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Debate feminista

On-line version ISSN 2594-066XPrint version ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.60  Ciudad de México Jul./Dec. 2020  Epub Nov 27, 2020

https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2020.60.02 

Artículos

Una lente feminista de la desigualdad económica

A Feminist Perspective on Economic Inequality

Uma lente feminista da desigualdade econômica

Stefania Tapia Marchina* 
http://orcid.org/0000-0002-7753-4188

*Doctorado en Estudios del Desarrollo Global, Universidad Autónoma de Baja California, Tijuana, México. Correo electrónico: tapia.stefania@uabc.edu.mx.


Resumen

La etapa neoliberal del capitalismo ha acentuado las desigualdades económicas a través de la implementación de reformas legislativas e institucionales específicas. Estas han permitido elevar los márgenes de acumulación mediante la reestructuración de los mercados laborales y la reducción de la participación del Estado en la provisión de bienestar. Leer estos cambios a la luz del feminismo incorpora un análisis complejo de las interrelaciones entre el género y la economía que visibiliza el protagonismo de las mujeres en las dinámicas de ajuste, particularmente ante condiciones laborales precarizadas y la reducción de las redes de seguridad social.

Palabras clave: Globalización; Desigualdad económica; Economía feminista; Feminización de la Supervivencia

Abstract

The neoliberal stage of capitalism has exacerbated economic inequalities through the implementation of specific legislative and institutional reforms. These have made it possible to raise accumulation margins by restructuring labor markets and reducing the state’s participation in welfare provision. Interpreting these changes in light of feminism incorporates a complex analysis of the interrelationships between gender and the economy that highlights the role of women in the dynamics of adjustment, particularly in precarious working conditions and the reduction of social security networks.

Keywords: Globalization; Economic inequality; Feminist economy; Feminization of survival

Resumo

O estágio neoliberal do capitalismo acentuou as desigualdades econômicas por meio da implementação de reformas legislativas e institucionais específicas, o que permitiu aumentar as margens de acumulação, reestruturando os mercados de trabalho e reduzindo a participação do Estado na prestação de assistência social. A leitura dessas mudanças à luz do feminismo incorpora uma análise complexa das inter-relações entre gênero e economia que torna visível o papel das mulheres na dinâmica do ajuste, principalmente nas precárias condições de trabalho e na redução das redes de seguridade social.

Palavras-chave: Globalização; Desigualdade econômica; Economia feminista; Feminização da supervivência

Introducción

El feminismo desde sus diversas corrientes académicas, particularmente desde el feminismo marxista, la economía feminista y la teoría de la reproducción social, ha hecho esenciales aportes para analizar y visibilizar las interrelaciones entre el género y la acumulación de capital.

El alto dinamismo de dichas relaciones hace necesario historizarlas en el contexto actual. Por ejemplo, las disposiciones institucionales que explicaban el capitalismo a mediados del siglo XX ya no reflejan los fenómenos presentes. Es preciso dar contenido a las dinámicas contemporáneas en las que se sostiene la acumulación de capital a la luz de sus relaciones con las construcciones de género.

En la etapa globalizada y financierizada del capitalismo, conocida como neoliberalismo, los arreglos institucionales que estructuran el orden social han cambiado de manera sustancial. Las acrecentadas brechas de concentración del ingreso que se observan hoy en día son una muestra de la reestructuración que ha ocurrido en las últimas décadas.

Las crisis económicas, el papel residual del Estado en el bienestar, la caída de las condiciones laborales en conjunto con la apertura a la inversión extranjera y al comercio internacional, entre otros factores, han trastocado los modos de vida cotidianos. Esto ha afectado de manera particularmente negativa las dinámicas de reproducción social en donde las mujeres, dadas las construcciones de género aún vigentes, están protagonizando los esfuerzos.

Hablar de una lente feminista de la desigualdad económica tiene como fin analizar los enlaces sistémicos entre las transformaciones estructurales y la condición de las mujeres, particularmente en lo que se refiere a la desestabilización de prácticas que aseguran la reproducción social profundamente enraizadas en las relaciones de género.

En este ensayo utilizo las herramientas metodológicas que provee el feminismo para explicar la relación entre los cambios en la vida de las mujeres en la actualidad con la reestructuración del capitalismo. Se hará especial énfasis en los procesos de ajuste que están protagonizando las mujeres pobres, indígenas y/o rurales, así como migrantes, en dónde el género, la etnicidad y el lugar de origen se interrelacionan con la desigualdad económica.

Nota metodológica

Partiendo de una epistemología feminista que utiliza la categoría de género como herramienta metodológica para analizar la realidad a la lente de las relaciones de poder (Bartra, 2010), este trabajo tiene como objetivo visibilizar la condición de las mujeres en relación con fenómenos sistémicos.

Para ello se llevará a cabo un análisis cualitativo mediante una mirada transdisciplinar de la economía política, la economía feminista y la teoría de la reproducción social, con el fin de enmarcar las interrelaciones del neoliberalismo con la condición de las mujeres.

Las mujeres son entendidas no como un grupo homogéneo, sino desde la diversidad y heterogeneidad de las variables que caracterizan sus experiencias de vida en un contexto de acrecentada desigualdad económica.

Este ensayo se divide en tres apartados. En el primero se presentan las características del sistema económico actual de alta concentración de capital; en el segundo se construye una visión feminista crítica de los estudios de desigualdad económica que, en su mayoría, han sido ciegos a las implicaciones de género. A manera de resultados, en el tercer apartado se analiza la condición de las mujeres ante la reestructuración de dinámicas de reproducción social.

Una economía para unos cuantos

De acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, el porcentaje de la población global que vive bajo la línea de pobreza ($1.90 USD al día) se ha reducido de 35.9% en 1990 a 12.3% en 2015 (Banco Mundial, 2015). El Producto Interno Bruto (PIB) global ha aumentado de 30 mil billones a 80 mil billones de dólares entre 1990 y 2017, y el pib per cápita ha pasado de $7,172.5 USD en 1990 a $10,633.9 en 2017 (Banco Mundial, 2018).

Sin duda, una diversidad de factores -como la aceleración de los cambios tecnológicos, las innovaciones, así como la apertura de las fronteras comerciales y financieras- ha permitido una expansión del capital a nivel global. Sin embargo, el crecimiento no se ha distribuido de manera equitativa.

Los estudios de Oxfam muestran que, a partir de 2015, el 1% de la población mundial concentra más riqueza que el 99% restante: los ingresos de quienes se encuentran en el 10% más pobre de la población han aumentado en menos de tres dólares entre 1988 y 2011 (Oxfam, 2017).

Esta otra cara del crecimiento económico, la concentración, implica la exclusión de la vasta mayoría de la población de sus beneficios. Entonces ¿para qué y para quiénes crece la economía?

Es importante mencionar que, mientras la acumulación de capital como fuerza propulsora del orden social es endémica al capitalismo, las formas y dimensiones de la concentración de la riqueza tienen un carácter dinámico que se particulariza con arreglos institucionales a nivel político y social en cada contexto geográfico/temporal. Si bien un recuento histórico detallado está fuera de los alcances de este trabajo, es necesario preguntar, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Del capitalismo de estado al neoliberalismo

La búsqueda incesante de la acumulación de capital es una característica constitutiva del capitalismo; sin embargo, esta solo es posible a través del establecimiento de relaciones políticas y sociales que sostengan un conjunto de arreglos institucionales.

Dichos “arreglos”, que componen el orden social en su complejidad, adquieren características distintivas a través de la historia. Nancy Fraser identifica cuatro fases: el capitalismo mercantil, el capitalismo liberal, el capitalismo de estado y el capitalismo neoliberal (globalizado y financierizado) (Fraser y Jaeggi, 2018).

En el siglo XX se observaron tres fases distintas: primero, el capitalismo liberal, caracterizado por altas tasas de concentración de capital a través de duras condiciones de trabajo en los países industrializados, una división internacional del trabajo enraizada en los vestigios coloniales, las economías de enclave y la dependencia comercial de los países no industrializados.

Posteriormente, el capitalismo de estado fue instaurado entre la primera y la segunda posguerra en los países industrializados, así como en países independientes que impulsaron la sustitución de importaciones. Este sistema se caracterizó por la intervención del estado en la economía y en la distribución de la riqueza, intervención que aminoró las tasas de concentración (Requeijo, 2017).

Desde las últimas dos décadas del siglo XX se dio la transición hacia el neoliberalismo, marcada por el proceso de globalización, entendido como un incremento de las redes de interdependencia a distancias multicontinentales, a través de las cuales se dan flujos de bienes, servicios, capitales, información, ideas, personas y fenómenos ambientales (Keohane y Nye, 2000).

El alcance y la densidad de la globalización permitió potenciar las transformaciones sistémicas y estructurales del orden político, económico y social que se detonaron entre las décadas de 1970 y 1980 ante la erosión del capitalismo de estado. Además de las fuertes crisis económicas y la famosa “estanflación”,1 la influencia de la escuela neoclásica de la economía, así como los movimientos sociales estudiantiles, feministas y de inclusión racial, desempeñaron un papel muy importante durante este periodo (Fraser y Jaeggi, 2018).

Junto con los fenómenos globales mencionados, para implementar el neoliberalismo fue necesario llevar a cabo reformas estructurales profundas del modelo de producción y el modelo de gestión gubernamental. Las reformas eliminaron las restricciones al movimiento de capitales, bienes y servicios, desregularon los tipos de cambio y, a la vez, redujeron drásticamente la participación del estado en la economía mediante la privatización de paraestatales y la eliminación gradual de programas de bienestar social y subsidios.

Lo anterior permitió que las estructuras económicas y políticas se concentrasen en apoyar la expansión del sector empresarial, producir con menores restricciones y abaratar los costos de producción para aumentar la competitividad. En su momento se pensó que dichas estrategias traerían un crecimiento económico acelerado, así como una derrama redistributiva a través de la creación de empleos y la convergencia tecnológica de las regiones menos industrializadas (Requeijo, 2017).

Sin embargo, los costos humanos del cambio estructural han mostrado que, lejos de redistribuir e industrializar a los países en desarrollo, el neoliberalismo ha constituido un modelo económico de altísima concentración de capital que precariza el empleo, aumenta el costo de la vida y desmantela la provisión de servicios sociales a través del estado.

Agustin Salvia (2015) explica que las últimas décadas de la globalización se han caracterizado por un modelo histórico de alta concentración, dependiente, desigual y combinado. Las políticas del neoliberalismo, en vez de promover la convergencia, han conducido a grandes diferencias estructurales entre los países desarrollados y los países en desarrollo.

De acuerdo con Mariana Trejo y Agustín Andrade (2013), se pueden distinguir tres etapas de implementación del neoliberalismo a través de reformas estructurales:

  1. La primera generación a partir de 1982, donde el principal énfasis fue la estabilización y la disminución del gasto público a través de la privatización.

  2. La segunda generación a partir de los años 90, en la que se profundizan las primeras reformas y se busca impulsar el crecimiento económico por medio de la Inversión Extrajera Directa y la firma de Tratados de Libre Comercio.

  3. La tercera generación se enmarca en las primeras dos décadas del siglo XXI, compuesta por reformas laborales para flexibilizar el empleo, reducir el gasto público en servicios de salud y pensiones, así como la finalización del proceso de privatización.

Actualmente se siguen profundizando las reformas de tercera generación tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados, lo cual genera condiciones propicias para el ensanchamiento de las brechas de desigualdad que muestran los datos actuales.

Crecimiento concentrado

Las reformas estructurales se implementaron bajo la promesa de sanear las finanzas públicas y liberar a los mercados de la intervención estatal, lo que permitiría a las “fuerzas del mercado” ponerse en marcha para impulsar el crecimiento económico, lo cual tendría efectos positivos en la población en general.

Sin embargo, las cifras demuestran que el crecimiento económico en el contexto neoliberal no se ha visto acompañado por una redistribución del ingreso; por el contrario, la tendencia es hacia una alta concentración de la riqueza.

Por ejemplo, en 1980 10% de la población en Estados Unidos percibía 35% del ingreso nacional; en 2013, el mismo 10% ahora concentraba 50% de los ingresos totales del país (Piketty, 2014). Los datos revelan la transición hacia tasas elevadas de concentración que no se observaban a mediados del siglo XX.

Durante el periodo del capitalismo de estado, las clases medias en Estados Unidos y otros países desarrollados fueron las principales beneficiarias de las políticas redistributivas y las condiciones laborales. En la etapa neoliberal, son precisamente las clases medias de los países desarrollados las que han perdido mayor capacidad adquisitiva ante la alta concentración del ingreso y de la riqueza (Milanovic, 2016).

En términos de David Harvey, durante el neoliberalismo se ha acentuado la acumulación de capital en pocas manos porque se han profundizado los mecanismos de explotación y llegan a estratos poblaciones que en otros periodos fueron beneficiados por el capitalismo. A este fenómeno el autor lo denomina acumulación por desposesión (Harvey, 2007).

Particularmente, las reformas de tercera generación que han flexibilizado el empleo, reducido el gasto en seguridad social y finalizado los procesos de privatización, incluso de bienes esenciales para la supervivencia, como el agua, han instaurado un conjunto de arreglos institucionales que favorecen la creciente acumulación de capital mediante la desposesión de derechos básicos.

Retomando la pregunta: ¿para qué y para quiénes crece la economía?, en el neoliberalismo la riqueza generada por toda la humanidad a través del trabajo diario, remunerado y no remunerado, ha permitido que haya crecimiento económico global. Pero, dadas las disposiciones institucionales producto de las reformas estructurales, este crecimiento está concentrando en muy pocas manos.

Uno de los cambios institucionales que reflejan los mecanismos de la distribución de la riqueza se refiere a los regímenes de bienestar. Se considera un régimen de bienestar como un conjunto de prácticas, normas y discursos sobre cómo sostener el bienestar de una población y a quiénes les corresponde esa tarea (Martínez, 2008). Las reformas fiscales implementadas en el neoliberalismo redujeron el gasto gubernamental en política social, de salud y de pensiones. Esto cambió las prácticas, normas y discursos sobre el sostenimiento del bienestar y redujo la intervención del estado al transferir dichas responsabilidades a las familias y a los individuos.

Un segundo cambio institucional fundamental es la transformación de los mercados laborales y de las condiciones de trabajo. Las reformas estructurales de primera generación privatizaron amplios sectores industriales, las de segunda generación abrieron las puertas a la inversión extranjera orientada a la exportación, y las de tercera generación flexibilizaron los contratos laborales y redujeron los costos del despido y el acceso a pensiones y sistemas de seguridad social.

La oferta de “mano de obra” a bajo costo eleva los márgenes de acumulación mediante la desposesión de empleos seguros, con ingresos suficientes y en condiciones dignas. El discurso neoliberal desde la economía neoclásica justifica estas prácticas por medio de la “competitividad” de los países para atraer inversión extranjera, y esconde los costos humanos que la población absorbe ante la precarización.

La desigualdad económica, entendida como resultado del proceso de acumulación por desposesión, está estrechamente relacionada con las reestructuraciones institucionales de los regímenes de bienestar y los mercados laborales. Ahora bien, es necesario leer la realidad más allá de las esferas de lo “público” y de la “producción”. El feminismo precisamente permite exponer la otra cara, usualmente oculta, de la organización social.

Ante un conjunto de normas, prácticas y discursos que precarizan las condiciones de la vida en general al promover altos grados de concentración del ingreso: ¿cómo se reestructuran las dinámicas sociales?, ¿quiénes y cómo proveen bienestar?, ¿quiénes absorben los riesgos de la desigualdad y la vulnerabilidad? (Vásconez, 2012).

El feminismo recorrió un amplio camino para explicar el papel de la división sexual del trabajo como sostén esencial de los salarios familiares del capitalismo de estado. De igual manera, el feminismo expuso el traslado de la desvalorización de las mujeres al trabajo remunerado en el que se da una segmentación de los mercados laborales disponibles para mujeres y hombres.

Los aportes del feminismo marcan la pauta para analizar los procesos de ajuste que despliegan las mujeres ante la desigualdad económica. En el neoliberalismo se da una imbricación de la esfera de la producción con la de la reproducción en donde las mujeres se insertan al trabajo de manera masiva, pero continúan realizando la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado que, a su vez, aumenta ante la reducción de los servicios de seguridad social y la caída del poder adquisitivo.

En el siguiente apartado se aborda la complejidad de dichos procesos, para lo cual es preciso hablar de la reproducción social en un sentido amplio que trascienda las dicotomías producción-reproducción.

Reproducción social en la era neoliberal

La desigualdad económica se ha analizado desde esferas multidimensionales, pero no se han estudiado lo suficiente sus efectos en el ámbito de la reproducción social. Las redes de trabajo cotidiano, remunerado y no remunerado, que cubren las necesidades materiales y afectivas de los seres humanos, están inherentemente entrelazadas con las instituciones políticas y económicas que modelan la distribución del ingreso. Más aún, están profundamente enraizadas en las relaciones sociales de género.

Con el capitalismo de estado, están presentes en la socialización de “la familia nuclear” de las clases medias, compuesta por la dupla hombre-proveedor y mujer-ama de casa. Con el neoliberalismo, las mujeres viven una múltiple socialización como proveedoras, profesionales, estudiantes; pero siguen siendo cuidadoras y responsables del trabajo doméstico.

Por un lado, esto responde a la incidencia de los movimientos feministas de la segunda ola, con la ampliación de la presencia social de las mujeres y cambios legislativos importantes que les abrieron nuevos espacios. Por otro lado, esto ha sido funcional al proyecto neoliberal y al alza de las tasas de acumulación.

La caída del poder adquisitivo, la precarización laboral, la reducción de la seguridad social, así como el alza del costo de la vida han necesariamente propulsado una reestructuración de las estrategias de satisfacción de necesidades en los hogares.

Amaia Pérez explica que, ante las políticas neoliberales, los ajustes para solventar la vida se dan “más acá del mercado”, mediante estrategias de supervivencia que se despliegan en red y que están feminizadas dada la construcción diferenciada de las identidades y roles de género (Pérez, 2004).

En ese sentido, la economía feminista dialoga con la economía política que explica las reformas estructurales y los regímenes de bienestar, preguntando: ¿quiénes satisfacen las necesidades humanas en el neoliberalismo?, ¿cómo y dónde?, ¿cómo es que la reestructuración del modelo de producción, así como del rol del estado, se entrelazan con los roles de género?

Hablar de una lente feminista de la desigualdad económica requiere descentrar el análisis de los datos agregados, así como de los mercados. El feminismo no funge como adjetivo, sino como método de análisis de la realidad que visibiliza dinámicas ocultas al ojo “neutral”.

A su vez, esta mirada hace una crítica a la inserción de las mujeres en los “beneficios” de la acumulación de la riqueza. Las demandas del feminismo son diversas, las posiciones críticas al sistema económico dentro del movimiento son numerosas; sin embargo, la institucionalización de las demandas feministas operó en torno al reconocimiento de la opresión de las mujeres y la necesidad de inclusión, pero dejó de lado la crítica estructural de los mecanismos de acumulación (Fraser, 2013).

Las mujeres, como grupo heterogéneo, tienen múltiples relaciones con la esfera del trabajo remunerado. Su entrada masiva al ámbito de la producción no solo obedeció a la necesidad, sino también a los deseos y las posibilidades ampliadas producto de la lucha social, lo cual incluye a grupos de mujeres en los grupos poblaciones de mayor ingreso que se integran al manejo empresarial y financiero en los rangos altos de acumulación de capital.

Las mujeres en dichas condiciones se benefician de los mecanismos de precarización laboral o de la redirección del gasto gubernamental hacia el pago de la deuda. Esto implica que la desigualdad económica entre las propias mujeres se acrecienta y se puede decir que existen mujeres “ganadoras” de las reconfiguraciones sistémicas, mientras sus homólogas con niveles de ingresos inferiores se insertan al mercado laboral como las desposeídas que sostienen la acumulación de una minoría.

Ante ello toma aún más relevancia el cuestionamiento a la economía política desde el feminismo. Si las propias demandas del movimiento al incorporarse a un modelo de alta concentración corren el riesgo de reproducir y acentuar las desigualdades, es necesario puntualizar la importancia de crítica al capitalismo desde las filas del movimiento feminista.

Sin duda existe un estrato de mujeres a quienes “les va mejor” en el neoliberalismo, sin embargo, la mayoría de las mujeres están en el centro de las dinámicas de satisfacción de las necesidades humanas, de manera tanto remunerada como no remunerada. Cuando el enfoque vira hacia cómo, dónde, quién y en qué condiciones se reproduce la sociedad en la cotidianeidad y generacionalmente ante la caída del ingreso y la retirada de lo servicios sociales, la desposesión revela sus costos feminizados.

Las identidades de género están imbricadas en la organización social a través del sistema sexo/género, entendido como “un conjunto de disposiciones por medio de las cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en construcciones sociales, generando una organización particular de satisfacción de las necesidades humanas” (Rubin, 1986, p.97).

Las necesidades casi nunca se satisfacen de manera natural, sino mediante formas de organización social construidas de manera histórica y que están fuertemente enraizadas en los sistemas de parentesco y la división sexual del trabajo (Rubin, 1986). Por lo tanto, el trabajo de reproducción social que satisface las necesidades humanas no es una actividad libre, sino que está atada a la necesidad, los roles de género, la división sexual del trabajo y el contexto histórico en el que se desenvuelve (Federici, 2012).

El neoliberalismo vino a redibujar las relaciones producción-reproducción, público-privado, que son interdependientes y se entrelazan de manera compleja (Fraser y Jaeggi, 2018). En el ámbito de la producción y la reproducción, las reformas estructurales han generado una fuerte tensión en los arreglos de satisfacción de las necesidades humanas, descargando la mayor parte de su peso sobre las mujeres.

La vida se resuelve “más acá del mercado”, dentro de los hogares, de manera diferenciada entre sus miembros (Pérez, 2006). En la esfera de la reproducción social, el sistema económico intersecta con el modelo de gestión gubernamental, así como con las relaciones sociales desiguales de género, edad, lugar de origen, etnicidad, entre otras.

La economía feminista profundiza en la esfera de la reproducción social y señala que el protagonismo de las mujeres en el trabajo no remunerado, doméstico y de cuidado, ha sido fundamental para sostener los costos humanos del modelo de crecimiento desigual y la concentración de capital.

Es importante hacer una distinción entre el trabajo doméstico que transforma bienes y servicios para satisfacer necesidades materiales -como la alimentación y el vestido de las personas- y el trabajo de cuidado, implicado en las relaciones interpersonales afectivas que se asocian con el bienestar y la interdependencia que caracteriza a los grupos humanos (Esquivel, 2012).

A la vez es necesario reconocer que el trabajo doméstico y de cuidado no solo se realiza de manera no remunerada dentro de los hogares y comunidades, sino que es un servicio que se vende en el mercado para quienes tienen poder adquisitivo. La mercantilización de los servicios domésticos y de cuidado despliega un alto grado de imbricación entre el género, la etnicidad, la edad y el lugar de origen. El concepto de cadenas globales de cuidado alude a la transferencia de los trabajos de cuidado desde mujeres con capacidad adquisitiva en zonas urbanas o países desarrollados hacia mujeres migrantes, indígenas o rurales (Pérez, 2006).

La migración femenina del sur al norte, así como del campo a la ciudad, ha promovido la inserción de trabajadoras domésticas con baja remuneración y en condiciones laborales de informalidad, al servicio de mujeres con mayor nivel de ingresos. Las mujeres que migran ven necesario dejar el cuidado de sus familias en sus lugares de origen a otras mujeres, usualmente abuelas o hijas más jóvenes que tienen dificultades para encontrar trabajo remunerado.

Lo anterior no es solo una señal de que la economía es una estructura en donde el género es constitutivo, sino de que el orden social se interrelaciona bajo distintos niveles de exclusión, en donde las mujeres pobres, migrantes, rurales e indígenas están entre los grupos más afectados por la desigualdad económica.

Según Elson y Fontana, se observa una forma simultánea de inclusión y exclusión: mientras que se excluye a ciertos grupos del bienestar, se les integra mediante condiciones desfavorables a mercados de trabajo inseguros, con baja remuneración e informales, como ocurre en las cadenas globales del cuidado (Elson y Fontana, 2019).

Es indispensable visibilizar el costo de sostenimiento de la vida que cargan las mujeres ante la acentuación de la desigualdad económica dados los roles de género, la división sexual del trabajo y la desvalorización del trabajo categorizado como femenino que se traslada a la esfera remunerada.

Las mujeres en el trabajo remunerado

Para ilustrar la complejidad del género como constitutivo del orden económico es necesario ir más allá de la dicotomía entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado. La teoría de la reproducción social que nace del feminismo marxista ha sostenido desde la década de 1970 múltiples debates que han llegado a un consenso respecto de las relaciones del trabajo no remunerado con el trabajo remunerado, así como de la opresión de las mujeres en relación con la explotación laboral del capitalismo.

A pesar de que aún existen disensos, en la actualidad la mayoría de las autoras señalan que las relaciones de género en el capitalismo se deben leer como un sistema único de relaciones de poder que se ha reconfigurado en el tiempo dadas las interacciones entre las demandas sociales de las mujeres y las necesidades de acumulación de capital. Bajo ese marco de análisis se utiliza la categoría “reproducción social”, que se refiere a “las actividades, actitudes, comportamientos, emociones, responsabilidades y relaciones directamente involucradas en mantener la vida diaria y generacional” (Brenner y Laslett, cit. en Bhattacharya, 2019, p. 6).

A pesar de la complejidad de la categoría de reproducción social, esta suele asociarse a los procesos no remunerados en su relación con la reproducción de la fuerza de trabajo en un sentido marxista. Para difuminar la dicotomía, desde la economía feminista Amaia Pérez propone hablar de “sostenibilidad de la vida” para referirse a la dinámica de relaciones económicas y de poder a través de las cuales las sociedades garantizan la satisfacción de sus necesidades, no solo en bienes y servicios, sino también en relaciones afectivas y de cuidado (Pérez, 2004).

Hablar de sostenibilidad de la vida permite poner el énfasis en la relación entre el modelo de acumulación de capital y la permanencia de la división sexual del trabajo dentro de los hogares, donde el trabajo feminizado se implica en procesos de menor valor agregado cuando las mujeres no están sindicalizadas, reciben bajas remuneraciones y no acceden a prestaciones de antigüedad o seguridad social debido a la contratación o subcontratación temporal o parcial.

Los estudios “neutrales” sobre desigualdad económica no reflejan las dinámicas de supervivencia y las complejas interrelaciones entre el género y la actual organización social de satisfacción de necesidades, que se sustenta de manera desproporcionada en el trabajo remunerado y no remunerado de las mujeres.

La actual organización social de satisfacción de necesidades ha generado una pobreza de tiempo en las mujeres y una sobreexplotación en los sectores de subsistencia. Por ejemplo, en América Latina en 2014, las mujeres trabajaban entre 60 y 90 horas a la semana, dependiendo del país, combinando trabajo remunerado y no remunerado, mientras que el rango de los hombres estaba entre 48 y 73.5 horas a la semana (Bidegain y Calderón, 2018, p. 77).

Es decir, persiste una división sexual del trabajo en la que los hombres se concentran en el trabajo remunerado, lo cual genera que los costos de tiempo requeridos para la subsistencia de las familias sean pagados por las mujeres de manera desproporcionada. A dicho fenómeno, Saskia Sassen lo denomina feminización de la supervivencia (Sassen, 2003), concepto poco utilizado por los estudios de la economía feminista que tiene especial relevancia en el análisis integral del rol de las mujeres ante los procesos de acumulación por desposesión. La feminización de la supervivencia se refleja en el uso del tiempo, así como en las condiciones en que se insertan las mujeres de bajos ingresos al trabajo remunerado; particularmente en el sector orientado a la exportación, el trabajo doméstico y la informalidad (Sassen, 2003).

Para contextualizar las relaciones entre el neoliberalismo, la acumulación por desposesión, la sostenibilidad de la vida y la feminización de la supervivencia, en el siguiente apartado se presenta un análisis de datos que busca evidenciar las dimensiones de género del sostenimiento de la vida en la era del capitalismo neoliberal.

El costo de sostener la vida

Un orden social solo es exitoso si tiene capacidad de reproducción (Butler, 2002). La acumulación de capital en la actualidad, desigual y altamente concentrada, si bien se sostiene a través de relaciones estructurales, solo es posible si existen mecanismos que la reproduzcan en la cotidianeidad.

Para comprender a profundidad las dinámicas de acumulación concentrada, es necesario volver la vista hacia la vida de las mujeres como protagonistas de la esfera de la reproducción social y como integrantes de procesos de producción deslocalizados y precarizados en términos laborales.

La participación de las mujeres en el trabajo remunerado sin duda las ha beneficiado pues representa el acceso a un ingreso propio. Sin embargo, sus resultados son heterogéneos. Se puede hablar, por un lado, de un grupo minoritario de mujeres que se beneficia de la acumulación concentrada: estratos de mujeres profesionalizadas que han mejorado sus expectativas de vida; y por el otro, de un grupo poblacional amplio que se ha insertado en términos de precarización.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) desagrega por sexo y región los datos sobre el empleo vulnerable. La información más reciente, recopilada en 2013, arroja que 49.1% de las mujeres trabajadoras del mundo se encontraba en situación de empleo vulnerable, a menudo sin protección de las leyes laborales, frente al 46.9% de los hombres (OIT, 2014).

Si bien la cifra global no presenta una diferencia muy alta entre mujeres y hombres, en el nivel regional las desigualdades se acentúan. Por ejemplo, en el Sudeste Asiático y el Pacífico, 63.1% de las mujeres tenía un empleo vulnerable frente a 56% de los hombres (OIT, 2014). En el contexto de la deslocalización industrial, las diferencias se pueden leer desde el intercambio desigual que sostiene en ciertas regiones una división de las actividades productivas de menor valor agregado.

La inversión extranjera en los países en desarrollo, que genera mercados de trabajo precarios y vulnerables, está fuertemente relacionada con el alza del empleo informal como estrategia de subsistencia de los hogares. En la Gráfica I se muestra la tasa de participación en el empleo informal desagregada por género; la más alta se da en Asia Meridional, mientras que la brecha más pronunciada entre mujeres y hombres se observa en África Subsahariana, donde las opciones de empleo formal son escasas (OIT, 2016a).

Fuente: Las Mujeres en el Empleo, Tendencias 2016. Organización Internacional del Trabajo.

Gráfica I: Empleo informal como porcentaje del empleo no agrícola, por sexo 

La segregación ocupacional entre mujeres y hombres es notoria. Las mujeres suelen insertarse en las categorías ocupacionales más bajas, donde la remuneración es menor y las prestaciones son nulas (ECOSOC, 2017). El tipo de trabajo remunerado disponible para la mayoría de las mujeres se refleja también en la brecha salarial a nivel mundial, estimada en un promedio de 23%, la cual aumenta con la maternidad y el matrimonio, alcanzando una diferencia de entre el 35 y 50%, dependiendo de la región (ECOSOC, 2017).

La calidad del empleo desempeña un papel importante en las dinámicas migratorias de las mujeres y su participación en las cadenas globales del cuidado. Cuando en sus países de origen las opciones laborales son vulnerables e informales, las mujeres tienden a migrar: a nivel mundial, 44.3% de los trabajadores migrantes son mujeres, y 80% de las empleadas del hogar, a nivel global, son migrantes (OIT, 2016b).

El trabajo vulnerable, informal, de baja remuneración, más la condición migratoria de las mujeres, se suman a las responsabilidades de cuidado y trabajo doméstico no remunerado. Las mujeres dedican entre una y tres horas más al día que los hombres a las labores domésticas, entre dos y diez veces más de tiempo diario para la prestación de cuidados y entre una y cuatro horas diarias menos a las actividades de mercado remuneradas (ONU Mujeres, 2018).

Se estima que el trabajo no remunerado constituye 41% del tiempo total de trabajo en el mundo, del cual, 31% es realizado por mujeres y solo 10% por hombres (ONU Mujeres, 2018). En términos económicos, esto representa un valor aproximado de entre 10% y 39% del pib (dependiendo del país), lo cual podría superar el valor de las manufacturas, el comercio, el transporte y otros sectores clave (ECOSOC, 2017).

Si bien las estadísticas son una mirada estática de la realidad que deja de lado grandes variaciones entre grupos heterogéneos -por ejemplo, entre una mujer indígena que vive en una comunidad rural y una mujer urbana que tiene un empleo formal-, aun así dibujan un panorama abrumadoramente desigual.

Como se ha mencionado con anterioridad, la sobrecarga de trabajo no remunerado, así como la inserción en empleos vulnerables/informales y cadenas migratorias, se ven aminoradas o acentuadas en distintos grupos de mujeres, de acuerdo con su localización geográfica, edad, nivel de ingresos, origen étnico, entre otros. Ahora bien, las dinámicas demográficas que expresan los datos son resultado de procesos históricos. En el siguiente apartado se busca relacionar la información estadística con el proceso de implementación del neoliberalismo.

Reformas estructurales a la luz de los datos

Es necesario relacionar cómo y por qué la inserción de las mujeres al trabajo remunerado, sobre todo en países en desarrollo, se ha dado bajo las características que revela una lectura somera de los datos actuales.

Es claro que las dinámicas demográficas han cambiado, lo cual está relacionado con múltiples fenómenos sociales, además de los factores económicos, los cuales están fuera de los alcances de este trabajo. Reconociendo dicha limitante, el objetivo de esta sección es relacionar las reformas institucionales con los procesos de ajuste que ocurren en la vida de las mujeres.

Con las reformas de primera generación el neoliberalismo institucionalizó la individualización del bienestar. Esto generó recortes en términos de seguridad social que transfirieron responsabilidades de cuidado hacia los hogares y dentro de los hogares, hacia las mujeres, lo cual intensificó el trabajo doméstico y de cuidado. Las economistas feministas han reiterado la relación que existe entre los recortes presupuestales en materia de salud, seguridad social y pensiones y la intensificación del trabajo no remunerado (Elson y Cagatay, 2000).

Durante las reformas de segunda generación se abrieron las fronteras a la inversión extranjera. Esto promovió que se instalaran las fases de producción de menor valor agregado en los países en desarrollo con la oferta de empleos vulnerables, precarios y orientados a la exportación. Las características de la inversión marcaron la pauta de los empleos disponibles para las mujeres. Esto, en conjunto con las políticas de reducción de subsidios agrarios, afectó desproporcionadamente a las mujeres rurales que se vieron en la necesidad de migrar e insertarse en las fábricas bajo el modelo de la maquila (Solis, 2011).

En la etapa actual, en las reformas de tercera generación se observa un conjunto de disposiciones legislativas que tienden a elevar los márgenes de ganancia:

  1. Reformas laborales que institucionalizan los modelos laborales flexibles, por ejemplo; el pago por hora, la subcontratación y el abaratamiento de los costos del despido, impactan en mayor medida a las mujeres, desproporcionadamente representadas en trabajos vulnerables (Girón, 2010).

  2. Reformas fiscales, en términos de reducción de la política social, que reducen los servicios de asistencia al trabajo de reproducción social.

  3. Reformas tendientes a facilitar la expropiación y la inversión extranjera en recursos naturales, las cuales promueven un proceso interconectado de expulsión de la población de sus comunidades de origen, ahora en la necesidad de migrar hacia centros urbanos que ofrecen trabajos precarios, así como de forma indocumentada hacia otros países (Tapia, 2016).

Se trata de un fenómeno similar a la acumulación originaria que cercó los terrenos comunales y expulsó a cantidades masivas de la población hacia las fábricas, lo cual, como lo relata Silvia Federici en Calibán y la bruja, tiene efectos acentuados en las mujeres en tanto responsables del cuidado de infantes y personas mayores, así como por las opciones laborales a las que se enfrentan al llegar a sus destinos (Federici, 2010).

En conjunto con las etapas de implementación de las reformas neoliberales se pueden reconocer los procesos de institucionalización de la acumulación por desposesión y la transición hacia la feminización de la supervivencia. La desigualdad económica va más allá de la distribución del ingreso y se profundiza con el incesante trabajo de las mujeres. Amaia Pérez lo describe así:

Los procesos de privatización y de recorte de prestaciones públicas han generado un incremento de los trabajos no remunerados para compensar los recursos perdidos. Sin embargo, los hogares son escenario de relaciones de género de poder, por lo que no pueden analizarse agregadamente, sino que hay que atender cómo se distribuyen recursos y trabajos en su seno. Esto nos muestra que son las mujeres las que realizan la mayoría de los trabajos no remunerados y, por tanto, son ellas quienes reajustan el sistema económico para seguir posibilitando la sostenibilidad de la vida. Ellas son el colchón del sistema y quienes asumen, en última instancia, la responsabilidad de sostener la vida (Pérez, 2004, p. 26).

Es necesario enfatizar que las reformas estructurales han sido implementadas por los estados nacionales, los cuales, aunque tienen el poder de redistribuir el trabajo doméstico y de cuidado, por el contrario, han institucionalizado su mercantilización y la individualización de la responsabilidad del bienestar (Elson y Cagatay, 2000).

Cabe señalar que, si bien el presente trabajo no se centra en el análisis concreto de la política pública, sí busca reiterar que las relaciones entre la economía y la política generan condiciones materiales que tienen el poder de exacerbar la opresión de las mujeres dados los roles de género.

Estudiar la desigualdad desde la experiencia de las mujeres brinda pautas para visibilizar las características de su inserción al trabajo remunerado y su continuo protagonismo en el cuidado y el trabajo doméstico. Esta lente busca colocar en el centro del debate el hecho de que, cuando el ingreso no es suficiente e impera una carencia de servicios públicos, la subsistencia se asegura mediante cadenas feminizadas en empleos precarios, la economía informal y la esfera no mercantil de la reproducción social.

Las estadísticas permiten vislumbrar un panorama general de la feminización de la supervivencia como un fenómeno observable y cuantificable en el contexto del neoliberalismo globalizado, lo que nos aporta herramientas ampliadas para entender cómo se satisfacen las necesidades humanas ante la retirada del estado y la concentración del ingreso en tan pocas manos.

La feminización de la supervivencia se enmarca en un contexto mundial de desigualdad económica, dinámicas complejas de integración de la globalización, así como de las reconfiguraciones de la reproducción social en el neoliberalismo. En otros momentos históricos las mujeres solo protagonizaban las esferas del trabajo doméstico y de cuidado; ahora las condiciones de precarización las han posicionado en todos los frentes para asegurar la satisfacción de necesidades básicas.

Cuando se observan los datos a la luz de las dinámicas de cuidado en conjunto con la estructura laboral en la que se insertan las mujeres, se pone en evidencia que las identidades de género se trasladan a la organización social de satisfacción de necesidades.

La Figura I ilustra la construcción de un marco referencial para combatir la ceguera a las imbricaciones entre el género y los mecanismos de acumulación. Trata de hacer visibles las relaciones entre los mecanismos que sostienen la vida humana en un escenario neoliberal, con la feminización de la supervivencia y los procesos de acumulación por desposesión que ensanchan los márgenes de ganancia.

Fuente: Elaboración propia.

Figura I: Acumulación de capital, feminización de la supervivencia y desigualdad económica 

El auge de las acciones afirmativas que reconocen las desigualdades históricas de género son una victoria del movimiento feminista; sin embargo, no han representado un cuestionamiento a las dinámicas de acumulación de capital que afectan de manera acentuada a las mujeres y, por ende, limitan los alcances de las acciones afirmativas (Fraser y Honneth, 2003). Es importante reflexionar sobre cómo la economía feminista, en conjunto con la corriente crítica de la economía política, ofrece una plataforma amplia para el análisis de la realidad, así como para el diseño de soluciones integrales a corto, mediano y largo plazos.

Consideraciones finales

Analizar la desigualdad económica desde una lente feminista visibiliza la explotación que se interrelaciona con la dominación de las mujeres en un contexto de exacerbada expropiación del valor. El trabajo de las mujeres desfalca a la “mano invisible” de Adam Smith por las manos visibles y cotidianas que sostienen la vida a pesar de la precarización, aquellas que fungen como factor de equilibrio para los fallos del mercado y del estado cuando ambos se lavan las manos de la tarea de la reproducción social (Carrasco, 2003).

Los márgenes de ganancia que han transferido al 1% de la población 46% de la riqueza global (Milanovic, 2016) son producto de la institucionalización del orden neoliberal. A través de la liberalización de flujos de capital, comerciales y de inversión, se consolidaron cadenas globales de valor deslocalizadas que colocan los procesos de menor valor agregado en los países en desarrollo, en donde se ha flexibilizado y precarizado el empleo en pos de la atracción a la inversión.

Peor aún, es preciso entender a fondo la etapa actual del capitalismo para evidenciar el proyecto de acumulación de capital que subyace a los cambios de forma experimentados en las últimas décadas. Acumular a través de desposeer es un juego de suma cero en el que ganan pocos a costa de las pérdidas de la mayoría.

El ensanchamiento de las brechas de ingresos es mucho más que una historia de dinero, es una historia cotidiana en la que se materializan costos humanos donde las mujeres son las principales responsables de sostener la vida diaria y generacionalmente.

Categorías de análisis como la sostenibilidad de la vida y la feminización de la supervivencia son herramientas útiles para desmenuzar los mecanismos a través de los cuales la vida continúa todos los días a pesar de la precarización creciente. El análisis feminista de la reproducción social permite distinguir las interrelaciones entre el género, el nivel de ingresos, la raza, la etnicidad, la localización, la edad o la condición migratoria (entre otros factores) y revela la sobrecarga de trabajo que sufren las mujeres pobres, migrantes, rurales e indígenas, quienes se ven aún más afectadas por la desigualdad.

Cabe aclarar que lo expuesto durante este trabajo no pretende posicionar a las mujeres como víctimas del sistema; por el contrario, busca colocar al feminismo como herramienta metodológica para construir propuestas integrales de transformación del orden social.

El marco de análisis de la desigualdad económica muestra que la sola redistribución del ingreso no va a cambiar las dinámicas de acumulación entrelazadas con la opresión de las mujeres. La implementación de políticas afirmativas en favor de la equidad de género tampoco va a transformar las estructuras de expropiación del plusvalor. Para transformar la realidad es necesario un enfoque integral que contemple las interrelaciones sistémicas entre el modelo económico y las práticas sociales que sostienen la organización actual de satisfacción de necesidades.

La tarea de quien investiga es nombrar el sufrimiento inevitable, en palabras de Segato (2007). Posicionarse desde el feminismo es una apuesta política por la transformación. Es necesario realizar estudios empíricos para acercarnos a la realidad concreta y elaborar diagnósticos que permitan diseñar soluciones adecuadas a los contextos locales. Es tiempo de descentrar a los mercados del debate, poner la vida en el centro y posicionar al feminismo como una plataforma amplia para la emancipación.

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1La crisis económica de las décadas de 1970 y 1980 se caracterizó por un estancamiento del crecimiento y altas tasas de inflación; a este fenómeno se le conoce como “estanflación”. Desde la visión clásica y neoclásica de la economía, esto se atribuye al alto gasto gubernamental en provisión social, así como al poder sindical y las condiciones laborales del trabajo asalariado formal de la época. Teniendo en cuenta que la expansión de la acumulación de capital y por lo tanto, el crecimiento, son constitutivos del capitalismo, desde la visión crítica la crisis se lee como una desaceleración de las tasas de acumulación de capital que es necesario recuperar mediante múltiples estrategias de control del trabajo y cambio institucional.

Recibido: 25 de Febrero de 2019; Aprobado: 27 de Octubre de 2019; Publicado: 15 de Junio de 2020

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