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Revista de historia de América

On-line version ISSN 2663-371X

Rev. hist. Am.  n.155 Cuidad de México Jul./Dec. 2018  Epub Feb 28, 2022

https://doi.org/10.35424/rha.155.2018.288 

Artículos

Silvio Zavala y la institucionalización/profesionalización de la historia en México, 1933-1950

Silvio Zavala and the institutionalization / professionalization of history in Mexico, 1933-1950

Jesús Iván Mora Muro* 

*Facultad de Filosofía, Universidad Autónoma de Querétaro, Querétaro, México, correo electrónico: jimmu@hotmail.com.


Resumen

En el artículo exploro el papel que jugó Silvio Zavala en el proceso de institucionalización y profesionalización de la historia en México. Se analiza el valor historiográfico de sus primeras obras producidas durante su estancia en España bajo la guía de Rafael Altamira y Crevea (1933) y las alianzas y vínculos nacionales e internacionales que estableció a su regreso a México desde 1936. Argumento que el prestigio como académico e historiador le permitió a Zavala ser uno de los creadores de publicaciones como Revista de Historia de América y promotor fundamental de instituciones como El Colegio de México en el que formó a múltiples generaciones de estudiantes e investigadores. La investigación finalíza en 1950, último año de su gestión como director del Centro de Estudios Históricos. En este trabajo se utilizan tanto fuentes de archivo como bibliográficas poco estudiadas con anterioridad.

Palabras clave: Silvio Zavala; institucionalización; profesionalización; especialización; americanismo; historiografía mexicana

Abstract

In the article I explore the role that Silvio Zavala played in the process of institutionalization and professionalization of history in Mexico. I analyze the historiographical value of his first works produced during his stay in Spain under the guidance of Rafael Altamira y Crevea and the national and international alliances and bonds that he established upon his return to Mexico since 1936. I argue that the prestige as an academic and historian allowed Zavala to be one of the creators of publications such as Revista de Historia de América and fundamental promoter of institutions such as El Colegio de México where he trained multiple generations of students and researchers. The research ends at 1950, his last year as director of the Historical Studies Centre. In this work I use archival and bibliographic sources that have been scarcely studied before.

Key words: Silvio Zavala; Institutionalization; Professionalization; Specialization; Americanism; Mexican Historiography

Introducción

En memoria de Álvaro Matute

Sin duda Silvio Zavala es un referente obligado para entender el proceso de profesionalización de la historia en México. Además de su sólida formación académica destaca su labor institucional, editorial y su liderazgo en la conformación de redes trasnacionales.

A diferencia del historiador del siglo XIX que trabajaba por lo regular de manera individual, que combinaba la política, la literatura, el periodismo y las armas, con actividades propias de la medicina, las ciencias naturales y físicas, el historiador del siglo XX, después del surgimiento de la figura del intelectual en el mundo occidental, se caracterizó por la paulatina especialización de su quehacer y por la construcción de instituciones y sociabilidades propias de las llamadas ciencias sociales: antropología, arqueología, sociología, entre otras. El historiador se especializó en saberes cercanos a su disciplina. En este proceso, el estudioso del pasado se asumió como tal y sus iguales también lo reconocieron de esa manera.1

Durante la segunda mitad del siglo XX aparecieron en la escena mexicana algunos textos fundamentales para entender el proceso de institucionalización y profesionalización de la historia en México. Es importante hacer hincapié en que en el presente artículo únicamente incluyo los que en mi opinión han sido los más influyentes.

Para seguir un orden cronológico, el primer ensayo especializado sobre la materia es el artículo de Edmundo O’Gorman, “Cinco años de Historia en México” (1945). El estudio está dividido en tres secciones: “Instituciones”; “Publicaciones”: revistas, libros de fuentes, libros de aportación personal e interpretación, y “Otras actividades” en la que se incluyen referencias acerca de los cursos y seminarios en los que se impartían clases de historia -como en la Facultad de Filosofía y Letras y El Colegio de México- y las reuniones académicas, como los Congresos de Historia realizados en el país desde 1933. En general, para O’Gorman, pese a los importantes avances disciplinares que se dieron con la aparición de revistas y publicaciones de renombre y el afianzamiento de la educación superior, era necesario que también se instaurase un Instituto de Investigaciones de la Cultura Mexicana con carácter interdisciplinar para diversificar las propuestas y evitar de esta manera la especialización extrema.2

Siete años después Wigberto Jiménez Moreno en su texto “50 años de historia mexicana” (1952) propuso tres periodos temporales para estudiar la producción historiográfica en México: el primero inicia con el siglo; el segundo en 1917 (o 1921), caracterizado por la exaltación del “espíritu nacionalista” y la revaloración del indígena, y el último, en 1933 con la celebración del primer Congreso de Historia Patria. El texto es una buena fuente para conocer las obras de los historiadores más representativos del periodo: desde Justo Sierra y su Evolución política del pueblo mexicano, pasando por Genaro García y su Don Juan de Palafox (1918), la “magna empresa colectiva” dirigida por Manuel Gamio La población del Valle de Teotihuacán (1922); La historia de la América española (1922-1926) de Carlos Pereyra, hasta llegar a las obras de Silvio Zavala, Edmundo O’Gorman y otros destacados investigadores de la década de los cuarenta.3

Después, en 1961, el historiador estadounidense Robert A. Potash publicó su artículo sobre la “Historiografía del México independiente” en el que realizó un balance de las obras más importantes acerca del movimiento emancipador de 1810. Iniciando desde el siglo XIX, Potash menciona las investigaciones de Lucas Alamán, Francisco de Paula Arrangoiz, Emilio del Castillo Negrete, José María Roa Bárcena, Justo Sierra, Genaro García, Carlos Pereyra, Francisco Bulnes, Ricardo García Granados, Alfonso Toro y otros historiadores que dieron a conocer su producción después de los años veinte. Es importante recalcar que en el texto el autor también hace énfasis en la institucionalización de la historia en México -antes de su posterior profesionalización a partir de 1940- con las clases del Museo Nacional y la Escuela de Altos Estudios (después Facultad de Filosofía y Letras), la fundación de la Academia Mexicana de la Historia en 1919 y el primer Congreso Mexicano de Historia de 1933, cuya importancia, en su opinión, radicó en que “con anterioridad no había existido una asociación general de historiadores en México” en la cual se discutiesen los problemas y puntos de vista con respecto a la disciplina.4

De igual manera, Luis González y González efectuó un recorrido historiográfico e institucional en su “Historia de la historia” (1966). En su análisis el historiador michoacano destacó la importante labor institucional que se había realizado desde los años treinta con la fundación de publicaciones, asociaciones culturales y educativas para la difusión de las humanidades: el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (1928), el Fondo de Cultura Económica (1934), la revista Ábside (1937), la editorial Jus (1938), el INAH (1939), El Colegio de México (1940), la revista Cuadernos Americanos (1941), El Colegio Nacional (1945), entre otras. Para González y González a partir de la década de los cuarenta, en instituciones como El Colegio de México y la Universidad Nacional Autónoma de México -bajo la guía de profesores como Ramón Iglesia, Silvio Zavala, José Miranda y José Gaos-, se inicia la multiplicación de estudios especializados y la ya mencionada profesionalización de la historia.5

Otras propuestas interesantes sobre la historiografía mexicana son las de Enrique Florescano y Miguel León Portilla. El primero, aunque inicia su narración en el siglo XIX, se concentra en las temáticas que surgieron después de la revolución de 1910 -la historia política-nacionalista y el indigenismo- y en la institucionalización y profesionalización de la disciplina después de 1940.6 Mientras que León Portilla consideró que la historiografía mexicana se había caracterizado durante el siglo XX (hasta 1978, año de su escrito) por las continuas disputas ideológicas entre bandos encontrados, esto a pesar de la paulatina profesionalización que había vivido el oficio durante las últimas décadas con la llegada de los exiliados españoles.7

Además de los ya mencionados, en el presente artículo me apoyo particularmente en tres autores cuyas propuestas metodológicas y teóricas han renovado los estudios sobre los historiadores y la historiografía en Estados Unidos y en México: Peter Novick, Álvaro Matute y Guillermo Zermeño.

En opinión de Peter Novick es claro que hacia finales del siglo XIX el paradigma de objetividad, de origen cientificista, había alcanzado a una pluralidad de disciplinas como el periodismo, la literatura y, por supuesto, la historia, cuyo fin primordial era evitar el engaño, el disimulo y la fantasía.8 En el caso de la historiografía norteamericana, su profesionalización se dio de manera mucho más temprana que en el caso mexicano; desde finales del siglo XIX ya podemos encontrar historiadores que tenían formación universitaria y laboraban en instituciones educativas. En este sentido, Novick plantea que los criterios para determinar cuándo estamos hablando de una profesión como tal son los siguientes: debe contarse con un aparato institucional sólido que conste de una asociación y de una publicación periódica docta y con una formación académica estandarizada por habilidades “esotéricas” que deben tener como fin último la obtención de un título universitario. Por ejemplo, en el caso de Estados Unidos a partir de 1928 casi todos los miembros de la American Historical Association eran profesionales “tanto por formación como por ocupación”.9

Para el caso de México, Álvaro Matute desde su obra La teoría de la historia en México (1974) se dedicó a explicar los procesos historiográficos por los que ha pasado la disciplina. En 1999 publicó un artículo titulado “La profesionalización del trabajo histórico en el siglo XX” que resume en gran medida sus inquietudes al respecto y que para los fines de esta investigación es muy ilustrativo. Ahí sostiene que el rango principal de la historiografía contemporánea en México había sido el proceso de profesionalización desarrollado a lo largo del siglo XX.

Matute apunta que desde el siglo XIX existieron algunos intentos de establecer una historiografía profesional con las actividades de eruditos como José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra y Joaquín García Icazbalceta, quienes a pesar de ser autodidactas se reunían en “espacios” propicios para comunicarse entre sí y compartir los logros alcanzados: como los liceos, academias, ateneos y sociedades “que les permitieron dar a conocer los resultados de sus trabajos y recibir opiniones”. Instituciones como el Archivo General de la Nación, el Museo Nacional y, desde 1910, la Universidad Nacional fueron los recintos en los que historiadores como Francisco del Paso y Troncoso, Genaro García, Jesús Galindo y Villa y Luis González Obregón desempeñaron su oficio. Posteriormente, Genaro Estrada (1887-1937) durante los años veinte impulsó desde la Secretaría de Relaciones Exteriores diversas iniciativas editoriales y creó el archivo histórico diplomático que en la actualidad lleva su nombre. Acertadamente, para Álvaro Matute, Estrada debe ser considerado el primer eslabón hacia la profesionalización de la disciplina.10

Por otro lado, en opinión de Guillermo Zermeño la institucionalización de la historia como disciplina académica se inició en México hacia finales del siglo XIX bajo las premisas de la modernidad cientificista (imparcialidad y objetividad) establecidas por historiadores como Leopold von Ranke (1795-1886). Pese a que en México no se leyeron directamente las obras de Ranke hasta los años treinta y cuarenta con la creación del Fondo de Cultura Económica y la llegada de los exiliados españoles que tradujeron varias obras del alemán, es posible rastrear en los autores decimonónicos mexicanos “una nueva manera de hablar y relacionarse con el pasado”. A principios del siglo XX los historiadores españoles y franceses fueron para los mexicanos un vínculo directo con esta nueva manera de hacer historia. El caso de Rafael Altamira y Crevea (1866-1951), quien era muy leído por los historiadores mexicanos después de 1910, es un buen ejemplo de la mediación ibérica.11

Con las clases del Museo Nacional desde 1903 y posteriormente con la creación de centros de investigación como la Escuela de Altos Estudios, la Facultad de Filosofía y el Instituto de Estudios Estéticos de la UNAM, el INAH, El Colegio de México y el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM se consolidaría la llamada institucionalización de la historia. Después, bajo el cobijo de estos centros educativos se iniciaría la paulatina profesionalización de la disciplina, con la formación de futuros profesionales con la obtención de un título.12

De esta manera, guiado por estos autores, entiendo por profesionalización el proceso en el cual los especialistas o expertos de un saber son reconocidos socialmente por sus capacidades y conocimientos que son validados por instituciones oficiales que otorgan un título universitario. El profesional, para sintetizar, vive de la disciplina en la que ha sido instruido.

Sin embargo, considero que no se debe olvidar que la paulatina trasmutación del historiador en profesional se dio desde el momento en que de manera gremial creó instituciones y sociabilidades adecuadas para la trasmisión de los cánones del oficio, cuando se desenvolvió como profesor, aunque no necesariamente universitario, para trasmitir sus conocimientos disciplinares a sus alumnos y, por consiguiente, a las nuevas generaciones. En su papel como formador de nuevos historiadores y no únicamente como repetidor de los hechos del pasado. Así, durante las primeras décadas del siglo XX se construyeron las bases estructurales, las redes y los grupos que permitirían el desenvolvimiento de la profesión después de los años cuarenta.

En este sentido, cuando Silvio Zavala regresó a México en 1936, después de realizar sus estudios doctorales en España bajo la dirección de Rafael Altamira y Crevea (1933), encontró las condiciones institucionales necesarias para su desenvolvimiento como historiador. De esta manera, como agente especializado y especializante, el yucateco se convirtió en el primer historiador dedicado exclusivamente a la profesión.

En esta misma línea, es muy ilustrativa la división que hace Rafael Gutiérrez Girardot entre los funcionarios/escritores y los escritores/funcionarios. Apunta que los primeros se convirtieron en escritores gracias a sus nexos con el poder político, mientras que los segundos ejercieron el servicio público como consecuencia de la fama que ya habían obtenido como intelectuales.13 Como consecuencia, el funcionario/historiador que hacia finales del siglo XIX se convertiría en académico por su labor política fue la figura dominante todavía durante las primeras décadas del siglo XX. Fue hasta finales de la década de los treinta, con intelectuales como Silvio Zavala y la lenta consolidación del profesional de Clío, cuando aparece el historiador/funcionario como tal, el que estaba dedicado íntegramente al oficio.

Silvio Zavala

Silvio Zavala (1909-2014) estudió Derecho en su natal Yucatán durante los años de 1927 y 1928 para después trasladarse a la ciudad de México en donde concluiría sus estudios universitarios en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1931 se dirigió a España como becario del gobierno español -probablemente con recursos del Instituto Hispano Mexicano de Intercambio Universitario y la Junta para Ampliación de Estudios- para estudiar el Doctorado en Derecho en la Universidad Central de Madrid en donde se tituló en 1933 con la tesis Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España (Estudio Histórico-Jurídico) bajo la dirección de Rafael Altamira y Crevea.14

Es importante tomar en cuenta que en la formación de Zavala como historiador fue determinante la cercanía que mantuvo con investigadores españoles como el propio Altamira, Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz, Dámaso Alonso y Benito Sánchez Alonso, quienes lo dotaron metodológicamente de un conocimiento disciplinar ajeno o poco común en la realidad mexicana de aquellos años.15

Estos autores, miembros entre otras instituciones del Centro de Estudios Históricos de Madrid en donde Zavala también trabajaría (1933-1936), eran conocedores puntuales de la historiografía y filosofía alemana, francesa e italiana que circulaba desde finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX por las universidades y academias europeas.16 Este bagaje intelectual, directa o indirectamente, fue trasmitido al historiador mexicano, quien a su regreso al país llevó a la práctica estas enseñanzas como director de la Revista de Historia de América, fundada en 1938 como órgano del Instituto Panamericano de Geografía e Historia que desde 1928 había iniciado en la ciudad de México su labor unificadora entre los países americanos.

Como su título lo indica, en la publicación se privilegiaron los artículos sobre América (principalmente la española) haciendo énfasis en la historia colonial. En este sentido, la influencia de Zavala fue determinante en los destinos y propuestas de la Revista. Entre los propósitos de la nueva publicación destaca el interés por fomentar el estudio del pasado del Continente desde una mirada más amplia sobrepasando los límites impuestos por las fronteras políticas actuales, y puntualizar en las similitudes culturales, económicas e institucionales de los territorios que antaño formaron parte del imperio español, sin olvidarse de Brasil y Estados Unidos que también presentaban “atractivos temas comunes de historia de límites, relaciones comerciales e influencias del espíritu”. En suma, Silvio Zavala y su consejo editorial deseaban “contribuir al acercamiento de los investigadores” ofreciendo “estudios, documentos, informaciones científicas, reseñas de libros y revistas y bibliografía sobre historia del Continente”.17

Como todo proyecto que inicia, la publicación también sufrió para consolidarse como un producto de calidad. Por lo menos, ésa era la opinión del propio Zavala, quizá perfeccionista en demasía, quien tras el primer año de vida de la revista expresó sus inconformidades en una carta dirigida a Alfonso Reyes después de invitarlo a participar en ella (15 de abril de 1939):

Advierto algunos defectos en la obra que hemos realizado hasta aquí en la Revista, pero es difícil obtener colaboraciones impecables en el primer año de vida. Mi programa para el año próximo creo que será mejor. Parece que las bases de la investigación moderna hispanoamericana descansan en Argentina y los Estados Unidos, pero es preciso animar otros ambientes.18

Sin duda, con el pasar del tiempo, esta labor emprendida rendiría grandes frutos logrando un acercamiento entre los investigadores americanos y europeos, quienes muy pronto colaborarían de manera conjunta para el fortalecimiento de la disciplina en México y otros países del subcontinente. Es importante considerar que durante el mismo periodo circulaban otras revistas americanas de prestigio similares a la de Zavala, como la de Federico de Onís, Revista Hispánica Moderna (1934-1953) publicada en Nueva York, y la de Amado Alonso, Revista de Filología Hispánica (1939-1946) editada en Buenos Aires. Ambas fueron reconocidas por Alfonso Reyes, quien en una carta dirigida a Zavala (3 de enero de 1940) expresó la necesidad de crear una revista de humanidades en México similar a las de los dos intelectuales españoles.19

Entre los primeros colaboradores de la Revista de Historia de América encontramos a Rafael Altamira y Crevea, Lewis Hanke, Ricardo Levene, Alfonso Reyes, Rafael Heliodoro Valle, José Moreno Villa, Francisco Monterde y Javier Malagón, y desde 1947 a Ernesto de la Torre Villar. Entre los americanistas ilustres que desde los primeros años participaron en el proyecto sobresalen Marcel Bataillon, Agustín Millares Carlo, Robert Ricard, Jorge Ignacio Rubio Mañé, entre muchos más.20

Posteriormente, además de seguir con esta labor editorial, Silvio Zavala también se desempeñaría en instituciones como El Colegio de México en donde fungiría como director del Centro de Estudios Históricos, como miembro de la Academia Mexicana de la Historia desde 1946, en El Colegio Nacional, en la UNAM y en otros centros educativos y culturales a nivel nacional e internacional.21

En el ámbito historiográfico, que es el que aquí interesa de forma particular, desde sus primeras obras mostró un marcado profesionalismo y, por consiguiente, una concientización de las metodologías propias del oficio. En su ya mencionada tesis doctoral, publicada en 1933, realizó un importante análisis histórico “para reconstruir las formas jurídicas” en donde se “movían las huestes españolas conquistadoras” y sus motivaciones institucionales y particulares. En esta primera investigación de gran alcance demostró que la Conquista (con la primera colonización en tierras americanas) había tenido como fundamentación jurídica el “viejo ramaje medieval del Derecho español” que había pasado a las Indias en diversas instituciones y que con el pasar del tiempo tomaron características propias.22

En opinión de Rafael Altamira y Crevea, este tema, pese a que era muy conocido y su relato se encontraba “en las fuentes principales de la Historia de la Conquista”, no había sido estudiado con detenimiento por “ningún americanista” ni por los “profesionales del Derecho”. Dicho con otras palabras, pese a que existían las fuentes bien estudiadas por los especialistas, como la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, nadie había realizado un análisis historiográfico/jurídico de las mismas. Para Altamira y Crevea el valor intrínseco de los documentos no era su “rareza”, sino el método y la teoría con la que el historiador los abordaba y los presentaba al lector.23

Llama la atención que Silvio Zavala, además de citar algunas fuentes primarias, también utilizó varias obras que habían sido publicadas en el propio siglo XX: Francisco A. de Icaza, Diccionario Autobiográfico de Conquistadores y Pobladores de la Nueva España (Madrid, 1923); Ricardo Levene, Introducción al estudio del Derecho Indiano (Buenos Aires, 1924); Carlos Pereyra, Historia de la América Española (1925); José María Ots Capdequí, “El Derecho de Propiedad en las Indias”, en Anuario de Historia del Derecho Español (Madrid, 1925); Roger B. Merriman, The Rise of the Spanish Empire (New York, 1925), Carmelo Viñas Mey, El estatuto obrero del indígena en la colonización española (Madrid, 1931) y varias más que hacen de su estudio un ejemplo de historiografía moderna por su conocimiento de la tradición científica que le precedía.

Esta enumeración de obras, sin ser exhaustiva, demuestra su actualizado y extenso conocimiento del tema. Gracias a su estadía en España, en donde las instituciones educativas estaban más consolidadas que en México, Zavala había adquirido las herramientas y el bagaje de la historia académica en donde los investigadores escribían primordialmente para sus pares.

En su siguiente obra, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, publicada en 1935, realizó un estudio de la influencia de la teoría europea en las leyes de la Corona española dictadas para sustentar la penetración colonial en las indias. Además de contar con un extenso “estado de la cuestión”, puntualizó que los tratados del siglo XVI se estudiaban con diversos fines dependiendo de los intereses del historiador: para “reivindicar la cultura de la época” o “establecer la relación entre el Derecho de gentes y el Derecho internacional moderno”.24

Después de su fructífera experiencia española, en 1936 regresaría a un México que empezaba a dar muestras de una profunda transformación producto de los esfuerzos de individuos como Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Genaro Estrada, Manuel Toussaint, Alfonso Caso y muchos otros que poco a poco habían iniciado la construcción de instituciones que con el paso del tiempo serían los cimientos culturales y científicos del nuevo régimen.

Zavala no fue ajeno a este impulso renovador. Muy pronto se relacionó con Genaro Estrada, Manuel Toussaint y con Alfonso Reyes, quien sería a la postre uno de sus amigos más cercanos y cómplice, junto a Daniel Cosío Villegas, en la fundación de El Colegio de México en 1940.25 Además de estos primeros contactos con la intelectualidad nacional, entre 1937 y 1942 se vinculó con escritores e historiadores tanto de Norteamérica como de América del Sur, como los argentinos Victoria Ocampo, quien dirigía la revista Sur; Ricardo Levene, editor de una Historia de América (1941) -en la que Zavala participó- y los historiadores Lewis Hanke y James T. Shotwell, estadounidense y canadiense, respectivamente.26

Una muestra más de su rápida consolidación como intermediario entre la historiografía mexicana y la internacional son los Ensayos sobre la historia del Nuevo Mundo (1951) y los Estudios Históricos Americanos: Homenaje a Silvio Zavala (1953), que reúnen los trabajos de varios historiadores provenientes de los diversos países de América: Walter Prescott Webb, John Francis Murphy, Charles F. Griffin, Alfonso Reyes, Rafael Heliodoro Valle, Germán Arciniegas, Ricardo Donoso Novoa, Gilberto Freyre, entre otros.

Interesantes rasgos de estas redes intelectuales se muestran en la correspondencia que mantuvo con algunos de estos historiadores. Por ejemplo, en cartas fechadas el 26 de enero y el 20 de febrero de 1942, Shotwell -en ese momento director de la Division of Economics and History de la Carnegie Endowment for International Peace- lo invitó a Estados Unidos con todos los gastos pagados para que visitara las universidades de Columbia, Princeton y Harvard y colaborara en el ya mencionado volumen dedicado a la historia de América Latina.27

Entre el 25 de febrero de 1944 y el 2 de febrero de 1945, ya como profesor de El Colegio de México, realizó un viaje a América del sur para recopilar información valiosa sobre el estado de las artes en el continente, dar a conocer lo realizado en México en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México e indagar en qué circunstancias se encontraban los estudios históricos. Primordialmente, se preguntó si esta labor la realizaban aficionados o profesionistas. Sus impresiones al respecto fueron enviadas por vía postal a Alfonso Reyes (presidente de El Colegio de México):

El cultivo de la historia es en buen número de los países visitados un placer o rendimiento de aficionados, comenzando a figurar, en posición por lo común difícil, la clase de los historiadores que desempeñan profesionalmente la cátedra, [que] ocupan los escasos cargos de investigación o ingresan en los empleos públicos de carácter cultural (museos, archivos, bibliotecas, etcétera).28

Entre los países más avanzados en el proceso de profesionalización de la disciplina Zavala identificó a Argentina que ya contaba con un Instituto de Investigaciones Históricas en la Universidad de Buenos Aires, dirigido por Emilio Ravignani (1886-1955) y a Perú en donde el padre Rubén Vargas Ugarte impartía un seminario en la Universidad Católica de Lima. Sin embargo, más allá de estos casos aislados, en su opinión en Suramérica la formación de los historiadores profesionales no era una finalidad por lo que abundaban los aficionados:

Los aficionados trabajan usualmente en sus casas, con bibliotecas privadas, sin obligaciones públicas. Los profesionales acuden a los archivos y bibliotecas oficiales, enseñan e investigan para ganarse la vida y en suma desarrollan toda su labor en medio de la sociedad que los sustenta. Cuando se ha logrado cierto progreso en este sentido, los jóvenes que aspiran a la misma carrera tienen dónde formarse y las cátedras y cargos de investigador sirven de aliciente a los propios egresados.29

Este primer contacto con la realidad americana sería crucial para identificar las carencias y proyectar a futuro las medidas a seguir para elevar el desempeño de la disciplina en México y en los demás países del subcontinente. En un estudio publicado originalmente en 1952 Zavala hizo hincapié en dos eventos que fomentaron las relaciones internacionales entre los historiadores después de la Segunda Guerra Mundial: la realización de la Historia Científica y Cultural de la Humanidad (patrocinada por la UNESCO en 1948) y el Programa de Historia de América bajo la iniciativa de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia que había sido constituida en 1947.

En el primer caso se realizaron alianzas académicas entre prestigiosos investigadores de las humanidades y ciencias sociales que buscaron como objetivos primordiales el estudio del “desarrollo progresivo de la humanidad” y el reconocimiento de la “obra común” (un pasado común) entre todos los pueblos. Entre los miembros del comité organizador se encontraban los franceses Paul Rivet y Lucien Fevbre, el norteamericano Ralph Edmund Turner, y el mexicano Jaime Torres Bodet. Entre las influyentes ideas que se discutieron aquel año, Zavala destacó de manera particular las propuestas de Turner, quien propuso como eje rector su término “World Community” que a grandes rasgos planteaba la interdependencia global entre los pueblos del mundo y la superación de la historia netamente nacionalista por una historia de la humanidad.

Por otro lado, para el segundo caso, Zavala dio a conocer los planteamientos esbozados por Mariano Picón Salas, historiador venezolano que había dictado un seminario en El Colegio de México en 1950. En resumen, para él era sumamente importante inculcar en las nuevas generaciones de historiadores latinoamericanos la pronta elaboración de estudios que tuviesen como objetivo una mirada continental y no únicamente local.30

Sin lugar a duda, el apoyo a este espíritu americanista que caracterizó a don Silvio a lo largo de su vida profesional fue en gran medida producto de su cercanía con Rafael Altamira y Crevea, y después con los exiliados españoles como José Miranda y Ramón Iglesia; con historiadores franceses como Jean Sarrailh, Marcel Bataillon, Robert Ricard, François Chevalier y Jean Pierre Berthe, y con el norteamericano Lewis Hanke, a quien conoció desde los años treinta y con quien organizaría desde 1949 los famosos congresos entre historiadores mexicanos y norteamericanos.31

Por estas razones, reitero que con él México encontraría a uno de los primeros historiadores formados profesionalmente y maestro de futuros especialistas como Luis González y González, y latinoamericanos como Julio Riverend (cubano), Isabel Gutiérrez del Arroyo (puertorriqueña), Eduardo Arcila Farías (venezolano), Luis Muro (peruano), entre muchos otros discípulos formadores, a su vez, de decenas de historiadores de renombre internacional.

Además de renovar y transformar la historiografía que se practicaba en México buscó ampliar las miras de la investigación hacia horizontes más amplios que concernían a la América entera, y superar, de esta manera, las tendencias nacionalistas que aun en la actualidad determinan a la disciplina.

Institucionalización y profesionalización de la historia en México

Pese a que por lo regular se olvide, los vínculos entre las ciencias sociales y la Historia han sido estrechos desde que estas disciplinas iniciaron su camino profesionalizante en México. Un ejemplo de ello es la Sociedad Mexicana de Antropología (SMA), fundada en 1937, y que agrupó entre sus filas a muchos investigadores que desde tiempo atrás habían incursionado en la arqueología y en la historia de las culturas indígenas. Dos fueron sus secretarios: Rafael García Granados (1893-1955) y Daniel Rubín de la Borbolla (1907-1990). El primero, historiador, fundador junto a Manuel Toussaint del Instituto de Investigaciones Estéticas (1936) y posteriormente, desde 1945, uno de los iniciadores del Instituto de Investigaciones Históricas de la misma UNAM; el segundo, arqueólogo y antropólogo, miembro desde 1939 del Instituto Nacional de Antropología e Historia.32

Entre los historiadores -incluyendo a los que intercalaban sus saberes con la arqueología y la antropología- miembros de la SMA y que ese mismo año de 1937 formaron la Revista Mexicana de Estudios Antropológicos sustituta de la Revista Mexicana de Estudios Históricos (1927-1928), destacan Alfonso Caso, Manuel Gamio, Rafael Aguilar y Santillán, Marcos E. Becerra, Luis Castillo Ledón, Luis Chávez Orozco, Jorge Ignacio Dávila Garibi, Federico Gómez de Orozco, Eulalia Guzmán, Wigberto Jiménez Moreno, Pablo Martínez del Río, Miguel O. de Mendizábal, Eduardo Noguera, Rafael Heliodoro Valle y José Reygadas Vértiz.33

En 1938 el presidente Lázaro Cárdenas presentó al Congreso de la Unión una propuesta para transformar el Departamento de Monumentos Artísticos, Arqueológicos e Históricos de la Secretaría de Educación Pública (SEP) en un Instituto que tuviese “personalidad jurídica propia” y que contara con recursos proporcionados por el gobierno federal, las instancias estatales y particulares. Así, el 3 de febrero de 1939 se creó el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para desempeñar, entre otras funciones, la exploración de zonas arqueológicas en el país; la vigilancia, conservación y restauración de monumentos, y la realización de investigaciones científicas y artísticas para su subsiguiente publicación. Alfonso Caso como primer director y con el apoyo de un selecto grupo de arqueólogos, historiadores y antropólogos como Ignacio Marquina, Jorge Enciso. Eduardo Noguera, José de Jesús Núñez y Domínguez, Daniel F. Rubín de la Borbolla, entre otros, inició el camino de la nueva asociación y también comenzó la publicación de sus Anales. En 1940 con el propósito de formar “cuadros profesionales” de científicos debidamente capacitados se fundó la Escuela Nacional de Antropología (ENA) -que en 1946 tomaría su nombre actual- con el apoyo de la Secretaría de Educación Pública y de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM en donde ya se impartían las clases de historia, de arqueología y filología.34

Hacia finales de la década de los treinta y principios de los cuarenta, la enseñanza de la Historia en la FFyL ya daba muestras de su rigurosidad académica.

En ese periodo Josefina Muriel fue destacada alumna de historia en la Facultad:

En la Facultad de Filosofía y Letras poco a poco descubrí lo que más interés tenía para mí, porque estudiamos historia de todo el mundo y de México. La carrera era muy amplia y daba una visión que invitaba a elegir con conocimiento de causa las distintas especializaciones que se ofrecían […] Todos mis maestros fueron magníficos. De los maestros mexicanos recuerdo a don Rafael García Granados, y por supuesto a don Antonio Caso; al arquitecto Carlos Lazo, al doctor Oswaldo Robles y a don Manuel Toussaint en historia del arte […] Con don Federico Gómez de Orozco estudiamos la época colonial; con Rafael Heliodoro Valle estudié historia de América. Ellos nos dieron hermosas clases y nos enseñaron a investigar.35

En este proceso de profesionalización de la disciplina el arribo de los exiliados españoles a México durante y después de finalizada la guerra civil es un momento histórico coyuntural para el desarrollo de las ciencias sociales y humanidades en el país. Primeramente, y debido a la necesidad de incorporar a los intelectuales recién llegados a la vida académica, en 1938 se creó la Casa de España en México, una iniciativa que tuvo como modelos a la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas de 1907 y al Centro de Estudios Históricos de Madrid, fundado en 1910. Con el apoyo del gobierno del general Lázaro Cárdenas, Daniel Cosío Villegas junto con Alfonso Reyes y el patronato conformado por Eduardo Villaseñor (Subsecretario de Hacienda), Gustavo Baz (rector de la UNAM) y Enrique Arreguín (de la SEP), serían los artífices del proyecto.36

Posteriormente, en 1940, la Casa se transformó en El Colegio de México, institución académica que inició sus labores con tres Centros de estudio: Históricos (creado en 1941), Sociales y Filológicos. Es evidente la influencia de los “transterrados” en las líneas teóricas y metodológicas adoptadas por la nueva central educativa. Doce profesores españoles se desempeñaron desde el inicio: Jesús Bal y Gay, Juan de la Encina, Enrique Díaz-Canedo, José Gaos, Ramón Iglesia, José Medina Echevarría, Agustín Millares Carlo, José Moreno Villa, Luis Recasens Siches, Juan Roura Parella, Adolfo Salazar y Joaquín Xirau. En el Centro de Estudios Históricos (CEH), dirigido por Silvio Zavala desde 1941 hasta 1950, se insistió en que el “nuevo historiador” debía contribuir a la ampliación del conocimiento que se destacara por su originalidad.37

Además del fortalecimiento de la disciplina, bajo la batuta de Zavala el CEH tendió puentes con otras instituciones educativas. Por ejemplo, desde 1942 se gestionaron posibles intercambios académicos entre El Colegio de México e instituciones norteamericanas y canadienses por intermediación de Lewis Hanke y James Thompson Shotwell.38

En propias palabras de Zavala, antes de la formación del Centro su plan era crear un Instituto de Historia que debía “ser simultáneamente docente y de investigación” y que tuviera como principal objetivo mejorar la calidad en la “producción histórica” de México para elevarla “al rango que le corresponde por la dignidad e interés de su materia”. Así, con la edificación de dicho recinto educativo se procuraría “la introducción de métodos modernos y rigurosos para sustituir, por medio del ejemplo y el valor propio de los trabajos, la producción anárquica, espontánea y de ficción desconcertada”.39

Los baluartes del historiador como futuro profesional en ciernes eran la investigación rigurosa con materiales novedosos obtenidos en los archivos y bibliotecas, la interpretación precisa y cuidadosa de las fuentes y el “reconocimiento de las deudas intelectuales” y el deslinde de “la paternidad de las ideas y de los datos”.40 También se buscó superar las añejas posturas dicotómicas y partidarias que habían caracterizado a los historiadores mexicanos que defendían las trincheras del liberalismo o del conservadurismo, del hispanismo o el indigenismo.41

Entre 1941 y 1949 algunas de las asignaturas que se impartieron en el Centro fueron las de Ramón Iglesia (Historiografía), Juan B. Iguíniz (Bibliografía), Agustín Millares Carlo (Paleografía y Diplomática), Paul Kirchhoff (Métodos y doctrinas etnológicas), Ignacio Dávila Garibi (Náhuatl), Silvio Zavala (Historia de las instituciones indianas), Francisco Barnes (Historia de España), José María Miquel (Independencia de México), Manuel Toussaint (Historia del Arte), Pablo Martínez del Río (Prehistoria), Daniel Cosío Villegas (Historia Económica), y José Miranda (Historia de las Instituciones).42 Este grupo de profesores mexicanos y extranjeros -de diversas tendencias ideológicas- conjugaron sus experiencias historiográficas para formar a los nuevos historiadores en el país. Es importante destacar que con el plan de estudios elegido se hizo hincapié, como se venía haciendo desde las primeras décadas del siglo XX, en la importancia de las ciencias auxiliares de la historia y en la interdisciplinaridad con la inclusión de la etnología.

Muchos años después, Ernesto de la Torre Villar, uno de los primeros alumnos del CEH, además de reconocer las valiosas enseñanzas de sus maestros apuntó que una de las virtudes de El Colegio de México había sido colocar a sus alumnos en instituciones adecuadas para su desenvolvimiento profesional:

Así fue que unos fueron a trabajar a la Biblioteca Nacional u otras instituciones, y que yo fui a parar al Archivo General de la Nación […] Fue una distribución que siento que fue benéfica, no solamente para nosotros sino para las instituciones, porque, realmente, con la metodología que nosotros habíamos adquirido por nuestra preparación, por nuestra especialización, pudimos orientar esas funciones y ordenar el trabajo que se realizaba en ellas.43

Después añadió que la metodología que les habían enseñado en el Colegio era de muy buena calidad: “porque allí aprendimos a hacer notas, reseñas bibliográficas, a saber, establecer las fichas, a organizar los ficheros”.44 Al respecto, Luis González y González reconocería que el baluarte educativo primordial del CEH había sido desde un principio su rigor académico. Con “un plan de pocas materias” en donde se abordaban la historia universal y de América, los alumnos se ejercitaban en técnicas como la paleografía y en idiomas clásicos y modernos. El Seminario fue el medio idóneo para que germinasen estas enseñanzas: en “donde un profesor expone, los alumnos contraponen y ambos arriban a una síntesis”. Así, “sólo con tales planes y métodos se podía aprender haciendo breves trabajos de investigación semestrales y una tesis gorda y madura al final de la carrera”.45 Profesores como José Gaos, Wenceslao Roces, Javier Malagón, José Miranda, José Medina Echevarría, fueron algunos de los más comprometidos con el sistema de seminario como método didáctico.46

En este contacto entre maestro y alumno, también la labor docente de Silvio Zavala es otra referencia obligada para entender esos primeros años del CEH. María del Carmen Velázquez, una de sus muchas alumnas, recordó el método historiográfico del maestro: les enseñaba a trabajar como los aprendices en un taller, “debían empezar por conocer sus herramientas: esto es, los documentos”, saber de qué época eran. Familiarizarse con “el tipo de papel, la forma de la escritura, antes de querer analizar el contenido del documento”. En otras palabras “hacer un análisis de materiales como si se tratara de una ciencia exacta”.47

En ese mismo periodo el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM aparece como una pieza más de la institucionalización de la Historia y del inicio de la etapa profesional en México. Sus fundadores fueron Pablo Martínez del Río, Rafael García Granados, Julio Jiménez Rueda y Salvador Toscano (1912-1949).48 Con el apoyo del rector Genaro Fernández McGregor (1883-1959), estos estudiosos del pasado mexicano inauguraron el referido centro de estudios el 15 de mayo de 1945. Entre los primeros investigadores del nuevo órgano educativo sobresalen Alberto María Carreño, Jorge Ignacio Rubio Mañé, Manuel Mestre Ghigliazza, Pedro Bosch Gimpera, José Fernando Ramírez, Víctor Rico González y José C. Valadés.49

Entre las primeras publicaciones del Instituto destacan Pedro Bosch Gimpera, El poblamiento antiguo y la formación de los pueblos de España (1945); Ordenanzas del trabajo, siglos XVI y XVII, selección y notas de Silvio Zavala (1947); Manuel Mestre Ghigliazza, Invasión norteamericana en Tabasco, 1846-1847 (1948); Víctor Rico González, Historiadores mexicanos del siglo XVIII (1949); Rafael Altamira y Crevea, Ensayo sobre Felipe II, hombre de Estado. Su psicología general y su individualidad humana (1950); Agustín Millarés Carlo, Investigaciones bibliográficas iberoamericanas. Época colonial (1950); Jorge Gurría Lacroix, Las ideas monárquicas de don Lucas Alamán (1951); Jorge Ignacio Rubio Mañé, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, 1535-1746 (1955), entre otras.

Historiografía y cientificismo

La idea de que Silvio Zavala era “positivista” se remonta, por lo menos, al año de 1937 cuando se protagonizaron algunas discusiones en la Revista Historia de América bajo la dirección del propio Zavala y en publicaciones como Alcancía, Letras de México, Cuadernos Americanos, y Filosofía y Letras, “órganos de expresión” dominados por el historicismo. Primordialmente, la polémica giró en torno a la obra La Utopía de Tomás Moro en la Nueva España escrita por el historiador yucateco. Desde la revista Alcancía, Edmundo O’Gorman le llamó neopositivista y le reprochó a Zavala el uso pragmático-político de la obra.50

Empero, fue posteriormente cuando las posturas se radicalizaron debido a una discusión que sostuvieron Zavala y Edmundo O’Gorman en una reunión llevada a cabo dentro del marco del Primer Seminario para el estudio de la Técnica de la Enseñanza de la Historia celebrado del 16 al 21 de marzo de 1945, con el objetivo de complementar los trabajos realizados en la Primera Conferencia de Mesa Redonda para el Estudio de la Técnica de la Enseñanza de la Historia (mayo de 1944).51

En el Seminario se acordó que era necesario convocar a una junta “para discutir libremente los problemas filosóficos implícitos en la actividad del historiador”:

Se convino entre el doctor Zavala y E. O’Gorman que cada uno escribiera una breve ponencia sobre el tema “Consideraciones sobre la verdad en Historia” y que, además de invitar a los más distinguidos historiadores y filósofos para que participasen en los debates, tanto el doctor Zavala como O’Gorman invitarían especialmente cada uno a dos intelectuales cuyas opiniones coincidirían con las de ellos. El doctor Zavala designó a los señores Rafael Altamira y Francisco Barnés; O’Gorman, a José Gaos y Ramón Iglesia.52

Durante el mes de junio de 1945 se llevaron a cabo en El Colegio de México tres sesiones dedicadas a debatir “el problema de la verdad histórica”,53 debate para algunos “fallido” ya que Zavala, el interlocutor más esperado, no pudo asistir.54 Sin embargo, Ernesto de la Torre Villar se encargó de informarle y tenerlo al tanto de lo que ocurría en México mediante una carta fechada el 2 de julio de 1945 que le envió a la Universidad de Puerto Rico en donde se encontraba laborando con motivo de una estancia académica. En el informe se lee lo siguiente:

El Lic. Caso ante las discusiones de Gaos que nuevamente se salía del tema propuso una limitación y replanteó el problema afirmando que la verdad que la historia nos va a entregar será una verdad relativa, no absoluta, la cual dependerá del tipo de historiador que la cultive, de su capacidad, inteligencia, preparación y buena fe que posea.55

De cualquier manera, pese a esta importante ausencia, las reuniones y los textos que se discutieron en ellas son determinantes para entender las dos posiciones en pugna: la “positivista” y la historicista. La primera sesión fue inaugurada por Jorge Ignacio Rubio Mañé -digno portavoz de la historiografía de viejo cuño y en aquel momento secretario de la Sociedad Mexicana de Historia- y Rafael Altamira y Crevea, quien además de fungir como presidente de la reunión también comentó la ponencia presentada por Edmundo O’Gorman titulada “Consideraciones sobre la verdad en Historia”.56

El objetivo de O’Gorman era claro: contrastar la postura tradicional cientificista con la contemporánea historicista. La primera, en su opinión, empeñada en parecerse a las ciencias físicas y naturales, mientras que la segunda dedicada al reconocimiento de la parcialidad del trabajo historiográfico. Arremetió contra el “fetichismo” por descubrir documentos inéditos y siguiendo a Ortega y Gasset declaró que el estudio del pasado nunca debía desvincularse de las preocupaciones del presente.

Es interesante que antes de 1945, año en el que se llevaron a cabo las sesiones para discutir el problema de la verdad histórica, otros historiadores como Américo Castro (1885-1972)57 habían cuestionado el cientificismo historiográfico de Silvio Zavala.

El 21 de abril de 1941, Zavala le escribió a Américo Castro -quien había sido profesor suyo y después colega en Madrid y que tras la Guerra Civil se encontraba exiliado en Estados Unidos- para contarle con beneplácito que él y otros colegas habían fundado en El Colegio de México un Centro de Estudios Históricos. Además, en la misma carta, también le agradeció el puntual envío de su trabajo The Meaning of Spanish Civilization y le externó algunos comentarios sobre el mismo. Primordialmente, le sorprendió que -tomando en cuenta que España era un “país apegado a los hechos y a la civilización material”- en su libro se mostraba “demasiado desprendido” al asegurar que los iberos no se habían caracterizado por sus avances técnicos. Para Zavala, por el contrario, era indudable que existía un “magnífico” sustento material que sirvió de asiento al imperio español.58

Algunos días después, en una carta fechada el 30 de abril de 1941 -escrita desde el Department of Modern Languages and Literatures de la Universidad de Princeton en donde se desempeñaba como profesor- Castro, además de felicitar a su colega mexicano por la inauguración del Centro de Estudios Históricos, le agradeció “sus observaciones acerca de la civilización española”, pero también criticó algunas de sus interpretaciones:

España, su civilización, en lo que se refiere [al] “dominio racional del mundo” no ha aportado nada original, porque le tuvo sin cuidado esa forma de actividad. Los moros cultivaron las artes y los oficios en la Edad Media y los cristianos continuaron en esa línea que servía para el arte y para la guerra, como una mera aplicación. Las ciencias racionales no deben nada a España […] A España le ha tenido sin cuidado el progreso material, e importó de otras partes lo que necesitaba desde el siglo XV hasta ahora (ingenieros y artefactos…).59

A este cuestionamiento de la forma en que Zavala entendía el desarrollo material de España, le siguió otro comentario relacionado con su amor desmedido por los documentos de archivo:

A mí me interesa construir la historia de España sobre una base firme, sobre un “continuum” vital, y tengo que buscar el eje de ese proceso sin detenerme en anécdotas que en nada cambian el perfil de la estructura hispánica […] Creo esencial que los jóvenes que hacen historia superen las actitudes empíricas para construir algo que vaya más allá de las visiones fragmentarias […] En suma, la historia se hace con ideas o no se hace […] Lo hispánico es de tal modo singular, salta tan a la vista su “unicidad” en el grupo de las civilizaciones occidentales, que no cabe acudir a una interpretación basada en que se conozca este [u] otro detalle. Sabemos ya bastante para enjuiciar y valorar la civilización nuestra. La vida hispana consiste en lo vivido y en lo expresado. Desde el Poema del Cid hasta Unamuno corre un hilo de continuidad más elocuente que todo lo que encierra el Archivo Histórico Nacional, el de Indias y todos los otros.60

El historiador mexicano, en una carta firmada el 6 de mayo de 1941, respondió a las inquietudes de su antiguo maestro:

No sólo la construcción, sino la conservación de América embargaron energías, vidas, pensamientos y acciones de españoles que tenemos que considerar. Ya sé que ahí está Quiroga y con él otros; pero hay muchos que sin serlo sirven a la obra del dominio natural y material de América […] Si todo esto es espejismo de archivos y miopía de juicio por lo menos es “algo” tan visible y grande que yo me resisto a abandonar su peso en la cuenta de los valores hispánicos.61

Aunque la polémica continuó en los meses siguientes, concentrándose en temas como el Imperio y los valores hispánicos,62 en esta ocasión me interesa particularmente hacer hincapié en los comentarios que Castro manifestó con respecto al empirismo historiográfico de Zavala (carta del 13 de mayo de 1941):

Lo que ocurre es que partimos de distintos puntos de vista y es difícil entenderse. Mientras los historiadores sigan teniendo ese desdén por lo que llaman “filosofía” y esa sobreestima por los datos, el problema no tendrá solución.63

De la misma manera, es importante destacar que en la reseña del libro de Américo Castro, Iberoamérica. Su presente y su pasado (1941), Zavala hizo públicos algunos de los cuestionamientos que ya en privado había manifestado:

En varios lugares que Castro enfrenta lo español a lo angloamericano, admite ampliamente las deficiencias materiales de aquel esfuerzo, explicándolas por las preferencias que el espíritu hispánico concedía a los valores de religión, arte, letras, sentido de la dignidad humana, grandiosidad monumental, jerarquía social e ilusiones. Sin embargo, no compara los detalles de una y otra cultura material. De hacerlo hallaría españoles, como Hernán Cortés, dedicados, después de las batallas, a empresas agrícolas, mineras, al arrendamiento de tiendas de mercaderías y a la explotación de molinos de trigo.64

Después, para finalizar, comentó que:

Aceptado su criterio, el desarrollo que lleva a cabo es magnífico. Más no faltará quien desee completar su visión, marcada por un sello renacentista de aristocracia cultural y de admiración por los hombres superiores, con otras investigaciones sociales […] Es cierto, según lo demuestra Castro en varios lugares y especialmente cuando destaca la grandeza humana y poética de Rubén Darío sobre el escenario político de Centroamérica, que una entidad de cultura puede salvarse o puede hundirse independientemente de la riqueza y del progreso material; pero así mismo es indudable que el estilo de la vida social forma parte inseparable de las responsabilidades históricas de los pueblos de Hispanoamérica.65

Es claro que la historiografía se había polarizado en dos grupos: uno defendiendo la teoría y el estudio de las ideas; mientras que el otro, por lo menos en opinión de los integrantes del primero, empeñado sólo en narrar “anécdotas” y acontecimientos obtenidos en los acervos documentales.

En estas circunstancias, explorar las relaciones académicas que mantuvo Silvio Zavala con sus colegas españoles radicados en México amplía las perspectivas de análisis sobre el acomodo de fuerzas historiográficas que se estaban gestando durante la década de los cuarenta. Por ejemplo, como ya se advirtió, pese a que la relación de Zavala con José Gaos fue cordial también fue evidente sus diferentes enfoques frente a la historia.

Un caso similar fue el del también “transterrado” Ramón Iglesia (1905-1948),66 quien dejó constancia de su posicionamiento frente al llamado “positivismo” que, pensaba, regía ampliamente la indagación del pasado en México. Iglesia había conocido a Zavala en España antes de su llegada a México en 1939, pero sería a partir de 1941 con la creación del Centro de Estudios Históricos cuando se afianzaría la relación académica y profesional entre ambos historiadores.

En una carta dirigida a Daniel Cosío Villegas desde Berkeley, Iglesia manifestó estar enterado de las disputas historiográficas que ocurrían en México:

Salude a Silvio y a O’Gorman, si los ve. ¿Siguen dedicados al grato deporte de poderse soportar mutuamente? No sé cómo diablos se va a poder trabajar con esa tendencia centrífuga que por lo visto engendran los altiplanos -y conste que no lo digo por los mexicanos, porque los españoles les están dando ciento y raya.67

Como lo dejó asentado Álvaro Matute, el español era un “antipositivista irredento”.68 Así se muestra en su artículo titulado “La historia y sus limitaciones” -producto de una serie de conferencias dictadas en la Universidad de Guadalajara durante el mes de mayo de 1940 y publicadas originalmente en su obra El hombre Colón y otros ensayos (1944)- en donde explicó su experiencia con la historiografía mexicana y sus opiniones críticas hacia ella.

Declaró que en el Congreso de Historia celebrado en Morelia (1940) pudo apreciar que en la mayoría de los casos las investigaciones presentadas se caracterizaban por ser monografías sobre “cuestiones muy precisas y limitadas, con gran riqueza de datos”. Mientras que otro sector de los historiadores, al parecer de menor tamaño, seguía pensando que en la Historia podía establecer leyes que permitieran “conocer el porvenir de la misma manera que pueden predecirse eclipses de Sol”.69

Para él, el problema de los historiadores mexicanos era que seguían pensando que la disciplina debía concebirse como conocimiento científico, siguiendo un método similar a las ciencias naturales y fisicomatemáticas. Sin embargo, como ya lo había explicado desde 1898 Heinrich Rickert, en realidad la Historia debía ubicarse dentro de las ciencias culturales o, como se les llamó posteriormente, sociales. Así, quedaba establecido que el método naturalista (de las ciencias llamadas duras) generaliza, mientras que el método histórico individualiza.70

En cuanto a la pretensión de que el historiador dejara hablar a los documentos sin ninguna intervención, aclaró que el investigador “selecciona entre los hechos del pasado humano los que le parecen más importantes, más significativos”. Es por esta razón que la supuesta imparcialidad u objetividad absoluta era prácticamente imposible: “Una de las ideas que hay que desechar como más perturbadoras para el estudio de la Historia es la de que ésta se escribe sin prejuicios”. El historiador escribía siempre “desde un punto de vista determinado”.71 Además, “cada hombre ve una sola porción de la realidad, es decir, su visión es siempre parcial”.72

Por último, ante el historiador obsesionado con la acumulación de documentos cuyo ideal era agotar toda fuente, que pretendía no dejar ningún cabo suelto, declaró que “en los trabajos históricos la excelencia” no estaba en la amplitud “sino en la manera de tratar el tema”. Este fetichismo llevó a una “excesiva especialización”, a una atomización “grotesca” del conocimiento que convirtió a los investigadores “en bárbaros que de nada se enteran fuera de lo referente a su especialidad”. Así, en su opinión, los historiadores se habían convertido “en coleccionistas de datos perfectamente inútiles”.73

Es importante destacar que esta postura “antipositivista” que caracterizó al trabajo de Iglesia no pasó desapercibida para Silvio Zavala quien al reseñar el libro Cronistas e historiadores de la conquista de México. El ciclo de Hernán Cortés (1942) reconoció los méritos de la obra, pero llamó la atención sobre los peligros de caer en el relativismo histórico.74

Como se ha visto, la posición historicista -crítica acérrima del cientificismo y de las posturas esencialistas- traída a México por los intelectuales españoles y recogida por escritores como Edmundo O’Gorman transformó, aunque no con la rapidez que se esperaba, a la disciplina. En realidad, fue hasta después de la década de los cuarenta cuando se inició esta necesaria apertura de enfoques teóricos.75

La comunidad de historiadores, como había ocurrido con anterioridad, se polarizó en camarillas que defendían desde su propia trinchera su idea de la historia. Como lo ha dejado asentado Pierre Bourdieu, el campo literario o este caso historiográfico se construye a constantemente con la lucha de grupos antagónicos que buscan posicionarse ganando espacios y las prebendas otorgadas por el Estado.76 Es por esta razón, que en la polémica iniciada por Silvio Zavala y O’Gorman, con el apoyo de sus respectivos escuderos, apareció la pugna entre dos sectores inmersos en las dos instituciones más influyentes del momento: El Colegio de México y la UNAM, la lucha por agenciarse un lugar de privilegio dentro de la disciplina.

La propuesta americanista

Los esfuerzos que Silvio Zavala venía realizando para bien de la disciplina desde la creación en 1938 de la Revista de Historia de América y como profesor y director del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, se complementaron con la apertura en 1947 de la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Desde 1941 se había acordado la conveniencia de crear Comisiones que intensificaran y ampliaran las labores que el Instituto venía realizando desde 1929 en el continente americano. La primera que se organizó fue la de Cartografía en Washington, la segunda de Geografía en Río de Janeiro y la tercera de Historia en la ciudad de México.77

En propias palabras de Zavala, la Comisión había sido creada para estimular, coordinar y difundir los estudios de historia de América “en su sentido más amplio” por lo que aceptaba las cuatro lenguas “oficiales del Nuevo Mundo”: el español, el portugués, el francés y el inglés. De esta manera, se ocupaba de las “cuatro áreas culturales de las Américas, procurando lograr por encima de sus fronteras un mayor conocimiento mutuo”. En suma, se abogaba por una historia americanista:

Cada historiador americano conoce la historia de su propio país y suele tener en cuenta los orígenes europeos que han influido en el desarrollo de ella. Pero no puede decirse que exista en cada uno la costumbre de considerar las experiencias paralelas de los demás pueblos del Nuevo Mundo. Por eso la Historia de América, en su sentido más amplio, se encuentra apenas en estado de formación.78

Así, la propuesta abarcaba a toda la América, sin distinción de idioma y tradiciones culturales, pero respetando las particularidades:

El estudio persistente de la historia paralela de los pueblos americanos no debe abordarse, a nuestro juicio, con el sólo objeto de establecer semejanzas o diferencias. Importa asimismo crear el hábito de la contemplación y la meditación de los fenómenos históricos del Nuevo Mundo dentro de un marco más amplio y a la vez más preciso, pues la historia de cada nación aparecerá enriquecida por la luz derivada de las experiencias contiguas […] Es decir, que cada historiador americano de un área dada pueda manejar la experiencia general del Continente para enfocar sus problemas con mejor perspectiva. Esto es lo que vienen haciendo, entre otros, los antropólogos que se dedican al negro en América, ya que la experiencia haitiana o brasileña es de indudable significación para quien estudia semejante tema en los Estados Unidos.79

Con este mismo espíritu americanista, del 4 al 9 de septiembre de 1949 se celebró en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, el Primer Congreso de Historiadores de México y los Estados Unidos bajo la organización del propio Zavala y Lewis Hanke y el patrocinio conjunto de tres instituciones culturales: la Academia de Ciencias Históricas de Monterrey, la American Historical Association y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). En palabras de Silvio Zavala:

El programa de la reunión no ha tenido por objeto el estudio exclusivo de las relaciones entre ambos países, sino que con una visión de mayor perspectiva se propuso examinar el desarrollo paralelo de México y los Estados Unidos, tratando de presentar problemas característicos de una y otra civilización. El temario se ajustó a un concepto amplio de la historia, abarcando temas tan variados como la Enseñanza de la Historia, la Historia de las Provincias Fronterizas, la Historia Económica, Intelectual, Literaria, Agraria, y el problema de las Fuentes Históricas […] Cada sesión, dirigida por un experto de la rama a que la misma estuvo dedicada, se desarrolló a base de la lectura de ponencias […] Siguió invariablemente un comentario a cargo de otro experto.80

Entre los participantes del evento destacan por el lado mexicano Rafael García Granados, Ignacio Rubio Mañé, Antonio Pompa y Pompa, Ildefonso Villarello, Jorge Espinosa de los Reyes, Carlos Bosch García, Edmundo O’Gorman, Vito Alessio Robles, Daniel Cosío Villegas, José Luis Martínez, Alfonso Reyes y Leopoldo Zea; mientras que entre los estadounidenses Luther H. Evans, William H. Cartwright, France V. Scholes, Edward Kirkland, Clarence H. Haring, Paul V. Murray, Lyle Saunders, Paul W. Gates, Merle E. Curti y John Higham.81

Algo característico del evento fue la pluralidad de tendencias y enfoques que se dieron cita en la sultana del norte. Muchos años después, en 1989, Lewis Hanke recordaría la insistencia de Zavala para que el congreso tuviese una amplitud de miras y destacó que para llevar a cabo dicha empresa habían tenido la suerte de contar con el sobresaliente apoyo de Alfonso Reyes.82

Es posible datar el contacto entre Silvio Zavala y el regiomontano desde 1937 cuando iniciaron sus intercambios epistolares. Posteriormente, como era de esperarse, con la fundación de El Colegio de México se intensificaron las relaciones académicas y laborales entre los dos intelectuales mexicanos.83

Más allá del soporte logístico que seguramente les proporcionó en su tierra natal, Reyes tuvo una participación destacada como expositor en el Congreso realizado en 1949. En su ponencia “Mi idea de la historia”, que después se publicaría en la Memoria del Congreso, mostró sus dotes de mediador político y cultural.84

En cuanto a la disciplina de la historia, tema que le ocupaba en ese momento, supo abordar con tacto el escabroso tema de la objetividad, asunto que todavía levantaba opiniones encontradas. Un peligro latente de la profesión era el “confundir la obra histórica con el mero hacinamiento de materiales para la Historia”, ya que los documentos no hablaban por sí mismos. En suma, hizo hincapié en que el historiador seleccionaba e interpretaba los documentos y huellas del pasado, era el “ventrílocuo” o “mago” que hacía hablar a los vestigios, temas que se pusieron sobre la mesa en la polémica de 1945.85

Este respeto mostrado por Reyes al trabajo del historiador profesional también es patente en su relación con Zavala. El 20 de junio de 1951, por ejemplo, don Silvio le envió una misiva pidiéndole consejo y orientación:

El tiempo que El Colegio de México me ayuda para liberar las tareas intelectuales, lo he dedicado últimamente a redactar el adjunto ensayo sobre la historia del Nuevo Mundo. Tanto por esa circunstancia como por el interés que tengo en recibir su siempre atinada opinión, se lo envío con la súplica de que quiera leerlo y trasmitirme sus observaciones”.

A lo que don Alfonso le contestó

Lo he leído todo al instante. El tema me apasiona, y el buen arte y la claridad con que usted lo desarrolla, poniendo por primera vez en su sitio, de un solo y breve rasgo, tantas investigaciones dispersas, es sencillamente cautivador. Algunas de sus observaciones despiertan en la mente del lector ecos profundos, y como que señalan las fronteras hasta hoy conquistadas, abriendo a la vez vislumbres sobre lo que hay más allá. Nunca he leído, al respecto, nada más cuerdo y luminoso.

El texto en cuestión es “Formación de la historia americana” incluido en el volumen Ensayos sobre la historia del Nuevo Mundo (1951).86 Así, con el reconocimiento de sus pares Zavala siguió recorriendo con éxito el camino disciplinar. De esta manera, éstos y otros esfuerzos por ampliar los horizontes de los historiadores en México fueron dando los frutos esperados.

Consideraciones finales

Con sus continuidades y coyunturas, en el presente artículo he explorado el nacimiento de la Historia profesional en México. En primer lugar, considero que para hablar de una práctica disciplinar debemos estar frente a comunidades o grupos que se dedican al mismo oficio y por consiguiente, comparten similares conocimientos y técnicas que les permiten dominar su objeto de estudio. Grupos formados por académicos que se especializan en un saber.

En este sentido, los aportes de Silvio Zavala a la historia fueron innumerables. Su formación académica, bajo la guía de Altamira y Crevea y otros destacados maestros españoles como Américo Castro, le permitió desempeñarse como un exitoso historiador a su regreso a México. Como se explicó, en el país ya se habían instaurado algunas instituciones adecuadas para el desempeño de la profesión. Con estas bases construidas por sus antecesores Zavala logró posicionarse rápidamente en el campo historiográfico. Esto gracias a su capacidad de gestión cultural e intelectual y los estrechos vínculos que concretó con algunas de las personalidades más influyentes de América Latina, Estados Unidos y Europa.

También se hizo hincapié en la relevante labor emprendida por Silvio Zavala como artífice profesionalizante dentro de la disciplina. Con su Revista de Historia de América logró crear un valioso recinto para que los expertos en la historia americana dieran a conocer sus trabajos e investigaciones. La construcción de una red americana a lo largo y ancho del continente es otra de las virtudes de su trabajo que se vio consolidado en el Primer Congreso de Historiadores de México y Estados Unidos (1949). También estableció relaciones con los mexicanos Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas, con los españoles exiliados José Miranda, Ramón Iglesia, José Gaos y demás filósofos e historiadores radicados en el país que se consolidarían en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (1941-1950), y que con el pasar del tiempo seguirían dando dividendos para la institución.

En este contexto, la polémica entre positivistas e historicistas se dio en un marco distinto de las disputas que protagonizaban los historiadores de principios de siglo: más cercanas a la política que a los principios de la profesión. Por el contrario, en 1945 los propios fundamentos de la disciplina se pusieron en entredicho. Más allá de pensar en ganadores y perdedores, lo cierto es que con éstos y otros enfrentamientos; con la multiplicación de publicaciones periódicas y el surgimiento de otras instituciones se abonaría el camino para el advenimiento durante los años cuarenta de los primeros historiadores con estudios profesionales y dedicados exclusivamente a las labores disciplinares.

Siglas

(BNAH) Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General.

Fuentes impresas

Estudios Históricos Americanos: Homenaje a Silvio Zavala, México, El Colegio de México, 1953.

Ensayos sobre la historia del Nuevo Mundo, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1951.

Homenaje a Silvio Zavala: decano de El Colegio Nacional, México, El Colegio de México, 1997.

Silvio Zavala en la memoria de El Colegio Nacional, compilación y prólogo de Alberto Enríquez Perea, México, El Colegio Nacional, 2009.

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Altamira y Crevea, Rafael, “Opinión”, en Silvio Zavala, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España (Estudio histórico-jurídico), Tesis de Doctorado en Derecho, Madrid, Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid, 1933. [ Links ]

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1 Pi-Suñer, “Introducción”, pp. 9-30; Betancourt Mendieta, Alexander, “La escritura de la historia”, Mora Muro, “En defensa de la tradición”

2 O’Gorman, “Cinco años de historia en México”, pp. 147-183.

3 Jiménez Moreno, “Cincuenta años de historia mexicana”, pp. 449-455.

4 Potash, “Historiografía del México independiente”, pp. 361-412.

5 González y González, “Historia de la historia”, pp. 196-228.

6 Florescano, “Notas sobre la producción histórica en México”, en Trejo, La historiografía, pp. 35-59.

7León-Portilla, “Tendencias en las investigaciones históricas de México”, en Trejo, La historiografía, pp. 61-122.

8Novick, Ese noble sueño, pp. 55-60.

9Novick, Ese noble sueño, pp. 64-66.

10 Matute, “La profesionalización del trabajo histórico en el siglo XX”, pp. 415-440.

11 Zermeño, La cultura moderna de la historia. pp. 147-168.

12 Zermeño, “La historiografía en México: un balance (1940-2010)”, p. 1696.

13 Gutiérrez Girardot, “La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX”, pp. 57-106. Agradezco a Aimer Granados esta referencia. Para el caso del siglo XIX mexicano véase Zermeño, “Apropiación del pasado, escritura de la historia y construcción de la Nación en México”, pp. 85-86.

14 Lira, “Introducción”, pp. 9-22., y del mismo autor “El ‘tiempo español’ de Silvio Zavala: la vocación. Notas sobre un diálogo epistolar (1934)”, pp. 77-94; Yáñez de Morfín, Datos biográficos y profesionales del Dr. Silvio Zavala, p. 9. Con respecto a la posibilidad de que Silvio Zavala haya recibido recursos del Instituto Hispano Mexicano de Intercambio Universitario (IHMIU) y la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) consúltese Granados, “La corriente cultural de la JAE en México: el Instituto Hispano-Mexicano de Intercambio Universitario, 1925-1931”, pp. 103-124.

15 Zavala, Vivencias y conversación sobre Historia, pp. 27-56.

16 López Sánchez, Heterodoxos españoles. El Centro de Estudios Históricos, 1910-1936.

17Propósitos”, pp. V-VI

18Fronteras conquistadas, pp. 40-41

19Fronteras conquistadas, pp. 47-48

20Lewis Hanke, “Silvio Zavala, 1933-1949”, pp. 601-607; Heredia Correa, “Reseña”, pp. 627-628

21 Zavala, El Instituto Panamericano de Geografía e Historia, y Yáñez de Morfín, Datos biográficos y profesionales del Dr. Silvio Zavala.

22 Zavala, Los intereses particulares en la conquista de la Nueva España.

23Altamira, “Opinión”.

24 Zavala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, p. V.

25 Lida, La Casa de España y El Colegio de México: memoria 1938-2000.

26Fronteras conquistadas. Correspondencia. Alfonso Reyes/Silvio Zavala, 1937-1958, pp. 33-111.

27“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, fs. 11-13.

30 Zavala, “Proyectos internacionales de historia”, pp. 191-235.

31 Malagón y Zavala, Rafael Altamira y Crevea. El historiador y el hombre; Exilio político y gratitud intelectual. Rafael Altamira en el archivo de Silvio Zavala (1937-1946); Diego-Fernández Sotelo, “Silvio Zavala: una vida dedicada a la construcción de una visión panamericana de la historia”, pp. 295-306., y Zavala, Vivencias y conversación sobre Historia.

32 Dávalos Hurtado, “La Sociedad Mexicana de Antropología”, pp. 143-146; Arechavaleta, “Sociedad Mexicana de Antropología”, pp. 124-140.

33 Caso (director), Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, México, número 1, 1937

34 Olivé Negrete, INAH. Una historia. Antecedentes, organización, funcionamiento y servicios, pp. 33-34.

35 Olivera, “Josefina Muriel. Una vida de amor a la verdad y a la justicia”, p. 35.

36 Lida, La Casa de España en México, pp. 31-45.

37 Lida y Matesanz, El Colegio de México: una hazaña cultural 1940-1962, pp. 115-116.

38Fronteras conquistadas, pp. 104-108.

39Fronteras conquistadas, pp. 307-310.

40 Lida y Matesanz, El Colegio de México, pp. 115-116.

41 Lida y Matesanz, El Colegio de México, p. 117.

42 Lida y Matesanz, El Colegio de México, pp. 117-122.

43 Olivera y Rueda, “Ernesto de la Torre Villar. Entre bibliotecas, archivos y aulas”, p. 52.

44 Olivera y Rueda, “Ernesto de la Torre Villar”, p. 57.

45 González y González, “La pasión del nido”, pp. 260-261.

46Acerca del sistema de seminario de origen alemán y su introducción en el ámbito español véase Zermeño, La cultura moderna de la historia, pp. 174-178, y con respecto a los seminarios y su relevancia didáctica en México con la llegada de los exiliados españoles consúltese Martínez Chávez, España en el recuerdo, México en la esperanza. Juristas republicanos exiliados en México, pp. 268-288.

47Citado por Zermeño, “Rafael Altamira o el final de una utopía modernista”, pp. 192-193.

48Nació en la ciudad de México. Estudió derecho titulándose en 1937 con el trabajo Derecho y organización social de los aztecas. Fue colaborador de la revista Universidad de México y miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Su obra más representativa fue Arte precolombino de México y de la América central (1944). Diccionario Porrúa, p. 3559.

49 Wobeser, “Presentación”, pp. 7-11.

50Para un análisis puntual de esta polémica consúltese Moctezuma Franco, “El camino de la historia hacia su institucionalización”, pp. 58-60

51 Moctezuma Franco, “El camino de la historia hacia su institucionalización”, pp. 60-78

52O’Gorman, “Cinco años de historia en México”, pp. 179-180.

53Matute, La teoría de la historia en México (1940-1968), p. 93.

54 Hernández López, Edmundo O’Gorman, pp. 49-50; Moctezuma Franco, “El camino de la historia”.

55“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 3, Exp. 53, fs. 16-18.

56 Altamira y Crevea llegó al país hacia finales de 1944 y muy pronto se incorporó a la vida intelectual e institucional. Para mayores detalles de su recepción en México y su legado historiográfico véaseZermeño, “Rafael Altamira o el final de una utopía modernista”, pp. 177-210, y Rafael Diego Fernández, “La huella de Altamira en la historia de Hispanoamérica”, pp. 398-401.

57Aunque nació en Brasil, desde los cinco años sus padres -originarios de España- lo trasladaron a la ciudad de Granada. Después de finalizar en 1904 sus estudios en Derecho y Letras, entre 1905 y 1908 se matriculó en la Sorbona en París. A su regreso a España entablaría amistad con Ramón Menéndez Pidal y con varios profesores del Instituto Libre de Enseñanza, posteriormente Centro de Estudios Históricos (CEH) de Madrid fundado en 1910, como Francisco Giner de los Ríos y Manuel B. Cossío. En el CEH fundó la Sección de Estudios Latinoamericanos. Fue el director de la revista Tierra Firme (1935-1938) antecedente de la Revista de Indias. Bernabéu Albert, “`Un señor que llegó del Brasil´. Américo Castro y la realidad histórica de América”, pp. 651-674.

58“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, f. 24.

59“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, f. 23.

60“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, f. 23.

61“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, f. 25.

62“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, fs. 25-31.

63“Archivo Incorporado Dr. Silvio Zavala”, BNAH, Sección Instituciones, Serie Correspondencia General, Caja 1, Exp. 2, f. 27.

64 Zavala, “Reseña de Américo Castro, Iberoamérica. Su presente y su pasado”, p. 137.

65 Silvio Zavala, “Reseña de Américo Castro, p. 138.

66Nació en Santiago de Compostela, España. Historiador. Obtuvo la licenciatura en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid (1926). En su país de origen trabajó en la Biblioteca Nacional de Madrid y dirigió la sección Hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid dirigida por Américo Castro desde 1933. Fue secretario de la revista Tierra Firme (1935-1936). En México, fue profesor de la Escuela de Verano, UNAM (1939-1943) y en El Colegio de México (1941-1945). Colaboró en revistas como Letras de México, Filosofía y Letras, Cuadernos Americanos y Revista de Historia de América. Murió en Madison, Wisconsin, E.U. Diccionario Porrúa, pp. 1772-1773. Para mayores referencias sobre su vida y obra consúltese Matute, “Ramón Iglesia: el factor humano y la crítica”, pp. 99-104; Lira, “El hombre Ramón y otros papeles (nota sobre un expediente)”, pp. 209-223, y Bernabéu Albert, “La pasión de Ramón Iglesia Parga (1905-1948)”, pp. 755-772.

67 Lira, “El hombre Ramón y otros papeles (nota sobre un expediente)”, p. 216.

68 Matute, “El legado de Ramón Iglesia”, p. 143.

69 Iglesia, “La historia y sus limitaciones”, pp. 38-39.

70 Iglesia, “La historia”, pp. 40-45.

71 Iglesia, “La historia”, pp. 46-48.

72 Iglesia, “La historia”, p. 58.

73 Iglesia, “La historia”, pp. 50-55.

74 Lira, “El hombre Ramón”, p. 219

75 Matute, El historicismo en México: historia y antología, pp. 13-69. Con respecto a la amistad y similitudes historiográficas entre Edmundo O’Gorman y Ramón Iglesia, consúltese Pino-Díaz, “Edición de crónicas de indias y hermenéutica historiográfica como empresa vital: Edmundo O’Gorman y Ramón Iglesia”, pp. 143-175.

76 Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario.

77 Zavala, “La Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, pp. 85-86.

78 Zavala, “La Comisión”, pp. 85-86.

79 Zavala, “La Comisión”, p. 87.

80 Zavala, “Primer Congreso de Historiadores de México y los Estados Unidos”, pp. 436-437.

81 Almoina, “Memoria del Primer Congreso de Historiadores de México y los Estados Unidos”, pp. 210-215.

82 Hanke, “Experiencias con Silvio Zavala, 1933-1949: algunos recuerdos al azar”, pp. 604-605.

84 Reyes, “Mi idea de la historia”, p. 131.

85 Reyes, “Mi idea de la historia”, pp. 134-138

86 Fronteras conquistadas, pp. 177-179

Recibido: 17 de Marzo de 2018; Aprobado: 08 de Mayo de 2018

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