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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 n.3 Ciudad de México Jan./Mar. 2017

 

Reseñas

Rafael Rojas, Historia mínima de la Revolución cubana

Jean François Prud'homme1 

1El Colegio de México, México

Rojas, Rafael. Historia mínima de la Revolución cubana. México: El Colegio de México, 2015. 201p. ISBN: 978-607-462-772-5.


La publicación del libro Historia mínima de la Revolución cubana de Rafael Rojas, de El Colegio de México, es oportuna. En efecto, la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos en 2015 marca el inicio del fin de un ciclo en la historia de ese país. El momento es ideal para analizar, en múltiples niveles, la concatenación de acontecimientos que marcaron la vida pública cubana durante la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del XXI. Estamos hablando, grosso modo, de un periodo que abarca el ciclo biológico de cubanos nacidos después de la segunda guerra mundial.

Antes de tratar con más detalle el contenido del libro, cabe resaltar que Rafael Rojas ha logrado cumplir de manera ejemplar las expectativas asociadas a la colección Historia Mínima. En 17 breves capítulos, da cuenta de modo ameno, y con un estilo sencillo y directo, de la compleja y accidentada historia política cubana de 1950 a 1976 y luego, en un último capítulo titulado "Después de la Revolución", que adopta más la forma de un ensayo, lleva su reflexión hasta el día de hoy. Cada uno de los capítulos presenta sintéticamente coyunturas y a veces temáticas asociadas a la gestación y consolidación de la revolución cubana. En la misma elaboración del capitulado, llama la atención el talento del historiador para recortar el tiempo en episodios concisos y marcar el ritmo no solo de la presentación de los hechos sino también de una lectura que incita al lector a querer seguir adelante. En pocas palabras, es un libro cautivante que logra hábilmente reconstruir lo que el autor llama "[...] una historia mínima de un fenómeno complejo y cambiante [...] llamado Revolución cubana" (p. 9).

Si bien el autor procura dar cuenta del cambio social, cultural, económico y político que se vivió en la isla durante dos décadas del siglo pasado (1950-1970) y lo hace bien, al final termina ofreciéndonos una historia esencialmente política en la cual hay una multiplicidad de personajes, organizaciones, ideas, proyectos, programas, coincidencias, conflictos y, a veces, instituciones que se despliegan en los ámbitos nacional e internacional. Más allá del mero relato de sucesos, hay también ideas de fuerza que guían la interpretación del periodo. De paso, aquí también se percibe el olfato del historiador para manejar la variable temporal y operar un recorte que contribuye a enriquecer la explicación de los hechos.

La primera idea que orienta el estudio es explícita: de entrada, el autor nos indica su intención de analizar el proceso del derrumbe del Antiguo Régimen y la consolidación del Nuevo Régimen en la Cuba de esa época. Hay aquí un toque tocquevilliano que nos invita a buscar no sólo las rupturas sino también las continuidades. Y en el fondo, aun si no lo dice el autor, estamos observando aquí un proceso peculiar en el cual las demandas democráticas contra un régimen autoritario caribeño tradicional terminan abrevando la consolidación de un régimen postotalitario de corte soviético. Esa línea de interpretación, que podría carecer de sutileza o tener tintes ideológicos en manos de un politólogo, adquiere en el libro una fineza que permite reconstruir en filigrana, de coyuntura en coyuntura, y con mucha sensibilidad, la secuencia de convergencias y desencuentros que permitieron el tránsito de un régimen a otro.

La segunda idea que está presente, esta vez de manera implícita en el texto, corresponde más desde mi perspectiva a la intención de recuperar algo que no ha sido suficientemente subrayado en la historiografía sobre la Cuba prerrevolucionaria y que tiene implicaciones evidentes en la interpretación de la Cuba contemporánea, como se puede constatar en el último capítulo del libro. Me explico. Cuando hace referencia al periodo prerrevolucionario y a los años de la guerrilla en la Sierra Maestra, el autor insiste mucho en dar cuenta de y recuperar la "[...] intensa vida pública cubana [...]" (p. 10). Luego, cuando analiza los dos primeros gobiernos revolucionarios (1959-1960), Rojas resalta la pluralidad de ideas y la intensidad de los debates en el seno del gobierno y su repercusión en la sociedad en general. No importa que la coexistencia entre miembros de la oposición civil e insurrectos de la Sierra Maestra haya terminado rápidamente con la exclusión de los primeros; en la sociedad "[...] ese conflicto se vivió como dos maneras irreconciliables de entender la misma Revolución" (p. 131). Más adelante, Rojas dedica un capítulo entero, quizá con menos éxito, a dar cuenta del debate sobre política económica que se extendió hasta la segunda mitad de los años sesenta: aun en el seno de la élite revolucionaria había opiniones y posturas distintas. En pocas palabras, a lo largo del texto hay un esfuerzo sostenido para ir más allá de una visión monolítica de la sociedad cubana y exponer un mundo plural y diverso, distinto del que la voluntad de control gubernamental y el relato oficial de la historia de la revolución cubana nos presentan: la sociedad es compleja y genera oposiciones a las imposiciones de los gobiernos. De ahí, podemos establecer una tenue línea de continuidad con las manifestaciones de resistencia y disidencia de los años más recientes.

En su introducción, Rafael Rojas nos dice que el proceso de gestación y consolidación de la revolución cubana se puede entender en dos periodos, uno que va de 1955 a 1959 y otro que se extiende hasta 1976, fecha en que se aprueba una nueva constitución socialista. Preferí leer el libro en tres tiempos: el de la gestación de la insurrección contra el gobierno de Batista (1952-1958); el de la instauración de los primeros gobiernos revolucionarios (1959-1969); y el de la consolidación de instituciones políticas y de programas de gobierno inspirados en el régimen de la Unión Soviética.

La primera parte del libro es fascinante: nos explica cómo "[...] una reacción política contra un régimen autoritario la dictadura de Fulgencio Batista, encabezada por un pequeño grupo de jóvenes de clase media" (p. 10), devino en una revolución que adquirió dimensiones insospechadas y casi míticas considerando el tamaño del país en que ocurrió.

Los siete capítulos dedicados al análisis de la insurrección se apoyan en fuentes diversas y bien aprovechadas: estudios históricos, testimonios individuales, prensa y documentos oficiales. Resulta difícil resumir en pocas palabras la madeja de acontecimientos descritos en ellos. En ese sentido, la hazaña realizada por Rojas al presentarnos de manera exhaustiva y concisa hechos complejos es admirable. Su relato se apoya en tres líneas narrativas.

Primero, con la recuperación de los antecedentes al golpe de Estado de marzo de 1952, el autor insiste en colocar este último en un contexto de cultura e institucionalidad republicanas en el cual no solamente existe un espacio público vigoroso sino también referentes institucionales importantes como la Constitución de 1940, unas instituciones políticas democráticas, partidos políticos como el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), una vida asociativa dinámica, experiencias de competencia electoral y, desde luego, una opinión pública que tenía que ser tomada en consideración. Esa recuperación es importante porque es la que permite mantener viva, a lo largo del libro, la idea de una sociedad cubana diversa y plural: es decir, había antecedentes democráticos.

Segundo, la caracterización de la dictadura de Batista que nos presenta Rojas es una construcción fina que sin nombrar las cosas logra ayudarnos a entender la vulnerabilidad del régimen: el porqué al final cayó tan rápidamente. Sin negar que los gobiernos de Batista usaron abundantemente la represión y la violencia como herramienta de poder, el autor nos muestra cómo en sus poco más de seis años en el poder el gobierno tuvo que enfrentarse permanentemente a una crisis de legitimidad que lo obligaba a buscar el diálogo con las fuerzas de oposición por lo menos con la civil y a revestir sus acciones arbitrarias con formas republicanas (la convocación de elecciones por más inequitativas que fueran, el restablecimiento de la Constitución de 1940, la amnistía a los presos políticos, etc.). Aquí también se reafirma la imagen de una sociedad que resiste y en la cual existe una cierta cultura republicana.

Tercero, la línea narrativa más interesante de esa parte del libro es, desde luego, la reconstrucción del movimiento de oposición a Batista: la oposición era plural y sus métodos de acción, diversos. Como bien escribe el autor: "La lucha pacífica y violenta contra el régimen batistiano fue disputada por dos generaciones de revolucionarios cubanos: la de los años treinta y la de los cincuenta" (p. 59). Por un lado, estaban los políticos tradicionales y organizaciones civiles que defendían desde Cuba o el exilio la legitimidad de la Revolución de 1940. Por otro, estaba "[...] la juventud de clase media y obrera, universitaria o afiliada a la base de partidos, como el Ortodoxo (que) tomó la iniciativa y resolvió enfrentarse con las armas al gobierno" (p. 32). Rafael Rojas tiene como propósito reconstruir la gestación y consolidación de un movimiento más complejo que la monolítica y lineal gesta insurreccional que suele reproducir la historia oficial cubana. Así vemos cómo se entremezclan las acciones de los unos y los otros para derrumbar al régimen, cómo se dan las negociaciones entre ellos, cuáles son sus objetivos estratégicos, cómo evolucionan sus respectivas ideologías y cómo, desde luego, logra imponer su hegemonía el liderazgo armado del Movimiento 26 de Julio, agrupado en torno de la figura cada vez más importante de Fidel Castro. Sin embargo, como bien lo subraya el autor, la legitimidad creciente del movimiento guerrillero de la Sierra logra asentarse no sólo por su eficacia militar, sino también por la labor de apoyo de la oposición pacífica en las ciudades.

El segundo subperiodo del ciclo analizado por Rojas se extiende desde mi perspectiva de 1959 a 1970 y da cuenta del proceso de transformación de una revolución nacionalista, humanista y socialmente reformista en un modelo de gobierno inspirado en la institucionalidad soviética del momento.

Primero, mediante el análisis de la formación y evolución de los dos gobiernos iniciales de la Revolución, asistimos a la "[...] pugna por el crédito del triunfo revolucionario y por la orientación ideológica de un proyecto político plural" (p. 95). El gobierno del presidente Manuel Urrutia, compuesto en su mayoría por políticos civiles, es rápidamente presa de conflictos en cuanto al ritmo e intensidad de las reformas y a la relación con Estados Unidos. Dura pocos meses: a raíz de una confrontación con Fidel Castro, Urrutia renuncia en julio de 1959. El segundo gobierno posrevolucionario, el del presidente Osvaldo Dorticós, con Fidel Castro que regresa a su muy brevemente abandonado cargo de primer ministro, está cada vez más conformado por comandantes o activistas civiles participantes de la insurrección armada y lleva a cabo reformas más radicales y estatizantes.

Los acontecimientos parecen reproducir un guión conocido de toma del poder por comunistas en un contexto de coalición con políticos liberales y republicanos. El lector piensa inmediatamente en Polonia o Checoslovaquia después de la segunda guerra mundial. Pero en el fondo es y no es el mismo proceso porque todavía la opción ideológica comunista no está afianzada en los nuevos dirigentes, como tampoco lo son sus medios de organización. Se trata más bien de la confrontación entre una legitimidad republicana civilista y una legitimidad revolucionaria hegemónica con fuertes rasgos jacobinos. El análisis detallado que efectúa Rafael Rojas de los desencuentros entre ambas opciones constituye un excelente material para reflexionar sobre la compatibilidad entre ambas formas de legitimación y, sobre todo, sobre el proceso de institucionalización de las revoluciones violentas.

De hecho, es el tema que sustenta la segunda línea narrativa de ese conjunto de capítulos. Ahí, Rafael Rojas reconstruye con el uso de declaraciones, proclamas, documentos y decisiones gubernamentales, la evolución ideológica del grupo revolucionario hegemónico y, en particular, de Fidel Castro. Vemos cómo la dinámica misma de los conflictos domésticos Rojas usa el término "guerra civil" e internacionales contribuyen a fortalecer el componente "comunista" del discurso y las políticas oficiales. El autor contrasta también un estilo de hacer política basado en el contacto directo el "diálogo" de Fidel Castro con el pueblo con los procedimientos de la democracia representativa: "La conexión con el pueblo era una forma de rechazar definitivamente el gobierno representativo y la convocatoria a elecciones" (p. 116). Reconociendo el "[...] enorme respaldo popular" de la Revolución, Rojas muestra cómo "[...] la Revolución, convertida en poder, era ya en un movimiento de masas, instrumentado por medio de las nuevas correas del Estado, que atravesaban toda la sociedad civil hasta el ámbito familiar" (p. 125). Sin embargo, si bien esa movilización de masas mediante las campañas por la alfabetización, la participación en la zafra o las concentraciones nacionalistas en contra de la intervención estadounidense contribuyó al incremento de la legitimidad revolucionaria, no lograba todavía imponer una visión uniforme del proyecto revolucionario, como lo mostraba la persistencia de grupos de oposición en varios sectores de la sociedad. La misma élite revolucionaria estaba sacudida por debates en torno al modelo de política económica (véase el capítulo "Entre el Che y Moscú"). Además, como lo muestra el erudito y bien logrado capítulo que trata del cambio cultural, existía una efervescencia creativa propia de los momentos iniciales de institucionalización revolucionaria, aun si ya se manifestaban los síntomas de voluntad de control y uniformización por parte del gobierno.

Tercero, en este segmento del libro, el autor presenta de manera hábil, amena y sencilla, el continuo entrelazamiento entre factores de orden doméstico e internacional. No es que no lo hubiera hecho en la primera parte del libro, pero en este caso, como es sabido, el reclamo nacionalista frente a Estados Unidos se inscribió rápidamente en el contexto internacional de bipolaridad propio de la Guerra Fría. Esa situación tuvo desde luego una influencia importante en la evolución de la ideología del gobierno revolucionario. De manera constante, el impulso jacobino de los primeros años de la Revolución fue canalizado en un proceso de institucionalización cuyo modelo se asemejaba cada vez más a la institucionalidad postotalitaria de la Unión Soviética de finales de los sesenta y principios de los setenta. Es el tema de la última parte del libro.

Rafael Rojas termina su estudio de la Revolución con el análisis de la creación y consolidación de las instituciones que, aunque hayan sido objeto de reformas en años recientes, han regido la vida política cubana desde 1976: el Partido Comunista Cubano­ creado en 1975, la Constitución socialista de 1976, la Asamblea Nacional del Poder Popular y el sistema electoral sui generis. El acercamiento con la URSS no solo se tradujo en una intensificación, benéfica en ese momento, de los vínculos comerciales mediante la integración al caem y en una inscripción geopolítica en una esfera de influencia propia del orden bipolar de la Guerra Fría, sino también en un proceso de institucionalización de estilo soviético. Como bien lo escribe Rafael Rojas: "El proceso de institucionalización del socialismo cubano y, sobre todo, su codificación institucional y penal generó la integración al Estado de la gran mayoría de la sociedad cubana, pero también un proceso de exclusión política que en los años siguientes se haría evidente de manera crítica" (p. 181).

En síntesis, la historia mínima de la Revolución cubana que escribió Rafael Rojas no sólo cumple con creces con los objetivos de divulgación propios de la colección en la cual se publica, sino que también nos ofrece en un modo refinado y sutil una interpretación original y distinta de todo el ciclo revolucionario, una especie de "genealogía del poder" para retomar la expresión del filósofo Michel Foucault. Es probable que en su afán de valorar el espíritu republicano y el vigor de la esfera pública en el periodo prerrevolucionario el autor exagere el arraigo y la solidez de la cultura democrática prevaleciente en el país en ese momento. Sin embargo, su interpretación de los hechos nos lleva lejos de la reescritura oficial de la historia nacional según la cual "[...] la historia de Cuba previa a 1959 es la prehistoria de la nación cubana y la posterior es, a perpetuidad, la historia de la Revolución" (p. 179). Es una razón adicional para leer el libro.

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