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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2023  Epub 08-Mayo-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i4.4266 

Reseñas

Sobre Felipe Ávila, Carranza. El constructor del Estado mexicano

Luis Barrón1 

1Universidad Anáhuac México

Ávila, Felipe. Carranza. El constructor del Estado mexicano. Aviña, Jorge. México: Crítica, 2020. 385p. ISBN: 978-607-747-905-5.


La biografía es un género casi tan viejo como la historia misma. Quizá la razón sea que, desde el mismo Plutarco, la biografía no necesariamente tiene como objetivo la narración de ciertos hechos en la vida de un hombre -o de una mujer, por supuesto-, sino destacar todo aquello que sirva de ejemplo de grandeza o de buena moral para las personas. La biografía es popular, precisamente, porque los hombres y mujeres “ordinarios” admiramos a quienes triunfan o que se sacrifican por los demás.

No obstante, que la biografía sea un género socorrido y muy popular entre los lectores no quiere decir que se haya mantenido igual al paso de los siglos. En un inicio -para citar al mismo Plutarco-, los biógrafos enjuiciaban los hechos y racionalizaban los mitos, justamente porque el ejemplo moral era el objetivo: “no escribimos historias, sino vidas; ni es en las acciones más ruidosas en las que se manifiestan la virtud y el vicio; sino que muchas veces un hecho de un momento, un dicho agudo y una niñería sirven más para probar las costumbres, que batallas en las que mueren millares de hombres”.1 Justamente, por eso, la biografía era el género de “las vidas de los grandes hombres”. Pero para el siglo XIX, sin quitar el énfasis en “los grandes hombres” -e ignorando todavía a las mujeres-, la biografía dejó de ser un género ligado únicamente a la moral para convertirse en un género en búsqueda de la verdad. Ya no se trataba de encontrar lo que hacía a una persona admirable, sino de entenderla y de desentrañar todo aquello que le había permitido ser “grande”. Las anécdotas, los dichos y las “niñerías” dieron paso al análisis minucioso de los hechos.

En el caso de México, el género historiográfico que más lectores ha tenido desde que inició la transición a la democracia con el cambio de siglo es, precisamente, la biografía; pero no han sido los historiadores profesionales los que encontraron en la biografía una manera de “democratizar” la historia, sino los escritores, quienes han elegido a villanos antes intocables -como Antonio López de Santa Anna- o a mujeres admirables -como “la Güera” Rodríguez, Leona Vicario o sor Juana Inés de la Cruz- que los historiadores han dejado a un lado.2 Desde el año 2000, han aparecido cientos de libros que bajan a nuestros héroes del pedestal para humanizarlos y acercarlos a hombres y mujeres “ordinarios” que tienen el gusto por la historia.

Son pocos los historiadores profesionales que han tratado de escribir biografías “para todo público”, abandonando los aparatos críticos sobrecrecidos y eligiendo los personajes más al gusto de la gente que al servicio de una contribución original a la historiografía. Sin renunciar a los cánones académicos, las biografías de hoy son mucho más que eso, pues aspiran a ser una ventana para entender una época. En el caso de la revolución mexicana, desde la década de 1960 comenzaron a aparecer las biografías que hoy consideramos clásicas en ese sentido: las de Emiliano Zapata y Pancho Villa son buenos ejemplos, pues John Womack y Friedrich Katz, desde el título, revelaron su ambición de explicar, a través de una persona, toda una época.3

Felipe Ávila, uno de los historiadores que ha producido ya estudios indispensables sobre la Revolución,4 ha escrito una biografía de Venustiano Carranza que, al mismo tiempo, aspira a llegar a un público amplio y conserva la búsqueda de la verdad en los archivos. Carranza. El constructor del Estado mexicano es una biografía escrita en un lenguaje para todos y con unas cuantas ilustraciones, muy poco convencionales en una edición académica, pero más atractivas para el lector de a pie. Esta biografía del llamado Varón de Cuatro Ciénegas es la primera que abarca su vida completa5 y que, como su título lo indica, también aspira a explicar por qué podemos considerar a la revolución mexicana el periodo en el cual se forma el Estado mexicano contemporáneo.

El libro está dividido en nueve capítulos y un epílogo, que siguen a la mayoría de los historiadores que han estudiado al coahuilense. Aunque el autor no lo hace explícitamente, esos capítulos se pueden dividir en partes: la que corresponde a la vida de Carranza antes de la Revolución (cap. 1); la que analiza su papel en el proceso revolucionario hasta conseguir la victoria militar y el liderazgo indiscutido (caps. 2 al 6), y la que estudia su gobierno preconstitucional, el Congreso Constituyente y su presidencia constitucional (caps. 7 al 9). El epílogo corresponde a los últimos días de Carranza, a su fuga de la ciudad de México para enfrentar la rebelión del grupo sonorense y a la emboscada en la que perdió la vida. En eso, Ávila no se separa de la interpretación usual de la vida de Carranza ni de la interpretación más convencional del proceso revolucionario entre 1910 y 1920. Pero la biografía de Carranza antes de 1910 es mucho más que un conjunto de “años formativos”, como los denomina Felipe Ávila. El análisis de su experiencia previa a la revolución -como presidente municipal, senador de la República y gobernador interino de Coahuila- es fundamental para poder explicar su relación con Madero, sus años de revolucionario, su presidencia constitucional y su tormentosa relación con los sonorenses -sobre todo con Álvaro Obregón-.

Sin lugar a duda, Felipe Ávila es un narrador consumado del proceso revolucionario. Cuesta trabajo pensar en otro historiador que narre con detalle y con color al tiempo que analice las acciones y la personalidad de los líderes revolucionarios. En los capítulos 2 al 6, el autor demuestra no solamente que tiene una pluma privilegiada, sino un conocimiento amplio de la Revolución y sus actores. Aunque no se comparta del todo el análisis que Ávila hace de las personalidades de Villa, Zapata, Obregón o Carranza, por ejemplo, su historia hace completo sentido, sin huecos importantes y relativamente en pocas páginas. No se puede decir que es una historia “breve” del proceso revolucionario, pero tampoco es excesivamente detallada. Y, sin embargo, de ahí proviene también su principal defecto: cuando el autor entra en el análisis del proceso, pierde un poco de vista al personaje; se desvanece la biografía al tiempo que se pone énfasis en el proceso revolucionario.

Conseguir ese balance ha sido un problema recurrente para quienes han tratado de escribir una biografía de Venustiano Carranza. Por un lado, la cantidad de fuentes -tanto primarias como secundarias- que un biógrafo tendría que considerar es inmensa; y, por otro, muy pocas dejan ver con claridad a Carranza como ser humano. No sería exage rado decir que la mejor manera de ver de cerca a Carranza es por medio de fotografías, pues existen muy pocos documentos escritos por su puño y letra; casi no se conoce su correspondencia personal, es poco lo que se puede encontrar sobre su familia y solamente es por lo que cuentan sus colaboradores más allegados o sus críticos más feroces que sabemos algo sobre su personalidad, sus costumbres de a diario, sus gustos, sus placeres, sus virtudes y sus defectos. Javier Villarreal Lozano decía que Carranza siempre aparecía en las fotos “mirando a la historia”; pero no fue un hombre como Pancho Villa, que se dejaba ver con transparencia en cada carta.6

Los capítulos del 7 al 9 son los mejor logrados. Ahí se puede ver el profundo conocimiento que el autor ya tenía de lo sucedido en la Convención de Aguascalientes y en el Congreso Constituyente. No solamente explica y analiza con claridad la personalidad de Carranza y la estrategia que lo llevó a vencer tanto militar como políticamente a la Convención, sino que estudia en detalle el transcurso y el resultado del Congreso Constituyente; su análisis político es una aportación muy original, pues brinda una visión fresca de la relación entre Obregón y Carranza, de la estrategia de Villa y de Zapata, y del contexto en el que tomó forma la base sobre la que el de Cuatro Ciénegas construiría el Estado mexicano contemporáneo: la Constitución de 1917. No por nada, el título del libro retoma esta idea central. Aunque el aparato crítico del libro no lo enseñe, pocos historiadores habían examinado antes, con tanto cuidado, los diarios de debates -tanto de la Convención como del Constituyente-, así como la prensa durante el gobierno constitucional del presidente Carranza. Eso le ha permitido a Felipe Ávila tener una visión muy completa de lo que Carranza trató de conseguir durante el tiempo que estuvo al frente del Poder Ejecutivo -como primer jefe primero y como presidente constitucional después-.

En el epílogo se analizan los hechos que terminaron con la tragedia de Tlaxcalantongo. Ya algunas de las mejores plumas del siglo XX habían narrado la “muerte histórica” del Varón de Cuatro Ciénegas,7 pero Ávila se concentra en su análisis, pues una de las incógnitas más difíciles de resolver es cómo Carranza perdió el control del Estado tan fácilmente. Y, en eso, el autor tiene razón: quizá fue la terquedad del cieneguense que intentó bloquear el ascenso de Obregón a como diera lugar lo que terminó por costarle el apoyo de la mayor parte del ejército y, al final, la vida.

Es difícil explicar cómo llegó a ser el líder de una revolución social un senador porfiriano -que no porfirista-; cómo forjó una alianza con el genio militar que le permitió derrotar al ejército más poderoso en la Revolución: la División del Norte de Pancho Villa; cómo pudo mantener a México neutral durante la primera guerra mundial, soportando la presión política y militar de Estados Unidos -especialmente durante los meses en que la llamada Expedición Punitiva ocupó parte del territorio de Chihuahua-, y cómo lo pudo perder todo en cuestión de meses. El líder indiscutible de la Revolución, el estadista que protegió la soberanía de México, perdió la vida mientras dormía en una choza en un pequeño pueblo de la sierra norte de Puebla. Es difícil explicar esa vida y esa muerte, pero Carranza. El constructor del Estado mexicano es una contribución definitiva para quienes tratamos de entenderlas.

1Plutarco, Vidas de los hombres ilustres, p. 7, consultado el 10 de febrero de 2021 en http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080026188_C/1080026188_T4/1080026188_MA.PDF

2Véase Enrique Serna, El seductor de la patria, México, Joaquín Mortiz, 1999; Guillermo Barba, La conspiradora, México, Planeta, 2019; Eugenio Aguirre, Leona Vicario. La insurgente, México, Alhambra Mexicana, 1986; Mónica Lavín, Yo, la peor, México, Grijalbo, 2009.

3Friedrich Katz, The Life and Times of Pancho Villa, California, Stanford University Press, 1998; John Womack, Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York, Knopp, 1969.

4Felipe Ávila, Los orígenes del zapatismo, México, El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2001; Felipe Ávila, Las corrientes revolucionarias y la Soberana Convención, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2014.

5Quizá la única otra comparable en extensión y que abarca toda la vida de Carranza sea la de Alfonso Taracena, Venustiano Carranza, México, Jus, 1963.

6Javier Villareal Lozano, Venustiano Carranza. La experiencia regional, Saltillo, Instituto Coahuilense de Cultura, 2007.

7Martín Luis Guzmán, Muertes históricas: Tránsito sereno de Porfirio Díaz. Ineluctable fin de Venustiano Carranza, México, Compañía General de Ediciones 1958; Fernando Benítez, El rey viejo, México, Fondo de Cultura Económica, 1959.

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