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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 n.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2023  Epub Jan 30, 2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i3.4205 

Reseñas

Sobre Pilar Gonzalbo Aizpuru (ed.), La historia y lo cotidiano

Juan Ricardo Jiménez Gómez1 

1Universidad Autónoma de Querétaro

Gonzalbo Aizpuru, Pilar. La historia y lo cotidiano. Ciudad de México: El Colegio de México, 2019. 334p. ISBN: 978-607-628-721-7.


Catorce capítulos son los que integran el libro colectivo coordinado por la doctora Pilar Gonzalbo Aizpuru que lleva por título La historia y lo cotidiano, publicado por El Colegio de México. Cuenta además con un excelente texto de introducción a cargo de Verónica Zárate Toscano. Se trata de una obra que se inscribe en la línea de investigación del Seminario de Historia de la Vida Cotidiana de la institución editora. La mayoría de los autores aquí congregados cuenta con diversos estudios en el mismo filón de la historia, en los que se revela el dominio de las pautas de la especialidad, lo cual abona a la alta estima del libro.

No figura en las miras de los autores ni la completitud ni el afán de forjar estructuras conceptuales o metódicas. Todos apuntan hacia el mismo objetivo: la indagación, reflexión y construcción de una narrativa de la rica cantera de procesos y ambientes sociales que son relevantes en tanto conocimiento de las identidades, las mentalidades y la cultura material en una sociedad dada y en una época concreta. En todos, pese a su especificidad, se reconocen claros perfiles que denotan la adscripción a la vida cotidiana.

Es bienvenida una nueva obra dedicada a la historia de la vida cotidiana. El estudio de lo cotidiano posee una frescura que despierta el interés del lector. A diferencia de la historia de las instituciones y de las ideas políticas, la de la vida cotidiana carece de incidencia actual porque no se usa de aquel pasado en el presente, pues simplemente se pretende tener noticia de cómo fue la vida en una época y lugar determinados. Mas su pertinencia resulta cuando la historia política parece haber caído en un discurso reiterativo, en la glosa de lo ya escrito, y muchas veces faccional.

El capítulo de Pilar Gonzalbo Aizpuru, “Las contradicciones de las fuentes y el vacío tras las apariencias”, es el pórtico de un selecto y bien estructurado conjunto de abordajes de la vida cotidiana en el ámbito latinoamericano, aunque principalmente en nuestro país, desde tiempos coloniales hasta bien entrado el siglo XX. El calibre de esta colaboración discursiva se articula en una doble dimensión. Primero expone de manera sucinta, pero con precisión, los problemas derivados de la existencia de fuentes que brindan datos contradictorios. El remedio, señala Pilar Gonzalbo, es el cotejo con otras fuentes y la ponderación racional a partir del conocimiento de la peculiaridad de la sociedad y época en la cual se generan los hechos respectivos. En el segundo rubro, referente al uso social de las apariencias, vale anotar que más allá de su trasfondo filosófico, de cuño helénico, tal uso fue trasvasado al Nuevo Mundo, y acá llegó a anidar en las manifestaciones de la vida social, de la convivencia y del pensamiento ordinario de la gente. Más vale aparentar que ser, parece que fue la consigna. Y es que la apariencia tiene una poderosa carga de eficacia en el mundo de las relaciones humanas, pues no en balde el derecho otorga protección al dueño o al poseedor aparente, y sujeta a contradicción judicial toda resistencia o negación al respecto.

En el libro es común la postulación de la necesidad de disponer de fuentes para el estudio de la vida cotidiana. Nada hay en ello distinto a la otra historia. Luego, señalan, hay que realizar un adecuado análisis de las fuentes, siendo la más asequible, quizá la más cercana a los hechos, la documental, pero, como se observa en las citas y referencias de fuentes, se acude a apoyaturas teóricas para interpretar situaciones del pasado. Junto a autores doctrinarios se encuentran en las menciones de historias, crónicas, diarios, monografías, biografías, colecciones documentales, diccionarios y hasta libros de juristas prácticos. Ciertamente, y eso es de advertir, hay una escueta remisión a fuentes primarias, pues apenas se da cuenta de algunos repositorios documentales. En este esfuerzo discursivo se ha privilegiado más la consulta en obras que a su vez descansan en dilatadas búsquedas y sistematización archivística. Por ello me inclino a estimar que este trabajo, al privilegiar el uso de fuentes secundarias, se ubica en el análisis bibliográfico, lo cual convierte el libro en un texto que expone un discurso de segundo nivel. Más lejano del casuismo y más centrado en el análisis metodológico y en el entramado conceptual de la historia de la vida cotidiana, corrobora lo que su título anuncia, el vínculo entre la Historia y lo cotidiano.

En los capítulos que forman el libro se pueden entresacar algunas líneas principales que vertebran la obra colectiva, meditada y aquilatada, para brindar al lector una perspectiva de los abordajes posibles en una arista precisa del estudio de la vida cotidiana del pasado.

Mención destacada merecen las colaboraciones de Leticia Mayer Celis y Enrique González González, que tienden un puente entre el tratamiento biográfico, las rivalidades y los modos de vida material de prominentes individuos de la élite colonial, y el terreno de los gustos y las pasiones de esos hombres de carne y hueso. Lo mismo cabe decirse del capítulo sobre un poeta popular, de Jaddiel Díaz Frene. Por otra parte, Miguel Ángel Vásquez y Ana María Carrillo logran extraer de la mera historia del juego y de la enfermedad, las vivencias cotidianas de la gente, de cómo vivían esos episodios de ocio y sufrimiento.

Una cuestión reiterada por los autores es el problema de las fuentes, de su carencia y de su lectura, y a veces de su inadecuada interpretación. El capítulo de Solange Alberto expone esta proposición con pulcritud y contundencia. Cada autor borda en un rubro distinto de la vida cotidiana, y su preocupación es deslindarlo de la historia oficial, de la historia de los acontecimientos sociales y de las agencias públicas, tanto civiles como religiosas. Se aconseja una adecuada ponderación de las fuentes y, sobre todo, la contextualización con aquellos hechos del devenir social al que se deben los usos y costumbres, de los que finalmente el individuo extrae sus propias convenciones o creencias. El riesgo de suplir la carencia de fuentes con visiones recientes, como advierte tajante Bernard Lavallé, es caer en el anacronismo.

No siempre es fácil el acceso a las fuentes; incluso puede significar un proceso altamente peligroso, como lo explica Flor Trejo Rivera en su interesante narrativa de la búsqueda de fuentes en los pecios.

Al escribir acerca del uso de las fuentes orales, cuestión que ella misma reconoce azarosa, pero no con menos limitaciones que las fuentes escritas, Graciela de Garay puntualiza que la historia de la cotidianeidad significó una ruptura con el paradigma tradicional que postulaba una historia objetiva, hecha a base de documentos oficiales, cuyo interés estaba centrado en los grandes acontecimientos políticos y los hechos de los grandes personajes del vasto campo de la política, la cultura, el arte y la ciencia. Para la autora, es un reto del historiador social confrontar la vida cotidiana con los grandes sucesos o tendencias a largo plazo. La subjetividad de las fuentes orales es una de sus mayores ventajas porque permite al historiador hacer una lectura interpretativa y, con ello, una contextualización del individuo con su cultura o, como diría Ortega y Gasset, “y su circunstancia”.

Es pertinente insistir en la separación del funcionamiento institucional y la vida privada, aunque impacte en el individuo, porque se produce una mezcla confusa. Atreverse a trabajar esos temas imprecisos sólo se puede hacer con oficio de historiador, como lo hace Leticia Pérez Puente, ubicada en esa procelosa frontera de lo institucional-cotidiano.

Las prácticas religiosas son sin asomo de duda un objeto de estudio de la vida cotidiana. Y el horizonte es anchuroso tanto en lo espacial como en lo temporal. Antonio Rubial, como siempre, hace gala de su capacidad de síntesis y de relator para hablarnos del culto de las imágenes en la ciudad de México en una etapa del mundo colonial. Entresaco un párrafo en el que diáfanamente expone lo cotidiano, digno no de una glosa sino de la transcripción literal, debido a su peso: “la mayor parte de la población sólo percibía que con la actividad milagrosa de un nuevo ícono se le abría una esperanza más para sobrevivir”.

No es una obra pensada para dogmatizar, para crear escuela, para criticar, es una construcción esencialmente narrativa. Empero, de su lectura y análisis se pueden desprender consecuencias y enunciados, los cuales ingresan al acervo teórico de la historia de la vida cotidiana. Quizá no se llegue a configurar una gran lección de historia, pero queda claro que todos los aspectos involucrados en ella pertenecen al mismo ámbito conceptual y son aportaciones que nos ayudan a comprender mejor el modo de vida de los individuos del pretérito. El último tramo de la obra se cierra con un apartado de reflexiones y de planteamientos que exhortan o más bien predicen el rumbo de nuevas indagaciones concernientes a lo que antes fue la “pequeña” historia.

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