Introducción
El sacrificio y el autosacrificio en la época prehispánica de la región que se considera Mesoamérica se ha estudiado y debatido ampliamente en diversas publicaciones (cfr. Boone 1984; González 1985; Nájera 1987; Ibarra García 2001; Graulich 2005; López Luján y Olivier 2010; Tiesler y Cucina 2010; Henderson 2012), que coinciden con la idea de que la mayoría de la información que se tiene acerca de estas prácticas se basa en fuentes iconográficas, artísticas e históricas, de modo que en el proceso de comprenderlas poco se ha tomado en cuenta el registro arqueológico. Más aún: sólo excepcionalmente se consideran los datos tafonómicos (cfr. Kron 2006; Tiesler y Cucina 2010; López Austin y López Luján 2010; Ribeiro Marques 2013), y todavía son más reducidos los estudios realizados para localizar residuos arqueológicos directamente en objetos de tipologías formales asociadas con prácticas de sacrificio y autosacrificiales que se elaboraron en obsidiana, pedernal, hueso, puntas de maguey, puntas de raya, entre otros (Loy 1993; Jones 2009; Barnard y Eerkens 2007; Malainey 2011).
Es de destacar que la recuperación de residuos arqueológicos que ayuden a comprobar el uso de artefactos en actividades de sacrificio o autosacrificio es de gran importancia para la investigación arqueológica, ya que los grados de inferencia que se alcanzan se objetivizan en la materialidad involucrada en el desarrollo de estas prácticas culturales en la antigüedad mesoamericana (Loy 1993; Jones 2009; Barnard y Eerkens 2007; Malainey 2011). Ahora bien, la mayoría de los análisis al respecto se han limitado a identificar restos de sangre humana en los objetos; de hecho, desde los años ochenta del siglo XX se han empleado para ello diversas técnicas analíticas, incluida la microscopia óptica (MO) con luz transmitida, así como pruebas químicas e inmunológicas (Loy y Hardy 1992; Loy 1983, 1987, 1993; Leach y Mauldin 1995; Eisele et al. 1995; Jones 2009; Allen et al. 1995). En “Survival and detection of blood residues on stone tools” (Eisele et al. 1995) se publicaron, además de un compendio de los análisis que claman haber tenido éxito en la identificación de sangre en contextos arqueológicos, una recopilación de trabajos y explicaciones que exponen los problemas que pueden llevar a que dichos análisis den falsos positivos, o bien, que sean aptos para tal propósito. En lo particular, existe un debate sobre si los análisis inmunológicos en sangre conducen a resultados certeros cuando las proteínas de la sangre ya están degradadas, tal y como sucede con las muestras arqueológicas (cfr. Kooyman et al. 2001; Eisele et al. 1995; Dier 2011; Brown y Brown 2011). Paradójicamente, aunque la microscopia electrónica de barrido (MEB: scanning electron microscopy [SEM]) es una técnica probada para la identificación micromorfológica de vestigios de materia orgánica en la superficie de objetos, poco se ha explorado en la identificación de residuos orgánicos en artefactos arqueológicos.
En este estudio, en cambio, se ha decidido explorar la potencialidad de la MEB, y se han utilizado para ello los principios de la hemotafonomía propuestos por Policarp Hortolà (1992, 2002, 2004); específicamente, aquí se dan a conocer los resultados del análisis mediante MEB llevado a cabo en siete instrumentos prehispánicos de tipologías formales asociadas con prácticas de sacrificio y autosacrificio que, procedentes de diversos sitios arqueológicos de México, nos permitieron detectar en su superficie la presencia de tejidos y células sanguíneas. Con base en lo anterior, la investigación aporta datos científicos conclusivos que señalan positivamente el uso de estos artefactos como instrumentos de autosacrificio y sacrificio humanos, información que complementa la proporcionada por otras fuentes historiográficas, iconográficas y arqueológicas.
Casos de estudio
Esta INVESTIGACIÓN se centró en el estudio de siete artefactos prehispánicos: cuatro instrumentos de sacrificio elaborados con obsidiana y tres de autosacrificio, dos hechos con hueso, y el otro, con una espina o punta de maguey. Los datos arqueológicos y características se indican a continuación.
Dos cuchillos de obsidiana
El arqueólogo Luis Morett descubrió en 1992 dos cuchillos de obsidiana (Figuras 1), de aproximadamente 15 cm de largo, dentro de sendas cavidades orales de individuos hallados en contexto arqueológico funerario múltiple en el rancho El Zethé, Hidalgo, como parte de una ofrenda de cuchillos de ese material; más una vasija zoomorfa con la imagen de un murciélago, todos ellos depositados dentro de una cista ubicada en una subestructura con muros de adobe y cimentaciones de toba volcánica datadas para el siglo VIII d. C. (Mainou et al. 1994). Las osamentas presentaban evidencias de desmembramiento, mientras que los cuchillos, pequeñas agrupaciones café rojizas en las fracturas concoideas de la obsidiana, así como minúsculas fibrillas blanquecinas en sus filos (Mainou et al. 1994).
Dos tranchets
En el 2003 se realizó una excavación arqueológica al interior del centro cívico-religioso más importante del sitio arqueológico de Cantona, Puebla-Tlaxcala, donde se localizó una rica ofrenda de instrumentos de sacrificio hechos con obsidiana; entre ellos destacan navajas prismáticas, navajas de cresta, raspadores, cuchillos sacrificiales y tranchets, o cortadores (Martínez Callejas en prensa). Aunque nuestro estudio analizó treinta y un instrumentos de esta ofrenda, para este artículo únicamente se reportarán los resultados de dos de ellos (Figura 2), los cuales se distinguieron por presentar la mayor abundancia de fibras cortas de color amarillento en su parte distal, pequeños fragmentos de tejido color blanquecino fuertemente adherido a la superficie y cúmulos, también pequeños, de color café rojizo en sus fracturas concoideas.
Una punta de maguey
Este espécimen (Figura 3) se rescató en octubre del 2007 durante las exploraciones arqueológicas realizadas por la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en las lagunas del Nevado de Toluca (Junco 2010). Formó parte de una rica ofrenda del Posclásico Tardío (1200/1300-1521 d. C.) consistente en bastones de mando hechos con madera, puntas de maguey y figuras de copal, piezas que se sometieron a un proceso integral de conservación, investigación y divulgación (Mainou 2009).
Dos punzones de hueso
El arqueólogo Roberto García Moll halló los punzones de hueso de animal aquí analizados junto con otros seis objetos pertenecientes a la reina maya Ix K’abal Xook en la tumba 2 de la estructura 23 del sitio arqueológico de Yaxchilán, Chiapas (Stuart 2013). Su forma es alargada (10 cm de longitud), de sección circular en la parte proximal y ojival, porción distal en punta y sin remate (Figura 4). En la parte media contienen una inscripción de glifos mayas coloreada con cinabrio que, de acuerdo con Stuart (2013), rezan:
Hueso 1. u baakel bahlam Ix K’abal Xook / Aj K’ahk’ O’ Chahk -Su hueso de jaguar de Ix K’abal Xook/ Aj K’ahk’ O’Chahk (nombre del dios en la parte superior).
Hueso 2. took’al ajaw u mayij baak Ix K’abal Xook -El señor Pedernal es el hueso de ofrenda de Ix K’abal Xook.
Desarrollo
A simple vista y con la ayuda de un microscopio estereoscópico Nikon SMZ800® se detectaron en todos los artefactos en estudio pequeñas acumulaciones de color café rojizas, resecas y semejantes a costras, y/ o microfibrillas. Con la ayuda del mismo microscopio se obtuvieron muestras de estos sustratos por raspado y separado con bisturí; además, de cada cuchillo de obsidiana se consiguió una microlasca. Las muestras se montaron en cintas de carbón y se limpiaron con ultrasonido. Una vez limpias, se ionizaron con oro en un Fine Coat Ion Sputter JEOL JFC-1100®, y después se observaron con diversos microscopios electrónicos de barrido, cuyos modelos, así como sus características de trabajo y qué muestras se observaron en cada uno, se presentan en la Figura 5.
Resultados
En todas las muestras extraídas de los instrumentos en estudio estuvieron presentes múltiples estructuras con forma discal bicóncavas, cuyas dimensiones oscilan entre las 7 y las 10 µ de diámetro. En algunas de ellas aún se conserva la textura aterciopelada en la superficie , mientras que en otras -por ejemplo, las de los tranchets- estas células tienen una apariencia bastante mineralizada, sin que por ello hayan perdido su característica principal: la biconcavidad.
Particularmente, en las muestras obtenidas de la punta de maguey recuperada en las lagunas del Nevado de Toluca, las estructuras bicóncavas están cubiertas por una película delgada, posiblemente plasma que, junto con las células sanguíneas, se preservó debido a la baja temperatura del agua y a los bajos niveles de oxígeno.
En los instrumentos utilizados para corte: cuchillos y tranchets, se encontraron restos de tejido blando, entre ellos, largas fibras, cuya morfología sugiere correspondencia con tejido muscular liso. Igualmente, se observaron restos de colágena tipo 11 y algunas estructuras alargadas que morfológicamente concuerdan con estructuras propias del pelo humano.
Las muestras procedentes de los cuchillos sacrificiales de obsidiana encontrados en el rancho El Zethé, Hidalgo, presentaron en su cara anterior, en la zona más distal, minúsculas partículas café rojizo oscuro conglomeradas que estaban albergadas en las fracturas concoideas del filo, las cuales llamaron la atención; de la misma manera, muy adheridas a la superficie del filo de estas piezas, se detectaron pequeñas y delgadísimas fibrillas color blanquecino.
Por otro lado, se notaron, adheridos a estas estructuras cilíndricas de superficie irregular de tipo muscular, múltiples discos bicóncavos (Figura 6). En un acercamiento (Figura 7), es notable un conjunto de discos bicóncavos de 8 a 10 µ de diámetro aproximadamente, con una textura aterciopelada, cuyas características morfológicas dan a entender que se trata de eritrocitos. Además, se observaron estructuras fibrosas en diferentes direcciones, de superficie irregular, con residuos de material inorgánico propios del entierro (Figura 8).
En las Figura 2 se muestran dos de los treinta instrumentos de sacrificio hechos con obsidiana recuperados del sitio arqueológico de Cantona, Puebla-Tlaxcala. Se trata de los tranchets 27 y 28, pequeñas piezas que miden 4.0 cm de largo por 3.0 cm de ancho por 0.90 cm de espesor. En las Figuras 9 y 10 se aprecian restos orgánicos diversos: en la Figura 9 se observa una larga y fina fibra de colágenas sosteniendo un eritrocito, mientras que en la Figura 10 se advierte un conjunto de células discales y restos de fibrina que forman un coágulo que pende de la orilla del filo del tranchet. En la Figura 11 se aprecia un fragmento de piel; en todas las muestras analizadas, la escasez de poros lleva a pensar que se trata de restos de piel humana. La Figura 12, muestra restos de fibras musculares que, por su morfología, cabe suponer que se trata de restos de músculo liso. Por último, en la Figura 13 se presenta un conjunto de fibras de colágena tipo 1.
En las muestras obtenidas de la punta de maguey y los punzones de hueso se encontraron células sanguíneas. En la primera no se pudieron observar a simple vista tales restos, ya que las puntas son de un color muy similar a la sangre seca, caso contrario al de los punzones de sacrificio de Yaxchilán, donde se hallaron pequeñas costras microfracturadas de color café oscuro (Figura 4).
En la Figura 3 se muestra una punta de maguey, cuyas características morfológicas y estructurales no se alteraron a pesar de haber estado bajo el agua durante más de 600 años. Una serie de discos bicóncavos de 7 a 8 µ de diámetro recorre, a lo largo, este instrumento, en el que además se adhirieron restos de tejido plasmático que no pertenecen a ella (Figura 14).
En el lado posterior de la parte distal de los punzones de hueso se descubrieron áreas café rojizas que, según las observaciones, corresponden a células sanguíneas bien conservadas (Figura 4). En el MEB se reconocieron varias células sanguíneas, entre ellas, discos bicóncavos de 8 µ aproximadamente, con aspecto aterciopelado, embebidos en fibrina (Figura 15).
Discusión
Gracias a diversas condiciones ambientales y microambientales, es común la preservación de células sanguíneas en restos óseos o en tejidos momificados: prueba de ello son los estudios de Martill y Unwin (1997), quienes las hallaron, en su investigación por medio de meb, en huesos de dinosaurios. En éstos se preservaron además osteocitos, según demostraron Higby Schweitzer et al. (2013) por medio de análisis por MEB. En el 2013 Armitage y Anderson estudiaron fósiles de Tricereatops horridus, y encontraron tanto osteocitos como tejido blando mediante la utilización de esta misma técnica analítica (Armitage y Anderson 2013).
Por supuesto, también se han realizado estudios de MEB en restos orgánicos de humanos, entre los cuales destacan el análisis de los restos de Agnés Sorel, una mujer de la élite francesa que murió en 1450; de Luis XI, rey de Francia, y de Carlota de Savoya, su segunda esposa, que reportaron la presencia de células sanguíneas (Charlier et al. 2008).
Sin embargo, pocos son los análisis por medio de MEB realizados a objetos antiguos relacionados con rituales sagrados. Un caso particular es el que llevaron a cabo Mazel y Charlier (2006), autores que investigaron estatuillas elaboradas con madera, datadas para antes del siglo XIV d. C., que presentaron una pátina rugosa color café oscuro que, a la observación mediante MEB, reveló la presencia de eritrocitos.
Nuestra INVESTIGACIÓN ha presentado el análisis con MEB de piezas prehispánicas elaboradas y utilizadas por distintas culturas del México prehispánico: punzones de hueso asociados con la cultura maya del periodo Clásico; los tranchets, que pertenecen a la cultura cantonesa; los cuchillos sacrificiales de la cultura xajay de occidente, y la punta de maguey de los otomíes. Todos los objetos se localizaron en distintas áreas de México y estuvieron enterrados o depositados en diversos contextos arqueológicos, como cistas, entierro directo sobre el suelo y dentro de agua helada. A pesar de estas diferencias, los objetos estudiados han conservado en su superficie restos de tejidos orgánicos.
En cuanto a los discos bicóncavos que se reconocieron como eritrocitos, se sabe que son humanos por razón de que su tamaño difiere según la especie de mamíferos de la que proviene la sangre: la medida de los correspondientes a humanos oscila entre las 7 y las 8 µ (Bello 2004:16), mientras que, entre otros, los de especies de perro y cerdo miden 7 µ, los de felinos 5.8 µ, los de equinos 5.7 µ, los de bovinos 5.5 µ y los de caprinos 4 µ (Mondragón y Robles 2007:33-39). No obstante, la hematología y la hemotafonomía indican que los eritrocitos humanos (que son los que se analizaron) pueden cambiar de forma y tamaño tanto por las condiciones del cuerpo humano al que pertenecen como por factores externos (Rudenko 2010; Stasiuk 2009).
Además, se descubrieron restos de fibras de músculo liso, así como de fibrina, colágena y piel que, aunque, por sus características morfológicas, no son atribuibles a una especie en particular, sí es válido suponer que son humanos, puesto que acompañan a los eritrocitos y, en muchos casos, están adheridos a tales estructuras.
Si bien cabe señalar que en general los restos orgánicos se conservan mejor en lugares secos, con poca humedad, quedan por explicarse las variables que facultaron la preservación de las células sanguíneas y tejidos corporales diversos de estos objetos en particular, dado que su contexto arqueológico no era ése. En nuestra opinión, el principal factor que ayudó a la conservación de estas estructuras orgánicas fue la desecación y, en el caso de la sangre, su coagulación; no obstante, es posible que otras circunstancias diagenéticas, como su parcial mineralización, hayan favorecido también la conservación de los tejidos orgánicos hallados. Esta hipótesis tendrá que confirmarse mediante futuras investigaciones enfocadas a comprender la formación del contexto arqueológico, particularmente, los procesos de descarte/enterramiento, tomando en cuenta las condiciones edafológicas y climáticas de cada caso para, así, poder realizar las interpretaciones pertinentes.
Conclusiones
La medicina forense se ha especializado en descubrir, con base en múltiples técnicas, análisis y estudios, la presencia de restos sanguíneos depositados en distintas superficies mediante la tinción de partes de la misma; las sustancias más conocidas son el luminol y BLUESTAR® FORENSIC; sin embargo, existen otras técnicas que utilizan sustancias como el ácido etilendiaminotetraacético (EDTA), la tetrametilbenzidina (TMB) y la fenolftaleína (Matheson, Hall y Viel 2009:192-193). No obstante, hay dos impedimentos para que tales pruebas se apliquen directamente a objetos que pertenecen a culturas pretéritas:
La composición molecular, simbolismo y estética se verían comprometidos, puesto que las técnicas utilizadas son invasivas y, en muchos casos, la muestra se destruye para su análisis.
Gran parte de los componentes de las estructuras biológicas encontradas en estos instrumentos ha sufrido el natural proceso diagenético, lo que los ha mineralizado parcialmente.
Por estas razones, la MEB es la mejor técnica para detectar, identificar y demostrar la presencia de tales restos orgánicos: así empleada, abre un campo nuevo en la conservación del patrimonio cultural y el desarrollo de la interdisciplina con el área de las ciencias biológicas, en especial, con la medicina.
El hecho de haber identificado restos humanos en estos instrumentos rituales comprueba la capacidad tanto de las células sanguíneas como de los tejidos humanos de adherirse a distintas superficies y soportar un sinnúmero de factores de intemperismo y diagenéticos. Nuestros hallazgos proporcionan sustento científico para solidificar una hipótesis elaborada desde diferentes campos epistemológicos -las fuentes etnohistóricas, arqueológicas y de antropología física- que sugieren la práctica de sacrificios humanos y autosacrificios en pueblos prehispánicos mesoamericanos. Por esto consideramos que el presente estudio es un aporte importante, ya que son escasos aquellos realizados en instrumentos utilizados en rituales, y menos aún los que reportan la presencia de restos tisulares humanos diferentes de la sangre.