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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.69 n.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2020  Epub Sep 09, 2020

https://doi.org/10.24201/hm.v69i3.3698 

Reseñas

Sobre Stephen Castillo Bernal y Bertina Olmedo Vera, El cosmos y sus espejos. El tezcacuitlapilli entre los toltecas y los mexicas

Emiliano Ricardo Melgar Tísoc1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia

Castillo Bernal, Stephen; Olmedo Vera, Bertina. El cosmos y sus espejos. El tezcacuitlapilli entre los toltecas y los mexicas. México: Ediciones del Museo Nacional de Antropología, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2016. 116p. 38 ilustraciones, 2016, 120 pp., ISBN: 978-607-484-854-0.


Este texto escrito por Stephen Castillo, curador de la Sala Tolteca, y Bertina Olmedo, curadora de la Sala Mexica, ambos investigadores del Museo Nacional de Antropología, surge a partir de una ponencia sobre los espejos precolombinos llamados tezcacuitlapilli que ambos autores presentaron en la XXX Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología en 2014. El objetivo del trabajo se centraba en dilucidar si los espejos toltecas tenían la misma carga semántica que los espejos solares mexicas. Este trabajo está dividido en cuatro capítulos y representa una buena muestra de los discos con superficies reflejantes recuperados en excavaciones arqueológicas y sus representaciones en esculturas toltecas y mexicas.

El primer capítulo, titulado “Los espejos en el posclásico mesoamericano”, es el más amplio del libro, con 44 páginas. En él se abordan los espejos y la información que de ellos existe en los documentos históricos y las evidencias arqueológicas. También se describen las características morfológicas y los materiales que los componen, en especial la pirita, así como ejemplos de espejos hallados en contextos toltecas y mexicas. Las pocas menciones en las fuentes de estos discos son bien referidas y añaden la traducción que tendría la palabra tezcacuitlapilli o espejo dorsal a partir del vocabulario de Molina, compuesta por la raíz tezcatl, “espejo para mirarse en él”, y cuitlapilli “cola o rabo de animal o de ave”.

Destaca la propuesta de los cuatro tipos de discos de madera y turquesa que se usaron en Mesoamérica, debido a que en el medio académico muchas veces se manejan como un mismo tipo de objeto cuando no lo son. Para ellos, estos objetos se dividen en: pequeños discos menores a 5 cm de diámetro que consideran orejeras; discos entre 27 y 34 cm que llaman pectorales; escudos de guerreros de 30 a 40 cm, y espejos dorsales de 20 a 30 cm con un borde almenado y un espejo de pirita al centro. Precisamente el último tipo de disco es el tema central de este libro.

Después de una descripción detallada de los ejemplos de espejos en el centro de México, proponen que para los toltecas y los mexicas los discos dorsales se relacionaban con deidades calóricas y estelares, así como con la guerra. En el caso tolteca, con base en la iconografía de lápidas, pilastras y banquetas del Palacio Quemado, así como en el mosaico de turquesa y pirita decorado con cuatro serpientes de fuego (xiuhcóatl) hallado como ofrenda en la Sala 2 de esa estructura, los autores señalan que los discos se vinculan con los guerreros, el sacrificio, el fuego solar y la realeza; incluso mencionan que hay espejos humeantes que remiten a Tezcatlipoca. Destacan que los tezcacuitlapilli representaban el fuego solar, por lo cual su superficie debía ser brillante y reflejante: si empleaban pirita aludían al sol diurno y si era de obsidiana se trataba del sol nocturno.

También incluyen en su estudio otros ejemplos del Posclásico Temprano (900-1250 d.C.), como los discos de Chichén Itzá y Paquimé, así como las representaciones de espejos y discos en esculturas del Posclásico Tardío (1250-1521 d.C.), como en los atlantes mexicas inspirados en los de Tula, pero de menor tamaño, el disco de Chalco y el relieve de Tonatiuh. A partir de ello infieren que entre los mexicas los escudos de turquesa y los espejos dorsales estaban vinculados con el culto solar, los guerreros y el viaje cíclico de los astros al inframundo.

En el capítulo 2, titulado “El orden simbólico del universo humano”, de 13 páginas, los autores retoman ideas y propuestas de Claude Lévi-Strauss, Phillipe Descola y otros investigadores sobre la interpretación animista del universo y la carga semántica y simbólica con que se dota de significado a los objetos. De manera interesante emplean el animismo en la cosmogonía mesoamericana como la creencia en entidades espirituales que conectan los mundos de los humanos con los de los no humanos, las cuales tienen intenciones y un espíritu propio.

En el capítulo 3, “Metáforas y metonimias del tezcacuitlapilli”, de 17 páginas, señalan las metáforas solares de los espejos dorsales y la relación que tienen con la turquesa, material asociado con la guerra, el fuego, los meteoros y las almas de guerreros y dignatarios. Destacan a la Xiuhcóatl o serpiente de fuego/turquesa y su presencia en imágenes de códices y esculturas donde se celebra el Fuego Nuevo. A partir de ello consideran que el espejo central de un tezcacuitlapilli representa el lugar donde fue creado el Sol, mientras que los rayos solares son las divisiones de los discos, y el fondo del mosaico de turquesas sería el firmamento y el cuerpo de la Xiuhcóatl por donde viaja el astro rey. Así mismo, el dios del Sol y otras divinidades en su papel de guerreros, portan un disco dorsal a manera de espejo, que contrasta con las deidades telúricas y las relacionadas con la muerte, que llevan atado un cráneo en la espalda.

El cuarto y último capítulo es la “Discusión final”, donde se ofrecen un par de propuestas novedosas: una de ellas es sobre por qué algunos de estos discos están quemados, quizás debido a que se encendió un Fuego Nuevo sobre ellos rememorando la creación del Sol y su relación con la serpiente de fuego. La otra busca explicar la pérdida del brillo y reflejo de la parte central de estos espejos por procesos de deterioro naturales o alteraciones culturales, donde la pirita se vuelve opaca y amarillenta, lo que interpretan como la muerte simbólica del espejo y por extensión del Sol al perder la capacidad de reflejar o transmitir luz o calor. Finalizan señalando que el tezcacuitlapilli representa un elemento sagrado y animado que otorgaba vida al cosmos a través del Sol, aunque no encarnaba a un dios, pero sí a una entidad sobrenatural: la Xiuhcóatl.

Si bien el texto está bien documentado y desarrollan los temas de forma adecuada, hay algunos detalles en la información que requieren revisarse. Por ejemplo, el disco de mosaico que ilustran como orejera de turquesa es más bien un elemento decorativo del tocado en forma del glifo xihuitl que portan en su frente Xólotl y Quetzalcóatl en el Códice Borbónico, y Ehécatl en el Códice Telleriano-Remensis. En el caso de los dos discos de mosaico de turquesa de la Ofrenda 48 del Templo Mayor que los autores clasifican como pectorales, éstos parecen escudos si se toma en cuenta su combinación con placas de otros materiales para delimitar el borde y la similitud que presentan con discos mixtecos que cumplen esa función hallados en cuevas de Oaxaca y Puebla. También habría que precisar los materiales que conforman el disco de mosaico de la Ofrenda 99 del Templo Mayor que está decorado con siete dioses ataviados como guerreros, ya que indican que tiene teselas de turquesa y algunas de malaquita verde-azul y calcita blanca, cuando estudios publicados sobre este objeto, como Ruvalcaba et al., 2005 (“Estudio por DRX y haces de iones de teselas de un disco de turquesas del Templo Mayor de Tenochtitlan”, La ciencia de materiales y su impacto en la arqueología, vol. II, México, Academia Mexicana de Ciencia de Materiales, pp. 95-111) y Velázquez et al., 2012 (“The turquoise disk from Offering 99 at the Templo Mayor in Tenochtitlan”, Turquoise in Mexico and North America: Science, conservation, culture, and collections, Londres, Archetype, pp. 73-85), confirman que solamente se empleó turquesa y que las placas verdes y blancas son de esas tonalidades debido al deterioro. Tampoco se menciona el uso de hematita especular como material para los espejos entre los olmecas, y quizás sea este el mineral al que se refiere Sahagún como “piedra negra y mala”, llamada amo qualli, “para hacer espejos”, y no la obsidiana, que es iztli, como sugieren los autores. De igual forma hace falta incluir la existencia de espejos de pirita en el Formativo, como los hallados en Chiapa de Corzo y Tak´alik Ab´aj.

A pesar de estos pequeños detalles, el texto es una lectura recomendable para los interesados en los toltecas y mexicas y su cultura material, en especial los espejos dorsales.

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