Introducción
La actual pandemia es un fenómeno complejo, no puramente natural, sino social también, que debe ser analizado en estos términos, tanto para combatirla eficazmente como para evitar situaciones similares en el futuro. Esta idea es compartida por especialistas médicos, por ejemplo, Richard Horton, médico egresado de la Universidad de Birmingham y actual editor en jefe de la revista médica The Lancet, quien publicó en julio de 2020 un texto en el que urgentemente llama a la colaboración internacional para poner fin a la Covid-19. Enfatiza que la pandemia ha agudizado las desigualdades en todos los continentes y en todas las sociedades, mientras los gobiernos han dejado sin protección a personas de color, indígenas y ancianos (Horton, 2020a y 2020b). Un mes después, en la misma revista, tres científicos del Instituto de Antropología Social y Cultural de la Universidad de Oxford publicaron un breve texto en el que, apoyándose en Horton, sostienen que la salud y la medicina no pueden resolver la Covid-19. Precisan que la pandemia ha sacado a la luz la compleja interdependencia entre los sistemas que determinan la vida cotidiana: salud, política, economía, tecnología, medio ambiente, educación, gobierno, ingeniería, transporte, sistemas alimentarios, comunicación y muchos otros. Por lo tanto, es erróneo pensar que el problema quedará resuelto simplemente con intervenciones en la salud, como una vacuna, nuevas medidas de salud pública, nuevos comportamientos higiénicos y tratamientos efectivos (McLennan, Kleberg y Ulijaszek, 2020).
Si la actual pandemia no puede comprenderse sin tomar en cuenta su dimensión social, entonces es imperativo conocer lo que actualmente están reflexionando especialistas en distintas ciencias sociales (economía, ciencia política, sociología, psicología, pedagogía, geografía, historia y filosofía, principalmente) sobre el fenómeno mencionado. En congruencia con lo arriba apuntado, el propósito de la presente revisión bibliográfica es aclarar cómo una muestra ilustrativa -ya que exhaustiva sería imposible- de pensadores sociales ha tratado de responder a ocho preguntas fundamentales para comprender el impacto social de la actual pandemia, así como para vislumbrar escenarios futuros posibles y qué hacer para que no vuelva a ocurrir lo que ahora estamos padeciendo. Estas preguntas son las siguientes: ¿qué está sucediendo?, ¿cómo está ocurriendo?, ¿en qué momento histórico tiene lugar?, ¿por qué está pasando?, ¿qué efectos está teniendo?, ¿qué escenarios son posibles en el futuro?, ¿qué hacer para realizar lo deseable y que no se repita lo que estamos viviendo?, y ¿qué deberíamos aprender de esta experiencia?
El presente texto se ha estructurado en ocho partes, en concordancia con las preguntas arriba planteadas, quedando la última a manera de conclusiones provisionales, pues al tratarse de un fenómeno en curso, además de imprevisible, no podría ser de otra manera.
I. ¿Qué está sucediendo?
La bióloga Julia Carabias (2020: 168-173) explica que el virus es una estructura de material genético cubierto por proteínas, la cual requiere otras células para hospedarse y vivir así en armonía en un mamífero. La autora habla del pangolín; otros han señalado al murciélago, y una tercera teoría apunta a que el virus pasó del murciélago al pangolín y de éste al humano. Lo relevante es que dicho virus, debido a las prácticas depredadoras de los humanos, brincó a algunas personas que se volvieron sus nuevos huéspedes, causándoles, subraya Carabias, “una zoonosis letal”.1 Es decir, estamos enfrentando un problema derivado del deseo de comer un animal de forma poco prudente.
El filósofo Alain Badiou (2020: 68) precisa que ésta es la segunda versión de una epidemia ocurrida en 2003, llamada SARS 1 (por sus siglas en inglés: severe acute respiratory syndrome). La actual, denominada SARS 2, no es, por lo tanto, radicalmente nueva. Como todas las epidemias, conjuga determinaciones naturales y sociales; por lo tanto, su análisis debe “captar los puntos donde las dos determinaciones se cruzan para obtener las consecuencias” (Badiou, 2020: 71).
El origen del problema es el tránsito local entre especies animales hasta llegar al ser humano, para después difundirse por todo el planeta vía el mercado mundial capitalista (Badiou, 2020: 71-72). El tercer momento han sido los intentos locales de los Estados nacionales para frenar dicha difusión, pero sin poder coordinar sus políticas, cuya intención es siempre respetar los mecanismos del capital (Badiou, 2020: 73).
Por su parte, el sociólogo Boaventura de Sousa (2020: 63-64) distingue entre “crisis rápidas” y “lentas”. Una rápida puede estar inmersa en una lenta, pero más amplia. Ante las primeras se toman medidas para atacar las consecuencias, sin afectar las causas. La pandemia actual es un ejemplo de este tipo. Por su parte, están las crisis severas y lentas, por lo general no confrontadas, sino sólo soslayadas (como la crisis ecológica).
En el mismo tenor, el geógrafo David Harvey (2020: 82-83) señala que el capital modifica las condiciones medioambientales de su reproducción, pero en un contexto de consecuencias involuntarias y en el trasfondo de fuerzas evolutivas autónomas que perpetuamente reconfiguran las condiciones ambientales. Las mutaciones virales son constantes, pero las circunstancias en las que una mutación se convierte en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas.
Desde una perspectiva psicológica, apunta Preciado (2020: 167, 168) que las epidemias materializan las obsesiones dominantes en la gestión política de la vida y de la muerte; así, “cada sociedad puede definirse por la pandemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella”.
II. ¿Cómo está sucediendo?
La difusión del virus está arrojando luz sobre las desigualdades en riqueza y oportunidades entre países y dentro de ellos. Los más pobres, con débiles sistemas de salud y menores presupuestos, están en peores condiciones (Freeman, 2020: 19-20). La pandemia golpea más a ciertos grupos sociales y étnicos; a personas con necesidad de trabajar, sin posibilidad de recluirse en sus casas ni trabajar a distancia; a personas de la tercera edad, con salud precaria y otras limitantes. Mata masivamente, pero discrimina “tanto en términos de su prevención, como de su expansión y mitigación” (Sousa, 2020: 65-66). Por esta razón Harvey (2020: 93) la llama “una pandemia de clase, género y raza”, y el especialista en salud pública Joan Benach (Boichat, 2020: 154-155) la denomina “pandemia de la desigualdad”, y agrega inequidades derivadas de la situación migratoria y el lugar donde se vive.
Asimismo, la mayor parte de los decesos por Covid-19 está asociada con problemas de salud derivados de prácticas de consumo de alimentos que propician las grandes empresas del sector alimentario, así como de otras inducidas por el estilo de vida frenético de la economía globalizada, como el estrés, la vida sedentaria vinculada con largos trayectos para ir y volver del trabajo al hogar, ciudades contaminadas y zonas rurales inundadas de agroquímicos venenosos en el agua, el aire y el suelo, causantes de depresión psicológica, hipertensión, obesidad, problemas respiratorios y diabetes.
Al hablar de cómo está actuando la pandemia, también es pertinente contrastar diferencias en las dos principales respuestas de los gobiernos. Una consiste en medidas estrictamente disciplinarias, como el confinamiento domiciliario, con base en la lógica de la frontera arquitectónica y enclaves hospitalarios clásicos. La otra se sustenta en la detección individual del virus a través de una vigilancia digital constante (Preciado, 2020: 176-177). Esta segunda estrategia, aparentemente más exitosa, según el filósofo Byung Chul Han (2020: 99), es congruente con el tradicional autoritarismo asiático de Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán y Singapur.
Un aspecto de las políticas de los gobiernos para enfrentar la crisis es el manejo no sólo del derecho a matar,2 sino también del derecho a exponer a la muerte a otras personas, como los refugiados detenidos en las fronteras, los ancianos recluidos en asilos y los presos en las cárceles. De ahí la propuesta de la filósofa Patricia Manrique (2020: 150-151) de emplear el término necropolítica, acuñado por el filósofo camerunés Achile Mbembe para describir la actual política.
III. ¿Cuándo está sucediendo?
El momento de la aparición del virus se inserta, en opinión de Preciado (2020: 171), en un largo proceso de “cambio social y político tan profundo como el que afectó a las sociedades que desarrollaron la sífilis (en el siglo XV)”. Para el escritor y activista uruguayo Raúl Zibechi (2020: 113) la pandemia profundiza la decadencia y la crisis del sistema, originadas por lo menos desde 2008 y, a largo plazo, desde la revolución mundial de 1968. Aparece cuando ya existían tendencias importantes, aceleradas en la presente coyuntura: “militarización, declive hegemónico de Estados Unidos y ascenso de Asia Pacífico, fin de la globalización neoliberal, reforzamiento de los Estados y auge de las ultraderechas” (Zibechi, 2020: 113-114).
De manera más directa, se habla de una estrecha relación entre la aparición de la Covid-19 y el agotamiento del modelo globalizador neoliberal, depredador de la capacidad de acción de los Estados nacionales. Así, según Sousa (2020: 68), la pandemia agrava una crisis, derivada de los últimos 40 años de hipercapitalismo, que ha maniatado a los Estados “para responder de manera efectiva a la crisis humanitaria que aqueja a sus ciudadanos”.
Para Han aparece en la que hace 10 años llamó la “sociedad del cansancio”, caracterizada por la pérdida de vigencia del paradigma inmunológico imperante hasta la época de la Guerra Fría; la globalización suprimía los umbrales inmunitarios para permitir la libre circulación del capital. De pronto, en esta “sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe […] el virus”, y la apanicada respuesta es reconstruir umbrales inmunológicos y cerrar fronteras, el enemigo ha vuelto y es percibido “como un terror permanente” (Han, 2020: 108).
En contra de quienes ven el estallido de la pandemia en un periodo de “normalidad”, ahora añorada, varios autores cuestionan esa supuesta normalidad. Según el filósofo alemán Marcus Gabriel (2020: 133), el “orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal” y, complementa Manrique (2020: 149), dicha letalidad va enlazada con la prisa y el productivismo propios del capitalismo. Igualmente, la filósofa, periodista y activista canadiense Naomi Klein (Mauro, 2020) advierte: “Lo normal es mortal. La ‘normalidad’ es una inmensa crisis”. Por añadidura, era plenamente injusta, pues, como recuerda Benach (Boichat, 2020: 156-157), dos terceras partes de la población mundial sobrevivían con menos de cinco dólares al día, 2 500 millones de personas carecían de hogar, bebían agua contaminada y comían alimentos tóxicos. En términos más precisos, 734 millones de personas vivían ya en extrema pobreza; 690 millones padecían hambre; 79.5 millones eran personas desplazadas forzadamente.3 Por todo eso, posiblemente después de la pandemia, como asevera el filósofo italiano Giorgio Agamben (2020: 136), “la gente comience a preguntarse si la forma en que vivían era la correcta”.
IV. ¿Por qué está sucediendo?
En lo ecológico, para el filósofo italiano Franco Berardi (2020: 37) la Covid19 aparece porque la Tierra se está autodefendiendo. Lo cual se comprende mejor si se atiende la advertencia del historiador estadunidense Frank M. Snowden (2020) de que todas las epidemias afectan a las sociedades por medio de vulnerabilidades específicas creadas por las personas a través de sus relaciones con el medio ambiente, otras especies y ellas mismas. Por consiguiente, las causas de la actual pandemia se pueden reducir a tres: 1) la invasión de la naturaleza por prácticas sociales erróneas; 2) el debilitamiento de los sistemas de salud por el neoliberalismo, y 3) la fácil difusión del virus por la globalización.
Sobre el primer punto, la economista danesa Inger Andersen (2020), directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), sostiene que, a medida que continuemos invadiendo implacablemente la naturaleza y degradando los ecosistemas, ponemos en peligro la salud humana. De hecho, 75% de todas las enfermedades infecciosas es zoonótico. Esto es porque las prácticas sociales nocivas al planeta han violado, como señala Carabias (2020: 169), la armonía característica de las interacciones entre el mundo biótico y el abiótico, entre parásito y hospedero. Estas actividades, sólo para tener acceso a animales como alimento, mascotas o mercancías traficables, hacen que los humanos entren en contacto con patógenos para los cuales, a diferencia de los animales, no se tienen defensas. Asimismo, dichos usos van unidos, como señala Berardi (2020: 38-39), con la tensión constante de la competencia, la hiperestimulación nerviosa, la guerra por la supervivencia y el estrés permanente. Ante estas violaciones, el planeta, como un gigantesco ser vivo, reacciona con la pandemia (Gabriel, 2020: 131). Pero la respuesta planetaria no puede ser enfrentada adecuadamente por los Estados nacionales,4 porque “el capitalismo neoliberal incapacitó al Estado para responder a las emergencias” (Sousa, 2020: 74). Lo incapacitó porque impuso a las áreas de salud, educación y seguridad social la lógica del capital, orientada a generar el máximo beneficio (Sousa, 2020: 67).
En esencia, la codicia está conduciendo a la humanidad a su propio exterminio, pero en ese camino se lleva por delante, como anota el especialista chileno en bioética animal Gustavo Yáñez, a los animales que son enjaulados, separados, alienados para satisfacer “uno que otro deseo, una que otra voracidad del mercado capitalista global” (Yáñez, 2020: 142). Al llevar adelante este ejercicio criminal hacia los animales, junto con la deforestación, la invasión y la fragmentación de hábitats de vida silvestre, los cambios masivos en los usos de la tierra, la urbanización desmedida, la expansión de la agroindustria, el estrecho contacto entre muchas especies y la ingestión de animales salvajes, nos dañamos a nosotros mismos, pues, como señala el PNUMA, cuando destruimos la biodiversidad, destruimos el sistema que sustenta la vida humana, y la pérdida de biodiversidad permite a los patógenos pasar de los animales a los humanos (enfermedades zoonóticas) (Andersen, 2020: 1).
La razón de fondo de la pandemia se encuentra en el capitalismo, que produce una alteración global de los ecosistemas asociada con la actual crisis ecosocial y climática. Todo apunta, en suma, a las raíces económicas del deterioro ecológico y social, ampliamente estudiadas por el economista español José Manuel Naredo (2006), quien, en una reciente entrevista (Albiñana, 2020), recuerda la solución a la crisis financiera de 2008 mediante la inyección de dinero público a los bancos, imponiendo recortes presupuestales al sector salud y a la educación, con lo cual los Estados nacionales quedaron indefensos ante catástrofes como la actual, y al mismo tiempo afectaron a la población de menores ingresos.
Esta opinión la comparte Guy Ryder, director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), al subrayar que ante la crisis financiera de 2008-2009 los gobiernos de muchos países, ahora golpeados por la Covid19, adoptaron estrictas políticas de austeridad fiscal que redujeron recursos para la sanidad pública (OIT, 2020a: 4), cuando la mayoría de la población mundial vive en ciudades sobrepobladas y multicomunicadas que ofrecen innumerables oportunidades para virus pulmonares.
Al reunir los tres tipos de causas antes mencionadas, podemos afirmar con el pediatra canadiense Samuel Freeman (2020: 19) que la Covid-19 es una consecuencia de elecciones riesgosas tomadas por la sociedad respecto del medio ambiente, la economía mundial y la distribución de la riqueza.5 Tales elecciones han facilitado lo que el sociólogo y matemático mexicano Delfino Vargas (2020: 114-115) llama factores contextuales, los cuales, según la epidemiología social, están incrementando la probabilidad de contagio del virus y son básicamente dos: un sistema inmune deprimido y la existencia de comorbilidades; ambos bajo la influencia del estrés emocional, sobre el cual pesan fenómenos como la alta presión económica, la pérdida de empleo, el aislamiento, entre otros. Sin embargo, el malestar de las personas por los factores mencionados poco importa al sistema capitalista, el cual, como precisa Klein (Mauro, 2020), siempre ha antepuesto las ganancias a la vida de las personas.
Después de la actual pandemia vendrán otras cuyas dimensiones todavía sería difícil calcular. Pero a diferencia de fenómenos similares anteriores, la actual y, probablemente, las próximas pandemias son acontecimientos globales, estrechamente vinculados con patrones de producción y consumo generados por la globalización económica y sus principios rectores. Es decir, la idea de la naturaleza como sinónimo de medio ambiente equivale a pensar en una suerte de receptáculo donde se desenvuelven las actividades humanas.6 En segundo lugar, pero derivado y ligado al anterior, está el principio de considerar al mundo vegetal y al animal como recursos naturales, o sea, cosas para ser usadas por los humanos, idea justificada por una antiquísima ideología.7 Esta convicción ha abierto la puerta a la industrialización de la agricultura y la ganadería. Esto es, al uso masivo de productos químicos dañinos para el ambiente y al desecho masivo de residuos contaminantes del suelo y las aguas. En tercer puesto, aunque no en importancia, se encuentra el principio de la competitividad global como la meta a alcanzar a toda costa. De ahí la obsesión por producir para exportar, de exportar a los menores costos posibles, para ser competitivos.
V. ¿Qué efectos está teniendo?
La pandemia está teniendo dos tipos de efectos.8 El primero está constituido por hechos, tendencias o fenómenos, económicos, sociales o políticos. El segundo -no menos importante- se conforma por nuestros pensamientos, conceptos y representaciones de lo que está sucediendo a nuestro alrededor, es decir, nuestra conciencia.
Cuando la infección iba llegando a su primer trimestre, se pensaba que sus principales efectos económicos serían los siguientes: grandes caídas bursátiles, baja en las tasas de interés por parte de los bancos centrales, serios daños a la industria turística, caída en las ventas automotrices, desplome en los precios del oro y del petróleo, y ralentización de la economía mundial (entre 1.5 y 2.4%) (Jones, Brown y Palumbo, 2020: 31-36); no obstante, los impactos de la difusión del virus dependen de vulnerabilidades en el modelo económico hegemónico (Harvey, 2020: 84). Una de éstas es que, con una globalización creciente, es imposible detener la rápida difusión internacional de nuevas enfermedades.
El hecho más visible es la parálisis de la economía mundial, la cual ha concluido su fase expansiva y es improbable su retorno a este camino, pero no acabamos de “aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo” (Berardi, 2020: 38). Se pronostica una reducción del producto interno bruto (PIB) mundial de por lo menos 2% (Dufin, 2020). En otras palabras, la economía mundial se ha bloqueado porque el capitalismo “funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital)” (Berardi, 2020: 40). En el mejor de los casos, podrían pasar por lo menos dos años antes de que la economía mundial recobre el ritmo que llevaba hasta el cierre de 2019. Incluso es posible una recesión tan profunda como lo fue la Gran Depresión, aunque hoy se cuenta con mejores instrumentos que entonces para superarla (Garver, 2020). Por otra parte, dicha recuperación exigirá ajustes en las cadenas globales de valor, la actual columna vertebral de la economía mundial.9 Además, por primera vez la crisis no proviene de factores estrictamente económicos, sino del cuerpo humano, que ha decidido bajar el ritmo y, cuando se habla del cuerpo, se hace referencia también a la mente, que ha entrado “en una fase de pasivización profunda” (Berardi, 2020: 42-43).
En el ámbito laboral, la OIT calcula en 195 millones la destrucción de puestos de trabajo en el mundo causada por el coronavirus, ocurriendo el mayor impacto en los países árabes, Europa y la región Asia-Pacífico, incluyendo China. Los sectores más afectados serán turismo, manufactura, comercio minorista, reparación de vehículos automotores, así como actividades empresariales y administrativas, con el agravante de que muchos de los empleos afectados ya son precarios, mal remunerados, temporales, sin seguridad social y de baja cualificación (OIT, 2020b: 2-3).
Además, como el “modelo neoliberal descansa de manera creciente en el capital ficticio y en una ingente expansión de la oferta de dinero y creación de deuda, [ahora se] está enfrentando ya al problema de una insuficiente demanda efectiva para realizar los valores que el capital es capaz de producir” (Harvey, 2020: 81-82). La reducción en la demanda efectiva se explica por la desarticulación de las cadenas productivas, el aumento del desempleo, el desplome en los ingresos de los hogares y el aumento de la pobreza. Por todo esto será necesaria una política de empleo diferente, dadas las condiciones que está creando la pandemia (Escobar, 2020).
Otro efecto notorio de la Covid-19 es la profundización de las dificultades provocadas por el debilitamiento económico en la seguridad alimentaria y la malnutrición en países emergentes y en desarrollo (Flores, 2020: 195-201), y, si llegara una recesión, en los países ricos las personas más pobres serán las más perjudicadas. Éstas no podrán permitirse estar enfermas y, sin seguro médico, no podrán sufragar análisis ni tratamientos. Tampoco podrán pagar por el cuidado de sus hijos (Freeman, 2020: 20).
Más allá de los pronósticos cuantitativos, muy probablemente se presentarán cambios cualitativos, difíciles de ponderar en cifras.10 Estos cambios afectarán a la globalización, a la posición dentro de ella de los Estados Unidos y a la naturaleza del trabajo.11
En opinión del sociólogo español Pablo Santoro (2020: 21-22), destacan dos aspectos hechos dolorosamente patentes por el coronavirus. Uno es la centralidad social del trabajo invisible de cuidados y su desigual distribución por género, edad, etnicidad y otras categorías sociales. El otro es que la desigualdad social y las diferencias de clase y de capital (económico, social y educativo) generarán consecuencias muy dispares, tanto por ser determinantes sociales de la salud como por las formas de enfrentarse al cierre de escuelas, el teletrabajo y el e-learning.
En el terreno político, Gabriel (Bautista, 2020) advierte el posible advenimiento de una dictadura sanitaria, debida a la manera adoptada por algunos gobiernos para enfrentar la pandemia. Éstos imponen fuertes restricciones a la vida pública y los ciudadanos obedecen sumisamente, lo cual puede suceder también porque, como advierte el filósofo y químico catalán Santiago López Petit (2020: 56), “la naturalización actual de la muerte cancela el pensamiento crítico”.
En lo ideológico, el coronavirus ha derrumbado, en opinión de Gabriel (2020: 131), la errónea creencia “de que el progreso científico y tecnológico por sí solo puede impulsar el progreso humano y moral”. Cuando, en realidad, “sin progreso moral no hay verdadero progreso”. Por consiguiente, lo que necesitamos es “concebir una Ilustración global totalmente nueva” (Gabriel, 2020: 132).12 Ésta nos mostraría “el enorme peligro que supone seguir a ciegas a la ciencia y a la técnica” (Gabriel, 2020: 133).
Lo más lamentable es que todo esto se hubiera podido evitar, pues, como sostiene el especialista británico en la historia de las enfermedades infecciosas Mark Honigsbaum (Horton, 2020b: 1821), ya se sabía desde hace décadas que el mundo es intrínseca y crecientemente vulnerable a pandemias como la actual, pero no se hizo caso a las advertencias. Se han perdido vidas, no por falta de conocimientos, sino por complacencia de políticos que no tomaron en serio las admoniciones de los científicos. Con seguridad, el virus tendrá efectos profundos y duraderos, pero su profundidad y duración dependerán de nosotros, advierte el historiador.
VI. ¿Qué escenarios posibles hay a futuro?
Las opiniones vertidas sobre el futuro posterior al fenómeno en curso se pueden agrupar en tres categorías.13 La primera postura, aparentemente guiada por el pesimismo de la inteligencia (expresión de Gramsci), avizora la llegada de un capitalismo más fuerte, tiránico e inhumano. La segunda, impulsada por el optimismo de la voluntad (también palabras de Gramsci), vislumbra desde un capitalismo más humano y no sometido a la lógica del mercado hasta un escenario neocomunista. La tercera, más cautelosa, toma elementos de las dos primeras. Veamos primero las opiniones inteligentemente pesimistas.
De acuerdo con Han (2020: 110), el capitalismo continuará aún con más pujanza, e incluso es posible que llegue a Occidente “el Estado policial digital al estilo chino”. Su idea central es que la pandemia nos está aislando e individualizando, y la solidaridad, consistente en guardar distancia, sólo se preocupa por la propia supervivencia, pero no permite soñar con una sociedad distinta, pacífica y justa. La advertencia de Han es no dejar la revolución, sin duda necesaria, en manos del virus, sino hacer una revolución humana, realizada por personas dotadas de razón, decididas a “repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta” (Han, 2020: 111).
El filósofo chileno Daniel Loewe (2020: 10) apunta a la posibilidad de que no vaya a “pasar nada demasiado distinto a lo que ya existe”. Pero lo existente podría ser peor, si, como señala Gabriel, cuando la pandemia haya trasladado la vida pública a la esfera privada, surgiera una ciberdictadura de las redes sociales (Bautista, 2020: 1-5).
El problema no es escasez de ideas, sino si éstas pueden conducir a una acción política para su logro. En todo caso, Sousa no atisba cambios radicales inmediatos, pues las personas estarán deseando conservar el mundo conocido antes de la crisis (Sousa, 2020: 81). Frente al inminente aumento de la pobreza, podrían ocurrir protestas y saqueos, lo cual no significaría, como apunta el filósofo croata Srećko Horvat (2020), el colapso del neoliberalismo, cuyo principio es aislar a la economía de mercado de las fuerzas democráticas. El coronavirus incluso contribuye a crear el ambiente perfecto para dicha ideología y éste es el peligro político: una crisis global de salud acorde con el nacionalismo, el racismo y la supresión de la libre movilidad de las personas, especialmente las de los países subdesarrollados, pero sin afectar el libre flujo de mercancías y de capitales. En medio de una crisis tal, el miedo es más pernicioso que el virus mismo y tal vez enfrentemos pronto una forma más peligrosa de capitalismo, anclada en un control más estricto y una purificación de la población.
De esta manera, las circunstancias propicias a las mutaciones víricas dañinas a la salud y la vida dependen de la sociedad y de la lógica capitalista extractiva y depredadora; como enfatiza Benach (Boichat, 2020: 157), las epidemias globales se volverán más frecuentes y destructivas. En este escenario, los ciudadanos pueden perder mucho, pues, como argumenta Klein (2014), las élites aprovechan estos momentos para aprobar reformas impopulares que a la postre agravan las divisiones económicas y sociales. Tal es el “capitalismo de catástrofe”.
Entre las opiniones inspiradas por el optimismo de la voluntad destacan las siguientes.
El filósofo, sociólogo y psicoanalista esloveno Slavoj Žižek (2020: 22) columbra una sociedad alternativa, basada en formas de solidaridad y cooperación global, pues no podemos seguir por el mismo camino y es necesario un cambio radical. Su optimismo se apoya en la convicción de que una amenaza global da lugar a una solidaridad global (Žižek, 2020: 24). Asimismo, como otros autores, Žižek enfatiza que no sólo existen amenazas virales, sino también catástrofes climáticas, presentes y futuras, ante las cuales la respuesta correcta no es el pánico, sino una eficiente coordinación global, acorde con una “reorganización de la economía global no sometida a los mecanismos del mercado y capaz de limitar la soberanía de los Estados nacionales cuando sea necesario” (Žižek, 2020: 25, 27).14
Con mayor intensidad asevera Zibechi (2020: 115) que la “pandemia es la tumba de la globalización neoliberal, en tanto la del futuro será una globalización más ‘amable’, centrada en China y Asia Pacífico”.
Para Sousa (2020: 69-70), la extrema derecha y la derecha hiperneoliberal -promotoras del nacionalismo excluyente, la xenofobia y el racismo- han sido desacreditadas; por ende, como modelo social, el capitalismo no tiene futuro; podría “subsistir como uno de los modelos económicos de producción, distribución y consumo, entre otros, pero no como el único, y mucho menos como el modelo que dicta la lógica de acción del Estado y la sociedad” (Sousa, 2020: 66-67).
Finalmente, consideremos las opiniones mixtas o cautelosas. Berardi (2020: 41) recalca los conflictos violentos, el racismo y hasta las guerras provocados por la futura recesión económica, pues no concebimos el estancamiento como condición de largo plazo, ni pensamos en la frugalidad o en compartir, en virtud de que no podemos disociar el placer del consumo. Sin embargo, el autor plantea dos posibilidades al salir de la presente situación. Una sería un escenario con redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo, igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento e inversión social en investigación, educación y salud. La otra sería una prolongación de las condiciones creadas por el neoliberalismo, con seres humanos solos, agresivos y competitivos (Berardi, 2020: 54).
También para la filósofa estadunidense Judith Butler (2020: 62) hay dos posibilidades. En la primera, algunas criaturas humanas afirmarían su derecho a vivir a expensas de otros; vida para unos, muerte para otros; crisis más graves; guerras; racismo; nacionalismo; crisis climática; en suma, lento autoexterminio del ser humano. La otra opción es “reimaginar nuestro mundo” con un deseo colectivo de igualdad radical de derecho a la vida, incluida la atención médica, lo que implicaría “comenzar a pensar y valorar fuera de los términos que el capitalismo nos impone” (Butler, 2020: 64-65). Es decir, reconocer que el peor virus es el capitalismo global y que, como señala Gabriel, “la única salida de la globalización suicida es un orden mundial que supere la acumulación de Estados nacionales enfrentados entre sí obedeciendo a una estúpida lógica económica cuantitativa” (Gabriel, 2020: 132-133).15
La disyuntiva, para el historiador israelí Yuval Noah Harari (2020: 190), sería: vigilancia totalitaria o empoderamiento ciudadano; aislamiento nacionalista o solidaridad global. Las decisiones tomadas estos días podrían moldear el mundo los siguientes años, en los ámbitos de salud, economía, política y cultura. La primera elección prolongaría la crisis y conduciría a peores catástrofes futuras. La segunda sería una gran victoria, contra el coronavirus y contra todas las futuras crisis, pues sólo la cooperación y la confianza globales pueden resolver de forma real tanto la epidemia como la crisis económica, ambos problemas mundiales (Harari, 2020: 195-196).
En la perspectiva de Honigsbaum, asimismo, se presentan dos caminos (Horton, 2020b: 1821). Uno es seguir prisioneros de ciertos paradigmas y teorías sobre las causas de las enfermedades, que impiden ver los desafíos planteados por patógenos conocidos y desconocidos. El otro es que, después de la Covid-19, nadie será tan tonto como para cometer los mismos errores otra vez, pero parece ser una característica del comportamiento humano ser bastante tontos y repetir nuestros errores.
En términos de Naredo (Albiñana, 2020: 2), la alternativa es priorizar la vida por encima de la economía, como en algunos países se está haciendo, o después de la pandemia volver a invertir las prioridades. La misma interrogante se plantea Sousa (2020: 80), y si se llegará a reconocer que fue esa normalidad añorada la que condujo a la pandemia y conducirá a otras futuras (Sousa, 2020: 80). En el mismo sentido se expresa Klein (Mauro, 2020) cuando sentencia: “Lo normal es mortal. La ‘normalidad’ es una inmensa crisis. Necesitamos catalizar una transformación masiva hacia una economía basada en la protección de la vida”.
Si se ubica la pandemia en el contexto de la actual globalización y se toman en cuenta las opiniones reseñadas en las páginas anteriores, es muy probable que aquélla esté acelerando la llegada de una economía posglobalizada,16 la cual no será una réplica de épocas previas a la globalización, sino una reconfiguración de elementos desarrollados durante casi tres cuartos de siglo, como: las comunicaciones, el internet en particular; las prácticas empresariales como la subcontratación, así como el trabajo informal y el efectuado en casa, gracias al uso de los avances en computación, procesamiento de datos, manejo de información y demás. Las relaciones posibles entre un mundo posglobalizado y las futuras pandemias constituyen todavía una interrogante.
VII. ¿Qué debemos hacer para realizar un escenario deseable, donde no tenga cabida una réplica de la crisis actual?
Primero, reconocer, como enfatiza la filósofa francesa Aïcha Liviana Messina (2020: 8), que lo sanitario y lo económico son inseparables y obedecen siempre a un dispositivo político. En segundo lugar, debe asumirse que ninguna epidemia, como tal, puede tener consecuencias políticas significativas, como señala Badiou (2020: 77). Por lo tanto, si deseamos un cambio real en los hechos políticos, debemos “trabajar en nuevas figuras de la política, en el proyecto de lugares políticos nuevos y en el progreso transnacional de una tercera etapa del comunismo”. Llamarla así o de otra manera es discutible. Lo importante es forjar ideas-fuerza con potencial para obtener consenso y servir de guía para las transformaciones necesarias.
Obviamente, cada quién define necesario de distinta manera. En la perspectiva de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (Andersen, 2020) debería apoyarse la creación de empleo,17 la reducción de la pobreza, el desarrollo y el crecimiento económico, con el fin de “reconstruir mejor” y aprovechar oportunidades para dar grandes pasos hacia empleos e inversiones verdes como la energía renovable, la vivienda inteligente, las contrataciones públicas ecológicas o el transporte público, todo guiado por los principios y estándares de producción y consumo sostenibles. De igual manera, la gestión segura de los desechos médicos y químicos peligrosos; la custodia sólida y global de la naturaleza y la biodiversidad, y facilitar la transición hacia economías neutras en carbono contribuirían a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.18
Más radical es el planteamiento de Klein (Mauro, 2020), quien enfatiza la necesidad de refundar nuestra economía al colocar en el centro los valores del respeto a la vida, y advierte que, además del coronavirus, enfrentamos la crisis climática, una emergencia que requiere el mismo tipo de tratamiento adoptado para la Covid-19, pero sin abusar ni utilizar la lucha contra la pandemia para suspender la democracia, violar los derechos humanos o normalizar la vigilancia de masas, sino empleándola para mejorar hospitales y escuelas, así como para encaminarse a una transición energética no contaminante, porque la contaminación nos hace más vulnerables a epidemias como ésta. Se trata de construir un modelo económico no basado en el consumo, sino en el bienestar y en la protección del ciudadano y el medio ambiente. Para colocar en el centro el respeto a la vida, será preciso reconocer, como apunta Freeman (2020: 19), que nuestro abuso y manejo equivocado de los recursos naturales y del medio ambiente nos han metido en esta pesadilla. De igual forma, se han hecho evidentes tres cosas: nuestra profunda interconectividad, nuestra dependencia del libre movimiento de las personas y nuestra dependencia de China como fábrica del mundo.
El PNUMA alerta que, si no cambiamos nuestro comportamiento hacia los hábitats salvajes, estamos en peligro de más brotes de virus. Para revertir la pérdida de biodiversidad, debemos restituir los patrones de uso del suelo (impulsados por la demanda de recursos naturales y alimentos), y para conservar y restaurar la vida silvestre, es preciso cambiar la forma en que producimos y consumimos alimentos y promover una infraestructura ecológica. Para ello serían necesarias prácticas agrícolas y manufactureras no dañinas al ambiente.19
A partir de estos reconocimientos, deberíamos preparar nuestros cuerpos para el contagio, sabiendo que tarde o temprano nos contagiaremos; a partir de esa certidumbre, como dice la sicóloga y feminista boliviana María Galindo (2020: 125), procesar nuestros miedos. Éste es el planteamiento correcto, prepararse mediante el fortalecimiento de nuestro sistema inmunológico, el combate contra las causas favorables a la expansión del virus, la reflexión sobre las fuentes humanas (económicas, sociales, políticas) de la pandemia y un enfoque en más que las consecuencias con medidas parciales y cortoplacistas. La tarea no es acabar con los virus, sino lograr una coexistencia pacífica con ellos.
Desde una perspectiva filosófica, Manrique plantea como escenario posible una sociedad basada en el concepto de hospitalidad de Lévinas, es decir, la acogida de la otredad, con responsabilidad y sin violencia. Una sociedad en busca de una inmunidad virtuosa, “en la que lo que debe importarnos no es la propia protección sino la de otros y otras, que suponga que la lucha por la salud sea una responsabilidad compartida” (Manrique, 2020: 146, 156).
Para lograr lo anterior, se requiere una nueva articulación entre los procesos políticos y civilizadores, haciendo “posible comenzar a pensar en una sociedad en la que la humanidad asuma una posición más humilde en el planeta que habita” (Sousa, 2020: 83). Esto conlleva acostumbrarse a dos ideas básicas: hay mucha más vida en el planeta que la vida humana, y la defensa de la vida del planeta es la condición para la continuidad de la vida humana. Es decir, se necesita crear un nuevo sentido común que nos haga “capaces de imaginar el planeta como nuestro hogar común y a la naturaleza como nuestra madre original a quien le debemos amor y respeto. No nos pertenece. Le pertenecemos a ella” (Sousa, 2020: 85). De acuerdo con esta idea, la salud no vendrá de la imposición de fronteras o de la separación, “sino de una nueva comprensión de la comunidad con todos los seres vivos, de un nuevo equilibrio con otros seres vivos del planeta” (Preciado, 2020: 184-185).
Como la humanidad desde el Neolítico ha convivido con virus y éstos seguirán en el planeta, es absurdo reducir la solución sólo a una vacuna, ya que ésta únicamente se enfocaría en los efectos, cuando lo más importante es atacar las causas. En otras palabras, un virus puede dejar de representar un peligro si el sistema inmunológico de las personas es suficientemente fuerte. Por lo tanto, las medidas a largo plazo deberían orientarse a lograr dicho fortalecimiento. Pero, desafortunadamente, las pautas de consumo y la vida laboral propiciadas y hasta exigidas por la actual globalización económica van directamente encaminadas a mermar el sistema inmunológico de las personas, sin mencionar los daños ambientales ampliamente conocidos.
VIII. Consideraciones finales: ¿qué podemos aprender de lo que está sucediendo?
La primera enseñanza de la pandemia es que, como humanos, vivimos en una interdependencia global y no somos invulnerables (Butler, 2020: 59-60; Boichat, 2020: 157).
En segundo lugar, tenemos que proteger la biodiversidad y, si deseamos convivir con otras especies animales, debemos respetarlas y preservar sus espacios, como dice Klein (Mauro, 2020). Para ello es imperante trascender la racionalidad del mercado (Butler, 2020: 62). Si se trasciende dicha racionalidad, les devolveremos a los Estados nacionales y a los gobiernos locales su papel clave para asegurar no sólo la buena marcha de cualquier economía, sino también para proteger a la población de situaciones críticas como la actual.
Junto con lo anterior se está haciendo evidente que, en una situación como la presente en todo el planeta, principios de comportamiento “económicamente racionales”, que priorizan el individualismo, el afán de lucro, la maximización de ganancias a toda costa y otros factores ampliamente conocidos, se tornan suicidas al ponerse en práctica a escala social. Muy por el contrario, hoy salta a la vista que los principios apropiados son la solidaridad, la empatía, la compasión (en el sentido budista, que no es lástima), el cuidado personal y mutuo, por mencionar los más relevantes.
Una vez superada la crisis de salud actual, sería irresponsable y hasta suicida seguir haciendo las cosas como antes, sabiendo que estas prácticas son las que han llevado a la muerte a miles de personas y a millones de seres vivos en todo el globo. Requerimos pensar en un nuevo tipo de economía y en prácticas sanas, tanto para las personas como para sus respectivos entornos. Prácticas guiadas por el principio: “Yo me cuido y te cuido. Tú te cuidas y me cuidas”.
Hemos aprendido que lo más importante para un país es la salud de sus habitantes y el respeto a la vida humana y no humana, y no su PIB, su balanza comercial, su tipo de cambio ni su competitividad internacional comprada a costa del daño ambiental y del aniquilamiento de la dignidad y la salud de las personas. Países orgullosos de estos indicadores están siendo golpeados lo mismo que otros, esforzados sin éxito, en alcanzar a los primeros.