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Espiral (Guadalajara)
Print version ISSN 1665-0565
Espiral (Guadalaj.) vol.19 n.55 Guadalajara Sep./Dec. 2012
Sociedad
Empobrecimiento, nuevos pobres y viejos pobres. Un palimpsesto de inscripciones borrosas
Impoverishment, the new and old poor. A palimpsest of fuzzy inscriptions
Alejandro Klein*
* Profesor Investigador, Coordinador del Doctorado en Ciencias Sociales. División Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad de Guanajuato. alejandroklein@hotmail.com
Fecha de recepción: 29 de agosto de 2011
Fecha de aceptación: 18 de mayo de 2012
Resumen
En este trabajo se busca plantear una reflexión sobre el estado de la pobreza y los procesos de empobrecimiento en América Latina. Parte de datos empíricos como aproximación, pero se centra especialmente en una perspectiva cualitativa que intenta estudiar cómo se van consolidando las figuras e imágenes del pobre y la pobreza en la región desde la gestión neoliberal (y brevemente comentando el llamado "posneoliberalismo"), tomando especialmente tres ejes de análisis: la discusión sobre la constitución del Estado de bienestar en Latinoamérica y la consolidación (y posterior destitución neoliberal) del porvenir y la promesa como ejes del mismo, relacionado con el desarrollo de las figuras de ciudadanía; la legitimización ( y posterior deslegitimización) de la figura del obrero como modelo de la pobreza "digna", referida al modelo de movilidad social en términos de reversibilidad centro-periferia; y la progresiva aparición en el escenario de la clase media empobrecida, situación que aporta elementos inéditos al estado de la cuestión.
Palabras clave: pobreza, pauperización, neoliberalismo, nuevos pobres.
Abstract
This paper aims at setting out a reflection about the conditions of poverty and the processes of impoverishment in Latin America. It starts from empirical data as approximation, but it focuses especially on a qualitative perspective that intends to study how the images and figures of the poor and poverty are consolidated in the region from the perspective of the neoliberal management (and then briefly commenting the so-called "post neoliberalism"), taking three focal points in particular: a discussion on the constitution of the welfare State in Latin America and the consolidation (and later neoliberal destitution) of the future and the promise as its axis, related to the development of the citizenry figures; legitimization ( and later delegitimization) of the figure of the worker as a model of "honorable" poverty, referring to the model of social mobility in terms of center-periphery reversibility; and its progressive appearance in the setting of the impoverished middle class, a situation that contributes unprecedented elements to the matter at hand.
Key words: poverty, pauperization, neoliberalism, the new poor.
Dedicado a M. U.
Introducción
En este trabajo se desarrollan algunas de las formas sociales que va tomando en las últimas décadas el fenómeno del empobrecimiento, refiriéndose particularmente a los países latinoamericanos. El ángulo de estudio no es estrictamente cuantitativo sino cualitativo, aunque toma referentes empíricos en relación con el debate sobre si la pobreza ha disminuido o no en la región, lo que parece ser una cuestión abierta y ceñida a perspectivas diferentes.
Más allá de la acuciante preocupación que genera el tema de la pobreza en términos de cifras y números, es necesario incluir el enfoque de cómo la misma se viene consolidando como un constructo social diferente al que tradicionalmente mantenía, desde por lo menos dos fenómenos: la anulación del lugar social del obrero como modelo de pobreza "orgullosamente digna", encarnando las "virtudes" de una vida honrada y sacrificada capaz de viabilizar la posibilidad de ascenso social, y simultáneamente, la progresiva pauperización de la clase media. Ambos aspectos se intrincan en el cambio abrupto que el neoliberalismo impuso al Estado de bienestar y al decurso de las políticas públicas en Latinoamérica. Lo que es quizá una de las herencias más preocupantes del neoliberalismo: implantar como imposibilidad lo que era uno de los anhelos más valorizados del Estado de bienestar: desarrollar un modelo de contrato social que en términos de "promesa" y "porvenir", generara condiciones de ascenso social como forma relevante de lazo social, sea fácticamente o como ideal social (Klein, 2010).
Estado keynesiano-Estado de bienestar en Latinoamérica: un estatus heterogéneo y problemático
La concepción del Estado desde el modelo keynesiano y desde el modelo de bienestar social mantiene múltiples matices que es necesario resaltar en el caso latinoamericano. Parece haber consenso en que desde el punto de vista histórico, desde sus condiciones de génesis, y tomando en cuenta sus objetivos y estrategias de montaje, los mismos difieren notoriamente y no se pueden homologar en la región (Dalbosco, 2002; Isauni et al., 1991).
Sin embargo es dable indicar que: "durante una buena porción del siglo XX ambos conceptos de Estado coincidieron e interactuaron mutuamente" (Dalbosco, 2002: 3; Müller et al., 2002). Como reafirma Isauni: "el crecimiento del EB [Estado de bienestar] fue potenciado por una etapa del desarrollo económico [la keynesiana] que brindó las bases materiales para ello" (Isuani, 1991: 16). Por otro lado es necesario indicar que ambos, Estado de bienestar y Estado keynesiano no son en sí tampoco categorías homogéneas, sino que contienen contradicciones internas, estructurales, tanto como políticas (Offe, 1991; Rivera Urrutia, 1988; Esping-Andersen, 2000).
Por otro lado es necesario discutir, aunque sea brevemente, si es o no pertinente la aplicación general de la categoría de Estado keynesiano y Estado de bienestar en relación con la organización estatal de los países latinoamericanos, o si nos encontramos ante una realidad heterogénea y llena de matices. Para algunos autores, en la "mayoría de los países latinoamericanos nunca se logró la instauración de Estados de bienestar universalistas" (Uribe Gómez, 2007: 442, nota 8). De allí que parezca un contrasentido hablar de "exceso de intervención estatal" (como se argumentaba desde los teóricos neoliberales) y que se convenga en que la crisis fiscal que se consolida desde los ochenta no es debida a un gasto excesivo estatal, sino al problema de la deuda pública junto con tasas de interés que, para la época, habían pasado de 4 a 17% (Laurell, 1997).1 En la mayoría de los países latinoamericanos el Estado de bienestar pareció constituir más "unos presupuestos comunes sobre el papel que debía tener el Estado" (Uribe Gómez, 2007), que una agenda clara y definida de protección social y redistribución de renta. Quizás se podría hablar de programas de protección social básicos, más que de plena consolidación de Estado de bienestar (ídem).
Podría suponerse que estos "presupuestos comunes" se pueden relacionar con el hecho de que se situaba a los países latinoamericanos como "periféricos" en relación con el desarrollo "central" capitalista europeo anglosajón (Prebisch, 1981), entendiéndose que el instrumento por excelencia para pasar a la centralidad desarrollista era el Estado de bienestar: "Dentro de las teorías cepalinas, el Estado-nación es visto como la unidad básica para promover el desarrollo y sus acciones deben contrarrestar las posibles insatisfacciones sociales" (Uribe Gómez, 2007: 435).
La perspectiva histórica ha demostrado que la dualidad periferia-centralidad es tan empobrecedora como la de países desarrollados-países subdesarrollados y que además las políticas sociales que se consagraron en Latinoamérica no han sido exclusivamente producto de una planificación estatal capitalista desarrollista, sino que son parte de luchas de los grupos obreros y de los movimientos sociales y sus reivindicaciones (Brachet-Márquez, 1996).
Más allá de la polémica de si estamos ante Estados de bienestar o programas básicos de protección social, algunos autores destacan diferencias específicas a nivel latinoamericano. Una de éstas corresponde al momento de origen cronológico de la instauración de la seguridad social, a partir de lo cual Mesa-Lago (1991) indica la presencia de países pioneros como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil, países intermedios como México, Costa Rica, Ecuador, Paraguay, Perú, Venezuela y Colombia, y países tardíos como Nicaragua, El Salvador, Guatemala y los países del Caribe de habla inglesa, en una medida de tiempo que va desde 1920 hasta 1960. Por su parte Filgueira (1998) propone tres niveles distintos de clasificación: universalismo estratificado, regímenes duales y regímenes excluyentes, incluyendo otros indicadores como cobertura poblacional, gasto público y distribución sectorial.
Dentro de los países latinoamericanos probablemente Argentina y Uruguay conocieron una mejor articulación entre Estado de bienestar y Estado keynesiano. El diseño del Estado argentino, hacia los años cincuenta lo aproximaba tanto al modelo de Estado de bienestar europeo (Titmuss; 1981) como al Estado keynesiano (Isuani et al., 1991): "el Estado de bienestar creado y desarrollado durante los años cincuenta y sesenta era de clase media, a medio camino entre el modelo corporativo y el socialdemócrata" (Dalbosco, 2002: 5). Es interesante esta mención a la clase media, ya que a diferencia de otros países latinoamericanos, donde el Estado de bienestar buscaba disminuir o contener los niveles de pobreza, en estos países se trataba de favorecer a la "clase media". En el caso específico de Uruguay, se verificaba la actuación de un Estado "tutelar" y "generoso" que, dentro de la mejor tradición del Estado de bienestar, constituyó políticas integradoras de ciudadanía de clase media (Panizza, 1990). La clase media, que sin duda recibió esa tutela justa, se consolida como sinónimo de trabajo, honradez, modelo idealizado de la sociedad y meta posible a ser alcanzada:
El Estado benefactor de principios de siglo XX configuró, dentro del proyecto modernizador, la extensión de una clase media [que] desborda toda identidad de clase [...] instalada en el imaginario social como la forma misma del ser social, extendiéndose hacia arriba y hacia abajo en valores y normas de conducta (Araujo, 2002: 70 y 71).
El Estado de bienestar, se le denomine como tal o como programas sociales básicos, relacionado o no con el Estado keynesiano, y respetando los contextos y las peculiaridades latinoamericanas, permite además un análisis no sólo cuantitativo sino además cualitativo de los procesos sociales y de la redistribución de la renta. De esta manera aparecen no sólo cambios importantes en los padrones de reproducción social, justicia redistributiva, reconocimiento del poder sindical y de los derechos de los trabajadores, sino además un creciente proceso social asumido en mayor o menor medida por el Estado garantizando condiciones estables y relativamente duraderas de desarrollo y "progreso" social (Vasconcellos, 1988; Coutinho, 2002), factores que se relacionan con la implementación de un modelo de pobreza digna junto a una idealización de la clase media, articulados ambos como ejes de equilibrio social.
El modelo de la pobreza digna y la clase media posible se relaciona con otros dos procesos: la consolidación del campo de la ciudadanía y la visión del vínculo individuo-sociedad en términos de gestación de una promesa que aseguraba un porvenir y un proyecto tanto social como político, familiar y subjetivo (Klein, 2006): "El crecimiento de los EB trascendió la expansión de políticas sociales; se convirtieron en un proyecto de nación que afectó, además de a las esferas económica y social, a los ámbitos familiar, cultural y político" (Uribe Gómez, 2007: 429).
Un cambio sustancial en la visión de la pobreza
Desde los años setenta y ochenta los Estados de bienestar enfrentan una enorme crisis fiscal (Offe; 1991), con lo que en los países anglosajones y latinoamericanos comienza su desmonte, especialmente mediante la desregulación de los salarios y la flexibilización laboral, entendiendo que éstos eran los factores que explicaban el fracaso del Estado de bienestar (Esping-Andersen, 1996). En su lugar se privilegia la acción del mercado (Lewkowicz, 2004) como una "lógica" salvadora de los fracasos estatales, siempre y cuando se le permitiera su circulación ininterrumpida e ininterrumpible, lo que le hace aparecer como eficaz, aun al precio de una ruptura social (Sader, 1999; Dofour, 2005; Forrester, 2000).
Si el Estado de bienestar aun en sus retrocesos y vaivenes (Lewkowicz, 2004) implicaba un marco desde el cual se reconocía y construía ciudadanía, ley, cultura, responsabilidad y movilización social hacia la clase media, la gestión neoliberal instaura la figura de la impunidad, la transgresión, el extraño y lo excluyente. La ley ya no es un referente que cubre y protege a todos, destituida de su lugar de resguardo, situación que se acompaña de una retracción de investimento subjetivo y colectivo de espacios sociales potenciales. En este punto se afirman la heteronomía (Franco, 1998, 1999, 2000, 2001), la mitologización social (Castoriadis, 1992) y la desarticulación de la experiencia de ser individuo (Galende, 1997), que lleva a que se "apriete" el espacio entre los hombres, como señala Hanna Arendt (Gómez Ramos, 2003).
Desde el proceso que inaugura el neoliberalismo (y en especial el neoliberalismo latinoamericano) comienza a consolidarse otro modelo social:
Una sociedad heterogénea y fragmentada, surcada por profundas desigualdades de todo tipo clase, etnia, género, religión, etcétera [...] hay un amplio sector social, un tercio excluido y fatalmente condenado a la marginación y que no puede ser "reconvertido" laboralmente ni insertarse en los mercados de trabajo formales [...] se traduce en desempleo masivo, pobreza extrema, anomia y desintegración social, drogadicción y auge de la criminalidad (Sader, 1999: 80 y 81).
Por su parte, Merton (1964) retoma el concepto de "anomia" en el sentido de la imposibilidad de acceder a ideales legitimados socialmente:
La anomia es concebida, entonces, como el quiebre de la estructura cultural [...] cuando hay una separación aguda entre las normas y los objetivos culturales y las capacidades socialmente estructuradas de los individuos del grupo para obrar de acuerdo con aquéllos (Merton, 1964: 170).
Operatoria claramente presente desde el neoliberalismo, en el que se vuelve imposible cumplir con determinados valores sociales por desmantelamiento de las operatorias e instituciones garantes de esa realización. Ya indicamos previamente la importancia psicosocial de la "promesa" y el "porvenir" como posibilitadores y legitimadores de ideales en torno al ahorro, la superación personal y familiar, entre otros, los que se encuentran seriamente "atacados" desde el neoliberalismo (Klein, 2006), por lo que entre la sociedad y sus integrantes se instala una nueva geografía (social y psíquica) de desconocimiento (Sassen, 1988) y no de inclusión.
Concomitantemente, la figura del vecino es sustituida por la del "extraño", revestido con características de amenaza, indefinibilidad e irresponsabilización social (Bauman, 1999). Esta situación que incrementa lo paranoico, corroe la "confianza" como metaorganizador de las relaciones sociales. La cultura neoliberal es entonces predominantemente tanática (Laplanche-Pontalis, 1981) en tanto rompe el lazo erótico de la integración y el contrato social implícito en el Estado de bienestar equitativo y redistributivo, esté plenamente consolidado o no.
Una consecuencia de estas estructuras sociales y económicas del neoliberalismo es instaurar lo precario como una de sus claves. Se trata de la anulación de certezas mínimas, tranquilizadoras y fundantes, lo que incentiva la sensación de un universo caótico, incomprensible o inaprensible. Lo sólido se sustituye por lo fluido (Bauman, 1999), el futuro por lo inmediato, los proyectos de vida por estrategias de supervivencia. Situación que en su extremo facilita la imposición de un traumatismo de muerte (Golse, 2000) y la pérdida de aspectos identificatorios sociales y personales imprescindibles (Waisbrot et al., 2003). Para ser más explícito: se trata de la desestabilización de aquello que se espera sea estable (Klein, 2006). Lo que incluye el trabajo y la educación, y la garantía de una promesa de inserción social unida a la idea (ilusoria quizás, pero no necesariamente falsa) de un porvenir como articulador privilegiado de las relaciones sociales, vinculares y subjetivas.
Puede pensarse que la destitución de este porvenir está dentro de lo que podríamos llamar (amargamente) uno de los "éxitos" del programa neoliberal. Se relaciona probablemente con un modelo de gestión que desde lo económico, lo social y lo cultural impone la exclusión desde la cronicidad del desamparo y la imposibilidad de establecer, garantizar o reestablecer una serie de derechos mínimos cívicos, sociales, políticos, dentro de un proceso de des-ciudadanización (Coutinho, 2000), que se vuelve cada vez más crónico (Ziccardi, 2008). Se acompaña por tanto de la desprotección social, la pérdida de una cultura de la solidaridad y la primacía de relaciones sociales basadas en la desconfianza, la destrucción y el aislamiento. La sociedad pasa a percibirse a sí misma, tanto en lo fáctico como en lo imaginario, en una situación de peligro que es preciso resolver de una manera que ya no se encamina necesariamente a través de los institutos judiciales-racionales. Parece perfilarse "una guerra civil crónica, sobre la forma de asaltos, robos, asesinatos, estupros" (Pellegrino, 1987: 203). El miedo deviene así un articulador fundamental de las relaciones sociales (Dofour, 2005; Abramovay, 1999) relacionado con escenas terroríficas y muchas veces paralizantes, que atraviesan la cotidianidad y las relaciones sociales.
Desde esta perspectiva, no basta ya con indicar que los pobres se vuelven más pobres. No es simplemente el posible pasaje de la pobreza a la indigencia por el desmantelamiento de las políticas sociales "sin dejar nada en sustitución" (Tavares, 1999: 177), lo que la autora denomina "descentralización destructiva". Quizá existe aquí un malentendido, pues se está utilizando un modelo de pérdida (de salario, de empleo, de ingresos) que aunque útil desde cierto modelo social basado en la garantía de ingresos y estabilidad económica, no es operativo desde el neoliberalismo. Sin duda las clases medias se han empobrecido. Pero para otras clases sociales es una situación más estructural: los pobres ya no dejan de ser pobres, sino que serán cronificados o como "pobres resignados a la escasez digna" (como ya veremos: desde programas sociales como Bolsa Familia u Oportunidades), o "pobres en estado de sospecha permanente". No sólo hay desmantelamiento de condiciones económicas o culturales dignificantes, sino que al mismo tiempo éstas ya no se viabilizan nunca. Se trata de la grave cancelación de las vías legítimas de movilidad, las que en algún momento integraron quizás la "promesa" social (Klein, 2006; Merton, 1964).
Aunque la gestión neoliberal se pueda relacionar con una profundización de la división de clases junto a formidables procesos de concentración de riqueza (Lago, 2002), no se trata pues sólo de fenómenos de pérdida (como hemos visto: los pobres como más pobres), o de fenómenos de ganancia (los ricos siendo más ricos), sino cualitativamente hablando del propiciamiento de la inestabilidad de aquello que es o precisa ser, estable. Una de sus modalidades es que en la medida en que el pobre ya no ocupa sino lo negativo de la exclusión social, pasa de "sufrir" pobreza a ser "culpable" por la misma, extendiéndose cada vez más una relación causa-efecto entre pobreza y criminalidad (Rauter, 2002). De esta manera la situación de pobreza ya no se percibe como de anomalía e injusticia social, sino que pasa a ser considerada como parte de una anomalía extirpable (Caldeira, 2000), una molestia ignorable o un "residuo social inabsorbente" (Fraga, 2003: 43).
Este sentido de residuo parece imponer una redefinición en el imaginario social de lo que puede ser considerado pobreza, relacionada cada vez más con lo irrecuperable, lo sucio, lo repugnante (Figari-Scribano 2009). Ya no despierta ni escándalo ni resquemor ni preocupación. Se ha "desdramatizado" dramáticamente, entendiéndose que el pobre es irrecuperable de su pobreza, dentro de una filosofía de la resignación que invisibiliza cada vez más la injusticia social que la misma conlleva. La sociedad se ha terminado por desentender de aquello que ella misma produce (Araujo, 2002), con impunidad, indiferencia, ignorancia o resignación del resto de la sociedad, quizás en una versión de lo que se ha denominado "banalidad del mal" (Arendt, 2004), "mal cotidiano", o "mal del horror" (Czernikowski, 2003). Junto a un imaginario que criminaliza la pobreza, la violencia (policial, militar, paramilitar, "brigadas" de vecinos, entre otros) se vuelve además cada vez un protagonista legitimado, en el entendido de que sólo la misma es capaz de resolver problemáticas sociales (Caldeira, 2000). Por lo anterior parece válido indicar que la gestión neoliberal implica riesgos, fracturas y situaciones catastróficas (Giddens, 1997; Lewkowicz, 2004; Klein, 2010).
Se trata simultáneamente de una reubicación del pobre y la pobreza desde la inviabilidad o deslegitimización del modelo dignificante de la pobreza obrera,2 sustituido con la consolidación de la figura del inintegrable (Castel, 1997) como negativo de la construcción de ciudadanía obrera y de clase media. El pobre se va tornando la figura por excelencia de lo "extraño", alejado del vecino "semejante" (Duschatzky, 2002), exacerbándose su categoría de "excluido social" (Behring, 2003). Este inintegrable se relaciona con lo ya desarrollado, en torno a la cultura de la "sospecha" o el "miedo", que es también una cultura donde lo "incomprensible" u "ominoso" de la sociedad aparece relacionado con la llamada "maldad", "violencia" o "suciedad" de los sectores pobres de la población, los que aparecen como "inútiles":
[...] todo ocurre como si nuestro tipo de sociedad redescubriera con sorpresa la presencia en su seno de un perfil de poblaciones que se creían desaparecidas: los "inútiles para el mundo", que viven en él pero no le pertenecen realmente. Ellos ocupan una posición de supernumerarios, flotan en una especie de tierra de nadie social, no integrados y sin duda inintegrables (Castel, 1997: 416).
Todos estos aspectos contribuyen a un estado de desamparo y amenaza con prevalencia de violencia social y situaciones sociales y económicas de extremo dramatismo (Klein, 2006).3 Las estrategias de supervivencia se diversifican (Franco, 2001; Franco, 1998, 2000; Abramo, 2005) y se naturaliza lo que hasta hace poco tiempo era probablemente insólito. Para dar algunos ejemplos: la extendida y habitual práctica del pedido de limosna en cada rincón de la ciudad, la creciente presencia en los semáforos de la ciudad de una actividad que es simultáneamente una especie de espectáculo circense y pedido de limosna-retribución (niños haciendo malabarismos con pelotas, tragadores de fuego, etc.), personas durmiendo sobre cajas de cartón, niños deambulando en harapos, grupos de personas cargando sus pocas pertenencias de un punto a otro de la ciudad dentro de un nomadismo estructural. Nuevos escenarios de pobreza y nuevas modalidades de lo pobre, surgiendo nuevos recorridos y geografías de la pobreza, entre las cuales cabe pensar el papel que cumplen los "sicarios" dentro del narcotráfico, trágico destino de adolescentes pobres que excluidos de la legitimidad de la ley, al menos encuentran una forma de salir de la "inutilidad" del lazo social.4
El comienzo del fin del siglo XX y comienzos del XXI complejizan aún más la situación, ya que países de la región han retomado su papel de impulsores de fuertes políticas redistribucionistas y de reducción de las diferencias sociales (Canzani, 2009). Se comienza a perfilar una gestión posneoliberal que alcanza a la mayoría de la región, siendo sus excepciones Colombia y México (Boron, 2003; Anderson, 2003). Un elemento a tener en cuenta es que esta situación se acompaña de nuevos tipos de movimientos sociales, ajenos muchas veces a los procesos de reivindicación tradicionales más ligados a los partidos políticos tradicionales (Ocampo, 2008). El análisis del posneoliberalismo despierta en los autores diferentes análisis, negativos algunos: "Lo que denominamos posneoliberalismo es una categoría descriptiva que designa diferentes grados de negación del modelo, sin llegar a configurar un nuevo modelo" (Sader, 2008: 43-81), más positivos otros:
Podemos constatar que se revierten algunas de las rutas establecidas desde el periodo de las reformas estructurales, y se ponen nuevamente en la agenda temas como la responsabilidad del Estado más allá de la regulación de la competencia, el papel del sector privado, y las posibilidades de universalizar los servicios sociales básicos [...] constituyen referentes importantes a la hora de reflexionar sobre las continuidades y rupturas en este campo (Uribe, 2011: 4).
Las experiencias en Brasil con el gobierno Lula da Silva (2003-2011), en Chile con los gobiernos de "La Concertación" (1989-2010), en Argentina con Néstor y Cristina Kirchner (desde el año 2003), en Uruguay con los gobiernos de Tabaré Vásquez y "Pepe" Mujica (desde el año 2005), en Ecuador con Rafael Correa (en la presidencia desde 2006) y en Bolivia con Evo Morales (en la presidencia desde 2006), parecen indicar cambios significativos con una postura crítica a la gestión neoliberal y una vuelta a la discusión sobre el tema de la pobreza y en definitiva sobre el sentido de las políticas públicas, vigorización de derechos de ciudadanía y del Estado de bienestar (Arriagada, 2006).
Probablemente exista una reformulación del neoliberalismo, que aunque con permanencia de ciertos aspectos de la lógica económica neoliberal propone una relegitimización del Estado, lo que se correlaciona con nuevas formas y posibilidades de participación social. Podría pensarse asimismo que se trata de una renovación de los procesos de ciudadanía y de resignificación de procesos culturales, vinculares y sociales. Realidades que es necesario indagar en trabajos específicos, pero que sin duda inciden en el rumbo que va tomando el "aumento" o el "descenso" de la pobreza en la región, tal como se plantea a continuación.
¿Más pobreza o menos pobreza?: Un debate pendiente en América Latina y el Caribe
Cierta evidencia empírica viene señalando la persistencia desde la década de los noventa y hasta los datos manejados para el año 2011 (al menos específicamente del caso mexicano), de un aumento o un mantenimiento en el grado de pobreza y pauperización, especialmente referida a la cronificación en la inequidad en la distribución del ingreso (Conapo, 2005, 2007; CEPAL, 2010; Coneval, 2011). Es decir que la salida de la llamada "década infame" (Uribe, 2007) del neoliberalismo no ha modificado en principio la situación de pobreza, al menos la pobreza en términos de inequidad de distribución de ingresos.
Finquelevith (2003) va más allá de México e indica taxativamente que en la región: "la problemática de la pobreza es un fenómeno estructural y persistente" (ídem: 1). En El panorama social, de la CEPAL (2002), se indica que la población ubicada por debajo de la línea de la pobreza representaba 41% de la población total de la región en 1980, cuando se estimaba la población total en 352 millones de habitantes. Transcurridas dos décadas las cifras empeoraron, y el porcentaje de pobreza latinoamericano pasó a significar en el 2000, 44% de una población mucho mayor: unos 508 millones de habitantes: "los índices de pobreza y de desigualdad en la región no han mejorado demasiado en los últimos años y, en muchos casos, han sufrido un declive importante en términos relativos" (Trigo Catalina, 2004: 1 y 2).
Las cifras del Banco Mundial (2002) revelan que los indigentes pasaron de 48 millones en 1990 a 57 millones en 1999, y los pobres, de 121 a 132 millones en igual periodo. Para 2003 se estima que cinco de cada 10 latinoamericanos eran pobres, y que se encontraban por debajo de la línea de pobreza 58% de los niños menores de 14 años. Según un informe de CEPAL (2003), para el año 2003 sólo Chile había alcanzado la meta de reducir a la mitad el número de personas pobres. El mismo informe detalla que al menos en cinco países (Bolivia, Ecuador, Paraguay, Perú y Venezuela) los niveles de pobreza extrema se elevaron, lo que transforma a América Latina en una de las regiones con mayor desigualdad en el mundo. De acuerdo con otras encuestas, el 10% más rico de los individuos recibe entre 40 y 47% del ingreso total en la mayor parte de las sociedades latinoamericanas, mientras que 20% más pobre sólo recibe entre 2 y 4% (De Ferranti y otros, 2003).
Volviendo al caso de México, los datos del Coneval 2008 informan que 47.4% de la población vivía con un ingreso por debajo de la línea de pobreza, mientras que Coneval 2010 informa por su parte de la existencia de 52 millones de pobres, lo que representa 46.3% de la población. Derivado de lo anterior, la población en pobreza aumentó de 44.5 a 46.2%, que corresponde a un incremento de 48.8 a 52.0 millones de personas entre 2008 y 2010. En términos del número de personas en situación de pobreza extrema, éste se mantuvo en 11.7 millones entre 2008 y 2010 (Coneval, 2010) según una tendencia de incremento de pobreza que se mantiene desde la década de los noventa (Uribe, 2011). Se estima que existían en el año 2008, 50.6 millones de mexicanos que "no contaban con un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades de salud, de educación, de alimentación, de vivienda, de vestido y de transporte público, aun si dedicaran la totalidad de sus recursos económicos a este propósito" (INEGI, 2008). Se contabilizaban además 19.5 millones de mexicanos en situación de pobreza alimentaria y sin poder acceder a la canasta básica de alimentos. De ese número se destaca la prevalencia de personas provenientes del área rural (ídem). Dentro de este panorama el papel de las remesas se va tornando cada vez más significativo para paliar esa situación. Se estima que a nivel nacional la inexistencia de remesas hubiera hecho que la pobreza alimentaría fuera de 15.9%, en vez de 13.8% (Coneval, 2008).
Aun en ciudades como la de México se verifican cifras alarmantes, existiendo una "mayor tasa de desempleo en el DF que en el ámbito nacional. El desempleo abierto en 1999 se situó en 3.2%, prevaleciendo una tendencia decreciente desde 1995, cuando a causa de la crisis de 1994 alcanzó a 7.4%" (Kentzler, 2003: 15). Al mismo tiempo se verifica una caída permanente del salario real (ídem), por lo que para el año 2000: "el 45.29% de la población ocupada percibía un ingreso que oscilaba entre menos de un salario mínimo mensual y hasta dos salarios mínimos mensuales" (Meneses Cázares, 2003: 8). Toda esta situación de empobrecimiento incide en un número significativo de niños en "situación de calle", quienes para el año 2001 se estimaban en ocho mil 500, con una proyección aproximada de 15 mil niños en esa situación para el año 2005 (Paoli, 2005) enfrentados a situaciones de mendicidad, recolección de basura ("pepena") y expuestos a situaciones de riesgo sexual, de abuso y de maltrato (ídem).
En forma contrastante: "en el Distrito Federal los hogares más ricos acumulan 63.9% de los ingresos monetarios, mientras que los hogares pobres ni siquiera obtenían 3%" (Torres Pastrana, 2008: s/f) y al mismo tiempo: "el 50% de la población del DF, aproximadamente un millón de familias, viven en la pobreza y, de éstas, unas 250 mil se encuentran en pobreza extrema" (Paoli, 2005). Los últimos datos de medición multidimensional de la pobreza en México indican asimismo que entre 2008 y 2010 se mantuvieron o aumentaron las carencias sociales de acceso a los servicios de salud; acceso a la seguridad social; servicios básicos de la vivienda; calidad y espacios de la vivienda, y de rezago educativo; se redujo también el ingreso real de los hogares en el país, especialmente en las áreas urbanas y se registró un incremento de la población que carece de acceso a la alimentación (Coneval, 2010a). Asimismo la tasa de desocupación mostró una tendencia creciente, con la mayor contracción en el empleo de toda la serie en el tercer trimestre de 2009, alcanzando una tasa de desempleo de 6.2%,, con lo que por lo menos 60% de la población no tiene cobertura de seguridad social (Coneval, 2010b). Si tenemos en cuenta el llamado indicador índice de la tendencia laboral de la pobreza (ITLP), los datos parecen apuntar a un crecimiento del mismo, lo que implica deterioro en la ocupación y en la seguridad social, representados por el incremento en el desempleo y la disminución de los trabajadores afiliados al IMSS. Al mismo tiempo, el porcentaje de trabajadores en la informalidad, desempleo y subempleo es muy grande (Cone-val, 2010b). Pero cabe indicar que esos datos refieren a una pobreza visible, encuestable, manejable (Meneses Cázares, 2003). En tal sentido se trata de datos que "invisibilizan" a la pobreza como exclusión radical, de la que finalmente poco o nada se sabe, lo que indica que el panorama no deja de ser extremadamente heterogéneo y multifacético.
Por su parte, López (1999) informa que mientras que en 1975 el 10% más pobre de la población del Gran Buenos Aires, en Argentina, percibía 3.1% del ingreso, y el 10% más rico percibía 24.6%, para 1999 la diferencia se había incrementado en 24.2 veces. Sin embargo esta situación parece estarse modificando. El gobierno Kirchner ha enfocado su gestión no sólo en políticas sociales, sino en la generación de empleo, entendiendo al mismo como el principal eje de recuperación social (Uribe, 2011). Se redujo de esta manera la pobreza de 54% de las personas en 2003, a 25% en el año 2011 (Uribe, 2011). Dentro de esta tendencia se afirma que "gran parte de los países de América Latina y el Caribe se encuentran hoy en una situación social y económica mucho más favorable que hace dos décadas atrás" (Garcette, 2010: 2). Este autor indica que para el año 2009 se contabilizaban 183 millones de personas pobres y 74 millones de indigentes en la región, lo que representaría respectivamente 33.1 y 13.3% de la población de Latinoamérica, lo que implica: "una disminución significativa entre los años 2002 y 2008 (respectivamente -25.0% y -33.5%)" (Garcette, 2010: 3).
Por lo anterior se percibe que el panorama de la pobreza sigue siendo altamente heterogéneo en la región y aunque es necesario recabar mayor información, los ejemplos extremos de México y Argentina permiten pensar que la persistencia de la gestión neoliberal en el primer caso agrava una tendencia de pobreza extrema, mientras que una gestión de tipo posneoliberal en el segundo, permite vislumbrar un panorama más optimista y auspicioso.5
Por otro lado, los datos manejados se pueden enfocar desde otra perspectiva referida a cómo la pobreza va tomando caracteres cada vez más complejos y con múltiples facetas heterogéneas (Beccaria, 1994; Minujin y Kessler, 1995; Ansolabehere, 2002). Sin poder profundizar exhaustivamente en el tema, se puede destacar la disparidad de opiniones en relación con cómo encarar la cuestión de la pobreza y cómo la misma se relaciona o no con otras variables como exclusión social, marginación, desciudadanización e inaccesibilidad a bienes y servicios (Lee y Murie, 1999; Burchardt 2000; Sen, 2000; Atkinson, 1998; Pérez y Mora, 2007; Atkinson, 1998; Sen, 1985; Townsend, 1979; Levitas, 2006; Poggi, 2003). Como se podrá observar, es imposible negar que el enfoque de la pobreza debe ser multidimensional, aunque queda abierta la discusión de qué dimensiones son necesariamente relevantes o no (Morgan et al., 2007).
Por otro lado, desde esta multidimensionalidad es necesario incorporar además estudios de familia, género, salud y salud mental (Horwitz-Schied, 1999; Morici, 2002) y además la propia percepción de pobreza que el pobre tiene de sí y el sentido de degradación o no que aquélla conlleva. En este sentido el bienestar también se puede asociar al "orgullo" de ser pobre como expresión de "pobreza digna". En este sentido la pobreza no implica denigración ni humillación. Por el contrario, es la que aparece representando los ideales culturales per se de abnegación, esfuerzo, motivación y superación (Merton, 1964), ideales legitimados socialmente, quizás emparentables con ideales que Weber (1984) situaba como espíritu del capitalismo, pero que sin embargo quizás se volvieran más representativos, no del capitalismo sino de determinadas formas de pobreza.
Desde esta perspectiva multidimensional y aunque la inequidad en la distribución del ingreso se mantiene, es necesario destacar en algunos casos el fuerte impacto en políticas de apoyo social. Sean de cuño neoliberal o posneoliberal, algunos de estos programas parecen favorecer una mayor capacidad de consumo favorecido por políticas sociales como Bolsa Familia en Brasil u Oportunidades en México (Uribe, 2011; Garcette, 2010), las que de alguna manera "protegen" la capacidad de consumo de la población pobre, asegurándole ingresos que se independizan del desempleo, la inflación u otras variables económicas. Es un monto de dinero proporcional según el número de hijos, que aunque condicionado por algunas prestaciones de los usuarios, se distribuye de forma mensual y por línea femenina maternal (Uribe, 2011).6
Podría suponerse quizás que se trata de una "pobreza de consumo" capaz de manejar y utilizar tarjetas de crédito, tecnología y acceso a diversos servicios. De esta manera, habría que complementar los datos arriba mencionados, indicando que la última década ha visto un aumento en la capacidad de endeudamiento de la población en general, incluyendo la población pobre. El pobre de hoy es un pobre que se puede endeudar, tendencia que por ahora se ha incrementado, como lo muestra justamente el modelo de desarrollo del gobierno de Lula, entre otros. La incapacidad de los asalariados para absorber los productos debido a la caída del poder adquisitivo y la falta de disposición de los dueños de los medios de producción para tomar menos utilidades, están siendo compensadas con cada vez mayor crédito al consumo. Esto se puede verificar claramente en Estados Unidos (Harvey, 2010) y algo similar está sucediendo en el resto de los países.
Lo que parece claro es que, a pesar de que la región ha pasado por un crecimiento económico en las últimas décadas, y aun desde la perspectiva posneoliberal, esto no ha revertido en forma global el estado de inequidad social: "Los niveles que han alcanzado las tasas de crecimiento y la evolución de la distribución del ingreso no han tenido entonces casi ningún efecto favorable sobre la pobreza" (Andrade-Puyana, 2010: 10), de allí que se pueda seguir afirmando que: "Los ricos son más ricos" (O'Donnell, 1997: 1). La desigualdad social y cultural sigue vigente. Desde esta perspectiva, no es el retraso en el crecimiento económico (paradigma propio del Estado de bienestar) lo que opera sólo como obstáculo para la solución al problema de la pobreza, sino que es la persistencia de la falta de equidad a nivel económico, social, cultural u otros (Trigo Catalina, 2004), lo que cronifica una situación cada vez más compleja. Parece quedar claro que el crecimiento económico no "soluciona" por sí la inequidad si no se entrelaza con políticas redistributivas de corto y mediano plazos, junto con medidas de empleo y protección social y cultural (Uribe, 2011).
La bibliografía consultada parece demostrar que la pobreza (al menos la latinoamericana) no tiene una explicación unicausal, sino policausal y que además su propia definición depende de diferentes variables en juego.7 Por otra parte, la misma revela diferentes formas de constitución a nivel del imaginario social. Aunque discutir si la pobreza ha aumentado o disminuido es una perspectiva cuantitativa en términos de aumento y descenso, mejoramiento y empeoramiento, no es lo mismo entender la pobreza como imposibilidad de acceso a bienes y servicios, que entenderla como imposibilidad de acceso a un empleo estable y con una remuneración digna, como parte de la "claudicación" de un porvenir (Klein, 2006). La pobreza refiere aquí no sólo a pauperización ni tampoco sólo a exclusión y marginación, sino a la anulación de oportunidades sociales y culturales, o en otros términos, a la destitución de una "promesa" concomitante al contrato social, lo que de una u otra manera no puede dejar de incidir, no sólo en la población pobre, sino en otros grupos de población, como enseguida se señalará.
Los "nuevos pobres" y el empobrecimiento generalizado
De esta manera, podría pensarse que el empobrecimiento es un proceso que alcanza no sólo a los pobres. La "pauperización" se extiende como regulador de nuevas tensiones y reconfiguraciones sociales, alcanzando a los que son denominados como "nuevos pobres":
Los sectores medios se han dividido: por un lado están los que consiguieron navegar exitosamente las crisis económicas y los planes de estabilización; por el otro, los que cayeron en la pobreza o están cerca de atravesar la línea que los separa de ésta (O'Donnel, 1997: 1).
Se puede indicar diversa evidencia empírica que relaciona a la clase media con un acercamiento al umbral de pobreza, al menos en principio, desde el punto de vista de una merma significativa a nivel de los ingresos (Portes, 2004):
[...] con la excepción de Chile, el ingreso medio de la fuerza de trabajo urbana latinoamericana se mantuvo estancado o disminuyó en términos reales durante los años del ajuste neoliberal; b) el ingreso medio de todas las clases subordinadas, incluso la pequeña burguesía urbana, también disminuyó. Más que nunca se reafirmó el hecho de que en América Latina no es necesario ser un desocupado para ser pobre (OIT, 2000: 46).
A esta disminución de ingresos habría además que agregarle el aumento en la dificultad de mantener el nivel de vida esperable de la clase media, junto al endeudamiento crónico e incapacidad de ahorro, factores que ya vimos en otras partes de este trabajo. De esta manera y tal como sugiere Ansolabehere (2002), la tradicional caracterización de la división social en clases pobres-bajas, medias y ricas-pobres merece una revisión.8 Se puede suponer que probablemente estamos ante nuevas configuraciones y divisiones sociales híbridas y extremadamente complejas:
Ésta ha dado cuenta del surgimiento de un nuevo sector social llamado "pauperizados" o "nuevos pobres" [...] compuesto por la población con ingresos por debajo de la línea de pobreza que no presenta necesidades básicas insatisfechas. Este sector constituye un estrato híbrido, que combina características sociales, culturales y simbólicas similares a la clase media con niveles de ingreso similares a los pobres estructurales (Ansolabehere, 2002: 38).
En este sentido el empobrecimiento es una forma de "precarización" que descoloca a la clase media del "centro" de la geografía social (Samad, 1996),9 generando un panorama heterogéneo y ambiguo:
[...] antiguos miembros de clases medias de diferentes países que cayeron por debajo de la línea de pobreza como consecuencia de procesos de crisis, estabilización y ajuste. La nueva pobreza está caracterizada por la heterogeneidad de sus miembros, puesto que proceden de diferentes contextos ocupacionales y socioculturales (Golbert y Kessler, 1996: 24).
Ansolabehere (2002) menciona en Latinoamérica la combinación de características sociales, culturales y simbólicas similares a la clase media, con niveles de ingreso similares a los pobres estructurales. Pero, ¿por qué no suponer lo contrario?: niveles de ingreso de clase media con rasgos culturales propios de los pobres estructurales. Como sea, al panorama de pobreza generalizada de los ochenta y noventa se agrega un panorama de empobrecimiento fragmentado, una pobreza de matices y diferencias que se separa de su acotamiento a una clase social específica. Pero cabe pensar otra peculiaridad, pues podría pensarse que las clases medias difícilmente acepten su proceso de empobrecimiento,10 empobrecimiento al que podríamos denominar, desde este punto de vista, como persistentemente negado (Klein, 2006), en contraste con la pobreza de los "viejos" pobres, espacio de resignación, cuando no, de orgullo.
Como sugiere, en definitiva, el título que presentamos: un palimpsesto de inscripciones múltiples y entremezcladas, o más precisamente, ambiguas, se trata de cualquier manera de un tema extenso y arduo del que sólo se pueden aportar algunas reflexiones sucintas en este trabajo.
Algunas conclusiones preliminares
La disolución y deslegitimización de la figura del pobre "digno" en torno a la legitimidad emocional y cultural que recibía la figura del obrero, como trabajador inscrito en una estructura salarial, de empleo seguro y con garantías de movilización social generacional (garantizada si no para él, al menos para su hijos y nietos), dentro del modelo social del Estado de bienestar (teniendo en cuenta sus oscilaciones y especificidades dentro del contexto latinoamericano, implica el progresivo implante de nuevas formas y figuras de la pobreza. Aparecen aspectos quizás inéditos ("la pobreza del consumo"), negativos ("la pobreza imposible de dejar de ser pobre"), peyorativos ("la pobreza sucia") o persecutorios ("la pobreza criminal"). La figura del "inintegrable" parece condensar algunos de estos aspectos: la criminalización o culpabilización de la pobreza (el pobre es "culpable" de ser pobre); la "paranoiaización" de la pobreza (el pobre como "peligroso" o "inmanejable"); la "fatalidad" de la pobreza (ya no se puede hacer nada por el pobre); la "suciedad" de la pobreza (el pobre asimilado a la geografía urbana derruida y mugrienta).
Cualquiera de estos elementos, y especialmente aquellos relacionados con la sospecha, paranoia o el miedo, aparecen como retroalimentándose a sí mismos. Los episodios violentos en poblaciones pobres, cuando aparecen, son explotados o distorsionados no pocas veces (hay que señalarlo) por los llamados medios de comunicación masiva. Interesa especialmente destacar cómo la violencia se torna inseparable del sentido de "amenaza", "presunción de que algo puede pasar" o sensación de catástrofe inminente (Klein, 2006), más que de la demostración fáctica de hechos, por lo que se aleja del par racional: verdad-mentira, para entrar dentro de otra categoría de pensamiento, que es necesario asimismo tener en cuenta en otras investigaciones.11
Los datos aportados y trabajados (tanto cualitativa como cuantitativamente) aluden a situaciones dramáticas y preocupantes (CEPAL, 2010) y corroboran la "radiografía" de una sociedad profundamente fragmentada, escindida y desigual, donde el tema de la pobreza, pero también el del empobrecimiento crónico y estructural, amerita un esfuerzo conjunto para alertar sobre la situación. Pero cabe reiterar que esos datos refieren a una pobreza encuestable y mensurable, dejando muchas veces de lado a la pobreza más extrema (Meneses Cázares, 2003). En tal sentido se trata de datos que analizan procesos de pobreza alrededor de los pobres tradicionales o "viejos" pobres, más que del empobrecimiento como exclusión radical invisibilizada.
Podemos considerar que si desde la configuración social del Estado de bienestar, el "destino" del pobre parecía ser (o al menos así aparecía de forma idealizada) el pasaje de la periferia-marginación al centro de la estructura social con un progresivo "aburguesamiento" o alcanzando las trazas de la figura del obrero digno (Klein, 2010), hoy por hoy parece pertinente señalar que el pobre y la pobreza parecen ir configurando nuevas dimensiones sociales. Ya no se trata simplemente de las figuras clásicas del "excluido" o el "marginado". Sus formas de aparición, como ya se indicó, se complejizan y se diversifican.
Simultáneamente parece necesario comenzar a investigar una nueva categoría de empobrecimiento, referente a los "nuevos" pobres: la clase media que progresiva o abruptamente ve mermada su capacidad de generar ingresos, compra y conservación de confort y estilo de vida.
Por otro lado, la consideración de la pobreza desde la falta de recursos educativos, de salario, de salud, de vivienda u otros, enfoques que sin duda son necesarios y válidos, pero que se focalizan exclusivamente en lo cuantitativo, no pueden olvidar que la misma ocupa asimismo una determinada estructura cualitativa, conceptual e imagógica en el imaginario social. En el caso específico del neoliberalismo, como ya se indicó, la pobreza se relaciona no pocas veces con las figuras del chivo expiatorio y su "culpabilización" de malestares sociales varios como la violencia, la desconfianza, la anomia u otros.
Este trabajo busca ser un aporte para la mejor comprensión de algunos de estos procesos, focalizado en la caracterización social del empobrecimiento y la pobreza. El paso de los años e investigaciones pertinentes permitirán entender mejor y cabalmente hasta qué punto estamos asistiendo a procesos, que se han tornado o no, irreversibles y cómo el posneoliberalismo u otras formas de gestión estatal inciden en los mismos. Los nuevos rumbos introducidos en los últimos años en las gestiones de gobierno de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, aunque sin pretender ser revolucionarios, introducen cambios significativos que necesariamente han de modificar datos y reflexiones introducidos aquí, por lo que este trabajo, tanto como la situación social económica, social y cultural por la que transcurre América Latina ha de ser considerada necesariamente de transición.
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1. Se observará que estas tasas de interés estaban dictadas por los propios I organismos y bancos internacionales.
2. La destitución de la figura del obrero como modelo de pobreza digna se relaciona, además de la trama neoliberal, con muchos otros factores: "La producción altamente tecnificada dio lugar a una clase obrera cada vez más exigua, lo que a la vez repercutió en el debilitamiento de los sindicatos y en su pérdida de apoyo social y político. Las transformaciones no sólo afectaron las esferas económica y política; también incluyeron aspectos relacionados con los nuevos roles familiares, cambios en la estructura demográfica por envejecimiento de la población y la insatisfacción de algunos sectores que no habían visto reflejadas sus demandas en los viejos sistemas de bienestar, como los jóvenes, los inmigrantes y la mano de obra no calificada" (Uribe, 2007: 439).
3. Las actuales movilizaciones populares en Europa podrían relacionarse con esta situación.
4. Cierta bibliografía consultada (Palacios, 2010; Uribe, 2006) hace suponer que el narcotráfico en sí parece ser una dimensión del capitalismo articulado complejamente con estructuras sociales, económicas y culturales y con negociaciones con la clase política de larga o nueva data, según el país latinoamericano en cuestión, bajo la tutela además intransigente y no pocas veces perversa de Estados Unidos.
5. Pero aun tomando con la mayor veracidad todos los datos recopilados, los mismos muchas veces están "aferrados" a determinados modelos de lo que la pobreza "debe" ser de acuerdo con ideologías, referencias varias y paradigmas establecidos. Sabemos que no hay datos "puros" aunque querríamos que así fuera (Álvarez-Leguizamón y Gordon, 2009). Por otro lado es necesario tener precaución con el acopio de la llamada "evidencia empírica". En el caso específico de México, por ejemplo, se indica que se puede hacer una crítica en relación con la manera en que el Conapo maneja sus índices analíticos de marginación, los que pueden dar lugar a resultados tergiversados (Cortés-Vargas, 2011).
6. Aunque mucho se ha insistido en la reproducción de la pobreza a través del embarazo adolescente (Alatorre-Rico y Atkin, 1998; Bianco-Correa, 2002), aquí lo femenino viene a poner en juego factores positivos.
7. Si se consulta la voluminosa obra de Álvarez-Leguizamón y Gordon (2009), el apartado "Medidas de pobreza" da cuenta de la dificultad de encontrar una perspectiva unitaria de medición de la pobreza, sugiriéndose al menos 18 indicadores para la misma.
8. Desarrollo más este punto en: Klein (2012), ¿Qué es y quiénes son la clase media hoy? Calidad de vida, subjetividad, capital simbólico (inédito).
9. Pero, ¿en realidad son "nuevos pobres" o más bien nuevas configuraciones sociales que no se pueden entender totalmente por extensión de categorías sociales previas?
10. Véase la película argentina "Cama adentro" (2005) del director Jorge Gaggero.
11. Desarrollo más este punto en Klein (2012).