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Cuicuilco. Revista de ciencias antropológicas

versión On-line ISSN 2448-8488versión impresa ISSN 2448-9018

Cuicuilco. Rev. cienc. antropol. vol.30 no.87 Ciudad de México may./ago. 2023  Epub 17-Nov-2023

 

Misceláneos

Peregrinaje e infraestructura en la modernización del Santuario del Tepeyac (1880-1896)

Pilgrimage and Infrastructure in the Modernization of the Tepeyac Sanctuary (1880-1896)

Fabiola Hernández Flores1 

1Programa de Becas Postdoctorales Instituto de Investigaciones Históricas. UNAM


Resumen

Este artículo propone que las ampliaciones del Panteón del Tepeyac y la Colegiata de Guadalupe realizadas en el siglo xix conformaron la modernización del santuario siguiendo modelos europeos. Su objetivo fue convertir a la Villa de Guadalupe en un centro de peregrinaje masivo, religioso y cultural. No obstante, la imitación de patrones extranjeros produjo dificultades técnicas, administrativas y económicas. A partir de archivos, caricaturas y prensa se analizan los efectos urbanos de dichos proyectos. Las fuentes indican que las infraestructuras y los peregrinos comprometieron el agua potable, la salubridad, la seguridad y los ferrocarriles; además, propiciaron corrupción y segregación socioespacial.

Palabras clave peregrinaje; infraestructura; transformación urbana; Villa de Guadalupe; siglo XIX

Abstract

This article proposes that the extensions of the Tepeyac cemetery and the Collegiate Church of Guadalupe carried out in the 19th century shaped the modernization of the sanctuary following European models. The goal was turning the Ville of Guadalupe into a massive religious and cultural pilgrimage site. However, the imitation of foreign patterns produced technical, administrative, and economic hardships. Drawing on archives, caricatures and press this paper analyzes the urban effects of these projects. The sources point out that infrastructures and pilgrims threatened the water system, the sanitation, the security, and railways; furthermore, they triggered corruption and socio-spatial segregation.

Keywords pilgrimage; infrastructure; urban transformation; Villa de Guadalupe; XIX Century

Introducción

En 1895 El Hijo del Ahuizote publicó la caricatura “Actualidades guadalupanas”, dos escenas dividen la imagen: la primera parte representó a “los peregrinos de antes”, por medio de una procesión de indígenas llegando a la Colegiata en la Villa de Guadalupe. El templo está adornado con guirnaldas de cempasúchil, yolloxochitl y tule. El siguiente panel, en cambio, describió a los “peregrinos de ahora” como una comitiva de aristócratas en carruajes. Mientras tanto, los obispos reciben a un caballero. La iglesia, por su parte, luce perlas, esmeraldas, turquesas, diamantes, brillantes, topacios y rubíes (foto 1).

Fuente: Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada. Secretaría de Hacienda y Crédito Público (shcp).

Foto 1. Actualidades Guadalupanas. El Hijo del Ahuizote, 20 de octubre de 1895. 

Mediante el contraste de materiales artesanales y piedras preciosas, así como de peregrinos descalzos y en carrozas, la caricatura refirió a la modernización del Santuario del Tepeyac en el siglo xix. En específico, la imagen criticó la remodelación de la Colegiata dirigida por el presbítero Antonio Plancarte para celebrar la coronación de la Virgen de Guadalupe. De acuerdo con la composición, la opulencia de la restauración financiada por la aristocracia porfiriana, como el hombre bienvenido por los curas, implicó la exclusión de los indígenas entre los “peregrinos de ahora”.

La coronación de la Virgen de Guadalupe, efectuada el 12 de octubre de 1895, se conoce como el primer evento masivo en la historia moderna de la Iglesia católica mexicana. Renombrados autores han señalado la relevancia de la celebración, ya que afianzó la relación entre el Vaticano, el clero mexicano y el Estado porfirista [Brading 2002; Cuadriello 2003]. Por otro lado, estudios urbanos y arquitectónicos sobre la municipalidad de Guadalupe Hidalgo donde se localiza el santuario apuntan que el siglo xix fue un periodo de modernización debido a la instalación del ferrocarril (1857) [Leidenberger 2013], la ampliación del Panteón del Tepeyac (1880-1895) [Segarra 2005; Arciniega 2010] y la remodelación de la Colegiata (1887-1895) [Segarra 2005]. Estas contribuciones sin duda han reducido el vacío historiográfico que existía sobre el municipio. Sin embargo, dichas investigaciones estudian los objetos mencionados sin considerar su vínculo entre sí y con las iniciativas del propio clero. En este sentido, no se ha reparado en el impacto urbano provocado por la modernización del Tepeyac según se advierte en la segregación socioespacial de “Las actualidades guadalupanas”.

Como se sabe, el cometido de la coronación fue hacer del Tepeyac el santuario más importante del país, elevándolo a la altura de Lourdes en Francia. Dicho templo consolidó los esfuerzos de la Iglesia católica por revitalizar la devoción religiosa ante la creciente secularización decimonónica. Los agustinianos de Lourdes estimularon las peregrinaciones a través de acuerdos con ferroviarias, mejoras materiales y difusión en prensa [Kaufman 2005]. Comunidades católicas alrededor del mundo adoptaron el modelo de Lourdes gracias a su éxito. El turismo religioso se fue combinando con uno de tipo cultural, pues los viajes también incluían paseos a panteones de hombres ilustres y sitios históricos [Dyson 2020]. El movimiento de turistas, a su vez, aceleró la urbanización de los poblados. Esto con dificultades en virtud de que la instalación de infraestructuras produjo desacuerdos entre gobiernos nacionales y locales conectados por vías de transporte, corrupción en la administración de servicios, policía deficiente, escasez de agua potable, insalubridad y epidemias [Green 2015].

En México el arzobispo Pelagio Antonio Labastida y Dávalos a su regreso del exilio en 1871 también modernizó la arquidiócesis [García 2010:145]. Su sobrino Antonio Plancarte, inspirado en Lourdes, de 1887 a 1895 amplió la Colegiata, coordinó procesiones nacionales y contrató trenes, barcos y tranvías con motivo de la coronación [Moreno 2010: 231]. Si bien, de manera general conocemos las obras emprendidas por Plancarte, aún no se sabe qué infraestructuras involucraron las peregrinaciones, cuál fue su relación con la ampliación del Panteón del Tepeyac realizada en esos años y cuáles fueron sus efectos en la municipalidad de Guadalupe Hidalgo, incluso en la Ciudad de México, ya que ésta era el paso obligado para llegar al Tepeyac en tren.

A fin de analizar las cuestiones anteriores, esta investigación parte del acercamiento de las ciencias sociales sobre la infraestructura. Este campo reconoce que en el siglo xix muchos proyectos alrededor del mundo surgieron como copias de los implementados en los países desarrollados. Lejos de responder a necesidades funcionales, las infraestructuras representaron el poder estatal. En vista de su carácter eminentemente político, los desarrollos emulados tendieron a realizarse sin planeación técnica y con materiales de baja calidad. En consecuencia, se obtuvieron efectos no intencionados, así como acusaciones de corrupción toda vez que las instalaciones eran deficientes o sólo beneficiaban a ciertos sectores [Namba 2017]. Reconocer las complicaciones en torno la infraestructura requiere analizar diferentes versiones e imágenes que permitan contrastar su intención y los resultados prácticos [Penney et al. 2017].

El presente trabajo propone que las ampliaciones del Panteón del Tepeyac y de la Colegiata fueron obras principalmente políticas que sirvieron a los intereses del clero y del Estado, ambas conformaron la modernización del santuario. La imitación de modelos internacionales produjo imprevistos técnicos, administrativos y económicos, dada la precariedad de la municipalidad de Guadalupe Hidalgo. Con base en documentos del Archivo Histórico de la Ciudad de México, el Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe, caricaturas y prensa se analizan los efectos urbanos de dichos proyectos. Las fuentes dejan ver que el estímulo de las peregrinaciones comprometió la dotación de agua potable, la salubridad, la seguridad, el funcionamiento de los ferrocarriles; levantó sospechas de corrupción y generó segregación socioespacial. Las tres primeras partes del texto exponen las mejoras materiales, de 1880 a 1895, realizadas en el Panteón del Tepeyac, la Colegiata y la Ciudad de Guadalupe Hidalgo, relacionadas con las romerías. La cuarta sección analiza las consecuencias de la modernización del santuario durante y después de la coronación de la Virgen de Guadalupe en 1896.

Ampliación del Panteón del Tepeyac

El Panteón del Tepeyac se localiza en la cima del cerro del mismo nombre. En el siglo xix el lugar tomó relevancia porque sustituyó a los cementerios de la capital, clausurados en 1871 por el Ayuntamiento de México [De la Torre 1887: 39]. En este periodo se realizaron trabajos de ampliación, jardinería y dotación de agua. Para 1896 el recinto ya era uno de los camposantos más modernos y exclusivos del Distrito Federal dada su localización, los sepulcros de celebridades nacionales y su exquisito arte funerario. Este apartado expone que dichas mejoras materiales estuvieron acompañadas de ideas políticas, así como de complejidades técnicas, económicas y sociales.

En lo político, el cementerio del Tepeyac formó parte de la agenda del presidente Porfirio Díaz, dedicada a crear un pasado heroico mediante el reconocimiento de hombres ilustres. Juristas, diplomáticos, educadores, artistas y doctores; recibieron magnas sepulturas a modo de convencer a las potencias de occidente de que Díaz colocó a México en el desarrollo moderno [Esposito 2005: 70-74]. Los entierros oficiales se realizaron en los panteones notables como el de Dolores, San Fernando y el Tepeyac.

En el último destacó la ceremonia dedicada al jurista Ignacio Ramírez en 1879. Porfirio Diaz encabezó el acto y su gala fue tal que los observadores lo compararon con los espléndidos funerales europeos [Esposito 2005: 70-74]. Otros hombres eminentes sepultados ahí son el presidente Antonio López de Santa Ana, el historiador Manuel Orozco y Berra, el doctor Rafael Lucio, el ingeniero Juan Agea y los arquitectos Lorenzo de la Hidalga, Emilio Dondé y Nicolás Mariscal. Los Estados modernos enaltecieron los mausoleos porque adoptaron formas religiosas para crear los rituales de la nación dando lugar a peregrinaciones culturales [Dyson 2020: 83].

Por su relevancia política no sorprende que el Panteón del Tepeyac fuera objeto de modernización a imitación de modelos europeos. En ese tiempo, los cementerios del viejo continente, además de cumplir con las condiciones higiénicas de la época, se tornaron en parques escultóricos. El concepto del camposanto como jardín de esparcimiento tuvo origen en el romanticismo, cuyos artistas externaron la necesidad de reposar en lugares bellos [Segarra 2005: 3]. Los panteones Père Lachaisse en París, Windsor y Westminster en Londres sobresalieron en la admiración de los viajeros.

En México, entre 1857 y 1859, el Estado asumió la administración de los panteones antes controlados por la Iglesia. Desde entonces se propuso adoptar los planteamientos de limpieza, orden y belleza de los cementerios europeos. Sin embargo, los camposantos mexicanos mejoraron hasta el Porfiriato, cuando las instalaciones contemplaron aspectos como la calidad, la altura y la extensión del terreno, la dirección de los vientos dominantes, la vegetación abundante y el proceso de descomposición de los cadáveres [López 1976: 216]. Al equiparar patrones de otras naciones, el remozamiento de los cementerios contribuyó con la construcción de una imagen moderna, civilizada y culta del país.

En el caso del Panteón del Tepeyac el terreno se agotó y fue necesario emprender una ampliación que duró de 1880 a 1885 alcanzando una extensión de 2 000 m2 [De la Torre 1887: 39]. La superficie se cubrió de arboledas y el gobernador del Distrito Federal José Ceballos ordenó instalar una bomba que subiera agua hasta el cerro para el riego [Arciniega 2010: 122]. Empero, la obra atravesó por limitaciones administrativas, técnicas y presupuestales que caracterizaron a las municipalidades del Distrito Federal.

En febrero de 1886, el ingeniero Alberto Malo entregó la obra de ampliación y dotación de agua. Señaló que el tanque no funcionaba porque el contrato original estableció que el depósito sería de mampostería, pero el Gobernador después convino que se hiciera de lámina de fierro y este material desperdiciaba agua. El ingeniero propuso hacer un tanque más grande y enlazarlo directamente con la cañería de la ciudad. El problema no se resolvió del todo porque a falta de presión llegaba poco fluido al cerro por lo que el Ayuntamiento de Guadalupe Hidalgo concedió dos mercedes de agua y así evitar que la bomba funcionara todo el día [ahcm 1886: 1-3].

El riego del Panteón del Tepeyac deja ver que la municipalidad de Guadalupe Hidalgo no contaba con los recursos ni la experiencia técnica para implementar jardines como los europeos y más bien optó por medidas provisionales1 [Miranda 2007]. De hecho, continuaron surgiendo complejidades en torno a la irrigación. En 1888 otra vez el depósito estaba completamente perforado, el Gobierno del Distrito mandó a construir dos tinacos de cobre en sustitución. Si bien parecía que se habían resuelto las averías, en 1896 se advirtió que la cañería quedó mal instalada, repercutiendo en escasez de agua [ahcm 1888: 1-3; 1896]. Las peregrinaciones masivas, a su vez, contribuyeron con el problema, como se verá más adelante.

El segundo periodo de ampliación del Panteón del Tepeyac corrió de 1893 a 1895. La superficie que se anexó sumó 453 m2 sin contar la fachada. La sección nueva recibió el nombre de “lote perpetuo” porque las tierras sólo se podrían enajenar a personas acomodadas que pudieran pagar la perpetuidad y suntuosas criptas [ahcm. 1893: 1-6]. En este periodo floreció el arte funerario; los escultores Enrique Alciati, Alfredo Ponzanelli, Cesare Volpi, Leonardo Bistolfi, Gabriel Guerra y Manuel Islas edificaron capillas fúnebres de importantes familias [Segarra 2005: 36]. Destacó el monumento de Ignacio Comonfort cuya estatua en bronce descansaba sobre un pedestal de mármol gris.

La caricatura “Panteones del Distrito” representó las mencionadas mejoras materiales. El Tepeyac aparece en comparación con el cementerio francés y el español, ya que todos abundan en arboledas, bellas sepulturas, refinados visitantes, incluso curas. En oposición, la imagen muestra el panteón de Dolores con tumbas rústicas y personas de condición humilde (foto 2). El contraste entre necrópolis denunció el desplazamiento de la población de menores recursos de los camposantos locales, considerando que el lote perpetuo estableció montos muy elevados: $350 por adultos, $250 para párvulos y $1 780 un lugar para una cripta [ahcm 1893: 6].

La presencia de curas en la caricatura por otra parte revela la omisión de las Leyes de Reforma. De acuerdo con la Ley de Cementerios de 1859, expedida por el presidente Benito Juárez, el clero tenía prohibido intervenir en la economía de los entierros y sepultar cadáveres en templos [López 1976: 161]. No obstante, el arzobispo Labastida negoció desde la presidencia de Miguel Lerdo de Tejada que los párrocos no se retiraran totalmente de los camposantos. Una vez en el Porfiriato, gracias a la política de conciliación con la Iglesia, las Leyes de Reforma se relajaron [Iñiguez 2017].

Fuente: Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada. Secretaría de Hacienda y Crédito Público (shcp).

Foto 2. J. Martínez Carreón, Panteones del Distrito. El Hijo del Ahuizote, 1 de noviembre de 1896. 

Se sabe que el Panteón del Tepeyac fue espacio de conciliación, ya que Porfirio Díaz aquí sepultó con servicios religiosos a su esposa Delfina y a su hija Victoria, en 1880 [Esposito 2005: 73]. Asimismo, el arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos concedió depositar restos en la capilla del cerro del Tepeyac [2]. Si bien las autorizaciones de tumbas dan entender acuerdos entre el Estado y la Iglesia sobre la omisión de las Leyes de Reforma, también es posible que las ampliaciones del Panteón del Tepeyac estuvieran vinculadas con la empresa de transformar el santuario en un centro nacional de peregrinaje cultural y religioso. Pues cabe subrayar que las obras en el cementerio coincidieron en tiempo con la remodelación de la Colegiata y con la exaltación del nacionalismo.

Ampliación de la Colegiata

La coronación de la Virgen de Guadalupe, como se dijo, motivó la remodelación de la Colegiata. El 24 de septiembre de 1886 los arzobispos de México, Michoacán y Guadalajara solicitaron al papa León xiii permiso para coronar a la virgen. La petición recibió aprobación el 8 de febrero de 1887 [Agüeros 1895:107]. Entonces se presentó la dificultad de que el altar impedía laurear la imagen, por lo que fue necesario hacer un sagrario nuevo.

El ingeniero Juan Agea quedó a cargo de la ampliación; construyó un ábside donde colocó el coro de modo que la imagen pudiera ser vista por todas partes. Un baldaquino de mármol sustituyó al altar. Tres capillas nuevas comunicadas entre sí prolongaron las naves laterales [Agüeros 1895: 111]. La decoración emuló los materiales y los estilos de moda en los templos europeos. Algunas esculturas fueron traídas de Bélgica y el renombrado escultor Carlo Nicoli realizó otras. El revestimiento de muros, columnas y pisos lució mármol de diversos colores, además esbeltos vitrales franceses iluminaron la renovación.

El costo de la construcción retrasó la obra llevando a que Antonio Plancarte implementara un complejo sistema de recaudación a partir de peregrinaciones, petición de fondos a personas de alto carácter civil y cuotas de obispos. El financiamiento de la ampliación de la Colegiata es relevante para esta investigación en tanto permite reconocer el origen de las procesiones masivas y las motivaciones políticas de la remodelación del templo.

Las peregrinaciones al Tepeyac, como tal, iniciaron en 1871 cuando la Basílica de Guadalupe estaba en quiebra. El arzobispo Labastida entonces pidió a los obispos del país que cedieran el 3% de sus diezmos y en compensación cada diócesis tendría un día para celebrar a la virgen en su santuario [García 2010: 489]. Antes de los preparativos de la coronación sólo el arzobispado de México y las diócesis de Puebla y Querétaro visitaban el templo. El presbítero Plancarte organizó procesiones masivas desde 1887 hasta 1895 [Moreno 2010: 309]. Al respecto, el periódico La Patria pronunció que el clero hizo de las romerías un medio efectivo para obtener donativos, establecer la costumbre de realizar romerías frecuentes y sostener la devoción en la cultura. En opinión del diario, las peregrinaciones a la Villa de Guadalupe tenían dos tintes muy marcados: el hacendario y el político [La Patria 1895b: 1].

Cabe destacar que las colectas tuvieron el mismo espíritu. De manera directa Plancarte pidió limosnas a renombrados personajes de la sociedad porfiriana. En 1890 solicitó al propio presidente Porfirio Diaz $5 000 para una estatua del baldaquino, argumentando que la restauración de la iglesia había resultado de mucho bien para la nación pues contribuyó con el fomento de la industria, el impulso de las bellas artes y la ocupación de millares de brazos [Plancarte 1914: 377]. De acuerdo con Jaime Cuadriello [2003: 151-162], mediante la coronación Labastida y Plancarte querían convencer al Estado de que el catolicismo era necesario en la unificación del país, dado el simbolismo nacionalista de la Guadalupana. La recaudación para la Colegiata expone que la remodelación del templo perteneció a tales intenciones, en tanto los donantes se persuadieron en nombre del bienestar nacional.

Entre los personajes adinerados, Antonio Mier y Selis, resultó el mayor benefactor. En 1889 cedió $50 000 para la construcción de la capilla de San José, la cual sería su sepulcro familiar [ahbg 1889: 1-2]. Otros aristócratas que participaron en la colecta fueron Eustaquio Escandón, Manuel Escandón, María de los Ángeles Bringas, Remigio Salgado y Manuel Iturbe [5]. Plancarte los exhortó diciendo que además de servir a la virgen apoyarían a la nación, de modo que su contribución repercutía no sólo en ser buen cristiano sino en buen ciudadano.

Empero, el cabildo de la Colegiata de Guadalupe se opuso a la forma en que Plancarte gestionó la coronación. En 1895 el consejo elevó un oficio al arzobispo José María Alarcón, sucesor de Labastida, en el cual protestó que Plancarte realizó las obras de la Colegiata, organizó las fiestas y cedió criptas sin consultar sus decisiones [ahbg 1895: 23-26]. Debido a la poca claridad con que el presbítero manejó los recursos, se creó el término “plancartear”, que refería a la defraudación [Moreno 2010: 311]. Incluso Plancarte tuvo que justificar ante el cabildo las razones por las cuales no publicó en prensa las cuentas de la reparación. En 1896 declaró que algunos particulares aportaron fuertes cantidades que no habían querido dar para el gobierno cuando se les requirió. De publicar la contabilidad habría tenido que suprimir estas sumas y dejar un vacío incapaz de llenar. Indicó que las donaciones de los particulares sumaron $236 000 y las diócesis $240 000 representando ambas el costo de la obra [ahbg 1896: 46-52].

Si bien la contabilidad resultaba dudosa las acusaciones de corrupción también tuvieron una base socioespacial en tanto los proyectos de Plancarte parecían no tener relación con el bien público [Penney et al. 2017: 5]. Es decir, ni el cabildo de la Colegiata ni la población encontraban justificación para realizar una obra tan suntuosa. Sobre todo, los periódicos liberales criticaron la transformación material del espacio, ya que la Virgen de Guadalupe representaba un símbolo de la espiritualidad indígena y al rodearla de lujos parecía ya no pertenecer a los nativos como también se representó en las “Actualidades guadalupanas”. La remodelación de la Colegiata y las peregrinaciones asociadas a la misma no sólo trastocaron la experiencia del templo; en los siguientes aparatados se expone que también motivaron obras públicas y complejidades urbanas.

Mejoras materiales en el municipio de Guadalupe Hidalgo

La complicidad entre el Ayuntamiento de Guadalupe Hidalgo y la empresa de transformar el Tepeyac en un centro de peregrinación de talla internacional quedó registrada en el seguimiento de las mejoras materiales de la municipalidad. En la caricatura “Juan Diego en campaña” vemos al presidente municipal pedir limosna con un sombrero de copa a Antonio Plancarte situado frente a la Colegiata (foto 3). El gesto del prefecto remite a que durante los años previos a la coronación se realizaron trabajos de urbanización en Guadalupe Hidalgo, pero a falta de fondos la municipalidad pidió préstamos como lo hiciera Plancarte.

En 1887 el Ayuntamiento solicitó al Gobierno del Distrito Federal un empréstito de $100 000 a 8% para embanquetado, la construcción de lavaderos públicos y reformas en paseos. La municipalidad se comprometió a pagar con los ingresos de las fiestas religiosas [10]. Ese año el Paseo del Bosque tuvo nuevos árboles, asientos de piedra y una fuente. El jardín de la Plaza Juárez que es la principal de la población recibió plantas, macetones, bancas y cuatro estatuas encargadas a Nueva York [De la Torre 1887: 9-10]. Los trabajos se realizaron en los alrededores del santuario complementando su remodelación, incluso el cabildo de la Colegiata cooperó con los lavaderos públicos, tan necesarios para peregrinos y menesterosos [ahbg 1887: 1].

Fuente Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada. Secretaría de Hacienda y Crédito Público (shcp).

Foto 3. Juan Diego en Campaña. El Hijo del Ahuizote, 29 de septiembre de 1895. 

De 1887 a 1895 hubo un notable crecimiento demográfico, aunque los ingresos de la municipalidad permanecieron bajos. En 1886 la población abarcó 5 281 habitantes y en 1895 sumó 16 498. Mientras los ingresos en 1886 contaron $24 901 y en 1895, $28 000 [De la Torre 1887: 7-10; Peñafiel 1898: 45]. Se debe resaltar que la romería del 12 de diciembre resultaba una de las principales fechas para el comercio. No obstante, la muchedumbre produjo problemas de alojamiento y salubridad en tanto los servicios de agua y limpia eran deficientes. Con los años se presentaron enfermedades y riesgos de epidemias porque los peregrinos hacían sus necesidades en los llanos, ríos y zanjas a falta de inodoros [Diario del Hogar 1895a: 2].

La escasez de agua y la insalubridad fueron consecuencias del deterioro del acueducto que traía el líquido del rio Tlalnepantla, aunado a eso el Ayuntamiento no tenía recursos para reparar la arquería ni las cañerías. La municipalidad de Guadalupe Hidalgo dependió del Ayuntamiento de México en la solución de estos problemas debido a que en 1882 el Ayuntamiento de Guadalupe arrendó al de México un surco y medio de agua para la dotación de las colonias en Peralvillo. El gobierno de la capital se comprometió a pagar una renta de $1 000 semestrales y a restaurar tanto el acueducto como las tuberías [ahcm 1882]. Sin embargo, el mismo desatendió sus obligaciones en Guadalupe Hidalgo y esto repercutió en que las obras hidráulicas se realizaran de manera irregular.

En 1889 el Ayuntamiento de Guadalupe Hidalgo repuso un tramo de la tubería atrás de la Colegiata que impedían la dotación de las fuentes públicas, la falta de dinero interrumpió la obra [ahcm 1889]. Finalmente, en 1892 se remplazó la cañería de plomo por tubería de fierro desde la toma de agua, pasando por las vías cercanas al santuario hasta la calle Abasolo (foto 4) [ahcm 1892: 1-2]. La sustitución de cañerías no fue suficiente en vista de que el acueducto necesitaba reconstrucción de arquerías. La municipalidad intentó solucionar las fallas presionando al Ayuntamiento de México. En 1894, solicitó aumentar el arrendamiento y así realizar las reparaciones del conducto [ahcm 1894]. Como no recibió respuesta, insistió en que el gobierno de la capital efectuara la obra hasta 1897, cuando se dio fin al contrato de renta de agua, y el municipio de Guadalupe tuvo que costear la compostura con sus propios recursos [ahcm 1897].

Junto a la escasez de agua, la suciedad y las inundaciones solían perjudicar las romerías. Pedro Pontón y Eduardo Velázquez fueron los presidentes municipales de Guadalupe Hidalgo que destacaron por apoyar las peregrinaciones mediante el mejoramiento urbano. En 1890 Pedro Pontón se propuso hacer de la Villa una de las poblaciones más agradables e higiénicas del Distrito Federal. El prefecto adquirió cinco carros con animales de tiro para limpia y compostura de calles; reparó la Alameda y construyó atarjeas útiles al evitar la inundación de la plaza y las calles principales del centro [La Voz de México 1890: 3].

Foto 4. Plano de la Ciudad de Guadalupe Hidalgo, 1895. Mapoteca Manuel Orozco y Berra. La línea roja señala la tubería nueva de fiero. Elaboración propia a partir del ahcm, 1892

En 1895 el regidor Eduardo Velázquez hizo lo propio, un par de meses antes de la coronación se veían por todas partes en la Villa carros, albañiles y presos barriendo calles y desazolvando atarjeas. El munícipe exhortó a los vecinos a limpiar las fachadas de las casas para dar una buena impresión a los visitantes en las fiestas [El Partido Liberal 1895: 2; El Correo Español 1895: 2].

Según se lee en el Álbum de la coronación de la virgen para 1895 no había localidad alguna de la República más popular que la Villa de Guadalupe, “punto objetivo del creyente y del turista” [Agüeros 1895: 42]. Si bien la descripción corresponde con el deseo de Plancarte de poner a la Colegiata y a la ciudad en general a la altura de los santuarios internacionales [Plancarte 1914: 553-554], lo cierto es que las peregrinaciones masivas y las deficiencias en las instalaciones rebasaron la capacidad del poblado.

Efectos de la modernización del Santuario del Tepeyac

De acuerdo con la prensa de la época, los efectos de la modernización del Santuario del Tepeyac se percibieron desde 1887 dada la gran cantidad de peregrinos que llegaban a la Villa de Guadalupe en tren. El Diario del Hogar señaló que las peregrinaciones cambiaron de manifestaciones de devoción a actos de explotación. En otros tiempos los peregrinos iban descalzos por los caminos y ahora viajaban con toda comodidad “proporcionando pingües ganancias a los ferrocarriles y extraordinario lucro a los clerizontes” [Diario del Hogar 1887: 3].

De hecho, en ocasiones las ferroviarias ofrecieron rebajas de manera espontánea propiciando procesiones. Por medio de los descuentos las empresas pretendían conseguir que la gente se acostumbrara a viajar. El arzobispo Labastida aprobó que las compañías de trenes secundaran al movimiento religioso porque así se demostraba que el catolicismo protegía las mejoras materiales y no era refractario al progreso y la civilización [La Voz de México 1893: 3].

El apoyo de Labastida al progreso fue parte de la doctrina social del papa León xiii, la cual pedía a las autoridades religiosas aprovechar las técnicas del capitalismo para atraer fieles. El peregrinaje moderno contempló el viaje en tren, la compra de recuerdos, la transformación de ritos en espectáculos y el disfrute de las atracciones rurales [Kaufman 2005: 13]. Empero, la implementación de este modelo en el Tepeyac resultó problemática en primer lugar porque las mejoras materiales no fueron del todo benéficas para los habitantes y los peregrinos.

La clase acomodada de la municipalidad se quejó de que la abertura de calles y zanjas eran obras más bien de ornato y que poco servían a los problemas reales de la localidad como la suciedad de las calles. El desaseo provocó que muchas familias buscaran refugio en la capital en las fiestas [La Voz de México 1891: 3]. Los trenes tampoco ofrecían la mejor experiencia a los romeros. Los vagones y las mulas del servicio de la Villa de Guadalupe recibían poco mantenimiento de manera que los viajes se hacían largos y molestos [La Voz de México 1892: 3].

Por otra parte, los peregrinos indígenas fueron expuestos a estafas y mendicidad. Al acercarse la coronación, llegaron atiborrados en tren campesinos, labradores y gente sencilla a ofrecer su donativo. Los feligreses dieron todo su dinero quedando sin recursos para regresar a sus pueblos. Entonces se creó una turba de mendigos en la Ciudad de México y se temía que aumentaran el número de robos [La Patria 1895a: 1-2].

En la celebración de la coronación continuaron las complicaciones urbanas. Se calculó que asistieron más de 10 000 personas, las cuales arribaron en 110 coches de ferrocarril, 256 carruajes particulares, numerosos carros y a pie [Plancarte 1914: 503]. José Antonio Plancarte invitó a 22 arzobispos y obispos mexicanos, 14 nuncios de Estados Unidos, tres de Quebec, la Habana y Panamá [Brading 2002: 460]. Los sacerdotes mexicanos y extranjeros se hospedaron en casas de la élite de la Ciudad de México, mientras los peregrinos buscaron hospedaje con familiares o amigos debido a que la Villa de Guadalupe carecía de infraestructura para albergar eventos masivos [Moreno 2010: 322].

La caricatura “Los peregrinos de acá” registró algunas situaciones que se presentaron durante la coronación. En la primera viñeta una pareja de campesinos no puede entrar a la Colegiata por no traer boleto. La escena siguiente describe a comensales quejándose de la comida en mal estado. En la última ilustración un burgués acompañado de dos mujeres observa un espectáculo y expresa que lo que más les gusta son las piernas de la Peralta. La imagen en primera instancia criticó que en la ceremonia de la coronación sólo se permitió la entrada a personas distinguidas y sacerdotes, mientras la clase pobre tuvo que contentarse con pasear en los alrededores [El Mundo Ilustrado 1895: 126]. La representación de alimentos y bebidas adulteradas evidenció el comportamiento abusivo de fondistas, hosteleros, vendedores y rateros. La figura del burgués, por último, retrató la hipocresía de los romeros a quienes sólo les interesaba pasear y divertirse.

Fuente: Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada. Secretaría de Hacienda y Crédito Público (shcp).

Foto 5. Los peregrinos de acá. La Patria Ilustrada, 14 de octubre de 1895.  

El acceso a la ceremonia del 15 de octubre fue restringido quizá porque se trató de un acto político entre el clero, la aristocracia y el Estado. Además de familias acaudaladas, a la ceremonia asistieron funcionarios como Pedro Rincón Gallardo gobernador del Distrito Federal, Francisco Osorno presidente del Ayuntamiento de México y Eduardo Velázquez prefecto de Guadalupe Hidalgo [El Mundo Ilustrado 1895: 127]. De acuerdo con la dinámica del evento, por una parte se entiende que éste selló la conciliación entre el clero y el Estado; por otro lado, la Iglesia privilegió a los católicos adinerados para animarlos a tomar cargos públicos con el fin de recuperar presencia política [García 2010: 1520-1525]. No obstante, socialmente la coronación se consideró un fracaso porque convirtió a “la jura guadalupana en un homenaje al trono, a la aristocracia y a las clases privilegiadas, a la vez que un insulto el pueblo” [Diario del Hogar 1895b:1]. Muchos peregrinos humildes se retiraron descontentos; como consecuencia, los comerciantes, el municipio y el clero perdieron entradas.

En términos urbanos la modernización del Tepeyac también tuvo resultados inesperados, éstos pueden comprenderse en tanto hay una relación impredecible entre la intención política de la infraestructura y sus efectos. Es decir, como en el manejo de instalaciones intervienen múltiples agentes con capacidades diferentes es improbable que los equipamientos funcionen de acuerdo con los planes de alguien en particular, formándose constelaciones heterogéneas e inestables [Penney et al. 2017: 10]. En este sentido, la intención de transformar el Tepeyac en un santuario masivo comprometió la funcionalidad del ferrocarril, la dotación de agua potable y el riego del panteón. En cuanto a los trenes, la cantidad de personas que viajó rebasó la capacidad de las empresas. El Ferrocarril Central transportó peregrinos en furgones para carbón porque agotó sus vehículos de pasajeros [La Patria Ilustrada 1895: 3]. El Ferrocarril del Distrito se vio en la necesidad de aumentar mulas en la estación de la Villa y pedir más agua al Ayuntamiento [ahcm 1895: 1].

En 1896 los vecinos de la calle Aldama, atrás de la Colegiata y el Panteón del Tepeyac, dejaron de recibir agua. Entonces se detectó que cuando se instaló la tubería de fierro no se quitó la antigua de plomo, esto originó pérdida de presión y desperdicio. La solución fue cambiar la toma del cementerio a la cañería que conducía agua a la capital [ahcm 1896]. En el mismo 1896, la Villa y los barrios de la Ciudad de México que se surtían del acueducto de Guadalupe padecieron falta de líquido porque en ambas entidades el consumo aumentó. Se dijo que los 1 000 peregrinos que rodeaban las fuentes públicas raspaban el fondo para obtener algo de beber [La Voz de México 1896: 3]. En este escenario todo indica que la modernización del Santuario del Tepeyac participó en la demanda creciente de agua, alteró las instalaciones y posiblemente tuvo otras consecuencias a falta de planeación.

Conclusiones

Al integrar las mejoras materiales del Panteón del Tepeyac y la Colegiata de Guadalupe, se advierte que en el santuario convergieron el peregrinaje cultural y religioso atendiendo a los intereses del Estado y del clero. A su vez, ambos se ampararon en la consolidación del nacionalismo ya fuera a través de personajes ilustres o el simbolismo de la Virgen de Guadalupe.

Sin embargo, los efectos de la modernización descubrieron la incapacidad de la Iglesia, así como de los Ayuntamientos de Guadalupe Hidalgo y de México para concretar instalaciones semejantes a los lugares de peregrinación europeos. La intención política sacrificó la funcionalidad del Tepeyac, ya que, por una parte en el riego del Panteón se emplearon materiales baratos y la instalación de la bomba se dejó a la improvisación; Mientras las peregrinaciones impulsadas por Plancarte para pagar la ampliación de la Colegiata generaron insalubridad, inseguridad, rebasaron la capacidad de los ferrocarriles e incrementaron el consumo de agua.

Por otro lado, el flujo constante de viajeros demandó el replanteamiento de instalaciones y recursos compartidos entre la municipalidad de Guadalupe Hidalgo y la Ciudad de México como el abasto de agua. En este sentido, el peregrinaje cultural y religioso ofrece otras aristas para conocer los fenómenos de las ciudades, así como la interacción entre contextos urbanos y rurales.

Este artículo contó con el financiamiento del programa de becas posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México en el Instituto de Investigaciones Históricas bajo la asesoría del Dr. Sergio Miranda Pacheco.

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Notas

1Las soluciones parciales a los problemas urbanos fueron causa de la corta duración de la gestión de cada ayuntamiento, la falta de preparación técnica de los regidores y su proceder no institucional [Miranda 2007].

Recibido: 28 de Septiembre de 2022; Aprobado: 23 de Marzo de 2023

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