La genealogía del neoliberalismo en México es más intrincada y extendida de lo que habitualmente se cree. No se remonta a la aplicación de las medidas de austeridad dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) tras la crisis de 1982 ni tampoco al famoso Consenso de Washington de 1989. Más aún, la también renombrada reunión en Mont Pélerin a finales de los años cuarenta o la notoriedad pública de Milton Friedman y la escuela de Chicago en los años setenta no representan tampoco el inicio mundial de esta hoy poderosa corriente de pensamiento económico y social. La trayectoria del neoliberalismo en México, aunque también en Europa, es el objeto del libro de Romero Sotelo, una historia en que se entremezclan intelectuales, políticos y empresarios industriales y de las finanzas.
Sin duda, el mayor artífice del neoliberalismo es Ludwig von Mises quien desde los inicios de la década del veinte atacará desde la trinchera de sus escritos el proyecto socialista, vale decir, a pocos años de haberse consumado la revolución en la Rusia zarista. Ideológicamente, la ecuación que definirá al economista austriaco es su inveterado anticomunismo, como insistirá la autora del libro, que se justificará con el postulado de que el cálculo económico resulta imposible en una economía planificada por el Estado y, consiguientemente, que el dirigismo estatal no puede generar una adecuada asignación de los recursos y que, peor aún, nulifica la libertad del individuo.
En términos teóricos, esta postura impugnadora implica una perspectiva, pero no de manera exclusiva, antimarxista, a pesar de que el marxismo, por lo menos el del propio Marx, nunca identificó el proyecto socialista con la omnipresencia económica del Estado. En este terreno, es decir, en el de la teoría, es más relevante la crítica de los marginalistas, incluido von Mises, a la teoría clásica del valor trabajo, piedra angular de todo conocimiento científico económico, y su remplazo por una propuesta del valor basada en la utilidad que cada agente económico atribuye a un bien y cuya verificación tiene lugar en el mercado a través del proceso de determinación de los precios. La sustitución del mercado por la planificación estatal constituiría entonces un contrasentido económico que suprime el principio fundamental de toda la arquitectura liberal, el de la liberdad individual. Aquí radicaría la acción legítima del Estado, la de garantizar dicha libertad así como proporcionar seguridad a los propietarios. No obstante, como lo ha explicado Macpherson, cuando los términos del binomio libertad-seguridad entran en contradicción, los (neo) liberales no dudan en suprimir al primero en nombre de la protección del derecho sacrosanto a la propiedad. Hasta aquí, en lo que respecta a la primacía del mercado en el establecimiento del orden social, parece no haber gran originalidad en el pensamiento de los austriacos von Mises o Hayek respecto a las teorías del liberalismo clásico de John Locke en el siglo XVII o de Adam Smith en la centuria siguiente. Los neoliberales del siglo XX entendían muy bien, subraya María Eugenia, que las lecciones de sus mentores de épocas pasadas no podían ser sostenidas sin modificaciones: “Ya no es el Estado de quien se desconfía y cuya debilidad se desea, el Estado mero celador y árbitro del siglo XVIII; es un Estado fuerte cuyo papel es importante, con funciones múltiples e intervenciones repetidas” (Louis Baudin, citado por Romero Sotelo, p. 39).
A inicios del siglo XX, la renovación del liberalismo tendrá como una de sus figuras centrales a Friedrich von Wieser -von Mises fue su alumno- quien introducirá el tema del poder y el de la desigualdad en el análisis económico. El eje de la redefinición de los postulados de la teoría económica radicará en lo que será denominado abuso de poder y en la necesidad, no de abolir el capitalismo sino de corregirlo evitando tal abuso. En este punto es donde anclarán sus naves teóricas los “austriacos”: el desafío consistirá en frenar “el abuso de poder removiendo las restricciones a la competencia que emanan de la monopolización, el intervencionismo estatal y la ignorancia”.1 Por lo menos los dos últimos ámbitos pueden ser rastreados en la producción intelectual de la escuela austriaca a través del libro reseñado. Probablemente sean conocidos, los contenidos básicos de la obra teórica de von Mises y de su discípulo F. Hayek, ambos austriacos, pero su exposición es indispensable para que Romero Sotelo explique las condiciones de su recepción en México.
Si los primeros textos de von Mises tienen como contrincante a los pasos iniciales del Estado soviético en la planificación económica, la década del treinta le abrirán nuevos frentes de batalla. Varios años antes de la publicación de la Teoría general de Keynes en 1936,2 al calor de las dramáticas secuelas de la crisis de 1929, los gobiernos de diversas latitudes adoptarán políticas heréticas respecto a la ortodoxia económica. En lugar de ajustar el gasto público a los ingresos menguados por la gran depresión, no sólo lo expandieron, sino que además intervinieron en amplios segmentos de la producción. A los ojos del neoliberalismo, se trataba de una genuina herejía que concluiría fatalmente en un desastre económico. Unos años más tarde, durante la posguerra y los llamados “treinta gloriosos”, se agregaría una fuente novedosa de oposición enconada para los neoliberales, el de la implementación de las instituciones previsionales administradas por los estados en Europa occidental y de manera más parcial en Estados Unidos. Los estados de bienestar, se alegará, reducen la libertad al decidir una instancia pública la proporción del ingreso individual que será ahorrada para gastarla en el futuro o incluso se cuestionará que la medicina social restringe la libertad de elegir al facultativo. De ese tema se ocupará particularmente Milton Friedman durante la era Reagan.
México no escapaba a esa reformulación de las funciones y ámbitos de intervención del Estado. Desde 1932, las autoridades hacendarias adoptaron políticas anticíclicas que permitieron revertir en poco tiempo el impacto de la gran depresión. Este keynesianismo mexicano, como lo ha denominado Alan Knight,3 despertó una feroz oposición que se intensificó durante los años del cardenismo. El reparto agrario que durante este sexenio rebasó crecidamente la suma total de hectáreas distribuidas desde la ley del 6 de enero de 1915 y la expropiación petrolera constituyeron los momentos más radicales de la agenda reformadora de la facción triunfante de la Revolución. Fue la coyuntura que suscitó la crítica más acerba de ciertos intelectuales y hombres de negocios. En este punto es donde la investigación de María Eugenia adquiere mayor fecundidad porque logró conjuntar y articular fuentes documentales poco o nada conocidas que abarcan más de medio siglo de la historia de México del siglo XX. A través de ellas, logró identificar a los actores principales del neoliberalismo en este país, así como las redes que los vincularon y las instituciones que fueron fundando para organizarse y proporcionar continuidad a sus planteamientos.
El pionero fue, sin lugar a dudas, Luis Montes de Oca quien ocupó puestos de primera línea en la administración pública de los años veinte y treinta. Fue él quien en primer lugar leyó la producción de la escuela austriaca, misma que le proporcionó los argumentos para sistematizar su desacuerdo con las politicas emprendidas desde inicios de la década del treinta. Esta seria desavenencia lo conducirá al igual que a un sector considerable de la derecha mexicana a respaldar abiertamente la candidatura de Almazán durante la polarizada coyuntura electoral de 1940. Un año después Montes de Oca invita a von Mises a dictar conferencias en México. Éstas se verificaron al año siguiente. Resultado de la estancia en el país, el economista austriaco, exiliado en Estados Unidos, escribirá el ensayo “Problemas economicos de México”, auténtico panegírico contra el régimen cardenista y, en general, contra el marco jurídico enunciado en la Constitución de 1917. María Eugenia reproduce ampliamente este escrito que en uno de sus párrafos destaca que un país con pobres recursos naturales y capital, sólo puede competir en el concierto mundial gracias a su mano de obra barata. Varios decenios después, el comentario de von Mises devino política de Estado y eslabón de la integración subordinada a la economía estadunidense.
Queda evidenciado en la narrativa de Romero, cómo a partir de la segunda mitad del cuarenta, aquello que había sido una postura crítica y de oposición al régimen económico y político se convierte en un proyecto alternativo encaminado a conquistar posiciones de poder susceptibles ya no sólo de modificar las políticas instrumentadas por los gobiernos, sino de diseñarlas y dirigirlas.
En efecto, varios hitos van señalizando esa trayectoria y esa voluntad política. Por un lado, la creación de la Asociación Mexicana de Cultura en 1946 cuyo objetivo es el de “promover la educación” (p. 116), institución que patrocinará poco después la fundación del Instituto Tecnológico de México, mismo que en la década del sesenta adquirirá autonomía para convertirse en ITAM. Es indudablemente una estrategia de formación de las elites que en las propuestas de von Mises adquirió una importancia crucial:4 “La enseñanza de la economía también fue una de las prioridades de von Mises, pues mediante ella se podría crear una elite intelectual que difundiera y defendiera la ortodoxia”, dice la autora (p.265). Sentenciaba uno de sus más connotados impulsores, Raúl Baillères: “Vamos a preparar muchachos que dentro de treinta o cuarenta años puedan hacer la transformación de un país estatista a un país liberal capitalista” (p. 200). Como bien apunta, María Eugenia, logró su objetivo con creces. Se trata adicionalmente de impugnar la legitimidad científica de la Escuela Nacional de Economía con la que los miembros de la Asociación mantendrán una reiterada posición crítica y de denostación, tal como lo reseña la autora.
Por otro lado, aun si los intelectuales-banqueros adherentes a la escuela austriaca (Montes de Oca, Gustavo Velasco y otros) poseían un bagaje cultural de mucha monta, su labor no hubiera alcanzado altos grados de notoriedad sin el respaldo financiero de poderosos hombres de negocios. En la lista que nos proporciona la autora del libro, figuran los nombres de Carlos Trouyet, Hipólito Signoret, Rogelio Azcárraga, etc. A estos fundadores de la Asociación, hay que agregar “siete de los principales bancos mexicanos y varias empresas de Monterrey” (p. 117). El papel de Raúl Baillères en la función de patrocinador del ITAM es emblemática de la cohorte de industriales y banqueros que respaldaron y concibieron la creación de un auténtico aparato ideológico que difundiera el credo neoliberal. De hecho, varias organizaciones estadunidenses no fueron ajenas a los planes de los neoliberales mexicanos.
Por último, fue fundamental la articulación del proyecto de los actores mencionados con esfuerzos análogos en una multiplicidad de países. Precisamente, María Eugenia proporciona la lista de instituciones similares a la Asociación Mexicana de Cultura que cubren prácticamente todo el continente americano, aunque fuera de él operan también en un sinnúmero de países agrupaciones con la misma vocación.5 Se trata de nodos intelectuales de una red de think tanks, hombres de negocio, periodistas y políticos, como los ha llamado Daniel Stedman Jones.6 En el seno de la guerra fría de los años cincuenta y sesenta y en el contexto del rumbo socialista que adquirió Cuba, la retórica anticomunista de los seguidores mexicanos de von Mises y Hayek subió de tono. Romero Sotelo indagó los momentos más ríspidos de la contienda verbal que tenían como telón de fondo lo que un sector de la burguesía mexicana percibía como escalones que conducían irremediablemente al mismo destino que la isla del Caribe. Cada nueva nacionalización producía gritos de alarma, a diferencia de las “mexicanizaciones” que revertían la propiedad de extranjeros en manos del empresariado del país. Igualmente, cabe subrayar otra distinción que no escapa a la mirada de la autora: si bien es cierto que el pensamiento neoliberal fue abrazado por industriales como por banqueros, cuya distinción no siempre es nítida debido al entrecruzamiento de intereses en el seno de corporaciones monopolistas, los primeros estuvieron más dispuestos a la negociación con el Estado que los segundos. No es de extrañar esta diferencia puesto que, a pesar de la crítica al intervencionismo económico del Estado mexicano, los industriales dependían en una fuerte medida de los subsidios otorgados por las empresas paraestatales al sector privado a través de una política de precios incluso inferiores a los costos de producción.
Es probable que ellos mismos no creyeran en lo que estaban denunciando, pero ésta ha sido una longeva y, muy frecuentemente, exitosa estrategia porque obligó siempre a los gobiernos posteriores a 1940 a reconfortar a los supuestamente asustados empresarios, sino es que a desandar los pasos audaces previos.
Los orígenes del neoliberalismo no podía no concluir con un epílogo que no es una mera formalidad editorial, sino el último capítulo de la historia que María Eugenia nos ha narrado. El neoliberalismo ha pasado a ser desde hace tres décadas de un proyecto opositor a un programa triunfante de restructuración del capitalismo mexicano. Ciertamente los personajes que son investigados en la obra exhibieron una inmensa habilidad para divulgar su credo con el respaldo del poder económico que ellos mismos detentaban. También lograron combatir denostando los espacios académicos que no conjugaban con el neoliberalismo. Pero hay algo más en las claves que explican su triunfo. Por un lado, el ciclo político económico a nivel mundial permitió que tesis como las del neoliberalismo ocuparan el proscenio académico e intelectual e incluso mediático. Las sucesivas derrotas de los sectores populares a raíz de las dictaduras del cono sur americano y el advenimiento de Margaret Thatcher y Ronal Reagan en Gran Bretaña y Estados Unidos, respectivamente, generaron el espacio de posibilidad del florecimiento de un pensamiento económico y social largamente incubado. Aquí vale lo que Luis Medina dijo sobre las revoluciones pero que se aplica también a las contrarrevoluciones: unas y otras no pueden contentarse con ser victoriosas, sino que también deben ser exitosas. Ello implica colonizar el imaginario social y borrar las memorias colectivas, tareas en que los autoritarismos y los totalitarismos son eficaces aliados. Se puede entender entonces por qué ya hemos abandonado la gramática de la ciudadanía y nos referimos a los usuarios de los servicios públicos y no a los sujetos con derechos o por qué los trabajadores han pasado a llamarse asociados o representantes de las empresas.
Por otra parte, existe una razón imputable a los mismos “agraviados”. En términos generales, se prestó poca atención al discurso neoliberal y se desdeñó su eficacia ideológica que paulatinamente iba conquistando espacios dentro de la sociedad. Pocas veces la Escuela Nacional de Economía confrontó rigurosamente no sólo las acusaciones formuladas desde el ITAM o desde los órganos de divulgación del pensamiento neoliberal al supuesto sectarismo de la institución pública de enseñanza de la economía en México, sino que tampoco llevó a cabo un puntual análisis crítico de la teoría ortodoxa. Es así como las alocuciones de Gilberto Loyo, a la sazón director de la Escuela y que la autora reproduce, resultan ser excepcionales.
Sin lugar a dudas, Los orígenes del neoliberalismo en México representa una contribución al conocimiento de una historia poco explorada hasta ahora y que inaugura más preguntas y, por lo tanto, fecundos senderos ulteriores de investigación.