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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.64 n.4 Ciudad de México Apr./Jun. 2015

 

Reseñas

Aurora Gómez-Galvarriato, Industry and Revolution. Social and Economic Change in the Orizaba Valley

Dora Sánchez Hidalgo* 

*Universidad Veracruzana. México. dsanchezhidalgo@uv.mx

Gómez Galvarriato, Aurora. Industry and Revolution. Social and Economic Change in the Orizaba Valley. Mexico: Cambridge: Massachusetts: Harvard University Press, 2013. 351p. ISBN: 978-067-407-272-5.


Hasta muy recientemente, estudiar la participación de los trabajadores en la revolución mexicana implicaba hacer una historia del movimiento obrero. A diferencia de otros estudios, Aurora Gómez Galvarriato escribe la historia de las dos compañías textiles más exitosas que se fundaron en el Valle de Orizaba, Veracruz: la Compañía Industrial Veracruzana Sociedad Anónima (CIVSA 1896) y la Compañía Industrial de Orizaba Sociedad Anónima (CIDOSA 1889). Con esta investigación la autora busca responder preguntas fundamentales para explicar los efectos económicos de la Revolución en la industria textil mexicana y en la vida de los trabajadores de ese sector productivo.

Su argumento es que el impacto más trascendente que tuvo la Revolución en la industria textil no fue en su competitividad, productividad, rentabilidad o crecimiento económico. Aun cuando el proceso revolucionario sí afecto estos factores, la industria siguió siendo redituable y sorteó bastante bien la competencia internacional entre 1910 y 1930. El cambio más profundo fue en las relaciones entre el capital y el trabajo. Durante estos años, los trabajadores ganaron amplios márgenes de autonomía para presionar por hacer reales sus demandas laborales. Sin embargo, las repercusiones económicas negativas de este cambio se hicieron patentes en el ­desarrollo de la industria en el periodo posterior, sobre todo hacia la década de 1950.

Este resultado puede interpretarse como un error histórico del Estado posrevolucionario. Sobre todo porque, de acuerdo con la autora, otros países también fijaron escalas salariales en un momento de coyuntura (la crisis de 1929), pero las liberaron paulatinamente. En cambio, en México se mantuvo dicha política laboral reforzada por una política proteccionista. A partir de cómo evolucionó la relación capital trabajo, Gómez Galvarriato explica las razones por las cuales la industria textil no pudo competir a nivel internacional cuando esas barreras arancelarias cayeron hacia 1980.

Esta investigación cuenta con varias virtudes. Primero, como historiadora, pero con una sólida formación como economista, la autora tiene las herramientas metodológicas para un análisis profundo de las dinámicas de productividad, rentabilidad y competitividad de la industria; así como de las estrategias y lógicas internas de la compañía en el contexto económico internacional. La ­segunda virtud que destaca en el libro es el espléndido trabajo de archivo. La autora tuvo acceso a los archivos privados de CIVSA, lo que le permitió, por un lado, tener una perspectiva más objetiva de las dificultades y ambiciones de los industriales. Por otro estos archivos le abrieron la posibilidad de entender más a fondo la naturaleza de la fuerza laboral y las relaciones de producción.

Los nueve capítulos que conforman el libro pueden dividirse en dos grandes secciones de cuatro capítulos cada una, separadas por el capítulo 5, “Textile Workers and the Mexican Revolution”. La primera parte es el “antes” de la crisis política que derivó en la guerra de 1910. Aquí Gómez-Galvarriato muestra cómo los industriales e inversionistas de CIVSA entendieron las lógicas y prácticas de comercialización locales, para insertarse en la revolución industrial y aprovechar la expansión del mercado interno. La evidencia demuestra que esta industria logró producir telas con un alto valor agregado y satisfacer la demanda.

Acerca de este proceso de industrialización, el libro entra directo a un tema que en la historiografía del porfiriato ha sido tratado de manera muchas veces maniquea: la participación de los empresarios extranjeros en la industria. En el caso de CIVSA fue un grupo de migrantes -los barcelonnettes- provenientes de una región productora de textiles artesanales en Francia quienes impulsaron el crecimiento de la industria textil. Por sus características culturales y modus operandi crearon vínculos financieros con Europa; innovaron una estructura gerencial independiente de la producción, y muchas veces sus accionistas fueron quienes invirtieron en la empresa. Esto último los hizo menos dependientes del crédito. Otra estrategia para garantizar el crecimiento y la expansión de la industria fue separar los procesos de producción de los de comercialización y distribución. El camino para hacerlo fue la integración de otras fábricas textiles medias y pequeñas ubicadas en distintas regiones del país, ya fuera comprándolas o haciendo accionistas a los dueños. Esto les permitió articular la industria textil con una red que unía a las pequeñas fábricas y los mercados de consumo con las tiendas departamentales en la ciudad de México. Con ello sistematizaron la producción en economías de escala e introdujeron nuevas tecnologías que se adaptaran a las relaciones del capital y la fuerza laboral locales. De hecho, estas redes les permitieron enfrentar los retos que trajo consigo la guerra revolucionaria y las dificultades originadas en las crisis financieras y económicas mundiales de la década de 1920.

Pero el éxito de las compañías no se limitó a su crecimiento, competitividad internacional, expansión de su mercado interno y rentabilidad financiera. En el Valle de Orizaba también se conformó una fuerza laboral moderna. La autora explica cómo cuando se fundaron CIVSA y CIDOSA en México ya existía una oferta de mano de obra con experiencia en la industria, muchas veces con una tradición familiar. Al abrirse las oportunidades en el Valle de Orizaba, los trabajadores llegaron de distintas fábricas ubicadas en otras regiones del país. Para la autora, fue en los pueblos fabriles que empezaron a crecer a raíz de los campamentos donde los trabajadores crearon nuevos lazos que los identificaron como obreros con aspiraciones de movilidad social.

Gómez Galvarriato estudia cómo se dio esa identificación primero a nivel discursivo y cultural, y después en la conciencia política que llevó a los trabajadores a organizarse para tomar acciones concretas. Fue entonces cuando los trabajadores experimentaron un cambio al identificarse como “obreros” y ya no como “operarios”. Este cambio de significado transformó su lucha por mejorar las condiciones laborales en la fábrica en una participación política más activa en cuanto a la crítica del gobierno de Porfirio Díaz. De acuerdo con la autora, entre 1903 y 1906, estos fueron los trabajadores que sin tomar las armas ganaron derechos y beneficios, no como dádivas del gobierno, sino como resultado de su organización. De manera que los trabajadores de Orizaba no lucharon contra la empresa -o el capital en todo caso- porque no querían destruir su fuente de trabajo. Si bien esta experiencia de participación más directa empezó durante los últimos años del porfiriato (muestra de ello es que al poco tiempo de haberse fundado la compañía los trabajadores iniciaron una serie de huelgas), en realidad sus márgenes de autonomía no se ampliaron sino hasta la Revolución.

La crisis política, la represión y la caída del régimen radicalizaron las acciones de algunos de los líderes obreros. Lo que mantuvo la fuerza del movimiento fue su experiencia para organizar huelgas, presionar y negociar con los dueños de las fábricas, reforzando con ello su posición estratégica ante las diferentes facciones revolucionarias. Los trabajadores también supieron aprovechar las ventajas geopolíticas que les daba su ubicación en el camino México-Veracruz, así como la primacía de CIVSA y CIDOSA en la industria textil.

En la segunda parte del libro, la autora explica la manera en que estas estrategias de los trabajadores se entretejieron en dos niveles de la política laboral de los regímenes revolucionarios y sus efectos en la relación entre capital y trabajo. En esta sección ella hace un excelente trabajo histórico, pues logra resolver viejas preguntas sobre los procesos de cambio y continuidad en las estructuras políticas y económicas del Estado mexicano posrevolucionario. Primero deconstruye el mito de Río Blanco como la primera huelga netamente obrera, para después explicar la importancia simbólica y política que este hecho tuvo en la legitimidad del movimiento obrero en general, y para los trabajadores del Valle de Orizaba en particular.

En cuanto a las continuidades y cambios en las compañías durante el proceso revolucionario, la autora estudia cómo los directores de CIVSA y CIDOSA equilibraron la productividad para superar los problemas de financiamiento y costos de producción. De acuerdo con la autora fue en las negociaciones entre las compañías, los gobiernos revolucionarios y los trabajadores, donde se tomaron decisiones para mantener el crecimiento de la productividad a un nivel que evitara la insolvencia de la compañía. En un primer momento, el camino en esa dirección lo marcaron las negociaciones salariales, las luchas por mejorar las condiciones de trabajo dentro de la fábrica y los acuerdos para reducir las horas de trabajo. Por lo menos hacia finales de la década de 1920, la decisión de fijar una escala salarial rígida respondió en principio a razones económicas. Los tres actores -el gobierno, los industriales organizados y los trabajadores- llegaron a este acuerdo porque buscaban resolver problemas coyunturales. Para los últimos este acuerdo era una forma de proteger el empleo, para los segundos les ayudaba a no cerrar sus fábricas más afectadas, y para el gobierno era el modo de evitar el descontento social. Sin embargo, conforme se prolongó el conflicto entre facciones revolucionarias, las presiones por mantener las tarifas proteccionistas y por limitar las innovaciones tecnológicas derivaron en el estancamiento para la industria. En el mediano plazo la política proteccionista también encareció los precios al consumo.

Entre las resistencias para cambiar esta política, la autora encuentra que, conforme pasaba el tiempo y la tecnología se hacía cada vez más obsoleta, el riesgo de inversión aumentaba. Si bien esta situación se hizo más delicada debido a los acuerdos para evitar reducir el número de trabajadores y con ello mantener el ritmo de crecimiento de la productividad, el problema para las compañías no se resolvería con despidos. El éxito de una posible modernización dependía más bien de la capacidad para regular las relaciones entre capital y trabajo. De acuerdo con la autora, cambiar esta relación aún era posible en 1958; para ese año, un estudio de Nafinsa mostraba que la inversión necesaria para modernizar la industria era un porcentaje muy bajo de la inversión anual agregada en el país, y que los trabajadores despedidos podían ser absorbidos en otros sectores (p. 262). Pero esto no sucedió.

Entre los más acérrimos opositores a la modernización estaban los dueños de las pequeñas fábricas que operaban con la maquinaria más vieja y dependían de políticas proteccionistas. Aunque por razones distintas, CIVSA y CIDOSA también empezaron a paralizarse ante los riesgos que implicaba invertir en maquinaria sin poder reducir los costos de producción. Argumentaban que el riesgo se hacía cada vez mayor porque la nueva regulación laboral en términos de salarios, cuotas por despido y cargas de trabajo, tal como estaban pactadas, era un obstáculo para la modernización. Por su parte, durante los años más álgidos de la movilización social de los primeros regímenes postrevolucionarios, los trabajadores del Valle de Orizaba tampoco tuvieron mucho éxito para consolidar acuerdos nacionales que permitieran flexibilizar los esquemas salariales. A nivel local, en cambio, sí lograron mantener avances importantes en cuanto a servicios urbanos, participación política y derechos a la educación y la salud.

Este libro será sin duda bienvenido tanto por los historiadores­ económicos que se preocupen por cambios de tipo estructural, como por historiadores sociales que busquen complejizar su comprensión de procesos de producción y productividad. Otra aportación del libro para la historia social es que ayuda a dibujar los límites entre las realidades económicas y los intereses de la política laboral. Aun cuando la autora no desarrolla cómo fue esta tensión más allá de 1950, sí muestra cómo los efectos negativos que se desprendieron de las decisiones políticas en las dinámicas de producción y productividad se agravaron hacia 1980. En principio el corte temporal del análisis puede ser problemático, pues no es claro si las limitaciones para flexibilizar los esquemas salariales respondieron a la falta de voluntad política de quienes llegaron al poder, o a la incapacidad del sector productivo del país para absorber los excedentes de mano de obra en otras industrias. Sin embargo, la autora deja abierta la puerta para otros investigadores. Sobre todo porque en términos metodológicos Industry and Revolution abre la posibilidad de comprender la relación entre capital y trabajo en otros espacios y temporalidades desde una perspectiva completamente distinta. Asimismo, aunada al sofisticado análisis económico del proceso de industrialización, la narrativa de Gómez Galvarriato revela una historia que interesará tanto a los especialistas como a quienes busquen comprender los alcances sociales de las luchas obreras durante la revolución mexicana.

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