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Estudios sociológicos

On-line version ISSN 2448-6442Print version ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.38 n.112 Ciudad de México Jan./Apr. 2020  Epub May 22, 2020

https://doi.org/10.24201/es.2020v38n112.1911 

Reseñas

Estructura social, poder y persona. Un tributo a El Capital de Carlos Marx. Jorge Chuaqui. Santiago de Chile: RIL, 2019, 228 pp.

María Luisa Tarrés Barraza1 

1Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México,Ciudad de México México, mtarres@colmex.mx

Estructura social, poder y persona. Un tributo a El Capital de Carlos Marx. Chuaqui, Jorge. Santiago de Chile: RIL, 2019. ,, 228p.


Este nuevo libro de Jorge Chuaqui se mueve alrededor de sus amplios conocimientos de la teoría sociológica y abreva de una lectura personal del marxismo, donde el concepto de estructura basal le otorga los fundamentos para ubicar la posición de clase de las personas y familias, que posteriormente pone en movimiento gracias a teorías entre las que destacan las funcionalistas, weberianas, del interaccionismo simbólico y otras que le ayudan a dar consistencia y contemporaneidad a sus explicaciones.

Con estas herramientas, el autor construye un entramado teórico que le otorga las principales herramientas para acercarse a los distintos niveles de las relaciones, procesos sociales y sus significados en las sociedades actuales donde la sociología busca cumplir con su vocación empírica, esto es analizar los problemas sociales que afectan y se producen en niveles organizacionales, institucionales y simbólicos donde se mueven las personas.

La propuesta de la estructura social basal, fundamentada en el marxismo y en la teoría parsoniana, tiene sentido para detectar las partes y el todo. Es un recordatorio para ubicarse y ubicar el tipo de teoría que en un momento se puede poner en juego para dar coherencia a las relaciones y significados sociales que se desarrollan en la sociedad. Por eso interesan no sólo los vínculos de las personas con la estructura basal, que participan a través del trabajo o la propiedad en alguna de sus partes, sino también como receptores de las actividades de las distintas partes del sistema, que son las organizaciones derivadas del Estado, la estructura económica material, el complejo ideacional, los servicios.

En este marco la reseña se limitará a puntualizar algunos temas que llamaron la atención por las nuevas contribuciones de Jorge Chuaqui a la teoría sociológica aplicable a las sociedades occidentales, incluida América Latina y, especialmente, Chile. Se trata de un enfoque teórico innovador que apunta a un tema que, desde mi punto de vista, constituye uno de los problemas centrales de la sociedad contemporánea, esto es, la gran desigualdad entre las clases sociales y las dificultades que desde siempre han tenido los países latinoamericanos para superarla.

El ejemplo que plantea Chuaqui en los capítulos finales sobre las distintas posiciones de clase de los directores de un hospital público y de un hospital privado, es que su posición de clase, de acuerdo con la estructura basal, es diferente, pues tienen “intereses objetivos muy distintos por la posición que ocupan en la organización de la producción, distribución y apropiación del excedente económico, intercambio y consumo de bienes y servicios”. Mi impresión es que al imputar los intereses objetivos está olvidando la capacidad de agencia de los actores, en este caso los médicos, que gracias a su acción individual y colectiva se las arreglan para conseguir recursos a partir de relaciones informales, gracias a los fuertes vínculos sociales que como colectivo tienen en el caso del control de las especialidades, la combinación de prácticas médicas pública y privada, el uso y control colectivo de seguros de salud y otros recursos que cambiarían su adscripción de clase definidas por la imputación de intereses objetivos. Personalmente sostendría que este ejemplo, que apela al control de recursos económicos y sociales para referirnos a las clases de los médicos, sería más pertinente aplicarlo a las élites económicas y políticas que en Chile están emparentadas desde siempre, lo que les ha permitido actuar y mantenerse como clases dominantes.

En estos casos y por precaución, seguiría la recomendación del mismo autor en el sentido de que, junto con analizar las clases a partir de la estructura basal, hay que verificar esa posición de clase acercándose al sistema de interacciones, relaciones organizacionales, sistemas institucionales y universos culturales que mantienen los actores entre sí.

Ello significa articular desde el comienzo un esquema de los subsistemas incluidos en la estructura social basal formada por:

  1. La estructura económica material con las actividades productivas, comerciales y financieras.

  2. El Estado, compuesto por el gobierno, el poder legislativo, el judicial y las fuerzas armadas.

  3. El complejo ideacional formado por el sistema educacional, los medios de comunicación de masa, los intelectuales independientes, las actividades científicas y artísticas.

  4. Los servicios donde se distinguen los de salud, el deporte y otras actividades de recreación y servicios personales.

El criterio de diferenciación de las partes de esta estructura social basal es el tipo de actividad predominante. De este modo, los criterios para incluir, o no, a los individuos en la estructura social basal son:

  1. Aquellas actividades en las cuales los individuos adultos de la sociedad pueden trabajar y obtener una remuneración en dinero que les permita ganarse la vida.

  2. Aquellas actividades en las que la mayoría de los individuos de la sociedad gastan la mayor parte de su tiempo.

Esto significa que trabajo y familia definen la posición de los individuos en la estructura basal que tiene una función a nivel subjetivo (motivacional), si la persona pasa la mayor parte de su tiempo entre la familia y el trabajo, pues es en esos espacios donde se desarrolla el amor a la familia y a la tarea, así como la solidaridad social. Son éstos los aspectos motivacionales que estimulan a la mayor parte de la gente a vivir e integrarse en sociedad, aunque muchas veces haya disfunciones y conflictos cuando no hay motivación para el trabajo o amor a la familia.

En estos casos, la solución de los actores es transformar estas actitudes o adherirse a colectivos para cambiar los aspectos alienantes del trabajo y la familia. De ahí que sea muy importante para indagar los problemas de una sociedad observar la integración de los individuos a los subsistemas de pertenencia de acuerdo con la actividad que realicen en el sistema social global.

En términos muy gruesos se puede decir que la estructura basal se expresa en organizaciones formales que buscan objetivos comunes aun cuando también presentan conflictos. Así la familia es la organización de la reproducción física, pero también, de la socialización primaria de las personas. El sistema ideacional sería el lugar donde las organizaciones educativas cumplen con la socialización secundaria. El sistema estatal ofrece normas institucionalizadas para el comportamiento de los individuos y el mercado económico es una organización para intercambiar bienes y servicios. La estructura basal expresada en organizaciones mantiene el orden social por la presencia de normas institucionales y reglas organizacionales que legitiman la dominación de clase.

La dominación nunca es total pues hay organizaciones formales donde se expresan los intereses comunes de diversos sectores, desde los sindicatos hasta las cámaras empresariales, los grupos territoriales, los colegios profesionales o las organizaciones que unifican a gente discriminada, como las mujeres, la diversidad sexual y los indígenas que defienden sus derechos.

El capítulo dedicado a definir la estructura del Estado tiene sobre todo un propósito pedagógico, pues aparece como un bosquejo de subdivisiones internas que sólo adquirirían sentido si se hiciera “un estudio dinámico para comprender cómo ha funcionado y funciona esa estructura formal de acuerdo con el ambiente en que se desarrolla y con los actores que orientan su direccionalidad”. En este sentido, el Estado aparece como una construcción abstracta cuya composición interna y diferenciación se inspira básicamente en Parsons y Weber. La caracterización del Estado en la práctica se traduce en sistemas y subsistemas que cumplen funciones distintas, pero no logra ir más allá de esto.

Esta derivación descriptiva puede obedecer a que el autor no define cuál es la historicidad del Estado, pensando este concepto como la importancia y trascendencia de hechos, acontecimientos y representaciones que forman parte de la historia del país, en este caso de las relaciones sociales de dominación y dependencia que han primado y marcado la vida y trayectoria de la población enmarcada en el Estado chileno, por ejemplo. Estimo que este capítulo necesitaría profundizar en la historia para comprender la narrativa nacional que marca los micro relatos individuales, familiares y locales.

En principio, hoy los grandes relatos serían, por ejemplo: la globalización, la transición hacia la democracia comparada con la de otros países o la marginalidad ambiental en alguna localidad comparada con el gran relato del medio ambiente en el mundo. Establecer una historicidad también permitiría detectar una narrativa microscópica individual o local en los sistemas de interacción, e incluso ubicar la presencia de élites, mayormente dirigentes que dominantes, en determinados países o regiones.

En su forma actual la dominación de clase asentada en la estructura basal se limita a aplicar el criterio que incluye a los individuos adultos de la sociedad cuya posición de clase está definida por la posición en la producción, distribución y apropiación del excedente económico.

Sin embargo, el autor matiza esta postura al señalar que la adscripción de clase también está vinculada con la noción de poder social concebida como la capacidad de los individuos o conjunto de individuos de hacer prevalecer sus intereses en los contextos de interacción. De ahí que algunos grupos logren imponer sus intereses objetivos y manifiestos de clase a otros individuos menos organizados o dependientes de otros intereses.

En este marco y poniendo a las clases y las relaciones de clase en distintos contextos de interacción, Chuaqui proporciona una mirada aguda y pertinente para hacer aproximaciones analíticas a nivel empírico, que aterrizadas en su historicidad van definiendo las percepciones, los roles, las normas y los valores de los actores.

El universo simbólico de los actores está marcado por la ideología dominante que sufre contradicciones y cambios en las representaciones culturales de grupos y categorías sociales subordinadas, donde muchas veces las ideologías dominantes son aceptadas parcialmente, pues el costo de cuestionarlas puede ser muy alto. Las formas de construir ese universo simbólico son distintas, y muchas veces no se expresan en el ámbito político ni en movimientos sociales democratizadores, de modo que la estructura de clases tiende a reproducirse gracias a la socialización primaria, al capital social, cultural y económico heredados. La tarea del sociólogo, entonces, es tratar de comprender que hay grupos y sectores en situaciones desmedradas sin poder social que se reproducen sin lograr transformar su posición de clase.

Uno de los temas más interesantes desarrollados por Chuaqui y sus colaboradores David Mally y Ruby Parraguez es el tema de la exclusión social que se expresa en América Latina a partir de los años de 1970 y 1980 cuando se recurre a las políticas sociales focalizadas.

Hay dos cuestiones muy interesantes en esta discusión basadas en investigaciones empíricas en la región de Valparaíso, donde se demuestra que la exclusión se manifiesta en la dimensión cultural y territorial. En el ámbito cultural se estudian grupos y subsistemas discriminados por la sociedad, que se encarnan en los roles de las personas (de género, posiciones en la familia, tercera edad, etc.) y en la exclusión de los discapacitados mentales. En este último sentido, una investigación realizada por Chuaqui con enfermos mentales concluye que no había consenso entre las personas con discapacidad y sus cuidadores y familiares, cuando aquéllos demandaban trabajar y tener una pareja estable. Por distintas razones, los tutores pensaban que los pacientes no eran capaces de trabajar en empleos competitivos y tener una pareja, como ellos lo deseaban. Las familias querían protegerlos, y en este caso se oponían y, de hecho, los excluían de llevar una vida cotidiana normal debido al estigma que carga un esquizofrénico, por ejemplo. Felizmente hubo médicos psiquiatras que apoyaron un programa que posibilitó la realización de los legítimos intereses de los pacientes.

En este caso, hay una reconstrucción de la dimensión simbólica de la persona, se borra el estigma y se le dan posibilidades de luchar por sus intereses independientemente de la familia que, con el afán de proteger al enfermo, prefería excluirlo. El trabajo muestra a nivel microsocial que la democratización no significa aplicar automáticamente los criterios de adaptación al sistema, sino que es posible facilitar la transformación de los sistemas organizacionales y culturales para la realización personal de los miembros más vulnerables. Con este estudio se muestra que al igual que las ideologías, los significados culturales tienen un gran papel en el reconocimiento de la persona y que es posible cambiar los sistemas sociales de forma creativa.

También en esta segunda parte el autor estudia la importancia del territorio como factor contextual del desarrollo de los Estados nación en la actualidad, y da especial relevancia a la exclusión social en los territorios de las ciudades latinoamericanas que han crecido como resultado de la globalización, segregando a grandes sectores de la población en barrios y comunidades deteriorados y alejados de los espacios donde viven las clases medias y altas de la sociedad. Así vemos que la segregación espacial constituye uno de los procesos donde la población sufre todo tipo de exclusiones y, sobre todo, de estigmas que difícilmente pueden superarse. Este panorama que muestra la gran desigualdad prevaleciente en las sociedades contemporáneas integradas a los procesos económicos y sociales de la globalización pareciera no tener remedio al punto de transformarse en un proceso infernal donde se reproducen sin cesar la exclusión y la desigualdad.

Para iluminar sobre la posibilidad de cambios en estas sociedades, Chuaqui desarrolla una discusión centrada en los sistemas de interacción y en las nociones de legitimidad del orden social basado tanto en los trabajos de George Herbert Mead, Foucault y Bourdieu quien proporciona los conceptos de violencia simbólica y campos para explicar por qué la gente acepta la dominación en un orden social naturalizado. También introduce los conceptos de hegemonía y contrahegemonía, que nos ofrece Gramsci, para comprender por qué los sectores excluidos quedan al margen de los derechos sociales, laborales, educativos y culturales sin rebelarse o construir movimientos sociales que permitirían superar el estigma y la carencia de poder.

Según Chuaqui, estos procesos se han presentado en América Latina y señala como ejemplo de reflexividad y agencia las movilizaciones estimuladas por la Teología de la Liberación, que enseñan que en determinadas coyunturas la gente se rebela y es capaz de organizarse, además de plantear un orden alternativo que les permite superar los estigmas y mejorar sus condiciones económicas, territoriales, así como elaborar un marco cultural que cambia la lógica de sus identidades desvalorizadas al plantear la visión de un futuro mejor. Lo importante es señalar que los cambios sociales difícilmente se producen en sociedades donde la dominación está legitimada y las condiciones que permiten generar un orden contrahegemónico se producen lentamente y en momentos históricos que no pueden planearse con voluntarismo.

En suma, los capítulos finales ofrecen algunas claves para entender por qué la gente que está más abajo de la escala social, es decir, aquellos que no tienen o tienen muy pocas propiedades, ingresos, educación, poder, autoridad o prestigio, con tanta frecuencia soportan ser víctimas de sus sociedades y por qué en otras ocasiones se rebelan. De hecho, la historia nos enseña que la mayor parte del tiempo la gente acepta el orden porque el costo de rebelarse es muy alto, aunque las normas sean injustas.

Las investigaciones presentadas en este libro nos enseñan también que el cambio social y la democratización de las relaciones sociales en que se desarrolla la vida cotidiana de las personas se produce en los distintos subsistemas de la sociedad, de ahí que los procesos microsociales tienen mucha importancia para comprender por qué la gente acepta el sufrimiento y la opresión o cuándo decide que ya es tiempo de cambiar el contrato social.

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