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Cultura y representaciones sociales

versión On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.15 no.30 Ciudad de México mar. 2021  Epub 13-Feb-2023

 

Artículos por invitación

Gangs, maras, pandillas y otros outsiders: hacia una etnografía de los gangs latinoamericanos

Gangs, maras and other outsiders: towards an Ethnography of Latin American Gangs

Maya Collombon*  1

*Profesora-investigadora en Sciences Po Lyon


RESUMEN

En este texto se expone, con base en numerosos estudios, un análisis de la evolución, costumbres y contexto de las pandillas latinoamericanas, que han definido su lugar en distintos espacios urbanos posicionándose mediante la violencia, y construyendo distintas subculturas. Las investigaciones etnográficas sobre los gangs han abierto el debate en torno a la posibilidad de definirlos a través de conductas, ritos de iniciación y su lugar en la sociedad, generando distintos cuestionamientos sobre las relaciones existentes con diversos grupos delictivos, así como los estereotipos aplicados a sus integrantes (hombres, y cada vez más mujeres). Se busca reactivar el debate en la esfera académica sobre las pandillas y fomentar la investigación etnográfica. Los casos se pueden concebir como la respuesta de algunos jóvenes a una situación de rechazo, en conflicto con un entorno determinado que se les impone como excluyente y la imposibilidad de encontrar otros modos de pertenencia a la sociedad, obtener un cierto prestigio social y beneficios económicos.

Palabras clave:  pandillas; gangs; outsiders; maras; América Latina; la Eme; Barrio 18

ABSTRACT

This paper introduces, based on numerous studies, an analysis of the evolution, customs and context of Latin American gangs, which have defined their place in different urban spaces, positioning themselves through violence, and establishing different subcultures. Ethnographic research on gangs has opened the debate around the possibility of defining them through behaviors, initiation rites and their place in society, generating different questions about the current relationships with several criminal groups, as well as the stereotypes applied to their members (men and women). It seeks to reactivate the debate in the academic sphere about gangs and promote ethnographic research. The cases can be conceived as the response of some young people to a situation of rejection, in conflict with certain environment that is imposed to them as exclusive and the impossibility of finding other ways of belonging to society, obtaining a certain social prestige and economic benefits.

Keywords: gangs; outsiders; maras; Latin America; la Eme; Barrio 18

Introducción

Hay algo ritual en el asombro repetido de los adultos en nuestra sociedad, cuando se dan cuenta dos o tres veces por generación de que su sociedad también está compuesta por jóvenes. Jean Monod, Les Barjots, 1968

En América Latina, las pandillas tienen un lugar prominente dentro del debate público. Perseguidos por las autoridades por los desórdenes que, supuestamente producen en la sociedad; tratados por los medios de comunicación de manera sensacionalista, sus miembros son a menudo presentados como “enemigos públicos”. Al mismo tiempo, la circulación transnacional de la música y de algunas de sus prácticas culturales, ha permitido que estos grupos se conviertan a escala mundial en fenómenos culturales (Hagedorn, 2008). Innumerables son los libros, las películas, las series, que describen -a menudo caricaturizando- la vida y la actividad de las pandillas en todo el mundo.

Si bien las maras dominan el espacio mediático contemporáneo en América Latina, el fenómeno es antiguo. Remonta al siglo XIX en Brasil (Soares, 2001), a los años 30 y 40 en México -donde los pachucos2 tienen aún sus seguidores-, magníficamente escenificados en la película de Luis Buñuel Los Olvidados. Las pandillas han tomado una nueva dimensión en las últimas décadas, particularmente en Centroamérica, donde su expresión más famosa es la de las maras. Comúnmente descritas como grupos híper violentos, cuyos miembros son tatuados de pies a cabeza, las maras son acusados de ser cómplices de los narcotraficantes locales o incluso de las redes transnacionales de narcotráfico, propagando el terror y la violencia en las principales ciudades de América Central. En El Salvador, las dos maras principales, Barrio 18 y Mara Salvatrucha o ms 13, han estado luchando violentamente durante años. La intensidad de este conflicto interno, su vinculación con los actores de la guerra civil, sus repercusiones en el espacio urbano salvadoreño o las políticas de “Mano Dura” que allí se han desarrollado para frenar el fenómeno, hacen de las maras el caso más emblemático para la investigación sobre pandillas en América Latina.

Sin embargo, la dificultad de hacer trabajo de campo sobre el tema en América Latina tiende a estandarizar el fenómeno de estos “nuevos” outsiders, como si todos los contextos y pandillas fueran iguales en sus modos de expresión, en su uso de la violencia o en sus relaciones con los cárteles de la droga ¿Qué son exactamente las pandillas en América Latina? ¿Realmente los conocemos? ¿Podemos definirlos simplemente como grupos violentos que utilizan símbolos o gestos (tatuajes, vestimenta, jerga, etc.) y exigen el control de determinados territorios (Goldstein y Huff, 1993; Klein, 1995)? La cuestión de su definición crea, sin duda, un conflicto entre investigadores, ya que son numerosos los nombres que los definen en el continente americano. Término polisémico, el gang se refiere a realidades sociales muy diversas, con fronteras cambiantes que aún pueden evolucionar significativamente con el tiempo. El término puede ser sujeto a apropiaciones heterogéneas, así como al rechazo, prestarse a la auto identificación en busca de legitimidad o al contrario ser la base de procesos de estigmatización. Más allá de estos complejos procesos de etiquetaje, la realidad social de la pandilla tiene raíces históricas, la mayoría de las veces local, por lo cual difiere notablemente según los contextos. Ante la multitud de usos en el continente, este articulo propone utilizar la denominación general de gang para abarcar todos los fenómenos que, a escala continental, difieren ampliamente y producen fenómenos tan diferentes como las maras en América Central, las pandillas en México o las bandas en Colombia.

Se debe al sociólogo estadounidense Frederic Thrasher (1927), representante de la tradición de Chicago, una primera definición -ahora clásica, aunque debatida- de los gangs. En su libro de referencia The Gang: a Study of 1313 Gangs in Chicago, las define como un grupo intersticial, formado inicialmente de forma espontánea y, posteriormente integrado a través del conflicto. Convierte el gang en una organización no convencional, capaz de implementar un orden social específico y original, vinculado a un territorio determinado. Thrasher muestra, en particular, las relaciones entre el crecimiento de las ciudades, el proceso de segregación espacial y étnica, la creación de áreas de “desorganización social”, que él llama “zonas intersticiales” entre los barrios centrales y periféricos donde residen los grupos en dificultad, y el surgimiento de gangs en los Estados Unidos. En estos intersticios de la ciudad, el gang se forma como respuesta a una situación de rechazo vivida por ciertos jóvenes, en conflicto con un entorno determinado, y se impone allí por su capacidad de ofrecerles otros modos de pertenencia a la sociedad, un cierto prestigio social y posiblemente beneficios económicos. Más recientemente, Dennis Rodgers y Jennifer Hazen han propuesto tres criterios básicos que, en ausencia de una definición fija, guían la discusión de este tipo de grupo de jóvenes:

...un gang 1) promueve una forma de continuidad institucional independiente entre sus miembros; 2) se involucra rutinariamente en patrones de acción violenta considerados ilegales por las autoridades y la sociedad en general; y 3) está compuesta principalmente, aunque no exclusivamente, de miembros menores de 25 años (2014, p. 8).

Las pandillas también desarrollan una dimensión de protección de sus miembros contra la exclusión social, institucional y económica, al tiempo que cumplen una función integradora. Las organizaciones delictivas no son sistemáticas, sino que pueden desempeñar una serie de funciones -económicas, políticas y sociales- que posibilitan evolucionar con el tiempo. Es decir, cuanto es fuerte la heterogeneidad y lábiles las fronteras.

Afortunadamente, una nueva generación de trabajo académico, aunque todavía demasiado marginal, se ha desarrollado en los últimos veinte años, particularmente en el mundo anglosajón y, cada vez más, en América Latina. Una nueva mirada a estos grupos de jóvenes (cada vez más incluyendo a mujeres jóvenes), utiliza métodos analíticos que a menudo son rechazados para este tipo de objetos (como la inmersión etnográfica) y muestra que estos gangs se benefician de un enfoque más sutil para evitar los estereotipos que a constantemente se asocian con los miembros de las pandillas y la llamada “violencia juvenil”. Este artículo pretende, por lo tanto, no solamente continuar la reflexión sobre las pandillas en América Latina, sino también responder a una demanda creciente -y que ahora consideramos inevitable- de complejidad del análisis.

Para ello, esta introducción se organiza en tres etapas en torno a un tema central: la defensa de la etnografía de los gangs. En primer lugar, pretende presentar brevemente las tradiciones de investigación existentes, particularmente en los Estados Unidos, donde la investigación de campo ha jugado un papel central desde el trabajo fundador de la primera escuela de Chicago. Esto lleva, en un segundo paso, a discutir las muchas controversias que han animado a la comunidad de investigadores sobre gangs en los años 2000, particularmente en torno a los métodos etnográficos, antes de defender la etnografía como un instrumento fiable para la investigación de gangs, siendo América Latina el laboratorio del retorno de la etnografía en las últimas dos décadas. En tercer lugar, se presentarán brevemente algunos de los principales aportes (aunque claramente no sea exhaustiva) de esta investigación etnográfica sobre gangs aplicada a América Latina

Una larga tradición de investigación sobre los gangs en los Estados Unidos

En los Estados Unidos, existe una tradición consolidada de investigación sobre los gangs, que remonta a principios del siglo pasado a partir de la obra ya nombrada de Frederick Thrasher. Su obra clásica The Gang (1927) lanzó una tradición de investigación3, seguida por la publicación de muchos libros dentro de la misma línea, incluyendo Clifford Shaw y Henry McKay, Juvenile Delinquency in Urban Areas (1942) y William Foote Whyte, Street Corner Society (1955). En su libro, Shaw y McKay complementan la contribución de Thrasher destacando tres características de las “zonas intersticiales” en las que se desarrollan estos grupos: la precariedad económica y el deterioro del estado de la vivienda, la heterogeneidad de las poblaciones que viven en barrios empobrecidos y su elevada movilidad residencial, siendo esta última la más predispuesta a la participación de pandillas. El libro de William Foote Whyte (1955) es la historia de una larga inmersión en un barrio italoamericano de Boston. Desarrolla la idea de que la pandilla es más el resultado de una forma específica de socialización de proximidad que una consecuencia de la desorganización social.

El desarrollo de las pandillas afroamericanas desde finales de los años cincuenta hasta principios de los sesenta permitió a los investigadores analizar el surgimiento de la conciencia política contra la discriminación racial y sus acciones políticas. Un ejemplo es el de los Vice Lords de Chicago, que protestan contra las condiciones de vida en los guetos negros estadounidenses y proponen los códigos masculinos de una cultura de pandillas callejeras (Diamond, 2008), parte de un movimiento más amplio -aunque en desarrollo- para exigir derechos civiles. Es en torno a esta dimensión política de las pandillas que se desarrolla una nueva dirección de investigación en los Estados Unidos. La llegada de las pandillas latinoamericanas correspondió a la llegada de la lucha contra el narcotráfico en los años ochenta. Los investigadores estadounidenses se interesaron entonces en temas relacionados con la prisión y la relación entre las pandillas callejeras y las pandillas carcelarias. Desde las décadas de 1980 y 1990, la perspectiva de análisis en los estudios sobre pandillas es generalmente a través del prisma de las prácticas desviantes (Cohen, 1955; Cloward y Ohlin, 1960; Short y Strodtbeck, 1965), es el gran momento de la criminología estadounidense y, en cierto modo, el fin relativo de la tradición sociológica estadounidense sobre los gangs4, que será luego sujeta a duras críticas (que volveremos a comentar más detalladamente). Como señala Scott H. Decker (2018), es ahora en Europa, principalmente en las zonas anglófonas, o en América Latina, donde se encuentran los defensores de la investigación que se distinguen en particular por su relación con el campo y su uso de métodos etnográficos.

Estos últimos años, la cuestión de la etnografía de los gangs y de su relación con el trabajo de campo ha dado lugar a un debate intenso, en especial en los Estados Unidos, con ciertas repercusiones en otros países como por ejemplo en Francia. De hecho, hacer etnografía de los gangs da lugar a algunas preguntas metodológicas y éticas: la del acceso a estos grupos; de compartir un cotidiano al límite (si no es completamente dentro) de la ilegalidad y/o de la violencia; de la relación con los encuestados durante y después de la investigación; de la restitución de datos delicados y, por fin, la de la posición del encuestador y de su reflexividad.

Para David Lepoutre (1997), estos cuestionamientos, explican parte del por qué la literatura sobre los gangs es poco importante en países como Francia, lo cual se debe a la ambigüedad de la posición del etnógrafo, y de sus resultados de encuestas que pueden ser confrontados con dos limites: miserabilismo o populismo (Grignon y Passeron, 1991). Este dilema afecta, según Christian Bachmann, el trabajo de numerosos sociólogos que investigan en los barrios populares:

Los investigadores que estudian las culturas populares están sometidos a un dilema continuo: oscilar entre el miserabilismo, que pone el acento sobre las relaciones a la cultura legitima y descalifica el pueblo en nombre de sus faltas, y el populismo, que profetiza y ve en él los gérmenes de un mundo nuevo […]. La tentación es grande, para el sociólogo, de transformarse en turífero de una “cultura joven”, concebida como polo de difusión cultural y de transformación social (1992).

La etnografía de los gangs puede por este medio ser criticada.

La etnografía de los gangs frente a la crítica

Mientras la etnografía ha, de una cierta manera, fundado la tradición de investigación sobre los gangs en los Estados Unidos, desarrollándose dentro de la escuela de Chicago, también ha recibido fuertes críticas en los años 2000 después de la publicación de varios libros polémicos, especialmente los de Sudhir Ventakesh, Elijah Anderson y Alice Goffman. La investigación sobre los gangs también está marcada por la fascinación que ejerce sobre el gran público y los medios de comunicación. Eso puede provocar una situación delicada donde se sobre valoriza el trabajo de campo, pero dejando de lado la teoría y la reflexividad. Se cae entonces en el sensacionalismo, es el caso de la investigación reciente sobre los gangs en los Estados Unidos.

El libro de Sudhir Ventakesh, Gang leader for a Day (1997), es el primero en provocar una controversia en el espacio mediático. Concluyendo una larga inmersión en un barrio afroamericano del sur de Chicago, el sociólogo describe la profesionalización de los gangs y la racionalización de sus organizaciones, haciendo de sus jefes verdaderos empresarios y de sus organizaciones entidades plenamente activas en sus barrios. Las interacciones con el resto del espacio social a la escala local son numerosas e influyen directamente sobre el desarrollo del gang, asegurándole una forma de legitimidad y de autoridad en el barrio. La polémica nace del papel que juega progresivamente su autor en la encuesta: entre sus primeros libros, American Project (2000), Off the Books (2006), y Gang leader for a Day (1997), Sudhir Ventakesh se ha implicado a punto de asumir el rol de leader del gang. Toma entonces medidas de retorsión contra uno de los miembros del gang, abriendo así la caja negra de las implicaciones tanto morales como penales de los actos del investigador. Por su lado, el libro de Elijah Anderson, Code of the Street (1999) da también lugar a vivas polémicas. El libro -una encuesta en el barrio afroamericano de Filadelfia- es primeramente recibido con entusiasmo dentro del mundo académico estadunidense antes de recibir críticas de autores informados. El trabajo es criticado, especialmente por Loïc Wacquant (2002), por inscribirse en una línea de trabajos descriptivos de las patologías sociales de los centros urbanos. Anderson expone las condiciones que llevan a los jóvenes a cometer agresiones y actos violentos, los unos contra los otros, explicándolo a través de un “código de la calle” (Anderson, 2000). Wacquant reprocha la simplicidad binaria del libro, y específicamente la distinción que hace el autor entre actores “decentes” y actores “de la calle”. También le reprocha analizar el código de la calle como una forma de Deus ex Machina que hace mover a la gente, olvidando las razones estructurales que la fundan, por ejemplo: la ausencia de Estado en el barrio. En este sentido, muestra una lectura del trabajo de Anderson como culturalista, por no decir miserabilista.

Pero es sobre todo el libro de la joven socióloga Alice Goffman que da lugar a las controversias más amplias y nutridas. En su libro On the Run, Alice Goffman (2014) cuenta el cotidiano de un grupo de afroamericanos, los 6th Street Boys con los cuales comparte el día a día, durante una larga encuesta en inmersión, en un barrio pobre de Filadelfia. Después de conocer un éxito inmediato en el mundo académico5 y con el gran público6, el libro recibe duras críticas sobre su método de encuesta, su relación con los encuestados y, por fin, sobre sus conclusiones7. Sociólogos y antropólogos le reprochan a Alice Goffman su falta de distanciamiento y de reflexividad frente a sus encuestados, una escritura condescendiente y resultados sociológicos poco fiables. El debate se extiende fuera del campo académico, mientras periodistas buscan los lugares y los protagonistas de la encuesta8, y juristas o criminólogos acusan a la socióloga de simpatizar con las practicas desviantes, cuestionando su ética, si no es que la acusan de complicidad9. El caso Goffman es prototípico de una fuerte tensión critica cuando se trata de etnografía de los gangs, llevando a crítica el método etnográfico como tal, incluso a la sociología misma10. En un contexto de liberalizació creciente de la investigación, los riesgos inherentes a este tipo de etnografía son fuertes ya que pueden tender a la folklorización e individualización de los encuestados, olvidando las exigencias tanto metodológicas como éticas de la investigación en contextos violentos (Bourdieu, 1993)11. Estas problemáticas pueden descontextualizar la investigación sobre los gangs, reduciéndola a problemas personales en contextos de marginalización. También sucede regularmente que investigadores en ciencias sociales lleguen sobre el terreno y produzcan encuestas como si fuera la primera vez que se producen datos y análisis sobre estos contextos. La acumulación de saberes, propios de la investigación en ciencias sociales parece funcionar un poco menos en este subcampo temático que, por lo mismo, tiene menos éxito construyéndose como subdisciplina.

Para una etnografía de los gangs en América Latina

En general, los estudios producidos sobre los gangs en América Latina son el resultado indirecto de otras investigaciones, ya que la inmersión etnográfica parece peligrosa o imposible. De hecho, las dificultades metodológicas (Baird, 2009) de este tipo de investigación son infinitas y exigen una atención y cuidado peculiares12, para justamente evitar las desorientaciones científicas percibibles en los casos antes presentados.

Más allá de estas controversias -y tomando en cuenta sus errores-, el trabajo etnográfico resulta ser un método de investigación que da resultados convincentes para estudiar los gangs, paradójicamente, aunque sea un método que incluye dificultades de acceso y riesgos para los investigadores. Se distinguen claramente en sus resultados los métodos de análisis de datos de segunda mano, preferidos por los criminólogos que prefieren trabajar sobre datos producidos por la policía o por las instituciones judiciales. De igual manera, las entrevistas, aunque repetidas y profundizadas, pueden no ser suficientes para tomar distancia con las percepciones autóctonas. La etnografía permite evitar este tipo de trampa. El investigador puede pasar tiempo con sus encuestados, escuchar música, compartir gustos, fumar o solamente esperar en la calle, durante horas no hacer nada o casi nada. Como lo comenta Dennis Rodgers: “Se puede efectuar observación participante dentro del grupo, pasando muchísimas horas andando por las calles del barrio, fumando, tomando y molestando con los otros miembros del gang” (Rodgers, 2018). La calle es, antes de todo, un lugar de vida y encuentros, pero es también donde se dan las actividades del gang. Muchas inofensivas, como la espera, y muchas otras como robos, amenazas, consumo de drogas, etcétera. Forman un conjunto de prácticas que cambian de un grupo al otro, y que son válidas nada más para uno, en un territorio dado y un momento peculiar.

Para responder a la variedad de situaciones y a los riesgos tantos físicos como éticos, el desafío del investigador que quiere hacer etnografía de los gangs tiene que vérselas con su propia distanciación. Como Dennis Rodgers invita a hacerlo, el investigador tiene que empezar un trabajo que exige tanta familiarización como distanciación, siempre a la luz de una mirada crítica de su propio trabajo. Llegado como joven doctorante a Managua para estudiar el sandinismo en los barrios populares, Rodgers progresivamente se fue integrado una pandilla -inicialmente como estrategia de sobrevivencia en el barrio (Rodgers, 2007). Esta experiencia de “Chele pandillero” será el punto de partida de su trabajo de investigación, su tesis doctoral Vivir en la sombra de la muerte (Rodgers, 2006) donde relata estos años de inmersión en la vida del gang.

Varios investigadores comparten con Dennis Rodgers una experiencia similar de inmersión de larga duración y un trabajo reflexivo sobre él. Entre otros ejemplos, el antropólogo italiano Paolo Grassi llegó a la Ciudad de Guatemala por azar: en 2008, trabaja durante tres meses en un proyecto de cooperación internacional destinado a niños y adolescentes vecinos de una descarga municipal y descubre el fenómeno de las maras. Se instala finalmente en la Ciudad de Guatemala en 2011 y empieza una investigación de larga duración. Conoce a sus interlocutores poco a poco, por contactos, exmiembros de maras, trabajadores sociales, investigadores, etc. Y vive la vida del barrio colaborando con una asociación local. En su trabajo reflexivo, describe los límites de la investigación en contexto violento, la ambivalencia de las relaciones con algunos encuestados, las pruebas y el aprendizaje -a veces cruel- de las reglas del barrio.13 Es también en Guatemala en donde la antropóloga inglesa Katherine Saunders-Hastings realiza su trabajo de campo. El interconocimiento, el sostén a intermediarios -que se volvieron amigos- le ha facilitado el contacto con antiguos miembros de gangs, algunos conocidos todavía activos y otros en la cárcel. Relata el recorrido de varias generaciones de antiguos “mareros”, hombres y mujeres, que comparten una experiencia del barrio, y de sus evoluciones. Así, al término de una larga familiarización, descubre las transformaciones dentro de las relaciones del gang con su barrio, dando lugar al progresivo aumento de las prácticas de extorsión.

Siempre en América Central, esta vez en El Salvador, Juan José Martínez D’Aubuisson empieza su trabajo de campo iniciando su maestría de antropología en la Universidad del Salvador. Decide entonces hacer una encuesta sobre jóvenes miembros de la MS13, de un barrio vecino del suyo. Progresivamente, se instala en cercanía con estos jóvenes, al punto de que pueda compartir con ellos un año de vida cotidiana, experiencia que cuenta en su libro Ver, oír y callar: un año con la Mara Salvatrucha 13 (Martínez D’ y Martínez, 2015).

El caso del antropólogo francés Martin Lamotte se distingue por su dimensión transnacional y multisitio. Conoce un poco por azar a Bebo, un miembro eminente del gang “Los Ñetas”, en una asociación del barrio Bronx de Nueva York. Después de una larga frecuentación de su grupo en Nueva York y de una familiaridad progresivamente tornada en amistad, Martin Lamotte conocerá al presidente de la sección de Barcelona con el cual va a convivir, antes de ir, mediante el mismo proceso de contactos progresivos, a Guayaquil en Ecuador y, por fin, a Puerto Rico.

Todos estos investigadores mencionados, tienen una reflexión distanciada sobre su práctica y su relación con los encuestados. Están, como lo recuerda Dennis Rodgers, inmersos en una realidad in situ, pero todavía más, in actu. En este caso, se vuelve difícil hacer etnografías de corta duración, tomando en cuenta la densidad de los desafíos tanto éticos como metodológicos, que necesitan una verdadera familiaridad en el trabajo de campo. Cada vez más, encuestas de larga duración, como la que realizó Martin Sánchez-Jankowski (1991), al igual que Dennis Rodgers, muestran los efectos positivos de un conocimiento profundo del barrio. Dicho de otra manera, es importante pensar la etnografía para defenderla mejor.

Así, cada día más investigadores se lanzan a la etnografía de los gangs, a punto de volverse provisoriamente miembros de gangs, interrogándose sobre qué métodos utilizar (Aldridge et al., 2013; Baird, 2009) y buscando producir conocimiento donde generalmente se imponen las especulaciones. De hecho, existen pocos datos fiables en Latinoamérica. Muchas estadísticas oficiales pueden ser cuestionadas si se toma en cuenta que las instituciones que las producen tienen pocos medios y que pueden ser el objeto de diversos tipos de manipulaciones políticas. Estas dificultades dan a la etnografía un papel aún más central; no solamente útil, puede volverse la única manera de producir conocimiento fiable en numerosos contextos latinoamericanos. El ejemplo centroamericano es, desde este punto de vista, emblemático: los datos oficiales poco creíbles no pueden dar lugar a ningún análisis sistemático, solo el método etnográfico permite la emergencia de trabajos serios sobre los gangs centroamericanos. Por esta escala de análisis, micro, con bases empíricas, es que se constituye la mayor parte del conocimiento actual sobre gangs14. Llevando este artículo a promover una sociología de la calle, o como lo dice un miembro de los Black Kings, se trata de “entender como la gente vive en la calle”.

Los gangs son entidades dinámicas, que pueden ser estudiados con los criterios de análisis usados para otro tipo de organizaciones (Sánchez-Jankowski, 1991). Pueden ser estudiados en sí, en relación con su contexto de vida, puesto que en ningún momento los miembros de gangs dejan de pertenecer también al contexto social en el cual viven.

No two gangs are just alike” o de lo que ya sabemos sobre los gangs en América Latina

Los gangs latinoamericanos emergen y se desarrollan en un contexto fuertemente urbano (Jones y Rodgers, 2015). La ciudad, la megalópoli latinoamericana y su crecimiento urbano incontrolado, sus espacios reducidos y sobrepoblados donde emergen todo tipo de conflictos, son el lugar privilegiado donde los gangs se desarrollan15; es famosa por contener entre los espacios urbanos más marginados y violentos del planeta. Así, entre las cincuenta ciudades más violentas del mundo, cuarenta serian latinoamericanas, para citar unas entre las más famosas: Caracas, Río de Janeiro, São Paolo, México, Buenos Aires, Lima… en el corazón de estas megalópolis, los gangs se desarrollan en los intersticios urbanos, en las brechas de la organización social que los rodean sin absorberlos.

La heterogeneidad de los gangs es un dato inicial de los estudios en América Latina. Para parafrasear al sociólogo Thrasher: “no existen dos gangs que se parezcan”. La diversidad de las apelaciones, “comando” en Brasil, “maras” en el Salvador, “pandillas” en Nicaragua, “banda” en México y Colombia, pero también en Colombia “parche” o “gallada”, “naciones” en Ecuador, “chapulines” en Costa Rica, da una idea de la amplitud y de la diversidad del fenómeno en el subcontinente. En América Central, se encuentran principalmente dos grandes distinciones entre los que son nombrados maras y pandillas: los primeros son un fenómeno con raíces transnacionales -nacidos de la deportación de jóvenes centroamericanos prisioneros en los Estados Unidos y mandados de regreso a sus países de origen-, los segundos son un fenómeno local y antiguo en América Central, como en el resto del subcontinente, y son herederos de numerosas bandas juveniles en América Central, especialmente en Nicaragua (Rodgers, 2006; Rocha, 2010). Existen gangs, bajo la forma de pandillas, en toda América Latina desde el siglo xix, grupos que se han desarrollado y transformados durante varios periodos de la historia latinoamericana. La larga duración demuestra que no es un epifenómeno, sino más bien, estructuras recurrentes que aparecen en la historia de las grandes ciudades en los momentos y en los lugares donde la presión urbana y demográfica, el desempleo, la miseria y la fractura social están más presentes. Más allá de la edad, los nuevos miembros pueden mantener esta conformación de los grupos de jóvenes.

En el gang

La fuerte mediatización que conocieron algunos gangs latinoamericanos y, específicamente las maras ha, en un primer momento, invisibilizado los trabajos en ciencias sociales especializados y se promovió una imagen caricaturizada del gang y de su uso de la violencia. Algunas investigaciones empezaron a desarrollarse con cierta amplitud en los años 1980, y sobre todo en los años 2000, con la multiplicación de los trabajos producidos por investigadores latinoamericanos especializados. Estos estudios dan una visión de los gangs que sale de las imágenes estereotipadas masivamente, difundidas por los medios de comunicación, destruyendo algunos conocimientos a priori durables.

Primero, los gangs en América Latina no son pálidas imitaciones, son más violentos, que los gangs de Estados Unidos. Tienen una historia antigua, y solo una minoría -las maras en especial- tiene raíces transnacionales norteamericanas. No todos los gangs latinoamericanos son híper violentos. Diferentes conocimientos a priori circulan, en los que se refiere a la violencia de sus miembros, reforzando la idea según la cual, “son intrínsecamente violentos y lógicamente dados al crimen organizado” (tráfico de drogas, de migrantes, secuestros, etcétera). Una vez más, el uso extremo de la violencia por las maras no caracteriza la cotidianidad del conjunto de los gangs, muchos tienen una actividad violenta de poca intensidad. La violencia -que efectivamente existe- es más excepcional que cotidiana al interior de grupos y pandillas. Numerosos estudios muestran que la mayor parte de los actos violentos constituyen una acción individual de sus miembros y no tanto acciones colectivas concertadas.

De igual manera, todos los miembros de gangs no son hombres jóvenes, hijos de familias “con problemas”, pobres y desescolarizados. Hay muchas mujeres en los gangs, y cada día más. Las razones de la entrada en el gang no dependen solamente de las condiciones sociales inextricables -la mayoría de los jóvenes de estos mismos barrios pobres no entran en los gangs- más bien, depende de la atracción que el gang ejerce sobre muchos jóvenes, tanto hombres como mujeres.

Al final, no todos los miembros de gangs son traficantes de droga. Un rasgo común de esta interconexión obligatoria entre grupos violentos sería la relación habitualmente establecida entre maras y cárteles de droga. Se dice comúnmente que la transformación del mercado de la droga, con una centralización de las redes de comercialización en los cárteles mexicanos, ha producido en la última década, un paso de las maras al tráfico de droga, con una profesionalización creciente de los mareros interconectado con un mercado transnacional. En realidad, no existe una equivalencia absoluta entre gang y cártel. Estas dos realidades pueden encontrarse, pero un gang puede también desarrollar sus actividades (extorsión, robo, pequeña delincuencia, etc.) fuera del tráfico de drogas, reforzando por lo mismo esta idea de una fuerte heterogeneidad de los gangs, así como una fuerte dimensión local a sus actividades que pueden tener dificultades de organizarse a una escala mayor. De hecho, la relación entre mara y crimen organizado es más supuesta que demostrada, o suficientemente opaca y compleja para cambiar de manera significativa según los contextos (Baird y Rodgers, 2015). En México, donde la relación entre gangs y cárteles parece ser establecida, Nathan Jones muestra por ejemplo que, si algunos gangs tienen miembros en común con los cárteles, la mayor parte de los miembros no tiene ninguna conexión transnacional ni relación significativa con el tráfico de drogas (Jones, 2013). Así era por lo menos hasta los años 2000, fecha a partir de la cual las vías de acceso al tráfico de estupefacientes se multiplicaron en la región centroamericana y en México, y con ellas la aparición de nuevas oportunidades económicas. Resulta que los gangs no se pueden fijar, ni son epifenómenos (Thrasher, 1927). Como lo recuerda John Hagedorn, los gangs son entidades en movimiento, “el gang de hoy puede volverse un cártel de droga mañana, luego transformarse en milicia étnica o en comité de vigilancia el día siguiente” (Hagedorn, 2008) 16.

Entonces, ¿quiénes son verdaderamente estos gangs? ¿Quiénes son las maras, estos gánsteres tatuados e híper violentos nacidos en las calles de Los Ángeles? (Hayden, 2004; Vigil, 2002). Fundado por inmigrantes mexicanos en los años 1960, el gang “La Eme” o “Sureños” (Martínez y Amaya, 2015) se desarrolla a finales de los años 70 e inicio de los 80. En la primera mitad de los años 80, la Mara Salvatrucha o MS13 es fundada en Los Ángeles (barrio Pico) por una banda de adolescentes salvadoreños, refugiados llegados en los años 70. Se llamaban entonces MSS (Mara Salvatrucha Stoner) en referencia al rock metal. Después de un periodo de cárcel, donde se conocen, se asocian con los miembros de La Eme. El gangs Barrio 18 es fundado mucho antes, en los años 50, por un grupo de mexicanos abierto a la integración de jóvenes de otros orígenes. Numerosos salvadoreños del barrio Rampart integran más bien este grupo (Martínez, 2015). Los dos gangs se vuelven grupos enemigos en las calles de Los Ángeles a finales de los 80 (Savenije, 2009). Su conflicto es famoso por ser una lucha “a muerte”, donde la aniquilación del otro es un eje director de la unión y produce la intensidad del sentimiento de pertenencia. En 1996, después de la reforma de las leyes de inmigración ilegal y de responsabilidad migratoria, el congreso estadounidense aprueba la deportación de todo ciudadano no estadounidense condenado a más de un año de cárcel. Es así como unos 50 000 encarcelados -entre los cuales gran número eran mareros- y 160 000 migrantes ilegales son deportados en la década siguiente, en su mayoría hacia El Salvador, Guatemala y Honduras17. Estos tres países constituyen hoy el famoso “triángulo del norte”, uno de los espacios más violentos del mundo fuera de los conflictos armados.

Las maras se vuelven en los años 90 un fenómeno transnacional (Ward, 2012), igual tienen que ser analizadas localmente, tanto el contexto nacional, la relación de las fuerzas políticas, institucionales y sociales, han tenido un papel en la conformación de lo que son hoy en día las maras. Como lo recuerda Juan José Martínez d’Aubuisson, el proceso de hibridación que sigue a la llegada de los deportados mezcla valores, reglas y normas de la cultura chicana californiana con elementos propios al contexto salvadoreño, dando nacimiento a una nueva identidad: la mara. En El Salvador donde las maras adquirieron una magnitud considerable a finales de los 90, existían varias pandillas antes de los acuerdos de paz de 1992; su origen remonta a los años 40 y 50. Respondían a los nombres de La Chancleta, La Máquina, La Gallo, La Morazán, y La Mao Mao. La deportación de los miembros de gangs de los Estados Unidos, modificó profundamente la dinámica de las pandillas salvadoreñas, transpuso una “cultura pandillera” estadunidense -beneficiando de la aura californiana- en un espacio local, menos formalizado institucionalmente, saliendo de una guerra civil larga de 12 años que había dejado el país agotado (Garibay, 2006), con una gran cantidad de hombres armados todavía en circulación (exguerrilleros, exparamilitares), sin actividad ni armas. Sobre esta base peculiar, se desarrollan las maras18 y no dejarán de transformarse respondiendo a factores y condiciones domésticas. Actualmente, los mareros ya no son los deportados de ayer (Medina et al., 2007). Además, las características muy locales de conformación de sus grupos de barrios: “las clicas” -afiliadas a una mara-, también conoció cambios en los años 2000, marcando la estructuración de las maras a la escala nacional, en respuesta a las políticas de seguridad del Estado salvadoreño (Martínez d’Aubuisson, 2018).

La atracción por el gang

La cuestión de la entrada en los gangs, bandas, pandillas y maras es un tema recurrente de los estudios especializados. El análisis en ciencias sociales muestra que las causas, llamadas estructurales, no son suficientes para el entendimiento del fenómeno. Así, la pobreza, la falta de educación, la fragmentación familiar o los abusos domésticos, son generalmente presentados como elementos determinantes de la entrada en un gang; pero, trabajos empíricos muestran que algunos factores pueden ser todavía más determinantes, como la religión -y especialmente la conversión evangélica que sería el principal factor de no entrada en el gang (Baird y Rodgers, 2015)-. Además, en los mismos barrios con más presencia de los gangs, solo una parte minoritaria de la población joven se compromete en el gang, relativizando así los análisis centrados en el único contexto de pobreza y fragmentación social. De hecho, los estudios sobre los jóvenes de los barrios que no se volvieron miembros de gangs pueden ser una base abundante de informaciones, como en el caso del estudio hecho por Adam Baird en Colombia (Baird, 2012). El antropólogo Paolo Grassi analiza el caso de dos jóvenes, Teresa y Paulo, en el punto de integrarse a una mara -son cercanos al gang, pero no son miembros-, deciden finalmente alejarse. El autor muestra cómo algunas experiencias pueden desmotivar al candidato: en este caso, es una experiencia traumática y violenta que explica el distanciamiento con el gang (Grassi, 2018b).

Más allá de la fuerte atracción que el gang ejerce sobre ellos, Paulo prefiere alejarse, cuando Teresa opta por la vía religiosa con los evangélicos. Otros dispositivos de captación y de apoyo de los jóvenes, tanto de las iglesias evangélicas como de numerosos programas de reinserción pueden, en algunos casos, tener un efecto sobre el distanciamiento respecto al gang.

La entrada en el gang se hace generalmente por un proceso de selección y un rito de entronización, muchas veces con una paliza colectiva, el famoso “brinco” en las maras, durante el cual el joven tiene que demostrar su capacidad a resistir a los golpes y su valentía. Las reclutas jóvenes (la edad media está situada entre 12 y 25 años19) son sometidos a un rito de entrada de una gran violencia: en ningún caso, tienen que ser percibidos como un peso para el conjunto de los otros miembros. Esta violencia también sirve para disciplinar al grupo. La entrada efectiva es finalmente el resultado de una negociación entre el candidato y el gang. De esta manera, el reclutamiento es resultado, más de un proceso de seducción y de selección exitoso, que del efecto de una situación de desesperación familiar o de marginalización dentro del barrio. Como lo nota Martin Sánchez-Jankowski (1991), la ventaja en participar, y la atracción que ejerce sobre el candidato, son los mayores vectores de ingreso en el gang.

El gang, un mundo aparte

A veces llamado “familia”, el gang es para sus miembros un espacio fuera del mundo donde se reconocen y son reconocidos. Un espacio de legitimidad, lejos de las instituciones que generalmente los rechazan (la escuela, el trabajo, etcétera). Estos jóvenes encuentran un lugar en el mundo, un mundo a su escala del cual conocen perfectamente el funcionamiento y las reglas. De hecho, el gang es muchas veces una estructura jerárquica y organizada alrededor de estas reglas.

Todos los gangs no se organizan de la misma manera. Algunas de sus estructuras son más livianas que otras. Ciertos gangs hacen parte de un conjunto más amplio -como las “clikas” de las maras-, otros son independientes de toda otra organización. Algunos usan un código interno o reglas escritas, como en el caso del Liderato de los Ñetas (Lamotte, 2018). Otros usan una estructuración interna basada en el conflicto con grupos enemigos, tal como las maras. En todos los casos, el poder es regularmente negociado o renegociado; la relación de fuerza cambia según equilibrios internos que son alterados en varias ocasiones (nuevos reclutamientos, muertes, etcétera). También pueden depender de condiciones externas, de grupos aliados o enemigos, o de reacciones a las políticas de seguridad del Estado.

Al interior del gang, no todos tienen el mismo rol, ni acceso a las mismas informaciones, círculos de iniciados pueden tener una cercanía o no a los representantes del poder dentro del grupo. Así los nuevos pueden someterse a largos periodos de pruebas, hasta un año, sufriendo varios ritos de iniciación más o menos pesados, modificados según el género: una chica puede sufrir una marginalización dentro del grupo mucho tiempo después de su integración a él, cada miembro tiene que aprender las reglas y jerarquías internas al grupo y éstas son medianamente accesibles. Cada día, estos períodos de pruebas se alargan, mientras se complican los aprendizajes necesarios a la integración definitiva. Juan José Martínez d’Aubuisson muestra en detalle cómo el poder es uno de los desafíos centrales de las maras que usan la violencia, no solamente en el marco de sus ritos de iniciación o en sus actividades ilícitas, sino también para mantener o modificar posiciones de poder al interior. El control de la violencia se vuelve el eje fundamental de la movilidad y de los mecanismos de ascensión dentro del gang por la “acumulación de respecto” (Martínez, 2015). Así la violencia es no solo un modus vivendi, sino también un modus operandi, por lo que se posiciona en desafío para los mecanismos de movilidad de poder interno. No se trata nada más de obtener el respeto de los demás, sino también de mantener un clima de venganzas, cuyas primeras víctimas son los líderes de “las clikas”, ellos mismos producen una importante dinámica de rotación de las jerarquías internas. Así, todo miembro puede imaginar acceder al poder un día. De manera que cada acción violenta produce otra igual, generando un sistema de lucha reciproca muy denso.

Aunque la violencia sea central, no es una condición suficiente para ganar poder dentro del gang. Algunos mareros, que se han distinguido por su crueldad, nunca se convierten en líderes. De hecho, las posiciones de poder generalmente conducen a un distanciamiento de las prácticas violentas y a la implementación de actividades de gestión y logística, tanto interna (miembros) como externa (prisioneros, familias, etcétera); y de mantenimiento del sistema de represalias recíprocas. Dentro de los Ñetas, Martin Lamotte describe cómo el ejercicio del poder es objeto de especial atención por parte de líderes que, a diferentes escalas de poder y desde diferentes espacios de control (líder máximo de la prisión, jefes de sección de sus ciudades, etcétera), pueden activar varios sistemas de compensación o de castigo.

El cuerpo gángster y el ethos masculino

Pertenecer a un gang es distinguirse claramente por su apariencia. Depende del miembro demostrar que es un gánster, pandillero o marero. Ser único, visible, reconocible como tal; posiblemente para asustar al enemigo. Conviene usar ropa hip hop lujosa y joyas, preferiblemente de oro. Se trata de distinguirse por su estilo de vestir y una estética corporal heredada y posiblemente transmitida de una generación a otra. Así, ya en la década de 1930, con sus trajes de colores brillantes y un sombrero decorado con una pluma, la elegancia inconformista de los pachucos se convirtió en un estilo de vestir para generaciones de mexicanos que se unieron a las pandillas en las décadas siguientes (Vigil, 2002).

Los antiguos miembros de la mss se inspiran en el mundo del heavy metal: pelo largo, camisetas Iron Maiden o Metallica, vaqueros con agujeros y zapatillas All stars (Savenije, 2009). El estilo hip hop se impuso más tarde en las maras, así como en otras pandillas latinoamericanas; con él vino el desarrollo de los tatuajes. Grupos de pares, los mareros son hombres muy jóvenes muy visibles en las calles de San Salvador o de la ciudad de Guatemala debido a sus tatuajes. Esta marca corporal de exhibición es bien conocida, aunque sea ahora menos practicada para evitar las políticas de encarcelamiento “por tatuado”. El tatuaje marca la pertenencia al grupo y vincula al individuo con el colectivo, simbolizando la entrada en la mara como un acto sin retorno. Las jóvenes pandilleras desarrollan también una amplia gama de juegos con la apariencia que marcan su pertenencia al grupo (color de la ropa, del pelo, del maquillaje, tatuajes), además de servir de distinción (Mendoza-Denton, 2008).

Aparte del cuerpo y su apariencia, es sobre todo el género que marca los cuerpos de los miembros de gangs. Aunque las mujeres son minoría, su presencia se observa en muchos de ellos, por ejemplo, en las pandillas de Guatemala, Nicaragua y México20. En el caso particular de las maras, se considera que casi el 40 % de los mareros son en realidad mareras, mujeres jóvenes21. Rara vez en puestos de mando, las jóvenes participan activamente en la vida de los gangs, contradiciendo la idea común y errónea de que el gang es solo “cosa de hombres”. Una de las funciones tradicionales de las mujeres es “limpiar” a los hombres, es decir, llevar armas o drogas para que la policía no pueda capturarlos. Además de sus funciones sexuales y de cuidado, también pueden participar en actividades económicas, sociales e incluso violentas, dentro de las peleas.

Al igual que los hombres, deben someterse a un rito de iniciación de entrada, a menudo incluyendo violencia y abuso sexual. La violencia de estos ritos de paso y la importancia de la dimensión de género del ritual, marcan una organización muy específica de estas relaciones de género, donde prevalecen el machismo y los mecanismos de reproducción de la masculinidad. Como lo señala Adam Baird con el caso colombiano (Baird, 2012), la figura masculina domina el espacio concreto y simbólico de los gangs, que proyectan fuera de sí un imaginario de poder masculino, donde el líder de una pandilla aparece como símbolo de un modelo hegemónico de éxito masculino que combina el poder, el respeto, el dinero, las armas y el acceso a las mujeres.

Como resultado, los miembros femeninos de los gangs tienen que adaptarse a este ethos masculino y soportar el peso de la dominación masculina sobre sus cuerpos. Algunas optan, en oposición a estas reglas implícitas, por la creación de bandas de mujeres. Según Karen Ceron Steevens, las bandas de mujeres están aumentando en Colombia (Cerón Steevens, 2018), en particular en Bucaramanga, región de Santander. Estos grupos de adolescentes se caracterizan por un espíritu corporal ostentoso y brillante (vestidos cortos y escotes profundos, maquillaje muy visible, prendas de vestir de marca, etcétera), la búsqueda del respeto a través de la elección de un compañero “poderoso” y la violencia de sus peleas con cuchillos para defender territorios o incluso resolver conflictos pasionales.

Experiencias transformadoras, salir del gang

Es posible identificar varias etapas en el recorrido biográfico de un pandillero: períodos en los que la pertenencia es central; luego, períodos de distanciación; posiblemente experiencias en prisión; intentos de “volver al camino recto” con períodos de trabajo; y, finalmente, salidas del gang. La vida de un pandillero, “pandilla” o mara, implica negociaciones al interior de su grupo, en las que se regulan los conflictos, pero también negociaciones con el entorno cercano, la familia y posiblemente los centros, asociaciones u otras estructuras religiosas, judiciales o policiales que intentan “sacar” al pandillero de su gang.

Diferentes experiencias transformadoras explican las elecciones hechas por los miembros de gangs. Las historias de vida de estos jóvenes muestran una variedad de caminos individuales dentro del grupo: son fuertemente dependientes tanto de las características del gang y de las condiciones que lo rodean durante su pertenencia al grupo, así como ciertas experiencias (la prisión, etcétera) pueden constituir verdaderas rupturas.

Al contrario de una creencia popular según la cual “solo se sale muerto” de una mara, sí se puede salir de un gang. Proceso complicado, que resulta muchas veces de la madurez: los miembros de gangs envejecen y pasan a otra cosa. Pero todos no tienen las mismas oportunidades. Así, en las maras, se gana el “derecho a calmarse”. También es mucho más fácil salir para quienes han tenido una posición de poder dentro del gang. Las investigaciones realizadas en América Latina muestran que, para los miembros activos que optan por una estrategia de salida, ya sea temporal o permanente, la vía más eficaz es la conversión religiosa, generalmente evangélica (O’Neill, 2015). Por ejemplo, la conversión evangélica es una de las pocas vías de salida disponibles (además de la migración o de la muerte) en El Salvador, Guatemala y Honduras, porque permite la adopción de una nueva personalidad frente a los comportamientos pandilleros (Rocha, 2008). Las experiencias traumáticas también pueden marcar el paso de una etapa a la siguiente y el alejamiento del gang.

El gang y los otros

Un miembro de gang no se separa completamente del grupo social más amplio (vecindario, familia, amigos) en el cual está integrado y con el que mantiene vínculos y relaciones regulares, con la frontera entre la legalidad y la ilegalidad (Auyero et al., 2015), mientras es miembro de gang. En el caso estadunidense, Martin Sánchez-Jankowski propone analizar el gang como una organización con modos de estructuración específicos a las clases proletarias (Sánchez-Jankowski, 1991). En particular, se interesa en las condiciones sociales, ambientales y organizativas que pueden o no favorecer la entrada del gang en la economía ilegal, el tráfico de drogas o la violencia callejera. Esto se distingue claramente del trabajo de los criminólogos que se centran en los efectos “desorganizadores” de los gangs sobre su contexto, más que en su existencia como elementos de un conjunto social más amplio al que pertenecen. En el caso nicaragüense, Rodgers también señala que las pandillas han desempeñado, durante mucho tiempo, un papel protector y atento al vecindario. Hijos del barrio, los pandilleros mantienen una serie de relaciones estrechas que pueden llevarlos a desempeñar importantes funciones sociales, aunque no encajan exactamente con la figura de los “bandidos sociales” descrita por Hobsbawm (Hobsbawm, 2003). Por último, algunos trabajos recientes como los de Katherine Saunders-Hastings (2018), muestran que esta relación estrecha puede cambiar y transformarse negativamente: en la ciudad de Guatemala, los mareros -ex protectores del barrio- viven ahora de la extorsión de las poblaciones y empresas locales a punto de haberse convertido en verdaderas empresas criminales de proximidad.

Por lo tanto, las pandillas también pueden ser analizadas como “empresas económicas informales” (Wacquant, 1994). El gang da acceso a una gran cantidad de actividades económicas generadoras de ingresos en un contexto general de escasez de trabajo. Algunas pueden ser legales, como la venta ambulante a pequeña escala, la compra de comestibles, los talleres mecánicos, el alquiler de edificios vacíos, etcétera. A menudo se mezclan con actividades ilegales más visibles y, sobre todo, mejor valoradas en el mundo del gang, que van desde el tráfico de drogas hasta el robo y diversos tipos de extorsión. Esta economía se redistribuye en parte. No sólo favorece a los miembros del gang, sino también a sus familiares, y asociados. Eventualmente, una serie de “responsabilidades” son asumidas por el gang como apoyo respetuoso a los prisioneros (comprando unidades telefónicas, cigarrillos, pagando la pensión alimenticia de los padres en prisión, etcétera). Esta actividad “social” es costosa, y a menudo lleva a los miembros activos a multiplicar sus acciones ilícitas y las fuentes de ingresos más remuneradoras para mantener su nivel de vida y el de quienes dependen de ellos.

Las asociaciones u ong que trabajan para reintegrar a los antiguos miembros suelen formar parte de una amplia red de contactos con las que mantienen vínculos. En El Salvador, estructuras como Homies Unidos (para la reinserción de los antiguos miembros de Barrio 18) y opera (para la ms13), funcionan en cierto modo como satélites de las maras, al menos como estructuras de relevo entre la mara y el mundo exterior. Les permiten aumentar los contactos con el espacio social local, el sector económico legal, el Estado y, a veces, incluso servir como espacios de protección, contribuyendo al mismo tiempo a la formación de un espacio de recalificación llevado por un discurso de rehabilitación que sirve a la salida honorable del gang (Martínez, 2015).

Contra los gangs: las políticas de seguridad

A principios del decenio de 2000, varios paises de América Latina decidieron aplicar políticas de seguridad contra los gangs: Honduras fue el primero en lanzar los planes Libertad Azul (2002-2003) y Mano Dura (2003-2005), seguido de El Salvador con los planes Mano Dura (2003-2004) y Súper Mano Dura (2004-2005), y Guatemala con el Plan Escoba (2003-2004). Estas políticas tienen por objeto controlar las maras y reducir las tasas de homicidio. Brasil, a su vez, se lanza en el desarrollo de fuerzas policiales especializadas en la lucha contra los gangs. Ecuador creó una fuerza especial dentro de la policía nacional, el Grupo Especial Anti-Pandillas (gea), a principios de la década de 2000, para llevar a cabo actividades de inteligencia para identificar y rastrear a los líderes de las pandillas, seguido por la creación de la Dirección Nacional de Policía Especializada para Niños (dinapen), cuya actividad es altamente represiva. En toda América del Sur se aplican políticas de asociación en materia de seguridad. En El Salvador, en particular, estas políticas de seguridad han dominado la agenda política desde 2003 y continúan haciéndolo hasta la fecha. En América Central, las primeras políticas antipandillas condujeron al encarcelamiento de miles de miembros de pandillas (algunos son encarcelados simplemente por llevar tatuajes). En Ecuador, más de la mitad de las detenciones de menores en Guayaquil en la década de 2000 fueron por delitos menores, con antecedentes penales que indican diferentes causas de detención: “grafiti”, “asociación ilícita”, “actitud sospechosa”, “daños a la propiedad privada”, “consumo de drogas”, “insultos públicos”, etcétera.22 En América del Sur, y más aún en América Central, las cárceles están repletas de pandilleros.

Así, las principales megalópolis de América Latina se están convirtiendo en laboratorios de políticas de seguridad (Jones y Rodgers, 2015). Esto lleva algunos investigadores, como Sonja Wolf, a decir que estas políticas antipandillas tienen un objetivo puramente político. Así, en El Salvador, corresponden a una estrategia de contención del partido de izquierda, Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (fmln), entonces bien posicionado en las encuestas, por parte del partido arena en el poder (Wolf, 2017) y lanzada por el gobierno de Francisco Flores (1999-2004) en el período previo a las elecciones de 2004. En El Salvador, los mareros siguen siendo estigmatizados por su “inhumanidad”, dando rienda suelta a un discurso mediático -ampliamente difundido en la sociedad salvadoreña- según el cual es necesario “exiliar” a los mareros a “islas lejanas”23 , o incluso llevar a cabo políticas de “limpieza social”. Es en el análisis de estas políticas represivas en lo que se centra gran parte del esfuerzo de investigación de América Latina sobre las pandillas. Así, instituciones de investigación como la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso), publicaron diversos estudios o informes que analizan estas políticas públicas en la década de 2000, a menudo desde una perspectiva de investigación de acción24.

Los efectos de estas políticas fueron rápidamente percibidos como contraproducentes: las tasas de homicidio aumentan o duplican, pero, sobre todo, desde el interior de las prisiones, las maras refuerzan sus estructuras y desarrollan sus actividades delictivas. De hecho, en los últimos años, como resultado de las políticas represivas, la prisión se ha convertido en el corazón del poder de las maras (Martínez, 2015). En la cárcel se toman las decisiones más importantes, al menos parte de ellas. El papel que juega la prisión en el mundo de los gangs está particularmente bien ilustrado con el ejemplo de los Ñetas (Lamotte, 2018). Es desde la prisión que el líder máximo gobierna el mundo Ñeta. Las cartas y -en menor medida- el teléfono se utilizan para apoyarle en la distribución de sus pedidos a escala internacional. Algunos gangs, como los Ñetas, también se caracterizan por su estructuración transnacional. Las secciones (capítulos) de los Ñetas existen no sólo en Nueva York, sino también en Barcelona, Guayaquil, Ecuador y Puerto Rico. El mundo Ñeta descrito por Martin Lamotte es ciertamente vasto y está impulsado por un orden común, pero al mismo tiempo es heterogéneo, con cuestiones complejas de poder localizado, autoidentificación y una relación variada con las autoridades políticas. En el caso de las maras en El Salvador, la prisión es también el espacio privilegiado de estructuración de la mara, a escala nacional esta vez, ya que las diferentes camarillas se encuentran y se unen durante la experiencia carcelaria.

La entrada en política de los gangs

Por último, uno de los acontecimientos más recientes es, sin duda, la entrada en política de varios gangs. En América Central, el año 2010 marcó el fortalecimiento de las maras tras las políticas represivas de Mano Dura, en particular en El Salvador. Esto último permitió la estructuración nacional de las maras, el fortalecimiento de sus estructuras de poder ahora articuladas y su capacidad para llevar a cabo actividades delictivas. Consideradas durante mucho tiempo como apolíticas, las maras se han ido politizando gradualmente hasta el punto de convertirse, en algunos casos, en interlocutores legítimos del Estado. Las maras ahora defienden un conjunto estructurado de demandas. Inicialmente centradas en las condiciones de vida de los prisioneros, estas demandas se han ido extendiendo gradualmente a la lucha contra las políticas de seguridad y las modalidades políticas de aplicación de la tregua. Juan José Martínez d’Aubuisson describe las diferentes etapas de la estructuración política de las maras en el caso del ms13 (Martínez d’Aubuisson, 2018).

***

Según Jones y Rodgers (2011), las pandillas han ido sustituyendo al comunismo como la principal “amenaza” para la democracia latinoamericana desde el final de la Guerra Fría. Como tales, han servido de foco para intervenciones estatales de gran envergadura, principalmente políticas de seguridad y punitivas, así como políticas de militarización tanto a nivel nacional como regional. En México, el enfoque del discurso público sobre las pandillas, el alarmismo de los medios de difusión y las políticas de seguridad ha reforzado la estigmatización de la categoría “jóvenes”, una categoría problemática cuyas definiciones varían según el contexto y el período de tiempo (Rodgers y Jones, 2007), y a la que se atribuye cada vez más el significado de “pandillero” (Jones, 2013). Con el fin de evitar que los miembros de los gangs sean devueltos a su “extrañeza”, y no solo a su “crueldad”, este artículo tiene por objeto importar -o reactivar- el debate sobre las bandas, latinoamericanas o no, en la esfera académica mexicana para no solo dar a conocer los trabajos existentes sobre el tema en otras latitudes, sino también para fomentar la multiplicación de los trabajos de investigación de tipo etnográficos. La comparación puede desempeñar aquí un papel esclarecedor y solo puede ser apoyada, cuidando de evitar cualquier generalización excesiva (que, por ejemplo, quiera ver que los estudios sobre las gangs en los Estados Unidos describan toda la realidad social de todos los gangs de Latinoamerica) -y evitando al mismo tiempo el cierre de los estudios sobre las áreas culturales sin tener en cuenta las dinámicas comunes. Los jóvenes que se incorporan a estos grupos, tanto hombres como mujeres, también forman parte de su sociedad, están lejos de ser extraños a ella, no merecen ser sus “chivos expiatorios”(Baird y Rodgers, 2015). Las ciencias sociales tienen el deber de tomar en cuenta y analizar para hacer visibles, lejos del sensacionalismo mediático, las realidades sociales que experimentan diariamente estos nuevos outsiders.

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2 Los Pachucos son una pandilla de mexicanos nacidos en los Estados Unidos. Particularmente activos en la década de 1930, algunos grupos permanecieron activos hasta principios de la década de los 1970.

3 Este libro, aunque es la base de los estudios sobre gangs en los Estados Unidos, todavía no es un estudio etnográfico como tal, Thrasher utiliza en su mayoría datos de segunda mano. Ver el análisis de: Platt (2003)

4 Para una historia de los estudios sobre gangs en los Estados Unidos, ver: Hagan et al. (1993); Wacquant (1994); Decker y Pyrooz (2015) y Decker (2018). Existe también otros intentos de síntesis, como el volumen publicado bajo la dirección de Scott Cummings y Daniel J. Monti (1993); el de Huff R. C (1990); o más recientemente Hazen y Rodgers (2014).

5 En 2011, recibe el premio de la mejor tesis por la American Sociological Association, el año siguiente es nombrada assistant professor de sociología en la universidad de Wisconsin. Es también conocida por ser la hija de Erwing Goffman (falleció cuando era muy pequeña).

6 En poco tiempo, el libro se volvió un bestseller. Su conferencia televisiva en TED Talks ha sido vista más de 1 700 000 veces: https://www.ted.com/talks/alice_goffman_how_we_re_priming_some_ kids_for_college_and_others_for_prison?language=en

7 Se puede leer una síntesis de la controversia en el New York Times: https://www.nytimes.com/2015/06/06/books/alice-goffmans-heralded-book-on-crime-disputed.html

9 Después de un primer artículo acusador “Ethics on the Run” en el periódico The New Republic, el profesor de derecho Steven Lubet, uno de sus principales opositores, va a acusarla en un artículo de junio 2015 por intento de asesinato con premeditación: https://newrepublic.com/article/121958/sociologist-alice-goffman-denies-murder-conspiracy-run

10 En Francia, la controversia fue resumida en diferentes artículos: (Portilla, 2016; Haapajärvi, 2016)

11 Existe toda una tradición de reflexión metodológica sobre la investigación de campo en contextos violentos, en Francia como en los Estados-Unidos. Ver por ejemplo los números especiales de revistas: (Cefaï y Amiraux, 2002; Boumaza y Campana, 2007)

12 Es con el objetivo de invitar y participar en la reflexión sobre el trabajo de campo que se dio en Sciences po Lyon (Francia) el congreso intitulado “Gangs, maras et bandits. Pour une ethnographie du phénomène en Amérique Latine” en junio 2017, coorganizado por los politólogos Maya Collombon (Sciences po Lyon) y David Garibay (Universidad Lyon 2). La intención era precisamente reunir investigadores latinoamericanos, norteamericanos y europeos con el propósito de pensar la cuestión etnográfica en el estudio de los gangs latinoamericanos. Agradecemos a todos los investigadores presentes en esta ocasión: Scott Decker (School of criminology and Criminal Justice, Arizona State University, usa) ; Juan José Martinez d’Aubuisson (Universidad del Salvador) ; Adèle Blazquez (ehess iris Paris) ; Thiphaine Duriez (Universidad Lyon 2) ; Katherine Saunders-Hastings (Institute of the Americas, University College London, uk) ; Mo Hume (Universidad de Glasgow, uk) ; Dennis Rodgers (Graduate Institute for Development, Genève, Suisse) ; Karen Nathalia Ceron Steevens (Universidad del Rosario, Colombia) ; Paolo Grassi, (Universidad de Padova, Italia) ; Martin Lamotte (ehess Paris).

13 La descripción de su método de investigación en contexto violento es detallada en el libro escrito con base en su tesis doctoral (Grassi, 2018)

14 Como lo reconocen investigadores que no hacen etnografía: (Huhn et al., 2006). Para una discusión metodológica de este tema, ver (Rodgers y Jones, 2007).

15 Esta relación entre gangs y ciudad ya fue subrayada por Thrasher (1927), y luego por los investigadores de la escuela de Chicago especializados en el estudio de los gangs como Clifford Shaw y Henry McKay (1942) o también William Foote Whyte (1943). Entre otras condiciones urbanas favorables al desarrollo de los gangs se subraya: el crecimiento urbano desorganizado, la concentración demográfica, la marginalización de los barrios, la fuerte competencia sobre recursos limitados. Ver, entre otros, el trabajo de Martin Sanchez-Jankowski (1991).

16 Texto original: “Today’s youth gang might become a drug posse tomorrow, even transform into an ethnic militia or a vigilante group the next day”.

17 Un buen resumen de la historia de las maras está en: Martínez (2015).

18 Al inicio de los años 2000, numerosos autores hablan de unos 200 000 mareros a la escala regional. Estos datos son sujetos a discusión, el PNUD por ejemplo contabiliza más bien 60 000 mareros activos en toda América Central (Informe para el desarrollo 2010, San Salvador, PNUD, 2010, pp. 106-112), mientras que la policía nacional salvadoreña habla por su lado de 10 000 mareros en el Salvador. La dificultad de ponerse de acuerdo sobre los datos tiene mucho que ver con la definición dada a la categoría de “pandilleros” o marero, y depende por ejemplo de si se contabiliza o no los simples colaboradores o los colaboradores ocasionales, etc.

19 Los datos estadísticos son pocos fiables en Latinoamérica. Muchas veces son estudios independientes que permiten tener algunos datos cuantitativos de fiabilidad media. Por ejemplo, en 2004, la ong brasileira Observatorio de Favelas (www.observatoriodefavelas.org.br) hacía un estudio de 34 favelas de Río de Janeiro, con entrevistas a más de 230 miembros de gangs, y se registró que los jóvenes se situaban en una media de edad entre 11 y 24 años. Dos años después de este estudio, 20 % de ellos habían muerto (De Souza et al., 2009).

20 El interés por la presencia de las mujeres en los gangs se ha confirmado en los últimos años, ver el trabajo pionero de Anne Campbell (1991).

21 Estos datos por supuesto dependen de una manera de fijar la pertenencia al grupo. Aquí se trata de una adhesión amplia a la mara.

22 Sobre un total de 19 640 detenidos, 10 141 arrestos de menores de edad correspondientes a las “prácticas pandilleras” citadas, datos provenientes de los reportes de policía de la dinapen. Ver: (Santillán y Varea, 2014).

23 En junio 2010, un plan de seguridad presentado por arena proponía instalar una cárcel para mareros considerados peligrosos en la isla Martin Pérez. (C. Martínez, 2010)

24 Por ejemplo, en Ecuador: (Torres, 2006).

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Profesora-investigadora en Sciences Po Lyon, donde dirige el Diploma sobre América Latina y el Caribe (DEALC). Socio-antropóloga, es miembro del laboratorio Triangle (Lyon, Francia). Su investigación se centró en las transformaciones de las políticas de desarrollo en México y América Central a principios de la década de 2000 y las consiguientes movilizaciones transnacionales, en particular de los actores indígenas. Esta reflexión la llevó a cuestionar el activismo zapatista en términos de carreras militantes y de politización en las zonas rurales. Ha trabajado sobre el autoritarismo cuestionando las formas hegemónicas de poder de los últimos mandatos de Daniel Ortega en Nicaragua a través de un estudio sobre la transformación de los sistemas de votación, analizando la relación entre el Estado y sus poblaciones indígenas, utilizando un enfoque etnográfico. También es la iniciadora de una reflexión colectiva sobre la violencia de las pandillas en América Central, centrada en los cursos de vida y la socialización de la violencia.

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