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Cultura y representaciones sociales

On-line version ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.17 n.33 Ciudad de México  2022  Epub May 05, 2023

 

Artículo 2. Casos

Representaciones del paisaje ribereño colimense a finales del siglo XIX e inicios del XX a través de las letras del profesor Gregorio Torres Quintero

Representations of the riverside landscape of Colima at the end of the 19th century and the beginning of the 20th century through the letters of the Professor Gregorio Torres Quintero

Juan Pablo Angulo Partida


Resumen

El estudio de las representaciones sociales de paisajes específicos puede ser abordado metodológicamente desde obras literarias que muestren aspectos geográficos de una región determinada. En este caso, mediante el análisis de contenido se exploró la obra literaria de Gregorio Torres Quintero, con el fin de conocer las representaciones que este personaje del occidente de México tuvo sobre el paisaje ribereño de la ciudad donde nació. Torres Quintero se mostró como interlocutor del pueblo, hablando de los mitos, conflictos y creencias que tenían los colimenses. De esta forma, se identificaron algunos aspectos en los que el río tuvo relevancia, que van desde la apropiación, el aprovechamiento de recursos, lo estético, lo tropical, la interacción social y los peligros. A partir de las representaciones de este personaje, se puede inferir el papel que tuvieron los ríos sobre la dinámica social de la ciudad de Colima.

Palabras clave:  representaciones sociales; cuentos; paisaje ribereño; tropicalidad

Abstract

The study of the social representations of specific landscapes could be approached methodologically from literary works that show geographical aspects of a given region. In this case, through the content analysis, the literary work of Gregorio Torres Quintero was explored, in order to know the representations that this author from western Mexico had about the riverside landscape of the city where he was born. Torres Quintero showed himself as an interlocutor of the people, speaking about the myths, conflicts and beliefs that the Colimans had. In this way, some aspects were identified, in which the river had relevance, ranging from appropriation, resource use, aesthetics, tropicalness, social interaction and hazards. From the representations of this intellectual, it could be infer the role that rivers had on the social dynamics of the city of Colima.

Key words: social representations; tales; riverside landscape; tropicalness

Introducción

La geografía y la literatura, de acuerdo con Valle Buenestado (2015), pueden beneficiarse mutuamente al momento de realizarse estudios académicos. De esta forma, algunas obras literarias suelen mostrar aspectos geográficos de una región o lugar, sin ser “fruto de la intencionalidad, sino de la ficción o sensibilidad creativa” (Valle, 2015). Este aporte de la literatura al conocimiento geográfico puede manifestarse en la cartografía del escenario narrado como una metáfora del espacio, y en otros casos, esto se logra gracias a descripciones o representaciones del entorno (Valle, 2015). Las representaciones en textos literarios se han analizado desde diferentes perspectivas teóricas y en distintas obras, no necesariamente ligado a aspectos geográficos. Por ejemplo, Zecchin (2007) analizó la representación de la moralidad y el poder en las clases sociales mostradas en la Odisea de Homero; mientras que Álvarez (2017), estudió la imagen social de las mujeres libres en los poemas homéricos.

No obstante, la representación que compete a este artículo, es la del paisaje, específicamente al colimense. El estudio del paisaje es complejo, para ello se han realizado distintas aproximaciones metodológicas. Al respecto, Donald Worster (1988) muestra una alternativa desde la historia ambiental, la cual fue plasmada en su obra The end of the earth, perspectives on modern environmental history, en donde se plantean tres niveles o tipos de problemas abordados por la historia ambiental. De acuerdo con Worster (1988), el primer nivel se interesa por el estudio de la naturaleza en sí misma; el segundo nivel se enfoca en el estudio de los aspectos socioeconómicos de la sociedad en su interacción con el medio ambiente; mientras que el último nivel, se enfoca en el estudio de los aspectos intelectuales y mentales acerca del entorno, para lo cual importa indagar en imágenes, leyes, mitos, literatura y otras estructuras que reflejan cómo los individuos y las sociedades dialogan con la naturaleza (Worster, 1988, p. 38). En esta última aproximación propuesta por Worster, se considera a la literatura como fuente de información sobre el estudio del paisaje.

Una manera de analizar el contenido literario, es a través de las representaciones sociales. Este concepto fue propuesto por Serge Moscovici en 1961, derivado del trabajo de Emile Durkheim. En sí, las representaciones sociales se refieren a “la elaboración por parte de una colectividad, bajo inducción social, de una concepción de la tarea que no toma en consideración la realidad de su estructura funcional” (Jodelet, 1985, p. 470). En adición, esta representación incide directamente sobre el comportamiento social y la organización del grupo, llegando a modificar el propio funcionamiento cognitivo (Jodelet, 1985, p. 470).

Además de conocer las obras literarias en sí, es necesario indagar en el papel que desempeñaba el autor o autora en el contexto social en el que vivía, ya que dicho aspecto también es motivo de análisis. Particularidad que Delgado Rozo pone en evidencia al referirse a los pintores, pero que también se puede aplicar a otros creadores de arte. Al respecto, Delgado sugiere que los paisajistas, no representaban fielmente en sus oleos o acuarelas lo que observaban, sino más bien, plasmaban lo que deseaban ver (Delgado Rozo, 2010, p. 89). Delgado agrega, que se debe tener en cuenta, que los referentes artísticos o intelectuales del paisaje, son una representación construida por un individuo, de cierto género, de una cierta clase social (generalmente varón, blanco y de la élite), y con toda una serie de sesgos y distorsiones ante la representación del espacio (Delgado Rozo, 2010, p. 89). De esta manera, el paisaje que es representado, suele ser modificado para asemejarse a aquel que empate con los valores estéticos de quien lo plasma.

En el caso de la ciudad de Colima, los intelectuales locales participaron activamente representando al paisaje ribereño. En el caso de los escritores, estos abordaron en sus obras diversas temáticas sociales, políticas e históricas. Estos personajes emplearon su memoria, y las de otras personas con las que tuvieron contacto, para representar al río y sus distintas facetas, así como a los sitios de interacción social cercanos a la ribera. También realizaron un recorrido histórico de los acontecimientos más relevantes en los ríos, como las inundaciones y las epidemias.

Algunos de estos intelectuales colimenses fueron, Gregorio Torres Quintero, Miguel Galindo, Manuel Velázquez Andrade, Felipe Sevilla del Río, Balbino Dávalos y Francisco Hernández Espinoza. Quizá el más memorables de estos escritores, fue el pedagogo y figura pública, Gregorio Torres Quintero, quien mediante cuentos, representó al paisaje ribereño colimense de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, siendo tal obra, un referente sobre la percepción de los ríos, y por lo tanto, de la relación entre el humano y la naturaleza de la región. En sí, Torres Quintero es el punto de referencia de este trabajo. Sin embargo, antes de continuar, es preciso definir el contexto histórico de la ciudad de Colima y su composición paisajística.

La ciudad de Colima

La ciudad de Colima se encuentra en el valle del mismo nombre, a una altitud de 490 msnm, con una temperatura media anual de 20° C y precipitación media anual de 1200 mm (POET, 2008, p. 88). Estas características determinan el medio natural de la ciudad; que a la vez ha sido modificado por sus habitantes. El tipo de ecosistema que predomina en el valle de Colima es la selva baja caducifolia (POET, 2008, p. 88). Otro ecosistema que se presenta, es el ripario, el cual corresponde a las agrupaciones arbóreas que se localizan a lo largo de corrientes de agua más o menos permanentes (POET, 2008, p. 88).

Este paisaje descrito ha sido modificado por la presencia de humanos, y no solo a partir de la llegada de los españoles, ya que el valle de Colima estuvo habitado desde la época precolombina. Se tiene registro de que los primeros asentamientos en la región datan del año 1500 a. C. (Romero y Machuca, 2010, p. 20). La fundación de la Villa de Colima como una ciudad de estructura hispana, ocurrió el 20 de enero de 1527 con el nombre de Villa de Colima de San Sebastián (Oseguera, 1979). La nueva población se asentó entre dos ríos, el Colima y el arroyo Manrique (Oseguera, 1979). Durante el periodo virreinal, la economía de Colima se benefició por el comercio de ciertos productos, como el cacao y el coco, este último introducido en la región en 1569 por Álvaro de Mendaña (Romero y Machuca, 2010, p. 50). Otras actividades económicas incluyeron la producción de tabaco, sal, sarapes, frazadas, rebozos, cintas y otros artículos de lana y de palma, azúcar, aguardiente de caña y mezcal, piloncillo y añil (Romero y Machuca, 2010, p. 60).

En el siglo XIX, Colima consiguió algo de soberanía cuando el 31 de enero de 1824 se le otorgó la categoría de Territorio de la Federación, en el marco de la Constitución de 1824 (de la Madrid, 1978, p. 104). Y en 1857, Colima finalmente se convirtió en estado de la federación mexicana. Pero la estabilidad política estaba lejos de lograrse. En ese mismo año, fue asesinado el primer gobernador de Colima, don Manuel Álvarez, por un grupo de conservadores que encabezaron una revuelta (Sáenz, 2007, p. 5).

Es preciso mencionar que, para mediados del siglo XIX, los ríos localizados en la ciudad de Colima, en especial el río Principal o Colima (Mapa 1), comenzaron a mostrar una mayor diversidad de usos. Además del consumo humano y el riego, se sumaron la industria textil y los baños públicos. En su conjunto, estas actividades convirtieron a los afluentes colimenses en centros sociales y económicos importantes. El abordaje de las representaciones que tuvieron los colimenses sobre estos sitios es accesible mediante los documentos y obras literarias como las de Gregorio Torres Quintero.

Fuente: Mapas y planos antiguos de Colima y del occidente de México (1521-1904).*

Mapa 1 Croquis de la ciudad de Colima 1856 

Gregorio Torres Quintero

Gregorio Torres Quintero nació el 25 de mayo de 1866 en la ciudad de Colima. Sus padres, los señores Ramón Torres e Ignacia Quintero fueron oriundos de la población de Los Reyes, del estado de Michoacán. El desarrollo académico de Torres Quintero se vio beneficiado por las conexiones de su familia con la elite colimense. Gregorio, con apenas 17 años de edad recibió el título en la primera Magistratura de la entidad colimense; pero debido a las cualidades del maestro, el gobernador en turno, Gildardo Gómez, le propuso a Gregorio subsidiar su carrera de profesor normalista en la ciudad de México. Fue así, que Torres Quintero se inscribió el día 7 de enero de 1888 como alumno de la Escuela Normal de Profesores;1 en donde hizo suyas las nuevas doctrinas pedagógicas experimentadas por famosos educadores de Italia, Suiza, Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos (Hernández, 2004). Tan pronto Torres Quintero se graduó, regresó a Colima con el deseo de realizar una campaña intensa dentro del sistema educativo. Entre otros logros, en 1893 hizo que el magisterio se agrupara en la denominada Sociedad Pedagógica Colimense; además, editó algunas revistas, como La educación moderna, y La educación contemporánea 2 , cuyo primer número salió a la luz en 1895, y se prolongó hasta 1910 (Hernández, 2004).

Una de las principales contribuciones de Gregorio fue el método onomatopéyico para la enseñanza de la lectura-escritura. Era tal su éxito como pedagogo y figura pública, que Torres Quintero decidió competir por la gubernatura de su estado, para el periodo 1911-1915. De tal manera, resolvió formar un proyecto político que recogía los ideales de justicia, paz, del progreso y de la libertad. Las elecciones se verificaron el día 30 de julio de 1911, pero fue José Trinidad Alamillo quien resultó vencedor (Romero y Machuca, 2010:149). Entre las obras más conocidas de Torres Quintero se encuentran Cuentos y Leyendas, Leyendas aztecas, Fiestas aztecas, entre otras, pero fue su obra Cuentos colimotes, la que tuvo mayor éxito, en cuyas descripciones y acontecimientos se encuentra “el retrato auténtico y fiel de su tierra, Colima” (Hernández, 2004). También escribió innumerables poemas y artículos para periódicos como La Juventud (1883) y El eco de la escuela (1886). Para 1933, Gregorio ya mostraba los embates del cáncer, y en 1934 el afamado profesor murió a la edad de 68 años en la Ciudad de México (Hernández, 2004). Conociendo el contexto histórico de los ríos colimenses y algunas generalidades de la vida de Torres Quintero, a continuación se abordará cómo este autor representó al paisaje ribereño colimense en su obra.

La literatura como medio para acceder a las representaciones

Para conocer las representaciones del paisaje ribereño del Colima decimonónico, se echó mano de narraciones escritas, en su mayoría de Torres Quintero, pero complementadas con las aportaciones de otros autores. En cuanto al tratamiento de la información, y considerando que el análisis del paisaje es abordado por distintas disciplinas como la geografía y la historia ambiental (Worster, 2014, p. 38), en este trabajo se optó por el análisis de contenido3, el cual puede ser aplicado a documentos históricos, periódicos, actas de gobierno, pero también a textos literarios, en donde la visión de un autor puede reflejar la mentalidad de una época y una región (Henry y Moscovici, 1968, p. 36).

Como referencia documental para extraer las representaciones sociales de la época, se consideró la compilación de cuentos de Torres Quintero, obra denominada Cuentos Colimotes, y publicado por primera vez en 1931. En algunas obras de este profesor, el paisaje ribereño aparece como escenario, por ejemplo, en Un drama salvaje, Los fusilados, La ciudad de las palmas, Cuál era la mejor escuela y Una familia de héroes. Así, mediante el análisis de contenido, y considerando las relaciones que hizo Torres Quintero entre el río y otros aspectos de la vida social colimense, se pudieron identificar algunas esferas de la sociedad en las que el río tuvo relevancia, que van desde la política, el aprovechamiento de recursos, lo estético, lo tropical, la interacción social y los peligros.

El paisaje ribereño colimense según Torres Quintero

Antes de la aparición de Torres Quintero, el paisaje ribereño colimense fue referido por diversos personajes, en su mayoría extranjeros. Pero también en documentos oficiales, como algunas descripciones geográficas, y en la prensa local. Así, los ríos colimenses fueron vistos como lugar de encuentro, progreso y de contemplación. Al respecto, algunos testigos que habitaron la ciudad de Colima en distintas épocas, dejaron obras literarias y escritos que nos muestran la importancia y los atributos estéticos que se les otorgaban a dichos afluentes. Las menciones sobre el paisaje ribereño como un elemento estético se remontan a la primera mitad del siglo XIX, cuando una serie de viajeros extranjeros y nacionales visitaron Colima con el fin de describir las tierras de la nueva nación mexicana, que hasta principios del siglo XIX, estaban administradas por España. Ya a finales del siglo, Torres Quintero colocó al paisaje ribereño como la locación de sus cuentos, cuyos protagonistas pertenecieron a todo el espectro de la sociedad colimense.

Los Cuentos colimotes de Gregorio Torres Quintero son textos ricos en representaciones del paisaje, donde además se narra el papel de este en la vida social del colimense decimonónico. Estos cuentos fueron publicados en periódicos y revistas con el formato de reportajes, y después compilados en una obra literaria. Ramírez Vuelvas da dos ejemplos de cómo los relatos de Gregorio fungen como descripciones del paisaje; uno de ellos es el reportaje titulado “El volcán de Colima. Breve historia de sus erupciones antiguas y modernas”, publicado en El Universal, y que después se convertiría en el texto “Los volcanes de Colima”, que aparece en Cuentos colimotes. Otro caso es la narración que lleva por nombre “La pesca del tiburón”, difundida en El Nacional (Ramírez, 2011, p. 134). En ambos textos, abundan las menciones sobre el paisaje colimense, así como la descripción de actividades que la población ejercía sobre el entorno.

Las representaciones del paisaje que aparecieron en la literatura, en especial en los relatos de Torres Quintero, muestran el intento del autor por reflejar la opinión de otros grupos sociales que no dejaron un legado documental. Prueba de ello, es que en reiteradas ocasiones, Torres Quintero se mostró como interlocutor del pueblo, hablando de los mitos, conflictos y creencias que tenían los colimenses, incluidos los pobres.

El papel del río y el poder político

A diferencia del carácter benevolente hacia el paisaje mostrado en diversas publicaciones oficiales, como diarios y ensayos geográficos. Torres Quintero fue más crítico en cuanto al uso de los valores estéticos para juzgar al paisaje. Por ejemplo, en sus Cuentos colimotes, Gregorio manifestó su discrepancia con la postura oficial en cuanto a la fisionomía urbana; criticó al gobierno de fines del XIX por buscar eliminar las tejas rojas, lo que para él, eran “bellezas típicas de una ciudad tropical”. Sin embargo, los gobernantes, añade el profesor, piensan que “la teja afea las casas en vez de embellecer, fomentando y obligando, la construcción de casas de cornisa, para así ocultar la teja”, situación recurrente en el primer cuadro de la ciudad (Torres Quintero, 2006, p. 73). Para defender su postura, Torres Quintero hizo alarde de su conocimiento cosmopolita; habiendo visitado Europa, mencionó que en España dominaban los tejados rojos, incluso en templos y catedrales, dando a las villas y ciudades su típico encanto (Torres Quintero, 2006, p. 73).

Esta confrontación con el gobierno sobre un aspecto estético, muestra a Torres Quintero como un personaje que además de dedicarse al ámbito educativo y político, exponía su punto de vista en cuanto a las decisiones públicas, y las modificaciones al paisaje no fueron la excepción; aunque no siempre fue tomado en cuenta. Por ejemplo, en una ocasión sugirió que se construyeran nuevas alamedas y jardines en un predio cercano a los puentes Viejo y Zaragoza, proyecto que no fue considerado por el Ayuntamiento4. Estas situaciones manifiestan los conflictos motivados por los intentos de modificar al paisaje, en donde distintos grupos buscaban el predominio del entorno, así, quien tuviera mayor poder político y económico podría plasmar en el paisaje sus valores estéticos.

El progreso en los ríos

Los conflictos entre Torres Quintero y los representantes del gobierno, son una muestra del poder de la élite colimense y sus intentos por apoderarse y modificar a los ríos y al paisaje en general. Aunque el profesor no se incomodó por obras en donde se realizaron alteraciones al paisaje basadas en el progreso, es decir, aquellas con el fin expedito de aprovechar de una manera más cómoda, los recursos que ofrecían los afluentes. Así, Torres Quintero vio de manera positiva la presencia de fábricas, puentes, acueductos, diques, entre otras obras materiales. Al respecto, el profesor, en uno de sus cuentos, pone de manifiesto la importancia de “las aguas” del río Principal, el cual aportaba grandes beneficios a la industria colimense, al alimentar “grandes estanques para mover las fábricas de hilados de San Cayetano, la Armonía y la Atrevida”.

Sin embargo, también señaló que ese afluente “se ha empobrecido” y ya “no vale nada” (Torres Quintero, 2006, p. 77). A tal situación, otorga responsabilidad a “los dueños de las haciendas de arriba (norte), que las cogen (las aguas) para sus siembras, dejando apenas pasar un hilillo de agua, que apenas sube al tobillo en tiempo de secas y a la rodilla en tiempo de aguas” (Torres Quintero, 2006, p. 77).

En fin, Torres Quintero representó en sus relatos una estampa estética del paisaje ribereño, la cual no solo contenía a las huertas y otros grupos de árboles, sino que también a diversos elementos, como las tres fábricas de hilados y tejidos: La Atrevida, La Armonía y San Cayetano (Torres Quintero, 2010, p. 275), que para entonces se encontraban en decadencia. Además de las fábricas, Torres Quintero también mencionó la presencia de puentes en los ríos, en especial en el río Colima, sobre el cual “se han echado tres buenos puentes” (Torres Quintero, 2006, p. 72). Otros puentes, más austeros, estaban ubicados en otra zona de la ciudad, que al igual que el arroyo, también recibe el nombre de “El Manrique”, siendo este, el barrio “más típico de la ciudad, en vista de que sus habitantes conservan aún rasgos coloniales”, agregó Torres Quintero (Torres Quintero, 2006, p. 72).

La presencia de los puentes, como elementos del paisaje, junto con los baños públicos, aparecen en las obras de Torres Quintero, quien narra en sus cuentos algunas actividades que se realizaban en el río Colima, y con ello algunas descripciones del mismo. En su obra los “Los fusilados”, se menciona que los soldados se bañaban y lavaban sus ropas junto al puente5, aunque no menciona en cuál. También hace referencia a que una escuela colindaba con esa parte del río y con el mencionado puente (Torres Quintero, 2006, p. 94). En la misma narración se indican otros elementos del río Colima, como es el caso de las tapias de las huertas y los baños públicos.

Entretanto, vimos que a los tres infelices prisioneros los conducían hacia la tapia de una huerta, inmediata a los baños de “La Mona”, y al lado de la “Palma Gacha”. La tapia de la huerta y la del estanque de dicho baño formaba un rincón en ángulo recto (Torres Quintero, 2006, p. 96).

Las fábricas y los puentes fueron símbolos de progreso, sin embargo, y a pesar de los intentos de los colimenses por sacarle provecho a sus recursos naturales, esto siempre fue un ensueño más que una realidad. Las fábricas de hilados no eran competitivas a nivel nacional e internacional, era complicado exportar la fruta colimense cosechada de las huertas por su rápida descomposición, y no existía un producto agrícola o artesanal que haya llenado los barcos extranjeros que anclaban en las costas colimenses. Al respecto Torres Quintero advirtió y se lamentó por la disparidad del intercambio comercial entre Colima y otros puntos, lo cual expuso así:

lo que voy a decir es prueba de lo raquítico que era entonces nuestro comercio de exportación: aquellos veleros, una vez vacíos ¿qué mercancías o productos nacionales llevaban a Europa? ¡Piedras!...

Y eran así como las mariposas: lindas con sus alas extendidas al viento, pero en el fondo orugas viles, con el vientre repleto de lastre miserable: mísera contribución de la tierra mexicana a las tierras europeas. (Torres Quintero, 2006, p. 148-149)

El río como elemento estético

Otra perspectiva del paisaje ribereño, además del verlo como proveedor de agua y energía, fue el aspecto estético. Esta representación del río puede tener su origen en la creación de una identidad colimense que se caracterizaba por un paisaje determinado, en el que predominaba la vegetación tropical. Así, la obra de Torres Quintero muestra diversas representaciones sociales del paisaje colimense, pero no solo involucra su punto de vista, sino que se vuelve interlocutor de otros personajes, como fue el caso en el que escribió sobre las palmeras. Estos árboles, fueron altamente representados en las descripciones del paisaje colimense decimonónico, siendo un elemento tropical que le dio identidad a la ciudad de Colima, y al paisaje ribereño en particular, siendo del interés de Torres Quintero. Al respecto, el profesor narró que un obispo, reforzó la representación de Colima como “la ciudad de las palmeras”, al pedirles a sus feligreses plantaran más de estos árboles filipinos naturalizados al paisaje colimense. Esta situación fue plasmada de la siguiente forma.

Un obispo de Colima, Monseñor Silva, juzgaba que la Ciudad de las Palmas no tenía suficientes cocoteros para recibir tan bello nombre; y una vez aconsejó a sus fieles, que siempre que les fuera factible, sembraran una palma en el corral de sus casas; y encomiaba la medida diciendo que el aspecto de la ciudad sería, en verdad, verdaderamente encantador (Torres Quintero, 2006, p. 73).

Torres Quintero estuvo comprometido y preocupado por la estética del paisaje ribereño. En una de sus narraciones, manifestó su molestia por las construcciones que “no dejaban disfrutar de lo natural” de la ribera del Colima. Situación que expresó de la siguiente manera, “allí se han levantado casas junto al río, y se ha dejado una angosta calle junto a los viejos edificios, y se ha construido un nuevo puente. ¡Ah! Y hasta el viejo amial ha desaparecido!” (Torres Quintero, 2006, p. 78). Al parecer, los únicos lugares en donde se permitía prosperar a la vegetación, eran los diversos jardines. Siempre y cuando siguieran ciertos cánones específicos de belleza, donde se buscaba aparentar una distribución y composición semejante a los parques y jardines europeos.

Torres Quintero también dio cuenta de los parques y jardines de la ciudad de Colima, en donde se expresaron algunos valores estéticos paisajísticos, que incluyeron a las especies vegetales regionales y tropicales. Gregorio mencionó que el Parque Hidalgo fue sembrado originalmente por los alumnos de las escuelas públicas, a las órdenes del profesor Victoriano Guzmán. En la actividad se escogió a los cedros costeños por su espeso follaje, especie que además se caracterizó por dar “esa madera olorosa de los muebles finos” (Torres Quintero, 2006, p. 79). Mientras tanto, agregó Torres, en el jardín Libertad crecían naranjos agrios y dulces, que daban una impresión placentera, ya sea en la floración llenos de ramos de azahar en sus ramas o pétalos en el suelo; o ya en la fructificación, cargados de sus doradas pomas; árboles que además estaban acompañados por palmas de ornato (Torres Quintero, 2006, p. 80). En otra ocasión, Torres Quintero añadió que en la plaza de la Independencia crecían grandes y bellos toronjos de espeso follaje y verdura perpetua (Torres Quintero, 2006, p. 80). En resumen, el profesor colimense veía en los árboles tropicales un motivo de orgullo regional, ya que estos representaron lo fértil y lozana que puede ser la tierra colimense.

Pasando de los jardines a los ríos, Torres Quintero hizo diversas descripciones del paisaje ribereño de la ciudad de Colima. Mencionó construcciones que iban desde casas cercanas al río, puentes, y huertas, así como la diversidad de árboles frutales que ahí se podían encontrar. Como es observable, la obra de Torres Quintero muestra un compendio florístico de la ciudad de Colima, y en particular de los ríos, en donde se mencionan y describen tanto especies de uso agrícola como aquellas que son silvestres. A continuación, se muestra un extracto textual que hace referencia a la representación del paisaje ribereño y a su diversidad florística.

Junto a las palmeras crecen grandes árboles frutales, como mameyes, chicos, mangos, aguacates, zapotes, prietos, anonas, islamas, jinicuiles, etcétera. Y junto a ellos se ven naranjos, limas, naranja-limas, limones, cidras, toronjas y limones reales (Torres Quintero, 2006, p. 66) […] Las huertas se aprovechan por los vecinos para días de campo o para meriendas. Junto a los baños o estanques van familias enteras o grupos de amigos a pasarse el día o las tardes, con sus comidas o meriendas, con sus guitarras o músicas (Torres Quintero, 2006, p. 86)[…] Más arriba del río, comenzaban las huertas de tierra caliente, con sus cocoteros y platanares, sus mameyes y aguacates, sus naranjas y limas, sus cafetos, sus mangos y guayabos, y otros muchos árboles de frutas apetitosas y de suave olor. (Torres Quintero, 2006, p. 66)

Como es observable, la vegetación del río Colima es ampliamente referida en la obra de Gregorio, en particular fueron dos ocasiones cuando se describió a esta como espesa. En el cuento, Los Fusilados, se narra cómo algunos soldados “habían logrado saltar las tapias de las huertas y huir a través del espeso boscaje” (Torres Quintero, 2006, p. 95). Lo tupido de los bosques circundantes al río también apareció en el relato Cual era la mejor escuela, historia en donde la vegetación ribereña fungió como resguardo a un niño que después de una pelea huyó a esconderse en la fronda. Torres Quintero lo narra así, “Fermín, muy pálido, no sabe si vive o muere… corrió luego, ligero como una liebre, y se perdió entre los árboles del arroyo.” (Torres Quintero, 2006, p. 104). Ambas situaciones demuestran que el paisaje ribereño contaba con zonas de espesa vegetación, colindantes con claros. Dicho aspecto del paisaje también es evidente en las pinturas de Senorina Zamora, paisajista colimense de principios del siglo XX, quien capturó en su trabajo, grupos de árboles que pueden fungir como escondite, avecinados a construcciones como los baños públicos.

Siguiendo con las descripciones de las zonas arboladas del Colima de fin del siglo XIX, Torres Quintero plasmó en su obra Una familia de héroes, la diversidad de árboles que se encontraban en estos sitios, “plátanos, naranjos, cafetos, cacaos, mangos, mameyes, guayabos y otros árboles de frutas tropicales.” No obstante, los cocoteros fueron los elementos del paisaje, a los que Torres les destinó descripciones más elaboradas. De acuerdo a este autor, los cocoteros “sobresalen, erguidos y elevados, con sus penachos de sonantes hojas, y balanceándose serenamente al beso de las brisas que allí soplan para templar un tanto los rudos calores del verano.” (Torres Quintero, 2010, p. 274). Sin embargo, no solo los árboles que otorgaban frutas o madera se encontraron en las descripciones ribereñas de Torres Quintero, algunas especies nativas sin valor económico, pero sí estético, fueron aludidas, como fue el caso de los sauces, que se encontraban en las márgenes de los ríos.

El río como divisor y escenario social

Los ríos colimenses no solo fueron fuente de aprovechamiento, también tuvieron un papel como escenario social, en el que los colimenses acudían a realizar diversas actividades, pero a la vez a convivir. En particular, el río Principal fue una frontera natural y social, que hizo evidente algunas diferencias entre sus dos riberas. En La ciudad de las palmeras, Torres Quintero hizo notar las diferencias en el abastecimiento de agua potable entre el Barrio Oriental (rico) y el Barrio Occidental (pobre), siendo el primero el que contaba con mejores servicios, como la presencia de fuentes públicas y acueductos (Torres Quintero, 2006, p. 76). Los nombres de barrio oriental y occidental, no eran de carácter oficial, pero si fueron usados por la población.

Cuando se quería decir barrio occidental, la gente expresaba de manera despectiva, “el otro lado del puente” (Torres Quintero, 2006, p. 76). En la obra La ciudad de las palmas, se representa al río Principal como un eje importante de la ciudad, pasando “entre huertas y fábricas, y bajo numerosos puentes, de los cuales, el Viejo y el Zaragoza son los más importantes y notables” (Torres Quintero, 2006, p. 72). A pesar de que los puentes fueron proyectos de construcción comunes a lo largo del siglo XIX, algunos de ellos gozaron de mayor interés político, debido a su ubicación céntrica, a la utilidad para la población y su importancia para el paso de mercancías de un lado a otro de la ciudad. Entonces, su construcción estuvo matizada por la intervención de la élite local. El caso más notable fue el puente Zaragoza, cuya edificación tuvo una evidente carga política.

El referido barrio oriental se subdividía en barrio alto y barrio bajo, de estos, la parte alta contaba con una caja de agua, de la que se desprendían los tubos para abastecer con el líquido a solo una parte de la población de este segmento del barrio (Torres Quintero, 2006, p. 66). También por la parte oriental, junto al río Colima, existía un “manantial constante de agua buena, se llamaba El Amial, proveniente del nombre azteca Ameyalatl que significa manantial” (Torres Quintero, 2006, p. 66). Gregorio agregó que en el barrio occidental, hay también pajas de agua, aunque en menor número, las cuales provienen de la fábrica de hilados La Armonía. Asimismo, dicho barrio contaba con algunos pozos de agua, de los cuales dos eran los más famosos, el Pocito Santo y el Charco de la Higuera, el primero siendo privado y el segundo público (Torres Quintero, 2006, p. 66). Otra distinción entre los barrios, fue que a pesar de que la ciudad estaba completamente rodeada de huertas, éstas abundaban más en la parte occidental, generando un problema de salubridad (Torres Quintero, 2006, p. 84).

Como es observable, la brecha entre diversos grupos sociales era amplia, los ricos tenían mayor participación política, eran dueños de la industria y constituían grupos culturales y de poder. Por ello tenían mayor acceso al agua y a la propiedad privada en las márgenes de los ríos. Mientras que el pobre e indígena, vivía en la periferia, trabajaba para los hacendados, era analfabeta y ajeno a las discusiones políticas. Estas diferencias culturales y económicas se mostraron en la estructura de la ciudad de la Colima decimonónica, en donde el río Principal fungió como una frontera entre clases, separando a los pobres de los ricos, aspecto que es observable en la primera mitad del siglo XIX en la construcción de murallas para proteger a la clase alta colimense de los maleantes (Abdalá, 2010), dejando a los pobres fuera de esta frontera.

Además de Torres Quintero, otros intelectuales contemporáneos recrearon algunas escenas del paisaje ribereño, aunadas a las dinámicas sociales que ahí se realizaban. Ejemplo de ello fue un texto de Miguel Galindo, referente a un sitio de interacción social ubicado al borde del río, el cual recibía el nombre de El Rastrillo, siendo uno de “los principales paseos típicos en las márgenes del río Colima, surtido de bosques de frondosos árboles” (Galindo, 2005, p. 133). Sin embargo, esta interacción social se vio afectada por eventos como las epidemias de cólera y fiebre amarilla de la década de los ochenta del siglo XIX.

Río como fuente de enfermedades y miedos de la población

Torres Quintero también aludió a los miedos y preocupaciones relacionados a los ríos, en los que resaltan las inundaciones, las enfermedades y la escasez de agua. Este profesor fue el interlocutor de la memoria colectiva sobre acontecimientos catastróficos. Torres Quintero hizo referencia a la inundación de 1865. En su obra La ciudad encantada, se refirió a dicho evento, como “la más famosa inundación” que aconteció en el “tiempo del Imperio y que ha hecho época”, siendo un parteaguas de la memoria de los habitantes de Colima. Al respecto, Gregorio agrega “muchas gentes dicen: Yo nací cuando la inundación; o yo tenía tres años cuando la inundación” (Torres Quintero, 2006, p. 66). La permanencia del evento en la memoria colectiva se debió a su espectacularidad, la avenida fue tan grande, que pasó por encima del Puente Viejo y anegó “los barrios bajos de la Palma Gacha, las Cabezas (donde nació Gregorio) y el Agua Fría”; siendo el barrio occidental, el más afectado (Torres Quintero, 2006, p. 66).

Las obras de Gregorio también dan fe de transformaciones en el pensar científico. El final del siglo XIX fue testigo del cambio en el discurso político, pero también en el científico, por ejemplo, sobre el papel que guardaban los microorganismos en el contagio de enfermedades. Ya en la última década del siglo XIX, Torres Quintero sabía que en la ciudad de Colima el paludismo era producido por “el mosco anofeles, y éste se criaba y se reproducía en las aguas estancadas”, de esta forma se desmentía la teoría miasmática6 que había prevalecido en el discurso médico y político, por todo el siglo XIX (Torres Quintero, 2010, p. 277). A pesar del cambio de la teoría miasmática a la microbiana, el agua estancada y los pantanos seguían siendo fuente de los problemas de salubridad. Torres Quintero tomó partido al respecto, al señalar el peligro que implicaron los arrozales en el Colima del siglo XIX. El pedagogo explicó que el arroz requería mucha agua para su cultivo, la cual debía mantenerse constantemente al pie, de allí que los campos fueron considerados lugares malsanos por las miasmas7 que de ellos se desprendían (Torres Quintero, 2010, p. 277). A pesar de que desde la década de los ochentas del siglo XIX el discurso médico colimense ya incluía a los microorganismos como patógenos y a los mosquitos como vectores de enfermedades como la fiebre amarilla, Torres Quintero, aun en 1905 seguía mencionando a los miasmas.

Además de las inundaciones y las enfermedades, otra preocupación recurrente entre la población colimense fue la escasez de agua en los ríos. Para Torres Quintero, la diversidad de aprovechamientos del agua durante el siglo XIX generó modificaciones en el paisaje del río Principal. Así, “las márgenes, antes llenas de vegetación y de lindos prados, de rincones hermosos, de baños bajo enramadas de palma o plátano, todo eso ha ido desapareciendo con la disminución de aguas”. A lo que Torres Quintero señaló, que si no se hiciese algo al respecto, “llegaría el día en que la gente se bañe con jícara, si no se ejerce alguna acción en contra de los hacendados de arriba, los cuales no deben privar del agua necesaria a la ciudad, dejándola en seco y sin vegetación” (Torres Quintero, 2006, p. 77). Esta postura le da responsabilidad a un grupo de personas, a los hacendados, cuyo aprovechamiento del agua se daba fuera de la ciudad, lejos de los usos que estaban a la vista del colimense. No eran las fábricas, ni los baños, ni las huertas, sino los plantíos de grandes haciendas los que mermaban el líquido en Colima, de acuerdo con Torres Quintero.

No hay duda que la escasez de agua era considerada como algo negativo para la vida cotidiana del colimense. Torres Quintero lo menciona en La ciudad encantada, en donde relata que de niño, llegó a ver al río crecido, llenando todo el ancho cauce, de extremo a extremo, de agua hirviente y revuelta, y pasando por los arcos del Puente Viejo, casi cubiertos completamente. Además, hizo alusión a la fuerza del agua cuando ocurría “la creciente”, la cual llevaba toda clase de objetos, entre ellos, vigas, barriles, cajas, botijas, ramas, animales y basura; artefactos que se arremolinaban por los arcos de los puentes, saliendo disparados como “bravo torrente por el lado opuesto” (Torres Quintero, 2006, p. 66). Sin embargo, al momento que escribió La ciudad encantada, a inicios del siglo XX, indicó que “todo se había acabado, ya no había crecientes” (Torres Quintero, 2006, p. 66), y por lo tanto el río perdió su representación como un elemento de fuerza, además de su abundante agua.

Conclusiones

Torres Quintero representó la visión de un intelectual sobre un elemento natural de vital importancia para la ciudad de Colima, el río. Este autor mostró un paisaje ribereño bello, descrito por sus valores estéticos. Sin embargo, estas representaciones no surgieron en Colima de manera espontánea, sino que la influencia nacional e internacional también contribuyó a construir una manera particular de ver el entorno, utilizando representaciones como lo pintoresco, pero sobre todo lo tropical y el progreso.

Los colimenses, como Torres Quintero, hicieron alusión de la tropicalidad de Colima. No obstante, en su acepción del concepto, lo tropical tuvo en su mayoría, relación con lo estético y la exuberancia, más que con el atraso o la inferioridad, ideas asociadas a lo tropical durante el siglo XIX. Sin duda, el elemento ribereño mayormente asociado con la belleza fueron las huertas. Torres Quintero aseveró que la ribera del Principal contenía abundante vegetación y lindos prados; mientras que otros autores las describieron como “hermosísimas”. Entonces, las huertas fueron asociadas a la belleza del río; aspecto que los viajeros y el mismo gobierno expresaron por escrito.

Torres Quintero no solo utilizó al paisaje ribereño para recrear sus cuentos, embelleciendo con descripciones tropicales y pintorescas sus narraciones. El río para él representó más que eso, fue fuente de riqueza, divisor social, punto de encuentro e identidad colimense. En las representaciones del paisaje ribereño como escenario de cuentos, se nota la nostalgia y la admiración por el paisaje de los ríos. Otro aspecto presente en este artículo fue la identidad, en donde el interlocutor se colocaba en el paisaje y lo hacía propio mediante las letras; lo cual se hizo evidente en las obras de Torres Quintero. A diferencia de otras fuentes documentales, las cuales por lo general buscaban algún objetivo político, la perspectiva de Torres Quintero abordó al paisaje ribereño como locación de sus cuentos, cuyos protagonistas pertenecieron a todo el espectro de la sociedad colimense.

Además de lo estético y el aprovechamiento que tuvieron los ríos, estos también fueron descritos como escenarios sociales; fuentes de peligro y preocupación, como las epidemias de cólera y fiebre amarilla, así como las crecidas que ponían en peligro la infraestructura y la vida de los colimenses. Fue tanta la influencia de estos acontecimientos, que posterior a la inundación de 1865, que de acuerdo a Torres Quintero fue una referencia temporal para los colimenses, se favoreció la promoción de una serie de modificaciones al paisaje ribereño con el fin de hacerlo más seguro.

Torres Quintero no favorece en sus relatos a la élite, a la cual pertenecía, al contrario, se centró en las clases populares, y además representó un paisaje distinto al promovido por los grupos de poder. Torres Quintero también mostró una sincera añoranza sobre un entorno que estaba desapareciendo, lo cual fue evidente en su activismo político. Se percató de que la energía hidráulica era incapaz de mantener a flote a la industria textil colimense, a causa de que la corriente del río Colima era inestable, y lo fue aún más con el aumento poblacional y la aparición de otros aprovechamientos a lo largo del siglo XIX. Torres Quintero notó la disminución de la cantidad de agua de los ríos, en especial del Colima, recurrió a los recuerdos de su infancia para mencionar que en esos tiempos los ríos tenían abundante corriente. Este autor registró la preocupación por un recurso que estaba llegando a su límite, y que ya no podía satisfacer las necesidades de los habitantes de la ciudad.

A partir de la visión de este personaje, se puede inferir el papel que tuvo el río Principal, y otros afluentes, sobre la dinámica social de la ciudad de Colima. Siendo notorio, que además de representar al río como proveedor, tropical, peligroso y hermoso; el río también fue escenario de interacción social; y a la vez, necesario para la supervivencia de los colimenses. Esta aproximación, manifiesta cómo a partir de textos literarios se pueden analizar elementos paisajísticos, presentes en la mentalidad de una población, pero tamizados por autores como Torres Quintero.

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* José Luis Mirafuentes Galván, y Arturo Soberon Mora. Mapas y planos antiguos de Colima y del occidente de México (1521-1904). Colima, México: Peña Colorada, 1978. Pág. 147.

1Entre sus maestros se encontraba Ignacio Manuel Altamirano de quien recibió las cátedras de Historia y Lectura superior. Además, llevaba las materias de cosmografía y geografía, ciencias naturales y anatomía, fisiología e higiene, francés, gimnasia y ejercicios militares (Hernández, 2004).

2En ellas se presentaban artículos relacionados con el Emilio, del ginebrino Juan Jacobo Rousseau, y otros de Manuel Kant, autores prohibidos por la Sagrada Congregación del Índice.

3El análisis de contenido es una metodología que busca suplir las dimensiones interpretacionistas y subjetivas del estudio de documentos o de comunicaciones por un tratamiento más estandarizado (López Noguero, 2002, p. 173).

4La vecindad de los principales puentes (Puente Viejo y Zaragoza) era uno de los lugares más bellos. Había grandes espacios sembrados de hierba y de grandes sauces. Tal lugar debería haberse aprovechado para hacer allí una gran alameda o un jardín. Pero la voracidad de los ayuntamientos ha permitido que todos esos hermosos sitios se urbanicen, borrando de la ciudad un lugar lleno de atractivo. En Torres Quintero, 2006. Pág. 78.

5Éstos lavaban, aquellos secaban sus ropas teniéndolas en los azules cantos rodados y alisadas guijas que tapizaban el borde de la corriente, algunos dormían a la bartola, bajo el radiante sol, otros almorzaban, calentando sus gordas en fogatas humeantes. En Gregorio Torres Quintero, Los fusilados, en Cuentos colimotes. Descripciones, cuentos y sucedidos. Colima, México: Universidad de Colima, 2006. Pág. 95.

6Según esta perspectiva teórica, “los miasmas pútridos, emanados de los cuerpos enfermos o en estado de descomposición, son inhalados por el organismo y vienen a romper el equilibrio de las fuerzas internas; si se produce una interrupción de la circulación del espíritu balsámico de la sangre” (Corbin, 1987, p. 25).

7En el siglo XIX, los miasmas fueron definidos como emanaciones vaporosas que causaban enfermedades. Se originaban preferentemente en los lugares pantanosos donde había agua estancada y con materiales en descomposición, tanto de origen vegetal como animal, y generalmente se les podía reconocer por su mal olor. Esta explicación correspondía a una teoría de la enfermedad coherente para la época (Hinke, 2000, p. 61).

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