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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 n.2 Ciudad de México Oct./Dec. 2021  Epub Oct 18, 2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i2.3956 

Reseñas

Sobre Benjamin T. Smith, The Mexican Press and Civil Society, 1940-1976. Stories from the Newsroom, Stories from the Street

Rogelio Hernández Rodríguez1 

1El Colegio de México

Smith, Benjamin T.. The Mexican Press and Civil Society, 1940-1976. Stories from the Newsroom, Stories from the Street. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2018. 366p. ISBN: 978146-963-808-9.


Las relaciones de la prensa mexicana con el poder, en cualquiera de sus manifestaciones (política, políticos, Estado, gobierno), ha sido un tema siempre atractivo no sólo por la extrema docilidad (o conveniencia, como se verá adelante) que demostró en los años centrales del siglo pasado, sino porque a partir de los años ochenta se ha vuelto enormemente crítica como oficio, pero también, al parecer, como respuesta a esa criticada cercanía. A pesar de la atención que se le ha prestado, todavía tiene muchos espacios y aspectos que siguen demandando estudios y análisis.

La obra de Smith es extensa (366 páginas en un formato mínimo, que si hubiera sido más generoso fácilmente habría superado las 500), en la que el autor repasa en ocho capítulos las peculiares relaciones entre la prensa y el poder, prensa nacional, pero también las de algunas publicaciones locales, que si bien reprodujeron (y con frecuencia ampliaron) las relaciones de la nacional, también dieron espacios a la crítica política y social. El trabajo está fundamentado en la consulta de archivos, tanto mexicanos como estadounidenses, y en la amplia bibliografía que hay sobre el tema y cuya extensión, recopilada en 24 páginas por el autor, no deja de sorprender.

Aunque ni el título ni el subtítulo del libro aluden a las relaciones políticas, éstas se encuentran presentes, inevitablemente tal vez, en la obra. Prueba de su inevitabilidad es que Smith dedica los primeros capítulos a reconstruir los vínculos de la prensa nacional con el poder, quizá el tema que más atención ha concitado en el análisis político de los medios escritos. Como ha sido conocido, los medios fueron de enorme utilidad al régimen autoritario y Smith proporciona suficientes, y muchas veces nuevas, evidencias de ello, pero lo destacado es que muestra con toda claridad que no fue, como la versión romántica afirma, una relación de censura y opresión.

Por el contrario, revela que el régimen no tuvo ninguna necesidad de censurar a los medios porque los dueños, editores y periodistas, en su enorme mayoría, coincidían política e ideológicamente con el régimen. La convergencia se completó con un amplio conjunto de medidas que, al tiempo que fortalecieron las relaciones, servían de controles indirectos: financiamiento; créditos baratos y casi nunca cobrados; papel seguro y accesible; préstamos individuales a dueños, editores y periodistas; ayudas personales, que podían ser lo mismo viajes pagados que casas, terrenos o inversiones; regalos de todo tipo y, desde luego, los pagos directos que, dependiendo de la posición, la importancia del medio y el periodista, podían duplicar o triplicar los ingresos mensuales.

Smith demuestra que esa relación fue indudablemente corrupta pero muy funcional y, sobre todo, de enorme conveniencia para ambas partes. En rigor, si el Estado sobornaba, siempre hubo periodistas que no sólo se dejaban sobornar, sino que lo hacían gustosamente. Por las páginas del libro aparecen varios nombres y sus aficiones: José Pagés Llego, dinero y alcohol; Rodrigo de Llano, fiestas y whisky; Manuel Buendía, suéteres de pelo de camello, y Julio Scherer (sí, Scherer, el inmaculado periodista), camisas de seda especialmente mandadas a hacer por Gustavo Díaz Ordaz. Otros, la mayoría, simplemente recibían dinero, como Ernesto Julio Teissier.

Smith dedica un capítulo a quien llevaría esta práctica y relación a extremos impensables, que el autor no duda en llamar gangsteriles, José García Valseca, dueño de un emporio periodístico que cubrió sobre todo los espacios locales. Con él, Smith muestra los excesos a los que esa relación funcional podía llegar: créditos, financiamientos, publicidad, pero también la práctica de chantajear a políticos, empresarios y gobernadores. Lo mismo con agresiones constantes, críticas frecuentes, exhibir debilidades personales, amenazas directas, e incluso apoyar movimientos sociales contra mandatarios para obtener no sólo publicidad sino pagos mensuales que garantizaran el ingreso personal y el mantenimiento de la cadena. Tan redituable fue la práctica, que García Valseca desarrolló un estilo propio y exitoso. El chantaje lo acercaba lo mismo al poder que al público, porque la forma de presentar las noticias lo hacía muy atractivo y vendible. Si bien el estilo de nota roja, espectacular y escandaloso, no fue inaugurado por García Valseca, sí lo llevó al extremo en sus periódicos. El público lo leía, más que por enterarse de la noticia, por morbosidad, y el político o empresario resultaba cada vez más debilitado, más dispuesto a acceder a los chantajes de García Valseca. Con la misma facilidad que el editor apoyaba movimientos sociales contra los gobernadores, los callaba cuando el mandatario reanudaba los pagos.

En esa línea, Smith destina dos capítulos a sendas publicaciones locales, una en Oaxaca y otra en Chihuahua. No es claro por qué esos periódicos y lugares, pero sí por qué aparecen. En realidad, el libro no es el análisis de un solo tema donde cada capítulo aborde un aspecto particular. El libro es, como indica el subtítulo, una recopilación bien presentada de historias particulares, vinculadas entre sí por su relación con el poder y la participación, directa o indirecta, de la sociedad. Si bien logra mostrar cómo las publicaciones de los estados tenían mayores libertades para exponer sus ideas y mantener relaciones más flexibles con el poder, también expone sus limitaciones. No sólo fueron publicaciones limitadas en circulación y pobre calidad en su fabricación, sino que, al menos en las dos que estudia, seriamente marcadas por la denuncia, más que por la información. Los periódicos El Chapulín (Oaxaca) y Acción (Chihuahua) fueron publicaciones que se ganaron su lugar gracias a la denuncia constante de fallas gubernamentales, abusos de autoridades específicas, corrupción de funcionarios, arbitrariedades, etc., acompañadas, al decir de Smith, de burlas, chistes, rimas satíricas y, al menos en el periódico de Chihuahua, frecuente apología de las guerrillas y el marxismo.

En una semejanza que no deja de ser llamativa, Smith expone cómo el estilo para acercarse y vincularse a la sociedad fue muy cercano entre este tipo de prensa, de denuncia o social, y la más corrupta de García Valseca: espectacular, satírica, de exposición de problemas. Nota roja, amarillismo, burlas y denuncia. Combinación para nada profesional y que remite a un dilema no resuelto en el libro y, en general, en los estudios sobre el tema, y que está constituido por los linderos entre la información y la denuncia. Más de una vez se asocia a la prensa crítica con la permanente denuncia y cuando ésta no aparece, o al menos no en la extensión deseada, es corrupta o favorable al régimen. Casi nunca se discute la calidad de la información que se publica y tampoco la importancia que tiene en un medio de comunicación. En el libro de Smith la asociación de la prensa con la sociedad siempre aparece en la denuncia, no en la información. Pareciera que sólo existe compromiso con la sociedad si hay crítica, exposición de abusos. Por supuesto que la autoridad ofrece más de una oportunidad para ello, pero no parece que pueda haber otra cercanía entre prensa y sociedad que no sea cuando hay problemas que atender.

Este tema lleva a Smith a presentar un largo capítulo sobre un periodista tan oscuro como las prácticas profesionales que mantuvo, Mario Menéndez y su revista ¿Por qué? Comienza con una lamentación: el cierre de la revista y la ausencia previa de Menéndez fueron desdeñados en su momento, y lo han sido en la historia del periodismo, por intelectuales e incluso por la misma izquierda a la que supuestamente pertenecía. Smith dice que es injusto porque Menéndez fue un pionero en la prensa. Adelanta, temerariamente, que eso se debe a que era un periodista formado en la prensa yucateca, prensa de provincia, no aceptada por la nacional, “cerrada y elitista”, y porque no aceptaba las “incestuosas” relaciones, marcadas por chismes y alcohol, que mantenían los periodistas de la capital (p. 116).

Con esta premisa, reconstruye la trayectoria de Menéndez: de familia adinerada y dedicada al periodismo (nada menos que fundadora del emblemático Diario de Yucatán), educado en escuelas católicas y privadas, y graduado en Estados Unidos, pasó al radicalismo tan decididamente que se afilió al Partido Comunista. En el periodismo primero practicó la simple denuncia de abusos sociales y, más tarde, se dedicó a publicitar a las guerrillas latinoamericanas y en especial a la cubana, con la que siempre presumió tener una gran cercanía. Smith reconoce que desde antes de ¿Por qué? Menéndez desarrolló un periodismo oscuro, amarillista, cercano a la nota roja, donde la denuncia de cualquier abuso determinaba la noticia. Más significativo porque se trataba de Sucesos para todos, una revista destinada a asuntos sociales, lo que demuestra que el amarillismo siempre fue un medio publicitario y no una forma de denuncia.

Su cercanía con las guerrillas latinoamericanas nunca convenció ni a la izquierda, que siempre sospechó de su sinceridad y que, más aún, lo acusó de ser un agente de la CIA, ni a las autoridades mexicanas, que lo veían también como agente, pero de la inteligencia soviética y cubana, que servía de correo y de intermediario para enviar dinero a los guerrilleros. Menéndez mismo contribuyó a las suspicacias porque combinó su izquierdismo guerrillero con el cuidado de su conservadurismo familiar. En ¿Por qué? construyó un periodismo de chismes alarmistas, de denuncia exagerada, aderezada con fotografías de cuerpos sangrantes. Tan exagerado, que muchos de sus mejores colaboradores abandonaron la revista en poco tiempo. La cúspide de su carrera llegó después de 1968, cuando convenció a algunos profesores y estudiantes de formar una guerrilla en Chiapas, los llevó a reclutar indígenas y los abandonó, hasta casi morir de hambre, mientras él pasaba largos descansos en la confortable casa familiar de Yucatán. Después de 38 largas páginas, lo único que queda en claro es que se trata de un periodista poco íntegro, voluble política e ideológicamente, alarmista y sobre todo de un gran oportunismo. Confirma, al final, que Menéndez no tiene los méritos para despertar un buen recuerdo en el periodismo mexicano.

El libro de Smith ofrece una visión novedosa de la prensa y sus complejas relaciones con la política. En su búsqueda de vínculos con la sociedad, recupera parcialmente otras manifestaciones populares tanto en la prensa misma (caricaturas, por ejemplo), como en el teatro de variedad, salpicado de burlas y parodias, en rimas que se imprimían en hojas sueltas y que se cantaban en bares y cantinas. El análisis que realiza de estas expresiones en los años del alemanismo, cuando el presidente y sus amigos expoliaron el presupuesto público, hicieron negocios por doquier y presumieron de excesos en fiestas, mujeres y alcohol, es una de las contribuciones más notables del libro. En medio de una prensa dócil, cuyos dueños, editores y más de un periodista, participaban de esos excesos, el fastidio social encontraba en las gacetillas, el escenario popular, en las burlas, la forma de manifestarse.

El tema de los medios de comunicación, en especial la prensa, es difícil de abordar. Los múltiples aspectos que entraña, con los grupos sociales y la política o el poder, obligan a los especialistas a desarrollar una agudeza en el análisis que distinga las funciones, las contradicciones y los beneficios recíprocos de esa compleja relación. Benjamin T. Smith ha escrito un texto que será, sin duda, de consulta obligada, porque ha intentado evadir el análisis específico de los vínculos políticos de la prensa, siempre riesgosos por las interpretaciones valorativas, mediante las relaciones que mantuvo con grupos sociales y que no siempre dieron paso a prácticas profesionales.

En este esfuerzo es de destacar que haya puesto su atención en la prensa de los estados, las más de las veces local, para mostrar cómo esas relaciones podían alcanzar libertades que no eran frecuentes en los medios nacionales. Y lo ha hecho consultando una amplia variedad de recursos, entre los que sobresale la revisión cuidadosa de archivos históricos.

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