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Cultura y representaciones sociales

On-line version ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.14 n.28 Ciudad de México Mar. 2020  Epub Feb 21, 2022

 

Artículo (Casos)

Trabajo y sentidos sobre la desigualdad. Retraducciones simbólicas de la estructura social. Gran córdoba. 2012-2015

Work and senses about inequality. Symbolic retranslations of the social structure. Great cordoba. 2012-2015

Gonzalo Assusa* 

* Instituto de Humanidades - CONICET - Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Licenciado en Sociología. Doctor en Ciencias Antropológicas. Becario Posdoctoral de CONICET. Profesor Titular de Elementos de Sociología en la Facultad de Artes de la UNC.


Resumen

El presente artículo se enmarca en un proyecto de investigación más amplio que tiene como objetivo el análisis y la interpretación de procesos de distinción simbólica en torno a las desigualdades de clase en familias de Gran Córdoba. Este texto en particular vuelve sobre la dimensión laboral para desarrollar un análisis sobre los sentidos vividos en los procesos de estructuración social de las desigualdades ¿Cómo las desiguales condiciones socio-laborales se traducen en diferencias significativas de valor y virtud entre las personas? Los análisis de este artículo parten de una serie de materiales empíricos individual y colectivamente producidos: 1) el procesamiento estadístico con técnicas multivariadas de las bases de datos de la Encuesta Nacional de la Estructura Social del PISAC para los años 2014-2015 como primer acercamiento “objetivo” a las posiciones del espacio social a partir del cual se construyeron los perfiles medios para el trabajo de campo cualitativo; 2) realización y análisis cualitativo de 110 entrevistas en profundidad. En el texto, primero presento las principales herramientas conceptuales: las nociones de habitus de clase y distinción Luego caracterizo la construcción analítica de las clases sociales en Argentina. A continuación, presento los principales lineamientos metodológicos y analíticos del estudio. Finalmente, presento un análisis de los sentidos sobre la desigualdad de clase mediado por las valoraciones y apreciaciones sobre las tareas y los saberes laborales.

Palabras clave: Trabajo; desigualdad; clases sociales; habitus; distinción

Abstract

This paper is part of a broader research project that aims to analyze and interpret processes of symbolic distinction around class inequalities in families of Gran Córdoba. This particular text deals with the labor dimensions to develop an analysis about lived senses in the processes of social structuring of inequalities. How unequal socio-labor conditions translate into significant differences in value and virtue among people? The analysis of this article starts from a series of empirical materials individually and collectively produced: 1) the statistical processing with multivariate techniques of the databases of the National Survey of the Social Structure of PISAC for the years 2014-2015 as a first “objective” approach to the positions of the social space from which the average profiles for qualitative field work were constructed, 2) the realization and qualitative analysis of 110 in-depth interviews. In the text, first I present the main conceptual tools: the notions of habitus of class and distinction Then I characterize the analytical construction of social classes in Argentina. Next, I present the main methodological and analytical guidelines of the study. Finally, I present an analysis of the meanings about class inequality mediated by the valuations and appraisals about the tasks and labor knowledge.

Keywords: Work; inequality; social classes; habitus; distinction

Introducción

El presente texto analiza la retraducción simbólica de las desigualdades de clase en familias de Gran Córdoba, tomando como eje la dimensión laboral de la estructuración social de las desigualdades. En las páginas subsiguientes, por tanto, exploraré las siguientes preguntas-problema: ¿Cómo las desiguales condiciones socio-laborales se traducen en diferencias significativas de valor y virtud entre las personas? ¿Cómo la valoración desigual de las tareas y los saberes laborales dota de sentido las desigualdades estructurales en el espacio de las clases sociales?

Las investigaciones más difundidas en el abordaje de la dimensión simbólica de la desigualdad en sus distintas variantes -estudios sobre percepción y autoadscripción de clase (Grimson, 2015), sobre culturas de la desigualdad (Crutchfield y Pettinicchio, 2009), sobre principios de justicia distributiva (Kessler, 2007) e impositiva (Grimson y Roig, 2011)- presentan la característica metodológica común de indagar sobre sentidos y tomas de posición en torno a situaciones hipotéticas, postuladas o creencias manifiestas. Los trabajos de Kessler (2007) y Grimson (2015), por ejemplo, están basados en datos sobre situaciones hipotéticas de asignación de recursos (bajo qué criterio se seleccionarían personas para un aumento de salario si…) o creencias explícitas sobre las causas de la riqueza o de la pobreza o sobre la clase social en la que se ubicarían los encuestados/entrevistados.

El principal problema de esta estrategia metodológica es que, en cierta forma, asimila la adscripción a principios abstractos de igualdad/desigualdad y la efectiva orientación práctica de las acciones sociales. La apuesta de la investigación que sustenta el presente texto es el abordaje de justificaciones morales de situaciones, contextos y trayectorias efectivamente vividas, como prácticas sociales en sí mismas, resultado de disposiciones incorporadas (habitus de clase) que orientan a percibir y analizar las distancias sociales de modos situados y socialmente construidos.

Los datos y la información incluida en el análisis de este artículo surgen de un trabajo de campo realizado entre 2012 y 2015. En ese período participé junto a otros investigadores de la realización colectiva de un total de 110 entrevistas en profundidad1, con integrantes de familias2 de las distintas posiciones de clase de Gran Córdoba (precariado, clase trabajadora, clase media y elite).

El conjunto de este material cualitativo se inserta en una estrategia de triangulación metodológica cuyo punto de partida reside en un procesamiento estadístico con técnicas multivariadas de las bases de datos de la Encuesta Nacional de la Estructura Social del PISAC3 (ENES-PISAC) para los años 2014-2015 como primer acercamiento “estructural” a las posiciones del espacio social y a la multiplicidad de relaciones que constituyen sus principales factores de desigualdad. Esto permitió seleccionar “casos” para entrevistar en relación a los parangones o perfiles-medios de cada clase de familias estadísticamente construidas.

La realización de entrevistas en profundidad dio acceso a una perspectiva global del conjunto diverso de prácticas (laborales, educativas, habitacionales y de consumo) a partir del cual cada familia produce y reproduce la estructura patrimonial de sus capitales, asociada a determinadas clases y fracciones de clase definidas a partir del análisis estadístico. Las entrevistas indagaron sobre esta amplia gama de prácticas y estrategias con el objetivo de captar su carácter articulado, relacional y sistemático, tomando como punto de partida la perspectiva conceptual de las estrategias de reproducción social (Bourdieu, 2011c). De manera complementaria, las entrevistas también abordaron el modo en el que los agentes significan, legitiman, explican o cuestionan moralmente sus posiciones consolidadas, sus trayectorias, sus carencias y las de otras familias. En otras palabras, indagaron sobre sus posiciones, trayectorias y apuestas, pero también sobre sus justificaciones/impugnaciones morales movilizadas en el mismo proceso social total, traduciendo desigualdades laborales en diferencias de sentido, de valor y de virtud entre las personas.

El texto se organiza en cuatro partes. En la primera, presento las principales herramientas conceptuales que hacen sentido en el análisis: las nociones de habitus de clase y distinción como retraducción simbólica de las desigualdades materiales. En la segunda, caracterizo la construcción analítica de las clases sociales en Argentina para este estudio a partir de un procesamiento estadístico multivariado de datos con el objetivo de poner de manifiesto el perfil sociológico de los entrevistados del estudio. En la tercera, presento los principales lineamientos metodológicos y analíticos del estudio. Finalmente, construyo un análisis de los sentidos sobre la desigualdad de clase mediado por las valoraciones y apreciaciones sobre las tareas y los saberes laborales, vinculando los relatos de las entrevistas a las posiciones y disposiciones de clase previamente definidas en la descripción del espacio social.

Las retraducción simbólica de las desigualdades de clase desde la perspectiva de la teoría de la práctica

El habitus de clase como disposición práctica para la retraducción significativa de la desigualdad

En su vida cotidiana las personas viven experiencialemnte una multiplicidad de relaciones sociales (interaccionales y estructurales) desiguales y sedimentan tipificaciones que les sirven para la definición de situaciones y la elección de cursos de acción. Como sostiene Grimson (2011), estos sedimentos poseen un estatuto epistemológicamente objetivo y ontológicamente (inter)subjetivo (Grimson, 2011: 159).

La teoría de la práctica explora la compleja correspondencia entre las divisiones “objetivas” del mundo social -estructuras sociales- y sus principios de visión y división -estructuras mentales- (Wacquant, 2005; Ortner, 2006), es decir, entre la desigualdad estructural y los sentidos vividos de la desigualdad. El modo en el que las personas tramitan su posición social traduciendo significativamente las desigualdades materiales (Sewell, 2005), para esta perspectiva, tiene un anclaje estructural. La categoría de habitus constituye un punto de apoyo que permite rearticular analíticamente los principios generadores de la práctica (Wacquant, 2005; Gutiérrez, 2012) y los cursos de acción y percepción socialmente disponibles para un conjunto de agentes (Swidler, 1986). Resultado de la incorporación de las estructuras objetivas a partir de la experiencia de la posición social ocupada (Wacquant, 2012), este principio generador de estrategias (Gutiérrez, 2012), históricamente constituido en forma de disposiciones duraderas y trasladables (Bourdieu, 2010), permite abordar líneas de continuidad y recurrencia en situaciones cambiantes.

Entiendo al habitus de clase como un esquema de percepción y acción que organiza las apropiaciones diferenciales de un acervo simbólico común y por ello funciona como principio unificador del conjunto de experiencias y significaciones de la desigualdad que los agentes desarrollan en su vida cotidiana. Así, aparece como la unidad práctica de un conjunto de relatos, explicaciones, clasificaciones y enclasamientos, que resultan de la transfiguración simbólica de la estructura de posiciones o, lo que es lo mismo, de la producción de sentidos vividos sobre las desigualdades materiales.

[…] la representación que los agentes se hacen de su propia posición y de la posición de los otros en el espacio social (así como por lo demás la representación que dan de ella, consciente o inconscientemente, por sus prácticas o sus propiedades) es el producto de un sistema de esquemas de percepción y de apreciación que es él mismo el producto incorporado de una condición (es decir de una posición determinada en las distribuciones de las propiedades materiales y del capital simbólico) y que se apoya no sólo en los índices del juicio colectivo sino también en los indicadores objetivos de la posición realmente ocupada en las distribuciones que ese juicio colectivo toma en cuenta (Bourdieu, 2010: 225).

La economía de los bienes simbólicos

En este esquema teórico, los sentidos vividos sobre la desigualdad material -lo que, de algún modo, Bourdieu llama distinción- no se reducen a un mero simbolismo epifenoménico, sino que funcionan también como vectores estratégicos con peso propio, es decir, articulados sistemáticamente en la puesta en juego de una variedad fenoménica de acciones muy distintas para producir y reproducir la posición social de los agentes y, en este mismo acto, la estructura social toda (Bourdieu, 2006; Gutiérrez, 2005; 2012). En otras palabras, hacer sentido de una posición desigual es, también, un hacer: el de consolidar simbólicamente desigualdades objetivamente dispuestas en una distribución estructural; el de ofrecer garantías de valor acumuladas e incorporadas por los agentes como respaldo de sus pretensiones y posiciones; el de representar las actitudes y virtudes más aptas para un puesto; el de legitimarse entre los pares y sumar, al resto de los recursos, el del respeto y la dignidad, etcétera.

Por ello, es necesario analizar el lugar que los valores asociados al trabajo (la maña, la creatividad, la honestidad, la realización, etc.) ocupan en la construcción de diferencias significativas sobre las relaciones de desigualdad, pero también en la legitimación de las posiciones sociales “adquiridas”, en la determinación del valor de las personas y en su inserción en el mercado laboral.

El habitus de clase de cada uno de los agentes del sistema relacional que investigo, en tanto esquema de precepción y apreciación, no sólo dispone a la producción de “sentidos sobre el propio lugar” y sobre el lugar de los demás en el espacio social, sino que inserta estos sentidos (en tanto “sentidos de clase”) en la inteligibilidad moral de la distribución de los recursos sociales: califica la manera en la que los beneficios se distribuyen diferencialmente entre las distintas posiciones sociales, como justa o injusta. Las prácticas de distinción no sólo versan sobre los lugares y las distancias, sino que explican e interpretan las razones de las proximidades y los alejamientos, impugnan su justicia, la disputan, la negocian. Y para esto, echan mano a un repertorio cultural (Swidler, 1986) compuesto fundamentalmente por lo que Thompson denominó “nociones legitimadoras” (Thompson, 1993; Manzano, 2007), acerca del merecimiento de los recursos poseídos, del valor de los mismos y de la dignidad e indignidad de semejantes y ajenos. La hipótesis que atraviesa toda mi investigación estriba en que el trabajo ocupa el centro articulador del sistema de nociones legitimadoras del espacio social cordobés.

En este sentido, Bourdieu sostiene4 que las oposiciones simbólicas (al estilo de lo “alto” y lo “bajo”, lo “moral” y lo “inmoral”, la “dignidad” y el “dis-valor”) remiten a oposiciones homólogas del orden social, a razón de la misma relación que vincula las estructuras cognitivas con las estructuras sociales, o lo que es lo mismo, los principios de división con las divisiones sociales (Bourdieu, 2006). Así, el conocimiento del mundo social -como conocimiento socialmente construido del mundo- forma parte del objeto de investigación que construyo y abordo, en conexión con la categoría de habitus: la percepción de los lugares y las distancias sociales que se encuentra en los relatos y explicaciones sobre trayectos y situaciones vividas, en tanto actividades estructurantes que funcionan en la práctica y para la práctica, son a la vez actos enclasables (insertos en un sistema relacional) y actos de enclasamiento (de agencias de clasificación, valoración y valorización).

De esto se sigue que “Una clase se define por su ser percibido tanto como por su ser” (Bourdieu, 2006: 494). Las prácticas de distinción a partir de las cuales las dignidades, merecimientos y el valor social son negociados entre los agentes de la estructura social, ponen de manifiesto la manera en la que la lucha por las distribuciones es inseparable de la lucha por las clasificaciones (Bourdieu, 2010: 227)5.

En este sentido, las indagaciones sobre las disputas por el valor simbólico de las personas en torno al trabajo como estructura y valor transferible a múltiples escenas sociales, van paralelas a la pregunta por la rearticulación estratégica de estas disputas: los sentidos vividos en torno a la desigualdad de clase son, para esta investigación, resultado de la relación entre la distribución estructural y la clasificación simbólica en las trayectorias vitales de estos agentes sociales, síntesis dialéctica de la producción material de sus recursos y posiciones y de la reproducción simbólica en la totalidad de su vida.

Combessie sitúa este proceso en el contexto del mercado de trabajo:

El valor de la fuerza de trabajo aparece como el producto de un trabajo social de valorización que compromete un conjunto de estrategias individuales y familiares, sostenidas y prolongadas por redes de alianzas de especificidad y geometría de las variables. [...] Este trabajo de valorización supone desvíos. Comprender los fundamentos sociales del valor, lo que revelan y disimulan los títulos socialmente producidos al empleo, supone a la vez tomar distancias en relación al momento y lugar de la colocación (y especialmente no encerrarse ni en la esfera de la producción ni en el mercado de trabajo) y analizar en su especificidad las estrategias de hacer-valor y de acumulación de crédito de las clases y fracciones de clase (Combessie, 1989: 105)6.

Las estrategias de distinción (es decir, de transmutación de relaciones de fuerza en relaciones de valor) se insertan en el conjunto de prácticas que los agentes despliegan para proveerse de recursos económicos, para acceder a puestos de trabajo disponibles en el mercado laboral, para acumular los recursos que circulan en su medio social, para viabilizar su promoción escolar y para resolver airosamente conflictos y acusaciones que pudiesen pesar sobre ellos en estas distintas escenas sociales.

Una descripción del espacio de las clases sociales en Córdoba, Argentina

Como hemos desarrollado en detalle en otras publicaciones (Assusa, 2017b; Assusa y Jiménez Zunino, 2017), el espacio social como sistema relacional -producto analítico de un procesamiento estadístico combinando Análisis de Correspondencias Múltiples y Clasificación Jerárquica Ascendente- resulta un modo eficaz de visualización de la configuración de las desigualdades sociales en un contexto específico, y habilita la construcción de hipótesis interpretativas sobre las condiciones y estrategias en las que se producen y reproducen las desigualdades materiales y simbólicas (Gutiérrez y Mansilla, 2015).

En este caso, la construcción de un espacio a partir de la base de microdatos de la ENES-PISAC correspondiente a los años 20142015 con un corte de cuatro clases sociales sirvió para la definición de parangones y perfiles de las familias y de los Principales Sostenes del Hogar (PSH) a ser entrevistados, además de poner en evidencia algunas tendencias estructurales y distribuciones desiguales que sirven para interpretar las prácticas, los relatos y las justificaciones emergentes en las entrevistas.

A continuación, caracterizo estas clases de familias y explicito en cada una los perfiles de PSH seleccionados para entrevistar en el trabajo de campo cualitativo7.

Clase 1. Precariado8

La primera clase (con un 27,95% del total de los hogares) está constituida por los hogares más desposeídos del espacio social, comúnmente definidos en América Latina por la categoría de marginalidad. Las familias típicas o perfiles estadísticos en esta clase poseen un único referente o PSH adulto y mujer, con bajo capital escolar, insertas en empleo doméstico, generalmente en condiciones informales, precarias y sin afiliación sindical, con tareas laborales descalificadas.

Son familias con presupuestos económicos muy limitados y fuertes privaciones en bienes y consumos, en términos residenciales y de vivienda, y asociadas a la percepción de ayudas sociales y transferencias monetarias, fundamentalmente la Asignación Universal por Hijo (AUH). Sus trayectorias familiares también se ven signadas por la inestabilidad de su acumulación de recursos materiales.

Los referentes entrevistados para esta posición presentan inserciones típicamente precarias y signadas por el cuentapropismo. Entre las mujeres referentes, entrevistamos personas empleadas en las áreas de cuidado de personas, empleo doméstico y costurería. Para los varones, empleos relacionados con la construcción (albañil, carpintero, pintor de obra) y ramas afines (jardinero). Las entrevistas de esta clase incluyen una importante cantidad de jóvenes que no ofician de Jefes de Hogar, y sobre cuya trayectoria y prácticas también se indagó.

Clase 2. Clase obrera o “clase trabajadora”

La segunda clase (con un 29,73% del total de los hogares) está constituida por lo que los estudios clásicos han denominado clase obrera o clase trabajadora en Argentina o working class en el mundo angloparlante, y junto con la posición previa, constituyen el heterogéneo mundo de las clases populares. Las familias típicas en esta clase poseen más de un referente adulto, PSH varones en puestos operativos, tanto en condición de asalariados como de cuentapropistas. Estos trabajadores tienen una inserción laboral asociada al sector privado, fundamentalmente en las ramas de la construcción, la industria y el comercio, y en menor medida de transporte y logística. Estos hogares declaran ingresos medios y también perciben la AUH y otros formatos de “ayuda social”. Poseen un capital moderado (asociación a la tenencia de maquinaria pero no de vehículo o local, por ejemplo) relativo a sus ocupaciones, con uso de maquinaria en sus tareas, sin supervisión del trabajo de otras personas. Sus PSH poseen también un bajo capital escolar.

Los referentes entrevistados para esta posición de clase poseen una diversidad propia de la composición numerosa e intermedia del grupo. Un conjunto de entrevistados representa el imaginario clásico de la clase obrera: operarios de fábrica de diversas ramas (automotriz, cerámica, autopartes, metalurgia) y choferes de camión o autobús. Otro conjunto de entrevistas fue realizado a trabajadores autónomos con oficio (mecánico, jardinero y pintor), taxistas o pequeños emprendedores (jubilada dueña de una panadería, joven dueño de una sandwichería). Más allá de sus actuales inserciones, todos poseen en alguna medida trayectorias familiares relativamente modales y vinculadas a la fracción más “estabilizada” de las clases populares.

Clase 3. Cuadros técnicos/intelectuales o “clase media”

La tercera clase (con un 30,13% del total de los hogares) se caracteriza de manera homóloga a lo que los estudios clásicos han denominado pequeña burguesía o sectores medios. Las familias estadísticamente típicas en esta clase -muchas veces unipersonales o con pocos miembros- poseen PSH con calificación ocupacional técnica e inserción laboral formal y estable, enmarcados en convenios colectivos de trabajo, afiliados a sindicatos y con tareas de supervisión del trabajo de otros, fundamentalmente en el ámbito estatal, en las ramas de la administración pública y la enseñanza, y en menor medida en servicios sociales y salud. Estos PSH poseen ingresos medios-altos, con acceso a servicios financieros y bancarios. Además tienen un capital escolar consolidado, muchas veces nivel terciario completo. Viven en barrios residenciales con pleno acceso a servicios públicos y tienden a contratar servicios de empleo doméstico.

Los entrevistados de esta clase se reparten entre docentes de diversos niveles, médicos y funcionarios judiciales. Este grupo presenta un particular vínculo con el ámbito público como espacio privilegiado de inserción laboral (con todo lo que implica a nivel de mecanismos de selección y promoción en la dinámica del Estado), y en muchas ocasiones también de trayectoria educativa. Los entrevistados de esta posición, por otra parte, también contemplan diversos cuadros técnicos y directivos del sector privado (analista de producción, empleado contable, empleado de ventas, técnico informático, gerente de pequeña empresa familiar). Si bien presentan ingresos acordes a su posición, éstos no permiten condiciones de estabilidad extraordinarias. Sus apuestas se concentran (con diversos formatos) en la acumulación y valorización de capital cultural.

Clase 4. Elite

La cuarta clase (con un 12,19% del total de los hogares) constituye lo que Pierre Bourdieu identificaba como los dominantes del campo de poder, las familias con mayor patrimonio en todo el espacio social. Los parangones de esta clase son familias con PSH varones de más de 50 años, con calificación profesional, insertos en posiciones de propiedad de empresas y puestos de dirección y funcionariado, con supervisión del trabajo de otras personas, particularmente en la rama de servicios privados. Muchos de estos puestos son autónomos, con capital y registro formal (al igual que los asalariados de esta clase). Muchos de ellos (particularmente los funcionarios) tienen en el sector público su ámbito laboral por excelencia. Esta diversidad da cuenta de distintas fracciones en su interior: funcionariado profesional del sector público, profesionales autónomos y directivos del sector privado. Presentan los niveles de ingreso monetario más altos del espacio social y perciben, además de sus ingresos laborales, también ingresos por rentas. Se caracterizan por un alto capital escolar (universitario) y un amplio acceso a bienes y servicios.

Para esta posición de clase se entrevistaron referentes en puestos de dirección, cuadros jerárquicos y puestos de alta calificación en la administración pública. Como representativos del sector privado se entrevistaron puestos de alta calificación, consultores y asesores técnicos, como así también empresarios.

El enclasamiento del conjunto de hogares relevados por la ENES en estas cuatro clases implica un primer nivel de agregación de condiciones sociales homogéneas en las cuales se espera encontrar prácticas homólogas, resultados de disposiciones sociales comunes a cada posición -en un sentido siempre relativo y probable-. Cada una de estas clases es pasible de ser explorada con mayor profundidad en las fracciones de clase que albergan.

Estrategia metodológica para el trabajo de campo y el análisis del material cualitativo

El diseño del trabajo de campo cualitativo del estudio (entrevistas en profundidad) tuvo en la construcción del espacio social cordobés su marco social estructural -a la vez que su marco sociológico de interpretación articulada de datos de diversa índole-. La selección de personas para la realización de entrevistas en profundidad fue llevada adelante a partir de un criterio combinado de disponibilidad de contactos entrevistables y representatividad de los perfiles de familias con los parangones o perfiles medio de cada clase estadística de familias del espacio y de sus respectivas fracciones.

El guion de las entrevistas relevaba un conjunto muy amplio de prácticas a partir de las cuales las familias reproducen sus posiciones sociales y su patrimonio de capitales: el modo en el que buscaron y consiguieron empleo, sus apuestas educativas y los usos de titulaciones escolares, el modo en el que resolvieron sus necesidades de vivienda, su apropiación del espacio urbano y su vida barrial, sus consumos y usos tecnológicos, sus estrategias financieras y su provisión de ingresos económicos no-laborales, etc. Aunque amplio, este relevamiento se realizó bajo la premisa conceptual de que estas prácticas -cuyo agente colectivo es la familia- presentan una unidad (analítica) de articulación estratégica que contrapesa funcionalmente las tareas domésticas con la inserción laboral y las estrategias educativas: una economía de las prácticas inteligible a partir de la lectura combinada de las posiciones estructurales, las trayectorias de clase y los sentidos vividos de los entrevistados.

Para este artículo, el análisis del material cualitativo se concentró en la búsqueda de regularidades y recurrencias entre los entrevistados de cada clase: primero, en relación a los modos de reproducción de las familias (apuestas, inversión y valorización de capitales) con eje en el ámbito laboral, y luego, en referencia a los repertorios morales, nociones legitimadoras, justificaciones, explicaciones e impugnaciones de sus propias trayectorias, de otras trayectorias y de sus experiencias de la desigualdad social.

Esta estrategia de análisis no implica desconocer las divergencias, diversidades y modulaciones hacia dentro del conjunto de personas enclasadas en una misma clase social9. Sin embargo, el abordaje conceptual a partir de la categoría de habitus implica, justamente, una apuesta por explicar y comprender los sentidos vividos de la desigualdad referentes al mundo del trabajo como producto de un mismo esquema de percepción, anclado en determinadas posiciones de la estructura social pues es, a su vez, producto de su incorporación en forma de disposiciones sociales perdurables y transferibles a una diversidad de escenas sociales.

A partir de estas recurrencias por clase de familias, procedí a agrupar las nociones legitimadoras y relatos que emergieron en las entrevistas, para realizar comparaciones entre clases de entrevistados, haciendo hincapié en las oposiciones o divergencias, y poniendo analíticamente en juego el fuera de foco de la interpretación cualitativa, provisto por el espacio de las clases sociales como telón de fondo y condición de comprensibilidad sociológica de las prácticas desiguales y su significación.

Algunos sentidos de la retraducción simbólica de las desigualdades

Con fines argumentativos, organizaré la descripción y el análisis sobre la transmutación simbólica de las desigualdades en pares de oposición entre los relatos de agentes posicionados en la región dominante del espacio social (elite y clase media) y los relatos de agentes posicionados en la región dominada, subalterna o popular del espacio social (clase trabajadora y precariado). Cada vez que sea relevante, señalaré diferencias internas entre fracciones de estas regiones.

Sentidos sobre las tareas laborales: creatividad, movimiento, burocracia y aburrimiento

En el relato sobre sus actuales inserciones laborales y sobre la trayectoria que llevó a los agentes hasta sus actuales posiciones, los entrevistados se ven en la necesidad de explicar su itinerario, pero también de justificar la legitimidad de sus accesos. Esto provee una aproximación a los patrones generales de valoración que los entrevistados utilizan para edificar su propia estima simbólica.

La cuestión salarial marca grandes distancias hacia dentro de la región dominante, fundamentalmente entre las inserciones de calificación técnica en el sector público y los cargos directivos del sector privado y funcionariado. Entre los primeros, resulta recurrente la percepción de los propios ingresos como insuficientes o magros, fundamentalmente entre aquellos agentes con cierta imagen pública vocacional y de “aporte” a la comunidad (por ejemplo, trabajadores de la salud y la educación). Por esto mismo, la tematización de lo salarial aparece mucho más como denuncia que como elemento de positivización de la propia inserción laboral.

Los datos de la ENES muestran, por ejemplo, que ante la consulta por la apreciación del presupuesto familiar, la respuesta “les alcanza pero no pueden ahorrar” asume valores similares en la clase media (55,4% de las familias de esta clase) y en la clase trabajadora (50,6%). Esta paridad estadística, sin embargo, moviliza sentimientos muy diferentes de insuficiencia e injusticia.

La cuestión de la “creatividad” como patrón esencial de valoración de la propia tarea aparece particularmente en las entrevistas de familias que se posicionan en la región dominante del espacio social. El relato de sus actividades en términos del trabajo como eje vital (“el trabajo es mi vida”) y como espacio de “realización personal” y “libertad”, defiende esquemas de valoración alternativos a los puramente monetarios.

Este tipo de discurso hace particular hincapié en la flexibilidad horaria, en los ambientes de trabajo “relajados”, en la “buena relación con jefes y compañeros” de trabajo, en el “dinamismo”, el “desarrollo intelectual”, el “placer” laboral y el no-aburrimiento con la propia tarea como parámetro de valoración de sus puestos laborales. Su discurso pivotea en un equilibrio tensionado entre la personalización de su vida laboral (la irreductibilidad de su singularidad individual y las “relaciones personales” en el trabajo) y el universalismo de sus aspiraciones (el mérito y los concursos). En estos relatos, los empleos típico-ideales de las ramas más característicamente “obreras” aparecen como referentes imaginarios de ocupaciones negativas y representativas de tareas monótonas, repetitivas, sin emoción, desafíos ni habilidades implicadas.

Los habitus de clase de la región dominante, formados al calor de estas mismas tensiones en trayectorias familiares/modales de clase que se debaten entre la preservación de la individualidad de los agentes y el universalismo de las titulaciones educativas, funcionan como esquemas estructurantes de las reivindicaciones simbólicamente positivas para sí mismos (creatividad, desarrollo, relajación) y de las representaciones sobre las demás posiciones del espacio social en términos de aburrimiento, maquinismo, enajenación, etcétera.

La reivindicación de trabajos “creativos”, de “realización personal” y “fascinantes” aparece en estos relatos acompañada de un discurso fuertemente crítico contra la “burocracia” de las instituciones, contra el “autoritarismo” en los espacios de trabajo y, en general, contra la figura de los trabajadores del Estado (“empleados públicos”). Resulta significativo que los entrevistados de esta posición en particular (clase media), estadísticamente asociados a la inserción laboral en el sector público (Svampa, 2005; Jiménez Zunino, 2015; Assusa, 2017b; Assusa y Jiménez Zunino, 2017), inviertan buena parte de sus energías simbólicas en desmarcarse de las imágenes culturales sobre los trabajadores del Estado. Si bien no hay disponible bibliografía que profundice particularmente este tema, las representaciones simbólicas vigentes sobre los “empleados públicos” (particularmente encarnados en las áreas administrativa y operativa) son mucho más cercanas a la de los trabajadores industriales y del transporte, que a los asalariados profesionales o técnicos del Estado. En algún punto, la particularidad con los “empleados públicos” es el desajuste entre el nivel de ingresos (alto) y su jerarquía simbólica (estigma), en un sentido homólogo al que estudian Grimson y Baeza (2011) para el caso de los trabajadores del petróleo en Comodoro Rivadavia.

En el contexto singular de Córdoba, Argentina, dos casos re sultan paradigmáticos: los empleados del Estado municipal y los de la compañía estatal de energía eléctrica (EPEC), cuyos gremios (SUOEM y Luz y Fuerza) poseen, además de una base de afiliación con ingresos muy superiores al promedio del conglomerado, un poder de choque y una capacidad de movilización entre las más importantes de la ciudad. Por otra parte, las dinámicas de ingreso a estos empleos (en la que los sindicatos han adquirido un derecho consuetudinario a regular traspasos “hereditarios” de cargos públicos) con un fuerte peso de capital social y el uso de redes (Perelman y Vargas, 2013) ha sido objeto de importantes debates y disputas políticas en cada uno de los niveles del Estado.

El reciente conflicto en relación con la paritaria de los trabajadores docentes en 2017 y 2018 en Argentina ha puesto de manifiesto muchas de estas discusiones en torno a los derechos, lógicas y prácticas de los trabajadores del sector público, aunque las condiciones económicas de los docentes resultan bastante diferentes de la figura del empleado público que en estos relatos se evoca.

Sin dudas esta combinación de factores (salarios altos y sindicatos fuertes) contribuye a la demonización de este grupo de trabajadores, a la percepción de “desajuste” y a los esfuerzos simbólicos invertidos en descalificarlos moralmente (y por lo tanto, en desarrollar estrategias fuertes de distinción social al respecto). Nuevamente, el esquema operante en la construcción de una alteridad laboral demonizada organiza los elementos simbólicos en pares asociados a la creatividad y el desarrollo profesional (los propios puestos, en la región dominante) versus la burocracia y el nepotismo (entramados también con los derechos laborales colectivos, la afiliación gremial y los accesos sin mediación de titulaciones o saberes eruditos).

En distintos espacios de interacción situados institucionalmente y particularmente en dependencias estatales (hospitales, lugares de atención al público, oficina de empleo, oficinas de promoción social, etc.) puede observarse la pregnancia y vigencia de este estigma simbólico: el peso de la “vagancia” como categoría moral descalificante -y muy fuertemente asociada al empleado público en el imaginario social- aparece como relevante en el discurso de todas las posiciones del espacio social, aunque asume formatos diversos y habilita el trazado de fronteras diferentes. La reivindicación del trabajo “creativo” por parte de los entrevistados de clase media reafirma su propia estima simbólica, procesando la transfiguración de las desigualdades materiales mediada por sus propios habitus de clase, resultado de la incorporación de sus posiciones y su patrimonio de capitales (intensivos en capital cultural institucionalizado) en forma de estructuras internalizadas: los relatos estructurados por las disposiciones sociales de los entrevistados de clase media disputan el patrón de valor económico-dominante (hacia arriba) y se distinguen de posiciones a priori “cercanas”, tanto en su ámbito laboral como en sus interacciones cotidianas (con agentes estatales no calificados, hacia abajo).

Situados en otra posición estructural, los entrevistados de clase trabajadora y precariado esgrimen una reivindicación homóloga sobre sus tareas laborales (aunque difícilmente sus estrategias discursivas tenga un rédito simbólico equivalente): estos referentes recuperan en sus relatos la figura del “movimiento” (“estar en movimiento”), las actividades al aire libre (transporte, jardinería, albañilería, etc.) y el dinamismo (casi siempre físicamente esforzado) como valores positivos en contra de la rutina, el encierro, el aburrimiento y la sospecha de burocratismo, aun cuando esas tareas “rutinarias” se asocien a mejores ingresos que los percibidos por ellos, como sucede en el caso de la industria.

Un sentido afín asume la reivindicación de la figura del trabajador autónomo desde estas posiciones clase, y que aparece como corolario de trayectorias que atravesaron empleos en relación de dependencia con malas experiencias en el “trato” con sus jefes o patrones. En el relato de los entrevistados la valoración de la condición de autonomía laboral se manifiesta como una experiencia doblemente sacrificada y comprometida -tomando como referencia el trabajo en relación de dependencia-, aunque exenta de la expropiación del fruto del propio esfuerzo y el maltrato por parte de “otros”.

La asunción del discurso de la “independencia” laboral presenta cierta complejidad. A diferencia de lo que sucede con la imagen de las profesiones liberales, que funcionan como una suerte de arquetipo en esta región del espacio social, el autoempleo suele estar acompañado de formas muy diversas, heterogéneas e inestables de acumulación económica, desprotección social y sobreexplotación (individual y familiar). En este sentido, tanto en sus trayectorias como en las tendencias estructurales emergentes del procesamiento estadístico, la autonomía laboral en las clases populares encaja a la perfección con situaciones de precariedad e inestabilidad económica, con lo cual esta condición pierde en control sobre las propias condiciones materiales de vida lo que gana en control sobre el proceso de trabajo y sobre la regulación del respeto en las relaciones laborales.

En este sentido, las experiencias formadoras de esquemas unificadores de valoración sedimentan en cursos de acción que van atados a los relatos de justificación y crítica moral: el padecimiento de la explotación y el maltrato en inserciones laborales precarias, la reivindicación de la libertad y el movimiento en sus tareas y la elección del autoempleo como apuesta de consolidación y de alternativa a la cobertura previsional.

Al mismo tiempo, el criterio alternativo de libertad -de movimiento- y dinámica -física- opera como una crítica velada hacia tareas típicas de posiciones de clase media y elite, asociadas a la pasividad corporal: los trabajos de oficina, sin inversión de esfuerzo físico, descalificados como femeninos y, en algún sentido, como moralmente indignos para varones. En otra publicación (Assusa, 2016) he analizado dinámicas equivalentes en los patrones de valoración de jóvenes de clases populares: la expectativa de puestos “deseables” en estos contextos era siempre la de tareas laborales que, sin implicar el desgaste físico típico del trabajo en el ámbito de la construcción (muy frecuentemente en condiciones informales y mal pagadas), presentase similares cuotas de dinámica corporal. En contraposición, las tareas y personas calificadas eficazmente como “femeninas” y “pasivas” eran, al mismo tiempo, caracterizadas desde los esquemas disposicionales de estos jóvenes como “aburridas” e investidas de una autoridad siempre cuestionable.

Sentidos sobre los saberes laborales: maña, laboriosidad, honestidad y confianza

El segundo núcleo de nociones legitimadoras que reconstruyo para analizar el repertorio de transfiguración simbólica de las relaciones de fuerzas entre clases sociales refiere -ya no a los puestos de trabajo, sino- a los entrevistados como trabajadores y a las competencias que éstos valoran como saberes propiamente laborales.

Como describí al respecto de sus inserciones laborales, las trayectorias de los agentes de la región dominante del espacio social están particularmente signadas por ingresos institucionalizados a sus puestos y por un uso intensivo de sus titulaciones en dichos procesos. A partir de estas condiciones, es común encontrar en estos sectores una reivindicación de sus trayectos formativos, particularmente los de nivel superior, que funcionan muchas veces como condición excluyente de ejercicio profesional (particularmente entre las profesiones liberales, con regulación mediada por colegiaturas). Estos discursos encuentran cierta afinidad con el acervo moral de la meritocracia liberal, en donde los resultados exitosos en términos laborales (inserciones calificadas) aparecen como el desenlace de trayectos marcados por un esfuerzo diferencial invertido en el ámbito de la educación.

Esta estructura argumentativa, sin embargo, no agota las significaciones asociadas a la educación como recurso de distinción. Es también recurrente que estos discursos invoquen la “falta de educación” en referencia a prácticas disfuncionales (en el ámbito laboral, pero también en otras escenas sociales) de los agentes posicionados en la región dominada del espacio social. Esta acusación remite menos a sentidos académicos o institucionales de la “educación” y más a la adopción de hábitos, costumbres y valores que estos agentes debieran incorporar para ser reconocidos como “buenos trabajadores”. Este discurso encuentra cierta confirmación en el peso que se le asigna a la “falta de educación” como elemento fundamental de explicación de la pobreza en otras investigaciones (Grimson, 2015).

La búsqueda de patrones alternativos de valoración del “conocimiento” y, por lo tanto, de experiencias alternativas de “aprendizaje” en el ámbito laboral, adquiere una fuerza particular entre las familias del mundo popular. Las credenciales escolares resultan residuales en sus trayectorias familiares y, a su vez, sus prácticas y discursos tienden a restarle valor y reconocimiento a la forma específicamente escolar de saber reconocido (títulos). Aun así, muchos de los agentes de familias posicionadas en la región popular del espacio social han podido acumular conocimientos prácticos altamente valorados en circuitos más o menos restringidos de sociabilidad. El caso de los oficios con clientela barrial aparece como el arquetipo de esta dinámica.

En el discurso de los agentes del mundo popular, el valor de la “inteligencia” aparece en cierta forma contrapesado por el valor de “laboriosidad”. Los logros que reconocen en sus propias trayectorias y en las de sus familiares se justifican mucho menos en formas de inteligencia extraordinaria que en la disposición, el trabajo y el esfuerzo constante -casi siempre físico-. En otras palabras, la legitimación de sus posiciones y sus capitales está basada en los mismos recursos que fueron puestos en juego en las estrategias laborales de sus trayectorias, incorporados como esquemas de mesura simbólica y vueltos patrones de valor: necesidad hecha virtud.

Esta construcción, por su parte, encuentra pruebas en el relato de sus propias biografías, en las que los procesos de acumulación y consolidación material y simbólica, cuando se dan, suceden muy lentamente y en un camino plagado de reveses (desempleo parcial, pérdida de bienes, épocas de estancamiento de la actividad económica, etc.).

En contraposición a las trayectorias de largo aliento propias de las inserciones de la clase media en el sector público (carreras “burocráticas”), los referentes de clases populares capitalizan menos la especialización de saberes que su diversificación -teniendo en cuenta que por la inestabilidad estructural de sus inserciones laborales, se ven expuestos a demostrar permanentemente la capacidad de resolución de distintos tipos de tareas y problemas, siempre con “voluntad” y “empeño” para aprender-. En este sentido, el lugar de formación de los saberes laborales es, por excelencia, el espacio mismo de trabajo, y el formato de aprendizaje se define en términos menos teóricos que experienciales.

La “maña” -una referencia directa o indirecta recurrente entre los entrevistados del mundo popular- se manifiesta como reivindicación simbólica de una forma de inteligencia popular centrada en la práctica y el cuerpo, en la oralidad y en la coyuntura, emparentada con una versión socialmente valorada de la “viveza criolla” y la “picaresca popular”. De algún modo, la asociación entre la maña como valoración del capital cultural incorporado, el “rebusque” como asunción naturalizada de trayectorias inestables (Mendoza, 2011) y el “movimiento” como índice de libertad y autonomía laboral, delinean en conjunto un repertorio común puesto en juego en cursos de acción disponibles en sus itinerarios de vida (Swidler, 1986), pero también unos esquemas de percepción y disposiciones sociales que le imprimen unidad de lógica práctica (pasible de ser leída como una economía de las prácticas) al conjunto de estas apuestas y puestas en valor.

Por otra parte, la centralidad del valor de la “confianza” y la “honestidad” en sus trayectorias laborales, en la construcción de la clientela de los trabajadores autónomos y en la valorización de las “recomendaciones” para los empleados, pone de manifiesto una doble dimensión. La primera es la frontera moral que divide sus propias trayectorias de aquellas personas con las que estos agentes comparten condiciones, situaciones, vida barrial, etc. Sobre el mundo popular pesa un estigma de peligrosidad (Beaud y Pialoux, 2003) fogoneado por los medios de comunicación y el discurso de los sectores dominantes (Isla y Míguez, 2010), pero que no restringe su pregnancia a las elites. Los juegos de sospecha, las estrategias de aislamiento (Kessler, 2004; Alhambra Delgado, 2012) y la escenificación de autoadscripciones identitarias basadas en la “honestidad” (Lamont, 2000) por parte de aquellos agentes que trabajan rodeados del patrimonio privado de sus patrones (empleadas domésticas, albañiles, jardineros, etc.), desencadenan procesos de distinción social respecto de sus pares, es decir, de aquellos que se perciben como cercanos en el espacio social. La “confianza” -en esta región del espacio y en este tipo específico de inserciones laborales- constituye un recurso vital de rendimiento diferencial del resto de los capitales, bajo el formato del capital social (Bourdieu, 2011b).

En segundo lugar, esta distinción simbólica hacia dentro de la región dominada del espacio social se formula como una pretensión de ascenso y cercanía con posiciones dominantes. Estos patrones alternativos a la escala de la “inteligencia” van acompañados de una re-personalización de las relaciones en sus inserciones laborales que habilita vínculos de identificación vertical entre trabajadores y jefes o patrones (Canevaro, 2011; Sigaud, 2004; Godelier, 1998; Bourdieu, 2011a). Que la confianza aparezca en sus relatos siempre acompañada de la singularidad y el título de quien la otorga (“el doctor”, “el gerente”, etc.), manifiesta, además del proceso de identificación vertical, el hecho de que funciona como valor y capital simbólico en tanto que es reconocida por agentes dominantes.

En mi trabajo de campo fue recurrente encontrar referencias al “manejo de llaves”, “claves de alarma” y “manejo de dinero” como prueba sedimentada del capital simbólico acumulado en sus oficios y articulados con procesos de identificación vertical (Da Matta, 1978; Canevaro, 2011). En estos relatos, los referentes entrevistados suelen arrogarse el prestigio de sus empleadores, rehabilitando permanentemente una distinción entre trabajos descalificados desigualmente dignos y, por lo tanto, construyendo fronteras simbólicas hacia el interior del mundo popular.

Reflexiones finales

A partir del análisis de una diversidad de datos relativos a la desigualdad estructural en Gran Córdoba y a sus sentidos vividos, el presente artículo ha explorado y propuesto interpretaciones en torno al modo en que las desigualdades de clase en la esfera laboral se traducen en diferencias significativas de valor y virtud entre las personas.

Es importante señalar que, a diferencia de buena parte de la bibliografía que circula sobre la cuestión, este estudio emprende el desafío metodológico de dejar de lado las adscripciones valorativas abstractas sobre situaciones hipotéticas, y se centra en relatos y justificaciones morales sobre trayectorias e interacciones efectivamente vividas, bajo la premisa de que la unidad analítica de estos relatos es pasible de ser reconstruida a partir de los habitus de clase de los agentes como disposición social a determinadas prácticas discursivas. Esta apuesta gana en perspectiva totalizante y captación del sentido práctico lo que pierde en unicidad argumentativa y monocromía ideológica del discurso. Esta tensión metodológica atraviesa la totalidad del trabajo, pero al mismo tiempo, le provee riqueza empírica y complejidad interpretativa.

Resulta un hallazgo de peso el carácter continuo/discontinuo de los universos morales a partir de los cuales se construyen diferencias de valor entre las clases (y las personas que las componen). Muchas investigaciones sostienen una búsqueda de mundos morales (al estilo de las subculturas) radicalmente escindidos, en donde la sociedad funciona como un archipiélago de moralidades que construyen sentido de modos inconmensurables. El estudio que desarrollo me ha llevado explorar con progresiva fuerza la idea de que existen repertorios morales mucho más comunes y subterráneamente compartidos de lo que suponemos en una primera instancia. Estos repertorios son habilitados, puestos en juego y apropiados a partir de disposiciones (habitus de clase) resultado de incorporaciones desiguales de la vida social. No podemos negar las divergencias, pero sin dudas existen fuertes puntos de acuerdo moral incluso en la tensión de las justificaciones disímiles.

Probablemente el ejemplo más claro del acuerdo moral tácito entre las distintas posiciones de clase sea el rechazo a la figura del empleo estatal, a las tareas burocráticas y, en un sentido más amplio, a toda la figura de “lo público” como una instancia fundamentalmente significada en oposición a la eficiencia y, por lo tanto, al valor fundamental del trabajo. Los recursos puestos en juego para construir esta distancia simbólica -tal como he mostrado- son disímiles, pero los esfuerzos que involucra esta distinción en todos los casos aportan a la hipótesis de un repertorio simbólico común a todo el espacio social. Tal como sostiene Grimson (2011) al respecto de su noción de configuraciones culturales, las clasificaciones son siempre más compartidas que las identidades.

El segundo punto de contacto fuerte remite a la negación de la dimensión material o económica -y la consiguiente exaltación de las motivaciones y los beneficios morales- en relación a la vida laboral como un gesto transversal a todo el espacio social. Ambas (la valoración negativa del empleo público y la valoración negativa del interés material para el trabajo) funcionan como repertorios comunes y no por ello resultan menos eficaces al momento de transmutar relaciones de fuerza en relaciones de valor: justamente en su carácter compartido estriba la fuerza de su peso moral al momento de distanciar a estos agentes de aquellos considerados como menos dignos y meritorios, por encima y por debajo en la estructura social.

Por otra parte, el eje de tensión en la transfiguración simbólica de las desigualdades en la escena laboral está vinculado al principio institucional-universalista, presente en la legitimación del discurso de la región dominante del espacio social -anclado en sus trayectorias en empleos estables y en sus inserciones mediadas por el capital cultural institucionalizado- contra un principio de personalización particularista e informal en las construcciones simbólicas de la región subalterna del espacio social -en relación al peso particular de las redes vecinales y familiares para sus inserciones laborales-. Como muestra la caracterización de las distintas posiciones de clase, estos patrones de legitimación están anclados, a su vez, en la incorporación de puestos y trayectorias laborales con lógicas y modalidades (de búsqueda e inserción) muy disímiles en relación a los capitales puestos en juego: los concursos y las apuestas a “carreras”, en la región dominante, y las búsquedas familiares y el cuidado de la “fama” y la reputación, en la región subalterna del espacio social.

Este eje sin duda se articula con otras tensiones en la construcción de la valía simbólica de las personas en torno a la valoración del saber abstracto o teórico contra el hacer concreto (mente versus cuerpo), particularmente representado en la manera en la que trabajadores manuales descalificados impugnan el carácter pasivo y femenino del trabajo de oficina (sin esfuerzo físico) (Hoggart, 2013; Willis, 1988; Assusa, 2017a).

La tensión en torno a los patrones de valoración remite, a su vez, a modos diferenciales de aprendizaje laboral (formación institucionalizada versus aprendizaje práctico en el trabajo), a competencias valoradas (inteligencia y creatividad versus disposición al trabajo y laboriosidad), y a nociones diferenciales de libertad y autonomía en el trabajo, que dan cuenta del esfuerzo involucrado en, al mismo tiempo, justificar moralmente las propias posiciones y los recursos obtenidos -redoblando la distancia construida respecto de los considerados “menos” en el espacio social- e impugnar las posiciones y recursos ajenos, achicando simbólicamente las distancias estructurales a partir de un socavamiento del respeto, la dignidad y el mérito de las otras personas.

Ambas operaciones -justificación e impugnación- antes que remitir a valores o principios de universalización disímiles -de acuerdo a la jerga pragmatista- recurren a un repertorio común, aunque mediado por los esquemas prácticos de percepción y acción que llamamos habitus de clase. Estas operaciones se insertan y articulan de manera estratégica en los modos de reproducción predominantes de estos agentes y estas familias (qué capitales poseen, cómo los ponen en juego en sus búsquedas, inserciones y promociones laborales, qué apuestas realizan, cómo se configuran sus trayectorias, etc.). En otras palabras, justificaciones y acusaciones de indignidad -construcción de diferenciaciones simbólicas de clase- deben interpretarse siempre ancladas en las posiciones, recursos y estructuras patrimoniales de estas familias para ser comprendidas en su totalidad.

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1La primera parte del trabajo de campo en la que participé se realizó bajo la coordinación de Javier Moreyra y Gabriela Brandán Zehnder. La segunda y más extensa fue realizada bajo la coordinación de Alicia B. Gutiérrez y Héctor Mansilla, también directores del programa de investigación en el que se enmarca este estudio.

2La mayoría de estas entrevistas fueron realizadas con las Personas Sostén del Hogar o Referentes del Hogar. El resto (40) fueron realizadas a jóvenes que todavía vivían en sus familias de origen, más allá de haber empezado a trabajar o buscar trabajo.

3El Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC) fue creado para analizar la heterogeneidad de la sociedad argentina contemporánea en sus múltiples manifestaciones. Actualmente se encuentran disponible las bases de microdatos (personas y hogares) de una encuesta (ENES) sobre tres diseñadas. La ENES relevó información sobre 8.265 hogares y 27.609 personas en localidades de más de 2.000 habitantes de todas las provincias argentinas, así como en la ciudad de Buenos Aires (CABA). El trabajo de campo se realizó mayoritariamente durante el segundo semestre de 2014 y el primer semestre de 2015 en 1.156 radios censales de 339 localidades de todo el país, incluyendo los 24 partidos del Gran Buenos Aires y las 15 comunas de la CABA. El relevamiento fue domiciliario (presencial), salvo por una pequeña proporción de hogares de barrios céntricos de las ciudades de Buenos Aires y Córdoba, en los que se utilizó la encuesta telefónica. Se utilizó una muestra polietápica compuesta por hogares seleccionados mediante métodos probabilísticos a partir de la información censal 2010. La particularidad de esta fuente es que a los datos ya disponibles en las encuestas regulares del Sistema Estadístico Nacional (EPH, EAHU), le suma dimensiones y variables que permiten un análisis de la estructura de la desigualdad social con mayor profundidad y detalle.

4Apropiándose de una tradición de indagaciones antropológicas que comienza al menos con los textos de Durkheim y Mauss (1996)

5“La lógica del estigma recuerda que la identidad social es la apuesta de una lucha en la cual el individuo o el grupo estigmatizado y, más generalmente, todo sujeto social, en tanto que es un objeto potencial de categorización, no puede responder a la percepción parcial que lo encierra en una de sus propiedades más que poniendo delante, para definirse, la mejor de ellas y, más generalmente, luchando por imponer el sistema de enclasamiento más favorable a sus propiedades o incluso para dar al sistema de enclasamientos dominante el contenido más adecuado para poner en valor lo que es y lo que tiene” (Bourdieu, 2006: 486).

6Traducción de Enrique Martín Criado.

7Como no es objeto específico de este artículo no desarrollo aquí ni los pormenores de la técnica de procesamiento estadístico ni el detalle de los resultados de asociaciones y composiciones porcentuales de cada clase. Para un desarrollo específico de estas cuestiones ver (Gutiérrez y Mansilla, 2015; Assusa, 2017b).

8Tomamos las denominaciones de las clases del esquema de la estructura social de Savage et al. (2013) porque resultan en cierta forma homólogas y hacen sentido en relación a las que encontramos en el sistema de relaciones sociales argentino.

9Tal como hemos desarrollado en Assusa y Jiménez Zunino (2017).

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