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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.71 n.2 Ciudad de México Oct./Dec. 2021  Epub Oct 18, 2021

https://doi.org/10.24201/hm.v71i2.3952 

Reseñas

Sobre Paul J. Vanderwood, Agua Caliente. El patio de recreo de las estrellas. Mafiosos, magnates y artistas de cine en el centro de esparcimiento más grande de América

Israel Rodríguez1 

1El Colegio de México

Vanderwood, Paul J.. Agua Caliente. El patio de recreo de las estrellas. Mafiosos, magnates y artistas de cine en el centro de esparcimiento más grande de América. Schussheim, Victoria de. México: El Colegio de San Luis, El Colegio de Michoacán, El Colegio de la Frontera Norte, 2016. 522p. ISBN: 978-607-940-193-1. ISBN: 978-607-947-046-3. ISBN: 978-607-479-215-7.


El 20 de mayo de 1929, en un solitario paraje fronterizo, dos jóvenes maleantes decidieron asaltar un auto que se dirigía de Tijuana a San Diego. El vehículo transportaba las ganancias del centro recreativo más lucrativo de América (y, tal vez, del mundo): el Agua Caliente. Los ocupantes del auto que transportaba los bienes decidieron defenderse del ataque y abrieron fuego contra los asaltantes, quienes no dudaron en contestar la ofensiva. El chofer de la empresa murió y su acompañante quedó herido. Los ladrones (uno de ellos también lesionado) escaparon a San Diego donde, tras una intensa cacería, fueron finalmente aprehendidos. El fallido ataque, y la fiesta de balas en que terminó, apareció en prácticamente todos los periódicos de la Unión Americana y se convirtió en uno de los temas preferidos de la prensa sensacionalista: la mafia había llegado a la Costa Oeste y parecía atentar contra el lucrativo negocio del juego que crecía cada vez más del otro lado de la frontera con México.

En 1929, poco más de 11000 000 de personas cruzaron la línea desde Estados Unidos hacia México sólo por las aduanas de San Diego y Caléxico. A Tijuana entraron un promedio de 30000 personas al día. En ese, su primer año, el Agua Caliente registró ingresos por 5000000 de dólares. Por supuesto que no todos los que ingresaban a México lo hacían para acudir al famoso casino levantado en las agrestes tierras de Baja California. La mayoría de los que cruzaban eran trabajadores, familias, artistas callejeros o simples traficantes de alcohol que diariamente iban a Tijuana para ganarse la vida o para buscar un poco de diversión alcohólica en la ya mítica ciudad del pecado. Todos sabían (gracias al cine o a las revistas de chismes) de la existencia del Agua Caliente, pero pocos podían pagar una noche en su exclusivo hotel, apostar en su famoso casino o pasar un domingo en su campo de golf. No. Agua Caliente había sido pensado como un espacio para ricos y famosos. En él se daban cita lo mismo estrellas de Hollywood que acaudalados banqueros, diplomáticos, miembros de la realeza europea o ascendientes políticos del nuevo régimen mexicano.

El caso del frustrado asalto al transporte de este importante centro sirvió como hilo conductor al experimentado historiador Paul J. Vanderwood para hilvanar una compleja trama desarrollada entre México y Estados Unidos. En Agua Caliente… (traducción de su último libro, Satan’s Playground: Mobsters and Movie Stars at America’s Greatest Gaming Resort), Vanderwood utiliza el escenario de glamur, fama, riqueza y codicia de este famoso espacio para trazar una historia mucho más amplia. El centro de entretenimiento es observado por el autor como un caleidoscopio que muestra, en una compleja y fragmentada imagen, el resultado de muchas historias: la del éxito empresarial de los llamados “barones de la frontera” (Wirt Bowman, James Crofton, Baron Long y Abelardo L. Rodríguez) que vieron en el negocio del juego una novedosa mina de oro; la del avance de las leyes moralizadoras en Estados Unidos y el impacto que éstas tuvieron en la proliferación de centros de entretenimiento, hoteles, burdeles y bares en la frontera; el análisis de la construcción de la imagen del otro desde ambos lados de la frontera, en la que tanto tijuanenses como californianos veían a su vecino como un sujeto depravado dispuesto a pagar/cobrar por cualquier exceso; la fascinante historia del discreto pero constante avance de las mafias de Nueva York y Chicago hacia el cada vez más próspero estado de California; o la historia de cómo este crecimiento desmedido del negocio del juego y los excesos se convirtió en un auténtico polo de presión para los inestables gobiernos mexicanos de los años veinte y treinta. Todas esas historias terminaron por configurar a Tijuana (para su fortuna y para su desgracia) como el lugar predilecto al que mexicanos y, sobre todo, estadounidenses acudían en busca de un poco de diversión y relajación moral.

La edición original de esta heterodoxa obra historiográfica vio la luz en 2010, apenas un año antes de la muerte de su autor, ocurrida el 10 de octubre de 2011 en San Diego, California. Antes de escribir esta obra, Vanderwood había recorrido ya un largo camino como historiador del México rural de los siglos XIX y XX. Su primer libro, resultado de su tesis doctoral, fue el famoso Los rurales mexicanos (Fondo de Cultura Económica, 1982), en el que el autor logró mostrar la precariedad de la policía rural mexicana de la que tanto se enorgullecía el régimen porfiriano. Sin embargo, Vanderwood siempre criticó este trabajo por haberse quedado en la superficie institucional de la violencia rural en México. Por ello, con investigaciones posteriores de largo alcance, el autor logró penetrar cada vez más en la compleja historia de bandidos y disidentes del norte del país. Con Disorder and Progres. Bandits, Police and Mexican Development (1981), primero, y con The Power of God Against the Guns of Government (1998), después, el ya experimentado historiador profundizó cada vez más en una historia del norte de México habitada por fuertes caciques, importantes empresarios, ambiciosos bandidos y rebeldes milenaristas. La salvaje especificidad de la historia fronteriza se presentó cada vez para Vanderwood como un reto historiográfico.

Dentro de ese universo, la del casino de Agua Caliente es una historia, por lo menos, atípica, y Vanderwood la sabía. ¿Cómo explicar que en tan solo dos años (1928-1930) este centro de diversión se convirtiera en uno de los más grandes y famosos del mundo? ¿Qué condiciones permitieron su despegue y qué significó para la población de Tijuana albergar este espacio y convertirse en el epicentro del exceso, el juego y la diversión? ¿Qué ocurrió para que, a menos de una década de su inauguración (1935), el establecimiento tuviera que cerrar de manera intempestiva? ¿Cómo interactuaba este poder económico local con los gobiernos nacionales de Estados Unidos y México? Para resolver estas preguntas, el autor observa y explica al casino como una síntesis de su tiempo, como una conjunción de procesos: el lento crecimiento demográfico de Tijuana, cuya escasa población comenzó a multiplicarse a la sombra del negocio del juego y la vida nocturna; la historia de un San Diego provinciano y moralista desenvolviéndose entre dos poblaciones que crecían aceleradamente (Los Ángeles y Tijuana); la configuración de nuevos cacicazgos posrevolucionarios regionales, como los de Esteban Cantú o Abelardo L. Rodríguez, que le permitieron a la región fronteriza una relativa independencia para desarrollarse a la sombra del criticable negocio de los burdeles y los casinos.

Para lograr su objetivo, Vanderwood realiza un ejercicio historiográfico verdaderamente ecléctico. Las múltiples aristas de su historia llevaron al autor a realizar una amplia búsqueda en casi 40 archivos tanto públicos como privados, y a cotejar la información recabada con las notas de prensa o, incluso, con los recuerdos de los hijos o nietos de los protagonistas. Aunque en ocasiones el autor otorga un peso excesivo a la información aparecida en la prensa, adoptando de ella cierto tono sensacionalista, el contrapeso obtenido al cotejar con los datos de archivo ayuda al autor a configurar una historia de sutiles matices en la que se enfrentan los intereses de empresarios, políticos y delincuentes.

En ese sentido, la estructura y el estilo narrativo del libro son, sin duda, sus elementos más polémicos. Dividida en 23 capítulos, la investigación de Vanderwood presenta de manera alternada las historias de Tijuana, del Agua Caliente y del robo referido al inicio. Los capítulos dedicados al atraco ocupan, en realidad, casi la mitad del libro. En ellos seguimos los antecedentes biográficos, el juicio y la condena de los dos asaltantes de la frontera. Entre estos textos se intercalan capítulos que van y vienen en el tiempo para mostrar una escena intencionalmente fragmentada, episódica. A un texto sobre la veracidad de los dichos de los asaltantes lo sigue, por ejemplo, uno sobre la aparición del casino en algunas importantes películas de los años treinta, u otro donde se trata el debate mexicano sobre la prohibición de los juegos de azar. La intención, quizá, es que el lector elabore la compleja escena resultante con todos los elementos dados.

Esta estructura se traduce, a su vez, en un relato intencionalmente libre, que puede resultar sorprendente para los ortodoxos de la narrativa historiográfica. La historia del robo y el seguimiento de juicio se presentan como una fascinante mezcla de novela policiaca y cine negro. Recabando frases y declaraciones en la prensa y en las transcripciones policiales, Vanderwood no duda en dramatizar deliberadamente la historia, de por sí trágica, de los frustrados asaltantes. Dejando atrás un superado debate sobre los límites entre la historia y la literatura, el autor se avoca de lleno a construir esta fascinante historia con los elementos a la mano. Advierte cuando algún dato ha quedado fuera de su alcance, pero no duda en echar a volar la imaginación usando aquellos que tiene como seguros. No sólo eso. Como estrategia narrativa, sorprendente si se mira a la luz de la convención académica, el autor enfrenta al lector con la sorpresa de los datos erróneos o las declaraciones falsas, típicas de un juicio en el que los implicados se juegan la vida. Una versión de la historia se evidencia como falsa conforme se avanza en la lectura. Además, los protagonistas y los implicados, tanto en el robo como en la historia del casino, entran y salen de escena obedeciendo más a una intención dramática que a una estructura de explicación historiográfica. Aunque pueda resultar inquietante, esta decisión narrativa, que deja a la obra en un espacio intermedio que en momentos resulta confuso, indudablemente parte de la intención de mostrar el carácter atípico del objeto estudiado y de evidenciar lo fragmentario de la información que es posible obtener.

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