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Estudios sociológicos

On-line version ISSN 2448-6442Print version ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.34 n.101 Ciudad de México May./Aug. 2016

 

Reseñas

Juan Antonio del Monte Madrigal, Entre ruedas y asfalto. Identidades y movilidades de bikers y lowriders en Tijuana

Liliana Rivera Sánchez* 

*El Colegio de México. México. rivesanl@colmex.mx

Monte Madrigal, Juan Antonio del. Entre ruedas y asfalto. Identidades y movilidades de bikers y lowriders en Tijuana. México: El Colegio de la Frontera Norte, 2014. 180p.


Entre ruedas y asfalto, de Juan Antonio del Monte Madrigal, constituye una invitación a repensar el significado de las movilidades en las ciudades contemporáneas, y el carácter productivo de las subjetividades y sus anclajes, a partir de analizar procesos de identificación social entre personas que habitan, circulan y con ello modelan los espacios urbanos. La investigación en la que se sustenta este libro es un trabajo creativo que lleva al autor a imponerse el objetivo de pensar a la ciudad a partir de su dinámica y su motilidad (motility en términos de Kaufmann) más que pensarla como un espacio urbano homogéneo aglutinador de identidades, delimitado por fronteras geográficas demarcadas, y luego a darle así sentido a lo urbano (como ese objeto de estudio tan escurridizo y difícil de aprehender). Así, el autor propone cambiar el lente para mirar en la ciudad y las identidades que allí se manifiestan, a partir de analizar las movilidades que la atraviesan, en este caso a la ciudad de Tijuana, como un espacio de frontera.

El libro se organiza en siete capítulos, los que entretejen una narrativa etnográfica proveniente de un trabajo cuidadoso de investigación en campo desarrollado en Tijuana, combinando variados métodos y aproximaciones. Se apuesta por una estrategia analítica compleja para comprender el proceso de conformación de identidades, la dinámica de los espacios urbanos de frontera, y las movilidades como perspectiva analítica para abordar el estudio de las prácticas urbanas y las culturas juveniles. Juan Antonio del Monte ofrece explorar otras entradas analíticas para pensar a la ciudad y lo urbano -como se ha dicho previamente- a partir de analizar la capacidad de movilidad/motilidad que tienen quienes la habitan, la circulan y finalmente la construyen a partir de la circulación sobre y a través del espacio en una ciudad de frontera con Estados Unidos; y al mismo tiempo, en tanto que la construyen, también la objetivan (a la manera de Berger y Luckman) y luego se apropian de ese espacio, para convertirlo en un lugar (place) y hasta en un territorio.

De allí que, uno de los principales aportes de este libro es precisamente la propuesta de ese lente analítico para realizar un estudio en y sobre la ciudad, o las ciudades, como producto de arreglos tanto temporales como espaciales, de conjuntos específicos de motilities, de movilidades automotoras en este caso, que implica al final formas particulares de relaciones sociales. De tal manera que la ciudad podría ser entendida como ese ensamblaje de movilidades diversas que se emplazan o se anclan temporalmente a un espacio.

Los bikers y lowriders son dos manifestaciones de “culturas juveniles y urbanas”, caracterizadas en común por sus prácticas de pertenencia a un colectivo, a través de la construcción de un apego a un objeto material motorizado, nombradas coloquialmente como “baicas” y “ranflas”, procesos de identificación analizados rigurosamente por el autor como parte de la conformación de configuraciones histórico sociales de juventudes urbanas y fronterizas. Las primeras (las baicas) son aquéllas enormes motocicletas que generan un estruendo al arranque, y que son montadas generalmente por hombres corpulentos, con un estilo particular de vestir. Mientras las segundas (las ranflas) son autos de modelos viejos, pero perfectamente remodelados y ataviados con decoraciones y colores estridentes, que circulan casi sobre el pavimento, y son conducidos por hombres cuidadosamente enfundados en trajes pasados de moda y zapato brillante.

Juan Antonio del Monte Madrigal nos conduce a mirar, en tiempos largos, la formación de colectivos, sean clubes o grupos de referencia de estas manifestaciones juveniles, y luego a comprender la formación de Tijuana como un espacio urbano complejo, no sólo por ser la esquina más transitada de México, sino porque muestra la dinámica particular del espacio fronterizo como uno que separa, clasifica, pero también conecta, interpela, dialoga y hasta permite jugar con la idea de la imagen especular. Así, en un espejo no se proyecta realmente la imagen fiel del objeto, sino que se distorsiona con la luz, la distancia, y los efectos que los objetos podrían reflejar a contravidrio, y esa es precisamente la imagen de frontera y de culturas juveniles fronterizas que reconstruye Juan Antonio del Monte en la obra. No obstante que en los primeros capítulos insiste explícitamente en que no es una imagen especular, a mi juicio su evidencia apunta a ese efecto, uno en el que la refracción podría llevarnos a jugar con esa imagen, dado que sin la formación de los primeros grupos de Dukes en Tijuana, no podría entenderse la existencia del club más antiguo e institucionalizado de Bikers en el Este de Los Ángeles, o bien no entenderíamos la conformación de lowriders en Tijuana si no miramos en el lowrider chicano, que emergió en el contexto del movimiento de resistencia étnico-racial de mexico-americanos en Estados Unidos en la etapa de la posguerra; o bien el cholismo de los otros migrantes mexicanos que nunca han sido aceptados como parte de la sociedad estadunidense; es decir, si bien no se trata de una imagen espejo entre Tijuana-San Diego, como bien nos dice Juan Antonio del Monte, sí de un efecto espejo entre ambos lados de la frontera, con todas las implicaciones tanto socioculturales como sociopolíticas que nos hablan de relaciones altamente etno-racializadas, más lo que supone la vecindad entre estas naciones y sobre todo entre sociedades desiguales.

Los procesos de conformación de identidades -abordados a lo largo de las páginas de esta obra- a partir del desarrollo de ciertas referencias a materialidades y prácticas, en tanto objetos, símbolos, colores y logos que los identifican con un club, estilos de vestir, códigos del lenguaje, creación y recreación de su imagen pública, construcción y deconstrucción constante de estigmas y estereotipos, y de prototipos de masculinidad, a partir de un análisis de las identificaciones en un tiempo histórico largo, permiten al autor realizar una deconstrucción histórica detallada y rigurosa de la construcción de esas identidades -en varios periodos-, en el nivel local (localizados u observados desde Tijuana, como ciudad fronteriza), y a la vez desarrollar un análisis a nivel meso, de los efectos de las movilidades en la construcción de lo urbano contemporáneo, que no puede entenderse sin sus interconexiones hacia otros lugares y sus producciones simbólicas; pero al mismo tiempo, el autor ofrece la posibilidad de pensar desde la localidad; es decir, cómo los flujos culturales (en tanto ideas, símbolos, códigos, valores, entre otros), las mercancías, las personas, si bien están inmersos en las movilidades de un mundo global, tienen diversos efectos y ritmos de circulación; es decir circulan a distintas velocidades. Lo anterior quiere decir que la situación fronteriza de Tijuana, a la vez que facilitó la interconexión de ciertos espacios a través de la circulación de remesas socioculturales entre ambos lados, también explica la emergencia y la continuidad a lo largo del tiempo de ciertas culturas juveniles y sus estigmas, esas prácticas culturales que han sido fuertemente marcadas por el adultocentrismo de la modernidad que concibe a los jóvenes como “problema social”.

Y tal situación de Tijuana como ciudad fronteriza es abordada en el estudio realizado por Juan Antonio del Monte, no como un escenario detrás de los actores, sino destacando cómo a la vez que su localización conecta, también condiciona las dinámicas de consumo, por ejemplo -de autos y motocicletas, en este caso-, pero también de todas las demás mercancías; también constriñe la sociabilidad entre unos y otros, la poca comunicación entre clubes de motociclistas que parecen estar hermanados por la historia, compartiendo incluso el mismo nombre del club, las características y la habitualidad de sus prácticas, pues algunos de ellos fueron llevados por migrantes hacia uno u otro lado; pero siempre atravesados por la frontera, que así como los acerca y los marca igualmente por los mismos estigmas, como el del “rebelde sin causa” (que es un modelo que tiene su origen en la cultura cinematográfica estadounidense) o la concepción de un sujeto que tiene problemas con la autoridad y la disciplina, también los aleja, los limita en su circular cotidiano, y en alguna forma también contribuye a reforzar ciertas identificaciones contrapuestas entre los de un lado y otro de la frontera.

Así, esta obra permite comprender cómo funcionan las políticas de reconocimiento en ese espacio fronterizo y particularmente en la ciudad de Tijuana, asimismo ofrece coordenadas para entender la formación de identidades contemporáneas que apuestan a reforzar algunos imaginarios acerca de quiénes son los bikers y los lowriders, pues los estigmas también son refuncionalizados por los propios actores, a veces para generar certidumbre en el circular (les ofrecen seguridad, según los testimonios), para imponer reglas en el barrio, para pasear a las jóvenes y conocer a otras. En suma, este libro también deja ver cómo los estigmas y estereotipos son apropiados por los actores de esos colectivos; cómo las etiquetas sociales pueden tener variadas funciones y permitir la generación de ciertos espacios de identificación, entendidas como heterotopías, a la manera de Foucault, es decir desde la marginalidad generar algunas centralidades sociales, y reforzar en ellos solidaridades y vínculos fuertes en los clubes, donde se comparten relaciones durante periodos largos, y a veces -como dicen en los testimonios- comparten más tiempo con los compañeros del club que con los otros familiares, “se vuelven otras familias y se hacen otros hermanos”.

El trabajo de investigación que sustenta esta obra fue realizado a la manera de una arqueología social, que transita desde hurgar en el origen, a partir de reconstruir el papel de la memoria y la nostalgia en la institucionalización de los códigos primigenios de estas manifestaciones colectivas y sus expresiones contemporáneas, hasta lo que el autor cataloga como culturas juveniles (lowriders y bikers). Lo anterior le permite al autor analizar la actualización de los mitos fundacionales, a partir del apego a ciertas modas, estilos, códigos, y objetos resignificados, para luego mostrar cómo se emplazan, se arraigan en una sociedad tijuanense contemporánea; cómo los vínculos sociales y las solidaridades que tales identificaciones generan perviven hoy en ese contexto de la frontera, donde se han re-estigmatizado los estigmas, las etiquetas de clasificación, pues hoy los motociclistas se asocian fuertemente en el imaginario también con la figura del soplón, comúnmente llamado halcón en los contextos plagados por las bandas del narcotráfico.

Así, a mi modo de ver, Juan Antonio del Monte construye una narrativa que concatena distintos momentos en el tiempo, y vislumbra cómo las identidades son practicadas, es decir “encuerpadas” (a la manera de Bourdieu); cómo producen cierto tipo de sujetos y hasta moldean sus cuerpos físicos (a la manera de Foucault). La evidencia más notable se ofrece en las fotografías que ilustran la portada del libro: esos hombres corpulentos (bikers), que usan paliacate en la cabeza, lentes oscuros, cuero y metal en sus botas, chalecos y chamarras como símbolos de fuerza; comparativamente, los llamados lowriders se identifican por la languidez de sus cuerpos, son flacuchos y elegantes, lo que caracteriza precisamente la imagen del pachuco, ataviado con sombrero, traje bien combinado con el zapato de charol y el lustre de la cadena o el reloj de leontina. Sus cuerpos tienen también motilidades distintas, y están directamente relacionados con los caballos de fuerza de los motores. Mientras unos aman la velocidad en las motocicletas, los otros optan por la baja velocidad de sus automotores para circular en las calles, en sus ranflas o autos remodelados y decorados llamativamente, con el objeto de que tales sean apreciados por los otros. Esto es lo que Juan Antonio del Monte ha definido como los performances de sus identidades, y que, desde mi punto de vista, constituye parte de los aportes de la obra aquí reseñada.

Finalmente, a mi juicio, Entre ruedas y asfalto no se enmarca exclusivamente en los estudios culturales, como lo acota el autor. Si bien puede ser leído como una investigación localizada en este campo, se trata de un trabajo sociológico que muestra los efectos de las prácticas y la formación histórica de ciertas identificaciones colectivas sobre las urbanidades (en tanto formas de habitar los espacios urbanos), y las dinámicas de las ciudades, y que arroja luces para entender, en esa perspectiva, las dinámicas de los espacios de frontera, problematizando los efectos tanto de las movilidades en y a través de la frontera, como de las movilidades al interior de las ciudades. El análisis riguroso de las clasificaciones sociales en estos espacios fronterizos hace posible visualizar nítidamente procesos de exclusión, discriminación, y desigualdad -a partir incluso de hacer evidente los procesos de re-estigmatizaciones- que son parte ineludible de una aproximación desde la relación cultura, poder y lugar en las ciencias sociales, así como desde la sociología de la cultura y los estudios de la economía política de las ciudades, pero sobre todo es un aporte a la sociología de las movilidades, que busca entender no sólo la actualidad de la dinámica de los llamados flujos globales, generando procesos de diferenciación social, sino pretende subrayar cómo se movilizan y desplazan las identidades sociales; pero al mismo tiempo cómo se anclan, se ensamblan en esos espacios complejos de frontera, donde las diferencias y las desigualdades se exacerban, a la vez que se generan contactos y conexiones que se proyectan hacia “el otro lado”, como solemos referirnos coloquialmente a Estados Unidos, pero que sociológicamente alude, sin lugar a duda, a cómo se proyectan y construyen las alteridades, la otredad en un sentido no sólo cultural, sino fundamentalmente sociopolítico.

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