Jorge Ortiz Sotelo, capitán de fragata y doctor en historia, nos presenta una obra que conjuga y analiza las actividades navales realizadas por la Real Armada española en los territorios más australes del continente americano. El punto de arranque de su narración es el terremoto que devastó el puerto del Callao en 1746, situación que facilitó el desmantelamiento de la entonces denominada Armada del Mar del Sur1 y su integración definitiva, después de cuatro décadas de reticencia, a la nueva y única institución naval: la Real Armada. Si bien la atención recae, principalmente, en los espacios del puerto peruano del Callao y el Mar del Sur (es decir, el océano Pacífico, desde Panamá hasta el Cabo de Hornos), el estudio del autor evidencia claramente la conexión militar y organizativa que el apostadero mantuvo con la metrópoli ibérica y con otros espacios americanos, tanto en el Pacífico como en el Atlántico; todo ello para salvaguardar y defender las posesiones americanas del imperio español.
Así, a lo largo de su escrito subraya la importancia del control y defensa naval para efectos del comercio transoceánico y de la seguridad de los territorios imperiales, aspectos fundamentales para entender la posición de la corona española en el contexto europeo de expansión territorial y mercantil.2 No obstante, ello no impide que a lo largo de los nueve capítulos se toquen otros temas, además de los llanamente estratégicos-logísticos y de índole bélica. En buena medida, Ortiz Sotelo logra vincular la naturaleza militar de la Armada con la política (virreinal y metropolitana), la economía (sin limitarse a los contactos transoceánicos), la sociedad (trabajadores, comerciantes y autoridades locales están presentes) e incluso con la tecnología (pues ingenieros, carpinteros y pilotos son referidos en el texto), todos factores fundamentales para mantener esta institución en óptimas condiciones.
Considero que la obra está compuesta por tres secciones o momentos. Por una parte, en la introducción y el primer capítulo, el autor atiende a la organización de la Armada en su totalidad: las personas que la conformaron y la determinación de la cadena de mando, los barcos para efectuar tareas de exploración y defensivas, así como los espacios de operación, reposo, almacenaje y reparación, sin olvidar los medios dispuestos para el financiamiento de todo este entramado. Efectivamente, en todos estos aspectos aparecen conflictos y tensiones, sea por la preeminencia (o no) de la autoridad virreinal sobre aquella de los comandantes militares, o por los desacuerdos respecto a la mejor manera de utilizar y sostener el aparato naval. Asimismo, aquí se analizan todos los trabajos realizados en las instalaciones portuarias y, de gran importancia, el registro que se hacía de los individuos disponibles para ello, en la llamada Matrícula de Mar (en Perú al menos desde 1776). Como mencioné, los cuerpos de carpinteros y sus talleres fueron fundamentales para el mantenimiento de las naves (la maestranza). Igual de importante fue la labor de pilotos, la enseñanza náutica, así como la construcción de mapas y la participación de cartógrafos (aquí resalta el papel del piloto Andrés Baleato al crear el Depósito Hidrográfico de Lima). En esta sección también se hace hincapié en la institución del hospital naval y la injerencia e interés de la comandancia militar en su funcionamiento porque, cabe resaltar, a lo largo de la obra el autor repara en el alto número de muertes causadas por el escorbuto y por las pésimas condiciones sanitarias en las que los tripulantes de la Armada debían realizar sus misiones. Con todo este cúmulo de labores ejecutadas, la Real Armada logró participar, incluso, en el funcionamiento de la marina mercante, al menos cuando ésta requirió de alguno de todos los servicios prestados en el puerto y sus instalaciones; particularmente se hace referencia al caso de la Real Compañía de Filipinas, aunque el papel comercial de la Armada -si bien tangencial- no se limitó a ello.
La segunda parte corresponde a los siguientes ocho capítulos, donde el autor hace un recuento cronológico, táctico y pormenorizado de todas las actividades navales efectuadas en las cercanías del Callao o que de alguna manera se vinculaban con este sitio. Así resultan claros los nexos con las costas chilenas y aun las rioplatenses; por supuesto aparece Cádiz y la Península, llegando aun a incluir a Tahití y las Galápagos. Cabe mencionar que esta red de contactos incluyó a San Blas, puerto novohispano que buscaba extender el control marítimo del Pacífico hacia el hemisferio norte.3 Las relaciones entre los litorales del Pacífico podían tener, sí, un objetivo militar, pero también exploratorio y científico. Las distintas misiones correspondieron a una variedad de objetivos, y los enfrentamientos armados representan sólo una parte de éstos.
Ahora bien, para aproximarse al estudio del periodo que abarca la obra (de 1746 a 1824), el autor toma como hitos los principales enfrentamientos bélicos que ocurrieron en aquellas décadas. Es en función de ellos que presenta una propuesta de periodización. Las distintas guerras con Gran Bretaña marcan la pauta narrativa, luego aquellas con Francia, culminando con las operaciones efectuadas durante el proceso de independencia de los territorios hispanoamericanos. En este sentido, dichas circunstancias repercutieron en que dos factores se hicieran cada vez más determinantes en el espacio sudamericano, a saber, una creciente presencia extranjera y, con ella, un aumento de las prácticas de contrabando (sin olvidar los casos en los que participaron miembros de la Armada). Grosso modo, lo que expone el autor en estos apartados es la resistencia por parte del imperio español a la paulatina pérdida del control marítimo frente a sus enemigos -europeos y eventualmente hispanoamericanos-, las dificultades para solventar los gastos del extenso aparato naval y ultramarino, así como los obstáculos logísticos y de comunicación que trató de resolver la monarquía española, muchas veces sin éxito. De hecho, para hacer frente a las circunstancias de guerra, queda muy claro el papel que tuvieron los corsarios -naves privadas, pero al servicio de la corona- en el sostenimiento de las defensas americanas. Efectivamente, la capacidad de la Armada por sí misma pareció ser limitada, dando cabida a otros medios disponibles para la protección del Pacífico y el puerto del Callao.
Por último, la tercera parte la conforman los anexos que el capitán de fragata facilita a los lectores. Las listas de autoridades navales conviven con aquellas de los buques que de una u otra forma sirvieron en la Armada o cumplían misiones en el Callao. A esto se suma el recuento de buques extranjeros cuyo paso por esta zona del Pacífico llegó a registrarse; así, las naves mismas son sujetos por historiar. Glosario de términos navales, índice onomástico, toponímico y, de nuevo, de las naves, también están incluidos. Destacamos el cuarto anexo: “Transporte de valores en buques de guerra”, el cual refiere a los diversos montos de plata, oro, pesos y alhajas -tanto de particulares como de la Real Hacienda- que fueron transportados entre el Callao y la Península. La participación de la Armada como garante de los envíos de las rentas del rey, la regulación y características de estas prácticas, no están totalmente desarrolladas. No obstante, esto es una característica de la obra La Real Armada…, es decir, su aproximación más bien general. En buena medida, el texto de Ortiz Sotelo es una excelente introducción para profundizar el análisis de esta institución militar, entender su importancia y las cuestiones que implica su estudio, mismas que resultan en posibles temas por investigar y desarrollar. Si bien ofrece un marco de referencia y contexto de todos los agentes implicados (barcos, autoridades o espacios) y atiende las problemáticas más recurrentes e importantes, no deja de reproducir una narrativa centrada en lo táctico y desde lo local. Todo esto llama a seguir enriqueciendo la historiografía sobre el papel que jugó el poder naval hispánico en sus dominios ultramarinos.4