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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.28 no.112 Ciudad de México ene. 2006

 

Reseñas

 

Educación, poder y biografía, Diálogos con educadores críticos

Carlos Alberto Torres

México, Siglo XXI, 2004, 301 pp.

 

Por Aurora Loyo Brambila*

 

* Investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM.

 

Los lectores de este singular libro tendrán la oportunidad de acercarse a la vida y a la obra de diez notables educadores gracias a una conversación conducida por Carlos Alberto Torres. Pero, ¿quiénes son estos personajes y en dónde reside el interés del libro para el público de habla hispana? El más conocido es Paulo Freire, quien en el contexto de este libro es, como lo fue en relación con la academia, un ave raris. Los otros nueve entrevistados forman parte del diverso mundo universitario anglosajón y también, salvo un caso, tienen en común el haber frecuentado las aulas universitarias durante la década de los sesenta. Todos tienen en su haber escritos importantes en los que fluye un pensamiento crítico e innovador sobre educación. Todos son pues, tal y como se indica en el título del libro, educadores críticos. Han educado en el salón de clase, en virtud de sus escritos pero también, y de manera destacada, de acciones, algunas de ellas ejemplares, que representaron momentos de inflexión en sus biografías. Es esa dimensión profundamente humana, la del educador, la que se nos devela con mayor nitidez a lo largo de estos diálogos con autores bien conocidos por los lectores de habla hispana como son Michael Apple, Samuel Bowles, Martín Carnoy, Henry Levine y Henri Giroux.

¿Qué carácter tienen estas narrativas y cuáles son los tópicos que abordan? Carlos Alberto Torres los define como diálogos e incluso dedica algunas páginas del capítulo inicial a las bondades del arte dialogal. No obstante, a nuestro juicio, es en otro lugar donde define con mayor precisión la naturaleza del texto. Se trata más bien de un punto intermedio entre el periodismo académico y el ensayo teórico y biográfico. Pero ese punto intermedio, difícil de lograr, es el producto de una conversación presidida por la confianza y la empatía, que hace emerger el acto auto–reflexivo sobre experiencias vividas con intensidad, dolorosas algunas de ellas, colocando así al lector en una situación cercana al voyeur que accede a una intimidad que no se ha ganado. Es Carlos Alberto Torres quien lo ha hecho, tras años de trato, de contacto académico y personal , en suma, de muchos diálogos previos.

Las narrativas son en muchos casos verdaderos relatos de vida en que, como señala Eugene Enríquez, los sujetos hacen patente una voluntad de reconstruirse, de dar forma a acontecimientos inconexos para trazar una historia, una trayectoria, y al hacerlo otorgan nuevos sentidos al pasado. Al mismo tiempo, los enunciados terminan por proyectarse en el futuro y los sujetos se ven movidos por un deseo de trascendencia (Enríquez, 2002, pp. 35–39). A esta riqueza, propia de todo relato de vida, se agrega el hecho de que, por tratarse de individuos dedicados a trabajar con ideas, los textos nos permiten observar, como comenta Michael Apple, las formas en que se interconecta la biografía y la teoría. Estos notables educadores provienen de diferentes medios sociales. Sus vidas han estado llenas de encrucijadas. Comparten, eso sí, la vocación por hacer de la educación un centro articulador, un camino propio e irrenunciable en el que las instituciones educativas, las escuelas y las universidades han constituido el espacio privilegiado de su acción, tanto en la docencia como en la investigación. Un rasgo distintivo consiste en que han visualizado el ámbito educativo también como un campo de lucha política, en el que se libran importantes batallas –algunas se ganan, otras se pierden– en defensa de la educación pública, de la escuela comunitaria o de mayores espacios para las orientaciones críticas en un periodo dominado por el conservadurismo y también, porqué no, combates librados por su propia sobrevivencia en la academia, bajo la forma de la obtención de la titularidad en las universidades de las que han formado parte. Para ilustrar lo dicho hasta aquí me voy a referir a las entrevistas que más me conmovieron por su autenticidad. De la primera, la de Michael Apple, transcribo un fragmento que muestra con precisión el lugar en que las experiencias personales y la teoría se entrecruzan:

Mi hijo es afroamericano y tiene un retraso mental. En la época de la restauración conservadora se dio marcha atrás en todo lo que se había logrado en las instituciones sociales en términos de redes de seguridad para personas con deficiencia mental; [...] Debido a esto he repensado ciertas cosas desde una perspectiva muy personal que, como podrás imaginar ha tenido repercusiones en el plano de la teoría.

Apple explica a continuación la forma en que ha reconceptuado el Estado y sus funciones. Y es que el espíritu crítico se manifiesta necesariamente en una capacidad fuera de lo común, para ver más allá de sus determinaciones personales y realizar un ejercicio de autorreflexión en el cual éxitos y fracasos se conciben de manera completamente ajena al voluntarismo, a ese antipático engolosinamiento con el "yo". Se logra en cambio captar ese complejo interjuego que existe entre las condiciones personales, de género, de clase y en general el entorno histórico del individuo y las opciones que, con su acción, va conformando. Esa capacidad reflexiva la encontramos también en Maxine Green, hija de una familia judía pobre que, en sus palabras, "había empezado a hacer dinero". Ella cuenta entre otras cosas la manera en que llegó al feminismo: "Fue muy curioso. Me llevó un buen rato darme cuenta de que la causa de mi marginalidad radicaba en un problema de género. Pensé que se debía a mi origen judío, luego a ser existencialista y después a que era más radical que otros, pero de pronto todos los tipos de exclusión se dieron simultáneamente y comencé a comprender cuánto tenían que ver con los problemas de género".

Desde una posición distinta, Gloria Lladson Billings, aforamericana que creció en Filadelfia entre los años cincuenta y los sesenta, reflexiona sobre su propia identidad, en este caso ligada a la raza y nos relata de qué manera un detonante crucial en su toma de conciencia fue el asesinato de un joven negro llamado Emmet Till. Desde ahí recorre un largo camino que la lleva al descubrimiento de la importancia de incorporar a los estudios críticos de educación una teoría sobre la raza.

Otro aspecto muy interesante del libro consiste en una especie de regreso, no solo intelectual sino también afectivo sobre la propia obra. Ese regreso es provocado por las incisivas preguntas plateadas por Torres. Tal es el caso de la que dirige a Maxine Green:

Quisiera preguntarte antes. Tengo en mis manos un libro tuyo llamado Teacher as a stranger. Pues bien, alguien ha garabateado un ejemplar de la biblioteca con las siguientes frases: "Mucho ruido y pocas nueces. Un mar de citas pegoteadas con la esperanza de decir algo profundo". Son críticas de un lector anónimo ¿por qué crees que alguien reaccione a un libro tan maravilloso de esta manera?

Otra pregunta, esta vez dirigida a Michael Apple:

Permíteme regresar a uno de tus libros más recientes, El conocimiento oficial en que incluiste teoría e investigación. No eres conocido como investigador empírico, aún cuando sientes gran necesidad de producir o revisar información. En este libro encuentro que cada vez que te apartas de una narrativa para hacer un análisis más político adoptas una actitud de disculpa. ¿Fue esta una estrategia retórica o es parte de la tensión de ir y venir entre las exigencias de la política y la acción?

Las respuestas a estas preguntas seguramente serán de interés para los lectores que ya conocen la obra de tales autores. Pero, y ésta es una virtud del texto, también pueden servir como una puerta de entrada, una introducción para quienes no se han acercado previamente al campo crítico de los estudios sobre educación. Y es que los que hablan, profesores al fin, demuestran aquí su singular capacidad para resumir sus ideas de forma clara y simple, y presentarlas de manera atractiva. Escuchemos a Giroux cuando da respuesta a una pregunta que lo obliga a evaluar sus propias contribuciones al campo:

En primera instancia intenté dar nuevas fuerzas a los debates de los años en que la dominación era tan opresiva que las escuelas podían considerarse como prisiones o instituciones totalitarias al servicio de la opresión [...] Quería vincular el concepto de resistencia no solamente con el lenguaje de la crítica, sino con el de la posibilidad, con el fin de que abarcara lo que significaba profundizar y ampliar las posibilidades de una vida pública democrática (pp. 136 y 137).

La vitalidad que se desprende de estos diálogos se explica sobre todo porque nos permite asomarnos a proyectos intelectuales y políticos, proyectos, en fin, de educadores. Pareciera que escuchamos las palabras y el tono con que Michael Apple refiere su preocupación por el avance de la derecha en el mundo y en particular en la sociedad estadounidense. Pero nos contagia su entusiasmo cuando entendemos que a esa preocupación corresponde una ocupación: escribir un libro para explicar de una vez por todas lo que él y su colega, Jim Beane, piensan que debe ser la escuela. "Soy –dice– el amanuense de cuatro escuelas democráticas que tienen una educación progresista y quieren comprometerse con la justicia social". El compromiso en el ámbito educativo se complementa con un compromiso político que en varios casos dio giros inesperados. El azar juega su parte. Es el caso de Martín Carnoy cuando en 1968 participó de manera destacada en la campaña de Robert Kennedy hacia la presidencia de Estados Unidos. En esos días, su amigo Henry Levin lo convenció para que acudiera a una entrevista de trabajo en Stanford a lo largo de la cual Carnoy le dijo al decano: "Dudo que pueda venir, porque si gana Kennedy tendré trabajo en Washington". Kennedy fue asesinado; Carnoy se repuso del golpe y se fue a trabajar a la Universidad de Stanford, donde produjo obras fundamentales para la sociología de la educación. Desde otro ángulo muy distinto podemos leer estos diálogos como un acercamiento interesante a las torturas del oficio. Visualizar por ejemplo el origen del estilo rápido y nervioso de Carnoy o la concepción más femenina del trabajo como labor casi artesanal, y el interés por lograr la persuasión mediante la escritura de una investigadora que se define también como madre blanca y anglosajona (WASP). Por cierto que la manera en que se vive el éxito –pues no cabe duda de que todos los que entrevistó Carlos Torres son profesores exitosos– también encuentra grandes variaciones. Se manifiestan aquí personas sumamente exigentes consigo mismas, que subrayan aquello que no han podido lograr, que cuestionan sus ideas, que están a punto de renegar de lo que escribieron ayer. Son todos, con la excepción de Paulo Freire, Maxine Greene y Geoffrrey James Whitty, productos genuinos de la generación estadounidense de los sesenta. Los hippies y las concentraciones en contra de la guerra de Vietnam constituyen una parte sustantiva de sus experiencias vitales y, así marcados, contemplan con estupor la embestida de la nueva derecha. Justamente de esa particularidad se desprenden algunos de los fragmentos más interesantes de estos diálogos en los que de pronto se transita hacia la autocrítica planteándose a sí mismos interrogantes que no nos pueden ser ajenos.

¿Dónde reside la eficiencia de la derecha? Para algunos, la respuesta es obvia y tendría que ver con la fuerza del capital, pero otros no se conforman con ello y buscan fallas en la estrategia y la capacidad de persuasión de los grupos progresistas. Por último, sus historias de vida nos acercan a la comprensión del complejo mundo académico estadounidense en que la marginación y la exclusión por razones ideológicas no está ausente. Para prueba están los despidos injustificados de la Universidad de Harvard contra los que hubo que defenderse Samuel Bowles. Por otra parte se trata también, es importante reconocerlo, de un marco institucional suficientemente rico y plural como para integrar individuos críticos, anti–establishment, muchos de los cuales seguramente podrían ser catalogados como conflictivos, como elementos indeseables y que, sin embargo, encontraron en el campus universitario un lugar propicio para desarrollar sus intereses intelectuales y políticos.

Hasta aquí nos hemos referido a los aspectos más interesantes de este libro que contiene además, a manera de anexos, datos biográficos y bibliografías tanto del entrevistador como de los entrevistados. No obstante, existe un par de reconvenciones que podríamos hacer al autor. La primera se refiere a la entrevista con Paulo Freire, con quien Torres tuvo por cierto una larga y muy afectuosa relación. La entrevista con este educador, tan importante para el pensamiento latinoamericano, no está a la altura de nuestras expectativas ya que peca de cierto acartonamiento. Sus respuestas no dan espacio a la espontaneidad y por tanto no aportan elementos para recapitular sobre la intersección entre biografía y teoría a la que nos referimos más arriba, excepción hecha de aquellos fragmentos en que Freire comparte la manera pausada y sin estridencia en que fue escribiendo lo que sería la Pedagogía del oprimido.

La segunda observación consiste en que habiendo podido hacerlo, Torres optó por formatos totalmente libres en la entrevista que impiden realizar comparaciones entre las trayectorias vitales de los sujetos. De haber sido más sistemático en ese aspecto, el propio autor, así como los lectores podrían desprender líneas interpretativas interesantes. La entrevista con Apple se inicia preguntándole sobre su trabajo de 1988 a la fecha, pero deja en las tinieblas sus antecedentes familiares. En contraste, en las entrevistas con Jeannie Oakes y con Herbert Gintis, Torres se interesa por suscitar recuerdos sobre el medio familiar y social en el que transcurrieron sus primeros años, permitiéndonos de esta manera compenetrarnos con las preocupaciones que se encuentran detrás de su obra. Por último, queda también en el aire la posibilidad de indagar sobre la vinculación que existe entre la vida y la obra de estos educadores a la luz del concepto de generación, que guarda su valor heurístico aun cuando notables historiadores, Lucien Febvre entre ellos, la hayan calificado como una "noción inútil". Quiérase o no, los discursos sociales sobre las generaciones se inscriben en la producción que realiza la sociedad de su propia memoria (Attias–Donfour, 1988, p. 72). Y estas entrevistas dan cuenta de ello.

 

REFERENCIAS

ENRÍQUEZ, Eugene (2002), "El relato de vida: interfaz entre intimidad y vida colectiva", en Perfiles Latinoamericanos, FLACSO, sede México, núm. 21, diciembre.        [ Links ]

ATTIAS–DONFUR , Claudine (1988), Sociologie des générations. L'empreinte du temps, París, PUF.        [ Links ]

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