Introducción
En su trabajo seminal sobre el cierre de la novela, Marco Kunz alude a cierta carencia en el estudio de este elemento de la estructura narrativa, que define como “la descripción de los recursos técnicos que crean en el lector la impresión de que realmente se ha acabado algo al llegar él al punto terminal del libro”,1 quizá porque nada parece más simple que un punto final y las frases que le anteceden, y porque la mayoría de los estudios se centran en la interpretación del final y su implicación en el sentido del texto completo y el “análisis de la estructura teleológica del texto”.2 Los estudios de Frank Kermode y de Julia Kristeva3 pueden ser ejemplos de ambas líneas de trabajo. Kunz establece una distinción de partida entre conceptos que tocan el mismo fenómeno y que suelen confundirse: cierre, desenlace, epílogo, apéndice, acabamiento y clausura, que define como sigue:
Entendemos por cierre el final del texto, por desenlace el final de la historia narrada (con o sin solución de conflictos), por epílogo y apéndice diversos tipos de paratextos añadidos al cuerpo principal de la novela, por acabamiento el estado definitivo de una obra que su autor considera como terminada, y por clausura el carácter completo y satisfactorio de la obra en cuanto entidad estética.4
Kunz dedica un capítulo a cada uno de estos términos para delimitarlos teóricamente, como paso previo a lo más interesante de su estudio, que es la propuesta de una tipología del cierre en la novela moderna en lengua española. Así, en el capítulo dedicado al cierre, Kunz define este concepto como “el verdadero final del texto, su remate definitivo, es decir el último segmento antes del vacío que sigue al punto final. Con esto queda establecido dónde termina el cierre, pero no en qué lugar empieza”.5
Es decir: el final engloba cierre y desenlace, y el desenlace no suele encontrarse en el último segmento: “un final no es necesariamente un cierre, pero todo cierre es un final, mejor dicho, es el final del final”.6 Estas precisiones no siempre se han tenido en cuenta al estudiar el final de la narración. La distinción entre final y cierre fue delimitada claramente por Barbara Herrnstein Smith,7 cuyas reflexiones, aunque enfocadas en la poesía, pueden ser extrapoladas a otros géneros.8 Carlos Reis y Ana Cristina Lopes recogen las entradas desenlace y epílogo, y definen el primero como “evento o conjunto de eventos que, al término de una acción narrativa, resuelve tensiones acumuladas a lo largo de la acción”.9 Por su parte, Valles Calatrava recoge las entradas desenlace, siguiendo a Reis y Lopes, y final -no recogido por éstos-, donde se dice: “el fin, desenlace o catástrofe suele ocupar el eslabón final que cierra la estructura compositiva de la acción”.10 El Oxford Dictionary of Literary Terms, en su edición de 2008, recoge la entrada closure, que define como “el sentido de compleción o resolución al final de una obra o parte de ella […] o en crítica literaria, la reducción del significado de una obra a un sentido sencillo o completo que excluye otras interpretaciones”; y añade: “el contraste entre textos ‘cerrados’ y ‘abiertos’ ha sido un lugar común de la crítica moderna”.11 En esta línea, el trabajo de Eyal Segal en torno a los finales de la narrativa policiaca distingue entre ending y closure, apoyándose precisamente en Barbara Herrnstein Smith, de modo que el primer término sería “un fenómeno inevitable (y por tanto ‘obvio’), ya que todo texto narrativo tiene que acabar en alguna parte”, y el segundo, “no el propio punto textual de acabamiento, sino más bien un cierto efecto, o cualidad de la percepción, producido por el texto”.12 Así, lo relevante del final o acabamiento de un texto narrativo es la sensación de resolución que afecta la interpretación global del texto en la medida en que soluciona el desarrollo de la trama, que en ese punto se detiene y completa la interpretación del argumento, con descarte de otras hipótesis que aquí dejan de tener sentido; y, por otra parte, se insiste en el desenlace y fin del argumento, que no tiene por qué encontrarse en el cierre del relato ni incluir el punto final.
Se trata del segmento final del texto, cuyo fin conocemos (el punto final, seguido del blanco de la página o el vacío), pero cuyo comienzo no es fácil a veces delimitar, de manera simétrica a lo que sucede con el íncipit, del que se sabe dónde comienza pero no su extensión. Así, Mortara Garavelli afirma, desde el ámbito de la retórica, que la conclusión -del cierre- es “en ciertos aspectos un reflejo simétrico al de los inicios”,13 sin precisar más. Cita Kunz el estudio de Guy Larroux14 al abordar la dificultad de la delimitación del final, tal vez por la debilidad demarcativa al proponer a veces el texto unidades muy extensas (novelas sin capítulos, etcétera) y a que en muchos casos las divisiones tipográficas y lógicas no son coincidentes. Larroux opta por el último capítulo como base de la delimitación, lugar donde se producirían los últimos cambios y que mantiene una fuerte relación de articulación con el resto del texto. No obstante, afirma Kunz que la delimitación del segmento final -el cierre- es cuestión “irresoluble”, que el último capítulo resulta a veces una unidad demasiado extensa y, siguiendo a Torgovnick,15 que “[p]odemos considerar como segmento final una palabra, una frase, un párrafo o un capítulo entero”;16 y concluye que la “extensión ideal” no debería exceder una o dos páginas”.17 Así, opta por “cierta elasticidad” en la delimitación del cierre, toda vez que “nos interesará menos la cuestión de la frontera interna que el establecimiento del inventario de esas señales terminales y su interpretación en cada ejemplo concreto”.18 Es decir, que lo irresoluble de la delimitación no debe distraer de lo relevante, a saber, los mecanismos de resolución de la narración, y ello ante la previsión de que, dado el carácter creativo del fenómeno y su probable variedad de formas, el límite anterior sea lábil, poroso y, en gran medida, irrelevante.
La importancia del cierre, al igual que la del íncipit, reside en que es un punto privilegiado; su percepción como señal de demarcación,19 como moldura,20 lo sitúa “en una posición estructural fuerte”,21 dado que “las estructuras artísticas están llamadas por su naturaleza a una clara delimitación del mensaje. El ‘fin’ y el ‘principio’ se hallan aquí mucho más marcados que en los mensajes del lenguaje común”.22 Más claramente expresado por Kunz: “las últimas palabras alcanzan en la conciencia del receptor una mayor presencia […] Esta potencialidad resonante inherente al cierre aumenta la impresión subjetiva que tiene el lector de la importancia del segmento terminal del texto y favorece la retrospección interpretativa”.23
La reflexión sobre el final en la crítica árabe
El íncipit ha merecido cierto interés en la reflexión sobre la novela árabe,24 pero el cierre lo ha sido en menos ocasiones. Sabry Hafez (Ṣabry Ḥāfiz) aborda la cuestión en el marco de sus observaciones a la novela Ḥadīṯ al-Qaryah, en su conocido estudio The Genesis of Arabic Narrative Discourse, en cuyo último epígrafe, “The Open Ending and Its Significance”, concluye que los finales “son normalmente divididos en finales cerrados y abiertos”, y los primeros se anuncian con la repetición “de algunos elementos previos de forma diferente, o por medio de mecanismos de cierre tales como la marcha del personaje de la escena de la historia, o el cierre de puertas, ventanas, o incluso de vidas, por medio de la muerte”.25
Por su parte, en los finales abiertos “los conflictos […] se dejan irresueltos […] La acción queda suspendida más que concluida”; y, citando a Helmut Bonheim, sugiere que Mahmūd Ṭāhir Lāšīn, autor de Ḥadīṯ al-Qaryah, era consciente de que “en el siglo XX los finales abiertos habían devenido más o menos la estrategia estándar”.26 Hafez parece manejar el concepto de final (ending) como la suma de los conceptos de desenlace y cierre, no como remate textual, y relaciona un tipo u otro de final narrativo con la evolución de la sensibilidad estética.
Encontramos también referencias al final de la novela en Infitāh al-naṣṣ al-riwā’ī. Al-Naṣṣ wa-l-siyāq (La apertura del texto novelístico. La novela y el contexto), de Said Yaqtin (Sa‘īd Yaqṭīn), cuando, al estudiar cinco novelas árabes,27 retoma las palabras finales de cada una de ellas, y afirma que los finales de los respectivos discursos anuncian de manera directa, o casi directa, los finales significativos de las respectivas historias. Se centra Yaqtin en esas obras situadas cronológicamente en los años posteriores a la derrota árabe de 1967, entre 1969 (‘Awdat al-Ṭā’ir ilá al-baḥr) y 1974 (Al-Zaynī Barakāt), y estudia cómo esa realidad extratextual se refleja en el cuerpo de los relatos y en sus finales, que giran sobre la idea de la derrota, y cómo se construyen según estructuras cerradas o abiertas.28 Yaqtin se ocupa del final de la novela en cuanto ayuda a configurar una determinada interpretación del texto en su conjunto, pero no trata el asunto de una tipología del cierre.
Más recientemente, Abdelmalik Ashhabun (‘Abd al-Mālik Ašhabūn) publicó un interesante estudio sobre el principio y el fin en la novela árabe, en cuya bibliografía sólo se recogen tres artículos dedicados al final: uno en árabe de ‘Abd al-Fattāḥ al-Ḥaŷmarī,29 además de los ya mencionados de Philippe Hamon y de Guy Larroux. La posición de Ashhabun no difiere de lo visto hasta ahora: distingue entre nihāya (fin o clausule) y ḫātima (clôture o cierre), y afirma que “el final juega un papel esencial en la legibilidad (o ilegibilidad) del texto novelístico”.30 Toma su definición de ḫātima31 de la ya aportada por Guy Larroux, a saber, como “estrategias globales de organización […] una espacialidad (activa) del texto […] efectos de lectura y de sentidos”,32 y define el final como “ese lugar en el que se supone que se completa el ciclo de acontecimientos, tanto desde el punto de vista del escritor como del receptor”.33 Por lo demás, la tipología de finales ofrecida por Ashhabun se centra en la distinción del final trágico (al-nihāya al-ma’sāwiyya) y el final feliz (al-nihāya al-sa‘īda), y en la preeminencia de un tipo u otro según modas y subgéneros, como la necesidad de un final dramático en novelas románticas y de un final feliz para el héroe en las novelas de evasión.34 En suma, el interés por el final se da en cuanto intérprete del texto completo, donde final se confunde con desenlace y el cierre queda fuera de foco.
Delimitación del género de la novela árabe en Marruecos
La delimitación temporal del género de la novela en Marruecos ha estado siempre en permanente discusión. Roger Allen planteó recientemente la revisión del límite inicial, es decir, decidir cuál es el texto inaugural del género. Siguiendo las reflexiones de críticos marroquíes como Muhammad Barrada y citando a Fernández Parrilla,35 propone Allen “retrasar el reloj temporal y explorar la manera en que narraciones anteriores (y diferentes tipos de narrativas) proporcionan o no precedentes para desarrollos posteriores”.36
Durante los años sesenta y setenta fue considerada novela inaugural Fi-l-Ṭufūla (De la niñez, 1957), de ‘Abd al-Maŷīd Ben Ŷellūn, y se obvió su carácter autobiográfico por la “euforia nacionalista” del momento, que aupaba una novela de contenido patriótico surgida en el periodo de la independencia de Marruecos, en 1956.37 Más tarde, durante los años ochenta, Dafan-nā al-māḍī (Hemos enterrado el pasado, 1967) fue considerado el primer texto novelístico maduro al cobrar relevancia cierto concepto artístico de la novela frente al social-realista de la etapa previa.38 En esa década, si bien se convenía en que Dafan-nā al-māḍī era la novela “que da[ba] cuerpo a las características completas de la novela en Marruecos”,39 durante el Congreso sobre la Novela Marroquí celebrado en Rabat en 1984 el crítico Ahmad al-Yaburi (Ahmad al-Yābūrī) defendió el carácter novelístico de textos anteriores, como al-Zāwiya (La zagüía, 1942), de Tuhami al-Wazzani (al-Tuhāmī al-Wazzānī), y Wazīr Garnāṭa (El visir de Granada, 1950), de Abdelhadi Butalib (‘Abd al-Hādī Būtālib), el segundo como un intento de novela histórica y el primero como texto autobiográfico “cuasi novelístico”.40 La consecuencia de esta reflexión fue la inserción de La zagüía en los listados bibliográficos de la novela marroquí en lengua árabe, pese al reconocimiento de su carácter autobiográfico.
Así, ya en el número 3-4 de la revista Āfāq, donde se publicaban los artículos del citado congreso celebrado en 1984, se incluye una bibliografía de la novela en Marruecos, firmada por Mustafà Yaalà (Muṣṭafà Ya‘là),41 que remonta su inicio a 1930 con al-Rihla al-Marrākušiyya aw mir’āt al-masāwī al-waqtiyya (Viaje por Marruecos, o el Espejo de las desgracias de la época), de Muhammad bn ‘Abd Allāh al-Mu’aqqit, y que incluye, además, La zagüía; es decir, justo los dos textos apuntados por Roger Allen como precedentes para un estudio del género de la novela marroquí en lengua árabe. Conviene notar, al hilo de los cambios en las convenciones en torno al canon literario del género, que Abd al-Rahim al-Allam (‘Abd al-Rahīm al-‘Allām) elaboró en el año 2000, en una publicación de la Asociación de Escritores Marroquíes, una bibliografía de la novela marroquí en la que expresamente “se incluyen textos autobiográficos” -entre ellos La zagüía- con el argumento de que, al aceptar esto, “la novela entre nosotros sería hija de la autobiografía, al tiempo que la autobiografía ha sido considerada hija de la novela en Europa”.42
Examen de los recursos de cierre narrativo
La limitada producción novelística en Marruecos hasta los años noventa facilita la obtención de datos más globales y un mejor ajuste del panorama del género. El examen que aquí se presenta estudia datos parciales en serie, buscando estructuras y tendencias en el desarrollo de un fenómeno cultural en una zona geográfica concreta -Marruecos, en este caso-. No se trata, en términos relativos, de un gran volumen de datos, pero sí del examen del cierre de un número significativo de novelas escritas en árabe en Marruecos hasta el año 2000, lo que permite observar el surgimiento y el desarrollo de ciertos rasgos formales de los que se pueden derivar consecuencias, quizá ya conocidas o intuidas. Por ejemplo, la vinculación de finales especulares, o del cambio de registro con la inserción de poemas, con las tendencias de novela experimental que aparecieron con fuerza en Marruecos entre los años setenta y ochenta.43
El número de las novelas examinadas es lo suficientemente amplio como para fundamentar una tipología y que el cuadro aportado resulte útil. El análisis pormenorizado de los cierres refleja mi lectura atenta de los segmentos finales. He detectado recursos y estrategias terminativas simultáneas en un mismo segmento, pero he decidido, en lo posible, centrarme en dos o tres de estos elementos con el único criterio de su relevancia. Según los casos, algunos elementos han sido obviados por poco potentes en relación con otros más determinantes -de cara al lector- como señales de final y cierre. Cabe admitir que un examen llevado a cabo por otro lector podría haber mostrado variaciones. Hay que reconocer, como el propio Kunz hace, que a menudo intentar detectar los elementos terminativos en el cierre implica una apreciación subjetiva del lector y, en este caso, del investigador. Ponderado ese riesgo, los elementos observados contienen esa potencialidad que el lector -y por tanto el investigador- puede llegar activar o no por diversos motivos. Lo importante es que “si queda demostrado que un elemento textual determinado puede, por sus cualidades intrínsecas, funcionar como una señal del final, entonces es un recurso terminativo”.44
La terminología usada se inspira en la tipología de Marco Kunz, en la convicción de que el esquema tiene cabida en otras literaturas y en otros géneros artísticos.45 Examiné un total de 123 novelas en un rango de tiempo que va desde 1930 hasta el año 2000. Es un número nada desdeñable, dado el volumen históricamente reducido del género novelístico, comparado con el de Egipto o Líbano, por ejemplo. En la ya mencionada bibliografía de Abd al-Rahim al-Allam, editada por la Unión de Escritores de Marruecos, y por tanto “oficial”, por así decirlo, el número total de obras recogidas es de 249 entre 1942 y 1999.
Al-Allam precisa que en el listado aparecen obras que técnicamente son autobiografías. Es éste un tema sensible en la crítica literaria marroquí. Textos narrativos que bordean los límites ficcionales y que podrían incluirse en el espacio autobiográfico como novelas autobiográficas o autobiografías noveladas, siempre de límites difusos y permeables, aparecen en diferentes épocas y contextos.46 Piénsese en textos como al-Zāwiya (1942), Fi-l-ṭufūla (1956) o al-Ḫubz al-ḥāfī (El pan desnudo, 1982). Al-Allam no es el único: en la clásica bibliografía de Mustafà Yaalà, ya mencionada, la inclusión de textos autobiográficos es normal. Ambas bibliografías no coinciden en las obras recogidas. Por ejemplo, en el listado de Yaalà de 1984 y en otro del mismo autor de 200247 se recogen nada menos que 17 novelas aparecidas de manera seriada en la prensa entre 1944 y 1955 y que al-Allam omite, por ejemplo Tāhā (1941), de Ahmad al-Ḥasan al-Sakūrī; o al-Rūmiyya al-Šaqrā’ (La cristiana rubia, 1949), de ‘Abd al-‘Azīz bn ‘Abdallāh, etcétera. He optado por situar el umbral inicial del arco temporal abarcado en el año 1930, con al-Rihla al-Marrākušiyya, de Muhammad bn ‘Abdallāh al-Mu’aqqit, como hace Yaalà. Las 249 novelas recogidas en la bibliografía de al-Allam entre 1942 y 1999 se distribuyen como se observa en la gráfica 1.
Fuente: Abdel Rahim al-Allam, al-Riwaya al-Magribiyya bi-l-Arabiyya, Casablanca, Manšūrāt Ittiḥād Kuttāb al-Magrib, 2000, pp. 21-40.
Según al-Allam, hasta el año 1976, es decir, “treinta años después de la aparición del primer texto”, la producción es irregular, con años en blanco.48 Los vacíos son numerosos: de 1943 a 1949, de 1951 a 1955, de 1957 a 1962, 1964, 1968, 1970 y 1975. Hasta el año 1982 no se alcanza un mínimo de cinco novelas anuales. Finalmente, se observa un asentamiento a partir de la mitad de los años noventa del siglo pasado. La continuidad de este incremento se observa en listados que abarcan fechas posteriores, como el de Muhammad Yahyá Qāsimī (gráfica 2), donde desde 1941 hasta 1999 -es decir, en 59 años- lista 309 novelas, cifra que posteriormente casi se alcanza, con otras 284 novelas, en el periodo mucho más breve que media entre 2000 y 2007.49
Fuente: Muḥammad Yaḥyà Qāsimī, al-Adab al-magribī al-mu‘āṣir (1926-2007), Rabat, Manšūrāt Wizārat al-Ṯaqāfa, 2009.
Pese a que los listados no coinciden exactamente, y a que algún texto de carácter autobiográfico puede o no ser considerado ficción o a que una lista dé cuenta de alguna novela que apareció publicada sólo de manera seriada, la producción irregular es generalizada hasta 1976, y escasa con cierto estancamiento hasta la década de los noventa. En su estudio sobre el contexto sociocultural de la novela marroquí de lengua árabe, Muhammad al-Dagmumi (Muhammad al-Dagmūmī) une tal irregularidad con “la inconcreción en la especialización” de los escritores,50 y con las condiciones socioeconómicas y materiales del ámbito editorial, de producción y consumo del libro, que impiden la profesionalización, pues el creador no encuentra tiempo ni medios para una dedicación más o menos completa, y su producción acaba limitada “a uno o dos títulos, y luego calla”.51 Así, según la bibliografía de al-Allam, en 1975 había sólo un escritor con tres novelas; en 1980, dos escritores con tres novelas y otros dos con cuatro; hacia 1985 los números se incrementaban hasta uno con cuatro novelas, dos con cinco, uno con seis y otro con siete novelas; en 1990 ya había cuatro novelistas que firmaban cuatro novelas, tres con cinco novelas, uno con seis y dos con siete. Para entonces, los novelistas con una o dos obras eran muchos. Los casos más prolíficos tienen más que ver con una larga carrera creativa que con una intensa producción -‘Abd al-Karīm Gallāb, Muhammad Zafzāf o Mubārak Rabī‘-, por más que puntualmente encadenen obras en años sucesivos.
Nuestra selección de novelas abarca 49% de los textos recogidos por al-Allam, lo cual supone un corpus estimable.52 La distribución por fechas de los textos examinados muestra una tendencia similar a la de los listados de al-Allam y de Yaalà, como se observa en la gráfica 3.
Considero, pues, que el corpus de textos estudiado es representativo, no sólo del conjunto global de la producción novelística en lengua árabe en Marruecos, sino también de su evolución cuantitativa.
Propuesta de tipología del cierre
Del análisis realizado de las 123 novelas publicadas entre 1930 y 2000 -aunque de este último año sólo haya examinado cinco del total de las 31 que cita Qāsimī- se extrae la tipología que se detalla.
Propuesta de tipología de elementos terminativos
1. Elementos externos
1.1. Elementos tipográficos (estrellas; puntos suspensivos).
1.2. Fecha y lugar.
1.3. Palabra “final” (normalmente /intahat/).
2. Elementos internos
2.1. Señales paratextuales del final inminente.
2.1.1. Título del último capítulo: por ejemplo, “final” (/ḫātima/).
2.1.2. Fórmula de despedida.
2.2. Señales no paratextuales del final inminente
2.2.1. Fórmula de despedida del propio narrador.
2.2.2. Recursos epilogales.
2.2.3. Fotos y documentos.
2.3. Resonancia del final
2.3.1. En contenido: quintaesencia.
2.3.1.1. Frase sentenciosa.
2.3.1.2. Retrospección.
2.3.1.3. Totalización (condensación del conjunto).
2.3.2. En recursos estilísticos
2.3.2.1. Recursos expresivos.
2.3.2.2. Dialectalismo; modificación del registro.
2.3.2.3. Pregunta retórica.
2.3.2.4. Repeticiones: léxicas, aliteraciones.
2.3.2.5. Construcciones sintácticas: ausencia de puntuación; paralelismos, etcétera.
2.4. Procesos finalizadores
2.4.1. Cierre = desenlace o final.
2.4.2. Elementos cinéticos (movimientos finales: ascenso, descenso, desplazamiento en general).
2.4.3. Marcador temporal.
2.4.4. Campo semántico “final” (apocalipsis; “acabar”, etcétera).
2.4.5. Compleción subordinada.
2.4.6. Congelación de la escena (freezing).
2.4.7. Disminución de sensaciones (fading).
2.5. Procesos no finalizadores (relatividad del carácter concluso)
2.6. Final y marco narrativo
Esta tipología se inspira en la de Marco Kunz, pero se limita a lo observado en los textos examinados. En primer lugar establezco una distinción entre elementos que permanecerían en el margen del texto como obra artística. Kunz, siguiendo a Barbara Korte, califica estos recursos como “éticos” o externos, frente a “émicos” o internos.53 Se trata de establecer el límite entre lo que caería dentro del texto como objeto artístico y lo que quedaría fuera y resultaría, por lo tanto, relativamente cambiante y sujeto a decisiones editoriales. Apunta Kunz también a la dificultad de establecer los límites en la medida en que, a veces, el propio autor puede jugar con ellos.
En la otra gran división, los elementos internos, distingo entre: i) señales paratextuales que anuncian sin equívoco el final del texto, cuyo ejemplo más obvio es que el último capítulo se titule “final”, “conclusión” o algo similar; ii) señales no paratextuales del final, como sería una fórmula estereotipada de despedida del narrador; o la aportación de fotos y documentos ficcionales en el segmento final (como en el caso muy evidente de Imīlšīl, de Sa‘īd ‘Alūš [1980]); iii) lo que denomino, tomado de Kunz, “resonancia del final”, pero distinguiendo cuando se resalta el contenido y cuando tal resonancia proviene de recursos expresivos; iv) procesos finalizadores: desde la coincidencia del cierre con desenlace y final (como en A-yantahī al-harīq [¿Acabará el incendio?], de ‘Alī al-Fīlāl [1998]) hasta la recurrencia de términos del campo semántico “final”, o el recurso a la “compleción subordinada” (o “subordinate completion”), entendida por Stevick como una pequeña acción o evento final (una reunión, la búsqueda de un objeto en un cajón, una conversación previa a la despedida, etcétera), no siempre dependiente de un esquema mayor, cuyos elementos terminativos se aprovechan para cerrar la novela;54 términos como freezing y fading están tomados también de Kunz; v) procesos no finalizadores, es decir, aquellos que aluden a una continuidad, pese a que simultáneamente marcan el inminente cierre; y vi) aquellos elementos que afectan el marco narrativo al efectuar movimientos circulares o especulares con salidas de niveles hipodiegéticos hacia la narración marco, o al confundir niveles narrativos o, frecuentemente, repetir al final palabras clave del título o el título mismo. Obviamente, hay que entender que estos elementos terminativos suelen darse simultáneamente.
Coda
Este estudio contiene un elemento subjetivo por cuanto se trata de mi lectura de los finales, en la que cabrían variaciones lógicas según los diferentes lectores. Se ha intentado paliar este elemento subjetivo con el acceso a un número importante de textos -123 novelas- en una distribución temporal armónica con la realidad global de la producción novelística en Marruecos. Con todo, habría que ser prudente con las consecuencias deducibles del examen: pese a superar la centena de textos, no se sobrepasó ni siquiera la mitad de los publicados entre 1930 (o 1941, según los listados) y 1999 (con algunos pocos textos ya de 2000), rango temporal al que me circunscribí. Por ello, el examen debería servir más bien para sugerir tendencias.
Así, el rasgo de la circularidad, normalmente expresado con la repetición del título o de palabras clave del mismo en las líneas finales, tiende al alza a principios de los años ochenta y noventa. Hasta los años setenta, los textos examinados son tan pocos, año a año, que el resultado sería poco significativo. Pero si, entre 1971 y 1975, de siete novelas un solo texto ofrece ese rasgo,55 y entre 1976 y 1980 lo muestran dos de 10,56 entre 1981 y 1985 son ya seis de 20,57 entre 1986 y 1990 bajan a tres de 27,58 para saltar de nuevo a 11 de 25 entre 1991 y 1995,59 y moderarse nuevamente entre 1996 y 1999 con sólo cuatro textos.60 Puede haber lagunas y no están todos los textos, pero si nuestra muestra es numéricamente significativa, la tendencia es obvia. El recurso aparece por primera vez con Inna-hā al-hayāt (Es la vida, de Ismā‘īl Abū‘inānī, circa 1963), una de las obras que el crítico marroquí Muhammad Barrada consideró hace años como una de las cuatro “novelas fracasadas” (al-riwāyāt al-fāšila), debido a su “penuria técnica” (al-iqdā‘ al-fannī), que vieron la luz entre la publicación de Fi-l-Ṭufūla (De la niñez, 1956) y Dafannā al-māḍī (Hemos enterrado el pasado, 1966).61 La repetición del título al final, un recurso metatextual que “contiene la definición más concisa posible del libro” y supone un modo de recapitular y condensar el mensaje del texto,62 se percibe también como elemento circular al activar su carácter de moldura, simultáneamente tanto al principio como al final del texto, lo que potencia su función. Las oscilaciones de este recurso, tal como se describe aquí, podrían interpretarse en su momento de auge como el gusto por el juego metatextual que busca la complicidad del receptor en momentos de ascenso de la experimentación literaria, como en el Marruecos de principios de los años ochenta, y de desgaste del mismo con el paso de la ola experimental con la llegada del nuevo siglo.
Otro rasgo observable, por ejemplo, es la prevalencia del recurso de “compleción subordinada”. Se trata de la típica escena final tras el desenlace y de importancia irrelevante para efectos argumentales, pero que ayuda a poner fin al relato: una conversación entre personajes antes de despedirse, una reunión, la lectura de una carta, una noticia radiada o televisada, etcétera; en suma, un evento menor que acaba con el cierre del relato. Se percibe como elemento epilogal que muestra el devenir cotidiano de personajes y eventos una vez resuelta la tensión de la trama. En mi listado aparece por primera vez con Dafannā al-māḍī (1966), que a su vez es la única novela del listado del quinquenio 1966-1970. En los cinco años siguientes (1971-1975), la compleción subordinada aparece en dos textos de los siete listados;63 no aparece en las 10 novelas de la lista entre 1976 y 1980; y resurge con fuerza a partir de entonces: siete de 20 entre 1981 y 1985;64 seis de 27 entre 1986 y 1990;65 siete de 25 entre 1991 y 1995;66 para finalmente bajar entre 1996 y 1999, con tres de 21 novelas.67 Cabría interrogarse sobre la razón de tal comportamiento de un recurso habitual en la narrativa fílmica y televisiva y que parece asentarse conforme se asientan las claves del propio género.
Para acabar, sería interesante ahondar aún más en esta línea de trabajo, aumentando el número de novelas estudiadas en el caso marroquí y abarcando la producción de otros países árabes. Ante la imposibilidad práctica de estudiar con detalle el texto de cada novela de la producción de un país, el examen de series de rasgos permite, sin embargo, una mirada transversal y abarcadora que revela estructuras y desarrollos en la vida del género.