Jesús Terrón publicó su Léxico de cosméticos y afeites en el Siglo de Oro en 19901, año en que Arellano escribe “Sobre el léxico de los afeites del Siglo de Oro y las dificultades del contexto (a propósito del léxico de cosméticos de J. Terrón, con breves observaciones quevedianas)”. Arellano examina algunas definiciones del léxico de cosméticos de Terrón, proponiendo precisiones terminológicas y documentando los límites de lexicalización o empleo metafórico, mostrando el papel del contexto con atención especial a la utilización quevediana de este léxico.
En cuanto al título de la obra de Terrón, Arellano ha establecido que
este Siglo de Oro abarca prácticamente dos siglos (1550-1681) y consecuentemente debería haber titulado el trabajo con la denominación de: Léxico de cosméticos y afeites en la edad de oro, señalando así una época de plenitud y florecimiento de la lengua, es decir, desde el advenimiento de Felipe II al trono hasta la muerte de Calderón (1990, p. 11).
Teniendo en cuenta esta precisión, llama la atención que en este trabajo se incluyan obras como La Celestina (1499 y 1502) o La lozana andaluza (1528).
Por otra parte, Senabre afirma en el prólogo que en el ámbito de la lengua española no abundan trabajos “como el que se encierra en estas páginas” (p. 9). Ciertamente, los repertorios léxicos centrados en un campo determinado son muy escasos. Para Arellano, la base documental utilizada le parece “bastante amplia y diversificada en los distintos géneros literarios y autores” (p. 180). Y coincidimos con este autor en que “la compilación de un léxico como el que da pie a este comentario es una tarea acreedora a los más merecidos elogios” (p. 179). Sin embargo, para Arellano algunas definiciones hubieran requerido “un mayor contraste con otros textos paralelos, si los hubiere, o un más demorado análisis del contexto” (p. 180). En este sentido, debe ponerse de manifiesto la intencionalidad de Terrón acerca de la finalidad de su obra:
El campo léxico que vamos a estudiar no es fruto de un fenómeno social que surgiera en el Siglo de Oro, pues este fenómeno social ha sido común a todas las épocas; pero tiene el interés de revelar, al ser estudiado diacrónicamente, la evolución y muerte de algunos términos y el nacimiento de otros condicionados por la cultura del momento (Terrón 1990, p. 19).
A este propósito no podemos poner objeción alguna. Sin embargo, pensamos -al igual que Arellano- que “la definición del término no puede hacerse de manera autónoma, sino que debe insertarse en el contexto” (p. 182). Y que hay que recurrir a un número suficiente de textos paralelos. Además, se echa en falta un análisis filológico más detallado del término.
Y como un trabajo de este tipo no puede cerrarse nunca, porque necesita siempre de precisiones y mayores documentaciones, nosotros, al igual que Arellano, nos permitimos “añadir someramente algunas anotaciones a este corpus” (p. 184) a través de los trece términos seleccionados de los que Terrón incluye en el índice alfabético de la letra A. Es decir, sólo pretendemos hacer un acercamiento al léxico de cosméticos y afeites en textos españoles desde la perspectiva de la pragmática histórica.
Análisis de los términos
Abalorio. Según Ayala (1693-1729, s.v.), la etimología de este término “parece que es de la partícula a que es negativa, y la palabra valor como cosa sin valor”. La Real Academia (1884, s.v.), al igual que Pagés (1904, s.v.), señala su procedencia árabe (albalor ‘cristal’). Asimismo, Corominas y Pascual (1980, s.v.) indican que abalorio procede del árabe billáuri ‘cristalino’. Y para Corriente (1999, s.v.) no es cierto que el árabe proceda del griego, “siendo más prudente Corominas al proponer para ambos el citado étimo común sánscrito, de origen no ario”. En cuanto al significado de este término, Percival (1591, s.v. avalorios) remite a “garnishing with bugles; ornamentum, bractearum vitrearum”. Para Rosal (1611, s.v. avalorio), “los buhoneros le pusieron este nombre que, alabando su mercaduría, le llamaban marfil, siendo falso”. Sin embargo, es en Ayala (1693-1729, s.v.) donde se encuentra una definición más denotativa de este término: “Llámanse abalorios los granos de vidrio que suelen servir para adorno de las bordaduras o labores poco preciosas, o en las gargantillas y manillas de las aldeanas”. La Real Academia (1726, s.v.) precisa que se trata de “cierto género de cuentas de vidrio de varios colores, de que se hacen rosarios, collares, lámparas, y otras cosas”2. Por último, Núñez de Taboada (1825, s.v.) define el término como “cuentas pequeñas de vidrio para adornos mujeriles”.
Aunque Terrón documenta abalorio en La pícara Justina (1605) y Jerusalén conquistada (1609), el término ya se documenta como ‘cosa sin valor’ en la Carta escrita al Emperador por Hernando de Bustamante y Diego de Salinas (1529)3:
El paño y mercaderias de laton y cuchillos y vidrios y matamundo y abalorio que trujimos, es todo vendido y para en la tierra no nos queda cosa por que nos den un piz (Bustamante 1837, p. 325).
En la Crónica del Emperador Carlos V (c. 1560-a. 1578) se halla un enunciado ajustado a las definiciones anteriores de Ayala, la Real Academia y Núñez:
y dábanles por esto cascabeles, cuentas cristalinas, tijeras, cuchillos, cuentas de abalorio (Santa Cruz 1920, p. 20).
Así como en los versos siguientes de Rosas de Oquendo (1598):
xubón negro, calsa y cuera,
y vna camisa de encaxe,
y bordada de abalorio
la pretina y talabarte
(1990, p. 36).
Por otra parte, las connotaciones negativas del término son evidentes en el texto siguiente de autor anónimo (1565):
sortijas de bufano, del sello de azabache, de la uña, é de laton con piedras falsas, olivetas falsas, abalorio, camafeos, cajas de sortijas, ambar cortado y redondo, guantes para mugeres, rosarios de olores y de vidrio y de esmalte, muñecas, juegos de pajuelas, chifletes, silvatos, pajaricos é otras chucherías semejantes para niños (Carta real patente..., 1829, p. 255).
Y con la variante aualorio se documenta este término en un romance de Góngora (1580-a.1627):
Quitástete la gorguera
con la sarta de aualorio,
y el delantal te pusiste
con que hazes el mondongo
(Góngora 1998, p. 116).
Abanillo. Para Covarrubias (1612, s.v. avanillo), se trata de una invención extranjera y explica así este nombre: “porque se coge en unas varillas a semejanza del ala de las aves... porque en italiano vanni valen las primeras plumas del ala”. La primera definición de este término se encuentra en Sánchez de la Ballesta (1587, s.v.): “auanillo con que echamos ayre, flabellum, i ”. La Real Academia (1726, s.v.) señala que se trata de un diminutivo de abano, es decir, el abanico pequeño, y remite al mismo étimo que Sánchez de la Ballesta. Además, este diccionario aporta la siguiente acepción del término: “Vale también lo mismo que el fuelle, o porción ahuecada, que había en los cuellos alechugados, que antiguamente se usaron”. Ayala (1693-1729, s.v.) da una definición más concreta para esta voz, que dice ser lo mismo que abanino: “Adorno de las damas de palacio que se pone alrededor del escote sobre el jubón, y es de gasa o cosa semejante”4.
Terrón documenta el término en El viaje entretenido (1604) de Agustín de Rojas y en el Sueño del Infierno (1608) de Quevedo. Sin embargo, a finales del siglo XVI (1596) ya se documenta abanillo con el doble significado que se comentó anteriormente. Es decir, como abanico pequeño:
Entraba en la iglesia un día de Navidad (frío cuanto podía ser) una señora coja, haciéndose aire con un abanillo (Rufo 1972, p. 242).
O como adorno de las damas que se pone alrededor del escote sobre el jubón:
Otra cosa, dixo V[go], auía más que considerar en el ho[m]bre, digo en su hábito: el pellico tan galano y caperuça que no vsan los pastores y parece falta de buena imitación, y, más que todo, la contradize aquel cuello tan ancho como vn harnero, y cada abanillo tan gra[n]de como la mano d[e]l mortero q[ue] los hizo o majadero q[ue] los trae (López Pinciano 1953, III, p. 275).
Por otra parte, Pedro Chirino (1604), entre otros autores, se sirve de la variante ortográfica avanillo con el significado de ‘abanico’ en este enunciado:
antes salió descubierto á la orilla del río con un traje y paso grave y un avanillo en la mano, haciéndose aire á mirar de propósito las goleotas y gente dellas (Chirino 1890, pp. 117-118).
Y, también, auanillo puede documentarse en Juan de Luna (1619):
Este tocado, este cuello, esta gargantilla de perlas, este regalillo, este auanillo, estos dos pares de guantes de flores, y esta pretina me parecen bien, todo lo demas no (Luna 1874, p. 217).
Acicalar. Corominas y Pascual (s.v.) remiten al árabe şaqal ‘pulir’. Sin embargo, Corriente (s.v. açacalar) explica este término a través del andalusí a yqál, por contracción y reducción del diptongo. En cuanto a su significado, Nebrija (1495, s.v.) lo identifica a los latinos polio, is y levo, as, aui. Para Covarrubias (1611, s.v.) es “limpiar y avivar los filos de la espada”. Aunque la Real Academia (1726, s.v.) cita la definición de Covarrubias aporta esta otra acepción del término: “Metafóricamente vale tanto como aderezar, componer el rostro, manos y garganta, poniéndole terso y reluciente con los afeites, adobos, y otras drogas de que usan las mujeres”. Esta acepción es la que interesa para el presente estudio.
Terrón documenta acicalar, entre otras obras, en La perfecta casada (1583) de fray Luis de León. Ciertamente, con el significado que Covarrubias apunta -además de en la Historia troyana (1270), como Corominas y Pascual afirman-, açecalar se documenta en el siguiente texto (1369) de las Cortes de Toro (1863, p. 178):
e en la nuestra corte do nos estudieremos que lieuen mas por açecalar estas dichas armas el terçio mas destas dichas quantias.
Y, antes que en las obras citadas por Terrón, acecalar (con el sentido que señala la Real Academia) ya se registra en la Segunda Celestina (1534):
¿Paréscete que todo es hazer entradas en la toca, pelar las cejas, acecalar el rostrillo para parescer bien? ¿Paréscete si vengo menos avisada del otro mundo que cuando caminé para allá? (Silva 1988, p. 190).
Aderezo. Arragel (1992, s.v.) se refiere a adereço como preparación. Y Nebrija (1495, s.v.), a adereço o aparejo. Más concretamente, Sánchez de la Ballesta (1857, s.v.) menciona “adereço de cauallo, como silla o gualdrapa”. Interesa de la Real Academia (1770, s.v.) la segunda y tercera acepciones del término: “En las telas de seda, y lienzos, es la goma u otros ingredientes que les echan, para que parezcan mejor” y “Se llama también el conjunto, o aparato de algunas cosas o piezas, que concurren a algún uso, o algún ornato: como un aderezo de mesa, un aderezo de diamantes...”. Más todavía interesa la edición de 1780 en que la Real Academia, al hacer mención de “aderezo de diamantes, perlas”, explica: “Adorno de que usan las mujeres, y se compone de una cruz, o lazo al cuello, de pendientes, manillas, joya para el pecho, y otras piezas”. Y, a finales del siglo XVIII, el diccionario de Terreros (1786, s.v.), en su primera acepción, afirma: “En el adorno, y composición de una señora se entiende por lo común, collar, manillas, joyas, pendientes, etc.”.
A pesar de que Terrón registre el término en La perfecta casada (1583) de fray Luis de León y en Afeite y mundo mujeril (1617), a principios del siglo XIV (1300-1305) puede documentarse adereço, con el significado que anteriormente Sánchez de la Ballesta apuntaba, en el Libro del caballero Çifar:
-Señor, yo só cavallero hijodalgo y de luengas tierras & oí dezir mucho bien de vos y vengo a bivir con vos, si sois servido.
-Bien seáis venido -dixo el mayordomo- & plázeme mucho con vos. Pero, ¿sabréis usar de cavallería?
-Sí -dixo el cavallero Çifar-, con la ayuda de Dios, si adereço toviesse.
-Cierto, yo vos lo daré muy bueno -dixo el mayordomo (2003, f. 27r).
Asimismo, con el significado de ‘adorno’ también se documenta en el siglo XIV en el enunciado siguiente del Fuero viejo de Castilla (1356):
Guarnimiento: Adorno, aderezo (p.e. “lecho con su guarnimiento”; 1999, § 1).
Con un significado genérico, referido a hombre, se observa en este texto del siglo XVI (1540-c. 1550):
pues, como está visto, ello es antiquíssima y usada cosa en el mundo, entre los buenos y virtuosos también como de los demás, y sirven de sellar con ellos y de ornato y adereço del hombre, para cuyo servicio crio Dios el oro y las piedras de que se hacen (Mejía 1989-1990, II, p. 325).
Y, por último, referido a mujeres, se documenta adrezo en el texto siguiente de los Coloquios de Palatino y Pinciano (c. 1550):
Mucho hace al caso para el contentamiento de algunos maridos y para la paz de su casa el adrezo y atavío de sus mujeres, y así dice Baldo que las viudas no tienen licencia de ataviarse como las casadas (Arce de Otálora 1995, I, p. 527).
Adobo. Nebrija (1495, s.v.) se refiere, además de “adobo de manjares, condimentum, i”, a “adobo en esta manera [adobar vestidos], reconcinnatio, onis”. En este sentido, Alcalá (1505, s.v.), junto a “adobo de manjar”, menciona “adobo cualquiera”. Por otra parte, Palet (1604, s.v.) -entre otros significados- señala el de appareil, al igual que hace Oudin (1607, s.v.). Corominas y Pascual (s.v. adobar), que derivan el término de adobar, citan los significados de ‘arreglar’, ‘componer’ y ‘adornar’, aparte de ‘guisar’ y ‘curtir’. Y la Real Academia (1726, s.v.) se remonta al latino condimentum en su primera acepción al definir el término como “el aderezo, reparo o preparación con que se previene, o adereza alguna cosa”. También en la segunda y tercera acepciones del término recurre a los latinos fucus pigmentum y ornatus. Estas dos acepciones responden al sentido del término en este trabajo, es decir, “el afeite, o aderezo con que se procura que parezca hermoso el rostro de la mujer que no lo es” y “se toma también por adorno”.
Terrón documenta adobo en el siglo XVI en La perfecta casada (1583); y en el siglo XVII, en El mundo por de dentro (1627), de Quevedo, y en El lindo D. Diego (1662), de Agustín Moreto. Este término, no obstante, ya puede documentarse con el significado de ‘adorno’ en el Libro de Apolonio (c. 1240):
Asimismo, del siglo XIV es este otro texto del Ordenamiento de las cortes celebradas en Alcalá de Henares (1348):
Otrosy qualquier vezino de Seuilla que mantouiere cauallo, que su muger que traya orofreses e çendal e penna blanca si quisiere, e que non traya aljofar nin otro adobo ninguno, saluo esto que dicho es (1861, p. 624).
Y, referido el término a una dama, puede observarse en el siguiente fragmento de El cortesano (1561):
Dixo don Francisco Fenollet: Señor, agora le pueden decir, Joan Fernandez adobado como guante, pues ha sido tan bueno el adobo de la dama que le despidió, que ha mejorado de coplas en las burlas (Milán 1874, p. 60).
Incluso, en esta misma obra puede documentarse la acepción figurada del término, ‘piropo’:
Respondió la señora doña Mencía: Señor don Francisco, bueno es hacer del enojado las damas, por oir un adobo de tal galan como vos sois (p. 213).
Por otra parte, no sólo el término está referido a la mujer, sino también al hombre, como en el siguiente enunciado de Hernando de Baeza (p. 1504):
Con este acuerdo otro día de mañana el rrey se levantó, y adobó su cuerpo, como suelen hazer los moros quando se ponen á peligro de muerte, y pidio sus armas (1868, p. 42).
Afeitar / afeitarse. En el Voc. Gen. S. XIV (s.v. adorno), ‘afeytar’ (E 2420); (s.v. falero [phal-]), ‘afeytar’ (P 481) y (s.v. orno), ‘afeytar’ (T 1752). Y Fernández de Palencia (1490, s.v.) se refiere al verbo latino como, is, como “afeyro [afeyto] o peyno”. Nebrija (1492, s.v.), por su parte, cita el latino adorno, as, por “afeitar et componer”; y fuco, as, aui, por “afeitar la muger”. La Real Academia (1726, s.v.) define in extenso este término:
Aderezar, adobar, componer con afeites alguna cosa, para que parezca bien: lo que particular y frecuentemente se dice del rostro, y hacen cada día las mujeres para su adorno y su hermosura en cara, manos y pechos, para parecer blancas.
Castro y Rossi (1852, s.v. afeitarse) define la forma reflexiva de este verbo como ‘ponerse afeites las mujeres’. No obstante, la Real Academia (1817, s.v. afeitar) ya había aludido al sentido recíproco de esta forma verbal: “Aderezar o componer con afeites a alguna persona. Dícese especialmente de las mujeres, y se usa por lo común como recíproco”. Años más tarde la definición de Rodríguez Navas (1918, s.v. afeitarse) hace pensar en el sentido reflexivo: “Componerse, adornarse, hermosearse el cuerpo con afeites”.
Hacia la segunda mitad del siglo XIII se documenta el término. En primer lugar, en el Libro de Apolonio (c. 1240) se encuentra afeytar, referido al hombre:
Demás yo he jurado de non me çerçenar,
nin rayer la mi barba nin mis vnyas ta jar,
fasta que pudiesse a Tarsiana desposar:
pues que la he casada, quiérome afeytar
(1992, p. 256).
Y en fecha muy cercana a la anterior (a. 1250) afeitar se registra en Bocados de oro, referido a la mujer:
Pon a tus desengañadores e a tus amigos por espejo a las tus obras, como pones el fierro acecalado por espejo a tu rostro. E a ti es más menester enderesçar la tu natura e las tus obras, que afeitar la tu forma (1971, p. 189).
Aunque Terrón documenta afeitar a principios del siglo XVII en algunas obras, como el Guzmán de Alfarache (1599-1604), de Mateo Alemán, o La ilustre fregona (1613), de Cervantes, de principios del siglo XVI (a. 1500) es el siguiente enunciado, referido tanto a hombres como a mujeres:
e acaesçe muchas vezes que los reyes yazen con las novias antes que sus maridos & las mas de las mugeres son en comunidad entre ellos; e los varones amanse afeitar asi como mujeres (Libro de astrología, 2000, f. 14r).
Asimismo, el término se documenta en una obra tan conocida como La lozana andaluza (1528):
Y como en aquel tiempo estuviese en Pozo Blanco una mujer napolitana con un hijo y dos hijas, que tenían por oficio hacer solimán y blanduras y afeites y cerillas, y quitar cejas y afeitar novias (Delicado 1994, pp. 188-189).
Nótese, por otra parte, el sentido negativo que suele adquirir el término cuando se refiere a mujeres. Es el caso, por ejemplo, del siguiente enunciado de Floresta de philósophos (c. 1430):
Algun mal cuidas hazer, si fazes afeitar alguna mujer (1904, p. 149).
Otra muestra, de finales del siglo XVI, es ésta de la Historia general de las cosas de Nueva España (1576-1577):
Mira también, hija, que nunca te acontezca afeitar la cara o poner colores en ella, o en la boca, por parecer bien, porque esto es señal de mugeres mundanas, carnales. Los afeites y colores son cosas que las malas mugeres y carnales lo usan, y las desvergunçadas que ya han perdido la vergüença y aun el seso, y andan como locas y borrachas; éstas se llaman rameras (Sahagún 1990, p. 421).
En cuanto a afeitarse, Terrón lo documenta en El viaje entretenido (1604) de Agustín de Rojas y en Afeite y mundo mujeril (1617) de Antonio Marqués. A finales del siglo XIII (c. 1275) ya afeitarse aparece referido a la mujer:
Non era el mester d’esta infante labrar de lana, nin lavar nin liarse los cabellos, nin peñárselos, nin afeitarse nin catarse tod el día en espejo si parecié bien (Alfonso X 2002, f. 268r).
Y, como anteriormente se vio con la forma verbal no pronominal, el sentido negativo del término se hace, incluso, más patente ahora que antes. Ya desde principios del siglo XVI los ejemplos son frecuentes. He aquí éste del Libro de astrología (a. 1500), referido al hombre:
& en lo demas an plazer en vestirse & en calçar & afeitarse muy viçiosamente en manera femenina; e esto han por parte de Venus. Enpero han grandes coraçones & son fuertes & lidiadores por la concordançia de Saturnio con la figura matutinal que es la figura oriental (2000, f. 11v).
O en este otro ejemplo de Instrucción de la mujer cristiana (1528):
Esto digo porque la mujer en afeitarse descubre su intención comoquiera que por la tez lucia, se trasluce el ánima sucia, y junto con eso da sentencia contra su misma hermosura mostrando tenerse por fea, pues, no se agrada de ser lo que ella es y trabaja contrahacer lo que naturaleza hizo por parecer hermosa (Vives 1995, p. 281).
Y, por último, sirva el siguiente enunciado de Juan Boscán, de la Traducción de El cortesano de Baltasar de Castiglione (1534), como ejemplo ilustrativo de la definición de este término y del conocimiento general del hombre de estas prácticas mujeriles:
De aquí nace el afeitarse, el ponerse mil aceites en el rostro, el enrubiarse los cabellos, el hacerse las cejas y pelarse la frente y el padecer otros muchos tormentos por aderezarse; los cuales, vosotras señoras, creéis que a nosotros son muy secretos y hágoos saber que los sabemos todos (Boscán 1994, p. 175).
Afeite. Fernández de Palencia (1490, s.v.) identifica catricula con “afeyte, asechança, engaño”. Y Nebrija (1492, s.v.) remite al latino fucus, i “por el afeyte de muger”. La definición de Covarrubias (1611, s.v.) es la más precisa:
El adereço que se pone a alguna cosa para que parezca bien, y particularmente el que las mugeres se ponen en la cara, manos, pechos, para parecer blancas y roxas, aunque sean negras y descoloridas, desmintiendo a la naturaleza, y queriendo salir con lo imposible, se pretenden mudar el pellejo.
La Real Academia (1726, s.v.) sigue muy de cerca esta definición: “El aderezo, o adobo que se pone a alguna cosa, para que parezca bien, y particularmente el que se ponen las mujeres para desmentir sus defectos, y parecer hermosas”. Los diccionarios del siglo XIX aportan, bien una definición genérica y objetiva, como por ejemplo el diccionario de Núñez de Taboada (s.v.): “Aderezo o compostura para hermosear”; bien una definición más detallada y también antifeminista y homófoba, como ésta del diccionario de Domínguez (s.v.): “Colorete, arrebol, especie de pasta o barniz, encubridor de arrugas, alcahuete del cutis, etc., especialmente usado por las mujeres de agostados abriles, por las cómicas en las tablas y aun por algunos adamados varones”.
La primera vez que se documenta el término es en el siglo XIII (a. 1284) con la General Estoria de Alfonso X:
Et non se enamorando de njngunt sabor njn de otra cobdiçia de las cosas non de oro non de afeyte de los dioses en sus ymagines njn de sus tenplos non de los nobles muros de la çibdat njn de otra cosa njnguna por muy noble & muy buena que fuese (2002a, f. 156v).
Del siglo XIV (c. 1370) es este otro texto, referido a las mujeres, en el que ya se advierten las connotaciones negativas del término:
Las mugeres deven ser amonestadas que bivan virtuosamente, cada una ssegunt su estado. Las quales deben ser subjetas e obedientes a sus maridos; así mesmo deven ser calladas e non parleras nin viçiosas, nin poner afeyte alguno, por que non sean demostradas las sus locuras vanas (Inventario de los bienes... 1988, § 2).
Y a finales del siglo XIV y principios del XV (1379-a. 1425) se documenta afeite en el Cancionero de Baena, concretamente en los siguientes versos de Villasandino (1993, p. 119):
Segunt el Salmista, só çertificado,
compone e dize con muy grant amor
que nunca el olio del qu’es pecador
afeite su rostro con licor rosado.
Terrón documenta el término en el Guzmán de Alfarache (1599-1604), así como en La Dorotea (1632) de Lope de Vega. No obstante, a principios del siglo XVI, se documenta en el Libro de las confesiones (a. 1500):
Onde, todas estas cosas les son vedadas: vestir & traer todos pannos bermejos, verdes, viados, & vestiduras mucho luengas que rastren; otrosi, margomaduras, costura & afeite de seda, mayormente redezilla... todas le son vedadas vestir & traer sobre si (Pérez 1999, f. 85r).
Las connotaciones antifeministas, asociadas a este término, continúan en este otro texto de la Instrucción de la mujer cristiana (1528):
Mi fe, ruin vida te mando si por sólo afeite agradas a tu marido, porque si por eso sólo te quiere ¿cómo te querrá después viéndote sin ello? (Vives 1995, p. 91).
O en este otro de la Traducción de El cortesano de Baltasar de Castiglione (1534) de Juan Boscán:
¿No veis vosotras cuánto mejor parezca una mujer que, ya que se afeite, lo haga tan moderadamente que los que la vean estén en duda si va afeitada o no, que otra tan enxalbegada que parezca a todos una pared o una máscara y ande tan yerta que no ose reírse por no quebrar la tez, y nunca mude de color sino a la mañana cuando se compone y después todo el día esté como un mármol sin menearse, dexándose ver solamente, no a la claridad del sol, sino a la luz de las velas, como mercader cauteloso que muestra sus paños o sus sedas en la tienda do entre la claridad tan medida como es menester para sus engaños? (1994, p. 175).
Por último, véase este texto en el que las plumas se consideran “provechosas” para el afeite:
Hay otra ave que, por ser de mucha estima, la presentaron al Virrey D. Luis de Velasco, no menos extraña que las dichas, mayor que un ánsar; cómese medio carnero; tiene las plumas de muchas y diversas colores, y las de la garganta, porque van las unas contra las otras, hacen excelente labor; ladra como perro, y las plumas son provechosas para el afeite de las mujeres; llámanla los indios ave blanca, y cuentan della otras propriedades no menos maravillosas que las que hemos dicho de otras (Cervantes de Salazar 1971, § 35).
Aforrar. Gravio (Vocabulario de quatro lengua..., s.v.), al tiempo que se refiere a pelliculare vestes para el latín, para el español se refiere a “aforrar las vestiduras”. Casas (1570, s.v.), no obstante, remite a las formas verbales “foderare, infoderare”, mientras que Palet (1604, s.v.) remite a las francesas “fourer, doubler ”. La primera definición in extenso del término se halla en Guadix (1593, s.v.): “aforrar, dizen en España para significar el acto de duplicar una cosa, combiene a saber, por la parte de dentro o interior ponerle otra cosa con que quede más que senzilla, y por el mesmo caso más fortificada”. Para este autor, la palabra viene del verbo harrar, que en arábigo significa ‘ahorrar’ o ‘libertar’5. Por otra parte, la definición de Covarrubias (1611, s.v.) es la que repite la Real Academia en 1726 (s.v.): “Doblar la vestidura, o la tela por dedentro con otra, para más abrigo, o dura, o para que haga más bulto y cuerpo”. Y en la edición de 1770 (s.v.), dice: “poner forro a algún vestido o ropa”.
Este término se documenta en el siglo XIII, concretamente en el Espéculo de Alfonso X (a. 1260), del siguiente modo:
& les tornasse en el primer estado & entendiendo por esta rrazon que grant merçed era de afforrar los ssieruos (2004, § 1).
Nótese cómo en este enunciado el significado del término se corresponde con su significado originario de ‘poner en libertad’. No obstante, con el sentido que interesa a este trabajo, el término se registra en el siglo XV en el Arancel de precios y salarios de Cuenca (1462):
otrosy, de aforrar un manto que se ponga la penna el maestro, treynta mrs. XXX (1974, § 6).
Y, aunque Terrón dé noticias del término en La perfecta casada (1583) de fray Luis de León, aforrar ya puede verse documentado años antes, por ejemplo, en las Cortes de Valladolid (1537):
que en ninguna rropa de vestir aya ni se pueda traer otra guarniçion sino solo vn pasamano, o vn ribete, o pestaña de seda de ancho de un dedo, e que no se pueda aforrar ninguna rropa en otra seda ni tafetan (1882, p. 639).
Ajorcas. Para Corriente (1999, s.v. aixorca) procede del andalusí aššúrka ‘correa’6. Desde Nebrija (1495, s.v.) se identifica axorca con manilla, remitiéndose al latino armilla. Casas (1570, s.v. axorca) identifica este término con braccialetto, al igual que Vittori (1609, s.v.): “manillas, bracelets, braccialetti”. Una definición más exacta del término es la que aporta Covarrubias (1611, s.v. axorcas): “las que por otro nombre llamamos manillas, que son los cercos de oro, o plata, que se traen en las muñecas, y junturas del braço, y la mano”7. Además, diferencia (como antes no se había hecho) entre manillas y axorcas: mientras que las manillas suelen ser redondas y retorcidas, las ajorcas son anchas y cuadradas, y suelen estar adornadas con esmaltes, labores y pedrería. La Real Academia (1726, s.v. axorcas) da una definición cercana a la de Covarrubias: “Los cerquillos, o argollas de oro, o plata que se suelen poner, y comúnmente se ponen las moras en las muñecas y la garganta del pie”8.
La documentación más temprana de este término se halla en la traducción de Tirante el Blanco de Joanot Martorell (1511)9:
El otro cavallero dio a doña Guyumar una axorca, la metad de oro e la metad de azero, con muchos diamantes e con otras muchas piedras finas (Martorell 1974, I, p. 226).
Por otra parte, fray Bartolomé de las Casas se vale con frecuencia de este término en el siglo XVI. Por ejemplo, en el siguiente enunciado de Apologética historia sumaria (1527-1550) identifica ajorcas con manillas:
fabricó a Hermiones, hija de Martes y de Venus, muy ricas y admirables ajorcas o manillas (1992, § 1).
Y en este otro enunciado de Historia de las Indias (c. 1527-1561) se pone de manifiesto el valor de este objeto:
una axorca de oro muy rica, de cuatro dedos de ancho (1994, p. 2241).
Alabastro. Nebrija (1492, s.v.) se refiere a alabaster, -tri, por el alabastro, piedra. Covarrubias (1611, s.v.) da una definición precisa del término: “comúnmente se toma por la piedra blanca, o especie de mármol, de que se labran estatuas, colunas, enlosados y otros adornos de arquitectura, y finalmente se hazen dellos vasos en que se guardan preciosos vngüentos”. En este sentido, la Real Academia (1726, s.v.) define alabastro como “especie de vaso semejante en su figura a una pera, del qual se servían los antiguos para guardar los ungüentos preciosos”.
A pesar de que para Corominas y Pascual (s.v.) la primera documentación del término es de h. 1300 (Gran Conquista de Ultramar), ya se documenta y define en Historia troyana en prosa y verso (c. 1270):
Por non fazer mayor tardança en contar las noblezas de aquel palaçio, sabed que en todas las paredes non auia yeso nin piedra nin argamasa ninguna, ante eran todas de alabastro, que es vna piedra muy preçiada e blanca commo la nieue, e trasluzie de la vna parte a la otra bien commo espejo (1976, p. 387).
Terrón documenta el vocablo en Afeite y mundo mujeril (1617). En los siglos XV y XVI el término se asocia, sobre todo, a un tipo de ungüento. Por ejemplo, en el siguiente fragmento del Tratado de fascinación o de aojamiento (1422-1425) de Enrique de Villena:
Para esto aun aprovechan las buenas aguas, así como muscada, rosada e de azahar e de romero e de melones e de vinagre; e las buenas unturas, como de ungüento de alabastro e el tiblo del azeite de almástica e de azaubac e tales cosas, segúnd más largamente contó Cleopatra, muger de Marco Antonio, en el Libro de sus afeites, e Arpocraçio en sus Quiránidas (Villena 1994, § 6).
No obstante, en este otro de los Evangelios e epístolas con sus exposiciones en romance (a. 1485) el término hace referencia al vaso donde se guarda el precioso ungüento:
E ved aqui vna muger peccadora que estaua enla ciudad, como supo que Jesu comia en casa del phariseo, truxo vn bote de alabastro de vnguento. e stando detras cabe los pies del, con lagrimas començo le de regar los pies: e alimpiaua los con los cabellos de su cabeça: e besaua los: e con el vnguento vngia los (García de Santa María 1908, p. 250).
Asimismo, en el siglo XVI (Historia de las Indias, c. 1527-1561), se identifica alabastro con vaso a través de una metonimia:
El cual, enviando sus embaxadores, más por espías // para especular la tierra por donde había de entrar con su exército que con embaxada, * dioles munchos [sic] dones: ciertas vestiduras de carmesí e collar de oro y ajorcas que usaban los hombres en aquellos tiempos y un alabastro de ungüento y vino de Fenicia muy precioso (Casas 1994, § 52).
Sin embargo, a principios del siglo XVII, alabastro es un tipo de ungüento en Diez privilegios para mujeres preñadas (1606):
Terra benedicta, tierra que entra en el vngüento de alabastro (Alonso 1999, p. 223).
Alamar. Para Corriente (1999, s.v.) proviene del andalusí çalám ‘adorno’. Percival (1591, s.v. alamares) lo define como “laced buttons”, mientras que Covarrubias (1611, s.v.) se refiere a la naturaleza de este botón: “botón de macho y hembra hecho de trenças de seda, o de oro”. Sin embrago, la Real Academia (1726, s.v.) es la que define el término con mayor precisión:
Especie de presilla, broche, u ojal postizo con su botón correspondiente en la misma forma: los cuales se cosen cada uno de su lado a la orilla del vestido, capote o mantilla, unas veces para abotonarse, y otras sólo por gala u adorno. Hácense de varias maneras, y de diferentes materias: como de estambre, seda, hilo, plata, oro, u otro metal.
A pesar de que Terrón documente este término en el siglo XVII, concretamente en las Aventuras del bachiller Trapaza (1637), c. 1550 se registra alamares en los Coloquios de Palatino y Pinciano:
Notá aquella cerimonia de echar los alamares por el suelo para que venga el misacantano por ellos (Arce de Otárola 1995, II, p. 1366).
En singular, el vocablo se ve documentado en el siguiente enunciado del Inventario de los bienes de Diego González de Cuéllar (1580), de autor anónimo:
un herreruelo de veyntesdoseno de Segovia, guarneçido de tafetan con un alamar (1998, § 1).
Por otra parte, la definición de Covarrubias se refleja en el fragmento siguiente del Libro de geometría (1580-1589) al referirse al manto de los caballeros comendadores del hábito de Santiago:
Lo primero, que han de yr cortados como un manto de clérigo y han de llevar una bara de falda, o más o menos, lo que el dueño quisiere; y en el collar yrá pegado un alamar hembra en cada cabo, y por estos alamares van metidos unos cordones más gordos que un dedo y de largo de tres baras. Ha de ser este cordón de seda blanca y a los cabos ha de llevar unas borlas grandes; y en este cordón avrá un botón corredizo, que tome de cordones para que subiéndole donde están los alamares se ajuste y venga bien el cuello del manto (Alcega 2000, § 2).
En cuanto a los metales con que se hacen los alamares, abundan el oro y la plata, como se apunta en este texto de los Inventarios Reales (c. 1600):
Una funda para el cofrecillo de plata en que se suele encerrar el Santísimo Sacramento en la capilla, de brocado, el fondo de plata y seda blanca, con rizos de oro perfilados de seda amarilla, guarnecida con un pasamano y alamares de oro y plata (1956-1959, II, p. 401).
También pueden documentarse de diamantes, como en este otro texto del siglo XVII (1622):
debaxo del estaua África sentada sobre el elefante, baquero de raso de plata de nacar, guarnecido con passamanos de oro, y alamares de diamantes (Monforte y Herrera 1951, p. 243).
Albayalde. Para Corriente (1999, s.v. albaialde) deriva del andalusí albayád ‘blancura’. Fernández de Palencia (1490, s.v.) define stibium como “el auayalde que tira en color amarillo con que las mugeres se afeytan”. Nebrija (1495, s.v.), por su parte, identifica el alvaialde con cerusa. Y Guadix (1593, s.v.) afirma que albayalde es una “droga medicinal que venden los espeçieros y usan della las mugeres por que presta y da blancura”. No obstante, Covarrubias (1611, s.v. alvayalde) da una definición más exacta: “es vn género de poluo, o pastilla blanca con que las mugeres suelen aderezar sus rostros, muy a costa suya, porque les come el color y les gasta la dentadura. Házese de plomo deshecho en vinagre muy fuerte”. Y advierte que no se trata de una invención nueva, sino que “se usó antiguamente, y en particular lo vsaron las rameras”. En cuanto a la composición de esta sustancia, la Real Academia (1726, s.v.) comenta que la sustancia de plomo, metida en vinagre fuerte, se disuelve y evapora en polvo a manera de cal muy blanco, “que se queda pegado a la superficie de la plancha o lámina infundida en el vinagre, y raído, o raspado se coge para varios usos”.
A pesar de que Corominas y Pascual (s.v.) registran este término en 1439 y la documentación más temprana de Terrón es de La Celestina (1499), ya en el siglo XIII (1250) aparece en Abraham de Toledo con valor medicinal:
E quando se les fizieren los nudos o aquellas que semejan landres en las palmas, o por auentura si se les fizieren aquellas que semejan landres en los rostros, tomen de las raýzes del lilio e de la resina del pino e del reobarbaro, tanto de lo uno como de lo ál, e muélanlo e ciérnanlo, e metan ý un poco de goma aráuiga, e úntenles los logares enfermos con ello, e sí mejoraren con esto. Si non, tomen del aluayalde que fazen del plomo e de las balaustrias e del armartac, tanto de lo uno como de lo ál, e muélanlo e ciérnanlo e amásenlo con olyo rosado, e únteles con ello los logares enfermos, e sí mejoraren con esto (Toledo 1987, f. 189v).
Asimismo, el valor medicinal del término sigue registrándose en la Edad Media en el Libro de los caballos (c. 1275):
Son muchos cavallos que trahen sus naturas fuera por raçon de escalentamiento que les fazen yeguas o mulas quano fazen forniçio con ellas & non las pueden cojer assi & fazenseles en ellas bexigas blancas & quano quiebran estas bexigas mana dellas aguaza amariella & por esta enfermedat a mester tomar salvia, tomiello, yedra, sal, pennola de perdiz e cozerlo en uno todo & raer le los lomos & caldeargelos mucho con el callo & ponergelos de suso muy calientes quanto los pueda sofrir, cada dia dos vezes fasta.xv. dias; & tomar el zumo de la llanten & el alvayalde & las alvuras de los vuevos batidos & sacar el espuma & bolverlo en uno & untarle la natura con ello fata.xv. dias; & paralle una yegua delante & si pudiere endreçarse por que la salte si la maletia es nueva guarezra con ello (2000, f. 38v).
Por otra parte, con el sentido de cosmético usado por las mujeres, que recuerda a la definición de Fernández de Palencia, Villasandino emplea albayalde en el siguiente pasaje (1379-a. 1425):
E aun segunt el arte vieja
que fizieron los passados,
los dezires encadenados
son alegría sobeja;
quien por ser blanca trebeja
non olvide la conçilla,
que la color amarilla
con alvayalde se espeja
(193).
Asimismo, en este siglo sigue documentándose el sentido medicinal del término. Por ejemplo, en este fragmento del Tesoro de la medicina (1431), donde se explica cómo se hace el ungüento blanco para las manos y para el rostro:
Et depues echen y los sobredichos poluos & albayalde otro si que sea & molido & çernido & puesto en una enpanada en el forno. & sea preparado (1997, f. 49r).
Por último, conviene señalar que, en los siglos XV y XVII, se registra la variante alvaialde, como en estos versos de Antón de Montoro (c. 1445-1480):
Ya vimos a negro moro
bien ponerse el alvaialde,
y a buen cristiano del coro
parallo color de jalde
(1991, p. 146).
O en este otro ejemplo del Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627):
Akudir al kuero kon alvaialde, ke los años no se van de balde. Por “kuero” entiende: la tez de la kara; kontra las ke se afeitan, aunke viexas. “Akudid al kuero...” (Correas 1967, § 6).
Conclusiones
Analizados los términos anteriores, desde la perspectiva de la pragmática histórica, puede afirmarse que la documentación de estos términos siempre es anterior a la de los textos citados por Terrón. Incluso, algunos términos (abalorio, abanillo, acicalar, ajorcas y alamar) aparecen documentados en el siglo XVI, cuando Terrón sólo cita ejemplos del XVII. Otros términos se documentan a partir del siglo XIII (adobo, afeitar/afeitarse y afeite), XIV (aderezo) o XV (aforrar, alabastro y albayalde).
En tres de estos términos se ha constatado un cambio de significado: acicalar (de ‘limpiar y avivar los filos de la espada’ a ‘aderezar, componer el rostro’), aderezo (de ‘silla del caballo’ a ‘adorno de las mujeres’) y aforrar (de ‘poner en libertad’ a ‘poner forro a algún vestido o ropa’).
En otros tres se ha observado un doble sentido: abanillo (‘abanico pequeño’ y ‘adorno que se pone alrededor del escote sobre el jubón’), alabastro (‘vaso de alabastro’ y ‘ungüento de alabastro’) y albayalde (‘polvo blanco para aderezar el rostro’ y ‘ungüento blanco para las manos y el rostro’).
Son frecuentes las connotaciones negativas, muchas veces antifeministas y homófobas, de algunos de estos términos (abalorio, afeitar, afeitarse y afeite).
Hay términos referidos indistintamente a mujeres y hombres (aderezo, adobo y afeitar/afeitarse).
Por último, cabe destacarse el sentido figurado de ‘piropo’ del término adobo en el siglo XVI.