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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 n.4 Ciudad de México Apr./Jun. 2022  Epub Apr 04, 2022

https://doi.org/10.24201/hm.v71i4.4102 

Reseñas

Sobre Rafael Sagredo Baeza, J. T. Medina y su biblioteca americana en el siglo XXI. Prácticas de un erudito

Aimer Granados* 

*Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa

Sagredo Baeza, Rafael. J. T. Medina y su biblioteca americana en el siglo XXI. Prácticas de un erudito. Santiago de Chile: Ediciones Biblioteca Nacional, 2018. 172p. ISBN: 978-956-244-421-7.


La historia que Rafael Sagredo reconstruye a propósito de parte de la trayectoria intelectual del chileno José Toribio Medina (1852-1930) y de su Biblioteca Americana, se plantea desde la historia cultural, según afirma el autor en la introducción a este estudio. Historia cultural que tiene como uno de sus fundamentos, al menos en este caso, una mirada hacia la historia transnacional que está muy presente en la trayectoria de este bibliógrafo quien, en buena parte de su vida realizó lo que en la historia intelectual de América Latina se ha dado en llamar “el viaje intelectual”, de acuerdo con esta feliz expresión estudiada por Beatriz Colombi. Pero más allá de esta perspectiva, la historia cultural que Sagredo pone en práctica en este estudio permite investigar el “tránsito, la conexión, y la circulación de sujetos, objetos y abstracciones” (p. 17). Con esto, me parece, Sagredo aborda uno de los ejes centrales de la nueva historia intelectual que justamente incide sobre las formas de producción, recepción y circulación de textos.

Pero además de esta perspectiva culturalista y de historia transnacional, me parece que el libro que se comenta adopta también, como ya se dijo, una mirada hacia la nueva historia intelectual y de los inte lectua les, y hacia la historia del libro. Historia intelectual y de los intelec tuales en la medida en que explica y estudia las prácticas en torno a los impresos y las ideas contenidas en ellos, las sociabilidades literarias y, de alguna manera, sugiere el mundo de las redes intelectuales trasatlánticas de un grupo de bibliógrafos, con José Toribio Medina como “hombre guía” de éstas, empeñados en elevar el nivel educativo de las sociedades hispanoamericanas de la vuelta del siglo XIX al XX, una preocupación muy sentida por las élites intelectuales y políticas de este periodo. Otro objetivo de este grupo de bibliógrafos, en particular de J. T. Medina, era hacer ciencia local, en este caso desde Chile, centrada en el por entonces llamado “americanismo”. Una especie de subdisciplina de la historia que, apelando al contexto positivista de la época, se preocupaba por develar diferentes aspectos del proceso civilizatorio de las sociedades coloniales hispánicas, basándose para ello en sacar a la luz pública infinidad de documentación inédita de los archivos europeos y americanos.

El libro de Rafael Sagredo se concibe en función de dos grandes temáticas que le sirven para introducir la perspectiva de la historia cultural, intelectual y de los intelectuales, y la historia del libro brevemente descritas en los párrafos anteriores. Estas dos grandes temáticas le dan estructura al libro en función de dos partes: “Historia de un ¿hallazgo? J. T. Medina y los papeles de la Inquisición en América”, que contiene cinco capítulos y, “El bibliómano de J. T. Medina. Prácticas y representaciones bibliográficas”, que contiene otros cinco capítulos. El libro está precedido de una introducción en donde se esboza el método historiográfico que el autor sigue en su análisis.

En los cinco capítulos de la primera parte Sagredo investiga y analiza lo que en la narrativa de algunos documentos y textos de J. T. Medina aparece como, en palabras de Medina, “los papeles que descubrí sobre la inquisición en América” (p. 31). Esto cuando fue comisionado por el gobierno chileno para buscar en los archivos europeos documentación relativa a la historia de Chile. Así se dio este sentado “hallazgo” de los documentos relativos a la Santa Inquisición en América (Lima, México, Chile, La Plata y Cartagena de Indias), encontrados en el archivo de Simancas, aunque Medina también revisó archivos y bibliotecas de París, Madrid, El Escorial, Alcalá de Henares y el famoso Archivo de Indias de Sevilla. Todo lo cual, aunado a otros documentos, le permitió escribir la Colección de historiadores de Chile y los Documentos inéditos para la historia de Chile; sus bibliotecas Hispano-americana e Hispano-chilena; sus numerosas bibliografías americanas; sus recopilaciones con la producción de las imprentas coloniales; sus estudios históricos, biográficos críticos y bibliográficos sobre la independencia; sus trabajos sobre la literatura colonial; sus diccionarios, bibliotecas y bibliografías sobre diferentes temas y distintos formatos como el Diccionario de anónimos y seudónimos hispanoamericanos, la Biblioteca chilena de traductores, la Mapoteca chilena y la Cartografía hispano-colonial; la Literatura femenina, la Bibliografía extranjera de santos y venerables americanos. Esto muestra que estamos ante la presencia de un erudito de las letras e historiografía his pano ame ri ca na de la vuelta del siglo XIX al XX, como lo fueron Joaquín García Icazbalzeta y Alfonso Reyes (México), Miguel Antonio Caro y Manuel Ancízar (Colombia), Francisco de Paula González Vigil y Ricardo Palma (Perú) o el argentino Juan María Gutiérrez quienes, por sólo mencionar algunos, a lo largo y ancho de la geografía hispanoamericana del siglo XIX y primeras décadas de la centuria pasada, empujaron la vida intelectual, las letras, la historia y los libros en nuestro continente.

Con pruebas contundentes Sagredo muestra que no hubo tal hallazgo por parte de su personaje, puesto que muchos otros antes que él habían dado cuenta de la existencia de tales papeles sobre la Inquisición en América. Pero lo que sí es indudable, de acuerdo con el análisis adelantado por Sagredo, es que J. T. Medina fue muy influyente, por medio del redescubrimiento de dichos papeles y de los análisis y estudios que de ellos entregó a la historiografía de la época, para el conocimiento de la Santa Inquisición en el mundo his pa no ame ri ca no colonial. Para ello, entre otras fuentes analizadas, Sagredo se apoya en opiniones tan válidas como las que al respecto emitió en su momento el prestigioso humanista Marcel Bataillon, a propósito del prólogo que escribió a la reedición (1952) de la Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima que J. T. Medina había publicado en 1887. En dicho prólogo, el así llamado “príncipe de los hispanistas” afirmó, de acuerdo con Sagredo, que “con su texto el polígrafo había inaugurado la investigación documentada sobre aspectos recónditos de la vida criolla” (p. 31) y lo homenajeaba, de acuerdo con palabras de Bataillon, por ser “el descubridor de la rica cantera en que trabajamos todavía hoy” (p. 31). Rica cantera de trabajos sobre la Inquisición en América que permite a Sagredo ir más allá de ella para plantear un contexto que le da otra “vuelta de tuerca” al análisis sobre la importancia que, como arma historiográfica, algunos historiadores hispanoamericanos del siglo XIX esgrimieron en favor de las independencias de principios del siglo XIX y para, a lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX, deslegitimar la presencia de España en sus colonias americanas mediante la reafirmación y divulgación de la “Leyenda Negra” de esa presencia y, reafirmar la construcción de naciones libres e independientes; además de, con ello, alentar la hispanofobia no sólo entre algunos sectores de las élites sino también del pueblo. Efectivamente, Sagredo pone en perspectiva crítica y analítica estos argumentos de “Leyenda Negra” y de hispanofobia para darle un tinte político a los usos que de la Inquisición hizo el liberalismo hispanoamericano del siglo XIX en torno a la “cuestión religiosa” y la urgente necesidad de separación de la Iglesia del Estado. Un filón crítico y de modernidad que un compatriota de J. T. Medina, Benjamín Vicuña Mackenna, junto con otros liberales hispanoamericanos, se encargó de poner en el debate político de nuestro siglo XIX, de acuerdo con el análisis adelantado por Sagredo. En suma, lo que T. J. Medina encontró en torno a los documentos de la Santa Inquisición relativos a América no fue un descubrimiento como tal. Pero sí, de acuerdo con la propuesta analítica de Sagredo, un doble aporte científico según el cual, citando a Marcel Bataillon, T. J. Medina “descubrió un filón” mediante el cual “llegaremos a penetrar en la intimidad de la conciencia americana durante los siglos de su incubación” (p. 75), ofreciendo con ello, de acuerdo con el mismo Bataillon, “la ruta de la sociología religiosa retrospectiva” (p. 75) del periodo colonial hispanoamericano. En segundo lugar y, podría afirmarse, dentro de esta “sociología religiosa retrospectiva”, otra línea crítica que permitió a muchos contemporáneos de J. T. Medina del pensamiento liberal hispanoamericano decimonónico justificar las independencias y la separación Iglesia-Estado.

En la segunda parte del libro, “El bibliómano de J. T. Medina. Prácticas y representaciones bibliográficas”, Sagredo investiga los avatares del mundo escritural de los bibliógrafos, o al menos el de J. T. Medina y uno de sus discípulos, Fernando Bruner Prieto, así como las dificultades de orden material, como de naturaleza personal e íntima, para sacar adelante proyectos de tipo editorial. En este sentido, esta segunda parte del libro de Sagredo y sus cinco capítulos estudian estos avatares en torno a un libro que apenas conoció la portada y el prólogo, escrito por Medina a petición de su discípulo Bruner. Se trata del libro Notas bibliográficas sobre algunos incunables hallados en Chile. También son interesantes, en la perspectiva analítica de Sagredo, las consideraciones que hace en torno a la autopercepción y representaciones que las sociedades hispanoamericanas de la vuelta del siglo XIX al XX se hicieron del bibliógrafo/bibliófilo. Una autorrepresentación que partía, en el caso de J. T. Medina, de la figura del bibliómano que aparece en la famosa xilografía atribuida a Alberto Durero, en combinación con esa otra famosa ilustración, también presumiblemente de Durero, que pinta la nave de los locos y que sirvió de portada al libro de Sebastián Brant La nave de los locos, publicado en Basilea en 1494. La primera estampa y reflexión de los diferentes tipos de necedades y sus agentes, locos/necios, que aparecen en el libro de Brant, hace alusión justamente a “De los libros inútiles” y a su agente o poseedor, el bibliógrafo: “el primer danzante soy en el baile de los necios, pues sin provecho muchos libros tengo, que ni leo ni entiendo, se dice del que colecciona o se hace de muchos libros”, según se puede leer en el libro de Brant. La interpretación que Sagredo hace de la recomendación que J. T. Medina hizo a su discípulo Bruner Prieto para que introdujera en su libro Notas bibliográficas sobre algunos incunables hallados en Chile el grabado Inutilitas librorum, contenido en la Stultifera navis, de Brant, refiere a la “imagen del erudito ridículo” e inoficioso que, de acuerdo con Sagredo, era “Sujeto objeto de burla por su manía de coleccionar libros que no aprovecha, sátira de un quehacer, una práctica, una pasión, apreciada como ridícula, incluso inútil, por sus contemporáneos, y tal vez los de cualquier época” (p. 145). Pero no era solamente la alusión a la imagen del Inutilitas librorum, también lo era, como lo subraya Sagredo, la persistencia de los padres de J. T. Medina para que estudiara leyes, el desdén del Estado por la cultura y la apatía de la sociedad frente a los libros y la labor científica de los bibliógrafos. Condiciones éstas estructurales de las sociedades latinoamericanas de principios del siglo XX, que dificultaban la consolidación de un mercado para el libro, de apoyos suficientes para el desarrollo de la ciencia, de sociedades casi analfabetas, de una industria editorial casi inexistente. En suma, condiciones todas que impedían, para ese momento, la consolidación de un campo intelectual, científico, cultural y literario, a la manera de lo propuesto por Bourdieu y su teoría de los “campos”.

En esta segunda parte del libro Sagredo pone mucho énfasis en las prácticas de tipo cultural que estructuraban el trabajo intelectual de estos eruditos bibliógrafos. Sus cartas, sus rituales de interacción y las energías emocionales puestas en unas y otros, herramientas conceptuales éstas que hacen pensar en los análisis que Randall Collins adelanta en su magistral libro titulado Sociología de las filosofías. Una teoría global del cambio intelectual. Igualmente, Sagredo rescata para el análisis prácticas que tienen que ver con instancias y personajes que consagraban el trabajo intelectual; el viaje intelectual como una práctica fundamental en la consolidación de contactos, afianzamiento de redes intelectuales y búsqueda de documentos; los consejos del maestro hacia el discípulo como una práctica que orientaba el mejor quehacer escritural, intelectual, y de asegurar la calidad de los impresos que se habían emprendido. Desde la lectura realizada por el que escribe esta reseña, también se debe resaltar una preocupación central en la perspectiva crítica de este libro, que tiene que ver con las bibliotecas y su función social, tanto en el pasado, como en el presente.

Para terminar esta reseña quisiera señalar tres cuestiones más que me parecen fundamentales en este libro. La primera tiene que ver con un señalamiento que realicé al inicio de este texto en el cual afirmé que, además de historia cultural, la perspectiva metodológica que Sagredo adopta en su libro también tiene que ver con la historia de los intelectuales. En efecto, me parece que Sagredo traza en este libro un perfil, uno más, del mundo intelectual hispanoamericano de la vuelta del siglo XIX al XX. Se trata de un tipo de intelectual erudito, inmerso en el mundo de la bibliografía, de los incunables, del americanismo como línea historiográfica (por tanto, de la historia), de develar documentos para la posteridad, de búsqueda de contactos con los cuales dialogar e impulsar la ciencia local hispanoamericana. Un erudito que, como tantos otros en nuestro medio intelectual del periodo en estudio, batalló contra el Estado, contra sus contemporáneos, contra dificultades de todo tipo para allanar el terreno de la cultura, y del progreso, entendido en términos económicos sí, pero también del progreso cultural de nuestras sociedades.

Segundo señalamiento. En la emergente, aunque con fuerza, historiografía latinoamericana en torno a la historia intelectual de la región, una de las líneas de especial interés ha sido la de los impresos, su concepción, sus sucesivas interpretaciones, su circulación y sus usos. Muchos de los aspectos asociados a estos ejes de investigación son objeto de un interesante cruce entre la historia social, la historia cultural, la historia intelectual y la historia política, amén de reflexiones teóricas y metodológicas que vienen desde la sociología, la antropología y la crítica literaria entre otras disciplinas. Como Robert Darnton lo sugirió a inicios de la década de 1980 en su ya clásico artículo “¿What is the history of book?”, hay una cadena de actores sociales que, de distintas maneras, en diferentes etapas y escenarios, participan en la producción y circulación de los libros. Es lo que Darnton enuncia como “el circuito de comunicaciones” de un libro, que, de acuerdo con el historiador estadounidense, “va desde el autor hasta el editor (si es que el librero no cumple ese papel), el impresor, el expedidor, el librero y el lector”. A este circuito de comunicaciones del libro, Darnton agrega al análisis de la historia del libro, las relaciones de este circuito de comunicaciones “con otros sistemas, económicos, sociales, políticos y culturales. Sin proponérselo, me parece que Rafael Sagredo hace historia del libro que tiene muchas resonancias del modelo que Darnton expuso en aquel artículo en torno a qué es la historia del libro.

Tercer y último señalamiento. Tiene que ver con la “Biblioteca Americana” que José Toribio Medina legó a la cultura chilena y a la hispanoamericana. Tiene que ver, en general, con la importancia de las bibliotecas en el siglo XXI, como reza el título del libro que reseñamos. Es la biblioteca de un bibliófilo erudito que, como pocas, nos ha llegado a nuestro actual momento para complacencia del historiador y otros investigadores. Pienso en el caso de la Capilla Alfonsina que también nos heredó ese otro intelectual, erudito, bibliófilo y muchas cosas más que fue don Alfonso Reyes. Pienso en la Biblioteca Palafoxiana que también ese novohispano llamado Juan de Palafox y Mendoza heredó a la posteridad. Pienso en nuestras Bibliotecas Nacionales que atesoran incunables, primeras ediciones, documentos y colecciones de libros que guardan la memoria de nuestro trasegar cultural. Ése es el punto, las “bibliotecas como memoria”, tal y como Sagredo concibe la “Biblioteca Americana” de José Toribio Medina. Como Sagredo lo aclara al final de su libro, en el caso de esta biblioteca se trata de una “memoria parcial, fragmentada en cada uno de los impresos y documentos que contiene, pero memoria al fin, y por lo tanto fuente de un trabajo intelectual que se puede reconstruir y explicar” (p. 157). Seguramente en nuestro espacio cultural latinoamericano hay muchas más de estas bibliotecas que talantes como los de Juan de Palafox, José Toribio Medina y Alfonso Reyes, que lograron “construir”. En la era digital tenemos el compromiso de darlas a conocer, investigarlas, preservarlas y rescatarlas como “Memoria” de nuestra Historia.

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