terceras partes de la revista estaban dedicadas a los problemas de una región, mientras que el tercero presentaba textos de otro interés. Así, “Oaxaca: génesis y etnias; política y trabajo” (núm. 22); “Frontera Norte”(núm. 23); “Centro-Occidente” (núm. 24); “Brasil: política, género, etnias y transición democrática: una visión crítica” (núm. 25); “Primer coloquio de egresados” (núm. 27); “Etnicidad y sus representaciones. Problemas teórico-metodológicos” (núm. 28); “La nueva ruralidad: México en los noventa” (núm. 29); “Transformaciones de la vida rural y poder local” (núm. 30), presentaron esas características.
Confieso que este tipo de revista me parece rescatable. Una de las ventajas que le veo es la no fragmentación de la unidad societal en uno u otro de los temas que se estudian sino que, por definición, ofrece diversas perspectivas de la región estudiada. De alguna manera intenta presentar más la compleja totalidad que significa un territorio, una comarca, una zona; en vez de caer en una hiperespecialización, una visión que puede presentar -con las obvias restricciones de espacio- el contexto.
Además, para vincular más estrechamente a la revista con los espacios estudiados y, al mismo tiempo, desplegar una especie de campaña de propaganda para lograr un mayor número de suscripciones, se organizaron en tres de los casos presentaciones públicas del número correspondiente. En dichas reuniones se concitaba un núcleo de gente bastante grande, acudían no sólo los autores y el director de la revista, sino también personas a quienes interesaba qué se decía en nuestra revista. En otras palabras, podría sostenerse que Estudios Sociológicos tenía impacto cuando trabajaba temas monográficos. En varios de estos casos se contó con la colaboración de un “editor invitado”, especialista en el tema, que permitió ofrecer una buena selección y presentación de los artículos.
No recuerdo ninguna situación en la que hubiera dificultades por escasez de textos. La revista tenía su prestigio y continuamente había material. Claro está, si se producía un vacío siempre estaba a la mano la posibilidad de pedir alguna colaboración a conocidos especialistas, varones o mujeres. Pero a dicha solución sólo podía recurrirse de manera excepcional. Aunque de manera amable, pero firme, invariablemente se señalaba que la aceptación del texto estaba sujeta a la evaluación de “doble ciego” a la que se sometían todos los materiales, el pedido provocaba una cierta esperanza en las personas invitadas. “Obras son amores...” se cumplía también aquí y muchos autores o autoras resentían que les sugirieran modificar su texto. Esto generó, de alguna manera, una fricción indeseable. Aunque vale decirlo, siempre se trató de una labor de convencimiento, pues no quería ejercer un poder omnímodo.
Durante mi encargo las proposiciones recibidas eran fundamentalmente de mexicanos y sobre México. Ciertamente, no hice campaña alguna para obtener textos de autores extranjeros. Quizás pueda esta contarse como una dificultad porque, de alguna manera, mantenía en la revista cierto aire parroquial. Considero mejor el enfoque actual donde aparecen temas europeos y más universales aunque, me apresuro a señalar, estimo también que la revista se debe fundamentalmente a su latinoamericanidad (si se me permite este neologismo).
El siguiente paso era enviar los artículos a los dictaminadores (dos, uno del CES y otro externo, salvo que fuera un texto producido en el mismo Centro, circunstancia en la que ambos dictaminadores eran externos). No era esta una tarea exenta de dificultades. Por un lado, encontrar a quien conociera del tema y aceptara dedicar parte de su tiempo al dictamen; por otro, esquivar los posibles conflictos entre quien escribía y quien dictaminaba. La tercera dificultad estribaba en el plazo establecido para dictaminar; muchas veces el dictaminador se retrasaba en entregar su evaluación y, como es fácil pensar, esto detenía o retrasaba el proceso.
Estaba además todo el trabajo “de cocina”: enviar los artículos a los dictaminadores, mantener la correspondencia, revisar la bibliografía, borrar las versiones antiguas, etc., que siempre fue atendido de manera eficiente por una secretaria y una ayudante.
Antes de terminar esta sección quiero señalar un descuido, que no vacilo en calificar como grave, cometido durante mi desempeño. Permítaseme reproducir parte de la nota enviada a los lectores y lectoras en febrero de 1994 (véase el núm. 33):
Escribo esta carta con pesadumbre, con dolor incluso. Tener la oportunidad de dirigir una revista es una tarea, aunque pesada, gratificante. [...] Sin embargo, la dirección también puede provocar ese sentimiento complejo de pesadumbre y rabia, cuando, pese a todos los cuidados, una entrega aparece con errores. Peor aún, como es el caso del número 32, esas equivocaciones deberían haber sido detectadas por mí en su momento. [...]
Como explicación, que no justificación, quiero decirles que fuimos víctimas de la modernidad; [...] Confiado en las ventajas de la computación, bajé la guardia y aparecieron lapsus como los señalados.
Sólo me resta, de nueva cuenta, presentar mis más sentidas excusas a los autores/as y lectoras/es. Espero que benévolamente las acepten, al asegurarles que las faltas fueron cometidas sin dolo.
Hasta aquí una revisión rápida del trabajo en Estudios Sociológicos; me temo que demasiado descriptiva, incluso algo pueril.
Como señalé a grandes rasgos, la mayor parte de los textos corresponden a una visión sociológica, pero no faltan ejemplos de antropología y ciencia política, y casi todos se separan de una visión cuantitativa. Cuatro quintas partes de sus autores(as) son mexicanos o extranjeros radicados en el país; pocos entonces son los textos -aunque los hay- de académicos residentes u originarios de otros países (franceses o estadounidenses casi todos). En suma y desde mi punto de vista, mi encargo entregó una revista bastante cerrada en sí misma. Desde un punto de vista autocrítico, tal enfoque tiene su valor y cumple con una de las finalidades de la revista (es, claramente, una revista del Centro), pero tendría que haber incursionado más sobre la realidad latinoamericana y en términos teóricos y metodológicos.
Ciertamente, aunque esto suene a “ponerse el parche antes de la herida”, no existieron muchos ofrecimientos en esos dos planos; de todas formas pienso ahora que -para cumplir realmente con la tarea de la dirección de la revista, y tomando en cuenta que esa relativa ausencia puede ser considerada como un cierto indicador de la producción académica en el periodo- la búsqueda de textos teóricos y metodológicos debió emprenderse con más brío.
Por último, permítaseme soñar y describir qué tipo de revista me hubiera gustado conducir. Soy consciente de las varias dificultades que esto significa, pero es eso, un sueño que en algún momento puede convertirse en realidad (en especial ahora que la presentación electrónica permite, me parece, mayores libertades). En primer lugar, una revista más extensa, con más páginas y, por lo tanto, más artículos (posiblemente, aunque no estoy totalmente seguro de esto, cuatro números por año). Luego, dividida en secciones (quizás no marcadas como tales, para evitar algunas dificultades burocráticas externas que podrían presentarse), de manera que tendríamos teoría, metodología y técnicas por un lado (tanto en artículos originales como traducidos); y por otro, realidad mexicana y latinoamericana (como ya son un ejemplo muchos de los números más recientes).1 En tercer lugar, mayor espacio para las “notas de investigación”, para socializar extensamente aquello que se hace en el Centro (tanto por profesores-investigadores como por estudiantes de maestría o doctorado, e incluso yo diría especial y enfáticamente entre estos últimos, que generalmente no tienen todavía libros o artículos publicados).
Por último, está un aspecto que llamaría estético, pero que no debe dejarse de lado en este siglo. La revista podría tener ilustraciones (una, dos, quizás no más) sobre el tema de los artículos o simplemente la reproducción de fotos o grabados tanto en la portada como dentro de la misma (mi fuente de inspiración en este momento es la extinta revista Demos). Daríamos más aire a los textos y quizás crearíamos un nuevo punto de interés. Pienso que en la versión digital esto no sería un problema demasiado difícil.