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Inter disciplina

On-line version ISSN 2448-5705Print version ISSN 2395-969X

Inter disciplina vol.11 n.30 Ciudad de México May./Aug. 2023  Epub Sep 01, 2023

https://doi.org/10.22201/ceiich.24485705e.2023.30.85573 

Comunicaciones independientes

El papel de la familia en la construcción de masculinidad(es) en cis varones estudiantes de la FES Iztacala

The role of the family in the construction of masculinity(ies) in cis male students of the FES Iztacala

Mariana Palumbo* 

Oliva López* 

* Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Estudios Superiores-Iztacala. Correos electrónicos: mrnpalumbo@gmail.com | olivalopez@unam.mx


Resumen

La familia es un ámbito central donde los postulados sobre el deber ser masculino son aprendidos, reproducidos y cuestionados. A partir de una metodología cualitativa, describimos y analizamos a la familia como una tecnología de género a partir de la cual se construyen masculinidades cis juveniles en tres dimensiones: heterosexual, proveedoraprotectora y cómplice-silenciosa frente a la violencia contra las mujeres. Centramos nuestro análisis en jóvenes de entre 18 y 24 años, cis heterosexuales que cursan estudios universitarios en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante el año 2019. Nuestra perspectiva de análisis sobre las masculinidades es relacional, constructivista y situada.

Palabras clave: masculinidad; familia; proveedora; heterosexualidad; silencio

Abstract

Family is a central realm where the principles about to be masculine are learned, reproduced and questioned. From a qualitative methodology, we describe and analyse the family as a gender technology from which young cis masculinities are constructed in three dimensions: heterosexual, provider-protector and accomplice-silent against violence towards women. We focus our analysis on young men between 18 and 24 years old, cis heterosexuals who are studying at Faculty of Higher Studies Iztacala of the National University Autonomous of Mexico, during 2019. Our perspective of analysis on masculinities is relational, constructivist and located.

Keywords: masculinity; family; provider; heterosexuality; silence

Introducción

Durante el segundo semestre De 2019 y comienzos de 2020, la consigna feminista de no violencia1 se expresó, de manera masiva, en las calles, la política, los hogares, los medios de comunicación y en las universidades mexicanas, poniendo en evidencia la modificación de los umbrales de sensibilidad respecto a la violencia y a la discriminación.2 La masiva marcha del 8 de marzo, día internacional de las mujeres, y el paro del día 9 denominado “Un día sin mujeres” del 2020 quedarán guardados en la historia de la movilización social de este país.

Este nuevo escenario feminista, fuertemente impulsado por las jóvenes, cuestiona distintos preceptos que sustentan al sistema cis3 heterosexual, a saber, la violencia contra las mujeres, la heterosexualidad obligatoria, la figura masculina como proveedora, el modelo de la mujer cuidadora por excelencia, entre otros. Los varones cis, en distintas medidas, ubican y construyen sus masculinidades de maneras ambivalentes entre aquello que aprendieron a lo largo de sus vidas y el nuevo contexto feminista que viene a proponer modos alternativos de feminidad y masculinidad. Un espacio central donde estas tensiones se dirimen es la familia, ámbito fundante donde los varones aprenden “a ser hombres”. Es en la familia donde se ponen en juego adecuaciones ante el nuevo contexto como así también se restablecen modelos más conservadores respecto a la masculinidad.

La composición e integración de los modelos familiares varían histórica y socialmente, un elemento común es su función socializadora donde los sujetos se desarrollan como entes socioculturales (Gutiérrez Capulín, Díaz Otero y Román Reyes 2016). La familia es la institución base de cualquier sociedad humana, la cual da sentido a sus integrantes y los prepara para afrontar una variedad de situaciones (Tuirán y Salles 1997 citado en Gutiérrez Capulín, Díaz Otero y Román Reyes 2016). Para Tuirán y Salles (1997) en la familia se conforman relaciones sociales de distinta índole donde interactúan personas emparentadas de géneros y generaciones distintos, se llevan a cabo relaciones de solidaridad, poder y autoridad, a la vez que se distribuyen los recursos económicos existentes. Para estas autoras, dentro de la familia se definen obligaciones, responsabilidades y derechos según las normas culturales, edad, sexo y posición en la relación de parentesco de sus integrantes.

Vania Salles explica cómo dentro de la familia se conforman rasgos de la individualidad y de la identidad, a partir de situaciones de consenso y conflicto generadas dentro de la producción y distribución de poder. Es decir, las familias no son receptores pasivos sino activos, los sujetos que las componen elaboran “a su manera, las características generales que fundan lo social y lo histórico” (Salles 1991, 68), de ahí que ninguna familia sea igual a otra, a pesar de poder compartir estructuras similares.

A partir de la definición de familia desarrollada, que tiene en cuenta los consensos, las ambivalencias y las resistencias, en este artículo abordamos la familia como una tecnología de género que subjetiva de manera diferencial a las personas de acuerdo con su género, en el sentido propuesto por De Lauretis (1989), y como un espacio primario de socialización donde se organiza, transmite, aprende y ponen en práctica los códigos aceptables de “ser varón”. En este artículo analizamos cómo se construyen en el ámbito familiar las masculinidades cis juveniles universitarias desde tres dimensiones centrales: heterosexual, protectora-proveedora y cómplice silenciosa frente a la violencia contra las mujeres.4

Perspectiva teórica metodológica

En este trabajo nos basamos en una perspectiva constructivista y situada sobre las masculinidades, a la vez que las analizamos de manera relacional. En este sentido, entendemos que estas se construyen, aprenden y practican, a partir de negociaciones y afirmaciones respecto a lo que los varones deben ser y a lo que no deberían parecerse (Faur 2004), a la vez que cuestionan y negocian con los postulados que se les proyectan. Entendemos que las masculinidades se construyen y actúan de manera pendular y con resistencias. Retomamos la noción de masculinidades híbridas (Azpiazu Carballo 2017, Bridges y Pascoe 2014), la cual estipula que las formas de masculinidad que ejercen hegemonía no son necesariamente nuevas o antiguas, sino que producen espacios híbridos. Son masculinidades que se adaptan y son capaces de reconocer las ventajas de incorporar algunos elementos de las masculinidades históricamente no hegemónicas y de las feminidades en pos de restituir sus posiciones en un sistema de género cambiante, en el cual ciertos idearios conservadores ya no son fáciles de defender (Azpiazu Carballo 2017). Por ejemplo, prácticas explícitas de violencia, de distinto tipo -simbólicas, psicológicas, económicas, físicas o sexuales-, basadas en prejuicios en torno al género y/o a la orientación sexual generan rechazo social por parte de pares, hay un incremento del hartazgo por parte de las/os jóvenes que las sufren, denuncias, escarnio social y medidas punitivas contra los varones que ejercen violencia. Considerar que la masculinidad está hoy en una crisis total no toma en cuenta que esta se redefine y renegocia constantemente, a la vez que no es inerte y natural, por el contrario, existen diversas masculinidades, desde una mirada interseccional, que involucran otras dimensiones además del género como son la orientación sexual, el color de piel, la clase social, la etnia, entre otras (Crenshaw 1998).

Nos valemos de la noción de género de Teresa de Lauretis (1989), quien, desde una perspectiva foucaultiana y feminista, retoma y profundiza el concepto de tecnología del sexo de Foucault.5 Aborda el género y la sexualidad como el conjunto de efectos producidos en los cuerpos, en los comportamientos y en las relaciones sociales; y no como una propiedad inherente a ellos. De Lauretis propone pensar el género por fuera de cualquier definición que lo acerque a la noción de diferencia sexual, y lo examina como el producto y el proceso de un conjunto de tecnologías sociales, de discursos institucionales, de epistemologías y prácticas críticas y de la vida cotidiana. Las tecnologías de género son dispositivos sociales de subjetivación que se presentan de manera diferencial en los sujetos femeninos y masculinos. “La construcción de género prosigue hoy a través de varias tecnologías de género (por ejemplo, el cine) y de discursos institucionales (por ejemplo, teorías) con poder para controlar el campo de significación social y entonces producir, promover e “implantar” representaciones de género” (De Lauretis 1989, 25).

La noción de tecnología de género nos permite metodológicamente a lo largo del texto observar los modos, agentes intervinientes y sentidos que los entrevistados le otorgan a los distintos mandatos y dinámicas familiares que postulan un “deber ser masculino” en lo relativo a las prácticas sexuales, los deseos, el rol económico y la relación que poseen con el género femenino. Examinamos tres pilares fundamentales que las familias proyectan sobre los jóvenes: la heterosexualidad, el ser proveedores económicamente y la construcción de una afectividad silenciosa y cómplice ante las violencias hacia las identidades femeninas. No obstante, tal como explicamos, el despliegue de estas tecnologías no es lineal, sino que está signado por tensiones y quiebres.

La metodología del artículo se basa en un abordaje cualitativo. Para tal fin, por un lado, se entrevistaron, durante el segundo semestre del 2019, a 15 estudiantes varones de tres carreras: medicina, psicología y enfermería.6 La selección de estas carreras se hizo acorde con la cantidad de denuncias por violencia contra las mujeres que existen en cada una de las seis licenciaturas que se dictan en la FES I: medicina, optometría, psicología, enfermería, biología y odontología. Estos datos se obtuvieron a partir de una entrevista con la abogada receptora de denuncias por violencia de género dentro de la institución. La carrera de psicología fue elegida porque es donde las estudiantes más denuncian escenas de violencia, no necesariamente porque sea donde más se sucedan, sino que es donde el movimiento feminista es más fuerte y hay más politización sobre la temática. Medicina se encuentra en la mitad de cantidad de denuncias, y, en enfermería, que es una carrera con poca población masculina, no existen denuncias de este tipo. Asimismo, en relación con esta última carrera nos resulta central observar cómo experimentan las tensiones y contradicciones en la construcción de masculinidad aquellos varones que eligen una carrera altamente feminizada.

A través de un guión de entrevista se indagó en los siguientes ejes: trayectoria familiar, nivel socioeconómico, escenas de la vida cotidiana en relación con las citas y prácticas eróticas y afectivas, sociabilidad universitaria, la relación y conocimiento sobre los feminismos, mandatos y resistencias en relación con sus familias como así también representaciones, prácticas y resistencias en torno a la masculinidad.

Se realizaron tres grupos focales de acuerdo con cada carrera y se brindaron dos talleres sobre violencia a los entrevistados. Todas las personas entrevistadas participaron en los grupos focales. En el taller para estudiantes de psicología se proyectó y debatió la Charla TED del académico norteamericano sobre masculinidades Michael Kimmel, del año 2015, denominada ¿Por qué la igualdad de género es buena para todos, incluso para los hombres? y en los otros dos casos, una entrevista al psicólogo Luis Bonino sobre micromachismos realizada por el ayuntamiento de Agüimes en España, en el año 2013. Los materiales utilizados en los grupos focales y talleres tuvieron como finalidad ser disparadores para el debate, la reflexión, así como servir de estrategias para la sensibilización sobre la temática a los varones que participaron.

Cuadro1 Entrevistas 

Entrevistado Edad Lugar de residencia Carrera Vive con su familia
Jacinto 22 Ecatepec de Morelos, EDOMEX. Psicología
Julián 24 Los Reyes Iztacala, EDOMEX Psicología
Isaac 24 Progreso Nacional, CDMX. Psicología
Diego 26 Tultitlán de Mariano Escobedo, EDOMEX. Psicología
Juan 27 Tacuba, CDMX. Psicología
Jaime 18 Los Reyes Iztacala, EDOMEX. Enfermería
Gael 18 Cercanías a Metro San Lázaro, CDMX. Enfermería
Arturo 21 Tlalnepantla de Baz, EDOMEX. Enfermería
Cristian 22 Tlalnepantla de Baz, EDOMEX. Enfermería
Oscar 26 Tlalnepantla de Baz, EDOMEX. Enfermería
Patricio 19 Tlalnepantla de Baz, EDOMEX. Medicina No (vino a estudiar desde otro estado a la universidad).
Alexandre 19 Los Reyes de Iztacala, EDOMEX. Medicina
Pedro 19 Ecatepec, EDOMEX. Medicina
Octavio 20 Tlalnepantla de Baz, EDOMEX. Medicina No (vino a estudiar desde otro estado a la universidad).
Andrés 24 Tlalnepantla de Baz, EDOMEX. Medicina No (vino a estudiar desde otro estado a la universidad).

Fuente: Cuadro de confección propia con base en las entrevistas.

Respecto a los grupos focales se dividieron por carreras y constaron de cinco participantes cada uno. Estos tuvieron una duración promedio de dos horas y media. Se realizaron dos actividades lúdicas, la primera, retomada del investigador mexicano Benno de Keijzer,7 implicó la escritura de las historias de sus cicatrices; luego, cada uno de los estudiantes las pegaba con postit’s en un cuerpo humano que habíamos dibujado en una cartulina. Esto era comentado colectivamente. Al finalizar esta actividad, dábamos paso al “juego de la cebolla”, a partir de la cual los estudiantes dibujaban sus capas afectivas, desde cómo se presentan exteriormente ante los demás hasta las que consideran más íntimas. Estas dinámicas estimularon a que los jóvenes debatieran entre ellos mismos y el papel de las coordinadoras quedara en un segundo plano. Finalmente, realizamos algunas preguntas en torno a sus percepciones sobre los feminismos y sus modelos de masculinidades. Los grupos focales tuvieron la finalidad de poner en palabras la multiplicidad de emociones que conforman las masculinidades, así como habilitar la circularidad de la palabra y el consejo mutuo entre ellos, tal como ahondaremos en el artículo.

La FES I,8 es una de las sedes de la Universidad Nacional Autónoma de México, ubicada en la comunidad de Los Reyes Iztacala, municipio de Tlalnepantla de Baz, Estado de México, una localidad de sectores medios bajos que limita con el norte de la Ciudad de México. La escuela cuenta con una Clínica Universitaria de Salud Integral, donde algunas/os de las/os estudiantes realizan sus prácticas de servicio social, a la vez que se brinda a la comunidad un servicio de salud. En el campus se dictan seis carreras vinculadas con las ciencias biomédicas: enfermería, médico cirujano, odontología, psicología, optometría y biología, y sus respectivos posgrados.

En relación con las características socioeconómicas de la población entrevistada son mayormente estudiantes de sectores medios y medios bajos, y residen en el Estado de México (en localidades cercanas y lejanas) donde hay altos índices violencia, de todo tipo. Sus familias en décadas anteriores accedieron a la vivienda, a través de créditos públicos, principalmente en unidades habitacionales o a partir de la autoconstrucción. Los jóvenes se dedican principalmente a estudiar, aunque en las tres carreras hay entrevistados que trabajan, trabajaron o realizan trabajos estacionales. En medicina, dada su carga horaria, al momento de la entrevista ninguno trabajaba; a la vez, esta carrera tiene un perfil socioeconómico más alto, tres de los cinco entrevistados vinieron a estudiar de otros estados del país a la UNAM por el prestigio de la institución, y sus padres les envían dinero mensualmente para sus gastos. Este contexto respecto a las condiciones socioeconómicas sobre las cuales se va haciendo mención a lo largo del texto tiene como objetivo dar cuenta del marco donde se criaron, cómo lo hicieron y el modo en que sociabilizan los jóvenes. En lo concerniente a la matrícula de esta FES, esta se encuentra fuertemente feminizada (72%), según datos del año 2019. En todas las carreras hay un mayor porcentaje de personas que se autoperciben con un género femenino (FES Iztacala 2019).

El deber ser familiar en la construcción de masculinidad

La heterosexualidad

Uno de los primeros aprendizajes que tiene lugar en las familias de los entrevistados -ya sea donde los padres y madres están juntos, familias de padres separados, pero donde los entrevistados se vinculan en mayor o menor medida con ambos miembros o en aquellos casos donde solo tienen relación con uno (principalmente la madre)- es que cuando un varón nace se le enseña que debe ser cis heterosexual, en términos heteronormativos. La heteronormatividad (Meccia 2016; Serrato y Balbuena 2015), que postula una supuesta coherencia entre sexo, género y deseo, toma la heterosexualidad como una norma universal y natural y como un factor obligatorio para la institución de los lazos afectivos, filiales y de otras uniones (Libson 2009). En tanto es una ideología que comprende a la sociedad heterosexual como un hecho social total que se presenta como natural, se torna resistente al análisis. (Wittig 2006)

Vale recalcar que la heterosexualidad no es necesariamente un sinónimo de norma heterosexual o heteronormatividad. Retomando a Judith Butler, “las prácticas heterosexuales no son lo mismo que las normas heterosexuales” (Butler 2006, 282). La heterosexualidad no es una categoría fija, sino que, desde la perspectiva de análisis de la autora, las personas heterosexuales “performan” su sexualidad con resistencias, tensiones y negociaciones con la heteronormatividad. Partimos de comprender y analizar la categoría sexual heterosexual como una construcción atravesada por una diversidad de significados y acuerdos sociales dentro de ella, por lo cual no puede ser definida de manera homogénea y unitaria (Jackson 1999; Rich 1980). En relación con las/os miembros del grupo familiar que son más reticentes a estas negociaciones y poseen un mayor discurso de homo odio ubicamos a las/os abuelas/os de las/os entrevistadas/os, con quienes ellos comparten gran parte de su tiempo. Los jóvenes entrevistados, en su mayoría de sectores medios bajos, suelen convivir en sus casas o en el mismo terreno donde se encuentra su vivienda con otros/as familiares. A partir de la información recabada en los grupos focales y las entrevistas aparece que, durante su infancia y adolescencia, los cuidados estuvieron ampliamente compartidos entre abuelas, tías y madres quienes proyectan un discurso homo odiante hacia personas que no se adecuan con la cis heterosexualidad. Hacemos referencia a la emoción de homo odio, en vez de homofobia, porque entendemos que más que temor ante algo que es considerado enfermizo, prevalece el odio hacia otras identidades de género y orientaciones sexuales. Es por esta razón, basada en estructuras y preceptos sociales de la masculinidad hegemónica -blanca, cis, heterosexual, de sectores altos- (Connell 2003), que se las discrimina, violenta, asesina y estigmatiza. Por su parte, sus madres y padres tienen una mirada un poco más abierta respecto a la orientación sexual de las personas, sin embargo, sobre sus hijos y su entorno proyectan el deber ser heterosexual.

Estos mensajes y proyecciones del entorno familiar respecto a la heterosexualidad cis obligatoria se ubican en un contexto mexicano signado por la cultura heteronormativa y de hegemonía masculina, signada por la desigualdad entre los géneros. Si bien este contexto se vincula con estereotipos populares y de antaño sobre el machismo mexicano, basándonos en la perspectiva de Matthew Gutmann (1998), consideramos problemático tipificar el machismo como un conjunto coherente y estático de ideas sexistas, por el contrario, entendemos que varía según los contextos y a lo largo del tiempo. Gutmann (2000), en su trabajo sobre la identidad masculina, analiza qué significa ser hombre para los varones y mujeres que residen en la colonia popular Santo Domingo de la Ciudad de México, durante la década de los años 1990. En su obra, el autor indica que la masculinidad mexicana -como en cualquier otro lugar- es más sutil, diversa y flexible de lo que se la suele suponer y no implica necesariamente un sexismo virulento. Gutmann, quien retoma el trabajo de Teresita de Barbieri (1990), examina la influencia del movimiento feminista desde la década de 1980 en los distintos sectores sociales mexicanos generando masculinidades alternativas al machismo.

El autor rastrea la conformación de los estereotipos del machismo mexicano desde una clave histórica, cultural y material e identifica que luego de los tiempos de guerra en México de comienzos de siglo XX, para la década de 1940, lo masculino adquirió predominancia como símbolo nacionalista a partir del cine y, posteriormente, en la radio y la televisión. El personaje que forjó al talante del macho fue Jorge Negrete -bravío, generoso, cruel, mujeriego, romántico, obsceno, muy de su familia y de sus amigos, sometido y levantisco- (Gutmann 1998, 245). El texto de Gutmann, para los fines de este artículo, nos permite observar cómo en cada contexto histórico hay mutaciones del arquetipo machista y mayores aperturas a la diversidad, sin embargo, esto no implica que el dominio social haya dejado de ser masculino. Un punto central donde se observa la resistencia (aunque haya mayores avances) al cambio es en la heterosexualidad. El sexo entre hombres en barrios proletarios de la capital mexicana, en la década de 1990, era más frecuente de lo que se admitía, sin embargo, esta práctica era despreciada y ubicada por fuera de la definición de la realidad masculina (Gutmann 2000). Este ideario de desvalorización circulaba también en los contextos populares donde se criaron y vivieron los abuelos/as, madres y padres de los propios entrevistados, sumado a que muchas de las familias de los jóvenes provienen de rancho -de pueblos- con mandatos aún más conservadores respecto a la sexualidad.

Si bien los entrevistados también provienen principalmente de barrios proletarios, a diferencia del precepto de heterosexualidad cis obligatorio que prima en sus hogares, ellos, criados socialmente a la luz de nuevos marcos regulatorios respecto a la sexualidad,9 tienen una mayor apertura en relación con este mandato. Esto contrasta con su ámbito familiar donde no les resulta sencillo hablar y hacer público que tienen amigas/os no heterosexuales o trans, en tanto prima el rechazo y el estigma. En el caso de Patricio (estudiante de medicina, en entrevista individual, 19 años), que es parte de una compañía de danza donde la mayoría de sus colegas son mujeres trans o varones gays, dice que la aceptación de su padre respecto a su entorno de trabajo y amistad fue paulatina. Por su parte, Jacinto (estudiante de psicología, en entrevista individual, 22 años) comenta que el padre de su mejor amigo no sabe que su hijo está en pareja con una mujer trans. Cuando Jacinto pasa a buscar a su amigo por la casa para salir a bailar, el padre les da dinero y los incentiva para que “inviten a morras tragos y después vayan a su casa a tener sexo con ellas”. De este modo, el padre proyecta y promueve en su hijo lo que supuestamente sería un prototipo de noche “exitosa” y divertida para un varón cis heterosexual: salir con amigos, disponer de mujeres, tener relaciones sexuales con ellas y consumir alcohol.

Asimismo, los jóvenes contradicen el postulado de heterosexualidad obligatoria que se rige en sus hogares en tanto dan lugar a otros deseos eróticos afectivos que sobrepasan el vincularse exclusivamente con mujeres cis. Sin que sea necesaria la intervención de la entrevistadora, cuando se les consultó en las entrevistas individuales sobre con quienes tienen relaciones sexuales o cuál es su orientación sexual, ellos comentan sobre varones que les gustan estéticamente o haber tenido relaciones sexuales con mujeres trans u otros varones. En algunos casos indican que hay varones que les parecen lindos y que alguna vez durante sus trayectorias afectivas se cuestionaron su heterosexualidad, pero que prefieren mantenerlo en el plano de la fantasía y no tener encuentros sexuales. Isaac indica “yo tengo bien definidos mis gustos, en algún momento llegué a cuestionarme si me gustaban los hombres… No sentí que era gay, sino que reconozco que hay hombres atractivos y guapos, también de personalidad” (estudiante de psicología, en entrevista individual, 24 años).

Un estudiante de psicología y otro de enfermería comentan sin tapujos que tuvieron sexo con otros varones o con mujeres trans, pero entienden que estas situaciones fueron hechos puntuales y que no definen su orientación sexual, a la cual consideran como heterosexual. Para los entrevistados la heterosexualidad implica exclusivamente al vínculo erótico afectivo entre varones y mujeres cis. Ellos reproducen los valores de la heteronormatividad que vincula la identidad de género a una genitalidad establecida, por lo que para los entrevistados tener sexo con cualquier persona que tenga pene implica una práctica no heterosexual. Sin embargo, aparecen situaciones que se corren de este ideario y que no son enunciadas como hechos que tensionen su heterosexualidad. Por el contrario, son solo nombradas como “experiencias” que no les generan conflictos a priori. Retomamos la perspectiva de Gutmann (1993, 2000) en sus análisis de la identidad masculina en sectores populares, por fuera de estereotipos acabados y en constante renegociación, para interpretar los modos a partir de los cuales los entrevistados viven la heterosexualidad. Poner el foco en lo contradictorio, tal como propone Gutmann, nos permite observar las tensiones y derivas que experimentan los jóvenes entre los discursos tradicionales aprendidos en el hogar respecto a su sexualidad y otros deseos que no se adecúan a la heteronorma.

Las mayores aperturas respecto a su sexualidad de los entrevistados tensionan los postulados de heterosexualidad obligatoria que aparece en sus hogares y del precepto de odio hacia las personas no heterosexuales, trans y no binaries que prima en la educación impartida especialmente por sus abuelas/os. Siguiendo la perspectiva de Carlos Figari (2008), en su estudio sobre el heteroerotismo masculino, entendemos que estos jóvenes experimentan heterosexualidades flexibles. Figari identifica que hombres que se definen a sí mismos como heterosexuales alteran, de algún modo, el canon de las metáforas genéricas de diferenciación y caracterización erótica propias de la matriz heterosexual hegemónica. La heterosexualidad de los varones, explica el autor, puede ser vivida con una variedad de estilos de vida. A medida que van experimentando sus deseos sexuales transgreden, desvían o reproducen las masculinidades heterosexuales.

El modelo paterno: proveedores y protectores

Un segundo punto a analizar es cómo la figura paterna de los entrevistados es un modelo deseable de masculinidad a seguir, según el testimonio de los propios entrevistados. Tanto en familias separadas o donde sus padres y madres conviven, los padres son valorados como un prototipo deseable a seguir. Si bien los entrevistados se distancian del modelo de heterosexualidad cis obligatoria y del hecho de que sus padres hayan sido poco afectivos con ellos, la familia opera como una tecnología de género donde los varones aprenden -y desean-, con pocos cuestionamientos, ser varones proveedores y protectores.

La mayoría de los jóvenes, tal como indicamos, proviene de hogares de sectores medios bajos por lo que suelen vivir con otras/os familiares y todas/os aportan económicamente al hogar -salvo algunos pocos estudiantes de medicina que dada la carga horaria solo se dedican a estudiar-. Exceptuando los padres, las tareas de limpieza son realizadas por toda/os las/os otras/os miembros del hogar incluidos los entrevistados. Sus madres y padres suelen tener largas jornadas de trabajo -formal e informal- por lo cual depende de ellos cocinarse y organizarse. Aquellas madres que no trabajan por fuera del hogar, colaboran en el trabajo de sus maridos, por ejemplo, en el caso de Pedro (estudiante de medicina, en grupo focal de medicina, 19 años) su padre es cuentapropista y su madre le lleva la contabilidad, en otros casos hay madres que trabajan haciendo y vendiendo comidas desde sus casas. Los entrevistados realizan los quehaceres domésticos -que incluyen ordenar su cuarto, lavar la ropa, trapear y limpiar los distintos ambientes de la casa incluidos el baño y la cocina- que les fueron solicitados por sus madres, aunque esto les genere fastidio. Indican aquellos que tienen hermanas mujeres, de manera solapada entre chistes, que saben que en caso de que no cumplan con las tareas asignadas, ellas lo terminarán haciendo por ellos. En aquellas ocasiones que las hermanas se rehúsan a limpiar o tienen una actitud menos proactiva en relación con lo doméstico, los entrevistados se encargan de marcar la falta de voluntad de sus hermanas y de suscitar situaciones de conflicto dentro de la familia. Esto se debe a que consideran que su privilegio masculino de poder tomarse ciertas licencias en lo relativo a la limpieza entra en cuestionamiento.

Estos jóvenes, aunque tienen naturalizado que deben colaborar en las tareas del hogar y que depende de ellos organizarse y cocinarse, al mismo tiempo persiste en sus imaginarios la idea de que la mujer es la encargada del hogar por excelencia. Explica Faur (2014) que dentro de la división entre lo público y lo privado se les atribuyó a las mujeres la tarea de cuidado. Comenta la autora: “al atribuir este hecho a un rasgo propio de las mujeres -su capacidad de procreación- más allá de los designios biológicos, se tornó uno de los nudos críticos de la construcción social del género” (2014, 14). El modelo de familia, que tuvo lugar hasta entrada la última parte del siglo XX, consideraba a las mujeres como cuidadoras instintivamente y confinadas al espacio doméstico y partía de una clara división entre un varón proveedor y una mujer ama de casa. A partir del ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral, este modelo de las mujeres como madres y amas de casa “de tiempo completo”, como indica Faur (2014), perdió vigencia. Sin embargo, esta nueva realidad de las mujeres no implicó dejar de ser cuidadoras, por el contrario, nos encontramos, a partir del trabajo de campo desarrollado, que las madres de los entrevistados desarrollan dobles o triples jornadas laborales, que incluyen el trabajo doméstico como así también la organización de los quehaceres y del cuidado de cada una de las personas de la familia. Es decir, aunque las mujeres participen activamente en el mercado de trabajo formal o informal, ellas siguen siendo consideradas por excelencia como las responsables de las tareas domésticas y el bienestar de sus hijos/as y cuidadoras de familiares tanto de los dependientes como de aquellos que pueden valerse por sí mismos. Las madres son las encargadas de solicitar las citas médicas para todas/os las/os miembros de la familia. Estos idearios de cuidado y gestión de los mismos circulan tanto en el mercado laboral como en el ámbito doméstico (Artazcoz, Escribá-Agüir y Cortés 2004).

Para los entrevistados, la doble y triple jornada de trabajo que llevan a cabo sus madres, por un lado, les parece injusta en tanto consideran que esto les implica a sus mamás un alto grado de cansancio, pero, por el otro, es justificado en tanto consideran que sus padres son quienes trabajan más horas por fuera del hogar. Se pone en juego en su imaginario la invisibilización del trabajo de las mujeres por fuera del hogar y prevalece la idea de varón proveedor económicamente, aunque son muchas veces las madres quienes generan los mayores ingresos.

Asimismo, existen experiencias como la de Julián (estudiante de psicología, en entrevista individual, 24 años) -hijo único y cuya madre falleció- quien es el encargado de mantener económicamente el hogar, ser cuidador y realizar los quehaceres domésticos, dado que su padre posee una capacidad motriz que lo inhabilita. Sin embargo, esta excepción que se da en un marco donde no hay una figura femenina que venga a suplir el rol de cuidadora, estos jóvenes son educados por abuelas/os, padres y madres para ser quienes dirijan y protejan a la familia y a la pareja. Esto puede observarse cuando se les consulta a los entrevistados si consideran que existen diferencias entre el modo en que son criadas/os varones y mujeres.

Arturo: Cuando mi papá comenzó a viajar por trabajo yo tenía 12 años. Él me decía que yo era el hombre de la casa, de ahí que siempre estoy al pendiente de mi mamá, mi hermana y de mi novia. De cada trabajo que tenía en el verano, le daba dinero a mi mamá. De a poco empecé a tomar un rol paternal. (Arturo, estudiante de enfermería, en entrevista individual, 21 años).

Octavio: Mis padres me enseñaron desde pequeño que yo era el protector, que mi pareja iba a necesitar protección, que soy el sostén y responsable de donde va la dirección de la familia. Mi mamá también me decía que yo iba a ser el hombre de la relación, tienes que ser inteligente. Cuando comencé a salir con niñas también ellas esperaban eso de mí. (Octavio, estudiante de medicina, en grupo focal de medicina, 20 años).

Los entrevistados dialogan, se adecuan y discuten internamente con los mandatos de estar pendientes, de proveer, de proteger y de guiar la familia. La metodología de los grupos focales operó como un espacio donde los jóvenes se permitieron, al menos, cuestionar el silencio con el cual transitan estas proyecciones que se realizan sobre ellos. El hecho de sentirse dentro de un espacio seguro, con otros quienes también viven lo mismo y tener la posibilidad de poner en palabras sus sentires, sin juicios ni retos, habilitó la posibilidad de quejarse y preguntarse qué tipo de varones quieren ser. La queja para Filomena Gregori (1993) se caracteriza por una exteriorización donde la persona busca depositar la culpa en otros/as y demostrar que el desempeño subjetivo fue correcto. En el caso de los entrevistados, la queja opera como una estrategia de victimización desde la cual relatan los mandatos masculinos que experimentan. Los entrevistados consideran que no solo sus familias, sino también sus parejas -mujeres cis, jóvenes- los ubican en el plano del deber ser protectores y proveedores. Esperan de ellos que en el futuro tengan un buen trabajo, les hagan regalos y se encarguen de acompañarlas a sus casas. Sin embargo, a partir de los relatos que los jóvenes desarrollan durante las entrevistas, se observa que durante las citas con sus “novias”, tal como denominan sus vínculos eróticos afectivos estables, tiende a haber una división de gastos igualitaria.

Dentro de las representaciones de los entrevistados, sus madres no se encuentran dentro de sus parámetros deseables de feminidad, consideran que ellas están a merced de la demanda de sus padres. Los jóvenes expresan que desearían vincularse con mujeres autosuficientes -más allá de lo económico-, independientes y determinadas en sus decisiones, sin embargo, esto también les genera miedo debido a que indican que no sabrían cómo relacionarse, dentro de sus guiones de masculinidad, con mujeres independientes. Este tipo de feminidad deseada, los colocan en un lugar de interrogación respecto a cómo ser varones. Los modelos de pareja que conocen se cimentan en la monogamia, en figuras femeninas subalternizadas respecto a los varones y en masculinidades proveedoras y perpetradoras de violencias simbólicas y psicológicas, como veremos en el próximo apartado. La masculinidad se construye a partir de estos aprendizajes que deben alejarse de los valores de lo femenino.

Como se observa, los varones, a partir de las quejas que circularon en los grupos focales pudieron pensar modelos más igualitarios entre los géneros y cuestionar las pocas muestras de cariño por parte de sus padres hacia ellos. Sin embargo, los entrevistados restablecen la figura paterna -proveedora económicamente y protectora- como el modelo deseable a seguir. Podemos analizar la idea de protección manifestada en las distintas entrevistas en tensión con la noción teórica de cuidados que desarrollamos a continuación. Desde la perspectiva de la economista feministas Corina Rodríguez Enríquez (2015), entendemos que el trabajo de cuidado tiene en cuenta el trabajo de cuidado no remunerado realizado dentro de los hogares, principalmente por parte de mujeres, y cumpliendo una función esencial de reproducción de la fuerza de trabajo en las economías capitalistas. Rodríguez Enríquez define la economía de cuidados como todas las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en que viven. Explica la autora.

Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas (la actividad interpersonal de cuidado), la provisión de precondiciones en que se realiza el cuidado (limpieza de la casa, la compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinación de horarios, traslados a centros educativos y a otras instituciones, supervisión del trabajo de cuidadoras remuneradas, entre otras). (Rodríguez Enríquez 2015, 36)

Por su parte, Joan Tronto postula que los varones en tanto proveedores económicos y protectores de la familia ante cualquier situación de conflicto o violencia como parte de otros/as miembros ajenos a la familia, también son cuidadores, aunque bien no sea como ha sido desarrollado comúnmente por los feminismos. La autora considera que dar y recibir cuidados no es específico de las mujeres, el cuidado sobrepasa los géneros. Explica Tronto que el cuidado tiene que ver con una actividad que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo de forma que podamos vivir en él lo mejor posible. “Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser y nuestro ambiente, todo lo cual buscamos para entretejer una compleja red de sostenimiento de la vida” (Fisher y Tronto (1990) citado en Tronto 2006, 5).

Nos basamos en la perspectiva amplia de cuidados desarrollada por Tronto (2013). La autora propone contra las perspectivas feministas que presuponen que los varones no cuidan o no saben hacerlo, que los varones cuidan de ellos mismos, de sus seres queridos y de sus familias, a la vez que reciben cuidado de otras/os miembros. A la luz de nuestras entrevistas entendemos que los varones jóvenes son cuidadores de sus familias y vínculos cercanos cuando se preocupan de acompañar a sus amigas y novias a sus casas o a que tomen el transporte público, ante la escalada de violencia contra las mujeres que existe en las zonas donde residen. Los entrevistados comentan y son reflexivos sobre el miedo que les genera la posibilidad de que sus amigas, novias o hermanas vivan una situación de este tipo en el ámbito público. Si bien ellos indican que también están expuestos a situaciones de violencia en la calle, como robos o golpizas, consideran que el hecho de que un varón acompañe a una mujer en este espacio es una estrategia certera contra las agresiones de tipo sexual. Asimismo, los entrevistados son cuidadores dentro de la familia cuando, más allá del desagrado que puede causarles realizar tareas domésticas, las hacen y hablan sobre ellas como si fueran otra actividad más dentro de su cotidianeidad. En relación con el modelo de proveedores que los entrevistados aprenden de sus padres y que consideran deseable para sus futuros como varones adultos, basándonos en Tronto, entendemos que el ocuparse de proveer económicamente es un medio central que los jóvenes encuentran para dotar de armonía y sostén a cualquier familia.

Sin embargo, aunque la protección tenga una proyección de cuidado, esta tiene lugar de modo coercitivo. Los varones aprenden dentro de la familia que, para ser varones protectores, en términos de la masculinidad hegemónica, deben limitar y gestionar las libertades de otras/os miembros de la familia. Se entremezclan prácticas de violencia con un ideario de cuidado (Tronto 2013). Durante los grupos focales cuando se les pregunta a los entrevistados sobre cómo se relacionan sus padres y madres aparecen expresiones que aluden a la capacidad paterna de entregar permisos y derechos a las mujeres, a saber, “mi papá le da libertad a mi mamá de trabajar”, “no le falta al respeto”, “le da libertad a mi mamá de hacer lo que quiera”. Los entrevistados leen estas concesiones en términos positivos y no problematizan las desigualdades de género que existen entre quien está en posición de dar permiso y quien debe acatar o negociar. Aquí se observa, en términos de Anthony Giddens (2007), que estas formas familiares de vincularse se alejan de los valores de la política democrática basados en la igualdad de derechos y obligaciones. Dentro de estas familias, siguiendo la propuesta del autor, no priman los valores democráticos del respeto por la palabra del otro y una democracia de las emociones, por el contrario, sobresale un autoritarismo de la figura paterna.

En el núcleo familiar, los jóvenes comienzan a cultivar este modelo autoritario de la masculinidad y aprenden que ser leales a sus padres les permitirá en la adultez obtener ventajas materiales, de poder y de estatus, que en este momento de su vida no poseen. Este tipo de masculinidad juvenil, aunque en este momento esté subordinada, es cómplice (Connell 2003) debido a que, si no cuestionan, podrá apropiarse en el futuro de los dividendos patriarcales que se les promete. Para Connell (2003) existen las masculinidades hegemónicas, subordinadas, cómplices y marginadas. Estas se relacionan entre sí y varían histórica y contextualmente. Observamos en el apartado anterior que los entrevistados tienen posturas sobre la heterosexualidad más flexibles que las de sus padres, pero para sus vidas adultas proyectan modelos más conservadores y tradicionales de masculinidad. La hegemónica (blanca, cis, heterosexual, de sectores altos) se encuentra en la cúspide y posee el monopolio de la violencia. Dentro de esta se ubican muy pocos, pero para existir se basa en el apoyo de instituciones y pactos de complicidad con otras masculinidades. La masculinidad cómplice caracteriza a aquellos que, si bien no se adecúan dentro de la hegemonía, participan de los dividendos patriarcales, se benefician de ventajas materiales, de poder y de estatus, por ejemplo, al discriminar a mujeres y varones subordinados (Collins 2003).

El aprendizaje del silencio

Un tercer y último punto que analizamos es el silencio como pilar en la construcción de masculinidad cis heterosexual. Los entrevistados hacen referencia a que no hablan sobre sus sentires y malestares que puedan tener lugar dentro de su familia o vínculos eróticos afectivos. La reflexión propia o con otros sobre esferas que han sido pensadas como privadas (Molina Petit 1994), vinculadas con la afectividad y con la sexualidad no ocupan un lugar en su masculinidad. Los padres, a diferencia de las madres de los entrevistados, esperan de sus hijos resultados profesionales, centrados en que les vaya bien en la universidad. Los modos de transitar su vida universitaria, signada por frustraciones y temores, no pueden ser comentados con sus padres debido a que saben que esto implica un regaño o una puesta en cuestionamiento de sus capacidades para afrontar una carrera universitaria. Los entrevistados tampoco pueden contarles a sus padres si se enamoran de una mujer porque el mensaje que sobresale es que dicha emoción debe quedar reservada para quien será su pareja. Los padres les advierten sobre cómo limitar su compromiso y relacionarse solo en plano sexual, como si este plano pudiera y debería ser escindido de cualquier gesto de cariño, afecto o ternura o compromiso amoroso afectivo. Aparece un mensaje de no involucramiento ni cuidado de esos vínculos eróticos afectivos que, aunque heterosexuales, no se adecúan de manera lineal dentro de la heteronorma, a saber, pareja estable o convivencia. Contra este discurso, Brigitte Vasallo (2018) propone la noción de ética del cuidado, donde más allá de la duda, todos los sujetos que conforman una relación -monógama o no- tengan en cuenta las necesidades de las otras personas, en pos de llegar a una mayor horizontalidad, cooperación y construcción.

La familia es una tecnología de género donde los varones cis heterosexuales aprenden cómo se conforma una masculinidad cis heterosexual apropiada y cuál es el papel que deben tener las mujeres en sus vidas. Se presupone que ellos no deben hablar ni dar excesivas muestras de afecto, mientras que las mujeres deben ser agentes de contención y consejo para ellos. Los entrevistados suelen pedirles consejos o hablan de sus preocupaciones respecto a sus estudios con sus madres o novias.

El contexto de avance de las demandas feministas (desarrollado en la introducción) llevó a que sus pares -amigas, hermanas y compañeras de la universidad- comenzaran a cuestionar de manera sostenida los modos como nos vinculamos entre los géneros, principalmente en torno a la violencia. El espacio del grupo focal permitió, tal como vimos en el apartado anterior, una apertura a la queja y la reflexión sobre los modos en que experimentan su masculinidad, aunque no implique, necesariamente, una fisura de los postulados que la sustentan. Gael en un taller grupal, luego de mirar el video de Luis Bonino sobre micromachismos comentó,

Yo lo que quiero es que la mujer satisfaga mis necesidades. Cuando estoy enojado espero que ella se dé cuenta y lo resuelva. En las relaciones de pareja creo que los varones somos egoístas, no les preguntamos a las mujeres por sus necesidades ni como están. En una cita con una novia yo espero que, si yo pagué el cine, ya está, me toca a mí. Tiene que tener buena cara. (Gael, estudiante de enfermería, en grupo focal de enfermería, 18 años).

Los grupos focales y talleres donde circuló horizontalmente la palabra y los jóvenes pudieron hablar sobre lo que sentían frente a otros varones no son hechos frecuentes dentro de la cotidianeidad de los entrevistados. Si bien en los espacios grupales como en la intimidad de las entrevistas individuales, los jóvenes describieron y pudieron reflexionar sobre distintas situaciones de violencia dentro de sus propias parejas, lo que apareció más silenciado es que hagan mención a escenas de violencia ejercidas por sus padres contra sus madres.

Durante las entrevistas individuales y en los grupos focales era difícil que los entrevistados relatasen situaciones de conflicto en el hogar. Sus respuestas tendían a ser cortantes y escuetas, primaban frases como: “como en toda familia”, “discusiones como en cualquier familia” y “mi papá respeta a mi mamá”. Pero cuando insistimos en preguntar o con una escucha atenta el relato de experiencias, la violencia de padres a madres aparecía disfrazada de respeto y cuidado masculino o como parte de las dinámicas familiares. Sobre este último punto retomamos la idea esbozada anteriormente, donde es el varón quien le permite y le otorga libertades a su pareja de trabajar, salir o viajar con sus amigas. Estos “permisos” son tipos de violencias psicológicas y simbólicas que implican mecanismos de control masculino sobre qué puede y no puede hacer una mujer y el lugar de los padres -en contraposición con el de las madres- como la autoridad indiscutible del hogar.

Durante la actividad de las cicatrices en el grupo focal con los estudiantes de medicina, donde cada uno de los entrevistados contaba la historia de sus cicatrices, Alexander comentó sobre una anécdota en la cual se enchiló muy fuerte cuando era pequeño, lo cual le generó una reacción alérgica. Sobre esto indica: “Mi papá se enojó con mucha razón porque mi mamá no checó que yo agarré lo chiles y me los unté en la cara. Se enojó porque mi mamá no vigiló, podría haber pasado algo peor. Dijo que si hubiera sido un hombre quien estaba a cargo mío, sí le hubiera pegado” (Alexandre, estudiante de medicina, en grupo focal de medicina, 19 años). Este entrevistado comenta que su padre es para él un modelo de masculinidad a seguir en tanto es trabajador y cuidador porque les inculcó, a él y a su hermano, los principios de honor y respeto, aunque también recalca que su padre casi no pasaba tiempo con ellos. El hecho de que el padre amenace indirectamente a la madre por no haber cuidado de manera “correcta” puede ser interpretado como un ejemplo de violencia hacia las mujeres. Consideramos que la escena descrita es un tipo de violencia simbólica -donde se presupone a la mujer como cuidadora por excelencia- y psicológica -en tanto es un modo de amedrentamiento-, basada en patrones estereotipados y que reproducen la subordinación femenina (Femenías y Aponte 2009). Para estas autoras, la violencia simbólica impone un orden moral y social bajo el supuesto de que es inmodificable e incuestionable. Entendemos, junto con estas autoras, que las violencias psicológica y simbólica, aunque sean más sutiles no dejan de ser efectivas sobre los sujetos que las padecen.

Los entrevistados reconocen que existen dentro de las dinámicas familiares del núcleo más cercano -padre, madre y hermanas/os- escenas de violencias simbólicas y psicológicas como gritos o peleas. Sin embargo, cuando hacen referencia a dinámicas familiares ampliadas, que involucran a otras/os miembros como tías/os o abuelas/os, se flexibiliza lo decible respecto a la violencia y mencionan escenas de violencia contra las mujeres de tipo físicas -golpes- e intentos de feminicidios. Cristian (estudiante de enfermería, entrevista individual, 22 años) comenta que su abuelo fue siempre muy machista y que cuando se le diagnosticó a su abuela demencia senil tuvo que pasar a tener un papel de cuidador, que nunca antes había ejercido. Esta situación lo desesperaba al punto de que un día su tío encontró a su abuelo intentando ahogar a su abuela. La resolución del conflicto fue a partir del uso de armas, su tío, quien no era la primera vez que veía que su padre golpeaba o maltrataba a su madre, sacó un arma, lo apuntó y le dijo que la dejara. Su abuelo se fue de su casa dos días y luego regresó “como si nada hubiera pasado”, tal como indica el entrevistado. Cristian se enteró de este hecho tiempo después a través de un familiar, lo cual hizo que, si bien siguiera frecuentando a su abuelo, lo hiciera con recelo y dolor. Aunque la estrategia que él esgrimió para sobrepasar y continuar la relación con su abuelo fue hacer como si nada hubiera sucedido, esta experiencia sembró en él la pregunta por la violencia hacia las mujeres. Cristian se volvió más reflexivo respecto a actitudes posesivas que él mismo tuvo con su expareja y sobre cómo su papá es agresivo verbalmente con su mamá. Ante estas situaciones, el entrevistado indica que él intercede por su mamá, siempre dentro de un marco que no implique la confrontación con su padre, a la vez que colabora con ella cocinando y la escucha y apoya sus opiniones. Frente al aprendizaje del silencio, Cristian resiste deviniendo un aliado de su madre para contrarrestar la violencia simbólica que vive dentro del hogar, por parte de su padre.

Otro ejemplo de resistencia podemos encontrarlo en Patricio (estudiante de medicina, en entrevista individual, 19 años) quien tiene una hermana que quiere estudiar ingeniería mecánica y su padre no se lo permite porque considera que es una carrera, según comenta, para “hombres o lesbianas”. El entrevistado, a veces con la complicidad de la madre, expresa que está intentando ayudar a su hermana a que pueda estudiar lo que desea, tal como él hizo, y que intenta por todos los medios hacer reflexionar a su padre y que “abra la cabeza”. Esta resistencia si bien es medida, en tanto no cuestiona en términos absolutos la autoridad paterna, es en el imaginario de Patricio un modo de confrontarla.

Como se observa en este apartado el silencio ante la violencia, y respecto a cómo se sienten, es aprendido por los entrevistados a lo largo de sus vidas, y la familia juega un papel central como una tecnología de género que promueve estos silenciamientos y complicidades masculinas. Sin embargo, también se observa que los jóvenes generan ciertas resistencias contra este pacto de silencio, apoyan a sus madres ante la violencia de sus padres y comienzan a preguntarse, aunque sea de manera intermitente, sobre sus sentires y deseos de manera más abierta.

Conclusiones

El objetivo de este artículo fue describir y analizar la familia como una tecnología de género donde se organizan y transmiten los códigos de la masculinidad, de “ser varones”, desde tres pivotes centrales: la cis heterosexualidad, la heterosexualidad, el modelo del varón protector-proveedor y la complicidad silenciosa frente a la violencia contra las mujeres.

Para tal fin, postulamos que, si bien las familias inculcan los saberes que necesitan los jóvenes para, de manera cómplice, alinearse a los preceptos de la masculinidad hegemónica, también los entrevistados discuten y tensionan dichos mandatos. Estas tensiones tienen lugar en un contexto de fuerte cuestionamiento de los feminismos ante las constantes violencias que experimentan las identidades femeninas como así también respecto a los mandatos de género, a saber, la forma de habitar la masculinidad, la maternidad, el deseo, entre otros. El aporte de este texto resulta de examinar estos grises y pendulaciones que involucran la construcción y la forma de habitar la masculinidad.

En este texto examinamos las masculinidades cis heterosexuales en su carácter diverso y ambivalente. Tal como analizamos, aunque los entrevistados se definen como heterosexuales, en distintos testimonios cuestionan la heterosexualidad obligatoria. Si bien esto no fue comentado en los grupos focales, donde la mirada de otros varones podría poner en entredicho su heterosexualidad, en la intimidad de la entrevista individual con una mujer, se permitieron hablar sin tapujos sobre otros deseos.

Un segundo punto de análisis fue que estos varones, flexibles en torno al postulado de la heterosexualidad, tienden a ser conservadores respecto al modelo de varón proveedor-protector, aprendido de sus padres. Los jóvenes restablecen mayormente el pacto y la complicidad masculina de sus padres. Dentro de sus modelos de pareja aprendidos, los entrevistados recuperan la idea dicotómica de varón proveedor y protector y de mujer afectiva. Consideran a sus padres, en aquellos casos en que están presentes de alguna u otra manera, como el prototipo masculino a seguir. Esto es distinto de lo que sucede con el modelo de feminidad de sus madres, el cual les resulta despreciable en tanto las consideran como mujeres sumisas. Si bien ellos desean a mujeres autosuficientes y decididas, indican que para ellos esas mujeres son imposibles, a la vez que tienden a conformar vínculos de codependencia con sus novias. Al mismo tiempo, a partir de los grupos focales y de los talleres donde la palabra circulaba horizontalmente, apareció el lugar, de manera subyacente, para la queja y la pregunta. En estos espacios, los entrevistados podían observar que lo sucedido con ellos también les acontecía a otros, reclamaron la falta de afecto paterna y se interpelaron sobre qué modelo de masculinidad quieren.

En tercer lugar, postulamos que la idea de protección que aprenden de sus padres puede ser considerada un modo de cuidar a sus familias, la cual en distintas situaciones se entremezcla con hechos de violencia contra las mujeres.

Dentro de las escenas analizadas de violencia contra sus madres en el ámbito doméstico, lo que sobresale es el pacto de silencio de los entrevistados con sus padres, aunque también generan resistencias y alianzas con ellas para contrarrestar las agresiones.

Para finalizar, otro punto central de análisis en este artículo fue examinar a la familia como un ámbito central donde los varones aprenden a conformar masculinidades silenciosas y cómplices. Consideramos que a la luz del fuerte impulso tomado por los feminismos en los últimos tiempos, es políticamente central, dentro de la agenda feminista, trabajar articuladamente con varones que estén interesados en estas temáticas en pos de propulsar una ética del cuidado amplia y espacios donde ellos reflexionen sobre sus sentires y fragilidades, subjetivamente y entre pares. Nuevos modelos de masculinidad, más democráticos y equitativos, que cuestionen el mandato del varón proveedor-protector, que no reproduzcan violencia sexista, y que conformen nuevos tipos de relaciones eróticas afectivas, sin codependencia, celos y control, son posibles de armar.

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Esta investigación fue realizada gracias al Programa de Becas Posdoctorales de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

1Según datos de la Encuesta nacional sobre la dinámica de las relaciones en los hogares (ENDIREH) del 2022, en México, el 70.1% de las mujeres de 15 años y más experimentaron al menos una situación de violencia a lo largo de su vida, la violencia que más prevalece es la psicológica (51.6%) seguida por la sexual (49.7%). Los ámbitos donde se vive mayormente la violencia son el comunitario (45.6%) y el de pareja (39.9%).

2El disparador tuvo lugar en el mes de agosto de 2019 cuando una joven denunció que camino a su casa durante la noche cuatro policías en la Ciudad de México abusaron sexualmente de ella. Este evento evidenció, por un lado, la impunidad que existe en el tratamiento de la violencia de género en el país —a pesar de la denuncia, los policías regresaron rápidamente a sus funciones y no se llevó a cabo una investigación de largo alcance-; y, por el otro, el tratamiento de los medios de comunicación hegemónicos minimizó la voz de la denunciante y no respetaron la cadena de custodia de la información.

3Cis es una forma de indicar a las personas que no son trans. Es decir, aquellas que se identifican con el género asignado al nacer. A partir del prefijo cis se nombra a la mayoría dominante y se explicita que las identidades no trans también son construidas.

5 Teresa de Lauretis (1989) explica que Foucault, en el primer tomo de Historia de la sexualidad (2006), analiza cómo la sexualidad, comúnmente pensada como natural y privada, es en realidad construida en la cultura de acuerdo con los propósitos políticos de la clase social dominante. Las tecnologías del sexo son un conjunto de técnicas para maximizar la vida que han sido desarrolladas y desplegadas por la burguesía desde finales del siglo XVIII, para asegurar su supervivencia de clase y su hegemonía permanente.

6Los nombres fueron modificados para mantener el anonimato.

7Benno de Keijzer presentó esta metodología en el X Congreso de la Academia Mexicana de Estudios de Género de los Hombres, que tuvo lugar durante septiembre del 2019 en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

8Desde 1973 a 1976 se crearon lo que se dio a conocer como Escuelas Nacionales de Estudios Profesionales en pos de desconcentrar la Ciudad Universitaria y crear sedes en las periferias de la ciudad. Cada una de estas escuelas se especializó en áreas específicas, la de Iztacala, que nació en 1975, se dedicó a las carreras de ciencias biomédicas. Si bien la facultad se encuentra cercana al norte de la Ciudad de México, al momento de su creación se encontraba en una zona poco habitada. Paulatinamente se fueron generando las condiciones de servicios urbanos básicos.

9Dentro de las leyes de reconocimiento que se dieron en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México se observa que la Ciudad de México es pionera en el país en la ampliación de derechos, desde comienzos del siglo XXI sobresalen: la Ley general para la igualdad entre mujeres y hombres en el año 2006, la posibilidad de interrupción legal del embarazo en el año 2007, la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia. Desde el año 2009 son legales los matrimonios entre personas del mismo sexo y en el año 2014 se aprobó la Ley de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, a partir de la cual se les reconocen sus derechos reproductivos para que sean atendidos en instituciones públicas y desarrollar campañas de comunicación masiva, entre otras leyes. Respecto a la identidad de género, desde el año 2015 se reformó el Código Civil del Distrito Federal y se estableció un procedimiento en el Registro Civil para que las personas consiguieran la modificación del nombre y el sexo en sus actas de nacimiento.

Recibido: 27 de Julio de 2022; Aprobado: 27 de Septiembre de 2022

Mariana Palumbo

Argentina. Investigadora asistente en EIDAES CONICET. Doctora en ciencias so ciales por la Universidad de Buenos Aires. Fue becaria posdoctoral en la Dirección General de Asuntos del Personal Académico DGAPA de la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala. Líneas de investigación: sexualidades y géneros, violencias, afectos, feminismos.

Correo-e: mrnpalumbo@gmail.com

Oliva López Sánchez

Mexicana. Profesora titular “C” de tiempo completo en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala-Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es doctora en antropología social por el CIESAS Unidad CDMX, y posdoctorada en antropología social por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Líneas de investigación: historia y estudios culturales de las emociones y géneros.

Correo-e: olivalopez@unam.mx

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