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Anales de antropología

versión On-line ISSN 2448-6221versión impresa ISSN 0185-1225

An. antropol. vol.56 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2022  Epub 14-Ago-2023

https://doi.org/10.22201/iia.24486221e.2022.79604 

Artículos

Cuando repican las campanas: prácticas hispanas entre los indígenas de la región central de Oaxaca

When the bells ring: hispanic practices among the indigenous people of central Oaxaca

Bernd Walter Fahmel Beyer1 

1 Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Circuito Exterior, Ciudad Univeristaria, Coyoacán, 04510, CDMX, México. Correo electrónico: fahmel@unam.mx.


Resumen

El estudio de las campanas es una disciplina reciente que aborda la historia y los usos que se han dado a este instrumento. En las ciudades de la América hispana se introdujeron los tañidos acostumbrados en España, pero muy poco se sabe de las prácticas adoptadas en los pueblos indígenas. Con base en el trabajo etnográfico realizado en los valles centrales de Oaxaca, se observa que el ajuar de los templos varía en cantidad y calidad, aunque en muchos destaca la presencia de una campana de tormenta. Las creencias españolas e indígenas sobre los relámpagos y las tormentas convergen en dicho instrumento, que se asocia a los mitos de origen y a una figura conocida como señor Rayo que salva a los pueblos de las inundaciones que provoca la serpiente de agua.

Palabras clave: zapoteco; otomangue; campana de tormenta; rayo; culebra de agua

Abstract

The history and use of bells is an emerging discipline that focuses on the origin and spread of this instrument around the world. Early American cities used to ring them as they did in Spain, but little is known about their chime in small Indian towns. Ethnographic work carried out in the valleys of Oaxaca shows that religious establishments varied in their trousseau, albeit in many existed a bell that warned people from incoming storms. Spanish and indigenous beliefs about tempests and lightning strokes converge around this object, also associated with origin myths and a supernatural being who prevents flooding caused by a water serpent.

Keywords: zapotec; otomangue; storm bell; lightning; water serpent

Introducción

Bien sabido es que las campanas, cencerros, sonajas y cascabeles son instrumentos sonoros que han acompañado el culto religioso de muchos pueblos a lo largo de cinco milenios. Sin embargo, también hallaron su lugar en la vida diaria, ya sea para realzar el atuendo de las clases altas, convocar a reuniones o conmemorar situaciones de interés para la comunidad. En Mesoamérica se conocieron desde la antigüedad y se elaboraban con cerámica, madera y metal. Con el arribo de los españoles llegaron las primeras campanas, cuyo tañido formó parte de un programa civilizador en el cual la ciudad fue “una máquina de colonizar que debe imponer un orden y un poder venidos del exterior, es un aparato reproductor de un proyecto de sociedad, un organismo regulador de relaciones entre colonizadores y colonizados” (Bielza de Ory 2002).

Dicho proyecto tenía como finalidad organizar el Nuevo Mundo conforme a las normas y cánones de las culturas europeas, lo que no significa que a los indios les faltaran ideas y conceptos semejantes. Al contrario, parecería que en los dos continentes se entendía la vida en ciudad como el máximo grado de desarrollo político, económico, religioso y social. La evangelización de los dominios hispanoamericanos mediante la presencia de la Iglesia Católica fue, por lo tanto, un proceso equivalente a la sacralización del territorio llevada a cabo por las grandes urbes prehispánicas (Bielza de Ory 2002).

La sacralización del espacio estudiada desde la etnografía es un procedimiento que no deja huella en la historia o arqueología, aunque la transformación social que condujo a la revolución urbana1 y el control territorial ejercido por los primeros estados convergen en ella (Childe 1954). En ambos casos se reconocen los límites de una entidad geográfica y se da al pueblo o ciudad principal un valor privilegiado porque define las relaciones individuales e interpersonales “ajenas a la abstracción conceptual […] los lugares sagrados que constituyen el territorio cultural pueden tener unidades interiores de significado que son las marcas o huellas; sitios cargados de potencia del numen por contacto (v.g. huellas de los pies, del caballo, del malacate, la huella sinuosa de la culebra). Los lugares y las marcas están asociados a eventos míticos y rituales: en ellos viven, o ellos son, y allí se manifiestan las potentes entidades territoriales, con voluntad y figura, conocidas como dueños del lugar, que viajan de sitio en sitio y van estableciendo lugares y marcas emblemáticos del etnoterritorio, traídos desde la memoria a las narraciones y prácticas rituales contemporáneas (Barabas 2004: 5). En este sentido, se podría decir que la antigua sociedad indígena establecía principios y categorías espaciales para distinguir a las ciudades y espacios sacralizados de los lugares ubicados en los ámbitos agrestes y menos civilizados. Los españoles, en cambio, colonizaron la tierra mediante asentamientos que, en todo momento, fueron visitados por las órdenes religiosas. Ya que éstas venían preparadas para imponer la nueva fe no pusieron demasiada atención en la narrativa de los naturales, la cual se amalgamó con el imaginario europeo y, a la fecha, permite entender el paisaje cultural del siglo XVI.

Ahora bien, dentro del amplio universo de la narrativa oaxaqueña se encuentra Cocijo o dios de la lluvia (Caso y Bernal 1952: 17-49; González 2014: 96-97), quien a manera de señor Rayo nutrió la tradición oral sobre las campanas de tormenta. Aunque la labor de los dominicos se enfocó en la erradicación de las antiguas prácticas religiosas y la modificación del patrón de asentamiento indígena (Burgoa 1997a y 1997b), no pudo desterrar las creencias sobre el numen protector de los lugares que dependían de la agricultura. Para defender a los labradores de una tromba, se dice que desviaba los vientos y evitaba las inundaciones causadas por la culebra de agua, un ser mítico que también aparece en los relatos de otros grupos de la familia lingüística otomangue (Lastra 1997; Guevara Hernández 2004; Valdovinos 2009; González Pérez 2014; Gámez 2018).2 Concebido como una lagartija tras tocar la tierra, el Rayo encontró el favor de los frailes que lo representaron como un chintete en algunas campanas de la región zapoteca. Fue así que el instrumento empezó a simbolizar el papel civilizatorio de los templos cristianos y la protección frente a las tempestades y sus consecuencias.

Antecedentes

Los primeros objetos campaniformes elaborados con láminas de hierro fueron usados por los chinos y pueblos vecinos para adornar el atuendo de las personas importantes y repeler a los demonios. Según Confucio, su cavidad servía como medida para los cereales, su diámetro como regla de distancia y su peso como unidad para las balanzas. El emperador Huang-ti mandó fundir doce campanas con los tonos de la escala armónica para pautar la música instrumental. Otras se empleaban para despertar a la nobleza, entonar las ceremonias oficiales y acompañar los cantos budistas. Los reyes y jefes militares de Mesopotamia las colgaban del cuello de los caballos, elefantes y camellos que ensillaban, mientras que los soldados y cazadores portaban lanzas con campanillas para confundir a sus víctimas.3 Los egipcios las fundieron en oro desde el siglo IX; se hallaron en la tumba de algunos niños como amuleto. El segundo libro de Moisés registra que unas campanillas decoraban las túnicas de los sacerdotes judíos, mientras que otras se tocaban durante los oficios religiosos. Por su asociación con la voz de los dioses se colocaron en la carroza fúnebre de Alejandro Magno, al igual que en las insignias militares de los romanos. En la capital augusta avisaban la apertura del mercado, la hora del baño, el paso de los criminales al suplicio y la aproximación de los eclipses. En el campo se colgaban en el cuello de las bestias para ahuyentar a los lobos y otros depredadores (Calvete 1991; Philipp 2020).

A principios del siglo IV, san Antonio introdujo las campanas de mano en los asentamientos paleocristianos del alto Egipto. En algunos casos se colocaron en la puerta de las ermitas y en otros se tañían para convocar a reunión a los ascetas. En la regla del abad Pacomio, escrita años después, se metió en orden el ritmo de trabajo, oración y ocio de los monjes para que fueran de utilidad a las comunidades religiosas. Fue así que los signum dare4 empezaron a colocarse en torres o espadañas (Hofmeister 2018).

En el año 395 se fundó un convento en la isla de Lerinum, al sur de Cannes, para estrechar la relación entre los monjes coptos y galos. Desde ahí se introdujo el signum dare a Europa, donde el repique de siete campanas distintas formó parte de toda vida cenobial. Tiempo después, un decreto del papa Sabino (604-606) procuró su empleo en los pueblos y villas cercanas a los conventos. Tomando este instrumento como insignia, san Patricio cruzó el canal de la Mancha para emprender la labor misionera en Irlanda. Otros monjes, como los santos Columbano, Galo y Bonifacio, siguieron sus pasos y cristianizaron amplias regiones de la Gran Bretaña, Francia, Alemania, Suiza, Austria e Italia donde aún persistían los cultos paganos (Philipp 2020).

A partir del siglo VIII, las campanas5 formaron parte del ajuar de todos los asentamientos religiosos, siendo bendecidas y bautizadas con el nombre de algún santo. Las había para la oración diaria, el Ángelus y Padrenuestro, los bautismos y sepelios, para la adoración de la Cruz y la lectura de los Evangelios. Una leyenda de aquella época relata que todas ellas volaban a Roma durante el Jueves Santo para beber leche con miel y retornar a sus casas de oración la noche de Pascua (Calvete 1991).6 Pero el tañido del instrumento no sólo fijaba los tiempos del culto religioso. En los centros urbanos permitía regular la vida de los campesinos y artesanos o despertar a los pastores y cazadores que salían en busca de presas para el consumo diario. También acompañaba las festividades organizadas en torno a las bodas, partos y defunciones, los juicios y las reuniones del consejo comunal, la compra-venta en el mercado y el cobro de los impuestos e intereses vencidos. De gran importancia fue el repique que anunciaba incendios, tormentas e inundaciones, o el inicio y fin de una guerra. En algunos casos avisaba a la población sobre el peligro de la peste o los demonios, y en otros invocaba a los buenos espíritus para la siembra y la cosecha (Calvete 1991; Hofmeister 2018; Philipp 2020). El poder de las campanas también estaba dirigido contra

situaciones adversas de los satélites satánicos, capaces de ejercer influencias sobre el volar de las brujas, cuyos sonidos les desorientarían y les haría fracasar su reunión en el aquelarre. Por el contrario, los tañidos campaneros resultarían gratos al Altísimo, por lo cual se creería sin titubeos en los posibles beneficios curativos, al introducir la cabeza o parte enferma del cuerpo, dentro del hueco de la campana (Luis del Campo 1988: 173).

Entre los siglos VIII y XII, las campanas fueron fundidas en los conventos mediante la técnica de la cera perdida, pero durante el siglo XIV se volvieron comunes las campanas góticas, cuya constitución mejoró su sonido y les otorgó la forma actual7 (Hoffmann s.f.). Para entonces eran manufacturadas en las ciudades por los gremios de metalurgos que elaboraban las monedas, cañones y

unos objetos conocidos como ‘tintinabulum’, que eran como cacerolas huecas, capaces de producir un sonido muy alegre cuando se les dejaba vibrar libremente, y que servían para que los mortales se comunicaran con los dioses. Por la periodicidad de sus movimientos, las campanas resultaron ser objetos muy útiles para medir el tiempo, formando parte de relojes, campanarios y carrillones (s.a. 2010).

Las campanas en la Nueva España

Son muy pocos los estudios campanológicos realizados en México (s.a. 2010). Según Calvete (1991), las catedrales suelen tener cinco o más campanas, las parroquias dos o tres y las iglesias de órdenes mendicantes u oratorios particulares una. Pero es común que en las primeras haya más. Por ejemplo,

Entre 1578 y 1589, los hermanos Simón y Juan Buenaventura fundieron tres de ellas para la Catedral Metropolitana de México, incluyendo la Doña María, que es la más antigua de todo el conjunto. Para el siglo XVII, entre 1616 y 1684, dicha catedral se había engalanado con otras seis piezas grandes, incluyendo las famosísimas Santa María de los Ángeles y la María Santísima de Guadalupe. En el siglo XVIII, entre 1707 y 1791, se fundieron otras diecisiete (s.a. 2010).

En la catedral de Puebla, las campanas más antiguas son del siglo XVII y fueron fundidas por diversos miembros de la familia Francisco y Diego Márquez Bello. Cuenta la leyenda que, una vez colocada la campana mayor de dicha catedral, “se descubrió que no tocaba; sin embargo, por la noche, un grupo de ángeles la bajaron del campanario, la repararon y la volvieron a colocar en su sitio” (s.a. 2010).

Por lo general se cree que el tañido del instrumento convoca a los fieles para la misa de la mañana, el medio día y la tarde, o para alguna festividad religiosa. Sin embargo, hay muchos repiques que ya no se frecuentan y por ende se desconocen. Entre ellos están las llamadas a Misa Solemne, el Rosario, el Tedeum y el catecismo. El toque de Profundis se realizaba después de rezar el Ave-maría, mientras que el de elevación de la hostia avisaba a los no presentes el momento de arrodillarse y hacer una breve adoración. El repique general o toque de regocijo daba la bienvenida a los virreyes y obispos, pero también se ejecutaba durante las procesiones del Santísimo Sacramento. Por último, está el toque de difuntos (Carreón 2020: 14).

Otras llamadas tenían como objetivo mantener el orden y la coherencia social. La oración del alba se instituyó en la Ciudad de México en 1687, para la cual se tocaban las campanas a las cuatro de la mañana. El toque de queda, en cambio, avisaba el momento en el cual la población debía recogerse en sus casas; en 1584 se realizaba de nueve a diez de la noche y en distintas formas perduró hasta 1847 (s.a. 2010). El toque a rebato anunciaba incendios o una inminente invasión bélica. El toque de plegaria o rogativa invocaba a Dios para que remediara epidemias, temblores y sequías, o deseaba un feliz viaje a la flota española. El toque a hielo se efectuaba al haber un descenso repentino en la temperatura. El toque de perdidos permitía a los viajeros orientarse durante los temporales de nieve y el toque de nublo o de tormenta daba la alarma en caso de huracanes e inundaciones (s.a. 2010; Carreón 2020: 15).8

La profesión de campanero es ardua y se aprende de oído y práctica; no se aprende en un año, es preciso estar en ella muchos más; por ello, nadie quiere practicar este arte, lo que demuestra que el campanero nace, no se hace. Su trabajo implica el uso de las manos, los pies y los codos, y se realiza subidos a una escalera, encima de las campanas o debajo de ellas. Su vida es solitaria, a manera de cartujos del aire, por lo que es casi imposible hoy en día dar con un hombre para esta tarea (Calvete 1991).

De ahí que Calvete le dedicara el siguiente poema:

  • Campanero, campanero, cuando toques pensarás -no lo olvides un momento-

  • que las campanas por ti tocarán un día a muerto.

  • Y tú seguirás el sueño para

  • despertar en feliz eternidad si en la vida fuiste bueno.

  • ¡Ya se murió el campanero y no tocaron las campanas! La Catedral quedó triste

  • y hasta sus piedras lloraban; por unas calles muy altas en un féretro pasaba,

  • y detrás iban sus hijos y otros muchos que le amaban.

  • ¡Ya se murió el campanero, y no tocaron las campanas! Unos ángeles muy bellos

  • le llevaron en sus alas; en una tarde con nubes para otro mundo volaba.

  • ¡Ya se murió el campanero, y no tocaron las campanas!

Las campanas en San Dionisio Ocotepec y San Baltazar Chichicapan

La región conocida como Valles centrales de Oaxaca comprende varios espacios geográficos enmarcados por sierras de escasa altura. Los pueblos de San Dionisio y Chichicapan se ubican en la porción media y oriental de dicha región, y han sido poco estudiados debido a que se hallan fuera de los circuitos turísticos. Sus habitantes hablan el zapoteco y no hace mucho que empezaron a usar el castellano. Cincuenta años atrás, las mujeres eran monolingües y los hombres empleaban unos cuántos términos para el comercio y los asuntos de la administración pública. Actualmente la educación básica es bilingüe y la telesecundaria se transmite en el idioma nacional. Los niños han dejado de estudiar el zapoteco debido a que es una lengua tonal y se dificulta su escritura; a ello se suma que muchos maestros proceden de localidades cuya variante lingüística es desconocida. Como consecuencia se está perdiendo ‘la costumbre’, aunque la gente mayor aún recuerda los cuentos y relatos que le fueron transmitidos en su lengua nativa.

Buena parte de la narrativa que llega a los niños se traduce ‘por aproximación’ debido a que el significado profundo de muchos conceptos sólo es inteligible a quien domina el zapoteco (Bautista y López 1978; García Arreola 2003). En dicho proceso se pierden contenidos e imágenes que son ajenas al mundo occidental y a la manera en la que desea entender el pasado indígena. También hay personas que enriquecen los relatos con mitos y leyendas que oyeron en otros lugares, tornándolos en anécdotas curiosas, por no decir fantásticas.9 Las historias de los abuelos, por su parte, siempre son de carácter extraordinario ya que compactan los hechos y las vivencias de numerosas generaciones. El resultado de dichas mezclas y combinaciones es un imaginario que se proyecta a las épocas fundacionales y da sentido al quehacer diario.

En otros ámbitos de esta región se puede advertir la misma situación, con la agravante que los jóvenes han perdido sus antiguas tradiciones. Por lo tanto no tienen conciencia de la historia de su pueblo ni del ajuar que alguna vez adornó sus templos. Entre los lugares que conservan el sistema de cargos vinculado a diversas festividades se halla San Dionisio Ocotepec, cuyas campanas portan un nombre y el año en que fueron dedicadas. En la más antigua de ellas se lee Sancte didace ora pro nobis anno dei 1713. La campana mayor, consagrada al santo patrono, tiene apuntado San Deonisio ora pro nobis 1730. En la tercera, supuestamente donada por la familia de Juarzo, dice Anno dei 1798 sancte Joseh ora pro nobis. Juan Juárez o Juarzo fue un arriero español que benefició a la comunidad, y al casarse sus hijos regaló sendas campanas a Ocotlan y Tlalixtac. Además instauró usos y costumbres que incluyen el cargo de campanero (Figura 1).

(fotografía del autor)

Figura 1 Campana mayor de San Dionisio Ocotepec. 

Según García Arreola (2003: 30), la campana se toca todos los días a las doce, cuatro y siete de la tarde, y todas ellas cuando el cura regresa de oficiar misa en las dependencias de la parroquia. También se tañen los lunes, martes y sábado a las cuatro de la mañana, cuando los diputados lavan los floreros del templo. Además del campanero están los tamboreros y la chirimía. Ambos cargos son muy particulares “ya que quien toca el tambor es un niño de 12 años de edad y quien toca la chirimía es un joven de 23 años, el cual no tiene que estar casado. Su función es tocar el tambor y la chirimía en las novenas o novenarios y ceremonias religiosas” (García 2003: 32).

Ahora bien, cuando los españoles llegaron al área de San Dionisio, la mayoría de la gente residía en el Pueblo Viejo o Lass Guie’é. De ahí que se empezara a erigir un templo en aquel lugar, situado en las faldas del Cerro de la Cruz. Las ruinas que suelen ser identificadas con dicho edificio son, sin embargo, los restos de una cancha de pelota prehispánica y no los de la casa de culto que nunca se terminó. Más tarde se construyó un templo en el asentamiento fundado junto al Camino Real de Tehuantepec, por lo que los habitantes del cerro quedaron al margen de la vida institucional (Fahmel 2005). Dice la leyenda que al trasladarse a la cabecera actual se llevaron las campanas, pero una de ellas se habría quedado atascada en el camino. Aquéllos que tienen suerte la oyen repicar a las doce del día o en algún otro instante. El destino de las demás piezas no se menciona y tampoco se relaciona con las campanas del siglo XVIII, por lo que habría que cuestionar la exactitud del relato. La bajada del cerro también se vincula con un juicio que quizá tuvo que ver con la congregación de los indios en el nuevo poblado, aunque dicho suceso no contradice la noción que Lass Guie’é sea el lugar de origen y punto de referencia para la historiografía local. Un acontecimiento semejante, consignado en la Historia de los Indios de la Nueva España de fray Toribio de Benavente, demuestra qué tan importantes eran las campanas en el imaginario de los indígenas. En 1538, la capital de los purépechas se encontraba en Tzintzuntzan, y había una campana “que había demostrado tener ‘milagrosos efectos contra las tempestades’. Su fama era tal que, cuando se tomó la determinación de trasladar la sede catedralicia a Pátzcuaro, los naturales se opusieron rotundamente, lo que dio origen a un gran tumulto” (Carreón 2020: 17).

En un pueblo cercano a San Dionisio, conocido como San Pablo Güila, los dominicos dieron inicio a la construcción de un templo que sería concluido hasta mediados del siglo XVIII. Según la tradición oral pidieron prestado a sus vecinos el Cristo que habían comprado en Santo Domingo Chihuitán, y mientras avanzaba la obra le erigieron una capilla en lo alto del cerro. Pero la imagen bajó de forma milagrosa al lugar donde se fundó el pueblo y, tras llevarla a su capilla tres veces, la gente aprobó que se quedara en el templo ubicado frente a un manantial (Figura 2). Tiempo después los de San Dionisio pidieron que se les devolviera el Cristo, pero eso nunca ocurrió, por lo que tuvieron que contentarse y considerar a los de Güila como sus mejores amigos.10

(fotografía del autor)

Figura 2 Campana de San Pablo Güila con la imagen del Señor de Chihuitán. 

Más allá de San Pablo se encuentra el municipio de San Baltazar Chichicapan. Sus habitantes recuerdan que, al pasar cerca del Pueblo Viejo, escuchaban el sonido de una campana que tocaba una sola vez. Después de rastrear el origen del sonido, realizaron una excavación en el montículo conocido como Templo de la Sabiduría y hallaron el instrumento sonoro al centro del edificio a una profundidad de dos metros. Con gran esfuerzo lo subieron a una carreta y lo llevaron a la iglesia de la población, donde lo instalaron en un cobertizo que para ese fin se construyó en el atrio. Cuentan que, al tocarlo con el badajo, se escuchaba hasta lugares muy alejados -incluso hay quienes afirman que se oía en la misma ciudad de Oaxaca. Sin embargo, otros dicen que estaba encantado y que sólo algunos lo podían escuchar en las afueras del poblado (Rebollar y Sanjuan 2006: 62-65).

Al contrastar el papel del templo y su ajuar en los tres relatos, viene a la mente la antigua leyenda europea en la cual las campanas volaban a la capital del mundo católico para nutrirse de leche y miel. Es decir, que en todos ellos se hace alusión a un lugar de origen, y en dos se expresa el deseo de retornar a un pasado donde el bronce convocaba a toda la población y no sólo a unos cuántos afortunados. En San Dionisio se sitúa la campana en el contexto de la evangelización española, cuando el Pueblo Viejo perdió su preeminencia en la red comercial de los valles. En Chichicapan, en cambio, se asocia con el punto más sagrado de la antigua cabecera. La idea que su sonido llegaba hasta la ciudad de Oaxaca es causa de orgullo y brinda continuidad a la noción de haber sido un extenso e importante señorío zapoteca.

Las campanas y el señor Rayo

Un aspecto que distingue a ciertas campanas es su capacidad de alejar las tormentas y evitar las inundaciones que ponen en peligro las labores del campo. De ahí que “en las catedrales, templos, monasterios u otros santuarios que poseían varias campanas se solía reservar una para cuando sobrevenía una tempestad. Pero en los casos donde sólo había un bronce, todas las virtudes que se asociaban a los diferentes sonidos se le atribuían al mismo” (Carreón 2020: 12). Sin embargo, no todas las campanas gozaban de dicho poder pues sólo lo tenían “aquellas que mediante las oraciones de la Iglesia habían sido arrebatadas del dominio de lo profano” (Carreón 2020: 20).11

En suelo mexicano existen numerosas campanas de tormenta dedicadas a un determinado santo. Entre ellas destacan las de la ciudad de Puebla de los Ángeles, donde se

buscó la protección contra los rayos y las tempestades en San José en 1580 y, en 1611, en Santa Bárbara; Atlixco o Villa de Carreón hizo lo propio con San Félix; Mecayapán, Veracruz y Xalitzintla, Puebla, con San Sebastián; San Luis Potosí nombró su protector a San Antonio de Padua en 1645 y, cuatro años después, a San Lorenzo; Guadalajara se amparó en San Clemente hacia 1624; Valladolid de Michoacán invocaba a San José; en Taxco a Santa Prisca; y [en] 1734 Zapopan eligió a la Virgen María (Carreón 2020: 26-27).

Para demostrar su efectividad, la estudiosa de las campanas presenta dos casos registrados en las fuentes documentales:

A comienzos del siglo XVII, en su Historia religiosa de la provincia de México de la orden de Santo Domingo, fray Hernando de Ojea narró que los toques de campanas en su convento eran muy efectivos para detener las tempestades que se daban en la capital virreinal durante el siglo XVII: “se ha visto muchas veces por experiencia en la gran inundación de la laguna de México […] que viniendo a descargar sobre ella la tempestad o nublado un grande aguacero, en tañendo estas campanas […] se retiraba como si fuera persona racional, astuta y bien advertida, viéndose descubierta y entendidos sus malos intentos. Y, en cesando de tañer, acometía otra vez para hacer el lance y se retiraba en sintiendo que la descubrían, tocaban armas y tañían a rebato y así entraba y salía muchas veces: y si hallaba descuidadas las centinelas hacía su lance, y si no se desvanecía o declinaba a otra parte (Carreón: 2020: 19).

De igual manera, en 1702:

casi todas las iglesias de la ciudad de México tocaron A plegaria o rogativa con ocasión de un fuerte huracán “de todos cuatro vientos que levantó una gran polvareda […] que oscureció el sol”, y otro de 1716, cuando Fray Miguel de Torres narró los motivos de la consagración de unas campanas en la villa de Santa María de los Lagos, exponiendo las acciones del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún: Y sabiendo también que las campanas consagradas son uno de los mejores instrumentos y sagradas reliquias para ahuyentar los espíritus infernales apoderados de los vientos, consagró su ilustrísima las de la matriz de aquella villa, para que refrenasen con sus clamores la desbocada furia de Lucifer, que llenando de su infernal fuego las nubes, amenaza o quita la vida con sus rayos a los mortales; dejó con eso muy consolados y agradecidos a todos los vecinos y moradores de aquella villa (Carreón 2020: 18-19).

Ahora bien, cuando las fuerzas de la naturaleza están en equilibrio, la vida sigue su rutina y rara vez merece un lugar en las crónicas oficiales. Sin embargo, siempre hay que estar atentos a las señales que anuncian un cambio en las condiciones climáticas, ya que éstas pueden dejar una huella indeleble en la memoria de una comunidad. En San Dionisio, por ejemplo, se acostumbra subir al Cerro de la Cruz el día de Año Nuevo para llevar flores, velas e incienso a un árbol cuya forma da nombre al promontorio. Si las nubes bajan a la cima del cerro o se escuchan piedras rodar por las laderas, se toma como presagio de buenas lluvias y abundantes cosechas. Según Parsons (1936: 230), quien presenció los hechos en 1931, había árboles frutales en lo alto y al acercarse podía oírse música agradable. Tras comparar el lugar con el huerto referido en un mito ampliamente difundido en la región se ocupa del personaje conocido como gente Rayo y de los prodigios que se le atribuyen. En la fábula que apunta identifica a esta figura con un señor de Yalalag que lucha contra un mixe transformado en gonnis o culebra de agua. El enfrentamiento concluye con un gran estruendo que anuncia la victoria del señor Rayo y la destrucción del embalse que construyó la culebra para inundar un pueblo. Como el mito no se asocia al huerto visitado, y tampoco se dice que en San Dionisio teman al gonnis y las desgracias que causa, se contempla el cerro como un lugar especial donde brilla el sol y nunca hace falta el agua.

Con respecto a las culebras y el fragor que acompaña al rayo, es necesario mencionar el estudio de Millán (2007: 162) sobre la mentalidad de los teenek veracruzanos y los huaves de Oaxaca. Para los primeros, “el trueno y la serpiente son entidades emparentadas, siendo la serpiente quien resguarda el territorio del trueno, de quien recibe protección”, mientras que para los huaves “la relación entre ambos elementos es profundamente antagónica y da lugar a mitos y danzas de confrontación” (González 2014: 48). A ello añade González (2014: 170) que en principio “todas las culebras son consideradas animales del Rayo; ya sea que se les defina como sus naguales y ayudantes. Su morada se encuentra en lugares húmedos y fríos como los nacimientos de agua, los ríos, las ciénegas, las cuevas e incluso el mar […] Sin embargo, al igual que el Rayo, también la Culebra tiene al menos dos advocaciones. Por un lado, se le asocia con la agricultura, el agua, la lluvia y la riqueza; por el otro, es la causante de las inundaciones, los huracanes, los terremotos y otro tipo de calamidades, tanto naturales como personales”.

En la región zapoteca hay muchos lugares donde se han recopilado noticias sobre la formación de lagunas o el resurgimiento de pozos y manantiales, pero también de lugares que se secan a partir de la huida de una culebra (González 2014: 172). Un relato bien conocido de San Dionisio señala, por ejemplo, que Juan Juárez adquirió un terreno en el Guirule para enseñar a la gente el sistema de riego y los nuevos métodos de cultivo. Asimismo explica que Juarzo fomentó la crianza de animales domésticos, el cultivo de hortalizas y plantas ornamentales (García Arreola 2003: 120). Pero mucha gente identifica a esta figura con el señor Rayo, de quien se dice que devastó una laguna ubicada a orillas del Camino Real porque alguien se atrevió a jalarle las barbas.

Otros testimonios vinculan las inundaciones con el gonnis y la súbita intervención del señor Rayo (González 2014: 173). En San Baltazar Chichicapan, los habitantes recuerdan que un día se nubló el cielo, se puso gris y cayeron fuertes aguaceros que no permitían a las personas salir de sus hogares. Cuando el agua creció tanto que amenazó inundar la iglesia, comenzó a sonar la campana previniendo a los pobladores que algo iba a suceder. La situación era acuciante debido a que los frailes habían construido una cisterna muy cerca del templo, y si el agua se desbordaba, podía entrar a la casa de los religiosos. En eso “apareció un hombre misterioso, llamado por el repique tan insistente. Se dirigió al grupo de ancianos para ofrecerles su ayuda, aunque a cambio les pidió el badajo. El consejo de ancianos aceptó y el extraño se introdujo en un remolino que forma el río al atravesar el pueblo. Tras esperar un rato, se escuchó el estruendo de un rayo y en seguida salió el hombre diciendo ¡volví a derrotar al maligno! La gente respetó su palabra, y entre la alegría de haber resuelto el problema y la tristeza de perder una parte de la campana entregó el badajo al extraño que lo recibió gustoso, se lo colocó en el hombro y se alejó en dirección del Pueblo Viejo. Desde entonces “la campana ya no toca igual, esperando ansiosa que algún día vuelva a ella el badajo original y juntos repiquen tan fuerte como antaño” (Rebollar y Sanjuan 2006: 62-65).

Pero ¿quién es el señor Rayo que salva a los pueblos de los estragos que provoca la culebra? Si se le identifica con el numen que en su figura de Tlaloc porta mazorcas de maíz o un rayo en la mano se estaría ante el ente sagrado que beneficiaba la agricultura y el modo de vida en comunidad.12 Basado en el Vocabulario de la lengua zapoteca de fray Juan de Córdova, González (2014: 25-27) señala que Cocijo era el antiguo dios de la lluvia que en Santiago Xanica y en la región de Ozolotepec “derivó en las formas y personificaciones particulares que las comunidades [de la montaña] conciben como el Rayo”. En las cosmovisiones locales, dice:

el Rayo es una entidad múltiple, pues además de ser el dueño del agua y la lluvia, lo es del maíz y las plantas, de los animales, del cerro y sus riquezas y rige los distintos fenómenos meteorológicos, e incluso geológicos. De ahí que se le invoque para solicitarle agua, lluvia, maíz, permiso y puntería para la cacería de venado, suerte, salud, la protección de recién nacidos y venganza y muerte para los enemigos.

Un elemento que apoya la idea de que dicha deidad se veneraba en los lugares donde existen campanas de tormenta es la representación de una lagartija en la parte exterior de los bronces, como en Santiago Xanica y San Baltazar Chichicapan (Figuras 3, 4 y 5).

(fotografía de Damián González 2014: 182)

Figura 3 Campana de Santiago Xanica. 

(tomada de http://Mapsus.net)

Figura 4 Campana de San Baltazar Chichicapan. 

(fotografía de Rebollar y Sanjuan 2006: 63)

Figura 5 Lagartija plasmada en la campana de San Baltazar Chichicapan. 

Según González (2014: 177) hay varios lugares en los valles de Miahuatlán y Oaxaca donde se cree que al caer un rayo en la tierra se transforma en un chintete o Anolis nebuloides, que es la hija del Rayo o el Rayo mismo. Por su tamaño pequeño y delgado, y sus franjas o decoraciones en forma de rombo, se parece a la Anolis quercorum o lagartija del Rayo venerada en Teotitlán del Valle (González 2014: 179). La primera de ellas figura en varios relatos de Santiago Xanica, donde

En una ocasión llovió mucho, había viento y relámpagos. Un rayo cayó en la iglesia y quemó el techo. Todos los santos de la iglesia también se quemaron, pero Santiago… ¡ha, qué va estar dentro de la iglesia! Santiago ya está parado en frente, donde ahora está la escuela de música […] Los rayos que cayeron sobre el techo de la iglesia eran secos, por eso las personas no pudieron apagar el fuego con agua común, sino que tuvieron que utilizar agua con sal. Un aspecto sumamente significativo es que a Santiago se le considera ‘hijo del Rayo’ (González 2014: 165).

En San Baltazar Chichicapan, en cambio, se asocia la lagartija con la campana y el personaje que salvó al pueblo de la inundación. Por los detalles del relato que se halla en el trabajo de Rebollar y Sanjuan (2006: 62-65) no queda duda que se trata del numen de la lluvia y el rayo quien se llevó el badajo al lugar de donde fue sustraído, es decir, el Pueblo Viejo o cabecera del antiguo señorío zapoteco. Si el planteamiento de Carreón (2020: 12) es correcto, y “en los casos donde sólo había un bronce, todas las virtudes que se asociaban a los diferentes sonidos se le atribuían al mismo” se tendría evidencia fehaciente que los frailes de Oaxaca sobrepusieron las funciones del instrumento para reforzar las creencias en torno a Cocijo y proteger los campos y asentamientos indígenas.

Conclusiones

Tras efectuar un recorrido desde el origen de las campanas hasta su arribo a la Nueva España se entiende que el instrumento tuvo múltiples usos en los asentamientos religiosos y perímetros urbanos. Sin embargo, es poco lo que se sabe del papel que jugó en los poblados indígenas, por lo que se requiere un estudio más detallado de las fuentes documentales y un registro minucioso de las piezas existentes, por mucho que un sinnúmero de ellas fuera fundido para fabricar otros objetos y pertrechos de guerra.

Por otro lado cabría profundizar en el estudio del dios de la lluvia como símbolo de la vida en ciudad, ya que en general se le mira como un numen asociado a la agricultura. En Oaxaca se le conoce desde la época Monte Albán I, aunque no fuera representado en forma de lagartija. La serpiente de agua, en cambio, aparece en las leyendas de muchas regiones de Mesoamérica pero no ha sido reconocida como tal en la iconografía. Ya que ambas figuras interactúan en los relatos que se refieren a los cambios climáticos es probable que formen parte de una misma tradición oral que tiene su raíz en el imaginario de los primeros pueblos sedentarios. Los españoles, por su parte, habrían plasmado el reptil en las campanas de tormenta para dar continuidad a las antiguas creencias y no interrumpir el quehacer de los labradores que los abastecían con productos del campo.

Ahora bien, una lagartija semejante a la que se halla en la campana de Chichicapan se encuentra labrada en un monolito del Edificio C descubierto en las afueras de San Martín Huamelulpan (Figura 6). En este lugar, situado en una planicie expuesta a los cuatro vientos, se fundó uno de los asentamientos monumentales más antiguos de la Mixteca Alta. Las urnas excavadas en el sitio demuestran que la gente pudiente estrechó lazos con las élites de los valles centrales, que para la época I tardía ya empleaban los íconos del calendario ritual esculpidos debajo del reptil mencionado (Gaxiola 1976: 93-98).13 Si dicho animal significa lo mismo que la Anolis moldeada en las campanas virreinales podría decirse que esta forma de representar al Rayo surgió a finales del Preclásico en el entorno de las primeras ciudades de Oaxaca.

(fotografía tomada de http://lugaresdemexico.com)

Figura 6 Imagen de una lagartija esculpida en un monolito de Huamelulpan, en la región Mixteca Alta. 

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1 Lo urbano equivale, en este sentido, a conceptos como el “civismo, buenas maneras o simplemente buena educación. Independientemente del término que utilicemos, se trata de convivir en comunidad” (concepto de urbanidad disponible en definición.mx [Consulta: 20 de marzo de 2021]). O sea, “existen actitudes y conductas que provocan malestar en los demás. Cuando esto sucede decimos que no se respetan ciertas normas de urbanidad. Dichas normas no están escritas en un documento concreto, sino que son costumbres y pautas de comportamiento consideradas razonables para el conjunto de la sociedad”.

2Consúltense los trabajos de Carlos Navarrete Cáceres sobre las campanas milagrosas que aparecen en los santuarios naturales o construidos, ya sean asentamientos prehispánicos o pueblos viejos.

3Debido a la terminología empleada en las fuentes documentales no está claro si el término campanilla se refiere a un pequeño objeto campaniforme o a un cascabel.

4El término signum dare empleado por el abad Pacomio se puede traducir como objeto “que da la señal” para que los monjes se reunieran.

5La voz campana proviene del latín “elisión de (vasa) Campana ‘(recipientes de) Campania’, región de Italia de donde procedía el bronce de mejor calidad” (Oxford English Dictionary). El término bell, del antiguo inglés bellan, significa “hacer un ruido hueco, rugir, ladrar”, mientras que Glocke, del alto alemán Glokka, se refiere a la forma de cáliz abierto hacia abajo. Este último fue documentado alrededor del año 1000 en el contexto de la actividad misionera irlandesa.

6Pascual Calvete menciona diversas costumbres españolas relacionadas con el uso de las campanas y una serie de leyendas europeas que versan sobre los milagros vinculados con ellas.

7En la nota 20 de su trabajo, María del Carmen Carreón (2020: 13) describe las distintas formas que podían adoptar las campanas.

8Véase el trabajo de Marcela Dávalos (2011) sobre la disminución de los tañidos en la Ciudad de México promovida por los políticos liberales del siglo XIX, quienes se quejaban de que el sonido les recordaba el dominio que tuvieron los curas y religiosos en la ciudad.

9Para los fines de este trabajo, es necesario aclarar dichos términos, empezando por el mito (de mythos), “Fábula o ficción alegórica. Relato fabuloso de origen popular y espontáneo, en el cual agentes impersonales -las fuerzas de la naturaleza en la mayoría de los casos- son representados bajo formas de seres personales cuyas acciones y aventuras tienen un sentido simbólico. El mito sólo es tal cuando los hechos imaginarios que relata son tenidos por reales” (UTEHA VII: 633). La leyenda (de legenda) es una “relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos” (UTEHA VI: 1017).

10En la copia del Libro de Providencias de San Dionisio, cuyo original desapareció el 9 de febrero de 1916, el párroco Vicente González dejó señalado que San Pablo Güilá, segunda cabecera de la parroquia, estaba obligado a ayudar con la sustentación del Señor Cura.

11En la nota 21 de su trabajo, Carreón (2020: 13) describe algunas características metalúrgicas de las campanas. Más adelante se refiere a los efectos que supuestamente tenían sobre la atmósfera. En este sentido menciona la idea de que “las ondas sonoras y las vibraciones eran capaces de cambiar el rumbo del viento y la tempestad y al mover el aire, impedían que la humedad se transformara en agua o hielo” (Carreón 2020: 22).

12En su opúsculo sobre el calendario agrícola, Fahmel (1995) discute los ciclos de cultivo anuales y su representación en la iconografía mesoamericana. González (2014: 167), por su parte, señala que “ambas proyecciones del Rayo permiten a los zapotecos del sur ordenar el temporal y parte del ciclo de lluvia con base en la cosmovisión, al otorgar atribuciones de apertura y cierre de la temporada de agua al rayo de lluvia y al rayo seco, respectivamente”.

13El ícono ubicado en la esquina derecha del monolito representa a un mono, que en los códices postclásicos es el nahual del dios del viento Ehecatl.

Recibido: 27 de Mayo de 2021; Aprobado: 23 de Noviembre de 2021; Publicado: 31 de Mayo de 2022

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