De Apatzingán a Paracho,
¡ay qué dolores causó
ese engendro del demonio
a quien Santana mató! […]
Con Inés Chávez Ramírez [García]
al Estado maltrató,
robaron vacas y chivas
y los jacales quemó
El Chivo Encantado: corrido mexicano.1
INTRODUCCIÓN
Durante la Revolución Mexicana iniciada en 1910, fue recurrente la entrada de grupos rebeldes a haciendas, rancherías, pueblos y ciudades. Unos solicitaron apoyo con el consentimiento de los lugareños, otros se inclinaron por cometer atropellos mediante el uso de la fuerza. Particularmente en Michoacán, se habló de las peripecias de gente como Jesús Cintora, José Altamirano, Eutimio Figueroa, Luis Gutiérrez “El Chivo Encantado” y José Inés Chávez García, en este último, nos centraremos en el presente artículo.
La figura de Chávez García tomó mayor fuerza -dice Eduardo Mijangos- luego de que en el ocaso de 1916, declinó por Félix Díaz para enfrentar abiertamente a Venustiano Carranza. Entonces sus seguidores se incrementaron y obtuvo el grado de general bajo las órdenes de Jesús Cintora. Después vino su apogeo entre 1917 y principios de 1918, donde además de la violencia a su paso, colaboró en desestabilizar al gobernador estatal Pascual Ortiz Rubio, quien a su vez, lidió con el mal comportamiento de los hombres de Enrique Estrada, jefe de operaciones militares constitucionalista.2
En este marco, Chávez García mandó quemar varias localidades del estado y puntos circunvecinos, generalmente porque los pobladores le plantaron resistencia. Uno de esos hechos aconteció el 9 de agosto de 1917 en Paracho, un pueblo de la meseta p´urhépecha; aunque en un reporte de 1920, Daniel Galván, párroco de esos años, menciona que hubo dos incendios más, pero no indica que fueran obra del chavismo ni la magnitud del primero, por tanto, es mejor distinguirlo como el mayor incendio de los tres.3
Lo que sabemos de este suceso se encuentra principalmente en tres publicaciones. La primera es “Cuando Chávez García incendió Paracho” de Roberto Galván, publicado en 1976 en El verdadero Chávez García,4 testimonio que, al parecer, le comunicó Daniel Galván, ya antes citado. La segunda referencia fue publicada en 1988 y se conforma por varios pasajes del libro Paracho durante la Revolución. Estampas y Relatos 1890-1930, cuyo autor, Jesús Castillo Janacua, fue testigo del siniestro cuando apenas era un niño.5 Finalmente, en 2018 surgió la tercera propuesta: “El incendio de 1917”, apartado del padre Rubén Ríos dentro de su texto Paracho en la historia y la leyenda.6 En su caso, los informantes fueron personas que vivieron los eventos como Ignacio Núñez y Juan Huipe.7
Por medio del presente artículo proponemos realizar una relectura de tales fuentes. Sugerimos que hay omisiones y contradicciones respecto a las causas del incendio, los sucesos de aquel día, así como de las actividades posteriores de los pobladores. Con ello, intentamos ofrecer un ejercicio de crítica acerca de lo que ya conocemos, y contribuir a la historia regional correspondiente al final de la etapa armada de la Revolución Mexicana.
Para lo anterior, no solo sometimos estos escritos a un examen de credibilidad, también los comparamos con lo declarado en otros estudios sobre ataques chavistas. Asimismo, mediante la consulta del Archivo de la Diócesis de Zamora, aportamos algunos antecedentes y datos posteriores al incidente. Además, recurrimos a la entrevista, donde si bien, los protagonistas locales ya murieron, hay ancianos(as) que mantuvieron una relación estrecha con ellos, así que no podíamos descartar la posibilidad de encontrar información oral no explorada. Por consiguiente, fueron relevantes los testimonios de María de Jesús Morales, Rafael Gómez, Elvia Núñez, Manuel Rubio, Natividad Caro y Gonzalo Amezcua.
A continuación, nos conduciremos en el orden cronológico de los acontecimientos, encarando las probables causas del incendio, los sucesos de ese día, y el intento de los habitantes por estabilizarse en los años inmediatos.
DE LA NO RESISTENCIA A UN ENFRENTAMIENTO CON LOS CHAVISTAS
En el comienzo de la lucha revolucionaria, Paracho se conformaba con cerca de 3,044 pobladores, un número que en su momento no era de poca importancia si consideramos que desde 1862 se le asignó el título de villa.8 Aproximadamente, contaba con 2,500 hectáreas que se repartían en superficie montañosa y de temporal.9 Por el lado de las labores, se dedicaban a la siembra, ganadería, obrajería, torno de madera, carpintería, comercio10 y, por supuesto, la guitarrería, oficio por el cual hoy es reconocido el lugar, aunque según recuerda Francisco Sosa, “era el último de los oficios”.11
Los lugareños no tardaron mucho en enterarse de una sublevación en el país. Por un lado, lo notificaron los comerciantes, viajantes y estudiantes, por el otro, lo confirmaron grupos de alzados que irrumpieron en el pueblo. Jesús Castillo cuenta que, incluso miembros de la comunidad como los hermanos Díaz (Juan, Eutimio, Aureliano) y Félix C. Ramírez, se integraron a la lucha desde la plataforma política.12 También, pronto se resintieron los desmanes al interior, pues a finales de 1912 tuvieron que suspender algunas actividades. José María Amezcua, cura de entonces, así lo notificó: “Gastos de la Escuela Parroquial por once mensualidades, pues la escuela se clausuró un mes antes debido a la revolución que impidió que se continuaran con los trabajos”.13
Ignoramos quiénes fueron los responsables de estos primeros agravios, puesto que los grupos de bandoleros fueron varios, tanto del lado de los rebeldes como del gobierno en turno. Asimismo, no sabemos cuándo fue la primera vez que José Inés Chávez y sus hombres arribaron a Paracho, pero por la memoria que comparte Rubén Ríos, entendemos que lo hicieron en repetidas ocasiones, por lo menos un año antes del incendio mayor.14 Sin embargo, hay indicios para pensar que en un principio entraron con el permiso de las autoridades locales.
Para comprender lo anterior, primero consideremos que los estragos de los rebeldes forzaron a organizar “acordadas”, es decir, grupos de defensa donde cooperaron miembros de diferentes comunidades.15 Jesús Castillo enuncia que la de Paracho estuvo conformada por 35 hombres, entre ellos: Gerónimo Amezcua, Andrés Coronado, Antonio Madrigal, Luis Monroy, Domingo Olivos, Cástulo Sosa, Francisco Salas, Florentino Huipe, José María Jiménez, Jesús Moreno, y Juan Onchi.16 Las fuentes escritas y orales discrepan sobre quién fue el jefe de armas, quizá porque en un tiempo reducido varios tuvieron un liderazgo; no obstante, si observamos su relevancia en la cronología de los sucesos, podremos darnos cuenta que antes del incendio mayor, ese cargo lo ocupó Donaciano Velázquez, secundado por su hijo Jesús, Francisco Núñez y Gilberto Mercado; ya en el siniestro, lo desempeñaron Tomás Coronado y Erasmo López Chacón.17
De cualquier modo, cuenta Rubén Ríos que previo al incendio, la defensa hizo una junta en la cual Tomas Coronado externó su desacuerdo con el comportamiento de Donaciano Velázquez, porque “vergonzosamente, recibe en su casa a Inés Chávez y al Manco Nares y hasta come con ellos”.18 Al parecer, el jefe de armas sopesó la situación y vio que no era conveniente hacerles frente a los chavistas: “¡Si le ofrecemos resistencia nos acaba! Yo pienso que lo mejor es contemporizar con él. […] es táctica para que no nos ataque. Déjenlo entrar y salir”.19 Esto no fue exclusivo de los parachenses, todo indica que en ciertos periodos también arribó sin percances a otros pueblos, a propósito de ello, se dice que en Sevina tuvo un refugio y a sus filas se sumaron Pedro y Carlos Equihua de Aranza, así como Rogelio Morales de Nahuatzen.20
Con lo anterior, se ratifica que las autoridades locales permitieron la entrada de los rebeldes como una medida preventiva. Esto no solo se muestra en las fuentes escritas, la oralidad sugiere lo mismo, para muestra, Manuel Rubio comparte el testimonio de don Emilio [¿?] acerca de un incidente que tuvo con algunos chavistas que descansaban en la plaza:
Pues iba por la calle real, al llegar a la plaza le llegó el olor a tabaco, cruzaba la plazuelita para ir a hablarle a un señor de nombre Antonio Querea, era arriero, y de paso se traía a otro, parece que a don Irineo Morales también. Cuando le salió uno: “¡alto hijo de tantas!, ¿quién eres tú?, ¿a dónde vas?”, “voy a hablarle a los compañeros de mi papá que van a Uruapan” […] “Nada de que voy a hablarle, […] tú eres el correo de los demás, ¡párate ahí!”, ya se lo iban a quebrar [a matar]. Pero entonces llega Inés García, de la revuelta que traía, que le dice: “¿qué traes? ¿Quién es?”, […] “ha de ser correo”, “¿a ver a dónde vas?”, “voy a hablarles a los compañeros de mi papá, somos arrieros”, “así que por eso pasas la plaza”. Le dijo al que lo había agarrado: “ya me has hecho muchas hijo de esta, hijo de lo otro, ¡déjalo que se vaya!”. Esa fue una de las acciones, que sería suerte de don Emilio, o que le movió el corazón al hombre ese, porque eran asesinos.21
Ahora bien, tal cooperación no garantizó evitar saqueos o raptos de mujeres, pues bien, hubo varios descontentos al grado de que la defensa decidió atacar a Chávez y los suyos.22 Rubén Ríos da a entender que Jesús Velázquez y Francisco Núñez prepararon dicha afrenta, de lo cual sabemos que el último sí participó por las declaraciones de Elvia Núñez, su hija.23 Aunque fueron acompañados por un grupo reducido, en vista de que no todos estuvieron de acuerdo, ni siquiera el jefe de armas mostró apoyo a su vástago; quizá porque a todas luces, el enemigo los superaba en número y experiencia de combate.24
Por tanto, ¿las arbitrariedades de los revolucionarios fueron suficientes motivos para embestirlos pese a su posición de desventaja, o se atrevieron a partir de cierta información en su poder? ¿Fue porque -como en ciertos testimonios orales se dice- consiguieron armas de fuego en Zamora con la capacidad de disparar tiros continuos?25 ¿Contemplaron que Chávez no vio grandes peligros en Paracho y entonces entraría con contados hombres al igual que lo hizo en lugares donde tuvo simpatizantes? O bien, ¿supieron que en otros pueblos fuerzas locales y constitucionalistas lograron ahuyentarlos como ocurrió en Sevina en septiembre de 1916?26 Por ahora son escasas las fuentes para dar respuesta a esto, pero, en cualquier caso, el riesgo fue demasiado alto.
De los hechos precisos de aquel ataque conocemos poco, Jesús Castillo y Rubén Ríos se limitan a declarar, en un tono idílico, que los parachenses salieron airosos y hasta persiguieron a los chavistas. Los informantes tampoco aportan mucho y solo describen que en el cuadro principal del lugar algunos locales dispararon desde la torre vigía y los tejados de El Asilo, de ese modo dieron de baja a por lo menos un rebelde. Sin embargo, señalan que hubo muertos de ambas partes:
Rafael Gómez: En una ocasión entró Chávez aquí a Paracho antes del incendio y sus soldados o su gente hicieron algunas arbitrariedades como saquear los pocos comercios que había, golpear a mucha gente. […] yo oía rumores que en otra entrada que hizo Chávez aquí, le opusieron resistencia y creo que habían matado a uno de sus soldados.27
Gonzalo Amezcua: Pues nos llegó a contar (su mamá Dolores Zalapa Coria) que donde está el internado ahí era el templo, la torre chiquita, esa era la torre del templo, ahí le hicieron resistencia a los hombres de Chávez. Eso antes del incendio, cuando ya vino a incendiar ya venía con coraje porque ya lo habían recibido mal, […] Al esposo de tía Polet lo mataron en el ataque de la torre.28
Por lo que respecta a cuándo ocurrió este enfrentamiento, Rubén Ríos escribe que fue meses antes del incendio mayor, es decir, a principios de 1917;29 en cambio, Jesús Castillo insinúa que fue días antes.30 No obstante, los dos coinciden -así como algunos entrevistados- en que fue la causa principal de dicha quema.31 En nuestra opinión, es más probable la fecha del primer autor, pues como veremos, hubo más refriegas en el pueblo que asoman una gran distancia de tiempo entre uno y otro evento. De hecho, José Inés regresó y raptó a Jesús Velázquez por atacarlo, pero al final le perdonó la vida a cambio de una suma de dinero, lo cual de nuevo prueba que su padre, el jefe de armas, tuvo cierto entendimiento con el rebelde.32 Por consiguiente, tal intercambio de balas solo fue una de las razones de la futura catástrofe, más acontecimientos decisivos estarían por venir.
LOS AHORCAMIENTOS DE LOS INDALECIOS GÓMEZ Y OTROS DISTURBIOS CHAVISTAS
Las entradas de los chavistas a este pueblo continuaron, pero luego del enfrentamiento declarado, aquella cooperación para “contemporizar” con él, -que tanto procuró a Donaciano Velázquez-, ya no fue eficaz. Tampoco olvidemos que si bien, 1917 fue un año de recurrentes agresiones por parte de los rebeldes, en gran medida -dice Javier Garciadiego- se incrementaron con el triunfo del constitucionalismo y la mala conducta de las tropas carrancistas en Michoacán.33 A esto sumemos que se notificaron alzas de precios, falta de trabajo, sequías y enfermedades, la última de las cuales, estuvo presente en Paracho.34
Conforme a lo dicho, es probable que la mayor parte de los testimonios orales sobre los chavistas en la comunidad, pertenezcan a este periodo, es decir, a los meses previos del incendio mayor. En ellos se habla de que en la torre vigía siempre hubo un grupo comisionado de tocar la campana en caso de avecinarse algún peligro, aunque eso no impidió los raptos de mujeres, extorsiones y atracos a tiendas. Por ejemplo, Gonzalo Amezcua cuenta una medida con la cual cuidaron a varias muchachitas de los rebeldes:
[…] Un grupo de muchachillas, 17, de 15 años, eran como unas 15, se las llevó a esconder a una parte que le llamamos kuereki. Una parte del cerro, ¿no sabes dónde? Tienen un rancho los Anota, acá arriba, por ahí, ahí las llevaron a esconder. Estaba muy boscoso, no estaba como ahorita pelón ya, y ahí fue donde tío Genero [Zalpa] se llevó a esconder un grupo de muchachas, y “cállense, no tosan”, con mucho miedo la llevó a esconder, porque esos no solo andaban sobre quemas sino en violar y llevarse muchachas.35
Por desgracia, no siempre se logró protegerlas y hoy todavía se habla con nombre y apellido de aquellas que fueron capturadas.36 También se cuenta que a los niños(as) se les salvaguardó en hornos caseros de pan, o en pozos sobre la tierra excavados con anticipación, incluso los metieron en agujeros del excusado.37 Asimismo, optaron por esconderse en el templo y El Asilo, por aquello de que Chávez ostentaba una devoción católica y respetaba dichos lugares.38
En cuanto a las extorsiones, los chavistas se dirigían con las familias más acomodadas de ese momento, los cuales muchas veces cooperaron con dinero o cierta especie con el fin de que se alejaran; de ellos resaltaban los Gómez, Velázquez, Díaz, Estrada y un señor de nombre Pánfilo Bravo, “dueño de toda la construcción de los portales que se encuentran aquí en el lado norte de la plaza. Se dedicaba […] a actividades de tipo comercial y de agricultura”.39 Precisamente, en una de dichas usurpaciones ahorcaron a los Indalecios Gómez, padre e hijo, otro eslabón que nos lleva al incendio mayor del pueblo.
Jesús Castillo y Roberto Galván no dan una fecha exacta de dichos ahorcamientos, mientras que Rubén Ríos ni siquiera menciona este altercado. Sin embargo, Ramón Ángeles pudo consultar una libreta personal de Jesús Nava Trinidad, abuelo de Martha Eugenia Nava, donde anota que fue el 7 de junio de 1917.40 Castillo describe que aquel día los chavistas irrumpieron con las intenciones de siempre, mientras algunos hombres se resistieron sin mucha fortuna.41 Enseguida tomaron prisioneros y los llevaron a la cárcel local, entre ellos estaban los Indalecios Gómez, miembros de una de las familias más adineradas del momento y, particularmente al padre, se le describe como un hombre de respeto y aprecio, quizá, porque fue dueño de una de las mejores tiendas de abarrotes.42 Rafael Gómez, familiar directo de aquellas víctimas, narra así el motivo de la captura:
[…] Un pariente o familiar de nosotros que se llamaba Indalecio Gómez tenía una tienda de abarrotes aquí en Paracho. Entonces [Chávez] mandó a uno de los bandoleros a pedirle una cantidad pues muy grande, claro que él contestó que no tenía ese dinero. Entonces, lo amenazó de matarlo, “pues haga lo que quiera”, le contestó él, “pero no tengo yo ese dinero”. Entonces le ordenó a uno de sus esbirros que lo llevaran a la plaza de aquí. Entonces, “te doy la última oportunidad de que salve tu vida dándome ese dinero que te pido”, “no tengo ese dinero”.43
Ya encarcelados -dice Jesús Castillo-, Chávez asignó un precio por cada una de las cabezas. Se liberó a todos, menos a los Indalecios, aun cuando sus familiares suplicaron y ofrecieron dinero. Inclusive el Padre Galván y su vicario Agustín Ayala abogaron por los reclusos, pero nada lograron.44 Como vemos, no se especifica por qué no se perdonó a estas personas, aunque Rafael Gómez declara la siguiente razón:
Indalecio el chico, estuvo estudiando en el seminario de Zamora, y ahí hizo amistad con el general […] Mújica, es decir, como compañero del seminario. Entonces ya después de que se salieron del seminario se dedicó a la política Mújica, y fue muy conocido. Entonces en una ocasión que entró [Chávez] a Paracho […], uno de sus esbirros encontró propaganda política del general Mújica de los Indalecio. Y unos dicen que esa fue la causa de porqué los ahorcaron.45
Esta aseveración puede ser cierta, Francisco J. Múgica estudió en el seminario de Zamora entre 1898 y 1905, aproximadamente de los 14 a los 21 años, mientras que Indalecio chico contaba con alrededor de 30 años cuando fue ahorcado, sus edades se asemejan y probablemente coincidieron en dicho lugar.46 Asimismo, desde marzo de 1917 Múgica promovió su candidatura a la gubernatura de Michoacán por el Partido Socialista, contienda que perdió en julio del mismo año ante Pascual Ortiz Rubio.47 Por tanto, es de esperarse que el parachense, siendo su amigo, buscó alentarlo. Agreguemos que Chávez rechazaba a los constitucionalistas, y Múgica, aunque tuvo fama de radical, no dejaba de ser uno de ellos.48
Como quiera que sea, nada se pudo hacer, en un árbol de la plaza colgaron primero a Indalecio padre y luego a su hijo frente a una multitud impotente, y al final, “por largas horas quedaron los cuerpos de las víctimas colgando de un árbol, algunos valerosos fueron para darles sepultura”.49 Rafael Gómez dice que después de este evento su padre Gilberto, hermano y tío de los afectados, decidieron irse a Uruapan con el resto de su familia, desde luego, para evitar otra desgracia de tal magnitud.50
UN NUEVO ATAQUE DE LA DEFENSA DE PARACHO
Todo indica que los decesos de los Indalecios pusieron en alerta a los parachenses, y es que antes de eso, no se había matado a pobladores pacíficos. Por tanto, Roberto Galván y Jesús Castillo, señalan que después hubo un enfrentamiento con los chavistas, aunque el segundo apunta a que se trató de la pequeña afrenta que ya describimos, y que por ello se mandó a incendiar el pueblo el 9 de agosto, cuando “la defensa estaba desprevenida”.51 Pero como ya justificamos, los rebeldes entraron por lo menos dos veces después de aquel evento, y por consiguiente, este es otro ataque.52 Así pues, el primer autor dice que el 2 de agosto de 1917, Ignacio Vidales, presidente municipal, junto a más colegas convocaron a una reunión en la plaza principal para decidir la ofensiva.53
Rubén Ríos muestra que la defensa, otra vez, tuvo discrepancias. Donaciano Velázquez siguió en su postura de no atacar y propuso aprender del pasado, pues de nada sirvió el ataque orquestado por su hijo Jesús Velázquez y Francisco Núñez.54 En el mismo tono, el cura Daniel Galván manifestó que dada la diferencia de fuerzas no daría buen resultado, mejor, recomendó ponerse a salvo en caso de una visita de los rebeldes.55 Otros en cambio, estuvieron de acuerdo con usar la fuerza “para hacerse respetar”, además, se ampararon bajo el argumento de que en lugares vecinos tuvieron buenos resultados: “¡Ataquemos a Inés Chávez García! Así como Casimiro Leco se hizo fuerte en Cherán […] Mejor vamos a declararnos enemigos de esos bandoleros y a correrlos a punta de balazos”.56
Esta vez, la mayoría aceptó participar en el ataque, y acorde con Roberto Galván, fue porque se sentían resentidos de lo sucedido con los Indalecios.57 Al predominar esta opinión, Ríos dice que Donaciano Velázquez fue suspendido como jefe de armas y en su lugar se puso a Tomás Coronado.58 Desde ese día, se insinúa que los parachenses tantearon los pasos de Chávez y sus hombres, algo que no es de extrañarse, ya que en esos días solía moverse bastante por la zona.59 Como sea, Galván apunta que el 8 de agosto se entera- ron que se acercaba y entonces programaron el golpe para el siguiente día.60
Así pues, Ríos y Galván indican que la defensa salió del pueblo antes del amanecer el 9 de agosto, aunque hay una enorme diferencia entre sus versiones. El primero sostiene que aquella excursión fue porque el 8 de agosto un hombre de confianza de Cherán, llegó con una carta para el presidente municipal en la cual su homónimo pidió ayuda para contrarrestar a Chávez, pero:
¡Qué lejos estaban las autoridades de Paracho y toda la población, de pensar que aquella carta era falsa! ¡Qué lejos estaban de pensar que el mismo Chávez García la había redactado y había obligado a las autoridades de Cherán, a los que mantenía presos […] Ya podía atacar al día siguiente, puesto que iba a encontrar una población desarmada […] y dio la orden de enfilar rumbo a una barranca cerca del Ojo de Agua de Aranza; allá pasaron la noche él y sus soldados y al día siguiente, antes de las 5 de la mañana, oyeron el tropel y las voces de un grupo de parachenses que, ilusionados, creían ir a auxiliar a sus hermanos de Cherán.61
Dudamos de estas declaraciones en vista de que se dibuja idílicamente a la defensa, esta es valerosa, víctima del engaño, ignorante de la presencia de Chávez y, sobre todo, ausente durante el incendio que siguió, lo cual, de fondo, parece eximirla de toda culpa y justificar su derrota. También, decir que los parachenses tenían la guardia baja, es una evidente contradicción del autor, pues más adelante declara que sí acordaron un nuevo ataque, puntualmente escribe: “Esta última opinión se impuso (confrontar a los rebeldes), con las consecuencias que todos conocemos (la quema mayor)”.62 Además, distintos pasajes de las tres fuentes que discutimos, ostentan indicios claros de que la defensa estuvo preparada, ya lo iremos señalando.
Por consiguiente, parece más coherente la versión de Roberto Galván: la defensa salió de Paracho para atacar a los chavistas, y aquí se asoma su estrategia, lo hicieron fuera del pueblo con el ánimo de sorprenderlos, confundirlos y evitar represalias. Al respecto, habla de dos enfrentamientos: el primero fue a las 6:30 de la mañana cerca de Arantepacua, y el otro tiempo después en Aranza.63 Aquí podría pensarse que se armaron dos grupos de combatientes, pero pesa más la idea de que, dados los pocos hombres y el armamento, solo fue uno, es decir, atacaron en la primera localidad y luego se reagruparon en la segunda. Por otro lado, el camino “real” o “viejo” de aquel periodo, nos sugiere que los parachenses fueron y regresaron por medio de Canindo, un ojo de agua de Aranza, con ello se atravesaba el cerro Marijuata para llegar a la población de Quinceo y luego a tierras de Arantepacua.64
Así pues, atacaron, pero por lo visto, no hubo gran repercusión en la tropa chavista. Roberto Galván declara que Chávez atribuyó los disparos a gente de Arantepacua y entonces cabalgó hacia allá para incendiarlo.65 No sabemos si así fue, Castillo y Ríos ni siquiera mencionan este evento, empero, consta que tal lugar no quedó libre de atropellos; en 1919 el cura Luis García de Nahuatzen declaró en una carta que su iglesia yacía extinguida por una quemazón que sufrió, aunque no especificó la fecha ni los autores delsiniestro.66 De cualquier forma, no se logró confundir a los rebeldes, al final, de algún modo se enteraron que la agresión fue perpetrada por parachenses y ese mismo 9 de agosto fueron por ellos.
¡TOQUEN LA CAMPANA! CHÁVEZ ORDENA INCENDIAR PARACHO
Conforme el escrito de Rubén Ríos, se dice que alrededor de las 8:30 de la mañana los chavistas tuvieron un encuentro con miembros de la defensa en el camino “viejo” que conecta a Aranza con Paracho, cerca del yacimiento de agua que los pobladores llaman El Pozo Grande. Allí combatieron Ignacio Núñez, Juan Huipe, los Quintana, padre e hijo, de Quinceo, así como Sabás Valencia de Aranza.67 Probablemente, se trató de la segunda posición de ataque que menciona Roberto Galván.68 Con ello, es claro que no estaban desprevenidos. Sin embargo, no tardaron en ser derrotados y lo siguiente para los rebeldes fue llegar a la plaza principal.
Para ese momento se tocó la campana en señal de alarma. Ya en el cuadro central, algunos hombres hicieron fuego desde la torre vigía y los tejados de El Asilo.69 En este punto es donde Jesús Castillo inicia su versión del suceso. Él cuenta que siendo niño vio desde la rendija de una puerta el alboroto en la plaza. También dice que en dicha casa “Unas mujeres -porque solo había mujeres- cuchicheaban algo, regresaban; querían asomarse a la plaza, pero ¿Cómo lo iban a hacer si el arrebato de la campana y los disparos desde la torre eran nutridos?”70
Es pertinente señalar que Castillo no explica por qué desde muy temprano mujeres y niños estuvieron congregados en una casa. Esto nos hace pensar que los más vulnerables se escondieron en ciertas viviendas, mientras el resto combatía o vigilaba, por tanto, de nuevo se asoma la idea de que la gente de Paracho no estaba desprevenida.
Los chavistas por su parte, capturaron mujeres y buscaron hombres. Una de sus formas de proceder en otros lugares que embistieron, fue por detrás de las casas, ya sea tumbando puertas o perforando los muros.71 En este caso, también atacaron por la retaguardia. Castillo cuenta que entraron por el portón trasero y algunas mujeres intentaron interponerse sin éxito. En ese momento vio a su papá hincado en el patio de esa casa a punto de que se le disparara, pero el vicario Ayala impidió su muerte gracias a que poco antes una de las señoras había ido a pedirle ayuda. Los soldados no se opusieron al cura y permitieron que salieran todos a El Asilo. La descripción de ese suceso concuerda con lo mencionado por Roberto Galván, los hombres a caballo impidieron a la gente entrar al edificio, pero el padre Ayala insistió en abrirles paso. También en ese momento pudo apreciar de cerca el ruido de las balas, los gritos y el tropel de caballos, incluso recuerda distinguir en el piso algunos cuerpos de hombres.72
Ya en El Asilo, la gente se amontonó en el patio. Jesús Castillo menciona que hubo una soldadesca que allí los cuidó, ¿fue un pelotón del gobierno? Al respecto, Javier Garciadiego había dicho que, en 1918, durante un ataque chavista a San José de Gracia, los 25 soldados de línea fueron los primeros en huir, como un año antes había sucedido en Paracho, pero no proporciona la fuente sobre este dato.73 En caso de ser cierto, tal soldadesca no pudo hacer mucho, pues los chavistas a culetazos y empujones entraron para buscar hombres en los cuartos del edificio, los cuales además de salones fueron enfermería. Ese año, ya lo dijimos, circularon como moneda común las enfermedades y, particularmente en ese instante, se albergaban personas con viruela, entre ellas, el hermano mayor de Castillo.74
Desde luego, no todos los pobladores tuvieron la oportunidad de correr a El Asilo o al templo. Otra memoria escrita y los testimonios orales indican la óptica del resto de los habitantes, Guadalupe López Monroy así lo vivió: “yo tenía unos siete años; al oír repicar la campana, corrí con mi hermano Chuchi, quien tenía dos años de edad, cargado a la espalda [hacia el cerro]”.75 Por otra parte, Natividad Caro cuenta lo siguiente:
Mi papá [Francisco Caro] me agarró y corrió solito conmigo nomás. Y que al brincarse unos solares [patios traseros] ahí le salieron los señores, los malos. Le dijeron: “¡párese ahí hijo de esto, hijo de lo otro!”, y que ya lo mandaron pa´ matarlo. Y que me agarró a mí y que me puso aquí enfrente [en el pecho]. Le gritaron: “¡deja a un lado ese muchacho!”, y que dijo: “¡no!, ¡dele!”, ¿pues con quién la dejo?, dele para que ella también se acabe, siquiera que se muera ella también […]. Pos que lo maltrataron y que le dijeron: “¡lárguese de aquí!”. No lo mataron.76
También dice que aquellos que se escondieron en agujeros sobre la tierra, barrancas y cerros, se limitaron a escuchar o ver los desmanes en el pueblo. A propósito de ello, María de Jesús Morales comparte este recuerdo:
Y que ya andaban por ahí jugando [Luis Morales y Anselmo Zalpa], Chemo corrió y él quiso entrarse [a la casa de sus abuelos], mi abuelo ya se había brincado que por la cerca que pa´ esconderse. […] Creo que también dijo que tocaban las campanas. Y que se asomó el papá de Teresa León, […] y que el chiquillo llorando, gritando. Entonces le habló él: “muchachito, vente para acá, qué estás haciendo ahí”. Que lo entró, lo llevó al solar, lo llevó a un lugar donde tenía ya dos hijas escondidas y la mamá [su esposa]. […] Que se salió el chiquillo a buscar a su abuela [...] él contó ya que cuando él se salió, ya no estaba el señor nomás las mujeres. Se fue y ya había gente ahí [escondida en casa de su abuela], fíjate todo el día encerrados.77
Sin embargo, algunos no tuvieron la suerte de escapar o esconderse. Ríos anota que Manuela Hernández, esposa de Pablo Velázquez, fue asesinada por intentar proteger a dos jovencitas que se ampararon en su casa.78 Asimismo, Elvia Núñez manifiesta que durante esos momentos mataron a su tío Juan:
[…] lo encontraron muerto allí en el internado. […] Mi tío [Juan Núñez] no alcanzó a correr que ya iba para allá y se regresó, cuando vino ya estaba cerrado y lo mataron [habla de la puerta del Asilo]. […] él era un hermano más chico como de 16 años.79
En este punto de los hechos, tanto Castillo como Galván dan señales de que el incendio había iniciado. El primero dice que los chavistas rodearon el pueblo y comenzaron a quemar algunas fincas, así que las llamas brotaron en distintos puntos.80 Esto es posible ya que en esas fechas usaron la misma táctica en otros pueblos.81 Aunque consideramos que el fuego llegó después a El Asilo dado que Roberto Galván declara que el padre Daniel entabló plática con Inés Chávez dentro de dicho inmueble. También la recrea, según lo que el propio cura le contó:
-Mire señor Cura: De los tejados del Asilo y desde la Parroquia me estuvieron haciendo fuego y, he ordenado que incendien la población […].
-Mi general, ¿qué también está en su designio incendiar el Asilo y la Parroquia?
-No. De ninguna manera; pero no respondo, porque, siendo las casas de madera y los techos de tejamanil, no se podrán salvar, pero vea al general Silva para que comisione algunas personas que vigilen, para que el fuego no se extienda al Curato y a la Parroquia.82
Ya mencionamos que Inés Chávez profesó un interés por la religión católica. Álvaro Ochoa resalta que siendo joven, guio el viacrucis en los viernes de Cuaresma y también el rosario, incluso lo llegaron a nombrar celador del Apostolado de la Oración.83 Por ello, podemos entender el respeto que tuvo por la sotana y es la razón por la cual dejó escapar a los parachenses para que se refugiaron en El Asilo y la iglesia. La misma actitud mostró en otros pueblos.84
De cualquier modo, el fuego se extendió a El Asilo. Toda la multitud se amontonó en el patio mientras las llamas crecían. Roberto Galván cuenta que algunos se dieron tiempo para esconder en un pozo libros del archivo parroquial, acompañados de vasos sagrados y otros objetos de valor; sin embargo, es probable que esta acción ya estaba planeada como una medida para prevenir el saqueo luego de vivido el último año.85 Castillo por su parte, recuerda que estuvieron bastante tiempo acorralados en tal espacio, lo suficiente para que el fuego los obligara a empujarse e intentar escapar por un portón trasero.86
Posteriormente, todos salieron (o los dejaron ir) por el mencionado portón. Quizá fueron decenas de personas, pues ambos escritos hablan de una “multitud atarantada” que caminó con algunas imágenes religiosas a sus espaldas.87 Decidieron tomar la ruta hacia Arato, lo cual parece viable si tomamos en cuenta que de todos los caminos “viejos” era uno de los más próximos a El Asilo.88 Roberto Galván habla de que eso fue a las 11 de la mañana, pero Rubén Ríos apunta que alrededor de dicho momento apenas comenzaba el incendio, en cambio, Castillo dice que fue al atardecer, y antes de salir pararon en el barrio llamado El Calvario.89 Lo cierto es que las mismas descripciones insinúan que luego de la primera confrontación en el pueblo, la defensa no resistió muchas horas y poco después se vio la lumbre, por consiguiente, no debió pasar del mediodía. Como sea, la masa de gente se encaminó a las afueras de su terruño, pero de último momento optó por cambiar de rumbo y refugiarse en otra de las comunidades vecinas, Ahuiran.
Por otro lado, no sabemos exactamente el destino de los hombres de la defensa que combatieron en las distintas posiciones. Entendemos que algunos de los que sobrevivieron fueron Gerónimo Amezcua, Erasmo López, Francisco Núñez y Gilberto Mercado. A los dos primeros más tarde se les conoció como maestros guitarreros.90 Del tercero ya dimos cuenta por medio de las declaraciones de su hija Elvia. En cuanto al cuarto, Jesús Castillo escribe que cuando los chavistas tomaron de improviso el sitio, corrió a Uruapan en busca de ayuda; al parecer regresó por la noche con una tropa de gobierno que ya nada pudo hacer. Pero todo apunta a que el resto de los hombres no salieron con la multitud, quizá se escondieron y después alcanzaron a los demás en Ahuiran, tal como lo hizo Enrique Castillo, padre de Jesús y Cruz, aquí citados.91 También cabe la posibilidad de que algunos fueron capturados y asesinados. En los ataques a otros pueblos se dice que Chávez solía buscar culpables y llevarlos a la plaza pública para fusilarlos, o bien, degollarlos y apuñalarlos por aquello de que “se debía ahorrar parque”.92
Finalmente, la multitud arribó a Ahuiran y se acomodó en la huatápera (casa-hospital) para protegerse de la intemperie. El problema inmediato fue la comida, amén de que algunos estaban enfermos y no podían moverse. Tal situación precipitó la muerte del hermano mayor de Jesús Castillo, quien como ya dijimos, estuvo internado en El Asilo.93 El futuro no lucía prometedor.
PARACHO: ENTRE LA PENURIA Y LA BÚSQUEDA DE ESTABILIDAD
Roberto Galván escribe que a los ocho días del incendio los parachenses regresaron a su pueblo para evaluar lo sucedido.94 No obstante, el padre Daniel Galván escribió una carta al día siguiente donde reportó a su superior el desastre, así como un rápido inventario de aquello que se salvó:
Habiendo incendiado la población de Paracho, con la Parroquia, y capilla en estado de servicio, resolví cambiar de Curato a este pueblecito [Ahuiran], […] Queda la capilla del campo santo, en la que ya no se celebraba, para que pudiera servir para celebrar los domingos y días festivos, usted verá. Muy poco pudo salvarse, la mayor y mejor parte pereció, como vasos sagrados, ornamentos, armonios, etc. No se salvó el archivo, solo unas imágenes y algunas otras cositas. Favor de enviar un libro de bautismos y mismo diez esqueletos de matrimonios, de lo que en este momento no puedo mandar dinero, pero que mandaré gustosamente en otras cartas. Favor de arreglarme unos dos litros de vino, si no le es muy molesto, entendiéndose que no va dinero ahora.95
Consta que hurgaron de inmediato entre las ruinas, eso explica por qué revivió el fuego como anota Roberto Galván.96 También se manifiesta que el archivo parroquial pereció, y según la correspondencia del momento, estuvo conformado por actas de matrimonio, bautizo, nacimiento, cartas, actividades de asociaciones religiosas y boletas de la escuela parroquial. Pero, por otro lado, subsistieron las imágenes:
De la Purísima, […] de Nuestra Señora del Carmen. […] Del Santo Entierro. […] De S. Luis Gonzaga. […] De Jesús de Nazareno. […] De Nuestra Señora de Guadalupe. […] De Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. […] De S. Juan. […] De la Dolorosa. […] Crucifijo regular, […] Niño y otras dos imágenes de escultura antigua. Una cruz para el Santo Entierro.97
Ahora bien, como ya sugerimos, tanto ese día como los siguientes, los pobladores removieron escombros, recogieron lo que servía, levantaron cuerpos y bajaron otros suspendidos en lo que fue el techo de la iglesia y El Asilo, tal como luego recordó Luis Morales.98 Rubén Ríos anota que fueron once los muertos, y entre los ya mencionados, incluye a Gregoria Cano.99
Jesús Castillo declara que estuvieron algunos días en Ahuiran, y probablemente la expedición que se hizo una semana después, de cual habla Roberto Galván, en realidad se trate del regreso de los pobladores, pues dice que fueron recibidos por el presidente municipal.100 Sin embargo, dadas las condiciones paupérrimas, varios decidieron irse a casas de amigos y parientes de otros lugares. Los Castillo se marcharon a Uruapan gracias a la hospitalidad de un tío. Las familias López Monroy y Rubio partieron al mismo destino.101 Por su parte, María de Jesús Morales declara que su familia se fue sin saber exactamente a dónde, pero lo que sí escuchó es que volvieron pronto.102 Esto indica que ciertas familias se fueron por poco tiempo y otras quizá, no se separaron del cura Daniel. Tal hipótesis se refuerza con la carta citada antes, donde solicitó elementos de trabajo. Por lo mismo, no se fue al siguiente día para Tangancícuaro, su tierra, como dice Roberto Galván.103
En cualquiera de estos casos, retornaron a Paracho, entre muchas otras, las familias: Amezcua, Onchi, Huipe, Zalapa, Sosa, Gómez, Hernández, Herrera, Coronado, Olivos, Madrigal, Mercado, Valerio, Caro, Morales, Vidales, Janacua, Cacari, Nava, Cano, Campos, Martínez, Vargas, y Zalpa. Ello es evidente por los apellidos que hoy continúan y los 93 alumnos de la escuela parroquial cerca de 1910, para muestra: Jesús Díaz (3°), Nicanor Solís (4°), Everardo Vargas (3°), Luis Elías (1°), Luis Bravo (2°), Arnulfo Olivos (2°), J. Jesús Castañeda (3°), J. Jesús Zalapa (3°), Ezequiel Valerio (3°), Carlos Villafán (2°), Bonifacio Cano (1°), José Monroy (2°), Vidal Zalapa (4°), Vicente Vargas (1°), Luis Zalpa (1°), Alberto González (1°), Justiniano Nambo (1°), Florencio Huipe (2°), Marcelino Vázquez (1°), y Abel Morales (1°).104
En los últimos meses de 1917 hubo pestes y pobreza. Cruz Castillo anota que en septiembre cayó una 'helada' que dio fin a las milpas de maíz, frijol, haba, avena, chile y cebada.105 Natividad Caro por su lado, cuenta que tiempo después: “nos llevaron [a los Estados Unidos] porque se soltó una fiebre, la gente no podía ni entrar a cuidar el enfermo porque se pegaba”.106
Para el 16 de diciembre, se invitó a un miembro del obispado para la bendición de la primera piedra destinada a la reconstrucción del templo.107 Los responsables fueron Enrique Castillo, Eleuterio Barajas, Evaristo Cano, el vicario Agustín Ayala y el cura Daniel Galván.108 No sabemos cuál fue la respuesta, pero pasados cuatro días, este último insistió en arreglar una parte de la parroquia mediante faenas y el asesoramiento de un albañil, principalmente porque “El culto está decaído por no tener facilidad de hacer todos los actos religiosos y se padece mucho en el orden moral”.109 Sin embargo, prosiguió la escasez de agua y dinero, amén de que terminaron de perderse las siembras.
Por otro lado, no duraron mucho las pocas cercas que los locales ya habían levantado, pues a principios de 1918 se efectuó el segundo incendio -señalado al inicio de este artículo-, por lo cual, la mayoría decidió irse del pueblo por unas semanas. Probablemente se trató de la quema orquestada por gente de Huécato y Urapicho al mando de Ernesto Prado que señala Rubén Ríos.110 De cualquier forma, el 26 de marzo Galván confirmó este nuevo siniestro en una carta, tal vez la escribió al poco tiempo de haber sucedido en vista de que con una actitud decaída calificaba su situación de insostenible, al grado de que su vicario se marchó y él sugería permiso para hacer lo mismo:
Al momento de escribirle casi puedo decir que por ahora, Paracho llegó a su término. En verdad, no hay fincas, ni semillas, ni las cosas más indispensables para la vida. Me encuentro acompañado sin exagerar, a lo más, de unas personas. Los pueblos de la jurisdicción, también se encuentran casi abandonados y, excepto dos, los demás tan solo cuentan con la gente, que, por su miseria, no ha podido separarse. La amargura es constante, y pérdida de esperanza de que se restablezca la tranquilidad siquiera un tanto. Después del primer incendio ya casi me era impensable sostener al padre Ayala.111
Quizá por tales circunstancias, este cura optó por instalarse en el vecino pueblo de Aranza, y contra todo pronóstico, desde allí continuó sus labores durante todo el año. Puntualmente, notificó que realizó -quizá en este y otros pueblos- matrimonios, bautizos, entierros y fiestas.112 También ello se muestra en una memoria de Enrique Castillo en la cual declara que este padre participó en la celebración, muy modesta, de la Semana Santa.113
Pero como antes declaramos, los asaltos, los disparos con rifle y la necesidad de esconderse no cesaron. Manuel Rubio, en entrevista, dice que parte de los desmanes fueron obra de vecinos: “se cree que eran gentes de las comunidades que pertenecen a Paracho […] seguían asaltando […], tanto que les decían los nixtamaleros que porque hasta el nixtamal (granos de maíz con agua y sal) se llevaban”.114 Aunque, ciertos parachenses cojearon del mismo pie, ya que Ríos escribe que dada la precaria situación, algunos “avanzaban”, es decir, anticipaban el botín de los grupos armados. Incluso señala que el jefe armas, Tomás Coronado, acompañaba a estos pobladores porque se sentía culpable del incendio mayor.115
Con la llegada del nuevo año nada cambió, los testimonios orales mencionan más sobresaltos, ya de tropas rebeldes o constitucionalistas.116 De ello también hay indicios en las cartas del padre Galván, pues en enero declaró: “No he podido aclarar si una noche, gente armada hizo dormitorio en el templo de Cheranástico”.117 Asimismo, entre este mes de enero y noviembre, ocurrió el tercer incendio ya mencionado, mismo que se reportó de forma indirecta hasta el siguiente año: “su cabecera [Paracho] casi fue aniquilada por los tres incendios que sufrió”.118 Empero, aquí no tenemos información sobre quiénes fueron los causantes, al único que podemos descartar es a Chávez, pues como sabemos, para ese entonces ya había muerto de gripe española en Purépero.119
Por tanto, hasta 1920 comenzó a ver una modesta situación de estabilidad en los pobladores, al menos, así se asoma en las cartas del cura Galván a sus superiores. Desde noviembre de 1919 ya firmaba su correspon- dencia en Paracho, y en febrero siguiente, confirmó que ya no residía en Aranza.120 Junto a ciertos parachenses, otra vez intentó levantar una parte de la parroquia:
Yo no he comenzado de mi cuenta los trabajos de la capilla, porque aún no es tiempo y también porque los vecinos me dijeron que solamente querían que se les diera licencia para trabajar. Mas esto no fue cosa resuelta, porque en una junta que tuvimos y en votación, resultó que todos se inclinaron al trabajo del templo. Después me llegaron voces de que no se habían expresado con franqueza por respeto y fue cuando escribí al Ilmo. Sr. pidiéndole autorización para trabajar en la capilla.121
Como vemos, en octubre de 1920 aún no se terminaba de reparar tal parte de la iglesia, pero sin duda, se percibe mayor ánimo en los lugareños. Estas descripciones coinciden con los testimonios de los informantes, quienes recuerdan que los años pasaron y las imágenes religiosas permane- cieron entre las ruinas, o bien, algunas familias las conservaron por muchos años en sus casas, como sucedió con los Rubio:
Sería en 1929 o 30, yo ya tenía 8 años, aquí era una casita de madera, mi papá [Perfecto Rubio] tenía el taller, era carpintero. Y tenía un santo que había recogido rápido, la Candelaria creo era. […] Lo que querían era salvar esas imágenes, pero nunca vinieron a recogerlas.122
Todo indica que la restauración de un segmento del templo fue recatada, y según las cartas y los entrevistados, el dinero provino de residentes locales y aquellos que emigraron a los Estados Unidos.123 Pero como bien sabemos, la reconstrucción total de templo se hizo después, entre 1947 y 1955, con una arquitectura distinta a la anterior.124
Otros intentos por estabilizar la situación fue la iniciativa de reabrir una escuela local, aspecto que desde 1919 pidieron distintos pobladores a Enrique Castillo y al profesor Vidal Zalapa.125 Algo de ello se logró, y por lo visto, el cura también volvió a dar clases a finales de 1920: “comencé a dar algunas lecciones de latín y gramática castellana a algunos jovencitos de esta parroquia y […] han manifestado voluntad de hacer […] sus estudios en el Seminario”.126
También, algunas asociaciones religiosas se restablecieron, aunque con cierta irregularidad, hablamos de La Hermandad de la Vela, La Asociación de las Hijas de María y La Congregación del catecismo.127 Lo mismo pensamos de las actividades litúrgicas, pues hubo recaudaciones por catecismo, misas, entierros, fiestas para niños, así como gastos en Semana Santa.128
Ahora, 1920 también marcó el inicio de enfrentamientos entre el cura y un sector de la población, lo cual indica que el foco de sus preocupaciones estaba cambiando. En abril Galván notificó un incidente con algunos sin especificar exactamente de qué se trató, pero probablemente, una de las molestias fue el hecho de haberse ido a Aranza.129 Después dijo que entre los lugareños hubo una corriente de ideas contrarias que no le permitieron trabajar libremente. Asimismo, señaló que un cura y compañero de apellido Castellanos, cometió “alguna ligereza en el decir y el obrar”,130 con ello se generaron opositores y, por lo mismo, propuso que se retirara.
El siguiente año sus relaciones con algunos pobladores se agravaron, hubo gente que por su cuenta reparó parte de la parroquia, mientras otros, robaron maíz del diezmo. También, tuvo malos entendidos por un fondo de dinero, e incluso recibió una amenaza de violencia por escrito.131 Esto lo obligó a solicitar su renuncia en enero de 1922 y salió rumbo a Cherán, posteriormente algunos parachenses lo visitaron para pedirle que regresara, lo cual hizo en marzo, aunque inmediatamente declaró que padecía de reumatismo y no podía celebrar actos religiosos.132 El 23 de abril abandonó el puesto definitivamente bajo el argumento de que no se encontraba en buen estado de salud.133 Al poco tiempo, fue sustituido por el padre Jesús Olivares; no obstante, hasta el día de hoy se le recuerda en Paracho como el cura que vivió la quemazón.
Hasta aquí capitulamos el andar de los parachenses luego del incendio mayor, si bien, el alboroto continuó durante la década de los 20, no llegó a ser tan catastrófico como lo que se experimentó entre 1916 y 1920. Así lo sugiere un censo de 1921, donde aparecen 2,138 habitantes, una cifra contrastante con los 3,044 de 1910, es decir, 906 personas menos que diez años atrás.134 Quizá ese número es la suma de quienes murieron por hambruna, pestes, la migración de familias enteras, y desde luego, la entrada de los grupos armados al pueblo. Que no extrañe pues, por qué dicho siniestro y lo que hubo alrededor quedó marcado en la memoria colectiva.
CONCLUSIONES
Resta subrayar, aunque sea de forma panorámica, algo de lo que se logró con esta relectura de tres fuentes escritas sobre el incendio mayor de Paracho. De entrada, la “quemazón” no fue el efecto de una causa particular, sino de varias circunstancias, disputas y elecciones tanto al interior como al exterior del pueblo. Con lo expuesto, reforzamos la idea de que hubo un momento en que los parachenses no hicieron resistencia a Chávez, pero luego de ciertos desmanes, se vieron obligados a atacarlo. De hecho, hubo dos enfrentamientos previos al incendio mayor, y no uno como se suele decir.
Por otra parte, el ahorcamiento de los Indalecios Gómez fue otro eslabón que llevó a la quema, pero ahora sabemos que probablemente Chávez los asesinó porque el hijo promovió la candidatura de su amigo, Francisco J. Múgica, un representante de sus enemigos. También, mostramos que la defensa estuvo preparada antes y durante el incendio, por lo cual, no era ignorante de las consecuencias de un ataque y tampoco cayó en una trampa como se plantea en los textos que citamos.
Asimismo, el día de los sucesos no todas las personas se fueron a Ahuiran, algunos se escondieron en refugios previamente instalados en las casas y las orillas del pueblo. Enseguida hubo expediciones de los locales, pero al no ver las condiciones para permanecer se fueron por un momento del lugar, mientras otros permanecieron con el padre. Además, dimos cuenta de que los disturbios no cesaron luego del incendio, al grado de que en 1918 y 1919 hubo dos más, aunque resta saber la fecha exacta y los responsables. En el primero la mayor parte de los pobladores de retiró y el cura se mudó a Aranza, en lo que concierne al segundo, desconocemos su gravedad. Finalmente, ofrecimos algunos datos sobre los intentos por estabilizar el pueblo, siendo 1920, el punto de inflexión positiva; no obstante, los habitantes no siempre convergieron y un sector repudió al párroco hasta que este decidió retirarse, lo cual prueba que las problemáticas como grupo estaban cambiando y los desmanes de los rebeldes disminuyendo.
Esta relectura pues, dio luces sobre algunos aspectos de las versiones escritas que se habían omitido, así como ciertas contradicciones sin cuestionar, amén de nuevas aportaciones en los periodos anteriores y posteriores al incidente. Sin embargo, reconocemos que solo es un incentivo para profundizar en un examen más crítico. Todavía quedan líneas por escribir.