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Cultura y representaciones sociales

On-line version ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.16 n.31 Ciudad de México Sep. 2021  Epub Apr 21, 2023

 

Reseña

Genealogías heridas

Fernando M. González1  1

1UNAM

Genealogías heridas.


El develamiento de las actividades asesinas de los padres durante la dictadura argentina resignifica el lugar de los hijos. No obstante, este enfrentamiento no se realiza desde una sola posibilidad, pues, por ejemplo, se puede hacer considerándose su víctima o, por el contrario, intentando descolocarse de ese lugar; o defendiendo a los padres y trastocando su violencia en orgullo patrio o tratando de producir un corte con lo ocurrido sin terminar de enterarse del asunto. Además, dicha revelación puede hacerse a la muerte de los padres para hablar de lo sabido y sufrido o hacerlo mientras ellos viven todavía. Estas posibilidades son algunos de los hilos centrales que aborda el libro intitulado Los agujeros negros de la dictadura. Hijos de represores: una mirada desde la clínica, de los psicoanalistas Maria José Ferré y Héctor Bravo.

No queda duda de que intentar enfrentar este aspecto del terrorismo de Estado conlleva aparejadas varias cuestiones: al saber lo que hicieron los padres, ¿habría que publicitarlo si no se hubiese aún sabido y, por lo tanto, convertirse en delatores? O, ¿enfrentarlo en familia hasta que finalmente el hecho desbordara sus fronteras? O, ¿decidir repudiarlos, cambiarse de apellido o llevarlo a cuestas para ofrecer otra perspectiva ética de este acto? Como puede apreciar el lector, son varias las posibilidades de actuación que se presentan en asuntos de esta índole.

Los agujeros negros de la dictadura despliega los efectos más siniestros de lo que puede denominarse como una experiencia existencial colectiva que, en la posdictadura argentina, les estalló a los terapeutas citados -como a tantos otros- en sus consultorios, en los cuales habitualmente se habla de dramas y conflictos familiares y laborales, que muchas veces quedan enmarcados y recortados como algo personal o familiar y no producto de una situación colectiva que sobrepasa con creces dichos ámbitos.

Digamos que María José y Héctor recogían en sus consultorios los violentos efectos en la subjetividad herida de los hijos de los militares de los actos asesinos perpetrados por sus padres. Felizmente se hacía en un contexto no persecutorio. Ya en la década de los setenta el dispositivo psicoanalítico había sido desbordado en Argentina cuando algunos militantes guerrilleros iban a los divanes a contar sus cuitas y, entonces, los psicoanalistas que los escuchaban o, incluso, militaban cerca de ellos, comenzaron a recibir amenazas de la Triple A y tuvieron que suspender sus consultas y salir al exilio. Experiencia que se puede relacionar con la que vivieron otros psicoanalistas durante los años treinta en Alemania y Austria que, ante las leyes discriminatorias de los nazis, decidieron no recibir militantes del Partido Comunista o de otros grupos de resistencia y sacar de sus instituciones a los miembros judíos para “salvar al psicoanálisis”. El precio pagado fue muy caro.

Todos estos sucesos mostraron a cielo abierto la fragilidad y los límites del funcionamiento del dispositivo psicoanalítico. Como bien lo señala el sociólogo Robert Castel, para que exista la neutralidad analítica es necesario que se cumplan al menos dos condiciones:

Que exista en el trasfondo de la relación una especie de endogamia social y política, el doble conformismo del analista y del analizado en el sentido de la conformidad de sus ideas con las ideas dominantes, que elimina de facto el problema político.

[…Y] que los problemas del sujeto, como los del analista no se planteen en el plano de la producción y la explotación […todo debe estar] organizado de manera tal que la realidad exterior no se imponga brutalmente a la atención. Se sabe desde el principio que hay que dirigir la mirada hacia la escena primitiva, la novela familiar, etcétera. Y no hacia una grosera causalidad objetiva. (Castel, 1980, pp. 48-49)

Pero cuando cuando la “grosera” realidad se niega a hacer mutis, no queda sino encarar sin titubeos tres escalas entreveradas en la escucha analítica: la de cada individuo, la de su familia y aquella del sistema sociopolítico, cada una con su lógica incluida. Sin embargo, las cosas se complican más cuando el que escucha vivió a su vez la situación que enfrentará como terapeuta o psicoanalista, por lo que no le queda más que incluirse en lo que encara desde

una doble perspectiva: ¿qué papel jugué en la coyuntura, en dónde me situé mientras se desarrollaba la guerra y qué efecto tiene sobre mi persona aquello que el otro que escucho me dice de su conflicto? ¿Qué permanece obturado en mi escucha porque permaneció impensado o no hablado hasta ahora?

Hablar de genealogías heridas implica no confundir al menos tres de las posibilidades que se dieron en el enfrentamiento entre guerrilleros y militares en Argentina: aquella que encararon las abuelas y las madres de la Plaza de Mayo respecto a sus hijos y sobre todo a sus nietos, quienes fueron utilizados como moneda de cambio para ofrecerlos a parejas de militares presumiblemente estériles;2 o las genealogías que se configuraron con los hijos de los militares que participaron de manera activa en la guerra para “salvar la patria y a la cultura occidental de la subversión comunista”, así como aquellas otras que tienen que ver con las familias de los guerrilleros -que ya habían sido padres o que incluso tuvieron hijos en plena lucha armada- cuando decidieron tomar las armas. Vale advertir que diferenciar las citadas genealogías no impide que estas hayan podido cruzarse en algunos casos.

El libro que el lector tiene en sus manos se enfoca sobre todo en la segunda de estas genealogías heridas o rotas, según las circunstancias. Al analizar esta problemática, los autores siguen el camino trazado por investigaciones que vieron la luz en la década de los ochenta en relación con los hijos de nazis, por ejemplo. Entre los libros de referencia encontramos los siguientes: Schuldig geboren: Kinder aus Nazifamilien del periodista austriaco Peter Sichrovsky3 y Legacy of Silence. Encounters with Children of the Third Reich del psicólogo israelí Dan Bar-On.4 Pero, a diferencia de ambas investigaciones, esta vez no solo se trata de entrevistas, sino de procesos que permitieron observar lo ocurrido desde otro ángulo. En todo caso, el estudio de Sichrovsky alude a uno de los ejes centrales del libro de Ferrer y Bravo: aquel que habla del sentimiento de culpabilidad que sufren algunos hijos de nazis o de militares argentinos, chilenos o uruguayos, ya sea porque les surgió de manera interna o porque se la endilgan desde fuera, como si la genealogía de sangre implicara la continuidad -n o problemática- en una genealogía política a partir de los actos de los padres. Una especie de pecado original sin cristianismo, pero basado en su modelo.

La fórmula más sintética del libro de Ferrer y Bravo dice que se trata de “la culpa por un crimen no cometido”; sin embargo, la tesis central del libro es que en los hijos de los militares y policías,

Precisamente, no hay escena, no hay evento, no hay experiencia alguna para metabolizar. Lo que resulta traumático es la ausencia de ello: Agujeros silencios y secretos son los elementos con los que contamos para comenzar a comprender las historias de estas personas. No enfrentan lo que supieron sino lo que no supieron. […] No decidieron, no pudieron preguntar, quejarse o salirse de la obra, porque ni siquiera sabían que estaban siendo parte de ella.

La genealogía que no se eligió de entrada es posible enfrentarla cuando cambia de lo biológico-simbólico a lo político; es decir, cuando se va de la pasividad a la activa asunción de lo que se acepta recibir y desechar. Jürgen Habermas describe muy bien esta situación con respecto a lo ocurrido en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial:

Unos son los herederos de las víctimas y de aquellos que prestaron ayuda u ofrecieron resistencia. Otros, los herederos de los autores o de aquellos que nada hicieron por evitarlo. Esta dividida herencia no funda para los nacidos después ningún mérito ni ninguna culpa personales. Pero allende toda culpa individualmente imputable, distintos contextos históricos pueden significar cargas históricas distintas.5

Pero no todo es ausencia y hueco, ya que si bien la mayoría de estos jóvenes en análisis nacieron en los tiempos de la dictadura, a medida que se fueron abriendo los casos y operado juicios contra los asesinos apareció un contexto que los interrogaba; o también les tocó vivir escenas discordantes actuadas por los padres, que los hacía sospechar de algo dislocado y oculto.

La clínica de Ferré y Bravo se enfoca tanto en lo encriptado, como en las escenas discordantes y en los sueños y las pesadillas, los delirios y los testimonios de las personas que se acercaron a la consulta de los dos terapeutas citados; en el trasfondo estaba el silencio corporativo de una parte mayoritaria de las fuerzas armadas. A finales de 1994, algunos torturadores habían comenzado ya a desfondarse y a manifestar lo que el periodista Miguel Bonasso calificó como “las llorosas confesiones de los verdugos” -aunque no precisamente por las mejores razones-, como fueron los casos de los capitanes Rolón y Pernías, quienes, al serles negada su promoción, lo consideraron como una injusticia y confesaron que la marina había torturado durante la dictadura, lo que a esas alturas se sabía de sobra. La diferencia estribaba en que esta vez lo admitían los propios torturadores, pero -moraleja incluida- no basta hablar para que algo cambie en el que lo hace.

Incluso, el libro de Horacio Verbitsky, El vuelo,6 recogió el testimonio del capitán de corbeta Adolfo Francisco Scilingo, quien confesó tener una recurrente pesadilla en la cual estaba a punto de caer junto con los cuerpos de los guerrilleros que arrojaba al Atlántico. Pesadilla que aludía a lo que efectivamente estuvo a punto de ocurrirle. Moraleja: también los asesinos a veces sufren y tienen subjetividad.

En este punto conviene aludir a lo que Bravo y Ferrer escriben respecto a una ecuación que fueron acuñando con los años en relación con los padres de algunos de sus pacientes:

Cuanto mejor están los padres, peor están los hijos y viceversa. [también…], recibimos pacientes cuyos padres presentaban cuadros clínicos graves: tumores, accidentes cardiovasculares, infartos masivos y que consultaban, por cuestiones puntuales que no jaqueaban su bienestar general. Tenemos la convicción que, en este pasaje de una generación a otra, cuando menos asumido está en los padres lo actuado y silenciado, más pesada es la cuenta a saldar que pasan a sus hijos. Si, en cambio, aunque sea a través del sufrimiento físico han “pagado” lo que hicieron o lo que callaron, el legado es más liviano.

Lo anterior conlleva a enfocar lo inter y transgeneracional, lo traumático y la cripta. Este último concepto, acuñado por Mária Török y Nicolas Abraham, nos remite a una región que no es ni el inconsciente dinámico ni el moi, sino a una especie de “inconsciente artificial” en el cual se guarda un secreto. Secreto que se logra abrir si el analizante busca cambiar al “analista-comisario” en “analista-cómplice” y “revivir con él entre las palabras, eso que, en ellas, no tiene lugar”.7

Mas como no se trata de un puro fantasma tomado por realidad, las cosas se complejizan porque en buena medida se trata de las palabras que el genitor no quiso o no pudo pronunciar. Ese no dicho -ese secreto asimétricamente compartido entre dos generaciones- termina por hacerse escuchar, sea en el cuerpo de los analizantes o de sus padres o en los fracasos que mantienen a los hijos hipotecados. Pero en la medida en que no todo se reduce a un puro discurso, aunque tenga que pasar por este, sino a lo efectivamente sucedido -en este caso, violento y mortífero-,8 no queda sino retomar la otra fórmula de lo inconsciente inspirada en Freud y trabajada por Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière, a partir de la famosa formulación de Wittgenstein en el Tractatus que reza así: “Eso que no se puede decir, hay que callarlo”, y que los citados hacen devenir en “Eso que no se puede decir, no se puede callar”. O lo que el filósofo Vincent Descombes denomina como “el inconsciente a pesar de él”.

Y si en Freud, como bien lo señalan Bravo y Ferrer, las pesadillas implican

El intento de ligar un exceso que resultaba traumático mediante la irrupción de la angustia, señal que faltó en el momento del trauma. Pensamos que en los casos que nos ocupan, las pesadillas están al servicio de la develación de la cripta, pues proporcionan una representación (no importa de qué índole) que se instala en el lugar del agujero causado por lo no dicho. […] Por lo tanto si bien la pesadilla angustia al soñante, es un esfuerzo por inteligir “algo” que desde lo negativo o su ausencia resulta más ominoso que la peor de las representaciones.

Finalmente, es un decir, los citados terapeutas señalan que en la mayoría de los casos por ellos analizados los hijos intentan proteger a los padres, situación que les hace pagar un precio muy caro.

Si bien hay excepciones de hijos que piden la modificación de leyes para que se les permita declarar en contra de sus padres,9 en los casos por nosotros revelados -sea como pacientes o personas entrevistadas- deciden o se animan a hablar cuando sus padres mueren o cuando están presos. Es decir que sus testimonios no pueden dejarlos expuestos al castigo, sea la condena judicial o social.

Casos y conductas paternas que no dejan de tener analogías con algunos abusos de pederastia ocurridos en la familia, en donde, al igual que los padres asesinos y torturadores, los padres abusadores dejan toda la carga de la doble vida y el denso silencio en manos de los hijos, con el peso añadido de mantener la ficción de la familia unida, así como la catástrofe que podría ocurrir si explicitaran las cosas ante un juez o en la prensa. Ahora bien, no es necesariamente lo mismo testimoniar en el resguardo de los consultorios que en la escena pública. En los primeros se pueden desplegar los sueños, los delirios, las fantasías, las contradicciones; en la segunda, el testimonio adquiere otro sesgo que en parte puede prolongar lo dicho en la escena privada o asumir una postura política más grupal, etcétera.

En síntesis, una vez más nos enfrentamos a lo que Michel Foucault describió como las diferentes maneras de no decir y a las tres funciones de la censura: “Que liga lo inexistente, lo ilícito y lo informulable: de manera tal que cada uno sea a la vez principio y efecto del otro. La lógica de la censura supone tres formas: afirma eso que no está permitido, impide que sea dicho, niega que existe”.10 (Foucault, 1976, p. 111)

En los tiempos que Didier Fassin y Richard Rechtman denominan como “la era de las víctimas”, tenemos un conjunto de ellas plenas de paradojas, como aquella que expresa un hijo de nazis: “libres de castigo, pero no absueltos”. Y en este punto de las víctimas una parte de los hijos de los represores se resisten a considerase como tales.

Ciudad de México, octubre de 2021

Referencias bibliográficas

Abraham, N. y Török, M. (1987). L´écorce et le noyau. Champs Flammarion. [ Links ]

Castel, R. (1980). El psicoanalismo, el orden psicoanalítico y el poder. Siglo XXI. [ Links ]

Foucault, M. (1976). La volonté de savoir. Gallimard. [ Links ]

Torok, M. (2002). Une vie avec la psychanalyse. Aubier. [ Links ]

2En este caso se podría hablar con más precisión de “genealogía usurpada”.

3En español se publicó bajo el titulo Nacidos culpables. Hijos de familias nazis. México: Sámara, 1991; el segundo, en edición francesa, L´heritage infernal: des filles et des fils de nazis racontent. París: Eshel, 1991.

4Dan Bar-On llevó a cabo un encuentro entre hijos de nazis y de judíos sobrevivientes.

5Jürgen Habermas. Identidades nacionales y postnacionales. Madrid: Tecnos, 1989, p. 86. Jaspers añadía que como segunda generación habría que diferenciar entre culpabilidad y responsabilidad. Esta segunda implicaría tratar de dar cuenta de lo que hizo la otra generación. “Afirme -en 1946- que todo aquel que vive en un estado y que no ha emigrado desligándose de él, a menos que hubiera arriesgado su vida para oponerse al crimen, ese es políticamente corresponsable y debe asumir las consecuencias de los acontecimientos. Las consecuencias serían la dignidad que consiste en reconocer lo hecho y lo sucedido sin evadirlo […]”. “Entrevista de Karl Jaspers con Thilo Koch”, La Jornada Semanal, núm. 791, México, 16 de diciembre de 1990, p. 17.

6México: Planeta, 1995. Y en este punto de los denominados “vuelos de la muerte” en los cuales arrojaban a los guerrilleros y disidentes al mar, México tiene la vanguardia con el denominado “Plan Telaraña” que inicio en marzo de 1971 y cuya “misión principal era la localización y captura o neutralización, en su caso, de los grupos de maleantes lo cual se logrará por medio de la constante búsqueda de información” como se llee en el informe secreto, ya descalcificado (Marcial David, “Los Vuelos de la Muerte en México: 50 años de impunidad y olvido”, El País, 05/09/2021).

7 Nicolas Abraham y Mária Török. L´écorce et le noyau. París: Champs Flammarion, 1987, pp. 254255. “El fantasma examina las consecuencias interpersonales y transgeneracionales de lo no dicho. La cripta designa una situación psíquica secreta [al propio individuo] que habla de lo vivido personal del sujeto. El fantasma describe el hecho de ser habitado por otro. Es por eso por lo que el fantasma exige eventualmente el análisis de un linaje generacional. […] a través de los síntomas de los descendientes!”. Nicolas Rand, en Maria Torok. Une vie avec la psychanalyse. París: Aubier, 2002, p. 255.

8Lo más cómodo, como señalan Török y Abraham, sería terminar en la teoría del fantasma y apoyarse en la fórmula freudiana de que en “el inconsciente no hay índice de realidad”; por lo tanto, las fantasías pueden tomar el estatuto de lo efectivamente ocurrido.

9Como fue el proyecto de ley presentado por el colectivo Historias Desobedientes en noviembre de 2017.

10Pero no solo en el plano más social, sino intervenido por lo inconsciente; de ahí la serie de dificultades por las que hay que atravesar.

1

Investigador titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

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