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Revista latinoamericana de estudios educativos

On-line version ISSN 2448-878XPrint version ISSN 0185-1284

Rev. latinoam. estud. educ. vol.53 n.1 Ciudad de México Jan./Apr. 2023  Epub Oct 02, 2023

https://doi.org/10.48102/rlee.2023.53.1.539 

Enclave

Entrevista al Dr. Juan Martín López-Calva. El bien común, horizonte orientador para una educación e investigación educativa transformadora

Interview with Dr. Juan Martín López-Calva. The Common Good, a Guiding Horizon for Transformative Education and Educational Research

Ingrid Lorena Ambrosy Velarde* 
http://orcid.org/0000-0003-2566-5730

*Universidad Rafael Landívar, Guatemala. iambrosy@url.edu.gt


Ser libre no es meramente soltarse las cadenas, sino vivir de una manera en la que se respete y se amplíe la libertad de los otros.

Nelson Mandela

Transitamos en medio de crisis en diversos ámbitos como salud, energía, alimentación, cambio climático, economía y justicia, entre otros, que son generadas por múltiples causas, entre las que destacan la ausencia del respeto por los derechos humanos y un afán individualista por ganar y acumular bienes. Si queremos hacer cambios y mejorar las condiciones de vida de cada persona y de las sociedades, es necesario mirar hacia el futuro que queremos y colocar en primer plano la vida y el bien común. Un ciudadano consciente será capaz de incidir, desde su ámbito de acción, ya sea de manera individual o colectiva, en la justicia y la convivencia para el bien de la humanidad.

Para alcanzar este objetivo es importante transformar los pensamientos y comportamientos de los actuales y futuros ciudadanos del mundo, y es ahí donde la educación y la investigación educativa se convierten en ejes fundamentales de esta transformación. Las prácticas educativas pueden mejorar con la ayuda de la investigación. En el marco de la preparación del volumen LIII, 1 de la Revista Latinoamericana de Estudios Educativos, sobre investigación educativa en el ámbito de la educación para el bien común, se entrevistó al Dr. Juan Martín López-Calva quien, por muchos años, se ha dedicado al estudio de la epistemología de la educación, la educación humanista, la educación y los valores con énfasis en la ética profesional y en el desarrollo de habilidades de pensamiento crítico y creativo, para que nos compartiera su postura y reflexiones ante el tema.

El Dr. López-Calva realizó sus estudios de doctorado en Educación en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, hizo dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College y ha publicado veintiséis libros, cuarenta y cinco artículos y veinticuatro capítulos de libro; es miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (Comie), de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores (Reduval) y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación (ALFE). Actualmente es Decano de Posgrados en Artes y Humanidades de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

A través de esta entrevista se reflexiona sobre las principales problemáticas que afectan la educación en la región latinoamericana y acerca de los retos a los que ésta se enfrenta para contribuir con la inclusión, la justicia y el bien común. Se analiza cómo la investigación, el diálogo, el estudio profundo de las prácticas educativas pueden incidir en el bien común y se sugieren algunas líneas temáticas y actores que pueden profundizar en este estudio desde el ámbito educativo.

A continuación, se presenta la conversación sostenida a través de preguntas detonantes.

¿Cuáles son las principales problemáticas sociales que afectan a la región latinoamericana, con las que tenemos que enfrentarnos en los diferentes niveles educativos y que nos invitan a actuar desde el ámbito educativo?

Algunas de estas problemáticas y desafíos son comunes a todo el planeta, por ejemplo, el deterioro ambiental, el problema del calentamiento global, la pérdida de la biodiversidad, la contaminación del aire, del agua, etcétera, pues todo esto es algo que es un desafío mundial y que en América Latina, obviamente, también se manifiesta por la dependencia económica que hemos tenido y la explotación de los recursos naturales que históricamente se ha dado en nuestros países, sobre todo, por parte de las grandes potencias, y en siglos recientes por las grandes empresas transnacionales.

Otros retos, que también de alguna manera son mundiales, pero que en nuestros países son muy notorios son, por un lado, el tema de la pobreza, que me parece el más grave, y el gran porcentaje de población de nuestros países latinoamericanos que viven en pobreza o en pobreza extrema, y por otro lado, el tema de la desigualdad, es decir, el hecho de que al mismo tiempo que existen estos millones de personas pobres, también hay minorías que tienen una enorme riqueza y, entonces, la distribución del patrimonio es totalmente desigual.

Por otra parte, me parece que en nuestros países latinoamericanos también es un reto la gran diversidad de comunidades que son descendientes de los pueblos originarios, antes de la conquista, pues los pueblos indígenas tienen diferentes lenguas, diferentes culturas, costumbres, ubicaciones geográficas, etcétera; eso es un problema serio porque, históricamente, se han segregado, se ha desatendido su educación o se les ha dado una educación de mucho menor calidad que, además, a nivel de problemática social, esto se manifiesta en cierto racismo y en cierto clasismo.

En México se da mucho este debate, de negar que haya racismo, pero es evidente que sí lo hay, como la discriminación hacia los pueblos indígenas, hacia las personas de origen indígena o simplemente a las personas, por ejemplo, de piel morena. Incluso se dio un fenómeno en alguna cadena de restaurantes de lujo, donde sí se discriminaba el ingreso a las personas de un tipo de rasgos físicos y de color de piel, sin importar si tenían o no dinero.

Me parece que por ahí irían los grandes temas, por un lado, la contaminación y la destrucción ambiental; por otro, la pobreza y la desigualdad; y además la diversidad, que no es un problema, pero que se traduce en un racismo, en un clasismo, en una exclusión de ciertos grupos por considerarlos inferiores, como los grupos indígenas, sobre todo, pero también a las comunidades rurales, ya mestizas.

En las últimas décadas hay un grave problema de violencia de crimen organizado en varios países, incluyendo México. Hemos tenido también violencia de guerrilla, en algunas naciones antes y en otras después, pero, hemos tenido todos estos fenómenos. Por otro lado, además de la violencia, creo yo, hay una crisis de la democracia muy seria en todo el mundo, pero que a los países de Latinoamérica nos toma de una manera más vulnerable, porque no hemos logrado realmente consolidar regímenes democráticos. Se corre el riesgo de lo que Edgar Morin llamaría la regresión política hacia autoritarismos; además, está muy presente y en México últimamente lo estamos viviendo, pero también en otros países, el riesgo del militarismo, no de la sociedad que se va militarizando, sino que el ejército empieza a tener el dominio. En algunas épocas, desde los sesenta o setenta del siglo pasado, se veían golpes de Estado, pero últimamente la cesión del poder y del presupuesto por parte de los gobiernos establecidos, que llegaron democráticamente al poder, van cediendo terreno a los militares. Entonces, me parece que ése es otro rasgo problemático que padecemos en Latinoamérica y, por lo mismo, la desigualdad se refleja en lo educativo. Yo creo que el racismo, el clasismo, la violencia, todo el tema ambiental y lo no democrático incide en lo escolar y en lo universitario.

Siendo múltiples y similares los retos que enfrentamos en la mayoría de los países de Latinoamérica, ¿qué estamos haciendo mal? Siempre ponemos la esperanza en la educación pero, ¿qué nos falta? ¿Hacia dónde deberíamos apuntar?

Creo mucho en esta frase que menciona Fernando Savater en su libro El valor de educar, donde dice que: “la educación es la antifatalidad por excelencia”, o sea que, es el único medio por el que se podría romper con el destino de que los pobres sigan siendo pobres y los hijos de los pobres, pobres, ya que tienden a reproducir esa situación y no logran salir de su pobreza.

No creo que la educación tenga que ser ese gran igualador, pero me parece que investigaciones -yo no soy experto en el área de política educativa, pero lo digo por lo que he leído de investigaciones en política educativa- muestran que la educación sigue siendo la fatalidad, es decir, un sistema que reproduce esas desigualdades e incluso a veces, va haciendo las brechas más amplias.

Tengo una idea en el libro de Educación Humanista, acerca de que la educación produce a la sociedad que la produce, es decir, que hay comunidad y vuelta entre la sociedad y la educación, pero, en estos tiempos, ha predominado más que la sociedad sea desigual, violenta, no democrática, excluyente, pues ha producido sistemas educativos que son también generadores de desigualdad, exclusión, no democracia.

Me parece que las estructuras de los sistemas educativos en Latinoamérica, no conozco, obviamente, las de todos los países, tienen un común denominador, y es que tienden, más bien, a ser reproductoras de la sociedad y no tanto transformadoras de la misma. Me parece que esa parte es fundamental cuando hablamos del tema del bien común: cómo la educación debería poner las condiciones para que estas situaciones problemáticas se revirtieran; pero, por el contrario, más bien es producto de este sistema injusto, desigual y no democrático.

Me parece que, en nuestros países, al menos en México, yo diría claramente que no se ha apostado a la educación como un medio para el desarrollo social, realmente se le ha usado más como un instrumento de control político, como un medio para tener ideologizada a la población según los grupos que ocupan el poder, según las tendencias que van asumiendo el predominio en nuestras sociedades. Entonces, me parece no se ha logrado romper esta parte, porque no ha habido, desde los gobiernos, esta apuesta seria a una política educativa realmente transformadora, igualadora de condiciones, en la que se invierta realmente el presupuesto necesario. Entonces, creo que sí estamos, como diría Eduardo Galeano en el libro Patas arriba, en un mundo al revés y la educación también está al revés, la escuela también reproduce las desigualdades porque también no hay, creo yo, por un lado, la voluntad política de que haya realmente un sistema educativo diferente, y por otro, porque me parece que también las condiciones sociales se van reproduciendo dentro de la escuela.

La violencia, por ejemplo, en los últimos tiempos en México, la violencia social, se ha traducido también en violencia escolar, en acoso escolar, en bullying, y lo mismo pasa con las desigualdades. Tenemos un sistema público en el que se privilegian los contactos, como dice el doctor Gil Antón, los papás, sobre todo los de clases medias y altas, mandan a sus hijos a la escuela a buscar conocidos y no conocimientos, porque en realidad la escuela y la universidad sirve para generar esas redes que van a hacer que alguien se inserte en un mercado laboral hacia arriba, en un medio político con buenos puestos o en una empresa y, los casos que no tienen esos contactos, por más conocimientos que tengan, se encontrarán en desventaja, tendrán este piso disparejo de entrada.

En ese contexto, reflexionando en lo que ha mencionado sobre por qué vamos a la escuela o por qué vamos a la universidad, ¿qué elementos deberían ser importantes? ¿A qué vamos a la universidad? ¿A qué vamos a la escuela? Además de tener actividad social, buscar reconocimiento, obtener un estatus o inserción en el ámbito laboral, ¿qué aspectos de la persona deberíamos privilegiar en la formación?

En estas últimas décadas, el problema ha estado en el llamado modelo neoliberal, que ha enfatizado, sobre todo, en lo que Martha Nussbaum llama educación para la renta o para la rentabilidad, que se centra sólo en formar seres humanos con las competencias necesarias para insertarse en el mercado y para que el país crezca en su producto interno bruto, pero no se han atendido las necesidades humanas, las necesidades sociales, lo que ella llama, la educación para la democracia, que es, pues, una educación que obviamente sí toma en cuenta la inserción en el mercado, la empleabilidad de los egresados del sistema educativo, pero que no centra todos sus esfuerzos en eso, sino que trata de dar otras herramientas, que son las que tienen que ver con el construir una sociedad más equilibrada, más justa, más democrática, más pacífica.

Martha Nussbaum coincide con otros autores, por ejemplo, con Bernard Lonergan. Él habla, igual que Martha, de la relevancia de las humanidades y de las artes en la escuela, en todos los niveles y en las universidades, para formar ciudadanos que sean capaces de ser empáticos con los que sufren, con los que tienen otras condiciones sociales y económicas; de pensar críticamente, de no conformarse con lo que se les ofrece desde los medios de comunicación sino, tratar de cuestionarlo; tratar de participar políticamente, ejercer su capacidad de agencia como ciudadanos, creo que todo esto es muy importante.

En mi primer libro, que era sobre pensamiento crítico y creatividad en el aula, por ahí de los ochenta, yo decía que educar esencialmente tendría que ver con enseñar a pensar y a tomar decisiones, y sigo sosteniendo eso; me parece que el problema es que estamos demasiado centrados en contenidos, en habilidades prácticas, técnicas y no enseñamos suficientemente a pensar creativamente, a pensar críticamente y a tomar buenas decisiones éticas, a explorar en qué consiste decidir para hacer bien, tanto hacerme bien a mí, digamos, a mi proyecto de vida, como hacer bien a mi comunidad, hacer bien a la sociedad y, finalmente, hacer bien a toda la especie humana en el planeta.

Más que nunca es necesario esta triple dimensión de la educación, pensar y decidir en función de sí, de la dignidad de cada persona, de su ser único e irrepetible, pero de una persona que está inserta en una comunidad, que está inserta en una sociedad nacional y que está inserta también en un planeta. Entonces, me parece que la educación para una ciudadanía en esa triple dimensión es fundamental, para que podamos tener un cambio, claro que a largo plazo, no creo que eso se pueda producir en una generación o en un periodo de gobierno, tiene que haber cierta continuidad.

Esa otra parte me parece muy triste. En nuestros países, cada gobierno que empieza intenta inventar la educación de nuevo y entonces cambia, vuelve a cambiar y vuelve a cambiar, en lugar de hacer un proyecto de más larga duración, que se evaluara en el camino, ajustando y mejorando, pero, no reinventando cada vez. Me parece que hay muchas cosas que necesitamos aprender de la educación tradicional, de las propuestas educativas de autores como Freire, que ya tienen 50 años o más, Montessori o algunos otros autores, Rogers, entre otros, que se han propuesto educar a la persona completa, los sentimientos, no solamente la parte racional; han propuesto una visión más crítica, una visión más de transformación social, pero éstas no acaban de aterrizarse en las escuelas.

Y ¿por dónde empezamos? Hacer estas transformaciones es complejo porque van más allá del ámbito educativo, incluye a las familias y a la sociedad, pero, ¿cómo podemos hacer algo? ¿Cómo sí podríamos incidir? ¿Por dónde empezamos?, si hablamos específicamente de educación.

Creo que hay que apostar a un cambio desde una visión compleja. Habría que pensar en cómo transformar las prácticas educativas cotidianas de los profesores dentro de las aulas, las prácticas educativas de los padres de familia pero, al mismo tiempo, pensar en el nivel sistémico, en el nivel estructural, en cómo cambiamos esas estructuras, pues las legislaciones educativas, la normatividad que rige el sistema, la forma en que se asignan los presupuestos educativos -en el caso de la escuela pública- y en cómo se apoya o no a la educación privada, de manera que los impulse a que tengan realmente una mirada social, no solamente una mirada, como muchas instituciones particulares, que son más como de empresa o de negocio.

Cómo se piensa en el cambio de esas instituciones, de esas relaciones que hay entre las autoridades y las instituciones educativas y de las autoridades de cada institución con sus docentes, con su comunidad, con sus padres de familia y con los educandos y, por otro lado, también pienso yo, cómo cambiar nuestra cultura de lo educativo. A mí me llama mucho la atención el caso de México, en la reforma educativa del gobierno anterior, cuando se hacían encuestas, se veían los resultados, por ejemplo, de que en las pruebas internacionales y nacionales sobre aprendizaje, pues nuestros niños y adolescentes están muy mal preparados, y era realmente una tragedia. Gilberto Guevara escribió en México un artículo que es clásico, por ahí de los noventa, que se llama México, país de reprobados, era como una pregunta y realmente los resultados eran muy malos en aprendizajes básicos como lenguaje, matemáticas y ciencias; sin embargo, en las encuestas, los padres de familia decían que estaban contentos, que estaban a gusto con la educación que estaban recibiendo sus hijos. Entonces, me parece que también hay que cambiar esa cultura de lo educativo, de lo que significa para la sociedad una buena educación, lo que significa para los padres de familia y cómo valoran qué es una buena escuela, qué es un buen docente.

Habría que cambiar el nivel particular de cada docente, el nivel estructural de todo el sistema y el de las instituciones, así como sus relaciones y cuál es su foco; también el nivel de la cultura educativa, cómo valoramos, cómo significamos la educación, qué peso le damos a la educación dentro de la vida social porque, actualmente, es más valorado, por ejemplo, un buen deportista profesional que gana muchos millones de dólares o de pesos en lo que hace o incluso, a veces, un miembro del crimen organizado que tiene grandes mansiones, propiedades -socialmente eso se ve mejor-, que una persona que tenga muchos estudios, que sea muy culta, y que trate de ser un buen ciudadano, como que no está de moda, porque la cultura está, creo yo, distorsionada.

Creo que por ahí estaría pero, concretando un poco a la pregunta de por dónde empezar, yo empezaría, y de hecho me he dedicado a esto toda mi vida, por la formación de los formadores, o sea, cómo formamos a los profesores, porque me parece que es mucho más efectivo el impacto que podemos tener si vamos educando a los educadores de otra manera, que el impacto directo sobre los estudiantes, porque hay un efecto multiplicador, entonces, me parece que habría que hacer eso.

Y a lo mejor es utópico, pero yo sí creo mucho en que se puede dar un cambio desde abajo, es decir, si empezamos a formar a los maestros de otra manera y ellos empiezan a tejer comunidades profesionales de aprendizaje, como se les llaman ahora, o redes de transformación educativa, pueden ir cambiando, a pesar de que, a lo mejor, el mismo sistema educativo no esté bien estructurado, la normatividad no sea la adecuada o el presupuesto sea muy escaso. Creo que un buen docente y, sobre todo un buen grupo de docentes -porque, más que individualmente, habría que pensar en comunidades- puede hacer cambios y lo muestran los resultados. Evaluaciones, por ejemplo, de escuelas efectivas, donde una de ellas, que a lo mejor está en un municipio pobre, que tiene pocos recursos, finalmente, logra buenos resultados, o un profesor, por ejemplo, me acordé ahora de un documental que se llama El Sembrador, sobre un profesor indígena en una escuela en la selva Lacandona de Chiapas, en México, que es una escuela unitaria multigrado, es decir, él es el que lleva todos los grados de primaria desde primero hasta sexto año, y es profesor de todos los niños y a la vez es el director de la escuela, o sea, no hay nadie más que él y, sin embargo, se muestra cómo ha tenido resultados impresionantes en cuanto al cambio que ha logrado en los niños y en las comunidades, en las familias de esos niños. Entonces, yo empezaría por ahí, o sea, se trata de investigar y buscar, instrumentar nuevas formas de formación de los educadores.

Hubo dos cosas que me llamaron la atención, una es el pensamiento crítico como clave en la formación de los estudiantes, y el otro la formación de los profesores porque, podemos tener las políticas adecuadas, el presupuesto necesario, un excelente modelo educativo y planes de estudio, pero, quien realmente lleva a cabo todas las intenciones educativas al aula es el profesor. Aunque todo esté muy bien escrito y planificado, el profesor es quien lo hace vida y viceversa, podría no tener todos los planes, pero ser como estos profesores, este director que comentaba, que hace todo lo que está a su alcance por transformar a sus estudiantes. Partiendo de estas ideas, ¿qué tipo de profesor necesitamos? ¿Qué cualidades debe tener? ¿Qué debería estar en la base de su formación o es vocación? ¿Qué es importante en la formación del docente?

A mí me parece que la vocación es básica. Digamos, vocación bien entendida, no como en la visión tradicional, que parece ser algo innato, que ya uno nace para ser profesor, como predestinación, como que, desde niño, ya jugaba con sus muñecas y les enseñaba. Hablo más bien, de una noción más dinámica y más, podríamos decir, constructivista de la vocación. Yo me encontré, hace años, un libro de David Hansen que se llama The Call to Teach, que en España lo publicaron como Llamados a enseñar, y él ahí me resignifica el término de vocación, y dice que la vocación es algo que se construye, pero que también se puede perder, se puede ir destruyendo porque no es algo con lo que se nace, sino que es algo que uno va cultivando, y él dice que hay dos elementos fundamentales, uno es que yo encuentre en mi práctica educativa unos elementos de crecimiento personal, de autorrealización, de desarrollo, y otro es que también encuentre elementos de aportación a la sociedad, que yo crea que con lo que estoy haciendo puedo transformar a la sociedad en la que vivo.

Me parece que por ahí podríamos empezar, yo creo que, en los últimos tiempos, los profesores, precisamente porque han sido muy maltratados y relegados, digamos, en cuanto a su estatus social, creo que han perdido esta capacidad. Yo creo que muchas veces el profesor, pues ya atiende a sus labores diarias, pero no cree mucho en que realmente su labor pueda hacer un cambio social, no cree en que eso que hace le esté dejando un aprendizaje a su persona que lo haga crecer. Entonces, creo que sería muy importantes desarrollar esos elementos en los profesores. Por otro lado, yo creo que, obviamente, si queremos alumnos críticos y alumnos creativos, necesitaríamos profesores críticos, profesores creativos y necesitaríamos profesores, en la vocación va un poco implícito, pero sí, profesores éticos, profesores que sean capaces de tomar buenas decisiones, pensando siempre en el bien de sus estudiantes y en el bien de la sociedad a la que están sirviendo.

Si nos enfocáramos más por allí -y obviamente sí hay que enseñarles teorías pedagógicas, métodos, técnicas de enseñanza, de evaluación-, pero si nos enfocarnos más en esos tres ejes, digamos: la vocación, el pensamiento crítico-creativo y la ética profesional del docente, creo que podríamos lograr muchos mejores resultados.

Además de características como el pensamiento crítico, la ética, que acaba de mencionar, ¿habrá otras habilidades importantes para trabajar por el bien común?, tanto a nivel de docentes, como también para trabajarlo con los estudiantes, ¿hay otras habilidades?

Yo creo que sí, por ejemplo, me parece muy importante que los profesores sean personas bien informadas, que desarrollen una capacidad de estar al día en lo que está pasando en el país, en el mundo y, que sean capaces de llevar eso al aula, y que de alguna manera, sea la materia que sea, tratar de introducir la realidad a las escuelas y a las universidades, qué está pasando en el mundo y qué está pasando en mi país, qué está pasando en mi comunidad y eso cómo puede ser un factor que eduque a mis estudiantes en esta idea de que las cosas no pueden seguir así, de que tenemos que hacer algo, pues todos somos corresponsables de eso.

Me acuerdo de, perdón que ponga tantos ejemplos así, pero creo que ilustran, me acuerdo de un podcast que escuché de un sociólogo que, por cierto, era de aquí, del estado de Puebla, de la Sierra Norte del estado donde yo vivo, al que le tocó por casualidad suplir a un profesor de bachillerato. Él no quería ser docente, pero ahí nació su vocación, cuando empezó a trabajar con los adolescentes y le tocó trabajar en un bachillerato, en una zona del Estado de México donde hay más feminicidios, y él daba metodología de la investigación y, finalmente, pudo dar una materia de metodología en la investigación tradicional, en la que simplemente les enseñaba cuáles son los pasos de un método para investigar y cómo armar un buen marco teórico, etcétera, pero, lo que hizo fue convertir su materia en un laboratorio de investigación sobre los feminicidios que pasaban alrededor de la escuela, en la comunidad en la que está inserta la escuela y logró cosas muy importantes con los estudiantes, en cuanto a esa conciencia de que son agentes de cambio social, haciendo, digamos que, además de aplicar la metodología de investigación a ese tema, pero un tema cercano, no algo abstracto, sino lo que estaba pasando en su comunidad, también a partir de ahí hicieran ellos acciones: ok, ya investigamos esto, hay que hacer una campaña, hay que informar, hay que hacer un periódico mural en la escuela donde pongamos los datos que estamos investigando de los feminicidios, hay que participar, por ejemplo, en algún desfile de la comunidad, con algún tipo de información y de actuación que demuestre esta triste realidad y que sacuda un poco a la población para que haga algo.

Realmente éste sí fue un ejemplo, yo creo, de que cualquier materia se puede orientar hacia la realidad; todas las materias deberían, por un lado, enseñar al alumno un poco de la realidad social en la que vive y cómo puede incidir, aunque sea con un grano de arena, para transformarla, cómo enseñarle también a ser consciente de sí mismo, enseñarle, como decía un filósofo lonerganiano: cuando un profesor le enseña aritmética a Pablito, le tiene que enseñar también Pablito a Pablito, o sea, le tiene que enseñar a autoconocerse; entonces, creo que esas dos dimensiones tienen que estar presentes. Cómo yo, a través de cualquier asignatura, hago que el alumno se autoexplore, se autoconozca y, por otro lado, que conozca la realidad en la que vive, obviamente eso no está exento de frustraciones.

Yo me acuerdo de ese podcast, en el que hablaba el maestro de cómo le ocurrieron algunas cosas, por ejemplo, que sus alumnos llegaran llorando, frustrados, a decirle: “usted nos está enseñando esto y que hay que cambiar, pero, acaba de aparecer el cuerpo de la amiga de mi hermana, aquí en el terreno que está en la esquina de la escuela…”, entonces, cosas así, de frustración, es decir, hay muchas realidades que parece que nos rebasan, que no podemos hacer nada, pero aun así, creo que vale la pena seguir trabajando con ellos y decirles: “tú puedes lograr poner algo, un milímetro aunque sea de cambio de la realidad, pero, tienes que hacer algo, aunque aparentemente en el momento no te dé resultados, no va a ser un cambio mágico”, pues el cambio social tiene que darse en un mediano plazo, con cierta paciencia histórica.

Nos ha mencionado que es importante que todos los docentes, más allá de impartir su disciplina, también se centren en la persona, en su proyecto de vida y en el conocimiento de la realidad. ¿Será posible lograrlo desde cualquier disciplina o cualquier nivel educativo o al menos lograr que nos pongamos de acuerdo?

Yo creo que sí. Por ejemplo, lo ideal sería, quizá, que desde el diseño del currículo ya estuvieran más integrados los saberes, más articulados, y no en asignaturas tan separadas, me parece que ése puede ser un cambio importante. Pero, si no está eso prescrito en el currículum oficial, creo que se puede hacer, de todas maneras, a nivel de trabajo de academia, planteando con los colegas que enseñan al mismo grupo que yo, otras asignaturas, a lo mejor un proyecto integrador, que trabaje la realidad, que enseñe al alumno a conocerse y conocer la realidad a través de un problema, y en ese aborde, pues, aplican un poco de matemáticas, un poco de historia, un poco de biología, etcétera. Yo creo que sí es viable, me parece algo que a lo mejor no es fácil, porque estamos acostumbrados, como dice Edgar Morin, a tener los conocimientos en disciplinas hiperespecializadas y muy cerradas en sí mismas, pero yo creo que sí, ese cambio es importantísimo, cómo logramos hacer eso y trabajar más para el autoconocimiento y para el conocimiento de la realidad y el análisis crítico de la realidad, porque me parece que hoy, por ejemplo, el modelo de profesor que comunica información ya es obsoleto, realmente el alumno puede encontrar la información en todos lados, en su celular, en su tableta, en su computadora, tiene mucha más información que la que puede tener un profesor y a su alcance.

Entonces, creo que el asunto de la información, como dice Bauman en algún libro sobre educación en el mundo líquido, que el problema de esta información es que los alumnos ya no saben distinguir el trigo de la paja, y entonces hoy hay demasiada paja, demasiada información falsa que a veces se vuelve tendencia; todo este fenómeno de las fake news, de la posverdad, del sesgo de confirmación, de que creemos en lo que refuerza nuestros propios prejuicios, pero ya no nos lo cuestionamos, sino lo reproducimos, lo compartimos sin siquiera pensarlo.

Creo que la labor de la escuela hoy, y del docente, tendría que ser más no tanto de qué información les llevo, sino cómo los ayudo a desmenuzar la información, a ver cuál es el estatus de veracidad o no de la información y a cuestionar críticamente lo que los medios a veces nos quieren sesgar, o las redes sociales, que a veces van con una tendencia por un lado, por otro suelen incrementar la polarización, llamar incluso al discurso de odio, a la violencia en lugar del bien común. Entonces, yo creo que la escuela y el docente sí tienen la responsabilidad de contrarrestar esto que está pasando en el mundo exterior; no sé qué pasa en otros países, en Guatemala, por ejemplo, pero en México yo todavía trabajo con profesores que dicen “yo les prohíbo usar el celular, cuando entran, dejan su teléfono, si lo están usando, se los quito”, en lugar de luchar contra las noticias falsas de algunos medios y de las redes sociales. A lo mejor lo que habría que hacer es, “a ver qué están diciendo y qué de eso es cierto y cómo comprobamos que es cierto o no es cierto”, qué consecuencias éticas o sociales tiene eso para la vida de las personas, cómo se puede, a lo mejor, acabar incluso con el prestigio de una persona, de un grupo social o generar violencia a partir de un manejo interesado de las redes y del que nosotros podemos ser cómplices sin darnos cuenta, todas esas cosas creo que en sí van en torno a cómo construimos bien común desde la educación.

Hemos hablado de análisis crítico de la realidad, también de tomar decisiones basadas en información, pensamiento crítico y uso adecuado de la información que estamos recibiendo. Para el bien común también se habla de otros aspectos como, por ejemplo, diálogo, manejo de conflictos, libertad o responsabilidades. ¿Cómo podríamos integrar esas habilidades que queremos formar en los futuros ciudadanos?

Creo que, por ejemplo, no lo he dicho pero, al menos en el modelo que yo manejo de lo ético, desde la perspectiva de Lonergan, en la parte emocional también es muy importante educar las habilidades socioemocionales, también me parece una parte importantísima de lo ético porque, Lonergan, y yo estoy de acuerdo con él, dice que vamos captando el valor, aprendiendo en nuestro sentir, no tanto en nuestro pensar. Entonces, obviamente, hay un proceso de pensamiento antes de la reflexión crítica pero, cuando captamos que algo vale la pena, lo captamos más bien en lo que sentimos, en esto sí es bueno, esto sí conviene y, entonces, podemos comprometernos, porque si queda solamente acá [señalando la cabeza], como a veces en la educación ética que damos en las escuelas, se queda sólo en conceptos, conceptos de valor, qué es la honestidad, qué es la solidaridad, etcétera, pero, no baja a la parte afectiva. Creo que poder padecer con el otro, poder ser empático, poder sufrir con los que sufren, de alguna manera, o entender el sufrimiento de los que sufren, pero entenderlo a nivel afectivo, también es importante y, de todo lo que mencionabas, yo creo que hay un compromiso importante que es: si yo quiero educar para el bien común, tendría que empezar por convertir a la escuela en un modelo de convivencia para el bien común.

Me parece que hay muchas aportaciones de investigación; en México, hay un área temática en el Consejo Mexicano de Investigación Educativa, precisamente sobre convivencia y violencia en la escuela y, justo lo que plantean estas autoras -la mayoría de las investigadoras, hay muchas mujeres, pero también hay investigadores- sobre el tema, es que la escuela debería convertirse en un modelo de microsociedad en el que se aprenda a resolver los conflictos de manera dialógica, en el que se aprenda dialogando, en el que se aprecie el valor de la opinión de los demás, no sacralizándola, digamos, porque esto de que toda opinión es respetable es totalmente falso; la opinión tiene que, dice Adela Cortina, ganarse el respeto, la opinión es cuestionable, toda opinión es debatible, pero la persona que lo dice, esa sí, siempre es respetable. Enseñar a los alumnos a dialogar quiere decir, pues, que podemos debatir todas las opiniones, todas las ideas, pero nunca descalificar a la persona, que es la que está opinando, a la persona que está diciendo esta idea, sino a la idea misma o a la opinión.

Creo que se puede convertir a la escuela en un modelo de diálogo, hacer de cada clase en un modelo de diálogo, que los alumnos vean, que los profesores también trabajan dialógicamente en academia planeando las actividades escolares, que la dirección de la escuela o la rectoría de una universidad, las autoridades universitarias sea también modelo de diálogo para el análisis, para la resolución de los conflictos, que estén abiertos a escuchar todas las opiniones, que puedan debatirlas, que puedan ser capaces de aceptar un error, de aceptar que uno no es perfecto y puede tener una opinión equivocada y que el otro me iluminó para darme cuenta; creo que es posible, además de construir solidaridad en la escuela, ver cómo nos apoyamos unos a otros, cómo podemos integrar a todos, porque también, obviamente, la escuela a veces es un modelo que reproduce la exclusión. Hay ciertos alumnos que son rechazados por su aspecto físico o por sus ideas, por su religión o por sus creencias; entonces, si la escuela se convierte en ese modelo, me parece que el niño puede decir: “¡ah, pues aunque en la sociedad no se esté dando así, sí es posible construir otro tipo de convivencia!, y aunque en la sociedad en general no haya bien común -aunque, sí hay, obviamente, muchos espacios de bien común-, aunque no esté predominando eso, sino más bien la ganancia individual y el subir a toda costa, pues en la escuela estoy aprendiendo que se puede convivir de otra manera”, entonces creo que esa parte también es importante.

Conocí alguna vez el modelo de una escuela chilena que se llama Mundo Karol, el país de los bajitos. Su director ha venido a México varias veces. Empezó haciendo una escuela para menores infractores, después también para niños en situación de calle , y luego ya empezó a admitir a todo tipo de niños; es un modelo interesantísimo, en el que la escuela no tiene un reglamento escolar, sino que tiene una constitución política y tienen figuras de representación, donde hay un alcalde de cada grupo, secretarios de educación, secretarios de diferentes cosas; los niños se postulan, hacen su campaña, votan por ellos los compañeros y, en la vida real, esos niños que son representantes, sí participan en las juntas de consejo escolar con el director y con las autoridades, y sí dicen lo que piensan y cómo resolverían los problemas que está teniendo la escuela.

Es cierto que esa parte de cambiar el modelo y decir, a ver, aquí tenemos una sociedad dentro del Campus Universitario o tenemos una sociedad dentro del patio escolar o de las instalaciones de la escuela, cómo podemos construir una sociedad diferente allí, más solidaria, más empática, más dialógica, de mayor solidaridad, de búsqueda del bien para todos, creo que esa parte sí puede ser lo que después redunde en otro tipo de aprendizaje, ya de ejercicio ciudadano fuera de la escuela. Lo he visto en el campo, por ejemplo, de lo ecológico, yo siempre pongo ese ejemplo, que, cuando yo era niño, había ciertas cosas que se veían muy naturales, como tirar la basura por la ventanilla de un coche en la calle o en la carretera o, consumir cosas muy contaminantes, y hoy vemos que los jóvenes ya no dejan que eso pase, como que los mismos jóvenes nos están diciendo a los papás, “¿sabes qué?, este tipo de productos no, por tal cosa, hay que separar la basura”, en fin… Y eso se ha dado a lo largo de varias generaciones. Yo creo que, si logramos hacer lo mismo, en el caso del bien común, una convivencia escolar, una convivencia universitaria diferente, creo que eso puede ayudar después a que la sociedad también experimente otro tipo de convivencia.

Me ha hablado de distintos modelos educativos o formas de trabajar la convivencia y el bien común. Algunas de estas instituciones lo hacen y lo practican, pero no lo sistematizan o no lo dan a conocer, otras sí. ¿Será importante que hagamos un análisis profundo de estas prácticas, que las llevemos al ámbito de la investigación para que puedan servir a otras instituciones o a otros niveles educativo? ¿Qué importancia puede tener el hacer investigación sobre estas prácticas?

Yo creo que es muy importante generar conocimientos sobre esto, porque a veces pensamos que no es posible y, sin embargo, existe. Existen modelos exitosos, buenas prácticas, tanto de docentes individuales, como de grupos, de escuelas completas, universidades que están haciendo las cosas de forma diferente y, si no investigamos eso, lo sistematizamos, lo difundimos, a veces la desmoralización es la que se va apoderando del terreno, porque pensamos que todo es violencia, que todo es desigualdad, que todo es exclusión. Me acuerdo del modelo que surgió en Inglaterra, si no tengo un mal entendido, de estudiar las escuelas efectivas, y de ahí después lo trasladaron Ben y otros a prácticas docentes efectivas, saber qué hace un buen profesor, ir al aula a investigar qué hacen los buenos profesores o ir a una escuela y ver por qué esa escuela está teniendo buenos resultados, qué es lo que hacen, cómo es su modelo, cómo lo trabajan, cómo resuelven sus propios conflictos, los desafíos, etcétera.

Creo que Ben, a nivel de prácticas efectivas y de escuelas efectivas, se centraba mucho más en resultados de aprendizaje, en cuanto a, digamos, estar bien en los rankings, que mis alumnos salieran bien evaluados en cuanto a conocimientos, pero creo que si hacemos algo similar respecto a, por ejemplo, escuelas eficaces para el bien común o prácticas docentes afectivas para el bien común y tratamos de indagar quién hace eso y quién lo hace bien y cómo lo hace, creo que podríamos ir encontrando incluso hasta propuestas metodológicas de cómo llevar a la práctica estas ideas de lo que es una educación para el bien común y que no se quedaran como utopías irrealizables -porque a veces se piensa, yo creo, cuando hablamos de ética, de bien común, que son abstracciones, cosas que no se pueden lograr-, como que la gente dice, “eso se oye bonito”, es un discurso, se usa a veces como para publicidad de las instituciones educativas, “aquí enseñamos valores, aquí formamos gente ética”, pero no se cree realmente que se puede hacer en la práctica.

Yo sí creo que sería importantísimo hacer esto en investigación. Aquí, en mi universidad, en la UPAEP, hay un instituto promotor del bien común, que habría que ver qué tan cuestionable o no es esta idea, pero lo que están tratando de hacer es una especie de equivalente al índice de desarrollo humano del PNUD, de la ONU, para medir el bien común en municipios; por ejemplo, tener ciertos indicadores de bien común en diferentes ámbitos, y tratar de hacer investigación a nivel de localidades, para ver cuáles están mejor o están peor respecto a esto del bien común, y creo que, desde esos ejercicios más cuantitativos, de indicadores en escuelas, podríamos medir escuelas que contribuyen o trabajan más por el bien común o las que lo hacen menos, o profesores que trabajan más o menos por el bien común; pero, también podríamos hacerlo cualitativamente, que creo que sería más rico: ir a la escuela, vivir la realidad de esa escuela, verla desde dentro, ver cómo van cambiando la mentalidad y también la forma de sentir de educandos y educadores, de los directivos y cómo eso va logrando cambios. Creo que sería interesante o incluso hasta modelos, quizá más difícil, longitudinales, es decir, ver qué pasó con estas generaciones cuando ya salieron y fueron ciudadanos, cómo ejercieron su ciudadanía los que se educaron en un modelo diferente de una escuela que no se preocupaba por el bien común, me parece que podría ser algo interesante.

El impacto que pueden tener estas prácticas no será en el corto plazo. ¿Quién será el actor indicado para dar seguimiento? ¿Quién podría hacerse cargo de esta recolección de información? ¿Será el docente? ¿Investigadores? Éste es un reto para la investigación educativa.

Yo creo que sería más una labor de investigadores, quizá incluso de organizaciones de la sociedad civil que se dediquen a ver esta cuestión del bien común, a estudiar cuál es el impacto educativo que tiene una formación de tal tipo, tal otra, para el bien común de una sociedad. Creo que sí, les tocaría más a los investigadores que al docente. La tarea del docente creo que es más hacerlo, tratar de vivirlo, ejercitarlo; sí puede porque también, obviamente, hay modelos de cómo yo, docente, rescato mi propia práctica, la sistematizo, la puedo fundamentar, para ir mejorando. Esos modelos también son interesantes. En el sistema universitario jesuita, en México, es muy conocida Cecilia Fierro. Ella ha tratado de generar, con Bertha Fortoul, otra investigadora de una institución lasallista, modelos de transformación de la práctica docente que tienen una visión más integral, entre otras cosas, en la parte ética y la parte social, cómo educar para que el profesor pueda ir transformando su práctica y orientarlo más hacia esas dimensiones, y han creado, incluso, instrumentos metodológicos, han formado grupos, han dado seguimiento a cómo esos grupos, después, mejoran o no su práctica en el aula. Entonces, creo que sí se puede, que el docente lo haga también, si le enseñamos o vamos formándolo en un método, para que pueda ir reportándolo.

Pero me parece que, ya digamos a nivel macro, sería más, quizá, de grupos, de redes de investigación. Por ejemplo, yo pertenezco en México a una Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores, algo así podría ser. Alguna vez trabajamos en un proyecto interuniversitario sobre ética profesional y había más o menos 15, 16 universidades, entre públicas y privadas de todo el país, equipos de investigadores tratando de replicar el mismo instrumento, una escala de actitudes para medir esta parte de la ética profesional en los profesores. Creo que podría hacerse algo similar, un proyecto más interinstitucional, en el que pudiera generarse un seguimiento a qué está pasando, cómo se está haciendo en ciertas escuelas la educación para el bien común y luego, qué tanto eso tiene un impacto ya en la vida de los egresados, ya como ciudadanos.

Para ir concluyendo y motivando a los investigadores a profundizar y reflexionar en la línea del bien común: ¿en qué temáticas sugeriría que vale recabar datos, analizar, profundizar, para aportar a la educación para el bien común?

Por ejemplo, yo estoy trabajando teóricamente en un modelo que hace años propuse, que llamo Educación de la libertad, para trabajar la dimensión ética de los educandos de otra manera, de una manera más transversal, en la que no es enseñarles valores, sino cómo en todas las asignaturas podemos ir trabajando para obtener datos, entenderlos, reflexionarlos críticamente, deliberar sus implicaciones éticas, ver cómo ilumina la toma de decisiones, qué consecuencias tiene, etcétera. Y, últimamente me inquietó y he trabajado esa relación con la formación ciudadana, y generé un modelito, que apenas voy a publicar algo en un libro que estamos trabajando, que se llama La Trinidad de la Educación de la Libertad.

Yo veo ahí tres dimensiones unidas que deberíamos trabajar todos los maestros y donde estén también implicados el bien común, que es la parte de la formación para la autorrealización personal, la formación ética para construir un proyecto de vida libre y responsable; por otro lado, la formación ciudadana en el nivel más de estructura, de participación social y de bien común propiamente, y luego la formación de una buena cultura ética, que nos enseña a valorar lo que realmente vale la pena en la vida humana y no lo que se nos presenta en los medios y en las redes, una vida llena de cosas y de consumo, como si ésa fuera la vida buena. Entonces, creo que esos temas, por ejemplo, podrían ser.

También podría ir el tema de la inclusión, qué tanto realmente incluimos porque, en México, se ha entendido a veces sólo en términos de personas con discapacidad, qué tanto incluyo personas con discapacidad en las escuelas y universidades. Pero más bien la inclusión en el sentido amplio, qué tanto genero actitudes de inclusión hacia los que son diferentes de mí, hacia los que son de otra cultura, de otra preferencia sexual, de otro modo de pensar, de otro modo de vivir, qué tanto logro generar actitud de empatía, de solidaridad, por ejemplo, la capacidad de agencia, qué tanto logro formar a personas que en su vida ciudadana sean mucho más conscientes de ser agentes de cambio social y no sólo esperar a que el gobierno haga los cambios o que los que están hasta arriba, en las cúpulas empresariales o en las cúpulas religiosas, sean los que transformen las cosas, sino que realmente tomen el mando de su ser ciudadano.

Creo que podría ser por ahí también, inclusión, ciudadanía de una buena cultura, ética, una educación para una autorrealización humana que sea auténtica, una educación para el diálogo; creo que todos estos indicadores de los que ya hemos hablado durante la entrevista: el diálogo, la parte del desarrollo socioemocional, cómo puedo desarrollar también una inteligencia emocional para poder relacionarme realmente de manera constructiva con mis semejantes, con otros miembros de la sociedad, con otros grupos. Creo que todo eso, la parte de la criticidad, insisto, qué tanto formamos ciudadanos críticos o capaces de no dejarse llevar sólo por las narrativas, estos discursos que encantan a la gente pero que, a lo mejor, no tienen fondo, no tienen sustento en la realidad, etcétera, creo podríamos ir investigando todos esos temas de una manera más en red, menos individual, para que en verdad pudieran dar más fruto, porque yo lo puedo hacer en mi universidad y cada quien en la suya, aunque por separado; pero si creamos algo más común, digamos, ciertos indicadores en común, que pudiéramos investigar juntos, en diferentes países, en diferentes instituciones, creo que sería un proyecto muy interesante.

Ya nos habló de las temáticas, de cómo hacer esta investigación y de la importancia de hacerlo en red, tema que me pareció importante para la investigación educativa. Sin embargo, ¿qué podemos hacer con los resultados para que de verdad éstos contribuyan en la construcción del anhelado bien común? Ésta sería la última pregunta, si desea agregar algo para todas aquellas personas que están pensando en investigar para incidir en el bien común, puede hacerlo.

Ése un reto muy importante. Yo me acuerdo que Pablo Latapí Sarre, que es prácticamente el fundador de la investigación educativa en México en los sesenta, tiene un libro que se llama Andante con Brío, donde trata, en un capítulo, acerca de cómo a veces los investigadores creemos que, por el hecho de generar conocimiento, ya el político, el tomador de decisiones, el que diseña políticas públicas va a tomar ese conocimiento y lo va a poner en práctica. Él habla de cómo la interacción que tuvo -fue asesor de varios ministros de educación en México, asesor formal, asesor informal, cuando menos dialogó con algunos otros, de los que no fue asesor- y él dice que, el que diseña la política educativa y el que la lleva la práctica, el político, tienen un esquema mental muy diferente del que tiene el investigador.

Entonces, creo que el primer reto en la difusión es la traducción, o cómo él decía, cómo traducimos el conocimiento que generamos al político, pero, en una forma en que lo vea aplicable, en cómo puedes llevarlo tú a una política pública, en el currículo, en la propuesta de un programa de formación docente, en la transformación de la manera en que se está enseñando a los futuros profesores, en la misma investigación educativa, etcétera, cómo lo puedes ya traducir a políticas. Creo que esa parte nos falta, nos quedamos con hacer la investigación, generar conocimiento y publicarlo en un artículo, en un libro, pero, como decía una escritora mexicana, María Luisa Mendoza, al final se queda en que los autores favoritos de los investigadores son dos, que se llaman “te leo” y “me lees”, o sea, es simplemente para discutir en congresos entre nosotros, para leernos entre nosotros, pero, finalmente, eso no llega a ningún lado.

Me parece que hay elementos, por ejemplo, hacia el tomador de decisiones, el político, el diseñador de política educativa, y habría que pensar cómo hacer para, de manera individual o como grupo, como colectivo de investigadores de un país, tal vez asociación o lo que sea, cómo hacerle llegar resultados de investigación, pero, de una manera en la que ya estén traducidos: “ah, mire, por aquí hay líneas de aplicación que se pueden instrumentar y que no le van a generar un costo político; más bien, lo van a beneficiar, que no son caras presupuestalmente”, porque hay muchos factores que debe tomar en cuenta el que instrumenta la política educativa. Eso es hacia arriba, pero también está hacia la sociedad en general, ahí cómo podemos incidir; yo creo que hay que hacer mucho trabajo en generar una opinión pública bien informada sobre lo educativo. Me acuerdo que, el mismo Latapí, escribió durante décadas y cada semana un artículo de opinión, primero en un diario, luego en una revista de muy amplio impacto y cada semana era una reflexión sobre lo educativo, pero en un lenguaje que todo, cualquier ciudadano, podía entender.

Creo que esa es una segunda vía, cómo generamos opinión pública. A mí me da gusto, por ejemplo, que en México cada vez más, yo mismo, escribo en una columna que ahora es mensual, pero que era semanal y un artículo semanal en un diario digital, para tratar de ir generando esta reflexión sobre lo educativo. Me da gusto ver que cada vez somos más y que ya hay un portal que se llama Educación futura, donde hay muchos textos de investigadores, pero son textos de opinión breves, en lenguaje sencillo, para que cualquier profesor, cualquier director, cualquier persona, padre de familia, lo entienda y le deje algo, lo reflexione. Me parece que es hacia el otro público, la sociedad. Y un tercer elemento es hacia la escuela, es decir, hacia los directores escolares, hacia los profesores, yo creo que ahí hay que generar también, hacer un esfuerzo de generar, por ejemplo, libros de divulgación que podríamos hacer llegar a las escuelas. En realidad, en México, en nuestro sistema Nacional de Investigadores, al menos hasta ahora, esos libros que son más prácticos para profesores, no se valoran tanto, porque se dice: “no, éste no es un texto de investigación, es un texto de divulgación”, pero creo que es un compromiso de los investigadores generar ese tipo de materiales que sean herramientas útiles para que, los que están ahí, en la escuela, como directivos, como profesores en el aula, tengan ciertos elementos que los guíen, que les den ciertas pautas de cómo actuar.

Veo esas tres grandes vías acerca de cómo la investigación puede impactar, pero yo creo que la vía menos funcional es la que tenemos como dominante, que es hacer nuestra investigación, publicarla en revistas de alto impacto y quedarnos así. También, creo que, obviamente, los investigadores podemos hacer mucho si empezamos a acudir a congresos de profesores, si acudimos a escuelas, a zonas escolares para plantear de una manera más accesible a los maestros lo que vamos investigando. Hay, pues, muchas vías, pero la que no es recomendable es la de quedarnos sólo así, en el nivel de generar gran conocimiento y dejarlo a ese sustrato, no tratar de hacerlo digerible a los diferentes actores que participan en la educación.

Estimado Dr. López-Calva, agradezco mucho su disposición para compartir sus impresiones e ideas, así como su experiencia en torno a las preguntas planteadas. Estoy complacida de haberlo conocido y de tener este espacio con usted; me siento inspirada, también, pues me ha hecho reflexionar sobre lo que hacemos y lo que podemos hacer en el ámbito educativo para aportar al bien común. Antes de despedirnos ¿hay algo que quiera agregar?

Yo diría que trabajar por educar para el bien común es trabajar por formar comunidad: comunidad escolar, comunidad en una ciudad, comunidad en un país, comunidad en el mundo. Y una comunidad es mucho más que simplemente estar cohabitando un espacio con ciertas leyes en común, es desarrollar ciertos significados y valores en común.

Creo que en una sociedad como la de hoy, que es tan plural, tan diferenciada, en la que hay una cantidad diferente de ofertas valorales, de formas de vida, de creencias, el reto del bien común está en cómo encontramos los significados y los valores clave en los que todos podríamos coincidir y, a la vez, respetar la diversidad.

Todos trabajamos por lo básico, que es que no haya pobreza, que no haya hambre, que no haya tanta desigualdad, que no haya violencia o la mínima posible, que podamos dialogar para resolver los conflictos; ese tipo de cosas, pero hay ciertos valores o significados que podríamos ir haciendo comunes y que cada uno puede vivir de una manera diferente, respetando esa enorme diversidad. Somos seres humanos, creo que eso también se educa, obviamente, no se nace sabiendo cómo construir comunidad, creo que hay que educar en comunidad y para construir comunidad.

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