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Debate feminista

On-line version ISSN 2594-066XPrint version ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.58  Ciudad de México Oct. 2019  Epub Mar 19, 2021

https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2019.58.02 

Artículos

Giro material en la crítica feminista de Julieta Kirkwood

Material turn in Julieta Kirkwood’s feminist critique

Giro material na crítica feminista de Julieta Kirkwood

Odaimis Nicole Moraga Cavour1a  * 
http://orcid.org/0000-0003-4569-0810

a Programa de Magíster en Estudios Culturales y Latinoamericanos de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, Chile


Resumen

El presente artículo pretende leer el trabajo de Julieta Kirkwood desde la posición crítica que desarrolla respecto a la materialidad de los discursos identitarios del proyecto nacional popular de la izquierda en Chile, de los saberes y soportes disciplinarios, así como de la posibilidad del pensamiento y política feministas. Entendiendo la materialidad, de acuerdo con Judith Butler, como un efecto del poder que se estabiliza a través del tiempo, se analizarán las operaciones y estrategias que despliega Julieta Kirkwood para desnaturalizar las atribuciones esencialistas sobre las mujeres que sostienen las políticas de interpretación y representación en el campo de la política y el conocimiento en la década de 1980. Estas operaciones desnaturalizadoras serán entendidas como una perspectiva material determinante en el pensamiento de Julieta Kirkwood.

Palabras clave: Materialidad; Género; Política feminista; Conocimiento; Poder, América Latina

Abstract

This article seeks to interpret the work of Julieta Kirkwood from the critical position it develops on the materiality of the identity discourses of the popular national project of the left in Chile, disciplinary knowledge, as well as the possibility of feminist thought and politics. In keeping with Judith Butler, materiality is understood as an effect of power that stabilizes over time. Julieta Kirkwood’s operations and strategies will be analyzed to denaturalize the essentialist attributions about women underpinning the policies of interpretation and representation in the field of politics and knowledge in the 1980s. These denaturalizing operations will be understood as a determining material perspective in the thinking of Julieta Kirkwood.

Key words: Materiality; Gender; Feminist politics; Knowledge; Power, Latin America

Resumo

O presente artigo pretende ler a obra de Julieta Kirkwood a partir da posição crítica que desenvolve sobre a materialidade dos discursos identitários do projeto popular nacional de esquerda no Chile, dos saberes e suportes disciplinares, bem como da possibilidade do pensamento e da política feministas. Entendendo a materialidade, segundo Judith Butler, como um efeito de poder que se estabiliza ao longo do tempo, as operações e estratégias de Julieta Kirkwood serão analisadas para desnaturalizar as atribuições essencialistas sobre as mulheres que sustentam as políticas de interpretação e representação no campo da política e do conhecimento na década de 1980. Essas operações de desnaturalização serão entendidas como uma perspectiva material determinante no pensamento de Julieta Kirkwood.

Palavras-chave: Materialidade; Gênero; Política feminista; Conhecimento; Poder, América Latina

Introducción

Julieta Kirwood se graduó como socióloga y cientista política de la Universidad de Chile a finales de la revolucionada década de 1960, cuando las mujeres poblaron ampliamente el espacio público y las instituciones de educación superior. Su trabajo constituye un referente teórico histórico dentro del pensamiento feminista en Chile y Latinoamérica, cuando en su lucha contra la dictadura se animó a advertir que “no hay democracia sin feminismo”. Para Raquel Olea (2008, p. 58), Kirwood fue la primera en advertir en el movimiento feminista chileno la necesidad de producir teoría, pero desde la práctica política de las mujeres, legitimándolas como productoras de un nuevo saber. De ello se derivó su incansable compromiso en la lucha contra el patriarcado y el autoritarismo, manifiesto en sus investigaciones, escritos y docencia; así como en las jornadas, encuentros, círculos de mujeres, seminarios y capacitaciones en las que participó. Su prematura muerte en 1985, a los 49 años, a causa de un cáncer, no le permitió presenciar el fin a la dictadura ni el largo silencio feminista que le siguió en la década de 1990. Tampoco le permitió vivir la alegría actual de la explosión mundial de un nuevo tiempo de feminismo. Sin embargo, las múltiples preguntas y lecturas críticas que nos heredó sobre la relación entre las mujeres y la política, le sobreviven y resultan más vigentes que nunca en los nuevos sitios de sabiduría feminista que se reanudan en el presente.

Como una de las figuras fundamentales del movimiento feminista que resurge en Chile en la década de 1980, Julieta Kirkwood desarrolló una importante elaboración teórica para respaldar la posibilidad de una política feminista. Simultáneamente, participó de forma activa en diferentes organizaciones, como el Círculo de Estudios de la Mujer (CEM), La Casa de la Mujer La Morada y el Movimento Pro Emancipación de la Mujer Chilena 83 (MEMCh 83), que tenían como propósito producir pensamiento e instalar en el debate público la reflexión en torno a la conciencia de género y los derechos de las mujeres.2

Su trabajo como investigadora y profesora comienza en FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales) en 1972 y se concentra en el estudio de la situación de la mujer y su participación en la política. El golpe de estado de 1973 en Chile impone un contexto en el que resulta esencial la reflexión en torno al valor de la democracia por parte de la izquierda chilena, pero que en el trabajo de Kirkwood se manifestará en el cuestionamiento del sentido de esta urgencia, en circunstancias en que las mujeres habían experimentado la discriminación y el autoritarismo cotidianamente desde antes de la dictadura militar. En dichas circunstancias históricas, su producción discursiva inaugura una profunda revisión de las contradicciones y exclusiones del proyecto político alternativo de la Unidad Popular y de las organizaciones que le precedieron, desvelando las condiciones de participación de las mujeres que se habían mantenido silenciadas por los discursos más homogéneos de identidad de la clase trabajadora como sujeto revolucionario.

En concordancia con lo anterior, en FLACSO publicó una serie de artículos que abordan la participación de las mujeres en la política, su historia no contada y los lugares de enunciación de sus saberes. Esta serie es sistematizada por ella en 1982 (y reeditada en 1986) en el libro Ser política en Chile: las feministas y los partidos (o Los nudos de la sabiduría feminista, como tras su muerte pasó a titularse, según su deseo). También expresó sus reflexiones en colaboraciones de perfil no institucional para el Boletín del Círculo de Estudios de la Mujer entre 1980 y 1983 (recopiladas por Patricia Crispi en Tejiendo rebeldías, junto a otras publicaciones y manuscritos), así como en el trabajo docente que desempeñó en cursos, seminarios y charlas entre 1981 y 1984 (reunidos por Sonia Montecinos en Feminarios, en 1987). La heterogeneidad que transmiten estos textos, expresa la constante postura reflexiva de la autora respecto a la materialidad de los soportes del conocimiento, así como a las condiciones de producción de su propio discurso.

Identidades revolucionarias: inclusiones y exclusiones

Una de las preocupaciones fundamentales que organiza el trabajo de Julieta Kirkwood se refiere a un posicionamiento crítico frente a las omisiones y contradicciones que caracterizaron las prácticas políticas de la izquierda en Chile. Esta preocupación da lugar a una revisión de la “historia no conocida ni reconocida de la mujer en Chile que se la percibe cuando sale a la luz en forma de crisis, de expresiones irruptivas de un proceso no aclarado y no develado” (Kirkwood, 1990, p. 33), rastreando a sus protagonistas, no como sujetos individuales excepcionales, sino como sujetos colectivos, pues “las expresiones personales o geniales de presencia femenina pública, como ejemplaridades, no nos hablan de esa historia oculta; la ejemplaridad no representa ni sustituye los procesos sociales” (Kirkwood, 1990, p. 33). A partir de esta operación de definición de su objeto de estudio, produce el sujeto que ha sido excluido, exclusión que ha generado el “periodo de silencio feminista” que correspondería al contexto anterior a la dictadura militar y demuestra la presencia de un conflicto en el proyecto de la izquierda. Este silencio, para Kirkwood (1990), posibilita la constitución del proyecto global de emancipación social en que la izquierda, que “cierra filas en torno a su unidad, para evitar debilitamientos en la lucha ideológica, incluye y excluirá tajantemente la incorporación de nuevas dudas, de nuevos temas, de nuevas reivindicaciones” (p. 181). En este sentido, gran parte del trabajo que realiza Julieta Kirkwood en Ser política en Chile: los nudos de la sabiduría feminista, puede corresponder a lo que Idelber Avelar sugiere como las tareas de una genealogía del latinoamericanismo: “indagará en sus rupturas y desgarramientos, en sus momentos de no coincidencia consigo mismo, porque sospecha que es precisamente allí, en esos espacios discontinuos, donde se revela el silenciamiento que hace posibles las grandes narrativas continuas” (Avelar, 2012, p. 21).

Tarea que no representa un desacuerdo con el diagnóstico social de la izquierda ni pretende revelar sus errores para sugerir representaciones más exactas, sino que asume el trabajo de localizar cómo el postulado de una identidad general produce inclusiones y exclusiones, asignando posiciones a los sujetos (Avelar, 2012, p. 21). Para Kirkwood (1990), la operación que subyace a esta exclusión corresponde al presupuesto -de los partidos populares, progresistas y revolucionarios- de que la única causa de los problemas sociales, la subyugación y discriminación, tiene su origen en una base material económica y de clase que proporciona una “contestación indiferenciada” (p. 51). Esta respuesta, que no considera otro tipo de causa que el antagonismo de clase, supone la base material que articula el discurso histórico de los movimientos de izquierda en Chile y Latinoamérica. Se estabiliza un saber y su efecto determina una posición contradictoria para las mujeres en la lucha contra el capitalismo. Puesto que mayoritariamente no forman parte directa del sector de trabajo productivo, su lugar en los movimientos sociales de izquierda reitera el rol doméstico y reproductor que les asigna la estructura capitalista:

Ahogadas por necesidades inmediatas, obligadas a participar en ollas comunes, encargadas del cuidado de niños y enfermos, muy pocas o ninguna de las mujeres podían preocuparse de un cuestionamiento político a la sociedad, ni menos sobre la supremacía masculina. No podemos decir que no la sufriesen: los golpes, la violencia sexual, un marido que se emborrachaba, son parte de su cotidiano. Toda su lucubración (y la de la mujer popular en general) se dirige totalmente al apoyo del trabajador, del obrero, asumiendo su parte en la nueva división sexual del trabajo capitalista que separó a la mujer de su trabajo más productivo en el interior de la familia preindustrial, y le entregó las tareas alimentarias y domésticas en condiciones gravosas en la familia nuclear proletaria (Kirkwood, 1990, p. 99).

La relegación al trabajo doméstico y reproductivo de las mujeres en las prácticas sociales de la izquierda es evaluada desde diferentes perspectivas por Julieta Kirkwood. Por una parte, evalúa cómo la izquierda chilena elude la participación de ese rol tradicional como parte de la estructura de producción del capital mediante la reproducción de la fuerza de trabajo. Como señala Gayatri Chakravorty Spivak en su relectura de la teoría marxista: “La mujer, en la situación social tradicional, produce más de lo que obtiene en lo que respecta a su subsistencia y que, por lo tanto, es una fuente continua de producción de plusvalía, para el hombre que la posee o a través del hombre para el capitalista que posee la fuerza laboral de ese hombre” (2013, p. 140).

Sin embargo, esta situación de la mujer como productora de plusvalía, negada por el discurso identitario que se basa en la figura del hombre proletario del sector productivo, debe ser a su vez negada por el feminismo (Kirkwood, 1990, p. 199). Negación propuesta no solo por su imprecisión teórica, sino por sus efectos políticos para la opresión de clase:

Como contrapartida la mujer pretende del obrero que adquiera las cualidades que el capitalismo necesita introducir para su mejor desarrollo: mano de obra ordenada, limpia, puntual, sobria, esforzada, con pretensiones de ahorro de su miseria; que sea defensor de la familia y conformista en su condición, todo lo cual se plasmaría más adelante en un feminismo de “moralidad” proletaria (Kirkwood, 1990, p. 99).

En este contexto, la negación de la condición productiva de las mujeres opera en contra de los objetivos revolucionarios del obrero, pues no solo es una parte fundamental de la estructura capitalista a través de la reproducción y manutención de la fuerza de trabajo, sino que también se les asigna cumplir con el ciclo final del consumo de mercancías. Así también, al legitimar la responsabilidad de las mujeres como garantes de la familia tradicional, sus prácticas sostienen y socializan los contenidos simbólicos de la cultura capitalista. Kirkwood advierte cómo, en consecuencia, los primeros movimientos de mujeres proletarias que asumen su rol como determinante, lo harán de forma mesiánica y con pretensiones de redimir a los obreros de sus vicios, sin cuestionar si los valores del esfuerzo, el ahorro, el orden, la sobriedad, contribuyen o no a la lucha de los trabajadores (1990, p. 101). Dicha moralidad proletaria pasará, en los posteriores movimientos feministas, incluso a entender la política como un terreno contaminado y degradante que será necesario depurar o evitar. Como respuesta a los ataques antifeministas, se escudarán tras una estricta moral ascética y casi utópica (Kirkwood, 1990, p. 124).

Según Kirkwood, este escenario de negaciones y omisiones produce una situación de alienación en las mujeres que “estaría en el principio de la cadena de enajenaciones y, viceversa, en el inicio del proceso de liberación; y nada podrá ser cambiado en las relaciones de producción sin plantear simultáneamente el cambio en el ámbito conocido” (1990, p. 198). De acuerdo con esto, para Kirkwood la perspectiva feminista representa una contribución a los proyectos políticos de izquierda, a partir de la ampliación de los conceptos básicos del soporte teórico marxista. Sobre este tipo de planteamientos feministas que entienden la reproducción sexual como producción, Spivak reconoce un cuestionamiento a las categorías marxistas originales del valor de uso y la plusvalía (2013, p. 147). De este modo, las consideraciones de Julieta Kirkwood encajan con las preocupaciones de Spivak sobre un feminismo cargado a la producción de plusvalía, pero que no se pregunta por el carácter de la alienación de las mujeres sobre el producto de su trabajo reproductivo (el hijo), expresada en las labores de cuidado que les son tradicionalmente asignadas (Spivak, 2013, p. 47). Al respecto, Kirkwood no da por definida y cerrada la condición de alienación de las mujeres, sino que señala la importancia de “preguntarse si la alienación de género se expresa o no; qué es lo que impide o perturba su reivindicación (toma de conciencia); cómo se perfila en los distintos sectores o grupos; cómo contribuye o desalienta la constitución de la sociedad capitalista; cómo niega o reafirma las ideologías clasistas” (Kirkwood, 1990, p. 216).

Siguiendo a Spivak, esta preocupación por el carácter del lugar de la mujer en la estructura económica, lleva necesariamente a reconsiderar el oikos, la economía doméstica, por su preexistencia a todas las formas del capitalismo, así como a los demás modos históricos y geográficos de producción; por ser un ejemplo de trabajo fuera del trabajo asalariado y un ejemplo sostenido de “trabajo cero” (Spivak, 2013, p. 149). Por el momento, para Kirkwood será fundamental “apuntar a cuál es la dimensión política que le corresponde a la naturaleza de la exacción o alienación” de las mujeres, sobre todo porque representa una posibilidad de reconocimiento y superación del aislamiento y, por tanto, la “afirmación del nosotras” (Kirkwood, 1990, pp. 192, 199), la posibilidad de constatar una carencia que detonaría la conciencia feminista en las mujeres.

El feminismo desde el que construye su objeto Julieta Kirkwood, proyecta a su vez la posibilidad de construir el sujeto específico de la mujer que, en la ideología de izquierda, solo aparecería “adjetivado por lo popular que, paradojalmente, niega a las mujeres proletarias su presente cotidiano del género en virtud de su futuro como clase” (1990, p. 231). Este sujeto rescatado de la historia asigna nuevas posiciones a los sujetos como oprimidos y opresores, así como un nuevo soporte material para las causas de los problemas sociales, articulados ahora desde las contradicciones de género y que, por tanto, requieren algo más que la desaparición de la lucha de clases.

Materias esenciales: mujeres pasivas, reaccionarias y feminismo purificador

A través de la revisión histórica de la participación de las mujeres en Chile, surgen ciertos significados, valores y atributos que se constituyen en material para su discriminación por los grupos políticos de izquierda. Estas atribuciones al género femenino operan, como Judith Butler explica en Cuerpos que importan, de acuerdo a un “proceso de reiteración del cual llegan a emerger tanto los sujetos como los actos” (2010, p. 28) que, en virtud de dicha reiteración y persistencia, se constituyen en poder. Por tanto, la materialidad debe entenderse, para Butler, como un efecto del poder que actúa performativamente, es decir, no como un acto deliberado y singular, sino como una “práctica reiterativa y referencial mediante la cual el discurso produce los efectos que nombra” (2010, p. 18). De acuerdo con esto, es posible valorar el trabajo que Julieta Kirkwood realiza para desnaturalizar las asociaciones moralistas que sostienen los discursos de la derecha sobre las mujeres, su caracterización negativa por parte de la izquierda como conservadoras y reaccionarias, así como las propias definiciones mesiánicas de los primeros movimientos feministas en Chile.

Siguiendo con las tareas que plantea Avelar para una genealogista, resulta sustantivo que “nada sea tomado a priori como natural, dado o históricamente inevitable”; que cada concepto sea comprendido dentro del sistema al que sirve, y este último como un origen no-originario, es decir, “un origen que solo llega a ser origen a través de los efectos que le son asignados retrospectivamente” (2012, p. 20). En concordancia, Kirkwood (1990) evalúa constantemente algunos de los acontecimientos que han sido interpretados por la izquierda como los efectos del inevitable destino que han atribuido al carácter conservador de las mujeres. El más reciente a su contexto de producción, el “movimiento de las cacerolas” en 1972, que se lee desde la izquierda como decisivo para la violenta interrupción del proyecto de la Unidad Popular, para Kirkwood representa el efecto de la omisión de las mujeres en el proceso de cambio, en su exclusión como sujetos en el proyecto de liberación global:

Podríamos hablar de tragedia y de responsabilidad del proyecto político popular alternativo; su responsabilidad de cumplir con la necesidad de inclusividad de todas las dimensiones y de todos los sectores sociales en su formulación. Su tragedia es que la no consideración y la evasión de aquellas dimensiones en lo que respecta a las mujeres ha precipitado, en diversos momentos y ámbitos políticos, un similar fenómeno social: la opresión femenina deviene en reacción (Kirkwood, 1990, p. 26).

De este modo, se exploran las condiciones históricas y políticas que explican la supuesta inevitabilidad de una acción, desarticulando la economía discursiva que interpreta y representa (y produce) a las mujeres como esencialmente reaccionarias. En este mismo sentido se registra, como contraria a la negligencia de la izquierda, la actitud por parte de la oposición de centro-derecha que aprovecha los CEMAS (Centros de Madres)3 como espacios políticos de base para encauzar el poder femenino hacia la determinante marcha de las cacerolas vacías (Kirkwood, 1990, p. 60). Ahora bien, Julieta Kirkwood no pretende generar una explicación verdadera ni definitiva sobre el origen de la acción reaccionaria del “movimiento de las cacerolas”, sino más bien rastrear el conjunto de “reiteraciones” -en palabras de Butler- del cual emergió la mujer reaccionaria de 1972, subjetivada por las relaciones históricas de género. De este modo, se lee también la participación electoral de las mujeres luego de la obtención del derecho al voto:

La cuestión, como sabemos, es que después de la larga lucha de algunos grupos organizados de mujeres se obtuvo un derecho; que este derecho, al ser ejercido, mostró una profunda tendencia conservadora no partidaria, puesto que derivó en más de una ocasión hacia candidatos independientes que tenían en común, eso sí, la cualidad de representar el autoritarismo conservador, tradicional, jerárquico, disciplinado y moralizante de la imagen incuestionada del Patriarca (Kirkwood, 1990, p. 150).

En su investigación, Kirkwood señala cómo este escenario, de inclinación conservadora específica, funciona como punto de referencia constante para justificar el desinterés de los partidos y organizaciones de izquierda que “no realizan trabajo electoral, ni de difusión ni de formación, ni revelan políticamente la temática femenina” (1990, p. 160). Es posible señalar que Kirkwood expone también cómo dicha referencialidad discursiva participa del proceso de performatividad del género que produce mujeres conservadoras. En este sentido, Kirkwood aclara que: “para el análisis feminista, sin embargo, apareció como evidente que la razón de ser del autoritarismo o conservantismo femenino no radicaba en ‘esencias’ femeninas, sino que, por el contrario, obedecía a una ‘razón de género’; y por lo tanto a una pura construcción social, cultural y política, cuyos parámetros eran otros y apenas atisbados” (1990, pp. 212-213).

Sin el propósito de atribuir rasgos esenciales al sexo femenino, pero sí cuestionar la uniformidad de dicha representación, Julieta Kirkwood registra la historia de las primeras mujeres profesionales en Chile, de las mujeres del norte salitrero organizadas en los Centros Belén de Zárraga, las mujeres de los sectores acomodados reunidas en el Club de Señoras y las de las capas medias en los Círculos de Lectura a principios del siglo XX, la heterogeneidad presente en el Partido Cívico Femenino de 1919, la Unión Femenina de Chile en Valparaíso de 1927 o la posterior constitución del Movimiento Pro Emancipación de la Mujer (MEMCh) en 1935. Al plantear preguntas como: “¿son reaccionarias las mujeres?, ¿son revolucionarias?” (1990, p. 37), Kirkwood no busca una definición estable, sino el comienzo de un ejercicio genealógico que se apoya en una lectura de Foucault:

Presentando la historia como la memoria neutral de un proceso evolutivo civilizatorio, olvida y hace olvidar que cada uno de esos logros también han supuesto luchas, resistencias titánicas, voluntad. Y mantiene en la opacidad aquello que ha aclarado Foucault: toda situación de poder conlleva intentos de contrapoder, todo esfuerzo por imponer una determinada legalidad, coexiste simultánea y automáticamente con una o varias ilegalidades. Lo que podría traducirse en que, desde que existe la opresión femenina, coexiste también la posibilidad -realizada o no, expresada o no, traducida en sucesivos ropajes histórico-culturales- de la rebeldía de las mujeres (Kirkwood, 1990, p. 66).

El encuentro con la historia ilegal de la rebeldía de las mujeres se realiza con el propósito de resemantizar la etiqueta de pasividad con que se interpreta su acción, ya que “lo definido como pasivo, lo femenino, es en verdad un agente tremendamente activo de reproducción de lo establecido y del inmovilismo político social, cualidad que salta con las crisis, con los quiebres o rupturas sociales, con los cambios revolucionarios” (Kirkwood, 1990, p. 31). De esta forma, no puede categorizarse como rol pasivo la participación de menos de 18% en el periodo de la República, ni mucho menos la “movilización de las cacerolas” (Kirkwood, 1990, p. 31). No obstante, este encuentro con la historia silenciada sirve a Kirkwood para revelar esencialismos que también formaron parte de los discursos feministas de las primeras décadas del siglo XX y que, aunque de otra manera, persisten aún en su propio contexto de producción. En consecuencia, observa cómo, desde la formación del primer “Club de Señoras” en 1916, comienza a perfilarse una de las características recurrentes del movimiento feminista chileno: “la atribución de cualidades mesiánicas, depuradoras, a la acción incontaminada de las mujeres en la política” (Kirkwood, 1990, p. 117). Este feminismo que, en palabras de Kirkwood, “habla más de contaminación moral que de exigencia de un derecho” (1990, p. 122), se proyecta en el futuro (presente de la autora) como un rechazo por parte de las feministas a ingresar a los partidos “masculinos” o la constitución de partidos propios, delimitando la práctica política a “una pauta ética muy rígida, muy de blanco y negro, que le impedirá entrar en los juegos del poder. Aún más, le impedirá una relación con lo que la política realmente es: fuerza, negociación, manejo, oportunidad” (Kirkwood, 1990, p. 165). Estas observaciones llevarán a la autora a preguntarse por la posibilidad de una política propia de las mujeres. Lo propio, como señala Avelar (2012), “hispostasía una continuidad, entre el pasado y el presente, entre sujetos heterogéneos, con el fin de interpelar aquellas heterogeneidades como una sustancia común” (p. 26). En consecuencia, la pregunta por la propia política desde las mujeres genera nuevas exclusiones, pues se basa en el planteamiento de que el quehacer político sería la persecución del estadio que permita la realización plena del ser humano, según la virtualidad que todo ser humano tiene de esta (Kirkwood, 1990, p. 193). Dicha definición no considera los intereses de clase ni otras categorías que se interseccionan en las mujeres y determinan sus ideas de plenitud. Sin embargo, esta grieta descubre nuevas tensiones que articularán la crítica de Julieta Kirkwood en torno a los soportes materiales de su propio discurso y de una política, ya no de mujeres, sino feminista.

Autoritarismo cotidiano: patriarcado, familia y democracia

De acuerdo con Kirkwood, una de las condiciones que habría posibilitado la constitución de las grandes narrativas de la liberación popular sería la de haber planteado la subversión de la relación dominante-dominado de forma generalizada y asexuada (o sexuada en masculino). Como consecuencia, “propone al hombre el umbral de la libertad; para las mujeres la libertad no termina de traspasar el umbral de la casa” (1990, p. 53). Por estas limitantes, el feminismo:

es revolucionario en un doble sentido: con la elaboración del concepto de patriarcado trasciende el planteo de la diferenciación y pugna entre clases sociales como única raíz y origen de las relaciones sociales de opresión entre los humanos, apuntando a la existencia de la opresión sexual: al dominio y la opresión cultural y material concretos de un sexo sobre otro (Kirkwood, 1990, p. 68).

Es revolucionario porque rompe con el lugar secundario que se establecía para el problema de la sujeción femenina frente a la contradicción de clase. Es revolucionario porque trasciende a las mujeres como grupo específico y pone en cuestión la totalidad de la vida cotidiana, lo personal y lo privado. Por tanto, su contribución teórica permite identificar cómo con el golpe de estado, la postergación de la contradicción de género se acentúa aún más con el llamado, socialmente aceptado, a recuperar la democracia. Esto porque se le otorga una mayor valoración a la democracia, ya que en este caso los hombres han sido privados de ella, pues “las mujeres [...] frente al autoritarismo, están en cierto modo, de cara a un fenómeno conocido: el autoritarismo como cultura es su experiencia cotidiana” (Kirkwood, 1990, p. 186-187). Y la experiencia cotidiana de las mujeres apunta directamente a ese espacio privado circunscrito por el umbral de la casa en que se organizan las relaciones familiares patriarcales.

Según Julieta Kirkwood, la conceptualización del patriarcado que articula el discurso feminista contemporáneo permite asignar un espacio a aquellos problemas de la mujer que “parecen estar ubicados fuera del tiempo, fuera de la historia, fuera del acontecer y la contingencia política [...] Se habla de un tiempo desconectado, abstracto, pero que para las mujeres connota profundas resonancias” (1990, p. 201). Así mismo, este reconocimiento del patriarcado como posibilidad de pensamiento y producción teórica, permite que emerja una crítica fundamental al imaginario latinoamericano del Estado-nacional conformado en torno a la asociación de patria y familia:

Las formulaciones más combativas en el discurso de la izquierdista-progresista radican en la disputa, con la derecha, de la condición de adalid de la defensa de la familia -léase la familia proletaria- que se define como “núcleo revolucionario básico”, pero dejando intocadas las redes interiores jerárquicas y disciplinarias que conforman históricamente a la familia, sin alterar la reproducción de su orden en la socialización infantil. Con ello la izquierda disputa -sin quererlo- la reivindicación de valores del Orden conservador (Kirkwood, 1990, p. 53-54).

Por un lado, como señala Alejandra Castillo en Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio, aunque el imaginario latinoamericano de la democracia nacional-popular estaba organizado en torno a representaciones sociosimbólicas sobre un ideal de familia proletaria, la experiencia de la dictadura advierte en aquella escena de representación un núcleo de unificación del Estado autoritario (2007, p. 25).4 En consecuencia, se identifica la profunda continuidad histórica entre ambas defensas de la familia: “Esta posición primordial de la familia en la estructura ontológica de la sociedad nacional se explica por el hecho de que la familia al ser la comunidad consanguínea por excelencia termina por establecer en sí el soporte fantasmático ideal para la construcción moderna de toda identidad nacional” (Castillo, 2007, p. 28-9).

En particular, la preocupación de Julieta Kirkwood respecto a la defensa de la familia por parte del discurso de izquierda, se aproxima también a las planteadas por Spivak (2013) en su ensayo “Feminismo y teoría crítica” sobre las redes patriarcales interiores que asignan atribuciones de propiedad al padre respecto de las mujeres y los hijos (p. 142), mientras que la noción de “la familia extendida o corporativa es una organización socioeconómica (en realidad, en ocasiones, política) que hace de la constitución sexual un cómplice irreductible de la economía histórica y política” (p. 146). En el mismo sentido, para Kirkwood (1990) será esencial cuestionar el autoritarismo y el patriarcado al interior de la familia, reconocer las relaciones de poder que se ejercen en ella, evidenciar cómo se conectan con problemas estructurales y políticos, así como identificar las relaciones de opresión reproducidas por los oprimidos (p. 38). Como consecuencia, enfatiza la necesidad de rechazar los contenidos autoritarios de la representación familiar, la socialización de los hijos y la asignación de roles sexuales (Kirkwood, 1990, p. 202), pues proporcionan material para que las aspiraciones autoritarias actúen de forma más efectiva a través de la sociedad civil (burguesa, proletaria y campesina), que por medio de los aparatos represivos del Estado (Kirkwood, 1990, p. 212).

Sospechas epistemológicas: discurso, saber y poder

Las tensiones que se perciben en la textualidad de Ser política en Chile: los nudos de la sabiduría feminista escenifican la experiencia productiva que precede a la sistematización del trabajo de Julieta Kirkwood en dicho libro; experiencia definida por una heterogeneidad de soportes, registros y medios. En su trabajo como investigadora en FLACSO desde 1972, se atiene a las pautas de un registro disciplinar y a las exigencias de comunicabilidad del género “documento de trabajo”. Cuando en 1979 comienza a participar en el Círculo de Estudios de Mujer, implementa un programa docente que se recoge en Feminarios y en el que se puede percibir ya una marcada precaución respecto a las formas de la institución académica y ante su propia participación en ella:

Antes de iniciar estas clases sobre sexo-género, quisiera hacer tres advertencias: En primer lugar, este no es un ciclo de reuniones feministas -en el sentido de “toma de conciencia” como grupo y a partir de la experiencia de cada una- por el carácter académico de esta institución y porque considero necesario el desarrollo de la teoría del feminismo, tanto como su práctica (creo que difundir la teoría es, también, hacer feminismo). De ahí esta distribución arbitraria de profesora-alumna que connota cierto aire de autoridad (Kirkwood, 1987a, p. 27).

La segunda advertencia aclara que lo que dirá en sus clases, aunque académicas, “no tiene nada que ver con la neutralidad de la ciencia, sino que corresponde, más bien, a una visión del mundo (la mía), construida a partir de una determinada configuración de valores”. Mientras que la tercera se refiere a las carencias materiales del lugar geográfico y político específico desde el que se sitúan las clases: insuficiencia de tiempo, carencia de información acentuada por la dictadura, novedad de los movimientos feministas, barrera idiomática para aproximarse a la mayoría de la producción teórica extranjera (Kirkwood, 1987a, pp. 27-28). Por otra parte, mientras participa del Círculo, colabora con el Boletín del Círculo de Estudios de la Mujer entre 1980 y 1983, donde se publican cartas, testimonios, relatos autobiográficos, narraciones literarias, ensayos, etcétera. Este boletín mimeografiado -de elaboración artesanal, distribución gratuita y delimitada a marchas y concentraciones- representa para Carol Arcos (2010) un género de carácter no canónico que funciona como visibilización de la diferencia y como crítica al sujeto trascendental, unitario y autorreflexivo de los discursos totalizadores de la modernidad (p. 154). Así mismo, Kirkwood colabora en la revista Furia desde 1981, integra su equipo editorial y escribe seis de sus editoriales, en uno de los cuales (recopilado en Tejiendo rebeldías) expresa:

Ya teníamos la revista. Habíamos hablado, pero no teníamos un nombre, no teníamos identidad. No queríamos tampoco tener una identidad de nombre de heroína; no creíamos en ellas. Queríamos un nombre que expresara lo tan difícilmente expresable de esos apenas recordados años, miles de años, en que las mujeres han venido sufriendo en las distintas sociedades, otras tantas y variadas formas de opresión [...] Nuestra respuesta entonces fue unánime: ¡tenemos furia! (Kirkwood, 1987b, p. 30).

El anterior fragmento revela cómo las problematizaciones teóricas de Julieta Kirkwood sobre las políticas de identidad y representación traspasan la producción de carácter académico para definir las decisiones prácticas de su actividad política de “conciencia feminista”. En relación a estos dos últimos soportes de publicación, Patricia Crispi (1987), quien compila en Tejiendo rebeldías los textos con que colaboró Julieta Kirkwood, señala que:

ambas revistas son, en casi todo sentido (político, económico, ideológico), publicaciones marginales. La historia colectiva de la que estos textos son parte se desarrolla no solo en un terreno “alternativo”, en el marco de instituciones y organizaciones fuera del territorio oficial. Es una historia que vive en los bordes y márgenes de ese espacio alternativo, allí donde casi se vuelve sombra (pp. 12-13).

Esta experiencia marginal de producción incluye además la expulsión del Círculo de Estudios de la Mujer por parte de la Academia de Humanismo Cristiano, que las había recibido como refugio institucional de la censura del régimen militar, pero que no tolera su interés por temas como el divorcio y el aborto. En este sentido, se comprende la caracterización autorreferencial que las define (a Julieta Kirkwood y a sus compañeras de organización) como no estructuradas tradicionalmente, en constante formación y cuestionamiento, empleando “recursos de lugares inesperados y ordenándolos de maneras no predeterminadas” (Kirkwood, 1990, p. 97). Las características que resalta Julieta Kirkwood señalan además una posición ética respecto al saber que se reflejará no solo en sus modos de escritura, sino también en su reflexión teórica.

Desde el punto de vista de las operaciones y estrategias que despliega en su trabajo de interés feminista, es posible ubicarla en lo que Nelly Richard denomina “neofeminismo”, caracterizado por su compenetración con el pensamiento francés postestructuralista que le proporciona instrumentos para forjar un “materialismo crítico” (1989, p. 63). Este feminismo, además, participaría de una “crítica de la representación” que se conduce por el “examen y desmontaje de los códigos de estructuración material y simbólica del sentido, operando sobre las formas de reglamentación social de la producción significante y sobre los compromisos ideológicos que estas formas respetan o traicionan” (Richard, 1989, p. 65).

El trabajo de Julieta Kirkwood se asocia con esta crítica de la representación, puesto que se ocupa de desmaterializar aquellas esencias-verdades que han modelado discursivamente la identidad femenina, así como los soportes disciplinares e institucionales que vehiculan dicha materialidad. En este sentido, inaugura un debate sobre los contenidos de los saberes legítimos que se organizan con base en la distinción entre lo público y lo privado, que para Kirkwood excluye de la discusión académica los problemas de las mujeres, asociados generalmente a lo privado. Para ella será necesario entonces incorporar nuevas formas de análisis y cuestionar la oposición señalada, así como la que separa lo racional de lo afectivo. Ahora bien, esta demanda de la incorporación de lo privado y lo afectivo al saber institucional revela otra desventaja derivada de las restricciones del estilo académico. La desventaja se manifiesta en una tendencia a la reducción del problema a datos, cuotas y porcentajes. Por otro lado, se evidencia en la “inexpresividad del lenguaje científico y la pérdida de contenidos que significa, para la demanda feminista, la traducción a lo académico” (Kirkwood, 1990, pp. 28-29). Este obstáculo del registro académico es resuelto por la autora con algunas estrategias discursivas de evasión que, en contraposición con las miradas esencialistas de la marca femenina en la escritura, puede leerse, según el ensayo “De la literatura de mujeres a la textualidad femenina”, de Nelly Richard,5 como una marca enunciativa que “moviliza determinadas contraposturas en el proceso de comunicación oficial del sentido dominante: activa en lugar de pasiva, cuestionante en lugar de ratificadora, itinerante en lugar de fija, múltiple en lugar de centrada” con el propósito de “imaginar nuevas potencialidades comunicativas desjerarquizadoras de las estructuras de poder que reglamentan el sentido” (1987, p. 50). De esta forma, Kirkwood, cansada de las “explicaciones traducidas penosa y dificultosamente al plano de la lógica, del razonamiento sociológico; a lo obvio de categoría universal” (1990, p. 111) celebra la posibilidad de subversión y liberación de las normas:

Al fin un poco de luz de lo nuevo, de la frescura de hablar sin código; o mejor: transgrediéndolos [...] Ensayo de liberarse de los conceptos gastados, de los problemas pre-establecidos como serios, de la seriedad en propiedad. Ensayo de dilatar los significados hasta reventarlos en un parto de sus múltiples contenidos. Develar el porvenir que encierran. Atravesar las dudas planteando siempre otra más, por el solo requisito de abrir en pleno los ojos y el entendimiento (Kirkwood, 1990, p. 45).

Ahora bien, el desacomodo con el registro hegemónico de la ciencia es acompañado por la molestia respecto a los contenidos del humanismo moderno occidental de los postulados de igualdad, fraternidad y democracia, que son experimentados por las mujeres como “desigualdad, opresión y discriminación” (Kirkwood, 1990, p. 226). La inconsecuencia de los universales en la cotidianeidad femenina se agregaría como una forma de discriminación, como la revelación de una organización jerárquica de poder históricamente desatendida en la institución de los saberes. En respuesta, Julieta Kirkwood (1990) se resiste a la automarginación, y declara en el prólogo a Ser política en Chile: “no ser extraña a la historia es no ser extraña a la formación del conocimiento y la ciencia” (p. 14). Por tanto, en su búsqueda de una alternativa, señala como camino la estrategia de cuestionar a las ciencias desde la ciencia misma. La enunciación inaugura el gesto de un vuelco material en la crítica feminista, que define también una metodología específica para su quehacer:

Así no más vi que la ciencia afirma, construye, prueba, pero que más importante también posee ella (¡ella misma!) los elementos para autonegarse y así se explica que una misma ciencia se autorrelativice en pera, en manzana, en plato, en arriba y abajo, en polos magnéticos, en universo y átomo; y todo sujeto a revisión por mecanismos que en ella misma se contienen y que mi pelea absurda de negar la ciencia era un escamoteo a investigar la forma en que puedo preguntarle, interrogarla, leerla y construirla en lo que a sexo atañe (Kirkwood, 1990, pp. 13-14).

En la enunciación de este encuentro, también muestra una táctica que despliega recursos para infringir las reglamentaciones de la discursividad masculina (Richard, 1987, p. 51). La narrativa de la experiencia biográfica de investigadora, como señala Spivak, escenifica que “cuando uno se implica en los momentos microestructurales de la práctica que hacen posible y socavan toda teoría macroestructural, uno cae, por decirlo así, en las aguas profundas de la primera persona que reconoce los límites de la comprensión y el cambio” (2013, p. 156). Esta narrativa funciona como recurso desestabilizador, pero Spivak sugiere retornar a la tercera persona para confrontar las propias contradicciones. Así lo observa también Alejandra Castillo, quien considera que la escritura de Kirkwood no abandona las retóricas de lo universal y elabora su política en un juego entre lo excluido y lo incluido, advirtiendo que:

No se puede escribir el feminismo -y en esto Cixous tiene razón- solo habitando en los márgenes: habitando la tranquilidad del margen de la historia (en la escritura de la “otra historia”); habitando en los márgenes de la lengua (en la audacia de la creación de otras hablas, casi siempre de los sentimientos); habitando, por último, en los márgenes del poder (en la creencia de políticas de la diferencia). No es posible el discurso feminista, tal como reconoce Kirkwood, solo, y en la obstinada, “negación absoluta” (Castillo, 2007, p. 42).

La relación entre lo universal y lo particular tensiona el objetivo feminista del trabajo de Kirkwood que se propone participar de un proyecto global alternativo: “quisiéramos contribuir a que los objetivos anteriores ayuden a formar la conciencia de que la constitución del proyecto político total será también a partir de las marginalidades, una de las cuales la constituyen las mujeres” (Kirkwood, 1990, p. 32). Sin embargo, para Castillo, un pensamiento universalista que incorporase sin contradicciones la diferencia, sería una imposibilidad. Por tanto, Kirkwood situaría la política feminista en el lugar de la contradicción, de la tensión (Castillo, 2007, p. 44).

El vuelco material de la crítica feminista que desarrolla Julieta Kirkwood se orienta además a una discusión respecto a los supuestos aparentemente dados de los límites que circunscriben las relaciones entre sujeto y objeto, así como entre teoría y práctica. En el primer caso, para ella “no hay separación entre sujeto (mujer) que investiga y realidad (las mujeres) investigada. Soy yo, una mujer, desde las mujeres, la que indaga, busca, intenta comprender. Solo que hay que explicitarlo” (Kirkwood, 1990, p. 111). Mientras que respecto a la relación entre teoría y práctica, considera que “toda investigación encuentra una aplicación práctica, por una parte, y por la otra que es imposible concebir un cuerpo de conocimientos que sea estrictamente no-práctico” (Kirkwood, 1990, p. 76). En este caso, se recalca cómo en la investigación feminista se es sujeto y objeto de la realidad por conocer, lo que permitiría que la obtención de conocimiento se declarase como comprometida. En relación con esto, es posible observar el contraste que realiza Kirkwood al referirse a una de las categorías del feminismo contemporáneo como la “irresponsabilidad” respecto al paradigma científico y los conceptos que se asumen en su lenguaje; mientras que a la vez recalca la necesidad de una “responsabilidad” política sobre los efectos mediatos e inmediatos en otras mujeres de esa perpetua revisión del paradigma (Kirkwood, 1990, pp. 234, 227). De esta forma, la actividad de crítica material, debido a que no pretende proporcionar verdades o certezas, debiera interrogarse sobre los sujetos que produce y las posibilidades que reconoce a la acción política de esos sujetos.

Palabras finales

El discurso que elabora Julieta Kirkwood no persigue la linealidad argumentativa, no oculta sus errores, dudas o contradicciones. Es un discurso intencionadamente recursivo que, aunque a veces parece enunciarse desde una política de la identidad que cae en una búsqueda esencialista de los verdaderos contenidos de una política de mujeres, inserta esa dirección posteriormente para evidenciar sus limitaciones. De este modo, Kirkwood se desplaza hacia una política de la enunciación, ya no de mujeres, sino feminista. Esta política, de acuerdo a las definiciones de Castillo, se proyecta a lo aún no existente y busca realizarse en el propio gesto de su enunciación:

No olvidemos, en este punto, la intensa política de/por la lengua en la que se instala el feminismo. Políticas de la enunciación -recordemos, por ejemplo: “lo personal es político”, “el feminismo soy yo” o “la democracia en la casa y el país”- que han logrado redescribir, en términos verosímiles, nuevas prácticas sociales y culturales. Paradojales ejercicios ilocutivos utópicos que insisten en la actualización de la democracia y se sitúan en un universal aporético (Castillo, 2007, pp. 45-46).

Dicha política de la enunciación puede leerse desde la propuesta de Butler sobre qué hacer frente al proceso de materialización con que opera el poder en las ciencias, la política y la cultura. Al respecto, señala que la posibilidad de acción solo se realiza a través de la práctica reiterativa inmanente al poder, por lo que no se establece en una relación de oposición externa a él (Butler, 2010, p. 37). Por tanto, para participar del proyecto global de liberación, será necesaria la reiterativa desmaterialización del campo de inteligibilidad que se ha instituido como lo ontológico o como hechos primarios (Butler, 2010, p. 64). El interés de Julieta Kirkwood por proponer el desmantelamiento de la organización de la vida cotidiana responde a dicho proceso de desmaterialización, pues al interior de la familia y la vida privada se reafirman las prácticas performativas que estabilizan los géneros normativos. La asignación de roles domésticos o públicos, y de identidades sexuales para los niños, además de la adopción de estructuras jerárquicas, son prácticas que forman parte de este proceso performativo y apelan reiterativamente a las normas reguladoras. Kirkwood observa en este aspecto de la protesta feminista “un contenido de veras revolucionario”, pues atañe a la experiencia concreta y no abstracta, como sería la abolición de la lucha de clases (1990, p. 35). Es un contenido revolucionario, además, porque revela otra lucha de clases de carácter patriarcal a lo largo de la historia, por lo que no admite ajustes sencillos, ni la mera incorporación de las mujeres a un mundo ya definido por la masculinidad (así como por el capitalismo, el racismo y el colonialismo, como se podría señalar desde el presente). Para Kirkwood, el feminismo es revolucionario porque requiere la transformación del mundo y de “un mundo que está por hacerse y que no se construye sin destruir el antiguo” (p. 69).

En consecuencia, las reflexiones críticas que despliega Julieta Kirkwood, así como su trabajo genealógico, plantean la política feminista como la posibilidad de repensar la política en general, de reinventarla. Al revelar aquellas posturas esencialistas que cargan de purismo la polémica entre feministas y partidos, se interpela a las feministas a no excluirse ni permitir su exclusión, sino a revolucionar la acción política. Anima al feminismo a crear formas no jerárquicas ni disciplinarias de relación política, a la inclusión de afecto y razón, nuevas formas de liderazgo, a la integración no divisoria de lo público y lo privado.

Ahora bien, aunque Kirkwood ve la necesidad de integrar al proyecto global de liberación nuevas contradicciones y discriminaciones específicas, como la de género, no reconoce en la articulación de este nuevo campo de subjetivación política la inauguración de otras exclusiones para facilitar el reconocimiento identitario. Sólo señala que una vez que los sectores marginados reconozcan aquello que los niega, podrán “participar en la totalización y conciliación de todas las negociaciones particulares específicas” (Kirkwood, 1990, p. 193). Debido a las condiciones precarias de difusión y producción de conocimiento crítico durante la dictadura, el feminismo de Julieta Kirkwood no anticipa la necesidad de una perspectiva interseccional. No obstante, su propuesta crítica no excluye este requerimiento, sino que más bien contribuye a la posibilidad de esta nueva emergencia en los debates feministas posteriores. De la misma forma, aunque le fue imposible prevenir (y presenciar, debido a su prematura muerte) la fragmentación posterior que provocó el crecimiento en el número de organizaciones de mujeres, ni la evolución de muchas de ellas a organizaciones no gubernamentales con financiamiento privado,6 o el asentamiento academicista del feminismo en las universidades, Julieta Kirkwood nos otorga un método de cuestionamiento y una ética de responsabilidad que permiten volver a interrogar las propias prácticas, sus condiciones históricas y sus efectos políticos en los sujetos que el feminismo posibilitó emerger.

Referencias

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Avelar, Idelber. (2012). Hacia una genealogía del latinoamericanismo. Revista Pensamiento Político, 2, 19-31. [ Links ]

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Castillo, Alejandra. (2007). Julieta Kirkwood. Políticas del nombre propio. Santiago de Chile: Editorial Palinodia. [ Links ]

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1 Artículo desarrollado en el marco del Proyecto Fondecyt de Iniciación 11160086, “Genealogía de la crítica a la razón y la representación letrada latinoamericanista: debates disciplinares entre 1980-2000”, cuyo investigador responsable es el Dr. Hugo Herrera Pardo.

2 Estas organizaciones de mujeres generaron una serie de publicaciones independientes y contestatarias en plena dictadura. El Círculo de Estudios de la Mujer publicó doce números de su Boletín, entre 1980 y 1983, periodo en que el grupo se encontraba al alero de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, hasta que fue expulsado de la institución por tratar temáticas como el divorcio y el aborto. Julieta Kirkwood participó como una de las fundadoras y editoras de esta publicación de carácter restringido. La Casa de la Mujer La Morada, por su parte, publicó el Boletín Bimestral La Morada, caracterizado por mostrar las múltiples actividades organizadas por el colectivo y los testimonios de sus participantes. El MEMCh 83 publicó, entre 1984 y 1987, la Boletina Chilena, que incluyó información de las convocatorias de los diferentes grupos que le daban vida, y difundió cartas de mujeres que escribían desde el exilio. Además, aunque Kirkwood no participó directamente de la organización, escribió (bajo el seudónimo de “Adela H”) cinco de los seis editoriales de la Revista Furia, impulsada por la Federación de Mujeres Socialistas.

3 CEMA-Chile se constituyó con la base de los Centros de Madres que habían agrupado desde décadas antes a mujeres madres y esposas para fomentar sus roles tradicionales a través de la caridad, la formación en economía doméstica y la contra propaganda al trabajo femenino fuera del hogar. Estas agrupaciones fueron fomentadas y coordinadas durante el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958) por su esposa, y servirían posteriormente a los propósitos conservadores del Partido Demócrata Cristiano durante su oposición al gobierno de la Unidad Popular, impulsando la protesta de las cacerolas que señala Julieta Kirkwood. Sin embargo, en la década del 1940 se había creado un tipo de centros de carácter opuesto: los Centros de Madres “Techo”. Financiados por la iglesia católica, impulsaron talleres de costura dirigidos a los sectores rurales y poblaciones urbanas de Santiago para proporcionar a las mujeres un modo de generar ingresos propios. Se destacaron por promover formas de organización social solidaria, expresada en la compra de terrenos en toma y la construcción de viviendas. Posteriormente, en los gobiernos de Eduardo Frei Montalva y de Salvador Allende, se constituyeron en espacios de reunión, discusión y decisión política para las mujeres. En 1974, todas estas agrupaciones fueron intervenidas por el régimen militar de Augusto Pinochet, quien las unificó en la fundación privada CEMA-Chile que instituye a Lucía Hiriart de Pinochet como su presidenta, lo cual refuerza aún más la representación de la mujer en su rol tradicional de madre y esposa, mientras se vigilaba y censuraba cualquier muestra directa de oposición al régimen.

4 La atención sobre la metáfora de la familia también puede ser rastreada en los conceptos de identidad constitutivos del latinoamericanismo que inaugura la retórica del “nosotros” desplegada en el discurso de José Martí y que se reproduce en la tradición posterior. Sobre esto, Idelber Avelar señala la necesidad de que el esfuerzo genealógico realice operaciones desnaturalizadoras de la fábula latinoamericanista y de las exclusiones que la hicieron posible. En este sentido, se pregunta por la posibilidad de que el humanismo, que reclama para sí esta tradición, comparta fundamentos con la racionalidad modernizante que critica. Respecto a los fundamentos de la obra de Martí, Avelar advierte sobre la formulación jerárquica de una cultura “elevada” y “espiritual” como esencia de lo latinoamericano y opuesta a la cultura mercantil, así como la postulación de un pasado “natural” que sería lo verdadero y un origen necesario de recuperar (2012, pp. 21-23). En estas estrategias discursivas, en las que Avelar reconoce el silenciamiento de una heterogeneidad y discontinuidad con el pasado, es posible articular la crítica feminista de Kirkwood. Por un lado, a la exclusión de las mujeres como sujetos referentes del humanismo en el discurso y en la práctica. Por otra parte, frente a la apelación esencialista de la naturaleza como sustento de las metáforas familiares que reproducen las asignaciones patriarcales y autoritarias destinadas a los sexos.

5 Este texto forma parte de la compilación Escribir en los bordes que reúne las diferentes intervenciones de académicas, escritoras y críticas literarias que participaron en el Primer Congreso de Literatura Femenina Latinoamericana, realizado en Santiago de Chile en agosto de 1987. Las reflexiones de Richard, así como las de otras participantes, muestran las tensiones que se revelan al problematizar la categorización de lo femenino como determinante de sexo y género, así como su relación con la escritura, la identidad y la interpretación literaria como disciplina. En este sentido, representa un archivo de algunas de las preocupaciones que este artículo intenta mostrar.

6 Como explica Jean Franco (2013), hacia finales de la década de 1980 la intención del movimiento feminista de conformar un frente político diverso no logró concretarse por el explosivo crecimiento en el número de organizaciones de mujeres que derivó en una fragmentación, al acrecentarse las divergencias de clase, de preferencia sexual y/o agenda política. Además, el entusiasmo por un nuevo movimiento social donde ejercer una democracia participativa, se interrumpió con el dilema por la autonomía y el cuestionamiento a la evolución de diferentes grupos en organizaciones no gubernamentales con financiamiento privado e internacional que comenzaron a trabajar con personal asalariado y que, para Franco, suponen una profesionalización que canaliza la energía política en espacios controlables. Por otra parte, con la reestructuración neoliberal de los gobiernos latinoamericanos se crea una nueva institucionalidad y políticas públicas para atender los problemas de las mujeres. Sin embargo, estos cambios respondieron más al interés por la posición estratégica de las mujeres en la globalización y la fuerza de trabajo, que a una preocupación por transformar sus condiciones de opresión (pp. 158-160).

Recibido: 27 de Marzo de 2018; Aprobado: 24 de Junio de 2018

* Correo electrónico: oda.moraga.c@gmail.com

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