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Revista de historia de América

On-line version ISSN 2663-371X

Rev. hist. Am.  n.163 Cuidad de México Jul./Dec. 2022  Epub Feb 27, 2024

https://doi.org/10.35424/rha.163.2022.1230 

Artículos

Almanaques en Colombia en el siglo XIX: tiempo, recetas útiles y sociedad

Almanacs in Colombia in the XIX Century: Time, pragmatic recipes and society

*Universidad EAFIT, Medellín, Colombia. Correo electrónico: azuluaga@eafit.edu.co


Resumen

Los almanaques como tecnologías del tiempo fueron medios de circulación de información importante para la vida pública y privada. Además de la institución del tiempo, estos impresos populares se ocuparon de divulgar recetas útiles, información política y comercial, y expresar los cambios políticos producidos por la modernidad. Este trabajo se ocupa de estudiar la producción de almanaques en Colombia entre 1811 y 1873, reparando en formatos, usos y producción. Metodológicamente se procede a la distinción entre almanaques, calendarios y guías de forasteros y se estudia, a partir la noción de refiguración, formas de adaptación coherentes con las necesidades de los contextos de circulación.

Palabras clave: tiempo; historia; nación; tecnología impresa; cultura popular; divulgación

Abstract

Almanacs, as time technologies, were means of diffusion of important information, both for public and private life. In addition to serving for the institution of time, these popular printed matters were concerned with disseminating useful recipes, political and commercial information, and expressing the political changes brought about by modernity. The present work is concerned with the study of the production of almanacs in Colombia (1811-1873), paying attention to formats, uses and production. For methodological reasons, a distinction is made between almanacs, calendars and strangers’ guides, and based on the notion of refiguration, adaptation forms coherent with the needs of the circulation context are studied.

Key words: time; history; nation; printed technology; popular culture; divulgation

Introducción

Aunque hoy no pasen de ser más que un humilde instrumento de consulta cronológica, los calendarios fueron desde sus inicios, verdaderos desarrollos tecnológicos unidos al poder de registro y transmisión de la escritura, mediante los cuales las sociedades pudieron comprender, traspasar generacionalmente la institución del tiempo con sus efemérides, sus ritos, sus regularidades, sus permanencias y sus cambios. Tallados en piedra, cincelados en superficies duras y destinadas a la eternidad, grabados en madera, trazados en papiros y vitelas e impresos en papel barato de trapo o celulosa, esos artefactos fueron una conquista intelectual que permitió materializar el tiempo, definir y controlar sus regularidades, y conquistar el porvenir, mediante la observación de las repeticiones y los ciclos.1 Los calendarios son un ejemplo de invenciones producidas de manera paralela en diversos puntos del planeta, tecnologías del tiempo que fueron (siguen siendo) un fenómeno de circulación y apropiación cultural en unos casos y, en otros, ejercicio de los poderosos que imponían sus métricas como una forma de dominación sobre los vencidos.2

El tiempo como institución cultural requiere, según Norbert Elias, de un largo aprendizaje que abarca generaciones y que comporta permanencias y cambios en la medición de los hitos, las celebraciones de cada sociedad y en la creación e implementación de los instrumentos que permiten su métrica. La comprensión del tiempo requirió pues, del desarrollo de tecnologías producto de la observación y el análisis de la naturaleza de manera intergeneracional:3 calendarios solares y lunares, clepsidras, relojes de sol y de arena, impresos, tallados y fabricados, hicieron posible la organización del tiempo a través de la observación, lectura e interpretación de los astros. Esos instrumentos requirieron de la movilización de las sociedades para su conocimiento, convirtiéndose también en signos de los cambios operados en el orden del tiempo y de su proyección.4 En sus trabajos sobre el uso del reloj, el oficio del relojero y las prácticas asociadas a la métrica del tiempo, por ejemplo, Ricardo Uribe ha sentado las bases para el estudio de una historia social del tiempo en Hispanoamérica, sin perder de vista los contextos mundiales de circulación del reloj y la mecanización del tiempo, y los modos como las sociedades “objetivan” el tiempo, de acuerdo con las necesidades de un presente particular.5

Con el desarrollo de las artes de impresión, los calendarios fueron sofisticándose e incluyendo contenidos que excedían datación anual, llamándose entonces almanaques. En todo caso, estas tecnologías del tiempo creaban vínculos con el provenir a través de los pronósticos y profecías que leían en el orden del tiempo, los símbolos que anunciaban el destino de la humanidad. Reinhart Koselleck indicaba de qué manera se dio el paso entre el tiempo como destino grabado por la divinidad, cuyas grafías podrían descifrarse para dar cuenta de lo que habría de venir, y el tiempo concebido como plan o proyecto, que transformó el destino signado por Dios en futuro alcanzable por gestión humana.6 Las predicciones se incluyeron de manera explícita en los almanaques, los cálculos determinaban las fases de la luna y los eclipses, los signos zodiacales hacían patentes los vínculos entre el mundo y el cosmos, en ellos el tiempo seguía siendo un atributo de Dios que el hombre había logrado descifrar y de alguna manera dominar.

En este horizonte queremos incluir una breve reflexión sobre los almanaques, artefactos para mensurar el tiempo que de la mano de la imprenta, fueron capitales en la divulgación de conocimientos, en la comprensión del tiempo como una dimensión central en la formación de la modernidad y en la fundamentación política de la república y como una mercancía que, vista a la distancia, parece simple y sencilla, pero que fue, en definitiva, un producto de consumo masivo de central importancia para la sociedad del siglo XIX. Almanaques y calendarios hicieron posible la divulgación de conocimientos básicos para la vida religiosa y civil, además facilitaron la concreción de la república a través de su expresión temporal, favorecieron el desarrollo del mercado del impreso efímero y transmitieron saberes de utilidad general para la resolución de problemáticas cotidianas.

Este texto estará referido a Colombia y a la producción de almanaques entre 1811 y 1873, de los cuales esperamos extraer algunas líneas analíticas: en primer lugar una caracterización de algunos materiales, en relación con su especificidad; en segundo lugar, nos interesa analizar lo que su creación pudo significar para impresores y redactores, explorando algunas continuidades como bien puede verse en los almanaques de Benedicto Domínguez, de los cuales extraeremos algunos asuntos relacionados con las estrategias editoriales, tácticas de anuncio y venta, tales como las recetas útiles y una serie de ofertas tendientes a garantizar su éxito comercial. La colección de almanaques, calendarios y guías de forasteros del Fondo Pineda de la Biblioteca Nacional de Colombia es de una riqueza indiscutible, no obstante,son pocos los trabajos que se han centrado en escudriñar esta documentación. Este trabajo se propone llamar la atención sobre ellos y mostrar, de manera general, algunas problemáticas que podrían ser exploradas a partir del estudio de este importante recurso documental.

Definiciones y distinciones preliminares

Diversos grupos sociales recurrían a la consulta diaria de almanaques para sus actividades productivas y religiosas. Bástenos señalar que las celebraciones sacras marcaban el tiempo productivo y cultural, y que de ellas dependían abastecimientos, apertura de mercados o consecución de artículos de consumo para cumplir con los mandatos del culto. En semana santa, por ejemplo, el pescado y alimentos perecederos debían ofertarse a fin de garantizar la contención que imponían las festividades. La dependencia de muchas actividades de los sistemas de correos era una motivación para que algunos almanaques incluyeran entre la información útil, la explicación del funcionamiento de los “3210 correos anuales” de la Nueva Granada7 o “el itinerario de las salidas de los correos en la Capital de la República”.8

Pueden encontrarse almanaques en pliego para ser pegados en la pared y sometidos a una lectura o consulta pública. El formato en pliego responde claramente al propósito central de presentar de manera detallada los meses y días, y sus correspondientes celebraciones a lo largo del año, aunque recibían el nombre de almanaque, su función primordial era la datación cronológica, por ello podría definirse mejor como calendarios; algunos incluyeron recetas útiles como tratamientos para los cólicos: “Es bueno también administrar al paciente una lavativa de manzanilla i sal” o información acerca del uso del hierro en la medicina: “Para las naturalezas débiles i sobre todo para las mujeres que padezcan de esta naturaleza”; solo por mostrar dos ejemplos.9

Su formato es un indicador de que la lectura se hacía de manera rápida a fin de consultar o informarse sobre algún dato particular; en estos almanaques de cartel prevalecía, sobre todo, la función cronológica del calendario como información central y relevante. En síntesis, el almanaque coincide con la inclusión de recetas útiles, noticias curiosas e información preponderante para los lectores, así como las consabidas métricas temporales profanas y divinas. Por su parte, los calendarios se centraban en la función propiamente de cálculo y métrica del tiempo.

El formato en folleto, portable, de páginas cosidas y encuadernadas a la rústica, son indicadores de uso personal y de modos de lectura más individualizados, tal como el llamado “Calendario de cartera para el año de 1851”.10 A medida que avanzó el siglo XIX estas publicaciones se fueron sofisticando en variedad y cantidad de contenidos sumados a la cronología y aunque la denominación parezca indiferente, es cierto que en el conjunto de impresos sobre el tiempo hay unidades diferenciadas. Vimos de manera somera la distinción entre almanaque y calendario; queda, finalmente, otro impreso que reunía noticias sobre las actividades, establecimientos comerciales, funcionarios públicos y demás aspectos de la vida económica de las incipientes urbes o de un país, y a veces, incluía el calendario; se trata de las Guías de forasteros, dirigidas a públicos amplios locales y extranjeros.11 Lina Cuellar Wills se ha ocupado de las Guías de Forasteros en Hispanoamérica, estudiando sus características y perfilando tres modelos: el imperial, el letrado y el comercial, así como el circuito comunicativo que hizo posible su producción; ha mostrado cómo este producto impreso fue crucial en la definición y promoción de los órdenes administrativos, no sólo durante la colonia, también con el advenimiento y formación de la república y, junto a los calendarios, los ha definido como impresos que contribuyeron a configurar la idea de un tiempo común.12

En Colombia perviven algunos ejemplos de estos materiales, uno de los más conocidos es la Guía de Forasteros de la ciudad de Bogotá de 1867, de José María Vergara y Vergara que contiene datos sobre las actividades económicas y la vida de la capital.13 También existen unas Guías con pretensión mayor, tal como la de 1851 que recoge datos de la administración del Estado en todo el territorio de la Nueva Granada: funcionarios, representantes, sueldos, miembros del clero,14 etc. Cuenta también con un bosquejo geográfico, datos estadísticos, históricos y económicos, y otra, la Guía de forasteros de 1838 que sintetiza los aspectos geográficos y políticos más importantes del país para esa fecha, rentas de tabaco, correos, distancias en leguas de todas las provincias a Bogotá, datos históricos y las casas reinantes en Europa, entre otros asuntos.15

En síntesis, en el calendario la cronología ocupaba casi toda la publicación; mientras que en el almanaque, a la medición del tiempo se sumaban una serie de contenidos prácticos de índole política, histórica o de salud; en las guías de forasteros la información sobre oficios, establecimientos comerciales públicos y privados, almacenes, librerías y todo tipo de actividades económicas de la ciudad, compartían páginas con la medición y el cálculo temporal.16

La presencia de estos impresos en la sociedad de la primera mitad del siglo XIX, puede constatarse en varios aspectos. En primer lugar, su aparición anual en el mercado muestra que se trataba de impresos que gozaban del favor de muchos compradores. En segundo lugar, la presencia de formatos en cartel y en cuadernillo que se vendían también de manera simultánea, permite inferir sobre posibles usos en espacios públicos, pero también en ámbitos familiares y más circunscritos. Finalmente, los sistemas de anuncios en distintos periódicos permiten vislumbrar la organización de un mercado que, a veces, permitía a impresores y escritores, ayudar a sufragar otras publicaciones, a través de almanaques y calendarios cuya venta era más rápida y mayoritaria que la de otras publicaciones. Quedan por explorar, eso sí, pautas más claras con relación a los posibles compradores y a los usos definidos y mejor documentados, tarea que no es fácil, precisamente porque su sencillez favoreció el silencio con respecto a usos y usuarios.

Una tecnología impresa con consecuencias políticas

En 1811 el conocido ilustrado Francisco José de Caldas (1768-1816)17 llevó a cabo una publicación de suma importancia para la causa emancipadora, el Almanaque para el año de 1811, calculado para el Nuevo Reyno de Granada18 que refrendaba, por medio del tiempo, el proceso emancipador iniciado un año antes, en 1810. Caldas materializó en un almanaque impreso los cálculos y medidas que inauguraban una nueva concepción del tiempo en la Nueva Granada, iniciando el conteo de una nueva temporalidad a partir de los sucesos del 20 de julio.

Este cambio del paradigma temporal implicaba una nueva concepción del tiempo, un tiempo político que pese a mantener los días santos y las fiestas de guardar, definía el nuevo registro horario y cronológico establecido a partir de las condiciones geográficas y astronómicas de república en ciernes. Sin embargo, fue su Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reyno de Granada de 1812, una declaración política que vinculaba los beneficios comunicativos de la imprenta, la difusión de sus hallazgos científicos y sus mediciones astronómicas y meteorológicas, y su declaración política a favor de una ciencia americana que realmente emancipara, y fundara un conocimiento geográfico en observaciones autóctonas, que ayudarán a sacudir la “dependencia científica que nos degrada y nos mantiene en una infancia literaria más ignominiosa que la esclavitud misma”.19

Por medio del almanaque Francisco José de Caldas logró conjuntar de manera eficaz varios puntos nodales de la mentalidad ilustrada: la emergente ciencia racional con la facultad de establecer nuevos derroteros tanto en el conocimiento como en la política, tal es el caso de las mediciones temporales hechas a partir de sus observaciones y apreciaciones empíricas y del uso de instrumentos, unas veces llegados del extranjero adaptados por Caldas a las condiciones de su entorno, otras veces fabricados por él mismo.20

De otro lado, el poder de la imprenta y su capacidad de llegar a diversos sectores sociales mediante impresos de bajo costo como los almanaques, que pudieran tener algún impacto entre los ilustrados y no ilustrados y, por medio de ellos, transmitir ideas y políticas y difundir algunos conocimientos científicos y recetas necesarias para resolver asuntos de la vida cotidiana. A pesar de su sencillez y precariedad, los almanaques jugaron un papel central en la transmisión de representaciones sociales sobre la comunidad y los asuntos que permitían unirla tales como las festividades sagradas y profanas que fueron definitivas en la formación de lazos comunitarios, bien fuera con la metrópoli en el orden anterior a la independencia o con la comunidad política de ciudadanos que emergía con la República.21

El almanaque de Caldas fue una importante contribución tecnológica para la transmisión de la institución del tiempo y su seguidilla de fechas sagradas, efemérides, cultos e indulgencias, y puso a disposición de lectores hábiles e iletrados las cronologías indispensables para la vida política, signada entonces por la actividad religiosa. Además, brindaba información básica para la producción agrícola, referida a las fases de la luna, a los eclipses y a los eventos astronómicos que tendrían relevancia en los ciclos siembra y recolección. Pero no se quedó con este primer ejercicio, continuó con los cálculos geográficos y astronómicos e ideó un almanaque perpetuo, que ya no se limitaba a los cálculos anuales, sino que podía usarse por siempre, según las indicaciones de su inventor.22

Asimismo, los almanaques fueron medios que se usaron para configurar la temporalidad política, enmarcada en la historia profana, que se ocupaba de llevar el registro de las fechas que habían tenido impacto en la vida social y cultural de la humanidad. En ese registro, paulatinamente, fue entrando la cronología política de la República, como en el caso de los almanaques de Caldas aquí aludidos, que forjaban, mediante el tiempo, una consciencia deslindada de la de la metrópoli, a través del recuento de fechas políticas entremezcladas con celebraciones religiosas. Por ejemplo, en el almanaque de 1811, en el que conservó el nombre del Nuevo Reino de Granada, Caldas incluía dentro de las efemérides del sábado 20 de julio “el aniversario de la instalación de la Junta Suprema”23 y, seguidamente, mencionaba “la asistencia de la Suprema junta a la Catedral” a fin de celebrar la fecha, lo cual permite ver de qué manera se fueron institucionalizando los cambios y cómo fue cobrando relevancia el discurso republicano.

En el almanaque de 1812 Francisco José de Caldas cambió el nombre por el de Almanaque de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, en clara referencia al proceso de emancipación, convertido en el origen de la nueva temporalidad: “año bisiesto de 1812: tercero de nuestra libertad”. Así mismo, este almanaque era un catálogo de grandes hechos de la historia profana que incluía en un mismo flujo de acontecimientos, presentados en estricto orden cronológico, la elevación de las pirámides de Egipto, la fundación y la caída de Troya, la fundación de Roma, y su incendio posterior por Nerón y los hechos que afectaban a América como su descubrimiento por Cristóbal Colón desde cuando habían transcurrido 302 años, la Independencia de los Estados Unidos hacía 29 años, los levantamientos en Quito, “en que perecieron los Ilustres americanos y mártires de la libertad” hacía 3 años, “de la caída de Amar y la libertad de Santafé 3 años”.24

En el almanaque de 1812 Caldas condesaba gran parte del ideario ilustrado,25 un impreso destinado a difundir las luces del conocimiento y de la independencia, sustentado en la certeza de que, además de la lucha por la emancipación política, era indispensable la liberación del yugo intelectual, lo que sólo sería posible cuando los americanos se pusieran en la tarea de hacer sus propias observaciones astronómicas y sus estudios geográficos; el almanaque era una guía importante en este sentido. Caldas conminaba a los lectores del almanaque, incluso a los menos instruidos, a que llevaran a cabo estas observaciones que, en su concepto, podrían “contribuir a los progresos de las ciencias y particularmente a la perfección de nuestra geografía”.26

El almanaque en cuestión incentivaba entre la gente menos versada, el aprendizaje práctico de la astronomía, al margen de las aulas de los colegios mayores o de las tertulias ilustradas en las que se discutía la precisión de los conceptos y de las medidas. Justamente en el seno de una materialidad popular y barata, con la facultad de llevar al vulgo un conocimiento fundamental para la vida social y familiar: en folleto o en cartel, este objeto de papel ponía en sincronía a los sujetos con la época y sus demandas, servía de material de consulta para la vida religiosa, política y productiva. Además, registraba y transmitía una serie de saberes útiles para la vida política, social y económica, a través de una organización textual que, mediante listas, tablas, inclusión de símbolos y números, demandaba por parte de los impresores cierta pericia en el diseño y distribución del texto en la página, por lo tanto, una exigencia tecnológica en cuanto a la maquinaria de la imprenta. Los listados de abreviaturas, por ejemplo, permitían la identificación, incluso visual de las letras y los símbolos que indicaban al lector la obligación de confesarse, el inicio del ayuno o la visita a una iglesia para alcanzar una indulgencia, tales como: “Los días que se gana la indulgencia plenaria visitando 5 iglesias o altares se indica con este signo…”.27 Recursos icónicos como el señalado facilitaban el uso del almanaque por parte de lectores menos instruidos, quienes podían remitirse de manera directa a la consulta de la información requerida.

Los almanaques: una tradición impresa en el siglo XIX en Colombia

La publicación de almanaques emprendida por Francisco José de Caldas fue seguida, durante buena parte del siglo XIX, por su amigo y compañero de empresas académicas y comerciales Benedicto Domínguez del Castillo (1783-1868). Desde 1819 sus almanaques fueron una publicación obligada en Bogotá; la creación de esos materiales fue una consecuencia más o menos previsible de su desempeño como director del observatorio astronómico de Santafé y su reputación como astrónomo, depositario del legado de Francisco José de Caldas, fusilado en 1817 durante la Reconquista española.

En efecto, quedan algunas misivas entre Caldas y Domínguez, que permiten hacerse una idea del compañerismo y confianza que los llevaba a debatir sobre medidas y a compartir iniciativas empresariales, tal como lo expresó Caldas en la carta de marzo 16 de 1812, en la que además de hablarle de las medidas de latitud tomadas en la ciudad y de prometerle una carta científica, exhortaba a su amigo Domínguez a activar “el negocio de la imprenta” con el cual podría ayudarle económicamente.28

La fusión entre el saber astronómico y la imprenta fue un aspecto decisivo para la creación de los almanaques. Con la tecnología impresa los almanaques adquirieron un formato estandarizado y conquistaron un público más basto que el de los lectores versados y eruditos. Su propia naturaleza de métrica del tiempo y el relativo bajo costo de impresión, gracias, en parte al abaratamiento de materias primas como el papel y la tinta, así como a la considerable mejoría de las imprentas, unidos estos factores al afianzamiento del mercado del impreso, y a la pericia adquirida por los operarios de las tipografías, fueron aspectos determinantes en el hecho de que estos “papeles” pudieran imprimirse con cierta rapidez, facilidad y amplios tirajes.

Con respecto a este punto, no es posible, por ahora, precisar el número de ejemplares de estas ediciones, aunque puede constatarse que en un mismo año un almanaque se publicó en dos formatos, como lo hiciera Benedicto Domínguez con el de 1847 que salió en cartel de medio pliego y en folleto de 8º,29 poniendo en práctica sin saberlo, lo que ha definido Roger Chartier como “estrategias editoriales”, mediante las cuales se definieron los textos y sus materialidades en función de los públicos a los que iban dirigidos30 y copar diversos segmentos del mercado.

La existencia de los dos formatos permite elucidar usos y condiciones de lectura específicos; los almanaques en pliego daban mayor importancia al uso propiamente métrico del tiempo, aunque incluyeran algunas recetas, frases célebres o reconvenciones morales; eran una fuente de consulta cronológica y un espacio de marcación de datas dignas de recordación individual. Estos almanaques seguramente estaban pegados de las paredes de las casas y oficinas públicas, a la vista del público. Los calendarios en pliego nos indican una comprensión del tiempo como experiencia colectiva que se exhibía a la vista de todos, que puesta allí a la vista de todos se hacía pública. En varios ejemplares que reposan en la Biblioteca Nacional se ven las marcas de los dueños con las que subrayaban fechas memorables, se percibe la participación de lectores activos, interviniendo directamente en el texto a fin de marcar, corregir o enfatizar las fechas, de recordar eventos o simplemente de poner señas para que determinados días no pasaran inadvertidos, como puede verse en los fragmentos de la Figura 1.

Figura 1 BNC rv 321, pieza 15-16. Almanaque calculado por el Doctor Benedicto Domínguez del Castillo para la República de Colombia, año de 1823-13. Bogotá, Imprenta del Estado por Nicomedes Lora. 

Entre los almanaques elaborados por Caldas y los que hiciera a lo largo de su vida Benedicto Domínguez y en general todos aquellos que se ocuparon de elaborarlos, se puede notar cierta permanencia en la presentación de los cálculos astronómicos, los onomásticos, los signos zodiacales y las efemérides políticas y religiosas. Los de Benedicto Domínguez no variaron mucho y pocos aditamentos usó para promocionarlos, prevaleciendo en ellos, sobre todo la métrica y la inclusión de pocos datos útiles.

A medida que avanzaba el siglo XIX y que mejoraban las técnicas de impresión en el país, los almanaques fueron sofisticándose y diversificando sus contenidos y se convirtieron, cada vez más, en un producto que aseguraba réditos a impresores, editores y tipografías, y aunque algunos mantuvieron sus contenidos cívicos, también se produjeron otros con contenidos menos robustos que privilegiaban temáticas más efímeras como el que produjo la imprenta la nación para el año de 1858 “con el lenguaje de las flores”.31

Los almanaques ayudaron a incorporar a los hombres a la vida moderna, así como a las exigencias de información y conocimiento burocrático que imponía el estado. Ese fue el énfasis del almanaque de 1849 que dedicó gran parte de sus páginas a describir el funcionamiento de la República de la Nueva Granada, algo de su historia y administración, incluyó además datos sobre la población de la República y noticias estadísticas sobre la provincia de Bogotá.32

Pensar en su existencia es pensar también en las condiciones de producción y apropiación; los almanaques son una miscelánea entre los cálculos hechos por un astrónomo y las pericias editoriales de impresores responsables de asignarles un formato particular. Son un tipo de impreso en el que la autoría estaba compartimentada entre el impresor, responsable de la comercialización y la venta, y de quien componía los textos y llevaba a cabo los cálculos, este fue el caso de los almanaques de Benedicto Domínguez que circularon anualmente. Pero también se evidencian casos en los que fueron las imprentas responsables de toda la producción de aquellos textos.

En la forma definitiva del almanaque los procesos de impresión no pueden ser soslayados, ya que fueron responsables de darle a los datos una organización y una materialidad específica, permitieron el paso del texto al impreso en folleto o en cartel, y la disposición anual de estos materiales en el mercado. Las imprentas movidas por un afán comercial publicaban almanaques, en este caso los almanaques eran producto más de la imprenta que de un autor particular, ese fue el caso del Almanaque curioso para el año de 1861, salido de la imprenta de “El Mosaico”, sin que pueda saberse quién hizo los cálculos y quién compendió los textos seleccionados.33 Lo mismo pasó con el Almanaque para el 1849 salido de la Imprenta de Ancízar;34 probablemente los datos políticos de este impreso los escribiera Manuel Ancízar y fuera este el medio de sufragar las pérdidas económicas provocadas por el retraso en el funcionamiento de la Imprenta que había importado.

Aunque muchos almanaques tuvieran autores conocidos, su realización era el resultado de un trabajo conjunto entre quien llevaba la información y el responsable de disponerla de manera legible y clara, en un formato claramente identificable, portable y de fácil uso. La compendiación era tal vez, la operación más importante en la composición de estos impresos; a la parte dedicada al cálculo cronológico, se juntaban textos de diversas procedencias que daban al almanaque un aspecto misceláneo, amoldado a las necesidades que, vislumbradas cada año, tales como los cambios de gobierno, la aparición de alguna epidemia, por mencionar solo algunos aspectos, informaban a la población.

El almanaque y la expresión de la imagen nacional

La idea de comunidad imaginada,35 haciendo uso del término de Benedict Anderson, se fundamentó en la percepción de una experiencia temporal conjunta, en la que fechas religiosas y profanas se alternaban, para incrementar los lazos con el orbe cristiano. A medida que se desarrollaba la república y se expandían los lazos políticos, el tiempo profano pasó a ocupar un lugar sustantivo en estas publicaciones. El trascurrir del tiempo político empezó a registrarse en una cronología que conservaba y divulgaba fechas clave para la formación de la patria y la configuración de los vínculos nacionales. Los almanaques cumplieron también con el papel de dar a conocer el pasado patrio y promover los vínculos históricos que ayudaban a fundar la idea de membresía a un mismo país, arropado por una misma forma de gobierno.

En gran parte de los almanaques las efemérides patrias se intercalaban con las festividades religiosas, o, en otros casos, dedicaban sendas páginas a narrar algunos eventos centrales del pasado patrio, definido como una cronología destinada a la memorización de las fechas convertidas en referentes comunes. Su utilidad, generalmente, estaba restringida a las fronteras de un país, en ellos las noticias políticas, la información sobre el funcionamiento del Estado, o, la disposición misma de la cronología patria, supeditaba su uso a los habitantes de un territorio determinado o a los foráneos que querían adquirir noticias prácticas sobre el lugar que habrían de visitar. En una paradoja entre referentes locales y adscripción universal, los almanaques fueron artefactos culturales que permitieron la comprensión y el uso de la institución del tiempo, a la vez que reforzaban la pertenencia a un territorio específico que hacía parte de una comunidad concebida como universal y civilizada: Occidente.

Estas publicaciones fueron los medios de refiguración,36 de los nuevos lenguajes y las nuevas representaciones políticas llegadas con la modernidad y la República. La idea de la refiguración comprende una posición crítica con respecto a la tradición que funde texto y discurso, de modo que prima la enunciación sobre cualquier otro aspecto del circuito comunicativo, esta noción permite entender las condiciones históricas que hacen legible a un texto: lenguajes, formatos, tradiciones editoriales, pero también abre la vía a la comprensión de las materialidades que definen formas de apropiación y uso. En consecuencia, el sentido no se prefigura en el momento de la enunciación, es el producto de las convergencias históricas entre formatos, lenguajes y condiciones culturales, el sentido es una construcción histórica que implica la posición activa de los lectores o audiencias, otorga formas de apropiación y uso que no necesariamente coincide con los propósitos del texto en el momento de su enunciación.

Para el caso colombiano, los materiales existentes en los archivos nos dan la idea de un formato más o menos estable. La actualización anual de las Kalendas y la inclusión de contenidos pertinentes en el contexto social, indican que se adaptaron a las condiciones de la época y que atendieron a las necesidades y condiciones de uso de los lectores. Los almanaques son pues, un buen ejemplo de refiguración y actualización de un formato que no se adoptó de manera simple, sino que fue adaptándose y actualizándose en correspondencia con la época y las demandas de los lectores.

Además del interés comercial, estos almanaques coincidían con el deseo de dar a conocer inventos útiles y hacer una eficaz “vulgarización” de la ciencia en su faceta práctica; buscaban poner los nuevos hallazgos al alcance de la mayoría y brindar soluciones fáciles a problema cotidianos. Estas publicaciones fueron medios fundamentales en la circulación de las ideas de la modernidad y, contribuyeron de manera activa a laicizar el tiempo y con él la cultura.

Una forma de divulgación barata de saberes útiles y de aplicación inmediata

Con el auge de la imprenta, la modernización y la desacralización de la sociedad, los medios de divulgación de los saberes se incrementaron. La lectura y la escritura que era antes potestad de clases particulares, se fueron expandiendo a grupos mayoritarios, y de la oralidad como forma dominante en la circulación de los discursos y los saberes, se pasó a prácticas de lectura colectiva a través de mediadores que ayudaban a poner los textos al alcance de todos.37 En este proceso, los impresos baratos tuvieron un papel central en la tarea de familiarizar a la población con la escritura y con la manipulación de los textos. Ese fue el caso de los almanaques cuyo formato casi no se modificó, lo cual facilitó la pericia en el uso y adiestramiento en la lectura de las fechas, en el desglose de las abreviaturas y de los signos icónicos. Debido al conocimiento previo adquirido por los lectores, al uso más o menos generalizado de esos signos, pocas veces se destinaban páginas a explicar lo que significaban. El almanaque fungía como una especie de guía para el porvenir, una forma de pronosticar y tener algún grado de certeza, en un mundo en el que la incertidumbre de la supervivencia dominaba la vida cotidiana.

El almanaque podría entenderse también como una forma de regulación y control de la vida sometida a los vaivenes de la naturaleza y de los ciclos vitales que afectaban a toda la población, en épocas en las que el gregarismo y la colectividad aseguraban los vínculos con el cosmos y la divinidad, al tiempo que marcaban el camino hacia la vida eterna. En consecuencia, los almanaques enseñaban a los hombres prácticas indispensables para la vida, a la vez hacían prognosis, aspecto este que, a fin de cuentas, daba alguna seguridad a las sociedades en un mundo lleno de incertidumbres.

La diferencia entre la comprensión del tiempo inherente a los almanaques en tanto textos de uso generalizado, guías que permitían la conjunción entre las actividades humanas y los ciclos vitales, al tiempo que pronosticaban asuntos de orden natural (eclipses, cambios lunares, etc.), es radical con respecto a nuestra noción de tiempo consignado en agendas que llevan el día a día de las labores del individuo en el ámbito de la producción. En ellas la planificación se convierte en un factor relevante para el individuo y la institución en la que trabaja, la prognosis como lectura de la naturaleza que deja ver el porvenir marcado como destino, cede ante la idea de tiempo mensurable en la habilidad del individuo para cumplir el plan registrado, lo que se verá reflejado en las ganancias económicas derivadas de ese cumplimiento.

Junto con la prognosis y la divulgación del tiempo como institución social que regía y organizaba la vida de la colectividad, los almanaques ayudaron a divulgar nuevos conocimientos y nuevas experiencias que marcaban la vida moderna; en ellos es posible analizar los modos de circulación y transformación de los saberes, muchos de los cuales se adaptaron y se dieron a conocer, en gran parte, a través de impresos populares, que al mismo tiempo ponían al alcance de todos nuevos hallazgos científicos y daban a conocer recetas y consejas del “vulgo” de interés general.38

Los almanaques ayudaron a perfilar el mercado de impresos y a regular las condiciones de producción, que incluían no solo los contendidos en sí, sino la planificación editorial y de recursos para estar a tiempo en el mercado, además de aditamentos editoriales que los hicieran más atractivos para el público; también fueron vías importantes para la “mercantilización del saber”, es decir, en ellos empiezan a convertirse ciertos conocimientos útiles, aplicados o curiosos en bienes de mercado, sometidos a las regulaciones de la oferta y la demanda, justamente por esta razón, la información sobre las características y contenidos de un calendario buscaba persuadir a los posibles compradores acerca de su importancia; y de la inclusión de “varias recetas útiles”.39

Dice Chartier que los impresores idearon “estrategias editoriales”, mecanismos materiales y de legibilidad que contribuyeron en la definición, en las formas de apropiación y en la segmentación del mercado; desde el momento de su producción los almanaques suscribían a un público ideal, de allí la inclusión de tópicos que los hacían atractivos en el mercado.40

Así en el sistema de impresos convivían con objetivos, aunque comunes, también diferenciados. Por ejemplo, en 1842 la arquidiócesis de Bogotá publicó un calendario en folleto para el clero, por medio del cual se daban a conocer las fechas del culto religioso, llamado Kalendario Pro Divino Officio servía como guía que unificaba las fechas del culto y con ellas, las temporalidades religiosas que habría de seguir la feligresía, incluidas indulgencias, visitas a templos, días de ayuno y abstinencia y fechas de guardar, días en que obligaba la confesión, entre otras.41 También se encontraban títulos como Nuevo almanaque político y mercantil42 con noticias del gobierno, sistema de correos y pesas y medidas, o el Almanaque para el año bisiesto de 1852, acompañado de algunas máximas generales que deben observar los ciudadanos a quienes toca desempeñar el cargo de jurados,43 que contenía información detallada sobre legislación y las obligaciones que acarreaba el cumplimiento de tal función.

Las novedades editoriales introducidas con los desarrollos técnicos de la imprenta (ilustraciones, cuadros, tablas, publicidad, listados, etc.) ayudaron a organizar la información para hacerla más asequible a todos y dieron a los almanaques una forma tipográfica que permitió mayor claridad en sus contenidos y amplió sus posibilidades comerciales al introducir conocimientos sencillos y útiles al alcance de todos.

Estos sencillos y populares impresos constituyeron en un ejemplo de convivencia entre lo viejo y lo nuevo, entre una matriz tradicional como el calendario y las innovaciones tipográficas. En esa intersección entre lo nuevo y lo viejo, entre la métrica temporal y las recetas útiles, entre la prognosis y la evocación de un tiempo compartido, los almanaques fueron una vía imprescindible en cuanto forma de refiguración de saberes nuevos, es decir el uso de formas conocidas y comprensibles para una población que debía entrar en contacto con nuevos lenguajes, saberes y prácticas, de manera que postulaban una forma de apropiación que recogía las lógicas culturales dominantes en la sociedad para la que estaban hechos; para hacer comprensible “la extensión de los cielos”, Benedicto Domínguez explicaba a sus lectores que “ el Sol es un millón de veces más grande que la tierra, cuya circunferencia es de 9000 leguas”.44

Mediante esta sencilla comparación el almanaquista conseguía que sus lectores se hicieran una idea clara y cercana de conceptos y nociones de difícil entendimiento. Estas nociones permitían una mirada nueva y hasta cierto punto desacralizada del mundo natural. Además, el almanaque es un impreso con usos objetivos que rompe con el modelo clásico de la influencia y la adopción pasiva; expliquemos las razones: si bien se trata de un formato de uso popular con rasgos claramente definidos en cuanto a extensión, calidad y organización del texto, según los meses del año y los días de la semana con su respectiva celebración religiosa y con las efemérides políticas que llegaron con la república, tales como: “agosto 7 jueves santos Cayetano fundador y Donato obispo mártir. / Aniversario de la batalla de Boyacá”,45 estos impresos llevaron a cabo mecanismos de actualización, inteligibilidad, apropiación y uso para sus potenciales lectores en consonancia con las necesidades y las demandas sociales: las recetas, la renovación de los contenidos, los cálculos anuales que daban vigencia a los almanaques nos enseñan cómo un formato de larga tradición lograba, y aún lo consigue, amoldarse a las condiciones de lectura y a los requerimientos sociales para dar respuesta a preocupaciones o necesidades específicas, y aunque en la forma parezca siempre el mismo, sus contenidos siempre están actualizados y, por la misma razón, pierden vigencia, pues responden de manera práctica a cuestiones que se erigen de modo casi coyuntural.

No obstante, esta previsible obsolescencia, es la que hace de estas piezas fuentes ricas para comprender la historia de los mercados de impresos, modos y prácticas de lectura y uso, formas de actualización y vulgarización de saberes y prácticas, rasgos que distinguían y que convertían a un impreso popular en un objeto atractivo para lectores y el sentido mismo de lo práctico que se imponía en sociedades pretéritas, sometidas a necesidades que podrían parecernos simples, pero que eran, para ellos fundamentales, por ejemplo un “remedio contra las pulgas y los chinches” o “una lámpara barata que de luz seis meses”.46

Almanaques, anuncios y posibles usos

Los impresores de almanaques eran conscientes del poder que tenía este impreso y de su portabilidad, fácil uso y bajo costo como vía eficaz para lograr mayor penetración entre los lectores habilidosos y los menos diestros, debido a ello impulsaron su producción anual, que como se decía antes, retomaban los formatos, pero no en un trabajo sólo de copia y repetición: el cambio de fechas, el cambio de eventos, la inclusión de nuevas recetas o máximas célebres, imponían una dinámica de publicación que debía actualizarse anualmente: número de páginas, distribución y contemporización de los textos, noticias y una que otra información específica, nos indican que en los almanaques se combinaban la fijeza del formato, con las modificaciones y transformaciones que los pudieran hacer más atractivos en el mercado.

Eventualmente, estas publicaciones se promocionaban en los periódicos de la época. En esos anuncios se resaltaban las particularidades de la publicación, así como los aditamentos para el servicio o el uso práctico de los lectores y es probable que se idearan estrategias de publicación para asegurar cierto predominio en el mercado. Por ejemplo, en 1857 los impresores de El Mosaico anunciaban a sus lectores la edición del Almanaque para el año de 1858 calculado para la Nueva Granada por Benedicto Domínguez que por convenio con otras imprentas de la ciudad “nuestro almanaque es el único que se publica”, este saldría en “pliego abierto con los 12 meses y cuarto de folio para escritorio, comprendiendo además una guía de forasteros”,47 estas descripciones dan pistas acerca de cierta planificación del mercado, seguramente acuerdos sobre las ganancias dejadas por estos materiales y aditamentos para hacer atractivo el impreso a diversos públicos.

La promoción de estos materiales deja alguna información sobre los modos de organización de la producción y la circulación de impresos baratos, así como las diversas tácticas para asegurar sus ventas. Como decíamos antes, la alusión a “muchas informaciones útiles” tales como los sistemas de pesos y medidas, fases de la luna, eclipses de luna y de sol, fechas y onomásticos, recetas dirigidas a dolencias comunes tales como el bocio, las diarreas o los dolores de muelas, y “noticias curiosas”,48 fueron rasgos que hicieron que estos impresos tuvieran un público cautivo y ventas aseguradas, la respuesta que ofrecían a hechos y situaciones que afectaban de manera directa a los lectores, aseguraba su pertinencia y relevancia, a la vez que en muchas ocasiones podían servir de remedio certero ante la ausencia de personal adecuado para el tratamiento de enfermedades, como lo consignaba el remedio para la tosferina que “dos veces a reinado la enfermedad en el año que acaba”. Las indicaciones del almanaque, decía su escritor, “podrían ser útiles en los lugares privados de los auxilios médicos”.49

Se ha creído que los almanaques se hacían para “transmitir información a quienes leen poco”,50 esta afirmación no es del todo exacta; los formatos dan una idea de los públicos a los que iban dirigidos y de sus modos de lectura. La existencia de almanaques en folleto con lenguajes más elaborados, noticias curiosas y notas poco esquemáticas, muestran que la penetración de tales materiales era amplia. A veces, la idea de que un impreso es popular reduce las posibilidades y los alcances que pudo haber tenido; aunque los bajos precios y los lenguajes directos y sencillos puedan señalar como usuarios a los grupos sociales menos diestros en la lectura, también es cierto que iban dirigidos a todo tipo de públicos, tanto a los diestros lectores, como a los lectores funcionales que requerían de informaciones útiles y prácticas para enfrentar las necesidades de la vida diaria y moverse en la sociedad. De allí que aspectos políticos e históricos sobre la formación republicana, por ejemplo, fueran contenidos atractivos en los almanaques.

Por otro lado, los almanaques en cartel estaban dispuestos en oficinas públicas y privadas, casas y despachos, para recordar el cumplimiento de los deberes públicos. Estos almanaques fueron una guía fundamental en la comprensión del tiempo como institución colectiva que integraba y unía en una experiencia común a sociedades cada vez más diseminadas y en las que la fratría y el arraigo al lugar, se transformaba por sentimientos en relación con la pertenencia a una comunidad dispersa y con casi ningún vínculo directo y personal.

Un aspecto final, en el que poco se repara y que puede ser un elemento de constatación de la importancia de los almanaques en el mercado está en los sistemas de anuncios que de manera paulatina se fueron incluyendo en ellos. Así lentamente se puede notar una transformación desde el almanaque con la función primaria de la métrica del tiempo y la prognosis, luego a la métrica se le suman recetas, datos curiosos y noticias útiles, poco a poco se le van incorporando avisos, estos útiles también, toda vez que indicaban al lector lugares de compra y venta de servicios y productos de diversa índole, así como anuncios de remedios y elixires para todo tipo de afecciones que podían conseguirse en boticas y almacenes. Ese sistema que compartía las noticias útiles y curiosas, con saberes emergentes y calendas, con avisos que indicaban los diversos oficios y productos de la ciudad era ya una realidad en Colombia en 1872, ejemplo de ello es el Almanaque publicitado por el periódico de La América. Los redactores de este periódico, que era la cara pública y política del “establecimiento tipográfico” de Paz y Briceño, anunciaban el Almanaque de La América para el año de 1873, con las aprobaciones necesarias, que seguramente incluían las de las autoridades eclesiásticas y el privilegio de publicación que protegía la reproducción de la “obra”.

Con criterios claramente comerciales, los impresores anunciaban que estaban preparando una edición de 10,000 ejemplares51 del almanaque, ese número, independientemente de que saliera o no, da una idea del fuerte impacto de los almanaques en el mercado y de su gran popularidad entre los compradores del impreso. Una fuente importante de financiación de los impresores eran los almanaques, tal impreso ayudaba a sufragar otros y a generar algunas ganancias para el funcionamiento de las imprentas, estos establecimientos comerciales debían moverse en varios frentes. La imprenta de Paz y Briceño, “con variadas fuentes de tipos”,52 además del periódico la América y del almanaque homónimo, ofrecía servicios de impresión, tales como la publicación de: “libranzas, recibos, guías, tarjetas, nóminas, periódicos, cheques, pasaportes, hojas sueltas, folletos, circulares, cartelones, avisos, timbres, letras, billetes, órdenes de pago, letras de cambio”.53

El almanaque hacía parte de su catálogo de publicaciones, mediante el que se buscaba también obtener réditos por medio de los anuncios o avisos que habría de incluir, los impresores invitaban a los interesados a pagar por un espacio entre las “10 columnas de avisos”, a razón de $1.0 por columna y $0.20 por aviso, todo pagado por adelantado.54 Sobre los avisos en los almanaques, los impresores mismos señalaban la popularidad de dichas publicaciones que, a diferencia de los libros con escaso número de lectores, los almanaques contaban con numerosos compradores en lugares diversos y remotos. Los almanaques lograban llegar hasta donde los libros no lo hacían. De allí derivaba también su gran poder, pues, mientras el acceso a los libros estaba a veces limitado por cuestiones económicas, por habilidades técnicas y por utilidad inmediata; los almanaques se disponían para un público capaz de leer de corrido, pero también para quien solo era capaz de identificar algunos símbolos y fechas, eran baratos, portables, manipulables y útiles de manera rápida y eficaz, pues, presentaban soluciones a preguntas cotidianas y, eventualmente, a problemáticas que afectaban directamente a las sociedades, relacionadas con dolencias, endemias, epidemias o simplemente con información necesaria sobre correos, establecimientos públicos o datos históricos profanos y sagrados. Ya lo subrayaban los impresores de la América cuando afirmaban las ventajas que tenían los almanaques como medios de circulación de ideas y noticias: “Escaso es el número de lectores de periódicos, pero muy numeroso el de los almanaques, aquellos no van a todos los pueblos, estos no hay pueblo a donde no vayan”.55

Conclusiones

La eficacia de los calendarios y almanaques en la circulación de ideas, preceptos y creencias fue decisiva para su incorporación al universo del conocimiento laico. Estos impresos se convirtieron en insumo central en la divulgación de saberes y en la transmisión de los descubrimientos científicos. La anualidad fija de los almanaques facilitó la formación de un público fiel que, gracias a la prevalencia del formato, fue acostumbrándose a nuevos lenguajes, saberes y noticias que enseñaban gestos y normas necesarias para una sociedad en la que la religión, lentamente, iba compartiendo su poderío con el Estado y con la ciencia. De este modo, diversos públicos fueron familiarizándose con lenguajes, saberes y conocimientos que iban desplazando la hegemonía mantenida por la religión e integrándose a una temporalidad republicana, regida por las efemérides, las festividades cívicas y las fechas de recordación histórica.

La promoción de estos materiales deja alguna información sobre los modos de organización de la producción y la circulación de impresos baratos, así como las diversas tácticas para asegurar sus ventas. Como decíamos antes, la alusión a “muchas informaciones útiles”, tales como los sistemas de pesos y medidas, fases de la luna, eclipses de luna y de sol, fechas y onomásticos, recetas dirigidas a dolencias comunes tales como el bocio, las diarreas o los dolores de muelas, y noticias curiosas, fueron rasgos que hicieron que estos impresos tuvieran un público cautivo y ventas aseguradas, la respuesta que ofrecían a hechos y situaciones que afectaban de manera directa a los lectores, aseguraba su pertinencia y relevancia, a la vez que en muchas ocasiones podían servir de remedio certero ante la ausencia de personal adecuado para el tratamiento de enfermedades, como lo consignaba el remedio para la tosferina que “dos veces a reinado la enfermedad en el año que acaba”. Las indicaciones del almanaque, decía su escritor, “podrían ser útiles en los lugares privados de los auxilios médicos”.56

Los almanaques fueron centrales en la difusión y circulación de información importante para la vida pública y privada, un recordatorio permanente de los vínculos que las sociedades tenían con un ámbito mayor como el de la cristiandad en las sociedades sacras o la civilización en el orden laico, pero materializado mediante el registro temporal y la idea de compartir un tiempo común que excedía los límites de la comarca o el terruño, pero fueron también vitales en la formación de los lazos comunitarios que exigía la república, divulgando la idea de un pasado compartido y una temporalidad común que unía y hermanaba. Las recetas útiles ayudaron a promover un espíritu práctico de cara a soluciones eficaces para la vida diaria y con ellas el aprendizaje lento de saberes que se oponían a la actitud pasiva del creyente frente al milagro o la intervención divina, así, promovieron también conocimientos locales y avances científicos que ayudaron a transformar a la sociedad.

Periódicos

Anuncios, El Neogranadino, año IV, núm. 17, Bogotá, septiembre 19 de 1857, pp. 208.

“Aviso, Almanaque de La América para el año de 1873”, Periódico La América, año 1, tomo 2, núm. 26, Bogotá, 16 de octubre de 1872, p. 104.

Documentos consultados

Biblioteca Nacional de Colombia (BNC)

Almanaque de Bogotá: guía de forasteros para 1867, por José María Vergara y Vergara i J. B. Gaitán, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1866.

Fondo Pineda 37, pieza 7. Almanaque arreglado al meridiano de Bogotá, para el año de 1857, Bogotá, Imprenta de F. Torres Amaya.

Fondo Pineda 23 pieza 11. Almanaque calculado por B. Domínguez para el año de 1845. Contiene varias recetas útiles. Bogotá, Imprenta de Cualla.

Fondo Pineda 37, pieza 2. Nuevo almanaque político y mercantil de la Nueva Granada para el año de 1838, sin pie de imprenta.

Fondo Pineda 37, pieza 3. Almanaque para el año de 1849, Bogotá, Imprenta de Ancízar.

Fondo Pineda 37, pieza 6. Almanaque calculado por el doctor Benedicto Domínguez del Castillo, para el año bisiesto de 1856, Bogotá, Imprenta de Torres Amaya.

Fondo Pineda 37, pieza 8. Almanaque para 1858, calculado para la Nueva Granada, Unico y lejitimo, Bogotá. Imprenta de la Nación.

Fondo Pineda 46, pieza 5. Almanaque para el año bisiesto de 1852, acompañado de algunas máximas generales que deben observar los ciudadanos a quienes toca desempeñar el cargo de jurados. Por el General J.J. Acosta. Bogotá, Imprenta de El Día.

Fondo Pineda 484, fol. 163-164, Carta de Francisco José de Caldas a Benedicto Domínguez.

Fondo Pineda 5, pieza 1. Almanaque calculado para la Nueva Granada por el Doctor Benedicto Domínguez, para el año de 1819 (sin pie de imprenta).

Fondo Pineda 50, pieza 5. Almanaque nacional, o, Guía de forasteros en la Nueva Granada para el año de MDCCCXXXVIII. Bogotá, Imprenta de Cualla, 1837.

Fondo Pineda 51, pieza 6. Kalendarium Pro Divino Officio persolvendo, sacroque Dietim conficiendo ab universo clero saecular servand. In Sanctaefe de Bogotá Archiepiscchop. M.DCCCXLII Ann Dni. Ferdinand Torrez Ordinat. Superior Permissu. Bogotá, in tipografía B. E. á J. Ayarza, 1841.

Fondo Pineda 8, pieza 50. Almanaque curioso para el año de 1861. Contiene datos estadísticos, recetas, anécdotas y artículos importantes. Calculado para la Confederación Granadina. Bogotá, Imprenta de El Mosaico, 1861.

Fondo Pineda 92, pieza 8. Almanaque calculado para el año de 1847 por el Doctor Benedicto Domínguez, Bogotá, Imprenta de Cualla, 1846.

Fondo Pineda 92, pieza 1. Guía de Forasteros en la Nueva Granada (sin pie de imprenta).

Fondo Pineda 92, pieza 11. Calendario de Cartera para el año de 1851. Con una profecía del porvenir de la Nueva Granada, Bogotá, Imprenta de El Día por J. Ayarza.

Fondo Quijano 9, pieza 2. Almanaque para el año de 1811, calculado para el Nuevo Reyno de Granada. Por don Francisco Josef de Caldas y Tenorio, Director del Observatorio astronómico de Santafé de Bogotá. Individuo de la Expedición Botánica del Reyno, catedrático de matemáticas del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de esta capital. Con la licencia de la Suprema Junta. En la Patriótica de Santafé, 1810.

Fondo Quijano 9, pieza 3. Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reyno de Granada para el año bisiesto de 1812: tercero de nuestra libertad, por Francisco José de Caldas, Santafé, Imprenta patriótica de don Nicolás Calvo, 1812.

Fondo Vergara 47, pieza 1. Almanaque perpetuo formado por don Francisco de Caldas (sin pie de imprenta).

rv 321, pieza 15-16. Almanaque calculado por el Doctor Benedicto Domínguez del Castillo para la República de Colombia, año de 1823-13. Bogotá, Imprenta del Estado por Nicomedes Lora.

rv 321, pieza 4. Almanaque calculado para el año de 1858 (sin pie de imprenta).

rv 321, pieza 53-54. Almanaque calculado por el Doctor Benedicto Domínguez del Castillo, para el año de 1847, Imprenta de Cualla (en pliego).

rv 321, pieza 15-16. Almanaque para la República de Colombia, Año de 1823, Calculado por Benedicto Domínguez del Castillo, Bogotá, imprenta de Nicomedes Lora.

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1Este artículo se deriva de la investigación Lenguajes y estrategias de paz en Colombia, siglo xix, con el apoyo de la Universidad EAFIT, código 881.000001 Attali, Historias del tiempo. México, Fondo de Cultura Económica, 2001.

2 Raichengerg y Labert, “Tiempos, calendarios y relojes”, pp. 287-303.

3 Elias, Sobre el tiempo, p. 49.

4 Pomian, El orden del tiempo.

5 Uribe, Relox. Un nuevo arte de hacer creer. También Uribe, “El oficio del relojero y el arte de la reparación en el mundo de Hispanoamérica del siglo XVIII”.

6 Kosselleck, Futuro pasado, para una semántica de los tiempos históricos.

7Biblioteca Nacional de Colombia (BNC), Fondo Pineda 5, pieza 1. Almanaque calculado para la Nueva Granada por el Doctor Benedicto Domínguez, para el año de 1819 (sin pie de imprenta), p. 19. Este almanaque incluía noticias sobre la acuñación de moneda, la deuda pública de la Nueva Granada, recetas útiles para conservar leche, huevos y manteca, fórmula para fabricar agua de Colonia y una descripción científica del Salto del Tequendama escrita por Francisco Antonio Zea.

8BNC. Fondo Pineda 37, pieza 7. Almanaque arreglado al meridiano de Bogotá, para el año de 1857, Bogotá, Imprenta de F. Torres Amaya.

9BNC rv 321, pieza 4. Almanaque calculado para el año de 1858 (sin pie de imprenta).

10BNC. Fondo Pineda 92, pieza 11. Calendario de Cartera para el año de 1851. Con una profecía del porvenir de la Nueva Granada, Bogotá, Imprenta de El Día por J. Ayarza.

11 Cuellar Wills, “Territorios de papel. Las guías de forasteros en Hispanoamérica (1760-1897)”.

12 Cuellar Wills, “Hacia una definición y caracterización de las guías de Forasteros”, “Guías de forasteros en la cultura de las formas impresas: Hispanoamérica (1761-1893)”, Trashumante. Revista Americana de Historia Social, núm. 16, 2020, pp. 170-191.

13Almanaque de Bogotá: guía de forasteros para 1867, por José María Vergara y Vergara i J. B. Gaitán, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1866.

14BNC. Fondo Pineda 92, pieza 1. Guía de Forasteros en la Nueva Granada (sin pie de imprenta).

15BNC. Fondo Pineda 50, pieza 5. Almanaque nacional, o, Guía de forasteros en la Nueva Granada para el año de MDCCCXXXVIII. Bogotá, Imprenta de Cualla, 1837.

16 Uribe, Ricardo, “Reloj y hábito en la Nueva Granada. Circulación y uso de un artefacto”, en Fernández Martínez Nelson y otros (Eds.), Comunicación, objetos y mercancías en el Nuevo Reino de Granada. Estudios de producción y circulación, Bogotá, Editorial Universidad de los Andes, 2017, pp. 59-106. En este texto Uribe estudia los diversos formatos del reloj: de torre, de salón, de bolsillo o faltriquera y así repara en los usos y las representaciones asociadas al tiempo y a los poseedores de estos artefactos, pp. 66 y ss.

17Sobre Francisco José de Caldas y su comunidad de interpretación véase: Silva Renán, El viajero y sus sombras. Francisco José de Caldas, 1790-1816. Popayán, Quito, Santafé, Bogotá, Crítica, 2021.

18BNC. Fondo Quijano 9, pieza 2. Almanaque para el año de 1811, calculado para el Nuevo Reyno de Granada. Por don Francisco José de Caldas y Tenorio, Director del Observatorio astronómico de Santafé de Bogotá. Individuo de la Expedición Botánica del Reyno, catedrático de matemáticas del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de esta capital. Con la licencia de la Suprema Junta. En la Patriótica de Santafé, 1810.

19BNC. Fondo Quijano 9, pieza 3, Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reyno de Granada para el año bisiesto de 1812: tercero de nuestra libertad, por Francisco José de Caldas, Santafé, Imprenta patriótica de don Nicolás Calvo, 1812, p. 6.

20 Nieto, Orden natural y Orden Social. Ciencia y Política en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada.

21 Botrel, “Para una bibliografía de los almanaques y los calendarios”.

22BNC. Fondo Vergara 47, pieza 1. Almanaque perpetuo formado por don Francisco de Caldas (sin pie de imprenta).

23BNC. Fondo Quijano 9, pieza 2. Almanaque para el año de 1811, calculado para el Nuevo Reyno de Granada. Por don Francisco Josef de Caldas y Tenorio, op. cit., p. 26.

24BNC. Fondo Quijano 9, pieza 3, Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reyno de Granada para el año bisiesto de 1812: tercero de nuestra libertad, por Francisco José de Caldas, op. cit., p. 13.

25Francisco José de Caldas junto a Jorge Tadeo Lozano se hicieron cargo de la publicación del Diario Político de Santafé, publicación que de manera sincrónica narraba los sucesos derivados de los levantamientos políticos de 1810. Cardona Z., Patricia, “El Diario Político de Santafé de Bogotá. La escritura Ilustrada al servicio de la Patria y de la Posteridad. Virreinato de la Nueva Granada, agosto 19 de 1810, febrero 1 de 1811” Disponible en Araucaria, vol. VI, año 18, no. 36, pp. 529-549. https://revistascientificas.us.es/index.php/araucaria/article/view/3111/2707, consultado 25 de febrero de 2022 (accedido julio 15 de 2020).

26BNC. Fondo Quijano 9, pieza 3. Almanaque de las Provincias Unidas del Nuevo Reyno de Granada para el año bisiesto de 1812, op. cit., p. 5.

27BNC. Fondo Pineda 23, pieza 11. Almanaque calculado por el Dr. Domínguez. Año de 1845. Contiene varias recetas útiles, Bogotá, Imprenta de Cualla, p. 4.

28BNC. Fondo Pineda 484, fol. 163- 164, Carta de Francisco José de Caldas a Benedicto Domínguez.

29BNC rv 321, pieza 53-54. Almanaque calculado por el Doctor Benedicto Domínguez del Castillo, para el año de 1847, Imprenta de Cualla (en pliego) y Fondo Pineda 92, pieza 8. Almanaque calculado para el año de 1847 por el Doctor Benedicto Domínguez, Bogotá, Imprenta de Cualla, 1846.

30La organización textual, la presentación de los contenidos de manera simple y corta, las listas e información organizada en forma de tablas, el uso de un formato conocido al que se le fueron incorporando cambios en los contenidos y con la mejoría técnica en las técnicas de impresión, se mejoraron también los formatos con mayor extensión, prolijidad y cantidad de información, todos estos fueron medios que facilitaron la legibilidad y la comprensión de estos impresos, puede verse en Chartier, Roger, “Estrategias editoriales y prácticas culturales”, en Lecturas, libros y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pp. 93-120 y Chartier, Roger, “Text as a performance”, The Panizzi lectures 1998. Publishing drama in Early Modern Europe, British Library, 1999, pp. 1-27.

31BNC. Fondo Pineda 37, pieza 8. Almanaque para 1858, calculado para la Nueva Granada, Unico y lejitimo, Bogotá. Imprenta de la Nación

32BNC. Fondo Pineda 37, pieza 3. Almanaque para el año de 1849, Bogotá, Imprenta de Ancízar.

33BNC. Fondo Pineda 8, pieza 50. Almanaque curioso para el año de 1861. Contiene datos estadísticos, recetas, anécdotas y artículos importantes. Calculado para la Confederación Granadina. Bogotá, Imprenta de El Mosaico, 1861.

34BNC. Fondo Pineda 37, pieza 3. Almanaque para el año de 1849, Bogotá, Imprenta de Ancízar.

35 Anderson, Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo.

36 Ricoeur, “El mundo y el mundo del lector”, pp. 864-901.

37 Cardona Z., “Más que ideología: obras populares en Colombia, 1840-1890”, pp. 130-258.

38 Ginzburg, Mitos, emblemas e indicios. Morfología e Historia, p.155.

39BNC. Fondo Pineda 23, pieza 11. Almanaque calculado por el Doctor Domínguez para el año de 1845, contiene varias recetes útiles, Bogotá, Imprenta de Cualla.

40Roger Chartier, op. cit.

41BNC. Fondo Pineda 51, pieza 6. Kalendarium Pro Divino Officio persolvendo, sacroque Dietim conficiendo ab universo clero saecular servand. In Sanctaefe de Bogotá Archiepiscchop. M.DCCCXLII Ann Dni. Ferdinand Torrez Ordinat. Superior Permissu. Bogotá, in tipografía B. E. á J. Ayarza, 1841.

42BNC. Fondo Pineda 37, pieza 2. Nuevo almanaque político y mercantil de la Nueva Granada para el año de 1838, sin pie de imprenta.

43BNC. Fondo Pineda 46, pieza 5. Almanaque para el año bisiesto de 1852, acompañado de algunas máximas generales que deben observar los ciudadanos a quienes toca desempeñar el cargo de jurados. Por el General J.J. Acosta. Bogotá, Imprenta de El Día.

44BNC rv 321, pieza 15-16, Almanaque para la República de Colombia, Año de 1823, Calculado por Benedicto Domínguez del Castillo, Bogotá, imprenta de Nicomedes Lora.

45BNC. Fondo Pineda 23 pieza 11. Almanaque calculado por B. Domínguez para el año de 1845. Contiene varias recetas útiles. Bogotá, Imprenta de Cualla, p. 19.

46BNC. Fondo pineda 37, pieza 6. Almanaque calculado por el doctor Benedicto Domínguez del Castillo, para el año bisiesto de 1856, Bogotá, Imprenta de Torres Amaya, pp. 40 y 44.

47Anuncios, El Neogranadino, año IV, núm. 17, Bogotá, septiembre 19 de 1857, pp. 208.

48Ibíd.

49BNC. Fondo Pineda 37, pieza 2. Nuevo almanaque político y mercantil, p. 24.

50 Lise, “La divulgación del conocimiento en los almanaques franceses”, p. 165.

51“Aviso, Almanaque de La América para el año de 1873”, Periódico La América, año 1, Tomo 2, núm. 26, Bogotá, 16 de octubre de 1872, p. 104.

52“Avisos Imprenta de Paz y Briceño”, Periódico La América, año 1, trimestre 1, núm. 18, Bogotá, 18 de septiembre de 1872, p. 79.

53Ibíd.

54“Aviso, Almanaque de La América para el año de 1873”, Periódico La América, p. 104.

55Ibíd.

56BNC. Fondo Pineda 37, pieza 2. Nuevo almanaque político y mercantil de la Nueva Granada para el año de 1838, sin pie de imprenta, p. 24.

Recibido: 04 de Marzo de 2022; Revisado: 28 de Junio de 2022; Aprobado: 06 de Julio de 2022

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