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Revista de historia de América

On-line version ISSN 2663-371X

Rev. hist. Am.  n.166 Cuidad de México Sep./Dec. 2023  Epub Feb 27, 2024

https://doi.org/10.35424/rha.166.2023.4312 

Artículos

La institucionalización editorial de la historia patria en Colombia, 1900-1918: un estudio de la Biblioteca Nacional de Historia

The editorial institutionalization of the national history in Colombia, 1900-1918: a study of the National Library of History

Gabriel David Samacá Alonso* 
http://orcid.org/0000-0002-8319-2073

*Universidad del Norte, Barranquilla, Colombia. Correo electrónico: gsamaca@uninorte.edu.co.


Resumen

El artículo busca reconstruir la concepción y puesta en marcha de la Biblioteca de Historia Nacional como parte del proceso de institucionalización que experimentó la escritura de la historia en Colombia en las dos primeras décadas del siglo XX. Esta empresa comenzó como una iniciativa particular para convertirse en uno de los proyectos fundamentales de la Academia Nacional de Historia. Mediante la compilación, preparación y publicación de fuentes documentales, así como la difusión de investigaciones originales, se sentaron las bases para la práctica científica de la historia. A partir de algunas herramientas de la historia de la edición, sostenemos que la formalización del saber histórico en este país norandino fue posible gracias a la labor editorial que emprendió el Estado para afianzar una visión del pasado centrada en la construcción del orden republicano por encima de las diferencias partidistas. La historia oficial elaborada desde la Academia no estuvo exenta de las debilidades administrativas, limitaciones económicas y avatares propios de un Estado en tiempos de postguerra. El trabajo se basa en el estudio de la correspondencia institucional, documentación personal de uno de los principales editores de la Biblioteca, los volúmenes publicados en las dos primeras décadas y publicaciones seriadas.

Palabras clave: historia patria; Biblioteca de Historia Nacional; Academia Nacional de Historia; historiografía; historia de la edición; Colombia

Abstract

The article seeks to reconstruct the conception and implementation of the National History Library as part of the institutionalization process that history writing experienced in Colombia in the first two decades of the 20th century. This company began as a private initiative to later become one of the fundamental projects of the National Academy of History. Through the compilation, preparation, and publication of documentary sources, as well as the dissemination of original research, the foundations for the scientific practice of history were laid. Based on some tools from the history of publishing, we argue that the formalization of historical knowledge in this northern Andean country was possible thanks to the editorial work that the State undertook to consolidate a vision of the past focused on the construction of the republican order above partisan differences. The official history elaborated from the Academy was not exempt from the administrative weaknesses, economic limitations and vicissitudes of a State in post-war times. The work is based on the study of institutional correspondence, personal documentation of one of the main editors of the Library, the volumes published in the first two decades and serial publications.

Key words: National History; National History Library; National Academy of History; Historiography; History of publishing; Colombia

Introducción

Colombia arribó al siglo XX de manera traumática gracias al saldo que dejó la guerra civil más extensa de su historia republicana (1899-1902), la separación del departamento de Panamá (1903), un contexto de polarización política y un ambiente de postración económica y moral.1 A pesar de la victoria de las tropas oficiales, este escenario representó la debacle de un proyecto político que, si bien inició desde las filas moderadas de los dos partidos políticos tradicionales, fue conservatizándose progresivamente hasta llegar a la confrontación fratricida de los Mil Días.2 En términos culturales e ideológicos los sucesivos gobiernos que se extendieron desde 1878 hasta 1930 -La Regeneración, el quinquenio de Rafael Reyes, el paréntesis republicano y la República Conservadora- se arroparon bajo los preceptos del hispanismo, el catolicismo y el tradicionalismo.3 No obstante, se presentaron disidencias y debates que obligan a matizar la supuesta homogeneidad cultural durante esta transición finisecular.4

La construcción de una cultura de alcances nacionales con epicentro en la capital de la República fue retomada desde finales del ochocientos cuando se crearon varias instituciones enfocadas en el cultivo de la lengua, las bellas artes, la música y la ciencia.5 Sin embargo, la puesta en marcha y el alcance de estas entidades deja mucho que desear sobre el éxito de un proyecto hegemónico a escala nacional.6 En el marco de la postguerra y con miras a recomponer la maltrecha comunidad nacional, algunos sectores de las elites políticas consideraron pertinente acudir a la historia como fuente de cohesión social y superación de los odios partidistas.7 A diferencia de lo que considera Carlos Rincón, quien postula que la propuesta de crear una academia de historia fue de los vencedores de la guerra civil, se plantearon antes por lo menos dos propuestas para crear una institución oficial encargada de cultivar el pasado nacional.8 Los hombres de prensa, Pedro María Ibáñez (1854-1919) e Ignacio Borda (1849-1897) sugerían una institución centrada en la defensa de la historia nacional. Por su parte, José María Vergara y Vergara (1831-1872) o Carlos Holguín (1832-1894) querían que tal entidad fuese una filial de la academia española para enfatizar en el legado de la madre patria.9

Así pues, meses antes de terminar la guerra, en mayo de 1902, fue sancionada la creación de una Comisión de Historia y Antigüedades Patrias encargada de velar por el pasado de la nación, sus archivos y antigüedades.10 Conformada por hombres pertenecientes a los dos partidos políticos, entre los que se contaban abogados, médicos, ingenieros y militares, a finales de ese mismo año la corporación ascendió a la categoría de academia gracias a la presión que ejercieron algunos de sus miembros al Gobierno de José Manuel Marroquín.11 La creación de la Academia Nacional de Historia (ANH) representó el punto de llegada de una forma de practicar la historia cuyas características se perfilaron con claridad en el último tercio del siglo XIX.12 Quienes cultivaban de manera individual y aislada el pasado desde una perspectiva patriótica contaron, a partir de entonces, con un lugar de encuentro que sirvió de plataforma para poner en funcionamiento proyectos conmemorativos, pedagógicos y editoriales a fin de instalar la historia patria como un saber legítimo y necesario en la reconstrucción del orden republicano.13

Como parte de este proceso, en el presente artículo nos ocuparemos de uno de los principales proyectos editoriales que contribuyeron a la institucionalización de la historia y la consolidación de la ANH: la Biblioteca Nacional de Historia (BNH). A lo largo de las dos primeras décadas del siglo pasado, sus promotores, el abogado conservador de línea moderada, Eduardo Posada Muñoz (1862-1942) y el médico liberal, también moderado, Pedro María Ibáñez (1854-1919), lideraron la publicación de una veintena de títulos que esperaban convertir en un monumento para afianzar la historia de la patria. ¿Cuáles fueron sus propósitos y alcances? ¿Qué logros consiguieron con esta empresa editorial y qué avatares experimentó? ¿De qué manera esta colección sirvió para institucionalizar la historia como un conocimiento con pretensiones científicas y cuál fue su destino? ¿Cómo fue recibida por el público?14 Como veremos a continuación, a pesar de su carácter oficial, la historia cultivada en la Academia no estuvo exenta de las debilidades administrativas, limitaciones económicas y avatares propios de un Estado en tiempos de postguerra.

Una colección personal: el momento de Posada e Ibáñez (1901-1910)

A finales del siglo XIX, en el mundo occidental las colecciones editoriales -algunas de las cuales tomaron el nombre de Bibliotecas-- fueron un artefacto impreso ligado a la construcción de comunidades nacionales y la estructuración de las disciplinas científicas mediante la sistematización, difusión y mediación de los conocimientos. Según Miriam Nicoli, la publicación de estas series: “Se adapta a la profesionalización del oficio de sabio y, en paralelo, al declive del interés por las publicaciones de divulgación popular”.15 Al lado de otros impresos con funciones académicas, las colecciones se inspiraban en el principio de la reunión de textos que apuntaba a la totalidad del conocimiento compilado en pos de la exhaustividad en un campo del saber específico. Ello explica la condición serial que posibilitó la entrada, de manera progresiva, a un número cada vez mayor de autores y títulos al mercado editorial. Como bien señala Mollier, tampoco podemos perder de vista sus efectos en la definición de la condición autoral, particularmente en lo atinente a la consagración de algunos nombres como autores nacionales.16

En Colombia, hasta los años ochenta del siglo XIX surgieron las primeras colecciones especializadas en campos como la Filosofía, la Geografía y la Historia. Tales objetos no pasaron de ser compilaciones de textos presentados en un solo volumen. Este panorama empezó a cambiar a partir de 1893 cuando apareció la Biblioteca Popular, iniciativa del librero e intelectual Jorge Roa (1858-1927), quien reunió por primera vez a escritores nacionales y extranjeros con el fin de promover, a precio módico, el acceso a las grandes obras del pensamiento.17 Con estos escasos antecedentes a principios del siglo pasado surgió una nueva colección bibliográfica dedicada al emergente campo de la historia. Hasta ese momento, los interesados en el pasado nacional o universal accedían a este saber a través de títulos sueltos; ya fuesen compendios para uso escolar, obras más robustas dirigidas a un público más amplio y algunas compilaciones documentales que, como las crónicas coloniales, estaban dirigidas al reducido mercado de los eruditos.18

Para el caso que nos interesa, la BNH representó toda una novedad en el mundo editorial colombiano de principios de siglo por varias razones, entre ellas, la de estar dedicada a un saber con pretensiones científicas y la de gozar de apoyo oficial para su impresión. En el periodo de estudio, esta colección experimentó dos periodos diferenciados por los actores que controlaron el proyecto editorial y el tipo de obras publicadas. En el primero, que abarca de 1901 a 1910, el protagonismo recayó en Ibáñez y Posada, quienes definían los títulos, gestionaban los manuscritos y determinaban la distribución de los volúmenes. En el segundo, que hemos ubicado entre 1911 y 1918, la Academia de Historia y el Gobierno nacional tomaron las riendas de la empresa editorial más allá de la financiación estatal que siempre recibió.

Pero, ¿cómo surgió esta iniciativa? En 1899, tras compartir el premio de un concurso con motivo del primer centenario de nacimiento del prócer José María Córdova, Posada e Ibáñez propusieron al Gobierno nacional el rescate de una serie de manuscritos que se hallaban dispersos, olvidados y en riesgo de perderse. El referente inmediato fue el incendio de las Galerías Arrubla donde se hallaba el Archivo del Concejo de Bogotá, perdiéndose buena parte de la documentación del periodo colonial de la ciudad.19 La propuesta tenía, entre otros objetivos, contribuir a posicionar la nación colombiana en el concierto civilizatorio internacional. Para ello, los proponentes estaban dispuestos a ceder los documentos que habían recopilado informalmente a lo largo de su vida y que resguardaban en sus bibliotecas personales.20 Además, ofrecieron la escritura de los prólogos, la anotación de cada volumen y la supervisión de los trabajos de imprenta.21 Al parecer, la propuesta tuvo eco entre las autoridades nacionales por lo que podemos inferir que el contrato de publicación se firmó poco antes de la creación de la chap. Legalmente, Posada e Ibáñez fueron los primeros titulares de la propiedad literaria de la colección que más tarde pasaría a ser de la Academia.22

Concebida como un “monumento que intentamos levantar a nuestra historia” y “obra de civilización y patriotismo”, la BNH fue asumida por sus promotores como una respuesta intelectual a las “horas de tan crueles golpes y de congojas tántas [sic]” que vivía el país a principios de siglo. “Sean, pues, las hojas de estos libros como hojas de las plantas que crecen sobre un campo de combate y cubren piadosas los despojos de la carnicería”, decían con una gran dosis de esperanza los editores.23 Según los interesados, tal empresa era necesaria ya que la publicación de la historia nacional se había dado en otros países como Francia, España y Venezuela. Junto a la preocupación porque el país imprimiera sus propias obras, subrayaron la perentoria adhesión a los principios de la ciencia histórica europea que estaba llamada a derrumbar “historietas” mediante la “paciente investigación” basada en documentos. La concepción de la historia que animaría la BNH conjugaba aspectos de la historia como tribunal y su afán por hallar la verdad como un fallo judicial, el necesario disfrute literario y el perfeccionamiento político que pudiera derivarse del conocimiento social.24

De acuerdo con los editores, la empresa editorial que inicialmente debía ocuparse del rescate de piezas originales, estaba llamada a contrarrestar “los himnos deificadores, á las fábulas cándidas, á la ciega diatriba” reemplazándolas por “el análisis frío, la realidad sin máscara, la justa apreciación de los acontecimientos y de los hombres”.25 Aunque no era frecuente en el país explicitar los referentes historiográficos de estos aficionados al pasado, los creadores de la colección manifestaron abiertamente sus simpatías por los avances en la disciplina histórica de países como Suiza, Alemania y Francia. En particular, referenciaron los nombres de Champollión y Langlois, a quienes sumaron algunos autores colombianos que, como los hermanos Ángel y Rufino José Cuervo, habían dado muestras fehacientes de una historia rigurosa.26

El monumento a la historia nacional debía estar conformado por documentos inéditos y trabajos históricos agotados que servirían para sentar las bases de la historia científica de la nación. Entre los títulos que tomaron como ejemplo citaron las crónicas de Pedro Simón o las de Lucas Fernández de Piedrahita, publicadas en los años ochenta por Medardo Rivas.27 El primer subperiodo de la historia de la BNH se caracterizó por el predominio de compilaciones documentales dedicadas a la Independencia. Así, el volumen inaugural titulado La Patria Boba, reunió tres documentos de fines del siglo XVIII e inicios del XIX, dos de los cuales fueron donados por particulares a los editores y uno más encontrado en la Biblioteca Nacional.28 La edición, que contó con el decidido apoyo del Ministro de Instrucción Pública, José Joaquín Casas, incluyó referencias biográficas de los autores de los documentos, así como correcciones, anotaciones y comentarios sobre el contenido.29

La decisión de iniciar la colección con estos documentos correspondía a un interés por las fuentes de los albores de la República, entre las que se ponderó especialmente aquellas que se llevó Pablo Morillo para España en la coyuntura de la restauración monárquica y la cual pretendían recuperar.30 Tras la publicación del primer título, los editores confiaban que se desataría una oleada de reminiscencias por el pasado patriótico traducida en la puesta a disposición de archivos privados:

Pueda ser que la visita de este prefacio -y en ello no hay vanidad- contribuya á hacer obra de renacimiento y salud en nuestros ateneos hoy mudos: quizá con esta simple insinuación reaparecerán viejas reminiscencias; brotarán de las bibliotecas y archivos -hoy especie de panteones- la tradición conmovedora, el episodio íntimo, la anécdota gráfica; y vendrán muchos hombres de estudio á contemplar desde las cumbres de nuestra historia, el pasado glorioso, el presente tan triste, y allá un porvenir envuelto aún por la neblina. En esta cúspide se respirará al menos, un aire más puro y más benéfico que en medio de los miasmas de la política!31

Como sucedió con la biografía documental dedicada a Antonio Nariño, segundo título publicado, la documentación fue recuperada de trabajos anteriores como el realizado por Vergara y Vergara, así como de papeles que estaban en manos de coleccionistas privados.32 A medida que se adelantaba el trabajo editorial, Posada e Ibáñez, ya en el seno de la Academia, compartían avances en las sesiones regulares. A propósito de estos primeros títulos que, como vemos, tenían un claro énfasis en la Independencia, es posible apreciar la división del trabajo editorial. Posada se ocupaba de la escritura de los prólogos, mientras que Ibáñez anotaba la documentación y de cuando en cuando corregía la tipografía de las pruebas. El acopio y organización de toda la documentación era una tarea compartida.33 Para la confección de cada volumen, los editores procedían a partir de una serie de criterios intelectuales y de método. Entre ellos, era prioritaria la originalidad de los documentos respecto a versiones corregidas y “disminuidas” que no se ajustaban a la concepción de la obra y la colección. Otros gestos editoriales eran la rectificación de datos gracias a la búsqueda de la fuente original en los archivos “curiales”, la explicación a los lectores de la importancia de los documentos insertados y la búsqueda de amenidad que debía presidir la escogencia de las piezas.34

A pesar de los ánimos conciliatorios que precedían la BNH, la cercanía y parentesco de algunos letrados de la época con los forjadores de la Independencia desataron agudas confrontaciones tras la publicación de ciertos títulos. Por ejemplo, el abogado liberal, Adolfo León Gómez (1857-1927), criticó la inclusión de un documento de Nariño que, según él, afectaba la honra y nombre de su familiar, José Acevedo y Gómez, el famoso “Tribuno del Pueblo”, uno de los protagonistas del 20 de julio de 1810. El caso de Gómez deja ver cómo la edición de estas compilaciones documentales no estuvo exenta de polémica al cuestionarse en el seno de la misma Academia aquello que debía publicarse.35 La defensa de los editores consistió en reiterar su misión indeclinable de ofrecer al público de forma íntegra los documentos que tenían a la mano, sin importar los efectos políticos que generasen, máxime cuando no estaban bajo su control. Antes que el cálculo político estaba por encima la verdad histórica que no pretendía “herir a vivos ni a muertos”. En una sesión de la Academia reiteraron que no estaban dispuestos a mutilar la publicación de documentos que debían servir a los historiadores del futuro en su deber de contar la historia tal cual aconteció.36

Más allá de esta polémica, una de las razones que esgrimieron los editores para la publicación de la “biografía documental” fue el descuido en el que estaba la memoria de uno de los hombres más importantes de la historia nacional. A principios del siglo pasado, Nariño no tenía ni una estatua, arco, monumento, columna o mausoleo que le recordara a las nuevas generaciones su importancia histórica. Sus restos los guardaba el militar Wenceslao Ibáñez, último familiar vivo del prócer quien, casualmente, era pariente de Ibáñez. Por tal razón, consideraban imperativo tributar homenaje bibliográfico al prócer: “Va este volumen como modesta corona sobre la memoria del héroe y como muestra de admiración y gratitud para esa sombra inmortal, que velando estará en las regiones de lo ignoto, como lo hiciera en vida, por la salud, independencia y prosperidad de esta patria, probada por tantos y tan crueles infortunios”.37 La admiración a esta figura se evidencia en los epítetos utilizados a lo largo de la obra, entre los que podemos resaltar los de “Gran cundinamarqués”, “Moisés”, “Precursor” e “ilustre bogotano”, entre otros.

La edición de todas las obras representaba una aventura y un desafío particular que bien nos podría llevar, si las fuentes lo permitieran, a reconstruir la historia de cada volumen. Sin embargo, de la primera etapa de la BNH que, como hemos dicho, tuvo un claro interés documental, debemos destacar el caso de la Recopilación Historial de Aguado. Este título no sólo representó un giro en el énfasis independentista, sino que involucró una serie de negociaciones entre los editores, altos funcionarios del Gobierno nacional y amigos letrados en España donde se encontraba el documento original.38 Su relevancia estaba en el carácter completamente inédito del mismo, razón por la cual fueron invertidos considerables recursos y esfuerzos para obtener una copia del original que reposaba en la biblioteca de la Real Academia de Historia de España.39 Para los interesados, este “códice” de la “historia antigua” del país sentaba las bases del pasado nacional al contener las primeras noticias de “nuestros aborígenes y nuestros conquistadores”. Con ello, “Viene así el presente libro a prestar un gran servicio a los eruditos. Se podrán ver los yerros de pluma o de imprenta del Padre Simón al comparar sus datos con la fuente de donde los tomó”.40

Temporalmente, las restantes compilaciones documentales abarcaron la transición entre el siglo XVIII y el XIX con temáticas ligadas a la ruptura del lazo colonial. Esto se puede apreciar en el volumen titulado Los Comuneros, compuesto por documentación original y algunos textos cedidos por historiadores allegados para la ocasión.41 El origen de los manuscritos se remontó a una copia que los editores hicieron de El Vasallo Instruido de Joaquín de Finestrad en 1902, gracias al Ministro de Instrucción Pública y al archivo personal de Ibáñez, a donde llegaron algunas piezas obsequiadas por un compañero de armas de Tomás Cipriano de Mosquera en 1860.42 Los otros dos títulos aparecieron en el contexto del centenario de la Independencia en 1910 como parte del magro homenaje que la Academia adelantó en la magna efeméride. Uno de ellos fue la biografía documental del mencionado José Acevedo y Gómez, cuya edición corrió por cuenta del nieto, el citado Adolfo León Gómez.43

El otro compendio fue el octavo volumen de la colección, proyecto que los académicos acariciaron tempranamente, pero que sólo se concretó al final de la primera década de labores.44 Con la publicación de las Relaciones de mando de los virreyes, los editores concibieron las administraciones virreinales como un modelo para la gestión pública en el presente. La idea inicial contemplaba incluir algunos discursos de presidentes del periodo republicano para dar cuenta de las líneas de continuidad con los “buenos” gobiernos de los tiempos virreinales.45 Sin embargo, tal cometido se disolvió por los avatares propios de la colección, entre otros, debido a los problemas crónicos en materia de impresión en los talleres oficiales.46 Con la publicación de este nuevo volumen y la conciencia firme de la utilidad política de la historia, Posada e Ibáñez creían que “las frías e imparciales páginas de la historia” podían mostrar a los gobernantes que en la Colonia reinaron “un gran espíritu público y un alto deseo de equidad y de justicia”, en contraste con las pasiones partidistas de tiempos recientes.47

El interés del alto Gobierno y los editores por este proyecto coincidió con una petición de la Sociedad Geográfica de Madrid con el fin de conmemorar el descubrimiento del Océano Pacífico con la publicación de las memorias de los Virreyes “entre los siglos XVI y XX” y de un Atlas con mapas “de la América colonial”.48 La respuesta de Ibáñez fue la de informar a sus consocios que ya estaban trabajando en la publicación de los informes e incluso que los materiales ya se encontraban en la Imprenta Nacional. De esta forma, respondieron a Madrid con dicha noticia que dejaba bien posicionada a la Corporación respecto a una importante asociación científica europea.49 Abonar el terreno para una historia de la administración pública que fuese útil en el presente o celebrar los tiempos coloniales, lo cierto es que las Relaciones de Mando colmarían un vacío histórico sobre una época de la que sólo se conocía por un Cuadro cronológico que Vergara y Vergara publicó, casi subrepticiamente, en un Almanaque en los años sesenta.50

A pesar de sus llamados a la neutralidad y objetividad, los diferentes títulos que conformaron la colección de historia nacional estuvieron al servicio de la política de manera recurrente. Además de su labor como compiladores de documentos, los editores también participaron en esta etapa como autores de una biografía que resultó ganadora de un concurso oficial, convocado en plena guerra, sobre la vida de Pedro Alcántara Herrán.51 El jurado, conformado por Enrique Álvarez Bonilla, Rafael Pombo y José María Cordovez Moure, reconocidos hombres de letras de la capital, dio como ganador el trabajo firmado por Erckmann Chatrian, seudónimo que correspondía a los editores de la BNH.52 Al parecer, en plena guerra los autores recopilaron información durante seis meses sobre la figura de Herrán, parte de la cual fue publicada como un anexo en la versión final que tuvo el texto ganador.

El libro fue el tercer título de la BNH y se inspiró historiográficamente en las enseñanzas del inglés Thomas Babington Macaulay (1800-1859), quien sostenía que una obra histórica debía tener como guía la verdad, “el criterio frío é independiente”, el alejamiento de los partidos políticos y “la crítica imparcial, cimentada en sólida documentación”.53 La convocatoria del concurso y la obra de los académicos ganadores tenían un propósito evidente en el marco de la conflagración que vivía el país a principios de siglo. La figura de Herrán representaba, a juicio de las elites letradas y del Gobierno, el mejor ejemplo a seguir para los políticos, gobernantes, militares, hombres de letras y pueblo en general, en tanto su vida pública significó el predominio del bien común sobre los partidos. El mérito de la investigación, conformada por 24 capítulos y varios anexos documentales, residía en mostrar al prohombre como gestor de una “República civil, económica y de hermanos en Jesucristo” por encima de los odios partidistas.

Providencial parece que en los momentos de cerrar con abrazos de cristianos una contienda fratricida, se provea a la divulgación y perpetuo recuerdo y consulta de la vida y escritos característicos del gran patriota que, una vez disuelta aquella Colombia, cuya existencia cifró él (con tantos otros ilustres) en la existencia de su creador y Libertador, no reconoció oficialmente más partidos ni programas que el del bien común, y murió en los brazos de todos y con la pluma en la mano y la voz de Senador en los labios, esforzándose por dejarnos una República civil, económica y de hermanos en Jesucristo, y en comunes infortunios, glorias y esperanzas. El fondo de este libro, que incluye preciosos y magistrales escritos de su héroe, sea nuestro evangelio político, y no nos hará sonrojar la vista de nuestra patria en el concurso universal de las civilizadas.54

De la totalidad de los capítulos, trece fueron escritos por Ibáñez y once por Posada, sin contar un Exordio de éste, un cuadro cronológico elaborado por los dos y una considerable sección documental en la que se distinguió un extenso apartado de correspondencia. Más que un “rápido boceto” como lo llamaron sus autores, la Vida de Herrán, tuvo como eje su faceta de hombre público, especialmente el ejercicio de diferentes cargos militares y políticos. De la parte elaborada por Ibáñez nos interesa subrayar el tipo de escritura que practicó a lo largo de 126 páginas pobladas de breves capítulos en los que desarrolló episodios concretos de la vida del personaje, desde sus lides como militar de la Independencia hasta llegar a la primera magistratura en 1841. Su contribución a la obra ganadora fue inspirada por otras plumas nacionales de las que retomó el canon de la correcta escritura biográfica:

Lejos de nosotros el furor biographicus de que habla Macaulay, que crea el criterio deificador; queremos que esta narración histórica, aunque tenga páginas que dejen impresión de tristeza, esté basada en la verdad y sujeta a la crítica imparcial, cimentada en sólida documentación. Obrando así, de acuerdo a la corriente moderna, “se despoblará de dios nuestro Olimpo, pero en cambio se poblará de tipos humanos nuestra Historia;” bella frase de nuestro compatriota Ricardo Becerra, que condensa nuestro pensamiento y sirve de guía a nuestras tendencias. Para escribir páginas de historia hay que abandonar las simpatías que puedan ligarnos con los hombres y con los partidos políticos, y juzgar con criterio frío é independiente, como lo hicieron ya entre nosotros D. José Manuel Restrepo, el General Posada Gutiérrez y D. Ángel y D. Rufino José Cuervo.55

La otra obra inédita que tuvo cabida en esta primera etapa de la empresa editorial oficial trató sobre la Convención de Ocaña de 1828, cuyo autor, el abogado José Joaquín Guerra (1873-1933), también buscó algunas lecciones de la historia para la actualidad en clave suprapartidista.56 Más allá del conato de debate que originó en el seno de la institución por su tesis central, nos interesa señalar el sentido político de las decisiones editoriales de Posada e Ibáñez.57 La publicación de este trabajo se convirtió en un asunto institucional debido a las implicaciones del tema tratado pues, como sabemos, dicha Convención fue uno de los momentos decisivos para el final del proyecto colombiano. La confrontación entre grupos santanderistas y bolivarianos generó una serie de interpretaciones que herían susceptibilidades por la filiación que se estableció con los partidos tradicionales y las consecuencias negativas de las luchas políticas para la nación. En tal sentido, la obra fue sometida a un proceso de revisión y discusión al interior de la Corporación que, si bien no condujo a su censura, sí fue objeto de enconados debates y observaciones. El socio Adolfo León Gómez fue el encargado de revisar el manuscrito en los primeros meses de 1907, concluyendo que si bien no estaba de acuerdo con algunas tesis del autor y, más aún, con sus opiniones políticas, el libro era “importantísimo y valioso trabajo de historia, que merece la gratitud de la Patria y la aprobación de la Academia […]”.58 A pesar de haber sido aprobado por la Corporación, el manuscrito fue leído por su autor en diferentes sesiones con el fin de que los consocios supieran de su contenido antes de que terminara la impresión.59

La apuesta reiterada por una historia imparcial y objetiva se acompasó con una postura política patriótica que criticaba la polarización en el pasado y buscaba en el mismo algunas lecciones para el presente. Esta orientación fue posible gracias al control que ejercieron los editores de la colección. Con ello culminó la primera etapa de la BNH caracterizada por el énfasis en el periodo independentista y el protagonismo de los promotores de la serie quienes definían y preparaban los títulos, supervisaban los trabajos de impresión, escribían las presentaciones y ejercían un mayor control sobre la distribución de los ejemplares.

De editores a autores nacionales en una colección oficial, 1911-1918

El cambio más significativo que experimentó la BNH en su segunda etapa fue el papel desempeñado por los creadores de la colección quienes, si bien no dejaron de figurar como editores, se convirtieron en autores de alcance nacional. Las decisiones de los títulos a publicar, así como otros aspectos del funcionamiento de la colección, comenzaron a ser asumidos por la ANH y el Ministerio de Gobierno. De la misma forma, el tipo de títulos que componían la colección se invirtió, de manera que en esta etapa aparecieron más investigaciones que compilaciones documentales. El número de títulos también creció, pues se pasó de ocho en la primera fase a trece entre 1912 y 1918. Los tomos ix y XV correspondieron a documentos relacionados con personajes como Francisco José de Caldas y Rufino Cuervo,60 respectivamente. Las investigaciones se concentraron en un pequeño grupo de nuevos autores como Carlos Cuervo Márquez, José Dolores Monsalve, Francisco José Urrutia, el norteamericano William Robertson y los directores de la colección.61

A pesar de estos cambios, Ibáñez y Posada mantuvieron un lugar preponderante en la marcha de la BNH al publicar seis títulos durante este segundo momento. En el caso del primero, como veremos más adelante, su obra cumbre, las Crónicas de Bogotá, tuvo una segunda edición aumentada mientras que Posada aprovechó el contexto para convertir al formato libro varios de sus trabajos que habían aparecido en las páginas del Boletín de Historia y Antigüedades.62 Lo que podría considerarse como la consolidación del proyecto editorial, a medida que se institucionalizó, fue matizado por las limitaciones estructurales propias de las publicaciones oficiales. Como sucedió con las obras de Posada, una buena parte fueron financiadas con recursos propios con el fin de evitar el constante retraso de los talleres de la Imprenta Nacional (véase Anexo 1). Ni siquiera las órdenes perentorias de los ministros responsables o el hecho de que la Imprenta fuese dirigida por un académico lograron resolver esta limitación.63 Cuando el dinero no salió del bolsillo de los académicos, éstos procuraron gestionar recursos públicos para mandar a imprentas particulares los títulos que preparaban. No obstante, todo parece indicar que por los altos costos fue imposible concretar tal solución, con lo que siguió el crónico retraso en la impresión de las publicaciones de la ANH.64

A pesar de ello, los interesados mantuvieron la secuencialidad de la colección con el fin de robustecer el proyecto con nuevos títulos, entre otras razones, por el prestigio que representaba formar parte de la selecta nómina de autores. El carácter oficial de la BNH no sólo afectó la impresión de los nuevos títulos, también impactó su distribución, aunque no siempre de manera negativa. De esta forma, a partir de 1912 podemos apreciar en diferentes fuentes la tendencia a un mayor control por parte del Ministerio de Gobierno en detrimento de la autonomía de la Academia para disponer libremente de los ejemplares.65 De allí se derivó el peso atribuido a los canjes institucionales, mecanismo priorizado por el Ministerio de Gobierno para garantizar la circulación de las obras, cuya autorización era necesaria incluso para cumplir con la demanda de otros despachos como el de Instrucción Pública.66 Igualmente, priorizaron la entrega de ejemplares a oficinas públicas de acuerdo con una jerarquía donde los niveles locales recibían un solo ejemplar de cada título, mientras que en las oficinas nacionales la cantidad se triplicaba.67

Sin embargo, la circulación de la BNH trascendió los canales institucionales establecidos para las publicaciones oficiales. Los académicos continuaron con la gestión personal de algunos ejemplares para atender las peticiones provenientes de amigos, colegas e instituciones extranjeras interesadas en las labores de la Corporación.68 En otras ocasiones, se encomendó a socios bien posicionados políticamente con el fin de que obtuvieran una deferencia para acceder a ejemplares extras.69 En menor medida, la colección hizo parte del comercio librero a través de la venta directa en el local de la Academia, en la Imprenta Nacional y en algunas de las librerías particulares.70 Por ejemplo, el precio al público en La Americana, del conservador José Vicente Concha, era considerablemente superior al que se vendía en la ANH. Es preciso decir que el precio era relativamente alto para un libro de historia nacional, ya que costaba una cuarta parte más que varios títulos de historiadores extranjeros como Charles Seignobos o Thomas Macauly.71 Algunos títulos de la colección eran comercializados en otras partes del país como en Barranquilla, donde la Casa de José Vicente Mogollón era el principal distribuidor.72

La preocupación fundamental del Gobierno y los académicos era enviar las producciones nacionales al exterior, pues recordemos que uno de los propósitos centrales de la BNH fue posicionar el país en el concierto de las “naciones civilizadas”.73 Dicha pretensión era razonable debido a las dificultades que existían a principios de siglo, más allá de los años de la Gran Guerra, para crear un mercado editorial americano. Esto se lo hizo saber Antonio Miguel Alcover a Ibáñez en septiembre de 1912 cuando acusó recibo de varios títulos de la Biblioteca en La Habana. A la petición de más libros, el corresponsal cubano sumó una queja acerca de la casi imposibilidad de acceder a la producción intelectual continental en contraste con el dominio de las librerías y casas comerciales que distribuían materiales europeos. La carta de Alcover deja ver que, si bien había múltiples dificultades, la colección colombiana trascendió fronteras otorgando algún grado de reconocimiento a la historiografía colombiana. Por su relevancia, nos permitimos citarla en extenso:

Confírmole mi anterior de Agosto ppdo, en que le acusaba recibo de las obras “El Tribuno de 1810” y “Recopilación Historial”, y le suplicaba el envío de las otras obras publicadas por la Academia, tales como “La Patria Boba”, “El Precursor”, “Vida de Herrán”, "Los Comuneros” y volúmen vi. Supongo que ya haya llegado á su poder esa carta. Con motivo de un trabajo que tengo en la imprenta, en que hago una relación bibliográfica hispano-americana, hubo de intervenir en la parte referente á Colombia, el Dr. Gutiérrez Lee, Ministro Plenipotenciario de esa República, proporcionándome algunos datos, que me han hecho saber de un libro de Ud. titulado “Crónicas de Bogotá”, y aquí me tiene Ud., pluma en mano, rogándole el obsequio de un ejemplar. ¿De qué otra manera conseguirlo? Lo corriente, lo que procede, lo que aconseja la discreción, es comprar, acudir al mercado. Pero, ¿es eso fácil para el que vive en lejano país que no sostiene relaciones comerciales con ese? Así se explicará Ud, no solo que me vea en la forzosa situación de pedir, sino en la más sensible de no poder adquirir algunos libros que me interesan, como, por ejemplo, una “Historia de Colombia”. El trabajo que tengo en la imprenta, y á que antes he aludido, es precisamente una tésis acerca de la necesidad de establecer facilidades para el comercio de libros, entre los países de la América Latina. Tan fácil que nos es pedir un libro á cualquier librero de Europa, y tan imposible que eso mismo nos resulta para con un librero de América. Por otra parte, es difícil que en ningún lugar de América se desconozcan á los Garnier, los Michand, los Hiersermann, los Fernando Fé, los Jubera, Los Bailly-Bailliere, los Montaner, los Mauci, los Tempore, etc, etc, etc. Y, en cambio, puedo asegurarle, a fe de caballero, que no conozco ningún librero bogotano. Y dando por sentado lo más difícil, o sea que conociera uno, ¿atendería encargos que no fueran acompañados del importe? ¿Cómo girar? ¿Qué garantía le queda al que gira?74

La segunda etapa de la BNH también se caracterizó por una aparición irregular debido a su condición oficial. Si bien este problema no era nuevo respecto a la primera etapa, la competencia con otras publicaciones oficiales afectó sistemáticamente la colección que terminaría rezagada en los talleres de la Imprenta Nacional. A pesar de que los antiguos editores continuaron fungiendo como tales, no ejercieron el mismo liderazgo en la definición y distribución de los títulos. A medida que la colección de institucionalizó, Posada e Ibáñez se convirtieron en autores de la misma. Junto con otros académicos aprovecharon la oportunidad para dar a conocer sus propios trabajos, fuese nuevas ediciones de obras ya publicadas o compilaciones en formato libro de textos que aparecieron inicialmente como artículos de revista. El giro hacia la publicación de investigaciones y, en menor medida, de compilaciones documentales, delinean un nuevo momento de esta empresa editorial que se hizo cada vez más oficial.

A través de la segunda edición de las Crónicas de Bogotá es posible apreciar con mayor detalle los avatares, propósitos y contingencias que experimentaron las obras que hicieron parte de la segunda fase de la BNH. Aparecido en 1892, las Crónicas de Bogotá y sus inmediaciones, fue el libro que consagró a Ibáñez como historiador a finales del siglo XIX. Este trabajo, sumado a sus colaboraciones en medios periódicos y folletería sobre temas históricos, le permitieron acceder a múltiples posiciones de poder al interior de la Academia y ser reeditado en la colección que ayudó a crear.75 En el contexto de la BNH la obra se multiplicó por cuatro en los volúmenes X, XI, XII y XXII sumando dos mil páginas aproximadamente. Con ello, Ibáñez dejó de ser un historiador bogotano para convertirse en un autor de alcance nacional, entre otras cosas, por la pretensión de convertir las Crónicas en una historia del principal epicentro de la vida colombiana. Sin embargo, por motivos de salud, que lo condujeron a la muerte en octubre de 1919, la nueva edición quedó inconclusa. El último tomo que apareció póstumamente en 1923 fue arreglado por su amigo, Eduardo Posada, quien juntó los manuscritos que dejó Ibáñez con los mismos contenidos de la primera edición que abarcaban la historia contemporánea.76

Formar parte de la colección editorial como autor le permitió a Ibáñez volcar a la imprenta las pesquisas documentales y bibliográficas que realizó por más de tres décadas. Gracias al apoyo oficial, el editor-autor se explayó en detalles que los límites de un solo volumen, financiado en su momento por el Gobierno departamental, no le permitían. En términos de su confección, la segunda edición se basó sistemáticamente en fuentes publicadas por la ANH como el Archivo Santander, otros volúmenes de la misma Biblioteca y documentación aparecida en el BHA. Otra novedad residió en el uso de bibliografía internacional que le llevó a enmarcar su narración en contextos más amplios.77 La nueva versión incorporó varias imágenes, entre ellas fotograbados y fotografías de diferentes lugares de la ciudad con el fin de tornarla más atractiva para el público.78 Los lectores eruditos también contaron con cuatro índices que facilitarían la consulta de la obra.79 En suma, las Crónicas aportaron a la Biblioteca una detallada historia del país contada desde su centro gracias a la cual su autor alcanzó fama y reconocimiento nacional. Como lo señaló su amigo y coeditor, Eduardo Posada Muñoz:

Creímos cuando empezó a circular esta nueva evocación de nuestras crónicas que habían sido un error del doctor Ibáñez darle tamaño crecimiento, y que con tal aglomeración de pormenores, de inserciones y de citas podría quitarle el colorido y amenidad que le resultaría en un solo libro. Pensamos que el público le hallaría sabor de miscelánea y no le daría todo el aplauso que tuvo la obra a fines del siglo pasado; y que tal vez sería lo mejor escribir separadamente algunas monografías sobre los monumentos de la ciudad o bocetos de personajes notables. Aun nos permitimos observarle esto al autor, en el seno de la amistad, ya que estábamos, en algo, autorizados para ello por la intimidad y confianza de nuestras relaciones, por la bondad con que él oía nuestros conceptos, y por haber sido nosotros quienes le indicamos un día la conveniencia de esta reimpresión, y lo alentamos muchas veces para que emprendiera tan simpática faena. Pero él, con razón, no se resignaba a dejar inéditos tántos datos que tenía compilados, tántas tradiciones que había recogido, tántos episodios que guardaba su portentosa memoria, tántos rasgos menudos que su erudición brotaba y esparcía en profusión al tocar cualquier acontecimiento o vida de un hombre célebre. De ahí esa aglomeración de detalles y de extractos que en veces se salieron de los límites de la ciudad y pasaron de la relación solariega a la historia general del país.80

Más allá de estos cambios y mejoras, la impresión de los cuatro tomos no escapó a los avatares referidos de la imprenta oficial. Pese a las recomendaciones e insistencia de varios socios por obtener los mejores materiales, particularmente el papel para reproducir fotograbados de alta calidad, las respuestas de la Imprenta Nacional estuvieron sujetas a las restricciones acostumbradas.81 A la recarga de trabajo se sumaron problemas como la escasa disponibilidad de los tipos que también eran empleados en otras impresiones oficiales como la Memoria del Ministerio de Obras Públicas.82 Las dificultades condujeron a insertar en varios tomos fe de erratas atribuidas a errores de los tipógrafos.83 Pese a estas condiciones, a medida que los pliegos salían, la Secretaría o los socios designados para entenderse con la Imprenta los presentaban en las sesiones como prueba de los avances, lentos pero reales, de la nueva edición de la obra.84

Aunque hubo limitaciones editoriales estructurales propias del mundo oficial, los autores que ingresaron a la BNH gozaron de ciertas ventajas respecto a las condiciones que imponía el mundo editorial privado. En el caso del libro de Ibáñez, pero seguramente en otros, el estatus oficial de las obras facilitó su circulación en diferentes lugares tanto del interior del país como del exterior, eso sí, con un énfasis en las oficinas públicas a escala nacional. Esto les permitió a los autores figurar en contextos a donde el comercio librero o las redes personales no podían llegar. Tal labor corrió por cuenta de la Sección de Prensa del Ministerio de Gobierno que asumía los costos de envío. Gracias a ello, el prestigio y posición de los diferentes autores en el naciente campo historiográfico colombiano experimentó una notable mejoría en comparación con los tiempos en que oficiaban como historiadores fuera del marco de la Academia Nacional de Historia.

A manera de cierre

Con la muerte de Pedro María Ibáñez el 21 de octubre de 1919, la vida institucional de la ANH culminó una primera etapa de existencia. Con ello, la marcha de la BNH también experimentó cambios que nos permiten sugerir el fin de una época en la larga historia de una colección que llega hasta el presente. En la sesión del 15 de mayo de 1920, los académicos decidieron implementar tres cambios sobre la manera en que debía funcionar la colección con el ánimo de retomar su control. En primer lugar, acordaron no enviar originales a la Imprenta Nacional debido al retraso que experimentaban los volúmenes de la colección en los talleres oficiales. Igualmente, insistieron en la necesidad de que la Biblioteca estuviera bajo control de la dirección de la Academia en la persona del cofundador, es decir, Eduardo Posada Muñoz. Por último, decidieron insertar en los nuevos títulos el nombre de los fundadores a manera de reconocimiento póstumo a la figura de Ibáñez.85

De la primera época de la colección podemos concluir que la formación y consolidación de la Biblioteca de Historia Nacional estuvo en el núcleo de la institucionalización de la historia patria que emprendió la Academia. Como parte de este proceso también fue creado el Boletín de Historia y Antigüedades, primera publicación periódica especializada en el pasado nacional. Estos dos hechos permiten sostener que la academización de la historia tuvo un componente editorial central que podemos considerar como medio y fin de la consolidación de la Corporación que nació en medio de la guerra. El posicionamiento de una visión de la historia postulada como objetiva, científica y apolítica, centrada en la defensa del Estado nacional, fue posible gracias a la existencia de tales condiciones editoriales. En cuanto al contenido, la operación historiográfica que estaba en la base de la empresa editorial analizada pretendió articular el pasado prehispánico, los siglos de predominio español y la fundación de la República, con un claro predominio de la ruptura del vínculo colonial.

La puesta en marcha de la BNH también permite matizar la condición oficial de la historia patria como un relato todopoderoso de las elites de los partidos políticos, de las clases dominantes de la época o de un aparato estatal robusto.86 Si bien el carácter oficial de los más de veinte títulos referenciados permitió a los autores acceder a una serie de beneficios, también implicó efectos negativos al vincular su trabajo intelectual a las debilidades y limitaciones de las entidades oficiales. Entre lo positivo, la colección garantizó la impresión con recursos públicos de las obras, al tiempo que ofreció distribución y circulación por los canales estatales. A ello debemos sumar, quizás lo más importante para los autores, el prestigio que representó ser parte de un distinguido grupo que definía los contornos de la historia nacional. En cuanto a lo negativo, el principal problema fue la lentitud y tardanza en los trabajos editoriales que tornaron irregular su aparición, a lo que debemos sumar algunas restricciones en materia de distribución, con impacto en el fortalecimiento de las redes académicas de algunos autores.

Finalmente, esta historia deja ver algunos matices en la relación que existió entre lo público y lo privado en la consolidación de un saber y una institución cultural dedicada al pasado de la patria. La BNH empezó como una iniciativa particular de dos letrados que venían trabajando en temas históricos desde hacía varios años. Sin el contexto de la guerra civil y sus efectos en la conciencia nacional, es posible que el empeño de Posada e Ibáñez no hubiese tenido el alcance que logró gracias a la creación de la ANH, que incorporó inmediatamente el proyecto a su agenda institucional. La puesta en marcha de la colección implicó un complejo proceso de negociación entre editores, autores, altos funcionarios del Gobierno nacional, letrados intermediarios y operarios de los talleres tipográficos oficiales. En estas condiciones, las figuras de Posada e Ibáñez mantuvieron protagonismo en los dos momentos de la primera etapa de la Biblioteca. Ya fuese mediante la edición de compilaciones documentales o la publicación de investigaciones, la Biblioteca de Historia Nacional contribuyó al proceso de institucionalización de la historia como un saber llamado a forjar la unidad entre los colombianos.

Financiamiento

El artículo es resultado del proyecto “La construcción de una cultura histórica desde Colombia: heroicidad, conmemoraciones y usos políticos del pasado, 1880- 1930”, agenda interna de investigación con código 2023-014, financiada por La Vicerrectoría de Investigación, Creación e Innovación de la Universidad del Norte.

Archivos

Archivo Academia Colombiana de Historia

Correspondencia. Tomo II, 1909-1912.

Correspondencia. Tomo IV, 1913-1923.

Libro de Actas, Tomo I, 1902-1907.

Libro de Actas, Tomo II. 1908-1910.

Libro de Actas, Tomo III. 1910-1912.

Libro de Actas, Tomo IV. 1912-1915.

Libro de Actas, Tomo V. 1915-1922.

CMQB, BPPMI Casa Museo Quinta de Bolívar-Biblioteca Personal Pedro María Ibáñez

Carpeta Correspondencia 1912.

Carpeta Correspondencia 1913.

Carpeta Correspondencia 1917.

Libro sin registro.

Fuente periódica

Revista de Bogotá, 1871.

Colombia Ilustrada, 1890.

Las Noticias, 1889-1890.

Fuente editada

Academia Colombiana de Historia, Informes Anuales de los Secretarios de la Academia durante los primeros cincuenta años de su fundación, 1902-1952, Bogotá, Editorial Minerva, 1952.

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1 Bergquist, Café y conflicto en Colombia, Sánchez y Aguilera (eds.), Memoria de un país, Bonilla y Montañez (eds.), Colombia y Panamá.

2 Palacios, “La regeneración ante el espejo liberal”, pp. 261-278 y Abel, Política, Iglesia y Partidos, pp. 15-98.

3 Urrego, Intelectuales, estado y nación en Colombia, pp. 37-82.

4Así como los liberales recuperaron lentamente espacios para la participación política, a nivel cultural corrientes filosóficas, literarias y, en general, de pensamiento más “moderno” hicieron presencia en algunas instituciones educativas y medios impresos. Una visión matizada sobre la cultura durante la transición del siglo XIX al XX en: Sierra (ed.), La hegemonía conservadora.

5Para el tema del cultivo de la gramática como fuente de poder véase Deas, Miguel Antonio Caro y amigos: Gramática y poder en Colombia, pp. 25-60. Más recientemente: Rodríguez, The City of Translation. Jiménez, Ciencia, lengua y cultural nacional. Para el tema de las asociaciones científica en la época consultar: Obregón, Sociedades científicas en Colombia. Acerca de la creación de la Academia de Bellas Artes y el rol jugado por el general, pintor y hombre de prensa conservador, Alberto Urdaneta, véase Moreno, Alberto Urdaneta.

6 Süselbeck, Las Academias Correspondientes, pp. 271-294.

7 Melo, Historiografía Colombiana, pp. 85-90, Tovar, Porque los muertos mandan, pp. 155-165, Betancourt, Historia y Nación, pp. 45-84 y Rodríguez, Memoria y olvido, pp. 14-15.

8Rincón, Avatares de la memoria, p. 76.

9Las propuestas hispanistas de crear una academia de historia en Vergara y Vergara, J. M., “Introducción”, Revista de Bogotá, Tomo i, núm. 1, agosto de 1871, p. 6. Sin autor, “Varia”, Colombia Ilustrada, núm. 11, Bogotá, 15 de marzo de 1890, p. 175 y Sin autor, “Varia”, Colombia Ilustrada, núm. 15, Bogotá, 15 de agosto de 1890, pp. 239-240. La postura nacionalista fue impulsada por Pedro María Ibáñez e Ignacio Borda, liberal y conservador moderado respectivamente. Su postura se puede ver en Las Noticias, año IV, núm. 239, Bogotá, sábado 24 de agosto de 1889, p. 188 y Las Noticias, año IV, núm. 300, Bogotá, 21 de junio de 1890, s.p.

10Ministerio de Instrucción Pública, “Resolución Número 115 (9 de mayo de 1902). Por la cual se establece una Comisión de Historia y Antigüedades Patrias”, Boletín de Historia y Antigüedades, año i, núm. 1, septiembre de 1902, p. 1.

11Vicepresidencia de la República, “Decreto Número 1808 de 1902 (12 de diciembre) por el cual se crea la Academia de Historia y Antigüedades”, Boletín de Historia y Antigüedades, año 1, núm. 5, enero de 1903, pp. 195-196.

12 Samacá, “La labor historial del Ibáñez”.

13Al respecto, Cardona hace hincapié en el sentido pedagógico, retórico y movilizador de la historia patria a partir de la preocupación por la materialidad del discurso histórico. Las empresas editoriales ligadas a la Academia de Historia abarcaron diferentes formatos como las obritas de uso escolar, la publicación seriada y el libro, ya fuese individual o parte de una colección. Véase Cardona, Patricia, “Repensar la historia patria: materialidad, formas narrativas y usos. Colombia segunda mitad del siglo XIX”, Revista Historia de la Educación Latinoamericana, núm. 16, enero-junio de 2011, pp. 33-56.

14Indirectamente, el trabajo toma como referencia algunos aspectos del circuito de la comunicación propuesto por Darnton en 1982 el cual, más allá de los reparos y críticas de los que ha sido objeto, representa una propuesta flexible para pensar la historia de la edición como una subdisciplina que articula prácticas editoriales, de lectura y escritura de diferentes agentes del mundo del libro. Claro está, el artículo no pretende abordar todos los momentos que el autor identificó y definió para el mundo libresco en el siglo XVIII. Véase Darnton, Robert, El beso de Lamourette, pp. 117-146. Una revisión del mismo por parte del historiador estadounidense a su modelo original en Darnton, Robert, “Retorno a “¿Qué es la historia del libro?””, Prismas, núm. 12, 2008, pp. 157-168. Una visión general de la historia del libro que también sirve de referente a este trabajo es: Finkelstein y McCleery, Una introducción a la historia del libro.

15 Nicoli, “Entre declaraciones de editores”, pp. 50-51.

16 Mollier, La lectura y sus públicos, pp. 161-167.

17 Pineda, “Colecciones colombianas”, pp. 279-310 y “Jorge Roa y la Librería Nueva”, pp. 109-130.

18 Cardona, Trincheras de tinta.

19 Corradine, “Las Galerías de Arrubla”.

20 Farro, Máximo, “Ciencias del archivo”, pp. 225-249. Las bibliotecas personales de estos letrados pueden ser entendidas como bibliotecas de trabajo, concepto que incluye tanto el acervo bibliográfico como diferentes tipos de materiales impresos y manuscritos que sirven como “taller” del historiador.

21Carta de Eduardo Posada y Pedro M. Ibáñez al Sr. Ministro de Instrucción Pública, Bogotá, 24 de diciembre de 1901, en Velandia, Un siglo de historiografía, p. 72.

22La referencia a la propiedad literaria la encontramos en una nota del segundo tomo publicado en 1903.

23Posada, Eduardo, “Introito”, en Posada Muñoz, Eduardo e Ibáñez, Pedro María (eds.), La Patria Boba, Biblioteca de Historia Nacional, vol. i, Bogotá, Imprenta Nacional, 1902, p. V.

24Posada, Eduardo, “Introito”, en Posada Muñoz, Eduardo e Ibáñez, Pedro María (eds.), La Patria Boba, Biblioteca de Historia Nacional, vol. i, Bogotá, Imprenta Nacional, 1902, pp. X-XII.

25Posada, Eduardo, “Introito”, en Posada Muñoz, Eduardo e Ibáñez, Pedro María (eds.), La Patria Boba, Biblioteca de Historia Nacional, vol. i, Bogotá, Imprenta Nacional, 1902, p. VII.

26Es interesante la referencia directa y relativamente temprana a la versión francesa de la Introduction aux etudes historiques de Langlois y Seignobos publicada originalmente en 1898. Como sabemos, fue uno de los manuales que difundió los principios de la escuela metódica alemana en comparación con la obra Ernest Bernheim que apareció en 1889, la mejor síntesis de dicha escuela pero que no tuvo traducción al castellano sino décadas después. Véase Betancourt, América latina, pp. 61-62.

27A manera de ejemplo se puede mencionar: Fernández de Piedrahita, Lucas, Historia General de las Conquistas del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1881. Otro de los referentes citados fue la compilación de: Cuervo, Antonio, Colección de documentos inéditos sobre la geografía y la historia de Colombia, 4 vols., Bogotá, Imprenta de Vapor de Zalamea Hermanos, 1891-1894.

28Los manuscritos trataron los últimos días de la Colonia, los sucesos en torno al 20 de julio en la pluma de un testigo y un poema de tinte realista, que en su conjunto ofrecían gran claridad y “tanta riqueza de detalles. Sus títulos eran: Tiempos coloniales de J. A., Vargas Jurado, En la Independencia de J. M. Caballero y Santafé Cautiva de J. A. de Torres y Peña. “Acta de la sesión del 1° de junio, 1902”, en: AACH. Libro de Actas, Tomo I. 1902-1907, fl. 7.

29Posada, Ibáñez, La Patria Boba, Biblioteca de Historia Nacional, vol. i, Bogotá, Imprenta Nacional, 1902.

30“Acta de la sesión del 1° de junio, 1902”, en AACH. Libro de Actas, Tomo I. 1902-1907, fl. 7. “Informe del Secretario. Dr. Pedro M. Ibáñez, 1902”, en Academia Colombiana de Historia, Informes Anuales de los Secretarios de la Academia durante los primeros cincuenta años de su fundación, 1902-1952, pp. 18-19.

31Posada, “Introito”, pp. 20.

32Posada, “Prefacio”, pp. 32.

33En el primer informe rendido por Ibáñez como secretario afirmó con una gran dosis de modestia ante un selecto auditorio: “Como prenda de la seriedad de la obra, básteme decir que es uno de sus editores el señor Eduardo Posada, nuestro Presidente, a quien toca cubrir con su erudición reconocida la incompetencia de su compañero en estos trabajos de edición de la Biblioteca de Historia.” Véase: “Informe del secretario. Dr. Pedro M. Ibáñez, 1902”, en Academia Colombiana de Historia, Informes Anuales de los secretarios de la Academia durante los primeros cincuenta años de su fundación, 1902-1952, p. 17.

34Posada, “Prefacio”, pp. 11-16.

35“Acta de la sesión del día 15 de marzo de 1903”, en AACH. Libro de Actas, Tomo i. 1902-1907, fls. 42-43.

36“Acta de la sesión del día 15 de marzo de 1903”, en AACH. Libro de Actas, Tomo i. 1902-1907, fls. 45-46.

37Posada, “Prefacio”, pp. 32.

38Aguado, Recopilación Historial, Biblioteca de Historia Nacional, vol. v, Bogotá, Imprenta Nacional, 1906.

39La gestión implicó buscar la persona idónea para realizar la transcripción y conseguir recursos públicos para financiarla. Incluso, los académicos pensaron publicar el volumen en España cosa que finalmente no se concretó. “Acta de la sesión del día 1° de abril de 1906”, en AACH. Libro de Actas, Tomo i. 1902-1907, fl. 116 y “Acta de la sesión ordinaria del 15 de septiembre de 1906”, en:AACH. Libro de Actas, Tomo i. 1902-1907, fl. 123.

40Posada, “Introducción”, pp. 12.

41Sin autor, Los Comuneros, p. 4.

42Los artículos publicados correspondieron a una biografía de José Antonio Galán escrita por Ángel María Galán y a los sucesos de Zipaquirá, punto de inflexión del movimiento cuyo autor fue el consocio Luis Orjuela. Los documentos eran una selección del tratado de fidelidad al Monarca que el fraile capuchino, Joaquín de Finestrad, escribió a finales del siglo XVIII y que conocemos como El vasallo instruido. Los demás documentos abarcaron otros momentos y espacios del levantamiento, entre ellos los hechos de los Llanos orientales, Neiva y un proceso contra el líder Ambrosio Pisco. El volumen cerró con una cronología elaborada por Posada que serviría de guía a los lectores para “disipar por medio de la cronología la confusión que hay sobre estos acontecimientos. Cuando se precian las fechas se descubren los paracronismos y los procronismos y se determinan bien los personajes y los episodios.” Posada, Eduardo, “Prólogo”, en Los Comuneros, Biblioteca de Historia Nacional, vol. IV, Bogotá, Imprenta Nacional, 1905, p. XVI.

43León, El Tribuno del Pueblo, Biblioteca de Historia Nacional, vol. vii, Bogotá, Imprenta Nacional, 1910. Aunque no es el lugar para ahondar en el sentido de la compilación, conviene señalar que uno de los objetivos fundamentales de Gómez fue rescatar el lugar de los hombres civiles y de pensamiento que englobó como próceres en el proceso de configuración del régimen republicano y democrático que cumplía cien años en detrimento de las figuras militares, identificadas con el bando de los libertadores.

44“Acta de la sesión del día 15 de septiembre de 1903”, en AACH. Libro de Actas, Tomo i. 1902-1907, fl. 63.

45Sin autor, “Prólogo”, en Posada, Eduardo e Ibáñez, Pedro María (comps.), Relaciones de mando, Biblioteca de Historia Nacional, Vol. VIII, Bogotá, Imprenta Nacional, 1910, p. X.

46“Acta de la sesión del día 1° de febrero de 1909”, en AACH. Libro de Actas, Tomo ii. 1908-1910, fl. 64 y “Acta de la sesión del día 1° de julio de 1909”, en AACH. Libro de Actas, Tomo II. 1908-1910, fl. 94.

47Posada, Ibáñez, Relaciones de mando, p. 9.

48“Acta de la sesión del día 15 de junio de 1907”, en AACH. Libro de Actas, Tomo I. 1902-1907, fl. 143.

49“Acta de la sesión del día 15 de junio de 1907”, en AACH. Libro de Actas, Tomo I. 1902-1907, fls. 144-145.

50Sin autor, “Prólogo”, en Posada, Eduardo e Ibáñez, Pedro María (comps.), Relaciones de mando, Biblioteca de Historia Nacional, vol. VIII, Bogotá, Imprenta Nacional, 1910, p. V-VI.

51“Decreto Número 171 de 1900 (18 de octubre). Que conmemora el centenario del natalicio del General Pedro Alcántara Herrán”, en Posada, Eduardo e Ibáñez, Pedro M., Vida de Herrán, Biblioteca de Historia Nacional, vol. III, Bogotá, Imprenta Nacional, 1903, pp. 469-470.

52El seudónimo utilizado por los ganadores correspondió a la pareja de dramaturgos franceses, Émile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890), quienes escribían sus obras por mitades. Republicanos reconocidos y admirados por el mismo Víctor Hugo, se especializaron, mientras duró su trabajo mancomunado, en temas de historia de militar y cuentos fantasmales.

53Posada e Ibáñez, Vida de Herrán, p. 43.

54Pombo, Rafael, Cordovéz M. José y Álvarez Bonilla, Enrique, “La biografía del General Herrán”, en: Posada, Eduardo e Ibáñez, Pedro M., Vida de Herrán, Biblioteca de Historia Nacional, Vol. III, Bogotá, Imprenta Nacional, 1903, p. 474.

55Posada e Ibáñez., Vida de Herrán, p. 43.

56Guerra, La Convención de Ocaña, Biblioteca de Historia Nacional, vol. vi, Bogotá, Imprenta Nacional, 1908.

57La tesis general remitió al “[…] perjuicio inmenso que alcanzan a producir los odios de partido y las venganzas personales, la exaltación y el egoísmo colocados frente por frente en el estrecho recinto de la representación nacional”. Véase, Guerra, La Convención de Ocaña, Biblioteca de Historia Nacional, vol. VI, Bogotá, Imprenta Nacional, 1908, p. XVI.

58León Gómez, Adolfo, “Informe de una comisión”, en Guerra, José Joaquín, La Convención de Ocaña, Biblioteca de Historia Nacional, vol. vi, Bogotá, Imprenta Nacional, 1908, p. XI. El informe fue firmado el 15 de julio de 1907. “Acta de la sesión del día 1° de mayo de 1907”, en AACH. Libro de Actas, Tomo I. 1902-1907, fls. 135-136.

59La lectura de los diferentes capítulos se dio entre julio y noviembre de 1907. Véase “Acta de la sesión del día 23 de julio de 1907”, en AACH. Libro de Actas, Tomo i. 1902-1907, fls. 151-153 y “Acta de la sesión del día 15 de noviembre de 1907”, en AACH. Libro de Actas, Tomo I. 1902-1907, fls. 166-167.

60Posada, Eduardo (comp.), Obras de Caldas, Biblioteca de Historia Nacional, Vol. IX, Bogotá, Imprenta Nacional, 1912; Posada, Eduardo (Comp.). Cartas de Caldas, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XV, Bogotá, Imprenta Nacional, 1917, Cuervo, Luis Augusto, Epistolario del doctor Rufino Cuervo (1826-1840), Tomo I, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XXII, Bogotá, Imprenta Nacional, 1918.

61Cuervo Márquez, Carlos, Vida del doctor José Ignacio de Márquez, II tomos, Biblioteca de Historia Nacional, vols. XVII y XVIII, Bogotá, Imprenta Nacional, 1917; Urrutia, Francisco José, Páginas de historia diplomática. Los Estados Unidos de América y las Repúblicas Hispano Americanas de 1810 a 1830, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XX, Bogotá, Imprenta Nacional, 1917; Monsalve, José Dolores, Antonio de Villavicencio (el protomártir) y la Revolución de la Independencia, tomo I, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XIX, Bogotá, Imprenta Nacional, 1920; Robertson, William Spence, Francisco de Miranda y la Revolución de la América española, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XXI, Bogotá, Imprenta Nacional, 1918.

62A estos se sumó un volumen mixto que abordó el 20 de julio de 1810 como tema central. Su autor escribió casi cien páginas narrando los principales acontecimientos ocurridos en Bogotá y complementó el libro con una selección de documentos que abarcaron más de las dos terceras partes. Ver: Posada, Eduardo, El 20 de julio: capítulos sobre la revolución de 1810, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XIII, Bogotá, Imprenta de Arboleda y Valencia, 1914.

63AACH. Correspondencia. Tomo II, 1909-1912, fl. 259. Carta de Carlos Bravo, Subsecretario del Ministerio de Gobierno al Señor Presidente de la Academia Nacional de Historia, Bogotá, 25 de septiembre de 1911. Acta de la sesión del día 1° de setiembre de 1910”, en AACH. Libro de Actas, Tomo III. 1910-1912, fl. 56. “Acta de la Sesión del día 2 de noviembre de 1911”, en AACH. Libro de Actas, Tomo III. 1910-1912, fl. 131 y “Acta del día 15 de mayo de 1920”, en AACH. Libro de Actas, Tomo V. 1915-1922, fls. 274-275.

64En el marco de la gestión de la Ley 28 de 1916 que aprobó recursos públicos para mandar a imprimir las publicaciones de la Academia, la cotización de un tiraje de 150 ejemplares de un volumen de la BHA en “papel satinado, 4° mayor, valdría aproximadamente $850 el volumen”. “Acta de la sesión del 1° de julio de 1916”, en AACH. Libro de Actas, Tomo V. 1915-1922, fls. 165-166.

65“Acta de la sesión del día 15 de octubre de 1910”, en AACH. Libro de Actas, Tomo III 1910-1912, fl. 69.

66“Acta de la sesión del 1° de diciembre de 1913”, en AACH. Libro de Actas, Tomo iv. 1912- 1915, fl. 76. La Academia se ajustó a esta situación como se evidencia en una solicitud de ejemplares que les fueron requeridos como canjes institucionales. Vése “Acta de la sesión del 4 de diciembre de 1916”, en AACH. Libro de Actas, Tomo v. 1915-1922, fl. 108.

67AACH. Correspondencia. Tomo II, 1909-1912, fl. 247. Carta del Secretario de Gobierno de Cundinamarca al Sr. Dr. D. Pedro M. Ibáñez, Secretario Perpetuo de la Academia, [Bogotá], 1 de julio de 1911. La carta de respuesta en AACH. Correspondencia. Tomo ii, 1909-1912, fl. 249. Carta de Rafael Ucros al Señor Secretario de la Academia de Historia, Bogotá, 5 de julio de 1911. AACH. Correspondencia. Tomo iv, 1913-1923, fl. 35. Carta del Secretario de Hacienda del Departamento de Antioquia al Sr. Presidente de la Academia Nacional de Historia, Medellín, 8 de septiembre de 1915.

68CMQB-BPPMI. Carpeta Correspondencia 1912. Carta de Antonio Miguel Alcover al Sr. Pedro M. Ibáñez, La Habana, 3 de septiembre de 1912. “Ruego a Ud. se sirva ordenar que sean remitidos a este Ministerio 10 ejemplares de cada uno de los tomos 1°, 2°, 3°, 4° y 5° de la "Biblioteca de Historia Nacional", obras que se necesitan con suma urgencia para completar unas colecciones que del Exterior han solicitado”. Véase AACH. Correspondencia. Tomo iv, 1913-1923, fl. 22. Carta del Ministerio de Gobierno, Sección 1a-Negocios Generales al Señor Presidente de la Academia Nacional de Historia, Bogotá, 24 de octubre de 1913.

69“Acta de la sesión del 15 de noviembre de 1915”, en AACH. Libro de Actas, Tomo v. 1915-1922, fl. 16. “Acta de la sesión del 1° de abril de 1916”, en AACH. Libro de Actas, Tomo V. 1915-1922, fl. 37.

70“Acta de la sesión del día 16 de agosto de 1910”, en AACH. Correspondencia. Tomo II, 1909-1912, fl. 50.

71La información sobre la librería en: Catálogo de la Librería Americana, Bogotá, Imprenta de La Luz, 1911, pp. 19, 24 y 36.

72Boletín Bibliográfico y Comercial de la Casa J.V. Mogollón & Ca., Barranquilla, año I, 20 de mayo de 19??, s.p. en CMQB-BPPMI. Libro sin registro, s.fl.

73Al finalizar 1917, el cónsul de Colombia en Roma le decía a Ibáñez con cierto gracejo sobre la importancia que había alcanzado la BNH: “Llevamos ya (perdone que me incluya) 20 volúmenes de la [Biblioteca de] Historia Nacional y todos de interés palpitante y [ilegible] ¿a quién se debe? A U. que empezó con la Patria Boba y resultó la Patria sapientísima y orgullosa de tener hijos tan buenos servidores como U.” Véase CMQB-BPPMI. Carpeta Correspondencia 1917. Carta de José Manuel Goenaga [al] Sr. Dr. D. Pedro M. Ibáñez, Roma, 26 de noviembre de 1917.

74CMQB-BPPMI. Carpeta Correspondencia 1912. Carta de Antonio Miguel Alcover al Sr. Pedro M. Ibáñez, La Habana, 3 de septiembre de 1912.

75Samacá, “La labor historial de Ibáñez”, pp. 314-394.

76Posada, “Isasogue”, p. 1.

77Ibáñez, Crónicas de Bogotá, p. 192-207.

78En el primer tomo se insertaron 29, en el segundo 21 y en el tercero 26 imágenes. Antes de salir el primer tomo, el encargado de la Litografía Nacional envió una carta a Ibáñez confirmando la posibilidad de imprimir tres planos de Bogotá que harían parte de la nueva obra. Véase CMQB-BPPMI. Carpeta Correspondencia 1913. Carta de Francisco A. Cano al Señor Secretario de la Academia Nacional de Historia, Bogotá, 16 de mayo de 1913.

79Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Tomo III, Biblioteca de Historia Nacional, vol. xii, Bogotá, Imprenta Nacional, 1917, p. 441-469. Los cuatro índices fueron: de autores consultados, de materias, analítico y de ilustraciones.

80Posada, “Isasogue”, en: Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Tomo iv, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XXII, Bogotá, Imprenta Nacional, 1923, pp. II-III.

81“Acta de la sesión del 2 de febrero de 1914”, en: AACH. Libro de Actas, Tomo IV. 1912-1915, fl. 82 o “Acta de la sesión del 1° de mayo de 1916”, en AACH. Libro de Actas, Tomo V.1915-1922, fl. 48.

82AACH. Correspondencia. Tomo III, 1906-1919, fl. 167. Carta de J.D. Monsalve al Sr. Dr. E. Pedro M. Ibáñez, Bogotá, 18 de octubre de 1919.

83Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Tomo ii, Biblioteca de Historia Nacional, vol. xi, Bogotá, Imprenta Nacional, 1915, p. 468.

84“Acta de la sesión del 1° de marzo de 1913”, en AACH. Libro de Actas, Tomo iv. 1912-1915, fl. 19.

85“Acta de la sesión del día 15 de mayo de 1920”, en AACH. Libro de Actas, Tomo v. 1915-1922, fl. 274.

86En una dirección similar se puede consultar el trabajo de Murillo sobre dos experiencias históricas del Estado colombiano como librero en el siglo XIX. Como plantea el autor, la labor de intermediación que realizó el Estado entre circuitos internacionales de impresos y públicos locales puede ser entendida como “una historia de ambiciones, frustraciones y leves éxitos”. Véase Murillo, “El Estado como librero: políticas oficiales y cultural impresa en Colombia, 1821-1886”, pp. 271-302.

Anexo 1

Títulos de la Biblioteca de Historia Nacional 1902-1920 

Volumen Año Autor/Editor Título Editorial Tipo
I 1902 Eduardo Posada Muñoz y Pedro María Ibáñez (Eds.) La Patria Boba Imprenta Nacional Documentos
II 1903 Eduardo Posada Muñoz y Pedro María Ibáñez (eds.) Documentos sobre la vida pública y privada del General Antonio Nariño Imprenta Nacional Documentos
III 1903 Eduardo Posada Muñoz y Pedro María Ibáñez Vida de Herrán Imprenta Nacional Investigación
IV 1905 Eduardo Posada Muñoz y Pedro María Ibáñez (eds.) Los Comuneros Imprenta Nacional Documentos
V 1906 Fray Pedro de Aguado Recopilación Historial Imprenta Nacional Documentos
VI 1908 José Joaquín Guerra La Convención de Ocaña Imprenta Nacional Investigación
VII 1910 Adolfo León Gómez El Tribuno del Pueblo Imprenta Nacional Documentos
VIII 1910 Eduardo Posada Muñoz y Pedro María Ibáñez (Comps.) Relaciones de mando Imprenta Nacional Documentos
IX 1912 Eduardo Posada Muñoz (comp.) Obras de Caldas Imprenta Nacional Documentos
X 1913 Pedro María Ibáñez Crónicas de Bogotá, Tomo i Imprenta Nacional Investigación
XI 1915 Pedro María IbáñeZ Crónicas de Bogotá, Tomo II Imprenta Nacional Investigación
XII 1917 Pedro María Ibáñez Crónicas de Bogotá, Tomo III Imprenta Nacional Investigación
XIII 1914 Eduardo Posada Muñoz El 20 de julio: capítulos sobre la revolución de 1810 Imprenta de Arboleda y Valencia Investigación/ Documentos
XIV 1914 Eduardo Posada Muñoz Biografía de Córdoba Imprenta Eléctrica Investigación
XV 1917 Eduardo Posada Muñoz (comp.) Cartas de Caldas Imprenta Nacional Documentos
XVI 1917 Eduardo Posada Muñoz Bibliografía bogotana, Tomo I Imprenta de Arboleda & Valencia Investigación
XVII 1917 Carlos Cuervo Márquez Vida del doctor José Ignacio de Márquez, Tomo I Imprenta Nacional Investigación
XVIII 1917 Carlos Cuervo Márquez Vida del doctor José Ignacio de Márquez, Tomo II Imprenta Nacional Investigación
XIX 1920 José Dolores Monsalve Antonio de Villavicencio (el protomártir) y la Revolución de la Independencia, Tomo I Imprenta Nacional Investigación
XX 1917 Francisco José Urrutia Páginas de historia diplomática. Los Estados Unidos de América y las Repúblicas Hispano Americanas de 1810 a 1830 Imprenta Nacional Investigación
XXI 1918 William Spence Robertson Francisco de Miranda y la Revolución de la América española Imprenta Nacional Investigación
XXII 1918 Luis Augusto Cuervo Márquez Epistolario del doctor Rufino Cuervo (1826-1840), Tomo I Imprenta Nacional Documentos
XXIII 1920 Luis Augusto Cuervo Márquez Epistolario del doctor Rufino Cuervo (1841-1842), Tomo II Imprenta Nacional Documentos

Recibido: 08 de Junio de 2023; Revisado: 21 de Julio de 2023; Aprobado: 08 de Agosto de 2023

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