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Connotas. Revista de crítica y teoría literarias

On-line version ISSN 2448-6019Print version ISSN 1870-6630

Connotas. Rev. crit. teór. lit.  n.25 Hermosillo Jul./Dec. 2022  Epub June 02, 2023

https://doi.org/10.36798/critlit.v0i25.410 

Artículos

Tan lejos de dios: La función social de lo fantástico en la narrativa del norte de México

So far from God: The social function of the fantastic in northern Mexican narrative

Karla Gabriela Nájera Ramírez* 
http://orcid.org/0000-0002-0944-8130

Marlon Martínez Vela** 
http://orcid.org/0000-0002-5140-9020

*Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México gabrielanajera@gmail.com

**Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México marlonmartinezvela@gmail.com


Resumen:

En este artículo se identifica un tratamiento particular en la cuentística fantástica del norte de México. Dicha especificidad en la producción del género se corresponde con la explicación de Tzvetan Todorov en Introduction à la littérature fantastique acerca de la función social de lo fantástico que subyace en un nivel más profundo al que se percibe de manera superficial. Para ello, se hace el análisis de cuentos pertenecientes a distintas generaciones de autores de esta gran región: “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma” de Daniel Sada, “Traveler Hotel” y “Los últimos” de Eduardo Antonio Parra, “El conciliábulo de los halcones” y “Las ratas de la calle Babícora” de Elpidia García, “Ven por chile y sal” de Gabriela Riveros, y “Llamada perdida” de Néstor Robles. En este breve corpus se deja leer una serie de problemáticas que atañen a esta parte de México y que a través de la literatura se busca poner en evidencia.

Palabras clave: cuento fantástico; literatura mexicana del norte; función social

Abstract:

This paper identifies a particular treatment in fantastic short story tradition of northern Mexico. Its features correspond to those explained in Tzvetan Todorov’s The fantastic: a structural approach to a literary genre about the social function of the fantastic, which underlies at a deeper level than what is superficially perceived. To this end, this paper analyzes short stories that belong to different generations of writers from the mentioned region: Daniel Sada’s “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma”; Eduardo Antonio Parra’s “Traveler Hotel” and “Los últimos”; Elpidia García’s “El conciliábulo de los halcones” and “Las ratas de la calle Babícora”; Gabriela Riveros’s “Ven por chile y sal”, and Néstor Robles’s “Llamada perdida”. This brief corpus reveals a series of difficulties that affect this part of Mexico that this literature seeks to highlight.

Keywords: fantastic short story; northern Mexican literature; social function

En las últimas décadas del siglo pasado y lo que va de este, se ha presentado un especial interés por parte de la crítica hacia la llamada literatura del norte o de la frontera, la cual surgió como un intento de descentralización en el que algunos narradores concibieron una estética que da cuenta de la vida fuera de la Ciudad de México (Berumen 203-205) para demostrar que “este país es muchos países” (Parra, Norte 9). En este tenor, Juan Carlos Ramírez-Pimienta recupera las palabras de Rafael Lemus, quien en 2005 afirmaba que esta literatura tenía un anhelo: “probar que allá arriba es donde ocurre el país”. A partir de esta idea, Ramírez-Pimienta reflexiona acerca del desplazamiento social y artístico del centro al norte que se ha verificado en las últimas décadas y concluye:

Sucede que el país ocurre en todo el país y más allá. Con gran fuerza ocurre también al norte de la frontera, donde millones de mexicanos se han desplazado y desde allá hacen y recrean su México y su mexicanidad. Sin embargo, si bien el país ocurre en todas sus partes -y aun fuera- el lugar desde donde se proyecta desde hace algún tiempo es el norte y el norte del norte. (32)

La literatura del norte, pese a lo que pueda creerse, no se basa en el fenómeno editorial que se ha venido dando desde hace treinta años ni se limita a un aspecto de geografía ni al tema del narcotráfico; sus raíces son mucho más profundas, pues consisten en la construcción de una región cultural que comparte usos lingüísticos, idiosincrasia, historia, clima, paisajes, atmósfera, problemas sociales y, en fin, modos de vida por demás distintos a los del resto del país. Eduardo Antonio Parra subraya, además, que las maneras de pensar, actuar, sentir y hablar en el norte derivan de la lucha constante contra el medio, contra la cultura estadounidense y contra el poder central (“Notas”). La conformación de esta región cultural fue, entonces, un proceso cuyo comienzo sería difícilmente fechable, pero que quizá pueda remontarse a la Conquista y la colonización septentrional.

La literatura que se escribe desde el norte o acerca del norte de México presenta temas, recursos y tratamientos que buscan reflejar cómo se vive en esa región y no imitar lo que se escribe en el centro del país. Parra afirma que algunos narradores como Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes y Julio Torri -considerados fundadores de la literatura mexicana contemporánea-, además de Rafael F. Muñoz y Nellie Campobello, así como José Revueltas e Inés Arredondo, cuya obra, por lo general, no es comprendida como literatura del norte, son los responsables del fenómeno literario que se vive desde la década de los ochenta en ese territorio, ya que en sus obras se percibe un “aire de familia” que cualquiera puede reconocer y que es el antecedente de esta literatura (Norte 10).

Por su parte, Josué Sánchez Hernández identifica dos generaciones de escritores norteños a partir del análisis de un par de eventos en el ámbito cultural mexicano: la creación del Programa Cultural de las Fronteras (PCF), en 1985, y la organización de una mesa de diálogo llamada “Los narradores que vienen del norte”, en 1999, en la que Daniel Sada fungió como moderador. Por un lado, el PCF promovió el proyecto editorial Letras de la República, cuya función fue la legitimación de las tradiciones literarias regionales; por otro lado, el encuentro de autores suscitó que el público y los medios los identificaran como un conjunto heterogéneo (40-46).

Sánchez Hernández concuerda con la división generacional propuesta por Vicente Francisco Torres y Miguel G. Rodríguez Lozano. De acuerdo con estos últimos, por una parte, la primera generación -llamada “generación puente” por Rodríguez Lozano (95) y denominada como “la primera ola” por Diana Palaversich (14)- estaba compuesta por Daniel Sada, de Baja California; Gerardo Cornejo, de Sonora; Jesús Gardea, de Chihuahua; Ricardo Elizondo Elizondo, de Nuevo León; Severino Salazar, de Zacatecas; y Federico Campbell, de Baja California. Mientras que la segunda generación, por su parte, se conforma por David Toscana, Hugo Valdés y Antonio Ramos Revilla, de Nuevo León; Eduardo Antonio Parra, oriundo de Guanajuato, pero radicado en Monterrey; Élmer Mendoza, de Sinaloa; Rosario Sanmiguel y Willivaldo Delgadillo, de Chihuahua; Luis Humberto Crosthwaite, Rosina Conde y Gabriel Trujillo Muñoz, de Baja California; y Cristina Rivera Garza, de Tamaulipas (Sánchez Hernández 45-46).

A esta nómina hay que agregar a otros narradores y narradoras que han ido publicando y ganando reconocimiento a nivel nacional e internacional después de las generaciones precedentes. Por ejemplo, en Baja California, destaca Heriberto Yépez; en Chihuahua, aparecen los nombres de Ricardo Vigueras -nacido en Murcia, pero avecindado en Ciudad Juárez desde hace más de veinte años-, Elpidia García, César Silva, Alejandro Páez Varela y Diego Ordaz; en Coahuila, están los casos de Luis Jorge Boone y Julián Herbert - quien nació en Acapulco, pero que tiene más de 30 años viviendo en este estado norteño-; en Sonora, puede nombrarse a Sylvia Aguilar Zéleny -oriunda de Hermosillo, pero avecindada en El Paso, Texas, desde hace cerca de diez años-, a Imanol Caneyada -quien nació en San Sebastián, pero tiene casi 30 años radicando en México, entre San Luis Río Colorado, Hermosillo y la capital del país- y a Yuri Herrera -nacido en Hidalgo, pero quien ha escrito sobre la frontera norte de México. Entre las voces más recientes se puede mencionar a Gabriela Riveros y a David Alfonso Estrada Ávila, procedentes de Monterrey; a Liliana Pedroza, de Chihuahua; a Nylsa Martínez, de Mexicali; a Néstor Robles, nacido en Guadalajara, pero avecindado en Tijuana; y a César Graciano, María Rascón y Jaime Cano, de Ciudad Juárez.

El esfuerzo de estos grupos de narradores no se limita a conformar una literatura regional que, en el mejor de los casos, sea una curiosidad en alguna historia de nuestras letras, sino que se extiende para crear un verdadero movimiento estético que pueda inscribirse en el canon. Para ellos, las ciudades norteñas, así como la frontera misma, más que un telón de fondo, son espacios que los dotan de identidad y que se interrelacionan con ellos y con sus habitantes. En este sentido, Humberto Félix Berumen asegura que “el paisaje deja de ser un elemento decorativo para convertirse en protagonista importante” (207) y desde él se pretende alcanzar la universalidad.

Magali Velasco apunta que los macrotemas de esta literatura son: el trabajo en la maquila, la convivencia en la cantina, la muerte violenta, el feminicidio, el crimen organizado y la migración hacia Estados Unidos de América, entre otros (“Necronarrativas”). A partir de estos temas los escritores del norte han retratado y denunciado lo que ocurre en esa región, pero también han experimentado en géneros no apegados al corte realista, como la ciencia ficción y lo fantástico, como también lo explica Rodríguez Lozano (“Desde este lado” 164-165). Los estudios respecto de estos dos géneros, entre los que destacan los realizados por Rodríguez Lozano, son escasos; sin embargo, es necesario analizar la manera en que se desarrollan, pues gracias a esos géneros la literatura del norte puede salir de la esfera de lo regional y despegar hacia lo universal.

En el caso de los relatos fantásticos del norte, se percibe que el macrotema se mantiene como eje estructural del relato, pero permanece, hasta cierto punto, oculto por lo fantástico. De esta manera, parece disminuir el impacto que podría significar hablar directamente de la violencia o de los problemas sociales. A este respecto, se debe retomar la reflexión de Tzvetan Todorov, en su canónica Introducción a la literatura fantástica, en la que señala que, además de la función literaria de lo fantástico, existe en este género una función social de lo sobrenatural que complementa a la primera. Para el crítico búlgaro, la función social puede explicarse de la siguiente forma: el acontecimiento extraordinario es un pretexto para hablar de cosas de las que no está permitido hacerlo y, en ese sentido, “lo fantástico permite franquear ciertos límites inaccesibles[,] temas prohibidos . . . por alguna censura” (164-165).

Todorov afirma que la censura puede ser institucionalizada, pero también puede verificarse de manera individual: en la psiquis de los autores, ya que “la penalización de determinados actos por la sociedad provoca una penalización que se ejerce en el individuo mismo, impidiéndole abordar ciertos temas tabú” (165). Más interesante aún resulta el hecho de que la función social de lo fantástico no solo permite a los escritores tratar los temas censurados institucional o psicológicamente, sino que se convierte en “un medio de combate contra ambas censuras” (165), lo cual representa también una denuncia pública.

Aunque no escasean relatos que servirían como ejemplo para observar la función social de lo fantástico en la narrativa del norte de México, nos dedicaremos a continuación únicamente a siete, en los cuales consideramos que es posible apreciar mejor tal mecanismo: “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma”, de Daniel Sada (1953-2011); “Traveler Hotel” y “Los últimos”, de Eduardo Antonio Parra (1965); “El conciliábulo de los halcones” y “Las ratas de la calle Babícora”, de Elpidia García (1960); “Ven por chile y sal”, de Gabriela Riveros (1973); y “Llamada perdida”, de Néstor Robles (1985). Analizaremos de qué manera en estos cuentos los acontecimientos fantásticos encubren y explican la violencia, los crímenes y los fenómenos sociales; y explicaremos cómo estos problemas están directamente relacionados con la realidad a la que se enfrentan los habitantes de las ciudades del norte del país.

“Un cúmulo de preocupaciones que se transforma” de Daniel Sada

Este cuento apareció primero en 2008 en Letras Libres, posteriormente, fue incluido en el libro Ese modo que colma(2010). Su argumento, a grandes rasgos, es el que sigue: un hombre llamado Dámaso sale de su casa sumamente alterado, pues tuvo una discusión con su esposa, Virtudes. Para despejarse, se dirige hacia una explanada en donde presencia un fenómeno ambiental: un remolino que trae consigo negrura, truenos y viento. Al concluir el extraño acontecimiento, vuelve a su hogar, pero su mujer ha desaparecido. El protagonista viaja en busca de su suegra, Carlota, para que lo ayude a encontrar a Virtudes, pero los esfuerzos de ambos no rinden frutos. Después de algunos días de calma, Dámaso vuelve a tener un estado alterado y sale a la explanada, donde hay otro remolino, pero esta vez lo arroja a varios kilómetros de ahí. Debido al accidente, Carlota comienza a ser más cercana a su yerno e incluso intenta tener relaciones sexuales con él. Poco después, Dámaso visita de nueva cuenta la explanada y, entonces, desaparece su suegra. Finalmente, Dámaso concluye que si vuelve a ir a la explanada, Virtudes y Carlota regresarán; así lo hace y cuando regresa puede verlas a través de una ventana, pero al cruzar la puerta, se percata de que era una ilusión, por lo que permanece solo y tranquilo (Sada 31-49).

Tenemos, entonces, tres acontecimientos extraordinarios que se suscitan en la explanada y que se relacionan con las desapariciones de las mujeres y con un accidente del protagonista. La solución al porqué de estos acontecimientos se orienta hacia lo sobrenatural debido a las descripciones del narrador. Veamos el primero: “de pronto la intemperie tuvo una variación muy rara. Se nubló tanto que pareció anochecer de inmediato, en pleno mediodía. Esa brusquedad trajo una negrura novedosa, sin estrellas, horrible, algo así como la desaparición de todo lo visto a la redonda” (31). El segundo acontecimiento es aún más violento:

Así empezó otra vez a cambiar la atmósfera . . . se suscitaron nacientes giros en el aire que gradualmente alcanzaron un vigor sin igual. En lo alto lo feo: el cielo engarruñándose a placer: nubes membranosas queriendo hacerse bolas mientras se acentuaban en un solo color. Todo parecía recibir brochetazos de negrura. En un dos por tres se formó un remolino mucho más intenso que el anterior. (38)

Mientras que el tercer acontecimiento es precedido por una advertencia de Carlota en la que afirma que la explanada tiene una especie de maldición:

-No vayas a ese lugar.

-¿Por qué?

-Te trae mala suerte.

-Bah, no debería importarme.

-Tuviste un accidente y Virtudes todavía no regresa, ¿te das cuenta?

-Te repito que no me importa.

-Te vas a arrepentir.

-Iré. ¡Déjame! (45)

Además del motivo de la advertencia, que es común en los relatos de tradición oral y que anuncia alguna calamidad, hay otros elementos que contribuyen a pensar en lo sobrenatural, como la referencia a refranes, la comparación de Virtudes y Carlota con brujas, la mención del diablo y la inclinación del personaje a entender todo como algo que no pertenece al mundo real. Así, desde una explicación sobrenatural de los eventos, se entiende que las visitas de Dámaso a ese lugar conllevan una fractura de la realidad que tiene como consecuencia la desaparición de un integrante de la familia. Sin embargo, al mismo tiempo, Dámaso ha sido configurado desde el principio del relato como “un hombre con ideales empantanados, tendente a buscar grisuras en todo, discutidor de insuficiencias y malhumorado sin razones de peso” (36). Aunado a ello, antes de cada acontecimiento, él se encuentra en un estado alterado: mientras camina hacia la explanada escucha gritos lejanos, se tapa las orejas y las manos le tiemblan. Citamos el pasaje previo a la aparición del segundo remolino:

Al cuarto día hubo un descenso espiritual. En la explanada su tristeza fue ganando terreno. El alma de este hombre tenía un nudo o algo parecido . . . gritó a lo loco una demasía de incoherencias, tantos apetitos sentimentales, tantas necesidades inexplicables que quien las oyera no sabría claramente qué. (37-38)

Todo apunta a que cada fenómeno extraordinario corresponde a un estado alterado y violento del personaje, lo que sugiere que las desapariciones pudieron ser provocadas por el propio Dámaso.

No parece arriesgado asegurar que, en el cuento que nos ocupa, el recurso fantástico tenga por finalidad cubrir un acto violento o un feminicidio, pues tal era la concepción de la literatura fantástica para el autor bajacaliforniano, quien, en una entrevista en 2007, afirmó que lo que le interesaba al escribir este tipo de literatura era mostrar cómo los acontecimientos normales se transforman en fantásticos si se perciben sus lados más oscuros (cit. en Morales y Avilés). Lamentablemente el abuso y la desigualdad de género han llevado a muchos hombres a cometer esta violencia extrema contra mujeres en todo el país. Se trata de un flagelo que ha marcado la vida de familias enteras en el norte de México, en lo general, y en Ciudad Juárez, en lo particular.

“Traveler Hotel” de Eduardo Antonio Parra

Forma parte de Tierra de nadie, publicado por Era en 1999 y titulado así como homenaje a Juan Carlos Onetti. A propósito de la incursión de Parra en el género que nos ocupa, Rodríguez Lozano advierte que lo fantástico se convierte en un elemento formal en varios de sus cuentos, como “La piedra y el río”, “Traveler Hotel” y “Los últimos”, todos incluidos en Tierra de nadie (“Desde el norte…” 20).

El cuento en mención narra la historia de Gonzalo y David, dos migrantes mexicanos que, durante su primera noche en San Antonio, se hospedan en el Traveler Hotel, un refugio donde la migra jamás se para. Debido al terrible clima de la ciudad, Gonzalo llega al hotel ardiendo en fiebre, pero aun así nota que todos los huéspedes son ancianos. En medio de sus delirios, Gonzalo sueña que envejece instantáneamente hasta parecer un cadáver. Todavía enfermo, pero ya con fuerzas para levantarse, va a la recepción del hotel solo para descubrir que tanto él como David son tan viejos como todos los huéspedes de ese hotel, del que nadie puede salir (Parra, “Traveler Hotel” 71-83).

La transformación de los jóvenes migrantes en tan solo unas horas parece, sin lugar a dudas, un acontecimiento extraordinario producido por el hotel, el cual tiene prisioneros a sus huéspedes, pues hacia el final del relato la salida desaparece:

Ahora puede huir de una vez por todas. Abandonar el hotel, la ciudad, el país y regresar a la seguridad tranquila de su pueblo, del que nunca debió haber salido.

Pero no logra ver la entrada . . . Da vuelta sobre sus pies una, dos veces, y sin que aparezca la puerta el salón empieza a girar en un vértigo que le clava el terror en la boca del estómago . . .

Recuerda por fin por dónde entró al edificio y voltea en esa dirección sólo para encontrar uno más de los muros que cierran el espacio. No puede ser cierto, piensa al tiempo que sus rodillas se agitan como si fueran a romperse. (82)

Además del sentido literal, que sitúa el relato en terrenos de lo fantástico, persiste por debajo de este el sentido figurado. De esta forma, e igual que ocurría en el cuento de Sada, el relato sostiene ambos sentidos: el literal, que permite la intrusión de lo sobrenatural en el plano de la realidad, es decir, entender el fenómeno como una modificación en la línea temporal de los personajes provocada por su estancia en el hotel; y el figurado, que muestra cómo los mexicanos inmigrantes en Estados Unidos de América carecen de libertad y pierden, de alguna manera, su tranquilidad, su juventud y su vida.

Esta última lectura se sostiene, en primer lugar, por los comentarios iniciales del narrador, en los que explica que su llegada al hotel significó un abandono o aislamiento: “fue como si hubieran dejado atrás el mundo” (71); en segundo lugar, por los pensamientos de Gonzalo, quien dice a David: “Nunca debimos haber venido” (78) y recuerda tanto su vida en el pueblo, como la terrible desconfianza que le provocó internarse en un país ajeno, incluso en algún momento desea “huir por el pasillo sin mirar las puertas clausuradas, ir escaleras abajo y correr por las calles desconocidas hasta encontrar a David donde esté y molerlo a golpes por haberlo convencido de venir” (80).

Especialmente la descripción de los otros huéspedes nos habla de seres que desde su llegada a aquel sitio dejaron de tener vida. Por ejemplo, cuando el narrador se refiere a la primera anciana con la que se encuentran dice que era “un ser que carecía de vida” (74). Los huéspedes, además, representan la fuerte migración que hay de todas partes del mundo hacia el vecino país del norte, pues eran “ancianas y ancianos negros, blancos, hispanos y hasta orientales, cada uno de ellos en el límite de la existencia . . . como si esperasen turno para morir . . . Gonzalo nunca se había sentido tan cerca de seres humanos a un paso de extinguirse” (75). De hecho, esos ancianos parecen transmitir a David y Gonzalo que tendrán la misma suerte que ellos: “aquellos ojos, cuyas pupilas flotaban sueltas sin fijarse en ningún sitio, parecían abatirse sobre ellos como si quisieran advertirles lo que les deparaba el futuro” (75).

Son muchos los pasajes que subrayan que los habitantes de ese lugar renunciaron a la vida que tenían en sus lugares de origen por llegar a ese país donde apenas sobreviven, encerrados sin poder salir; sin embargo, citaremos solamente aquel en que parece más evidente esta idea: “En sus rostros cenizos se estampaba una absoluta indiferencia hacia los sucesos del mundo, a lo que acontecía fuera de su piel ajada. Su único interés era el de pasar un día, un rato, un minuto” (76).

Todo apunta a que, cubierta por un velo fantástico, la existencia de los huéspedes del Traveler Hotel representa la vida de los millones de inmigrantes en Estados Unidos, quienes, en la búsqueda del sueño americano, muchas veces adoptan una existencia que los provee de lo básico para subsistir, pero que les arranca la vida y la libertad. Se trata, en palabras de Eduardo Antonio Parra, de la asimilación de la cultura de los “gringos”, que es extraña y absorbente para los inmigrantes (“Notas”).

“Los últimos” de Eduardo Antonio Parra

Este cuento, al igual que el anterior, pertenece al libro Tierra de nadie. Está dividido en tres bloques narrativos en los que se cuenta la historia de una familia, integrada por el padre, la madre, Epitacio -el hijo mayor-, Socorro -la hija mayor- y los hijos menores, de los cuales solo se sabe que eran “los niños”, la voz narrativa no especifica cuántos, tampoco si se trata de niño y niña o si son más, ni dice nada respecto de las edades que podrían tener. Esta familia vive en un pueblo que ha sido abandonado, solo quedan ellos, sus animales y el panteón.

Aparentemente, podría pensarse que se trata de un cuento realista, pero desde el inicio el entorno es adverso para las últimas personas que aún viven ahí y, entonces, se empieza a generar una atmósfera o “un ambiente propicio al miedo” (Bioy Casares 8). La madre dice que el río solloza y la hija señala que “hace unos ruidos horribles” (212). Las primeras palabras del cuento pertenecen a la advertencia de la madre: “Ya no tarda en hacerse de noche” (212). Esto es importante, no solo por el asunto ya manido de la noche como momento del día en que ocurren eventos inusuales, sino también porque al llegar la noche la familia debe estar resguardada en su pequeña casa porque periódicamente suceden cosas extrañas. La madre llama a los niños que juegan en el corral: “Vénganse para adentro ustedes también. Ya casi es de noche” (213). Y la mujer insiste: “Métete, por favor -el tono era de súplica-. ¿Qué no ves que ya oscureció?” (214). No solo la noche y el río crean ese ambiente extraño, sino que además aparece “una media luna turbia de color pajizo” (212) que “se había convertido en una sonrisa burlona que alentaba al coyote a entonar nuevos aullidos” (214), a la que se suma el viento que levanta un torbellino de polvo.

Cuando todos ya están guarecidos, comienzan a escuchar ruidos de diferente tipo y uno de los mayores señala: “Ya empezó” (214). ¿Qué es lo que inicia? Algo de lo que no se sabe nada: un efecto ominoso que, siguiendo a Freud, se trata del enfrentamiento de lo Heimlich con lo unheimlich, a saber, lo familiar con lo no familiar, aquello con lo que se convive frente a lo que debería permanecer oculto (225) -como en “Casa tomada”, de Julio Cortázar, o en “El huésped”, de Amparo Dávila-. Todo lo que pueden percibir los personajes de ese algo son los ruidos que hace: golpes, gemidos, arañazos en la puerta, “galopes de caballos, rechinar de ruedas, aleteos de pájaros gigantescos y voces alteradas y gritos que nada tenían que ver con los humanos” (216), bramidos, llantos animales. Se trata de una presencia no identificable que, sin embargo, ellos ya reconocen: “Ahí viene -dijo Epitacio con voz quebrada” (215). Y lo único que pueden hacer es quedarse encerrados y rezar.

Algo va a pasar esa noche, en la que, quizá como otras, el padre está cuidando la entrada de la casa con machete en mano y se desespera porque los atormenta la presencia ominosa desde afuera. La madre intenta convencerlo de que rece con ellos, pero él se resiste: “No. Eso no sirve -su voz había cambiado: era ronca, furiosa-. Voy a salir” (218). El padre abre la puerta y se interna en la noche, mientras su familia, asustada, sigue rezando.

Cuando amanece, ven a sus perros con heridas en las patas, en el cuerpo y el hocico, encuentran al padre totalmente encanecido, como si hubiera envejecido de golpe, con arrugas, la boca abierta y babeante, con el machete en la mano y restos de los perros en la hoja. Al final, deciden tomar sus cosas y dejar su casa y su tierra: “Vámonos antes de que otra vez se haga de noche” (224).

El trasfondo social de este cuento, de acuerdo con nuestra propuesta, está en el abandono, el desamparo en que se encuentran los pueblos del norte de México que poco a poco se han despoblado desde hace décadas, por la falta de apoyo de los distintos gobiernos, o bien por la presión de terceros -de empresarios a narcotraficantes- que buscan adueñarse de las tierras de estos pobladores. A lo largo del texto se deja ver esta situación, por ejemplo, en uno de los diálogos, Socorro expresa que el resto de los pobladores ya han abandonado el lugar y que solo ellos permanecen (212). Más adelante se observa el conflicto interno que tienen los integrantes de la familia, pues, por un lado, sienten miedo de los acontecimientos que viven por las noches; pero, por otro, tienen un fuerte arraigo por su terruño, así lo expresa el padre: “Aquí nacimos -dijo-. Ésta es nuestra tierra” (213). Y vuelve a subrayar en el momento de mayor tensión por el viento y los ruidos en el exterior de la casa: “¡No nos vamos a ir! ¡Aquí nacimos! -alcanzaron a escuchar que gritaba-. ¡No van a poder sacarnos de aquí, hijos de la chingada!” (219). Este pareciera ser el reclamo de los miles y millones de campesinos que se quedan desamparados y presionados por presencias ominosas a mitad de la noche de la historia del campo mexicano, y que terminan cediendo ante lo inevitable de su situación, solo quedan los últimos o quizá ya se fueron.

“El conciliábulo de los halcones” de Elpidia García

Fue incluido en el cuentario Ellos saben si soy o no soy, publicado en 2014 por Ficticia Editorial. La primera mitad del volumen está dedicada a doce textos que tienen por hilo conductor el trabajo en la maquila. Algunos de ellos pertenecen a la ciencia ficción y otros a la literatura fantástica.

Este breve relato cuenta, desde la perspectiva de un supervisor de línea, la vida de los empleados en una maquila de almohadas en Ciudad Juárez, quienes, hartos de las condiciones insalubres de su trabajo, de las horas adicionales sin remuneración, de la deficiencia de las máquinas y de las escasas raciones que sirven en el comedor, comienzan a agruparse para exigir mejoras a sus condiciones laborales. Esta situación -terrible, pero común- adquiere tintes fantásticos debido a la paulatina metamorfosis de los empleados en halcones (García 19-27).

Primero el supervisor observa que los movimientos de Adrián, el líder, se asemejan a los de un ave: “Giró con rapidez la cabeza hacia mí de la misma forma que las aves lo hacen y entonces noté, a través de los lentes de acrílico, que tenía ceñuda la expresión, los ojos redondos me parecieron más juntos y la mirada casi agresiva. Me recordó la de un halcón o un águila” (21-22). Asimismo, su aspecto parece el de un “polluelo de halcón” (21), según sugiere la voz narrativa por los residuos de las almohadas que fabricaban y quedaban adheridos al cuerpo de los trabajadores. La transformación va in crescendo, ya que las costureras empiezan a reunirse en la azotea de la fábrica y en el comedor actúan como animales: “devoraban [la carne], arrancándola del hueso con los dientes, sin usar los cubiertos… estaban acuclillados en las bancas. Parecían pájaros, más bien aves predadoras destazando a sus presas” (24). Finalmente, el cuerpo de Adrián cambia: “tenía ¡un pico ganchudo donde antes tenía la boca! [y su espalda] tenía esa consistencia como de… plumas” (24-25).

Aunque el narrador protagonista aún tiene dudas acerca de lo que vio, decide renunciar, solo para leer, un mes después, una nota en el periódico que parece confirmar la metamorfosis de los empleados:

Manuel Solís, gerente de seguridad de una fábrica de almohadas en Ciudad Juárez, fue encontrado muerto en circunstancias misteriosas en las instalaciones de la misma. La muerte ocurrió durante las horas de la madrugada cuando solamente unos trabajadores laboraban en el tercer turno. Presentaba extrañas heridas punzo-penetrantes en el cuerpo que le ocasionaron la muerte por hemorragia. Éstas, parecían haber sido causadas por uno o varios objetos picudos y ganchudos. No se pudo encontrar el arma homicida. Los trabajadores declararon que no habían visto a nadie sospechoso. (26-27)

Si en las narraciones de Sada y de Parra se trataba el tema del feminicidio y de la migración y los campesinos, respectivamente, en el cuento de Elpidia García se aprecia que el fenómeno fantástico se relaciona de manera directa con el sentir de los miles de empleados de las maquilas que abundan en el norte del país. En el cuento, el malestar general, así como las constantes exigencias para mejorar las condiciones de sus centros de trabajo, se representan a través de la transformación física de los personajes, quienes se deshumanizan hasta matar a su jefe.

Así, la metamorfosis en halcones denuncia la transformación que sufren miles de mexicanos en su ánimo, su carácter y su salud, así como su deshumanización, debido a las largas jornadas de trabajo en las maquilas. Este tema, dice Élmer Mendoza, es tratado, sobre todo, por los narradores juarenses, a quienes “les duele percibir cómo un ser humano, posiblemente una raza, se pierde para siempre entre filamentos brillantes y luces de neón” (13).

“Las ratas de la calle babícora” de Elpidia García

Este cuento fue publicado, como el anterior, en Ellos saben si soy o no soy. En él se cuenta lo que sucede en una calle de Ciudad Juárez: Babícora. La voz narrativa explica que es una vialidad que apenas tiene una alcantarilla, pero está sin pavimentar. Ahí vivían personas en marginalidad, hacinamiento, con problemas de drogadicción y violencia. Esa misma zona era objeto de promesas políticas que solo se quedaban en eso.

Las ya deplorables condiciones en que viven los vecinos de esta vialidad se ven afectadas por una extraña plaga de ratas enormes: “Quienes las habían visto aseguraban que tenían el tamaño de un gato grande” (García 112), que pronto llegan a un tamaño gigantesco que causa estragos a los pobladores: “Yo me asomé por la ventana de la cocina que daba al patio, y vi que eran tan grandes como un hombre de baja estatura” (115). Estos roedores inusuales generan temor en la población, no solo porque salen por las alcantarillas y se ven monstruosos, sino porque arrasan con lo que hallan a su paso, se meten en las casas e incluso se comen a las mascotas del vecindario: “Fue el verano siguiente cuando la desaparición de algunos perros de la vecindad desasosegó de nuevo a los inquilinos. Uno de ellos, un perro viejo y muy querido por su dueña, dejó un rastro de sangre desde la casa hasta la alcantarilla” (114). Finalmente, la policía les ayuda a combatir esta plaga contra la que ellos no pudieron. Sin embargo, en un periódico se publica la noticia de que un vecindario sufrió una intoxicación por las nuevas drogas que estaban circulando en la ciudad y que, por alguna extraña razón, cierta cantidad cayó en el drenaje de la calle Babícora, lo que hizo que los habitantes del sector alucinaran y cometieran un crimen.

Este cuento se inserta en la tradición del cuento fantástico que incluye una explicación a propósito del acontecimiento extraordinario -tal como ocurre en algunos textos de Horacio Quiroga-, ya que, en distintos momentos del relato, se explica que todo fue una alucinación colectiva producida por las drogas que habían sido robadas a la policía. Primero, se nos ofrece una nota del periódico en la que se lee: “Cargamento de drogas sintéticas robado de las instalaciones de la policía. Después de peliculesca persecución, los responsables huyeron por la calle Babícora. No hay detenidos ni pistas” (111). Después se refuerza la explicación de la siguiente manera: “Sólo se supo que la droga robada era un nuevo tipo de la que no se sabían sus efectos” (112). Y, finalmente, se presenta una noticia que apareció en la primera plana de un periódico:

Hombres drogados asesinan a otro hombre en el patio de una vecindad en la calle Babícora. Por su agresividad, fueron necesarios varios agentes para reducirlos. Los moradores aseguraban que los asesinos eran ratas gigantes. Hay sospechas de que se trató de algún tipo de alucinación colectiva causada por el cargamento de drogas encontrado en el drenaje la misma noche del crimen. (116)

En este cuento la crítica social que puede encontrarse es la del abandono en que se encuentra parte de la población en las periferias, lugares que solamente son visitados por los candidatos al gobierno durante las campañas electorales, pero quienes, una vez instalados en los cargos, no atienden sus necesidades. Esto se deja ver en el texto por la falta de infraestructura, de pavimentación, el mal drenaje y la falta de servicios; además, estos lugares son vistos como foco de problemas: sus habitantes más jóvenes son enganchados por drogas de las que ni siquiera se conocen sus efectos y los trastornan hasta el punto de llevarlos a cometer crímenes o incluso a que “se pierdan” en ellas:

Pero cuando Fernando, uno de los muchachos que se quedaba hasta entrada la noche bebiendo en la esquina desapareció también, el pánico se propagó rápidamente. Sus compañeros de parranda decían que ya tenía tiempo pensando en largarse a Estados Unidos, que con lo que ganaba aquí siempre sería un miserable, así que la gente prefirió pensar que se fue sin despedirse. (114)

A saber, no solamente las poblaciones de las periferias son abandonadas y vulneradas desde los más jóvenes, sino que, además, son revictimizadas por los medios de información, en este caso representados por los periódicos locales. Elpidia García hace énfasis en las condiciones poco favorables para estos sectores y en la nula preocupación por parte del gobierno y de la sociedad en general con el fin de procurar el bienestar para estos segmentos poblacionales.

“Ven por chile y sal” de Gabriela Riveros

La narración de Riveros apareció en Ciudad mía (2014) y también fue incluida en la ya citada antología Norte, compilada por Eduardo Antonio Parra. “Ven por chile y sal” se desarrolla en la ciudad de Monterrey y cuenta la historia de la misteriosa desaparición de una joven de nombre Mariana, la cual se produjo por la presencia de una mujer que había sido la empleada doméstica de la familia años atrás y de la que se decía que era bruja; esto según las conjeturas de la hermana de Mariana, quien funge como narradora, y de don Chucho, un velador del fraccionamiento.

Resulta interesante la estructura del relato, pues se compone de dos secuencias que se entrelazan para crear, de manera paulatina, el efecto fantástico. Por un lado, tenemos la descripción de los acontecimientos previos a la desaparición y las suposiciones que hacen la hermana y el velador a propósito de lo ocurrido; por otro lado, se nos presentan fragmentos de un diario dejado por Mariana que van apoyando la explicación sobrenatural. De esta manera, el relato inicia alejado de cualquier justificación no realista y hacia su final el lector podrá creer, junto con los personajes, que la respuesta se encuentra en la brujería.

Resulta llamativa la recuperación de las creencias populares acerca de las brujas para la construcción de un relato fantástico. Es don Chucho quien, en medio de la intensa búsqueda de Mariana, pone sobre la mesa la posibilidad de que la empleada doméstica de años atrás sea una bruja y sea también la responsable de la desaparición:

Mire, güerita, yo no quiero asustar a sus papás, ya sabe, con eso de la pena no están pa historias de brujas. Pero a mí se mihace que en todo esto que le sucedió a la hermana de usté está metida la criada aquella que tuvieron hace muchos años. Yo la vi, niña, con estos ojos ora viejos, ustedes estaban así de chiquitinas y me acuerdo que las llenaba de miedo con sus historias, a ustedes y a los niños de la señora Paty, mi patrona. Esa vieja tenía una mirada muy curiosa, su cara era igual a la de una india que andaba en mi rancho cuando yo era chico; aquella mujer era bruja; según decían, nadie sabía de ónde venía. Mire, güerita, no crea que le digo mentiras, yo nomás le digo lo que sé, porque a mí nadie me quita que esa vieja regresó por la niña Mariana. Además, cuando no li hacían caso, o sea, usté me entiende, en lo que ella ordenaba, les gritaba rete feo: “¡Ora verán, si no me obedecen me los como!” Pos no es que yo quiera llenarla de miedo, niña, pero esa costumbre de comerse a las criaturas, según contaban las gentes, es de los indios diantes, de los rayados que andaban por acá, por las rancherías. (256)

Las palabras de don Chucho dan credibilidad a los sueños que Mariana tenía, y que estaban plasmados en su diario, y ofrecen una respuesta a la desaparición que no había sido obtenida ni por las autoridades ni por la familia ni por los medios de comunicación. A partir de ese momento, se observa cómo la narradora comienza a descartar de su mente cualquier explicación natural y se inclina por una sobrenatural. Así se entera de que las brujas pueden convertirse en lechuzas, de que pueden ser atrapadas si se rezan las Doce Verdades del Mundo mientras se hacen nudos en un cordón y de que incluso habitan en esa ciudad moderna e industrializada porque, en palabras de don Chucho, “apenas hace cuarenta años Monterrey se llenó con gente del campo; eso nos trajo una mezcolanza de gentes y pos uno ya no sabe ni quiénes son sus vecinos” (260).

El relato culmina con una experiencia que parece confirmar las suposiciones de los personajes: durante la noche, la narradora va a su habitación y es sorprendida por una lechuza que tiene los ojos de Mariana, por lo cual se deduce que la empleada doméstica la convirtió en una bruja:

Abrí. Un olor a mezquite se impregnaba en las paredes calientes. La ventana estaba abierta; allí también murmuraba la lechuza. Me observaba con su mirada amarilla, con los ojos de Mariana mientras yo abría el clóset, los armarios, el escritorio… Ay, Mariana, no nos hagas esto… Comenzó a gritar . . . Me senté sollozando frente a la ventana. Allí, detrás del ave, la luna custodiaba la ciudad.

A Mariana no la volvimos a ver. (262-263)

Como puede observarse, la brujería ocupa un lugar predominante en esta narración, de tal modo que llega a ocultar el hecho que se planteó en un principio: la desaparición de una joven y la incapacidad de las autoridades para resolver el caso.

Eventos como este no son aislados en nuestro país. Según cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la Comisión Nacional de Búsqueda, dependiente de la Secretaría de Gobernación, de 1964 a 2021, al menos 20,939 mujeres se encuentran en esa situación, de ellas, cerca de la mitad tenían, al momento de su desaparición, entre 15 y 24 años (Pérez y Quiroga), rango que corresponde con la edad de Mariana. De acuerdo con datos de la misma dependencia, Nuevo León, donde se desarrolla la historia, es uno de los cinco estados en los que se registran, con mayor frecuencia, estos casos (Pérez y Quiroga). Así, “Ven por chile y sal”, a través de lo fantástico, explora y denuncia uno de los problemas sociales más alarmantes que se viven en Monterrey y, al mismo tiempo, nos sugiere que, ante la falta de resolución, los seres queridos de las desaparecidas pueden encontrar respuestas en lo sobrenatural.

“Llamada perdida” de Néstor Robles

Este cuento fue incluido en Voraz (2015) y después formó parte de la segunda edición de Réquiem por Tijuana(2017). En “Llamada perdida” se cuenta la historia de un migrante, Rosendo Almada, que llega a la frontera de Baja California para hacer una nueva vida con el dinero que le habían dado como compensación por la muerte accidental de su padre en una mina. Al poco tiempo, se queda sin un centavo y vive como vagabundo por las riberas del río Tijuana. Un día se encuentra un teléfono celular pasado de moda, pero piensa que si lo vende puede sacar para comer. Al abrirlo, mira llamadas perdidas y marca al número que aparece ahí. Cuando le contestan, hay cierta interferencia, pero logra comunicarse con una voz de mujer que le pide que la llame “Cherry”. Rosendo pregunta por el dueño del teléfono y la mujer le dice que no importa, que puede ayudarle si le lleva el teléfono al motel La Joya. La invitación está acompañada de sugerencias sexuales.

Mientras Almada se dirige al motel, recuerda que en su niñez hubo un caso de un caníbal que se robaba a sus víctimas para preparar su carne como relleno de empanadas que compartía con los niños de su pueblo natal, Montezul; él y sus amigos fueron quienes lo descubrieron y dieron aviso a las autoridades. En el pueblo se supo que se trataba de un nahual que podía transformarse en coyote. Almada empieza a imaginarse que puede comerse a Cherry. En el hotel, la mujer lo llama desde una habitación en penumbras y él empieza a acariciarla, luego le da un golpe en la quijada, la asfixia hasta desmayarla, la amarra y le da una mordida en un muslo. Todavía en medio de la oscuridad, Almada siente arañazos muy fuertes en el rostro, Cherry se suelta y se repliega en una de las paredes. Él alcanza a ver que se ha convertido en una mujer loba antes de que reciba una mordida en el cuello. La licántropa toma el teléfono, lo lleva de nuevo al río Tijuana y espera por su próxima víctima, la cual no tarda en aparecer: es un migrante que se ha quedado varado en la frontera.

No cabe duda de que este texto se inserta en la tradición del relato fantástico. Quizá el canibalismo puede tocarse con el realismo, pero no así el nahualismo ni la licantropía, temas de la tradición literaria fantástica. Sin embargo, el hecho de que aparezcan estos seres no es el único indicador de la inserción del cuento en el género, sino que la voz narrativa utiliza elementos que buscan generar cierta duda o incertidumbre en el lector. Por ejemplo, el hallazgo del celular con que da inicio el texto sugiere una situación atípica e incluso desconcertante: “El teléfono estaba tirado a un costado del río Tijuana: uno sin chiste anticuado, de esos que se abren como almeja y todavía tenían antena y botones. El timbre, anticuado también, sonó un par de veces” (43). Otro elemento que abonaría a esta incertidumbre sería la interferencia en la calidad de la llamada, así como los ruidos que se escuchan en el auricular: “Del otro lado de la línea una respiración fuerte, agitada, excitada” (45) y el contraste que se subraya: “se escuchó un breve silencio y una voz de mujer madura, de esas que te hacen temblar de emoción al tratar de imaginarles un rostro, un cuerpo… contestó” (45). Es decir, el lector puede inferir que algo extraño ocurre con la interlocutora de Almada, ya que se oyen ruidos que no concuerdan con la voz que describe el narrador y todavía más, la voz de la mujer se identifica solo como Cherry, no hay un nombre, apenas un seudónimo. Hay que señalar la riqueza de este relato en cuanto a su construcción desde lo fantástico, ya que, por un lado, se apoya en la literatura de tradición oral con la figura del nahual; y por otro, se suma el género policiaco, mediante el recuerdo de la infancia de Almada, en el que se mencionan desapariciones y asesinatos en Montezul, a manos del viejo Felipe, quien escapa convertido en animal.

Casi al final, el lector recibe otras pistas de lo extraño que resulta el que la voz de la mujer le diga a Almada que ya puede olerlo, cuando todavía no llega al motel, lo que sería imposible para cualquier persona, pero no para un canino, un lobo acaso: “Te oigo y hasta te huelo… Ya mero llegas, ¿verdad?” (49). La tensión se acrecienta porque el narrador advierte que el personaje masculino no se ha dado cuenta de algo alarmante: “Al pasar la oficina de recepción, que estaba a un lado de las escaleras hacia el segundo piso, no notó el manchón de sangre sobre el mostrador. Había salpicaduras en las paredes y entre la ventana y la cortina. Rosendo tenía hambre; apresuró el paso” (50). Un recurso más es el del umbral que, como explica Andrea Castro, se trata del “principal elemento estructurante de este encuentro de dos mundos incompatibles” (255); es decir, uno de tipo natural y otro de tipo sobrenatural: “Quiso dar vuelta y salir huyendo, pero otra vez le rugieron las tripas, y la puerta, mágica, lenta, se abrió para ofrecerle la penumbra del cuarto y la voz de Cherry invitándolo a pasar… Rosendo entró. La puerta, mágica, lenta, se cerró” (50). Luego de cruzar este umbral es cuando Almada desata su instinto caníbal y en ese espacio es en el que Cherry se transforma en loba.

Un aspecto que puede leerse en el trasfondo de este cuento, más allá de lo fantástico, es la condición deplorable en la que viven cientos y miles de migrantes en la frontera con la esperanza de cruzar a Estados Unidos de América. Muchos llegan, como Almada, con algo de dinero; sin embargo, se les acaba:

Las mismas personas que lo adoraban le huían como a la peste, porque de repente empezó a dormir en las calles, a pedir limosna para tacos y literalmente olía a muerte, a una muerte segura que acechaba en las calles violentas, en los recovecos de los callejones, en los cajones de las camionetas de la policía municipal, en la miseria del hambre. (44)

No obstante, los migrantes no solo están condenados a vivir en la indigencia, sino que muchas veces son devorados por criminales, tienen contacto, como Almada, con alguien que dice que les va a ayudar y solo se aprovecha de ellos. Quizá el caso más sonado sea el de la masacre de 72 migrantes a manos de los Zetas en San Fernando, Tamaulipas, en 2010, pero, lamentablemente, no es un caso aislado.

Conclusiones

Como se puede apreciar, los relatos que hemos analizado dan cuenta de un tratamiento similar de lo fantástico en la narrativa del norte de México, el cual consiste en la irrupción de un acontecimiento extraordinario que, a la par de su función literaria, implica también una función social -según lo postulado por Todorov-. Estas funciones, como hemos visto, no se contradicen, sino que, de alguna manera, se complementan, dado que la lectura literal encubre la interpretación alegórica, en la que se exponen y se denuncian los problemas a los que se enfrentan los habitantes del norte del país. Esto nos muestra que la forma en que los escritores de esa región cultural tratan los temas de la violencia y de los problemas sociales no siempre ha sido la misma: no todo en su creación es narcoliteratura, como a menudo se cree, existen también giros hacia la literatura fantástica, sin que haya un abandono completo del compromiso social.

El análisis de un breve corpus de relatos fantásticos nos permite afirmar que los macrotemas propios de la literatura del norte de corte realista persisten en las obras de corte no realista. Sin embargo, el mecanismo por medio del cual se articula el efecto fantástico hace que el macrotema no sea tan evidente y que lo insólito, en apariencia, sea el centro de la historia.

Si regresáramos a la trama de cada uno de los relatos que hemos tratado páginas atrás, pero omitiéramos el acontecimiento sobrenatural o extraordinario, el resultado sería mucho más perturbador o preocupante que si únicamente habláramos de transformaciones, anomalías temporales, brujas o nahuales. En “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma” revisamos las misteriosas desapariciones de dos mujeres, cuyo común denominador era un hombre que presentaba constantes alteraciones emocionales y mentales. En “Traveler Hotel” observamos a dos migrantes que perdieron su vida, su juventud y su libertad en el momento en que llegaron a trabajar a Estados Unidos de América, de la misma manera que ocurre con aquellos que cruzan de manera ilegal la frontera. En “Los últimos” presenciamos la imposibilidad de muchas familias para permanecer en su tierra, en el campo, en las poblaciones alejadas de las grandes urbes, pues hay fuerzas que las obligan a irse. En “El conciliábulo de los halcones” conocimos las terribles condiciones laborales en las que se encuentran los obreros en las maquilas, las cuales no solo no les ofrecen salarios dignos ni jornadas aceptables, sino que además los exponen a problemas de salud, a accidentes de trabajo y a la alienación de su identidad. En “Las ratas de la calle Babícora” nos enteramos de la nula atención de las autoridades a las colonias periféricas y de los problemas relacionados con el tráfico de drogas y la delincuencia. En “Ven por chile y sal” vimos la desaparición de una joven universitaria y la falta de respuestas de las autoridades hacia su familia. Finalmente, en “Llamada perdida” descubrimos el mundo de quienes han llegado a la frontera y, por distintas razones, terminan viviendo en situación de calle, expuestos a que otros, como los coyotes, se aprovechen de ellos.

Los feminicidios, la migración, el abandono del campo, el trabajo en las maquilas, la desaparición de jóvenes mujeres y los peligros a los que están expuestos quienes quedan varados en la frontera son solo algunos de los temas que son denunciados desde la literatura fantástica que se escribe en el norte de México, pero, sin duda, no son los únicos. Por ejemplo, en otra obra de Parra, Nadie los vio salir (2001), se retrata la prostitución que se vive en los congales a los que asisten, a modo de recreación, los gringos, así como la discriminación que sufren los mexicanos por parte de otros mexicanos en las ciudades fronterizas; mientras que en Los cazadores de pájaros (2009), de Antonio Ramos Revillas, se habla del robo de menores de edad en una unidad habitacional -posiblemente situada en Monterrey-, pero los delitos se le adjudican a un hombre pájaro que habita en una zona boscosa cercana y, debido a la naturaleza del criminal, los niños nunca son localizados. A propósito de estas narraciones, se debe mencionar que, después de su revisión a la luz de la premisa que rige este trabajo, es posible afirmar que la función social de lo fantástico norteño mexicano no se limita al relato breve, pues la primera es una nouvelle y la segunda una novela. En el mismo tenor, se puede afirmar que los macrotemas de la narrativa del norte también se encuentran en la literatura destinada al público infantil y juvenil, ya que la obra de Ramos Revillas se inscribe precisamente en esa categoría. En otras palabras, la revisión de este tratamiento fantástico en la literatura del norte es un trabajo que falta por hacer, el cual mostrará el trayecto que han seguido esas narrativas de la memoria traumatizada, de la experiencia del daño y del dolor que se vive cotidianamente en esta región “tan lejos de Dios”.

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Recibido: 12 de Agosto de 2021; Aprobado: 10 de Marzo de 2022

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