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Estudios sociológicos

versão On-line ISSN 2448-6442versão impressa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.40 no.spe Ciudad de México  2022  Epub 22-Set-2023

https://doi.org/10.24201/es.2022v40.2318 

Reseñas

Barracoon: The Story of the Last “Black Cargo”

Martin Jesper Larsson1 
http://orcid.org/0000-0002-8996-3772

1Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), San Andrés Cholula, México, martin.larsson@udlap.mx

Neale Hurston, Zora; G. Plant, Deborah. 2018. Nueva York: Amistad, 208p.


No ocurre todos los días que un texto antropológico termina en la lista de The New York Times de los libros más vendidos. Sin embargo, eso sucedió en 2018 con Barracoon: The Story of the Last “Black Cargo”, de la escritora Zora Neale Hurston, una afroamericana que, antes de volverse antropóloga en los años de 1920, dirigida por Boas, tuvo aspiraciones literarias como novelista. ¿Cómo pudo su obra alcanzar un público tan amplio, al mismo tiempo que logró despertar el interés académico, sobre todo de antropólogos? Para responder a esta pregunta, en esta reseña destacaré cuatro aspectos: 1) su relevancia metodológica; 2) su relevancia política; 3) su relevancia teórica, y 4) su estilo narrativo.

Barracoon es una entrevista llevada a cabo a finales de los años de 1920 del siglo XX, con la persona que en aquel entonces se suponía la última sobreviviente de la esclavitud en los EEUU1. Es una historia extraordinaria que nos brinda una perspectiva personal de uno de los procesos más trágicos de la humanidad: el tráfico de esclavos entre África y América.

La autora nos lleva a la casa de Oluale Kossola (o Cudjo Lewis, como le pusieron al llegar a los EEUU) en Africatown, Alabama, y nos deja escuchar al protagonista contar su propia historia sin muchas más interrupciones que las que marcan el fin de un capítulo y el inicio de otro -interrupciones presentadas de tal manera que parecen seguir las que hacía Kossola, cansado de hablar, o pensando en algún recuerdo que acababa de mencionar. (Sobre la autenticidad de esta narración, véase la dis- cusión de Plant en el Afterword del libro.) Kossola empieza su historia en África, en lo que hoy es Benín, donde dibuja su posición social con pinceladas rápidas, a través de referencias a su padre y a su abuelo, su matrimonio y la construcción de su casa. Así mismo menciona la presencia de la esclavitud local y sus lazos con el comercio transatlántico. Kossola explica que la forma de volverse esclavo era a través de las guerras, y fue así que él también terminó como esclavo (si bien la guerra que menciona se asemeja más a una redada cuya finalidad era secuestrar personas para venderlas como esclavos a europeos o estadounidenses, que a un enfrentamiento entre combatientes). En su caso, fue vendido a un capitán de los EEUU, quien había desafiado la prohibición de traficar esclavos -prohibición que en aquel momento llevaba ya medio siglo-. Kossola, junto con otras 109 personas, cruzó el Atlántico en 1859 para nunca regresar a su tierra natal.

En los EEUU tuvo que trabajar arduamente en las plantaciones, aunque -según Kossola- su dueño era “un buen hombre”, no tan duro como otros dueños de esclavos. La narración sobre este tiempo en realidad ocupa un lugar marginal: se enfoca mucho más en el tiempo antes y después de los años como esclavo. Ni siquiera gasta más de un par de frases sobre el momento de su liberación, si bien indica algo decisivo en cuanto a su futuro: la ausencia de una planeación de cómo los esclavos liberados se pudieran insertar en la sociedad estadounidense.

Know how we gittee free? Cudjo tellee you dat. De boat I on, it in de Mobile. We all on dere to go in de Montgomery, but Cap’n Jim Meaher [el dueño de Kossola], he not on de boat dat day. Cudjo doan know (why). I doan forgit. It April 12, 1865. De Yankee soldiers dey come down to de boat and eatee de mulberries off de trees close to de boat, you unnerstand me. Den dey see us on de boat and dey say ‘Y’all can’t stay dere no mo’. You free, you doan b’long to nobody no mo’.’ Oh, Lor’! I so glad. We astee de soldiers where we goin’? Dey say dey doan know. Dey told us to go where we feel lak goin’, we ain’ no mo’ slave (Hurston, & Plant, 2018, p. 62).

A pesar de la felicidad de ser libres, entonces no era nada claro qué ocu rriría después de ese momento. Kossola y sus amigos soñaron con regresar a África, pero el costo era imposible de pagar, y por tanto terminaron construyendo una comunidad en un terreno que había sido de uno de los dueños de esclavos, que tenían que pagar como pudieran. Sin ningún tipo de apoyo o protección institucional, Kossola y los otros esclavos liberados se enfrentaban a constantes dificultades. Del mismo modo, sus hijos desde pequeños tuvieron que lidiar con burlas racistas. Kossola vio morir a sus seis hijos, uno por uno, por diferentes causas; también sobrevivió a su esposa, quien al igual que él había sido prisionera en el Clotilde.

Con este tipo de historias, podríamos pensar que sobra cualquier elaboración teórica, y fue precisamente por lo que optó Hurston. Lo que le interesaba era dar a conocer la historia de Kossola como parte de un proyecto político más amplio, de visibilizar y valorar la historia de los negros en los EEUU. Esa elección vuelve el libro un archivo histórico más que un texto antropológico como normalmente se concibe hoy-es decir, como una discusión enfocada en cuestiones conceptuales, basada principalmente en la observación- pero también posibilita su uso en discusiones contemporáneas, tanto en la academia como fuera de ella.

El primer punto tiene que ver con la relevancia metodológica del libro. Autores como Durrani (2019 y 2021) y Bolles (2019), por ejemplo, han argumentado que Hurston tiene mucho que enseñarnos sobre cómo establecer una relación entre investigadores y las personas con quienes trabajamos los antropólogos. Para ellas, Hurston presenta un texto en el que se respetan los silencios y los tiempos de Kossola, sin imponer lectura de lo que escucha la autora -a pesar de no estar siempre de acuerdo con las ideas que Kossola expresa sobre la esclavitud-. Durrani sugiere que en las fotografías que le tomó a su entrevistado esto también se refleja; subraya cómo ella dejó que Kossola decidiera cómo vestirse y dónde retratarlo2.

A través de esa relación respetuosa entre la investigadora y el entrevistado, no resulta demasiado forzado ligar el libro con la crítica sobre la autoridad etnográfica, que empezó a circular de manera más extensa con la publicación de Writing Culture (Clifford, & Marcus, 1986), es decir, medio siglo después de que se llevaran a cabo las entrevistas para Barracoon. Sin embargo, hay aspectos de la representación que hace Hurston de Ko. ssola que indican que estamos en un tiempo donde las discusiones sobre la autoridad etnográfica no ocupaban un lugar natural en la antropología.

Si podemos leer el amplio espacio que se le da a Kossola como resul tado de una reflexión ética justamente sobre la representación de los sujetos con quienes trabajamos, también es posible entrever una tensión en las decisiones de Hurston. Lo que llama la atención -después de décadas de discusiones sobre representaciones etnográficas y sobre reflexividad- es que la autora representa el acento de Kossola a través de una escritura centrada en la fonética, mientras que utiliza la ortografía del inglés estándar para plasmar su propia voz.

No queda muy claro por qué hace esa distinción, pero resulta problemático justamente por el supuesto respeto hacia Kossola. Esto resulta llamativo cuando la autora nos indica que Kossola quería ser fotografiado con traje, no con su ropa cotidiana (si bien no quería utilizar zapatos en la foto). Aquí se entrevé un deseo de ser percibido como una persona “formal”, con lo que cabe preguntar qué nos asegura que Kossola no hubiera preferido que sus palabras se escribieran con una ortografía del inglés estándar. Y, por otro lado, si el deseo de Hurston era acercarnos a algo que se asemejara más a “la realidad”, ¿por qué la autora (o la editora) no nos comparte ninguna fotografía de su apariencia cotidiana? Lo que vemos aquí, en otras palabras, es una tensión complicada entre ideales de autenticidad y proyección idealizada, que resulta notable si nos queremos inspirar en la obra de Hurston, tal como sugieren Durrani y Bolles.

Esta tensión de hecho es algo que regresa en el segundo punto destacable de la obra: su relevancia política. El propósito de Hurston era formular algo útil en este sentido, pero el resultado fue bastante limitado en su tiempo (Sexton, 2003, p. 192). A la hora de publicarse, en 2018, esa utilidad resulta más evidente. Su aparición coincide con la gestión de lo que se ha denominado “el segundo movimiento de derechos civiles” (second civil rights movement)3, con protagonistas como Black Lives Matter, surgido en relación con casos emblemáticos como el asesinato de Michael Brown en 2014 por un policía en Ferguson, Misuri, y el asesinato de George Floyd en 2020, en Mineápolis, Minesota, de nuevo a manos de un policía.

Desde esta perspectiva, Barracoon puede fácilmente leerse como un testimonio de la larga historia detrás de los conflictos “raciales” contemporáneos en los EEUU, entre blancos y negros, claramente insertados en relaciones imperialistas y colonialistas que no se borraron con la simple decla- ración de la liberación de los esclavos a finales del siglo XIX. Incluso el hecho de que no se haya publicado hasta 2018 nos podría indicar algo sobre el contexto político del último siglo en los EEUU. Como han sugerido Hirsch (2018), Plant (2018) y Durkin (2019 y 2020), un punto de partida natural para entender por qué no sucedió (y por qué no ha llegado a formar parte del canon antropológico) es el mismo racismo que Hurston intentaba desmontar a través de la búsqueda de historias que pudieran proyectar una mejor luz sobre los negros.

Así, el texto puede aparecer como un tesoro deliberadamente escondido por un tiempo que se cegaba por sus prejuicios de género y color de piel, y que manda un mensaje a quienes hoy llevan a cabo luchas políticamente significativas sin recibir el reconocimiento adecuado: “llegará a su tiempo”.

Efectivamente, la escritura que empleó Hurston, centrada en la fonética, fue un problema para la editorial con la que negociaba Hurston (Viking), lo cual podría apoyar ese tipo de lectura. Sin embargo, un hecho igual de problemático probablemente fue que Barracoon terminó de escribirse prácticamente al mismo tiempo que empezó la Gran Depresión, lo cual llevó consigo que el interés público estuviera centrado en otros temas (Plant, 2018, p. xxi-xxii). Con ello, la historia de la publicación de Barracoon más bien se inscribe en la misma historia compleja que se retrata en la entrevista con Kossola. Si Hurston tenía la idea de que su libro aportaría algo a la lucha de los negros en los EEUU, en la entrevista con Kossola aparecían cosas que podrían dificultar ese tipo de uso, como la idea citada arriba de que el dueño de Kossola era una buena persona, o que los mismos africanos estaban involucrados en el comercio de esclavos.

A Hurston le costaba mucho aceptar esos datos, y se nota como chocan con sus ideas en la introducción del libro, al mostrar de nuevo el conflicto entre los ideales políticos de Hurston y su interés por datos empíricos. Por ejemplo, Hurston menciona que los dueños de esclavos los volvieron animales al comprarlos, al negar su valor intrínseco como seres humanos, lo cual contrasta con la percepción de Kossola de su dueño como un buen hombre. A pesar de estas contradicciones, el hecho de que Hurston no haya filtrado la riqueza de la experiencia por teorías capaces de ordenar cada actor y cada acto en un esquema sencillo, hizo que creara una historia en tres dimensiones (cf. Threadcraft, 2018).

Si ese tipo de historiografía 3D puede llegar a constituir un obstáculo para avanzar agendas políticas ya formuladas, su mérito es que crea un espacio para seres humanos de carne y hueso, que es justamente el tipo de espacios fértiles para el tercer aspecto que quiero destacar: la relevancia del libro para discusiones teóricas contemporáneas. Por ejemplo, Marcus Croom (2020) ha utilizado el libro para hacer un análisis de cómo Kossola conceptualizaba “raza” de diferentes maneras durante su vida (como algo sin sentido; como un adjetivo social, y como una diferencia vivida sin fundamento racional). Pero también podemos conectar la percepción positiva de un dueño de esclavos, expresada por Kossola, con propuestas sobre el racismo como algo que ocurre en un espacio entre cuidados y violencia, como han propuesto Wade y Hartigan, y no sólo como el resultado de relaciones jerárquicas marcadas por la violencia (Venkatesan, 2019).

Juntos, los tres puntos-la relevancia metodológica, política y teórica de Barracoon- muestran ingredientes útiles para que un texto tenga la capacidad de sobrevivir a su propio momento, regresar a las discusiones académicas, y alcanzar un público más amplio. A esos tres puntos, sin embargo, hay que agregar un cuarto que sólo he indicado de manera indirecta hasta ahora: la narrativa misma. A pesar de los problemas señalados, la narrativa de Hurston tiene la capacidad de generar la sensación de un encuentro inmediato con una persona cuya vida entera fue afectada por uno de los procesos históricos centrales del mundo moderno. Ese poder narrativo en sí mismo hace de Barracoon una lectura inolvidable.

Referencias

Bolles, Lynn (2019). Book Review: Barracoon. Journal for the Anthropology of North America, 22(1), 43-44. Recuperado de https://doi.org/10.1002/nad.1208 [ Links ]

Clifford, James, & Marcus, George E. (1986). Writing Culture: The Poetics and Politics of Ethnogaphy. Berkeley, Los Ángeles y Londres: University of California Press. [ Links ]

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Durrani, Mariam (2021). Para una revisión crítica del pasado de la Antropología. Antropología Urbana. Recuperado de http://urbanalogia.blogspot.com/2021/06/pasado-antropologia.htmlLinks ]

Hirsch, Afua (2018). Why the Extraordinary Story of the Last Slave In America Has Finally Come to Light. The Guardian, 26 de mayo. Recuperado de https://www.theguardian.com/books/2018/may/26/why-the-extraordinary-story-of-the-last-slave-in-america-has-finally-come-to-lightLinks ]

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Sexton, Genevieve (2003). The Last Witness: Testimony and Desire in Zora Neale Hurston’s “Barracoon”. Discourse, 25 (1/2), 189-210. Recuperado de https://www.jstor.org/stable/41389670Links ]

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1Como ha mostrado Durkin (2019 y 2020), al momento de hacerse la entrevista había dos sobrevivientes más del mismo barco de esclavos que había llevado a Kossola a África.

2Según Hurston, la idea de Kossola era proyectar una imagen que pudiera haber sido tomada en África, que era donde quería estar. Al mismo tiempo pensaba que esa foto pudiera llegar a manos algún conocido en África, que así podría saber que estaba vivo y que se encontraba bien.

3El “segundo movimiento de derechos civiles” hace referencia al movimiento con el mismo nombre en los años 1950 y 60, encabezado por personajes como Martin Luther King, Malcolm X, Medgar Evers, y, en cierto sentido, James Baldwin (véase por ejemplo Peck, 2016).

Acerca del autor de la reseña

Martin J. Larsson es profesor de la Facultad de Antropología de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP). Es doctor en antropología social por la Universidad de Manchester. Sus principales áreas de investigación comprenden la metodología antropológica y la antropología política y económica. Dos de sus obras más recientes son:

1.Larsson, Martin J. (en prensa). La política del Antropoceno: progreso y naturaleza en el Cañón del Sumidero. Carta Económica Regional.

2. Larsson, Martin J. (En prensa). Ética, acción política y los límites del conocimiento. En Escalona, José Luis, & Zendejas, Sergio, T ensiones antropológicas: reflexividad y desafíos en investigación. Ciudad de México y San Andrés Cholula: CIESAS/UDLAP.

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