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Anales de antropología

On-line version ISSN 2448-6221Print version ISSN 0185-1225

An. antropol. vol.55 n.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2021  Epub May 16, 2022

https://doi.org/10.22201/iia.24486221e.2021.1.76480 

Artículos

“Intrusos Divinos”. El culto a Tláloc en el Occidente de México

“Divine Intruders”. The cult of Tlaloc in Western Mexico

Jesús Erick González Rizo1  * 

1Universidad de Guadalajara, Av. Juárez 976, Col. Americana, Americana, 44160 Guadalajara, Jalisco, México.


Resumen

Tláloc es una de las deidades panmesoamericanas más emblemáticas; sin embargo, si bien se reconoce su presencia en el Occidente de México, aún no quedan claras las particularidades de su culto en la región. Se ha detectado una fuerte presencia del culto a la deidad acuática en el sur de Jalisco y la cuenca de Chapala. La presente investigación retoma el tema, analizando de manera general la evidencia arqueológica y etnohistórica disponible sobre ello; se hace especial énfasis en la distribución espacial de los hallazgos de imágenes de esta deidad. Se parte del supuesto de que la adoración a este dios no fue para nada homogénea en los territorios que integrarían posteriormente los estados de Jalisco y Colima.

Se propone que la llegada del culto al dios de la lluvia a la región fue tardía, esencialmente durante el periodo Posclásico (900-1521 dC). El culto de Tláloc en la zona estaría asociado a la expansión territorial de la Tradición Aztatlán. Por contraste, la devoción por esta deidad estuvo prácticamente ausente en áreas donde predominaron cultu- ras materiales locales (por ejemplo, Complejos cerámicos Atemajac y Amacueca). Además, se hace notar cómo los atributos e iconografía de Tláloc fueron asimilados a los de otras deidades locales como parte del complejo escenario de interacción cultural del Posclásico mesoamericano.

Palabras clave: dios de la lluvia; Jalisco prehispánico; Iztlacateotl; Aztatlán; Posclásico

Abstract

Tlaloc is one of the most emblematic Pan-Mesoamerican deities; however, although his presence in Western Mexico is recognized, the peculiarities of his cult in the region are still not clear. A strong presence of the cult of the aquatic deity has been detected in southern Jalisco and the Chapala basin. The present investigation returns to the subject, analyzing in a general way the archaeological and ethnohistorical evidence available; special emphasis is placed on the spatial distribution of the representations of this deity. It is assumed that the worship of this god was not at all homogeneous in the territories that would later become the states of Jalisco and Colima.

I propose that the arrival of the cult of the God of Rain in the region was late, practically during the Postclassic period (900-1521 AD). The cult of Tláloc in the area associated with the territorial expansion of the Aztatlán Tradition, while the devotion to this deity was effectively absent in areas where local material cultures predominate (e.g. Atemajac and Amacueca Ceramic Complexes). Furthermore, I note how the attributes and iconography of Tláloc were assimilated to other local deities as part of the complex scenario of cultural interaction of the Mesoamerican Postclassic.

Keywords: rain god; Prehispanic Jalisco; Iztlacateotl; Aztatlan; Postclassic

Introducción

El culto a Tláloc en Jalisco es evidentemente tardío, si bien aún no se define de todo una fecha aproximada de su aparición en la región. En los años 70, en su tesis doctoral, Otto Schöndube (1994: 309, 310) propone que el culto a la famosa deidad de la lluvia apareció en épocas del Clásico tardío. Sin embargo, hasta el momento no hay evidencia sólida de la presencia iconografía de este dios antes del Posclásico. De igual manera, si bien se ha reconocido su presencia en la región, hasta el momento no se ha analizado la distribución espacial -y sus implicaciones- de este culto acuático. Además, su figura es muy abundante en la región, pero no se le cita en ninguna fuente colonial temprana. A continuación, en base a nuevos datos, analizaremos las zonas donde dicha deidad fue venerada en el occidente.

Antecedentes del culto occidental a Tláloc

Hasta el momento, sabemos que Tláloc es el dios teotihuacano por excelencia y el que más frecuentemente aparece representado en todos los soportes materiales de la ciudad (Armillas 1945: 36, 37). Es, junto con Quetzalcóatl, una de las deidades principales y de mayor complejidad iconográfica de la megalópolis mesoamericana (López et al. 1991: 39-42). En la región Occidente, sus representaciones más tempranas datan del periodo Epiclásico y proceden del sitio de Tingambato; en específico de la tumba 1, donde Piña Chan y Ohi (1982) encontraron un brasero con la cara del dios (Figura 1).

Fuente: Cruz y Landa (2013:44).

Figura 1 Representación de Tláloc encontrada in situ en la Tumba 1 de Tingambato. 

Cabe señalar que por su amplia extensión geográfica, Tláloc es una de las deidades más polivalentes de Mesoamérica. Hace tiempo ya que Armillas (1945: 38) hacía notar la relación de éste con otras deidades mesoamericanas como el Chaac o el Cosijo zapoteca. En los sitios jaliscienses contemporáneos a Tingambato, algunos ya excavados, no se ha reportado hasta el momento ninguna imagen de esta deidad.

La Tradición Aztatlán y el culto a Tláloc en Jalisco

Como ya se ha mencionado antes, si bien podría haber llegado antes del Posclásico, el culto a Tláloc realmente se expande por toda la región hasta este horizonte tardío. En términos de cultura material arqueológica, durante el periodo Posclásico en la zona central de Jalisco se ve la aparición en el registro arqueológico de dos grandes complejos esencialmente cerámicos: el complejo Aztatlán y el complejo Atemajac (Heredia y Martínez 2010, 2012; Kelley 2000; Lister 1949; Meighan 1976; Smith y Herrejón 2004; Valdez et al. 2005).

Sobre el Complejo Aztatlán (también llamado Tradición Aztatlán por la asociación de otros elementos materiales como arquitectura, metalurgia, iconografía), sabemos que su cronología va en dos fases: un periodo temprano (850/900-1100 dC) y otro tardío (1100-1350/1400 dC). También se ha propuesto que es la manifestación material del surgimiento de un extenso sistema mercantil (Figura 2) interregional que llegaba hasta el suroeste de los actuales EE. UU. (Garduño 2012: 30-33; Kelly 1948; Kelley 2000; Lister 1949; Liot et al. 2006: 442; Meighan 1976; Olay 2004, 2012: 202-207; Smith y Berdan 2003: 22, 23; Valdez et al. 2005).

Elaboración propia con datos de Kelley (2000), 16, Olay (2012).

Figura 2 Expansión por el occidente de la Tradición Aztatlán durante el Posclásico temprano y medio (900-1400). 

Las características de la Tradición Aztatlán son fácilmente detectables en el registro arqueológico, y llaman la atención por su similitud iconográfica con la Mixteca poblana o el Horizonte tolteca, entre ellas destacan: a) cerámica policroma con iconografía estilo códice -también llamado estilo Mixteca-Puebla-; b) figurillas estilo Mazapa; c) práctica de la incineración y urnas funerarias; d) uso extensivo de metalurgia y posible especialización en la explotación del tabaco y el algodón; e) arquitectura compleja con basamentos, plazas, juegos de pelota, patios con uso extensivo de columnas, generalmente cuadradas, así como espacios porticados (Glassow 1967: 78, 82; Kelley 2000; Kelly 1948; Lister 1949; Meighan 1976; Olay 2004, 2012; Smith y Berdan 2003: 22, 23; Weigand y García 2000; Zepeda 2004: 382-383).

Algunos investigadores inclusive han señalado el carácter intrusivo de Aztatlán, proponiendo que estaría vinculado a la llegada de grupos alóctonos a la región occidente (Liot et al. 2006: 441; Mountjoy 1990). El establecimiento de un nuevo sistema político, comercial y de creencias propio estaría estrechamente vinculado a los cambios en toda la región hacia los siglos IX y X dC (Liot et al. 2006: 441, 442). Hay que señalar que entre los cambios de creencias -o de mentalidades- más relevantes está la aparición y expansión del culto a deidades panmesoamericanas, como Xipe Tótec, Ehécatl-Quetzalcóatl, Tlazoltéotl y Tláloc.

Sin embargo, la presencia del citado complejo arqueológico en la región central y sur de Jalisco, es muy dispar. Por ejemplo, al norte del volcán de Tequila, es prácticamente inexistente (donde predomina el complejo Atemajac [Heredia y Martínez 2010]), al igual que en el sitio de Los Guachimontones que cuenta con una extensa ocupación posclásica (Cach 2008: 4,5). En cambio, en la zona sur del volcán de Tequila, sí se encuentran materiales arqueológicos asociados a tal complejo: de hecho, la cerámica Huistla, de manufactura local, es diagnóstica de ese periodo, tiene cierta influencia del complejo Aztatlán, e incluso, ha sido vista como una variante local de dicho complejo arqueológico (Glassow 1967: 78, 82). Más al sur, en las faldas meridionales de la Sierra de Ameca, el sitio del Portezuelo probablemente pertenecería al citado complejo Aztatlán (Weigand y García 2000: 47).

Por otra parte, el complejo Atemajac1 está extensamente presente en la región de los valles de Atemajac, Toluquilla y norte del volcán de Tequila. Sobre su cronología, sabemos que se ubica asociada a la fase Atemajac de la región central (valles de Tequila y Atemajac), es decir, entre el 900 y 1521 dC. Este complejo consiste esencialmente en ollas globulares de entre 30-40 cm de diámetro en la parte media y unos 15-20 de ancho en la boca o parte superior y de altura otros 40 cm (Figura 4); por los costados algunos ejemplares constan de asas ubicadas equidistantemente (Smith y Herrejón 2004: 41). En cuanto a su ornamentación, ésta es simple o rústica, y ocasionalmente ostentan un baño de engobe (de tonalidades que van del anaranjado al rojo tabique o ladrillo), mientras que el borde presenta un listón ancho (modelado simultáneamente a la pieza) debajo del labio de la pieza (Smith y Herrejón 2004: 41). La aplicación de policromía es muy rara en este complejo cerámico (Smith y Herrejón 2004: 48); fenómeno contrario a la Tradición Aztatlán y complejos asociados, donde predomina el uso efusivo de colores.

Figura 3 Cerámica Huistla policromo ( Smith y Herrejón 2004: 26). 

Figura 4 Fragmentos de bordes de ollas tipo Atemajac ( Smith y Herrejón (2004: 43). 

Así pues, podemos ver que ambas manifestaciones de la cultura material fueron coetáneas, compartiendo tiempo y espacio (Figura 5). La Tradición Aztatlán dominó buen parte de la costas de Colima y Nayarit (Figura 2), así como algunas áreas de distrito lacustre de Jalisco y la parte meridional de los valles de Tequila. En la cuenca de Sayula, Aztatlán coexistía con complejos cerámicos locales, como el Amacueca (Liot et al. 2006; Valdez, et al. 2005). Un fenómeno digno de destacar es que los hallazgos de imágenes de Tláloc están abrumadoramente concentrados en regiones dominadas por Aztatlán, mientras que en las regiones donde domina el complejo Atemajac no aparece evidencia arqueológica -y tampoco etnohistórica- de adoración al citado dios de la lluvia (con excepción de Teuchitlán). Entonces, si bien aún falta más información de campo, se va perfilando una clara asociación en nuestra zona de estudio, entre la dispersión espacial de la tradición Aztatlán y el culto a Tláloc; ambos fenómenos socioculturales van de la mano y son inherentemente tardíos en el desarrollo cultural del occidente.

Elaboración propia con información de Liot (et al. 2006), Schöndube (1994), Smith y Herrejón (2004), Weigand (1993).

Figura 5 Extensión espacial de la Tradición Aztatlán y el Complejo Atemajac en Jalisco. También se ubican espacialmente los hallazgos de imágenes de Tláloc. 

El Culto a Tláloc en la cuenca de Chapala

El culto a Tláloc en la cuenca chapálica estaba bastante extendido durante el periodo Posclásico, como pueden atestiguarlo varios hallazgos de efigies de esta deidad en localidades como Mezcala, Cosalá y Ocotlán (Figura 2). Las fuentes coloniales tempranas nos indican en la región la presencia del grupo indígena coca y una minoría de nahuatlatos (Acuña 1988; Baus 1982; Gerhard 1986; Tello 1997).

Por otra parte, nunca se menciona de manera explícita a Tláloc, sino a otra deidad acuática llamada Iztlacateótl (en otras grafías Ixtlacateótl). Sobre esta deidad, sabemos que también era conocido como el dios escondido (Tello 1997), y su culto era muy fuerte en toda la ribera, en especial desde Cutzalán (hoy Cosalá). Probablemente su nombre real sea Iztlapateotl, ya que por la etimología de su nombre, se deduce cierta asociación simbólica con la obsidiana (iztli) y tlapachoa=esconder o cubrir y teotl=Dios. Entonces su nombre se traduciría como “Obsidiana divina escondida”; probablemente su nombre hace referencia a que para los nativos, este dios se escondía en el fondo del lago de Chapala y la presencia del vocablo Itzli podría hacer alusión a los sacrificios de sangre que se le ofrendaban, en especial, sangrarse las orejas, labios, nariz, mejillas y lengua (quizá también genitales). Otra opción etimológica es que no derive de tlapachoa, sino de “in tlacatl” o “el señor, el que manda” en náhuatl; así su nombre se traduciría como “el señor dios de obsidiana que manda”. Su asociación con este vidrio volcánico lo relaciona directamente con Cupachcaquil, otra deidad coca del vecino valle de Poncitlan, representada como un gran cuchillo sacrificial de obsidiana (Acuña 1988: 185). Cabe mencionar aquí que en nuestra región sí se ha documentado en contextos arqueológicos controlados el uso ritual de navajas de obsidiana en prácticas sacrificiales. Tenemos el caso de Talleres 2, sector tardío del sitio arqueológico de Los Guachimontones donde Smith y Herrejón (2004: 143) documentaron in situ un cráneo con un cuchillo de obsidiana meca (obsidiana negra con vetas rojas) depositado como ofrenda durante el siglo XV dC (Figura 6).

Figura 6 Ofrenda de cuchillo de obsidiana meca y un cráneo humano hallado en 2002. ( Smith y Herrejón 2004: 143, ilustración 87). 

Por su relación simbólica con la obsidiana, Iztlacateotl/Iztlapateotl puede relacionarse también con otras deidades mesoamericanas como Tezcatlipoca. Como ya se mencionó, su culto implicaba el autosacrificio y el posterior lanzamiento de búcaros u ollitas en al lago: “[en] un pucherito ó búcaro pequeñito, y que rasgándose las orejas, echasen en él de cada una, una gota de sangre, una gota de sangre y que cuando se bañasen, echasen en la laguna el pucherito ó búcaro con la sangre” (Tello 1997: ). Dicha práctica documentada en las fuentes tiene un claro correlato arqueológico, ya que muchas ollas miniatura de este tipo se han recuperado en toda la ribera norte chapálica, desde San Juan Cosalá (antiguo Cutzalán) hasta Ocotlán; inclusive varias de ellas tienen representaciones de un rostro de Tlalóc. Este fenómeno arqueológico es conocido desde por lo menos la década de 1970, siendo ya reportado por Schöndube (1994: 309). La mayoría son piezas de alfarería eminentemente domésticas (lo que concuerda con las fuentes que señalan que se elaboraban ex profeso por los pescadores para hacer ofrendas) y de trabajo un poco burdo, pero las que tienen el rostro de Tláloc son un poco más elaboradas, así como, un poco más grandes. Entonces, ¿qué relación tienen ambas deidades, Tláloc e Iztlacateotl/Iztlapateotl? Si bien la mayoría de las representaciones de Tláloc en estas ollitas es prácticamente idéntica a otras representaciones mesoamericanas del dios (Figuras 7 y 8B), en algunas tiene rasgos singulares, como es el caso de un ejemplar recuperado en Ocotlán (Figura 8A). En éste, se aprecia que además de las distintivas anteojeras y colmillos de Tláloc, el rostro tiene una especie de “estrella” por nariz, elemento anómalo en la iconografía del dios; probablemente la “estrella” sea una representación de un quincunce (símbolo de los cuatro rumbos cardinales y el centro). Este elemento sui generis en conjunto con la evidencia etnohistórica, apunta a que ambas deidades se “fusionaron” en la religiosidad de los antiguos habitantes de la ribera.

Fuente: Museo Mexcallan.

Figura 7 Olla miniatura con efigie de un antropomorfo con las características anteojeras de Tláloc recuperada en el área de Mezcala, Jalisco. 

Figura 8 Ollas miniatura encontradas en Ocotlán (A), Mezcala (B) y Cosalá (C). Piezas resguardadas en el Museo Regional de Ocotlán (A), Museo Mexcallan (B) y Colección privada (C). 

Así pues, los cocas de la región durante el Posclásico (900-1521 dC), adoptaron el culto a Tláloc, y lo asimilaron con Iztlacateotl, una deidad de origen local, un guardián o patrón del gran lago chapalico. Un elemento importante a destacar, es que en la cosmovisión coca, Tláloc-Iztlacateotl sería un dios acuático sí, pero el dador de lluvia en sí. Entonces, para los cocas, la lluvia se asocia más con los cerros como el Tascappoyaceo, cuyo nombre significa el aguacero (hoy Cerro La Punta o Cerro Grande) en Mezcala (Acuña 1988: 198). Hasta el momento no se ha registrado evidencia del culto a Tláloc en los cerros, al contrario del sur de Jalisco donde varios sitios religiosos a esta deidad se ubicaban en las cimas altas, como en el centro de México (Schöndube 1994). En contraste, en la ribera, el culto a esta deidad acuática se realizaba directamente en el embalse, como lo evidencian las ollas miniatura. De ahí pues, que podamos sintetizar que la evidencia etnohistórica y arqueológica indica un sincretismo religioso muy fuerte en la ribera chapalica, donde los naturales de la zona mantuvieron sus prácticas e iconografía propias. A nivel regional, este fenómeno de sincretismo entre Tlalóc y una deidad local solo se ha registrado en la cuenca de Chapala. Además, hasta el momento no se ha registrado ninguna imagen de Chalchihuitlicue (usualmente asociada con el Tláloc del centro de México).

El Culto a Tláloc en la zona Valles de Jalisco

En lo general, las imágenes de Tláloc en la región Valles de Jalisco son inexistentes hasta el momento (con una única excepción). Este hecho es llamativo, ya que se trata de la región del estado más prospectada (con 1 140 km2 de recorrido de superficie alrededor del volcán de Tequila [Englehardt et al. 2018: 38, 41]) y con mayor cantidad de sitios excavados (Los Guachimontones, Navajas, Palacio de Ocomo, Atitlán-Las Cuevas, Huitzilapa, etcétera). De este vacío en el registro, podemos inferir un culto escaso, casi inexistente a la deidad mesoamericana de la lluvia.

Como ya se mencionó, hasta un momento el único registro de imágenes del dios acuático es un sello de cerámica con asa en el cual se representa un batracio -rana o sapo- que lleva puesta una máscara de Tláloc (Figura 9); éste fue encontrado en el área de Talleres 1 del sitio arqueológico de Los Guachimontones (Smith y Herrejón, 2004: 88, 104). El contexto de la excavación fue en una estructura de uso esencialmente doméstico y asociado al relleno encontrado entre los muros de contención 1 y 2; la estructura fue datada hacia el Posclásico tardío (ca. 1460 dC), y anexa a materiales Huistla (Smith y Herrejón 2004: 104, 126).

Figura 9 Sello de un batracio con cara de Tláloc ( Smith y Herrejón 2004: 135). 

El culto a Tláloc en el sur de Jalisco y Colima

En la cuenca de Sayula, el culto a Tláloc no está bien documentado, pero es probable que coexistiera con el de otras deidades locales de la lluvia. En Amacueca y Tepec la principal deidad de la lluvia era el dios Gavilán; las crónicas coloniales relatan que tenían “por dios de las aguas al gavilán” y había “muchas imágenes de esta ave de rapiña, unas pintadas en las piedras y otras de bulto” (Ornelas 2001: 67). Curiosamente en el Cerro del Agua Escondida, los integrantes del Proyecto Arqueológico Cuenca de Sayula registraron un posible rostro de Tláloc (Figura 10) en un soporte pétreo (Acosta 2003: 106). De ser así, se trataría del único Tláloc registrado en la cuenca de Sayula e indicaría que el culto a éste coexistía con el del dios Gavilán. En la misma zona centro-norte de la cuenca de Sayula, Gómez (2011: 113-117, 120, 123) documentó un posible culto lunar, asociado simbólicamente con el pulque y la lluvia, si bien no está claro aún un nexo directo con Tláloc.

Figura 10 Rostro de Tláloc en el Cerro del Agua Escondida, municipio de Amacueca. Modificado de Acosta (2003:106). 

Más hacia el sur, en los valles de Tuxpán y Tamazula, el culto a los cerros y a Tlalóc sí está documentado de manera sistemática (Schöndube 1994: 306-308). El culto a Tláloc en el sur de Jalisco ha sido documentado in situ por Otto Schöndube (1994: 304) en los sitios Cerro de San Francisco, Cerro de Tuxpan y Los Tajos. También, es probable que el culto a Tláloc se extendiera al vecino valle de Zapotlán (Schöndube 1994: 305, 306). Además, en las colecciones museográficas de la región aparecen otros fragmentos dispersos en toda el área de Tuxpán-Tamazula (por ejemplo, en San José Tinaja). En la vecina Sierra del Tigre, el único sitio documentado con ofrendas a Tláloc hasta el momento sería Quitupán (Schöndube 1994: 311).

Por otra parte, informantes del sur de Jalisco mencionan la posible existencia de un adoratorio a Tlalóc en el Nevado de Colima, lo cual aún no ha sido confirmado científicamente. Schöndube (1994: 309, 310) propone que el culto a Tláloc llego al área de Tuxpan-Tamazula-Zapotlán desde el centro de México a través de la cuenca de Chapala en épocas del Clásico tardío. Sin embargo, no han aparecido efigies de Tláloc en contextos anteriores al Posclásico ni el sur ni en otra región del Estado hasta el momento. Además, en la región el culto a la divinidad de la lluvia parece estrechamente relacionado con la expansión de la Tradición Aztatlán en la región.

Por otra parte, en la zona de San Gabriel, el autor de estas líneas ha registrado otra posible representación de Tlalóc. Se trata del sitio se encuentra en un pequeño valle fluvial cruzado de norte a sur por el rio o arroyo de Jiquilpan, delegación del citado municipio. El petrograbado principal se ubica a menos de 50 metros en línea recta de una pequeña elevación montañosa (conocida como el cerro de Jiquilpan). Los elementos gráficos predominantes son los antropomorfos -en lo cuantitativo- y motivos geométricos. De entre todos, destaca un rostro que muestra los clásicos colmillos de Tláloc (Figuras 12 y 13); está rodeada de otras figuras antropozoomorfas que parecen otras representaciones de deidades locales.

Figura 11 Bloque de piedra con mascarón de Tlalóc tallado. La pieza al parecer procede del sur de Jalisco. Imagen modificada de la original del Museo de Arqueología de Occidente en Guadalajara. 

Figuras 12 y 13 Posible representación de Tláloc en el petrograbado de Jiquilpan, San Gabriel, Jalisco (fotografías por el autor). 

En el valle de Zapotiltic se han recuperado en la últimas dos décadas algunas representaciones de Tláloc no registradas antes (Figura 14 y 15); éstas han sido resguardadas en el museo comunitario de la localidad de San José de la Tinaja. Una de ellas se realizó en piedra, probablemente formara parte de un edificio prehispánico, y la otra es de cerámica y parece haber formando parte de una olla globular de medianas proporciones. Ambas se suman al amplio corpus de representaciones de la deidad de la lluvia en estos valles de Tuxpan-Tamazula-Zapotlán; esta área es sin duda en la que mayor arraigo tuvo el culto a Tláloc en el territorio del Jalisco prehispánico, dada la gran cantidad de hallazgos. Inclusive parece que el culto a Tláloc fue más amplio que en la cuenca de Chapala.

Figura 14 Representación esquemática de Tláloc recuperada en Zapotiltic, Jalisco (elaboración propia con información del Museo Comunitario Antonio Vargas de San José de la Tinaja, Zapotiltic). 

(elaboración propia (sin escala) con información del Museo Comunitario Antonio Vargas de San José de la Tinaja, Zapotiltic).

Figura 15 Rostro de Tláloc recuperado en Zapotiltic, Jalisco; parece parte de una olla mayor 

Por otra parte en el vecino valle de Colima también se ha documentado extensamente el culto a Tláloc, en especial en el sitio arqueológico de El Chanal (Figura 16), donde se han recuperado numerosas imágenes de esta deidad. Dichas efigies de la deidad de la lluvia se encuentran en varios soportes de la cultura material del sitio, desde estelas labradas y empotradas en edificaciones, hasta braseros monumentales, figurillas y otras piezas de cerámica. También se han hallado representaciones del dios en Tecomán (Schöndube 1994: 309). Así pues, la evidencia arqueológica sustenta la presencia de una arraigada devoción por la divinidad en cuestión en todo el sector sur, oriente y en parte al poniente del macizo volcánico Volcán de Fuego-Nevado de Colima.

Figura 16 Estela con la cara de Tláloc del sitio arqueológico de El Chanal, Colima (fotografía por el autor). 

Discusión: Tláloc y otras divinidades acuáticas del occidente de México

Como ya se ha mencionado antes, el culto a Tláloc en la mayor parte del occidente, con excepción de Michoacán, fue tardío, posterior al Epiclásico, y directamente asociado a la expansión de la Tradición Aztatlán. Aún se debate si Aztatlán fue un sistema mercantil o más bien un fenómeno migratorio (Liot et al. 2006; Mountjoy 1990; Ramírez et al. 2005); sea cual fuera su origen, de lo que no queda duda es de su profundo impacto en toda la región del Occidente, así como una mayor integración cultural y artística con el resto de Mesoamérica, por lo que Aztatlán puede concebirse como una variación local de un fenómeno panmesoamericano (Smith y Berdan 2003).

Abiertos a integrar nuevas deidades, no es de extrañar que varios pueblos de nuestra zona acogieran la nueva devoción. Sin embargo, la adopción del culto al dios de la lluvia fue disímil en la zona: por ejemplo, en el sur de Jalisco y Colima fue más fuerte que en otras áreas. Pero la llegada de la adoración a Tláloc no implicó el desplazamiento total de las autárquicas deidades locales, sino que a veces coexistió con ellas o de plano, se fusionó con las mismas. Ya vimos el caso de Chapala, donde Tláloc se asimiló con el dios coca del lago, Iztlacateotl. En la cuenca de Sayula, el culto al dios coca de la lluvia, Atitocuauhtli, siguió siendo muy fuerte hasta el momento de la evangelización católica, y las representaciones de Tláloc son escasas. En la zona Valles su culto también fue menor, pues dominó la religiosidad local con otras deidades locales. Esta disparidad y complejidad en la difusión del culto, se debió a la ausencia de un panteón unificado en el Occidente, dada su gran pluralidad lingüística, cultural y ambiental; también, lo anterior nos permite inferir que, para nada, las comunidades locales fueron pasivas en este complejo proceso de sincretismo religioso, sino que por el contrario, fueron coparticipes del mismo y seleccionaron de manera activa los nuevos elementos de su propio sentir religioso.

Así pues, Tláloc en esta región, es una deidad del Posclásico que se expande a la par de las innovaciones culturales de Aztatlán, en un proceso muy similar a dioses como Xipe Tótec, Mictlantecuhtli, Xiuhcóatl y Ehécatl (cf. Liot et al. 2006: 345, 351, 352). Algo digno de señalar, es que en la iconografía arqueológica regional, Tláloc aparece en solitario, sin ninguna relación simbólica con otros seres sobrenaturales usualmente asociados a él, como los tlaloques o su “esposa” Chalchihuitlicue. Tampoco se han registrado hasta el momento alusiones gráficas del Tlalocan o paraíso de Tláloc.

Hasta el momento, el culto Tláloc está ausente en el registro arqueológico de los Altos de Jalisco y de la Sierra Occidental. No se descarta su aparición en alguna de estas zonas, aunque es poco probable, en especial para los Altos, región que sufrió una gran baja demográfica en el Posclásico.

Conclusiones

Por lo anteriormente expuesto, podemos concluir que el culto a Tláloc en el Occidente de México es esencialmente tardío, principalmente del Posclásico (900-1521 dC). Hay evidencias más tempranas de su adoración existen en Michoacán, para el periodo Epiclásico, registradas en la Tumba 1 de Tingambato. Para Jalisco y Colima, si bien Schöndube (1994) menciona que podría remontarse al Clásico tardío (ca. 400-600 dC), dicha aseveración fue formulada hace ya medio siglo, y hasta el momento, tras varios años de proyectos e investigación en la zona, no hay evidencia de un culto a Tláloc antes del Posclásico (aunque nada descarta que surjan datos nuevos en el futuro). Así pues, la evidencia arqueológica y etnohistórica apunta en la dirección de una difusión de este culto religioso estrechamente asociada con la Tradición Aztatlán. Como se ha discutido antes, la extensión de ésta fue dispar en el centro y sur de Jalisco, a diferencia de las regiones costeras (Colima y Nayarit) donde fue mucho más extensiva.

Además, tras un análisis espacial, es notorio que el culto a esta deidad fue más intenso y arraigado en el sur de Jalisco y Colima, y menor medida las cuencas de Chapala y Sayula. En los valles de Tuxpan-Tamazula-Zapotlán es el sector donde más imágenes de Tláloc se han encontrado. En el caso de la zona Valles en realidad sería mínimo el culto a esta deidad, ya que solo se ha encontrado una efigie muy pequeña del mismo en Teuchitlán, a pesar de que la región ha sido objeto de varios proyectos arqueológicos en las últimas cuatro décadas.

Por otra parte, la cuenca chapálica sería un caso interesante, ya que el culto a Tláloc se fusionó con el de un dios coca, el dios Escondido o Iztlacateotl (su nombre en coca no lo conocemos), asumiendo por completo la iconografía de éste, pero conservado prácticas rituales propias, como el autosacrificio y ofrendas en ollas miniatura arrojadas al lago (donde se cree que residía Iztlacateotl). En la cuenca de Sayula, el culto a Tláloc coexistía con el de otras deidades locales de la lluvia como el Dios Gavilán de Amacueca y Tepec. Entonces, podemos asumir que la difusión del culto de la deidad mesoamericana de la lluvia por la región fue no solo tardía, sino muy compleja y dispar, ya que los naturales de la zona no solo lo adoptaron así tal cual, sino que mezclaron elementos los alóctonos con autóctonos, creando una nueva cosmovisión sincrética.

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1 Llamado así porque fue caracterizado por el arqueólogo Javier Galván en el valle homónimo.

Recibido: 22 de Julio de 2020; Aprobado: 21 de Octubre de 2020; Publicado: 27 de Enero de 2021

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