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Cultura y representaciones sociales

On-line version ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.14 n.27 Ciudad de México Sep. 2019  Epub Jan 20, 2021

https://doi.org/10.28965/2019-27-09 

Artículo (Casos)

Cuerpo, proveeduría y poder. Una mirada a las masculinidades de albañiles en Yecapixtla, Morelos, México

Body, supply and power. A look at the masculinities of masons in Yecapixtla, Morelos, Mexico

Karina Ramírez Villaseñor* 

* Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Actualmente, formo parte del equipo de investigación del Programa Nacional de Etnografía de las Regiones Indígenas de México, dentro del equipo Morelos, México.


Resumen

Los estudios de las masculinidades, impulsados por el desarrollo del feminismo y de los men´s studies desde la década de los ochenta del siglo pasado, se han centrado en analizar y comprender la realidad social, cultural e histórica en la que se desenvuelven los hombres como sujetos genéricos, con el objetivo de profundizar en las vivencias, las emociones, los privilegios y los costos de la masculinidad. Dentro de esta línea se reconoce que el espacio laboral es una de las instituciones, donde se reafirman y repiensan los aprendizajes de género. Es por ello que, desde la etnografía, en el presente texto se busca profundizar en la construcción de las masculinidades entre un grupo de albañiles mayores de 50 años en la región nororiente de Morelos. Tomando como ejes de análisis el cuerpo, las relaciones de poder y el ejercicio de la proveeduría económica.

Palabras clave: Género; Masculinidades; Cuerpo; Relaciones de poder; Proveeduría

Abstract

The studies of masculinities, driven by the development of feminism and Men’s Studies since the 1980s, have focused on analyzing and understanding the social, cultural and historical reality in which men develop as generic subjects, with the aim of deepening the experiences, emotions, privileges and costs of masculinity. Within this line of research, it is recognized that the workspace is one of the institutions where gender learning is reaffirmed and rethought. That is why, from ethnography, this text seeks to deepen the construction of masculinities among a group of bricklayers aged over 50 in the northeastern region of Morelos. The body, power relations and the exercise of the economic supply constitute the axis of analysis.

Keywords: Gender; masculinities; body; power relations; provisioning

Introducción

“Ahí no importa la edad, ahí es donde los niños se convierten en hombres, porque los que son como niñas no son bien aceptados”, expresó el señor Armando Garcés, albañil de 56 años en una entrevista realizada en el 2015, en la cual reflejaba la importancia que tiene, para los hombres, la participación en el espacio laboral en el proceso de construcción de la masculinidad.

Los estudios de las masculinidades desde la década de los ochenta del siglo pasado han abordado la realidad social, cultural e histórica que viven los hombres como sujetos genéricos, en distintos sectores sociales. Uno de los espacios privilegiados para analizar la construcción de las masculinidades ha sido la vida cotidiana en la que estos sujetos se desenvuelven, pues a partir de ello se busca comprender cómo viven, qué enfatizan, qué cuestionan, a qué se enfrentan, cuáles son los privilegios de la masculinidad y cuáles son los costos que deben pagarse.

A lo largo de estas décadas se han desarrollado diversas investigaciones sobre las masculinidades en relación con la sexualidad, la paternidad, la salud reproductiva y sexual, la migración, el trabajo, entre otros (Gutmann, 1997, Alméras, 2000; Brandes, 2002; Ayala, 2007; Figueroa, 2007; Núñez, 2007; Jiménez, 2007, Rosas, 2008 y López, 2010).

El presente texto se pregunta cómo se construye la masculinidad entre los trabajadores de la construcción, privilegiando el área laboral como un espacio de observación y análisis. Para ello, se pretende identificar y analizar los elementos, los significados y las prácticas que los albañiles reconocen como parte de su masculinidad, específicamente, los vínculos que ésta guarda con el cuerpo, las relaciones de poder y el ejercicio de la proveeduría económica.

Entiendo a la masculinidad como un proceso multidimensional y no como un producto acabado, sino en constante construcción, vinculado a otros procesos sociales, culturales e históricos y que se replantea en las distintas etapas del ciclo de vida de las personas. En este caso, decidí trabajar con una población particular, los albañiles porque brindan una ventana de reflexión para abordar la construcción de las masculinidades, considerando que, en ese espacio laboral, conviven y compiten con otros hombres estableciendo diversas relaciones de poder, donde también les demanda el uso de su cuerpo como una herramienta de trabajo como señala De Keijzer (2006) y su esfuerzo constante por cumplir con la proveeduría económica de sus hogares.

Decidí trabajar con albañiles, justamente porque, a pesar de que son parte del paisaje cotidiano donde se construyen pequeñas y grandes obras, están invisibilizados en el análisis político, económico y académico, de manera específica en las ciencias sociales. Incluso, se han construido estereotipos, adjetivos peyorativos que poco permiten profundizar en la realidad que estos actores viven día a día. Pretendo abrir un espacio de reflexión dentro de las ciencias sociales tanto sobre su realidad como acerca del modelo de la masculinidad hegemónica dentro de la clase obrera y sus posibles alternativas.

Esta investigación se realizó en la región nororiente del estado de Morelos, el cual se caracteriza por su cercanía a la Ciudad de México, su desarrollo turístico y de industrialización. En conjunto, estos procesos, han generado desde finales de la década de 1970 y principios de 1980, la construcción de zonas habitacionales residenciales para un cierto sector social.

También se distingue por la producción agrícola de maíz, frijol, forrajes como el sorgo y hortalizas como el jitomate, el tomate de cáscara, la cebolla, la calabaza y el pepino, entre otros. Sin embargo, en la década de 1980 el campo disminuyó su producción debido a las consecuencias de la Revolución Verde,1 por lo que muchos agricultores optaron por vender sus tierras y los jornaleros agrícolas se vieron en la necesidad de buscar nuevas fuentes de empleo, donde la albañilería resultó una alternativa significativa para los hombres de dicha región del estado de Morelos.

Este artículo es producto de mi investigación de doctorado, la cual trabajé a través de la metodología cualitativa. De manera específica, fue el método etnográfico el que me permitió profundizar en las experiencias, los sentires y en los significados que los albañiles construyen sobre su masculinidad. La aplicación de dicho método demandó mi presencia en el espacio laboral de los albañiles durante seis meses.

Durante ese tiempo de observación escuché los temas de conversación, sus reflexiones y sus puntos de vista sobre las estrategias de trabajo. También compartí sus momentos de descanso y convivencia, como la hora de la comida y el refresco, en los que bromean y comparten tanto los alimentos como experiencias cotidianas del área laboral y en algunos casos, de sus propias familias.

En este contexto fue donde apliqué la técnica de la observación participante, la cual me permitió recuperar las dinámicas laborales, las interacciones, la organización dentro del grupo de trabajadores, las actividades asignadas a cada uno. Ahí presencié cómo distribuían las tareas, cómo designaban a quién corresponde preparar la mezcla, pegar tabiques, rascar, cargar cosas pesadas, recibir el material o encender el fuego para calentar la comida. También escuché los consejos, los apodos y las bromas. Así, me fue posible explorar sus interacciones, las dinámicas de poder, al uso y cuidado de su cuerpo, las negociaciones, las redes de apoyo y desde luego, los conflicto.

La información “obtenida” a través de dicha técnica fue complementada con la aplicación de 32 entrevistas en profundidad, en las cuales, los propios albañiles narraron sus experiencias familiares y en el área laboral. Durante el desarrollo de las mismas los temas abordados giraron en torno a cuatro ejes: a) la trayectoria laboral y de manera enfática, su experiencia dentro de la albañilería; b) el significado, uso, cuidado y no cuidado del cuerpo; c) las relaciones de poder y el conflicto que viven dentro del contexto laboral y entre los propios trabajadores de la construcción y otros sujetos, tales como los arquitectos y d) su proceso de construcción de la masculinidad, identificando las diferencias con las mujeres, las acciones, labores y tareas que les corresponden a unos y a otras, el rol de la proveeduría, las estrategias que tejen en la cotidianidad para proveer y para mantenerse vigentes en el área laboral, así como los elementos que resaltan de su propia masculinidad.

También hablaron sobre los tiempos de de ocio, el consumo de alcohol, los acuerdos con la familia; la distribución de roles y tareas dentro del hogar, así como sobre el miedo, el cansancio, la angustia y los periodos de enfermedad. Compartieron, pues, reflexiones en torno a su forma de ser hombre.

Foto: Karina Ramírez Villaseñor

La construcción de las masculinidades

Reflexionar en torno a las masculinidades se ha convertido en un aspecto importante y urgente en las ciencias sociales (Viveros, 2002). Su estudio tiene sus raíces en el feminismo, en primer lugar, por su interés en profundizar en las experiencias y condiciones de vida de las mujeres y en segundo, por el énfasis que puso en la posición privilegiada de los hombres (De Keijzer, 2010).

El desarrollo del feminismo y de los men´s studies vislumbraron la ausencia de los hombres como sujetos genéricos dentro de las ciencias sociales. Esto implicó dejar de verlos como los representantes de la humanidad y hacer visible la construcción del género, ya que son producto y productores del mismo a través de los procesos históricos de los que son partícipes (Hernández, 2008, Hernández, et. al., 2011). De manera que el estudio de las masculinidades tiene por objetivo comprender científicamente a los hombres desde su condición de género y a partir de ello, busca estudiar, analizar y explicar los procesos a través de los cuales una persona “se hace hombre”.

Una de las máximas exponentes de los estudios de las masculinidades es R. W. Connell (1997: 31), quien propone que “la masculinidad no es un objeto coherente acerca del cual se pueda producir una ciencia generalizadora”, más bien debe analizarse desde una estructura mayor, como parte del sistema patriarcal, en el que los hombres se encuentran presos. Por lo que la masculinidad debe comprenderse como “una construcción social […] que varía entre las culturas y a través del tiempo […] que el significado de la masculinidad no es permanente en el curso de toda la vida de un hombre, sino que cambia a medida que […] enfrenta diversas situaciones” (Valdés y Olavarría, 1997: 12-13).

Esto permite comprender que los hombres, al igual que las mujeres, aprenden desde la infancia determinadas funciones que están vinculadas al género. Por ejemplo, a las mujeres les corresponde el espacio doméstico, la preparación de los alimentos y el cuidado de la familia; y a los hombres, el desempeño en el espacio público, la participación en el trabajo remunerado y el ejercicio de la proveeduría económica de la familia, además del uso de su cuerpo y atributos como la fuerza, la competencia con otros hombres y la ausencia de los dolores y las emociones (Seidler, 1997; De Keijzer, 2010; Gutiérrez, 2014).

Estos elementos de la masculinidad forman parte de lo que Connell (1997) ha señalado como masculinidad hegemónica, la cual es aceptada, legitimada y demandada por la sociedad. Por lo que “define pautas, identidades afectivas, comportamentales y vinculares” (Parrini, 2007: 103) al interior del grupo de los hombres y entre estos y las mujeres. Es por ello que los hombres se esfuerzan constantemente por cumplir y mostrar dichos mandatos dominantes, pues en caso contrario, se enfrentarían a una masculinidad subordinada (Connell, 1997).

De acuerdo con Norma Fuller (2001), los mandatos de la masculinidad son distintos, aunque relacionados entre sí, en cada etapa del ciclo de vida de las personas. Por ejemplo, en la infancia se denota a partir de los juegos, el uso de la fuerza y la competencia física, mientras que en la juventud se vincula con la incorporación al ámbito laboral, el noviazgo, la apertura a la vida sexual; y en la edad adulta se demuestra por medio de la hombría cultural y la virilidad, la primera de las cuales se relaciona, de acuerdo con Fuller (2001), la primera se relaciona con el matrimonio, la paternidad, el ejercicio de la proveeduría económica, la adquisición de bienes materiales y la participación en un empleo remunerado. La virilidad, por su parte, implica el uso de la fuerza, la resistencia, el uso del cuerpo en el área laboral y la ausencia de las emociones.

En el caso de los albañiles con los que trabajé, también se identifican estos dos aspectos que señala Fuller (2001) como parte de su propia masculinidad, pues refieren que el cuidado de los suyos, la responsabilidad ante la familia y el trabajo, así como la obediencia y el éxito laboral, son elementos fundamentales para denotar la masculinidad en la edad adulta.

Cabe mencionar que las prácticas y los significados que se tejen en torno a la masculinidad cobran sentido dentro del contexto en el que los sujetos habitan. Por ejemplo, en el contexto rural de Yecapixtla donde crecieron los albañiles, la participación en el trabajo remunerado, la proveeduría de la familia, la vida en pareja y la paternidad forman parte del proceso de “hacerse hombre” en la localidad.

Sin embargo, estos elementos no son exclusivos de los albañiles, pues son significados y prácticas que comparten con otros hombres campesinos, obreros, comerciantes, herreros, profesionistas de la localidad y de contextos más amplios, como también lo identificó Hernández (2011), en un estudio realizado con hombres de distintos oficios en una colonia de Tamaulipas.

Esto permite comprender que el ingreso y permanencia en el espacio laboral es un eje fundamental de la masculinidad en la edad adulta. Es ahí donde los hombres se desenvuelven sin poner en juego su intimidad (Fuller, 2001; Salguero citada en Jiménez, 2007). El ingreso al espacio laboral es un rito de paso para la vida adulta y da apertura a la vida en pareja, la formación de una familia y el ejercicio de la paternidad (Fuller, 2001). Es por ello que “los hombres trabajan y en general buscan hacerlo, compitiendo entre ellos para obtener mayor capital económico y simbólico a partir de su actividad” (Jiménez, 2007: 398).

No se trata nomás de traerme una mujer […] es como les digo a mis hijos […] antes demuestren que son responsables, que ya son hombrecitos ¿cómo? Sobreviviendo de manera independiente.2

Para Adrián, “hacerse hombre” no tiene que ver con la edad, sino con la capacidad de cumplir con el trabajo, con la pareja y con la familia. Este proceso implica contar con un empleo remunerado y la capacidad de desempeñar la proveeduría económica, que en conjunto reflejan que los albañiles ya son hombres.

Para los albañiles de esta investigación fue el trabajo lo que “los hizo hombres”; característica que comparten con otros grupos sociales (Hernández, 2011). Este elemento permite comprender que la participación en la esfera laboral y, por tanto, la proveeduría económica, son fundamentales en la construcción de la masculinidad de un grupo social, particularmente de la clase obrera.

En ese sentido el espacio laboral, entendido como una institución, forma parte del proceso de hacerse hombre, por lo que ellos se esfuerzan por ingresar y permanecer dentro del mismo. En el caso de los albañiles que entrevisté, utilizan sus cuerpos como herramientas de trabajo, se exigen a sí mismos, a sus cuerpos, guardan silencio en cuanto al dolor y el cansancio y se esfuerzan cada día por rendir en la obra.

Los albañiles, como sujetos masculinos, han internalizado que una de sus principales funciones es proveer a sus familias, y para lograrlo utilizan sus cuerpos, sus aprendizajes en el oficio y sus redes de apoyo. Incluso ante la enfermedad, reconocen como prioridad mantenerse vigentes en el empleo, por lo que se esfuerzan y omiten el miedo y el dolor. Inclusive, en las diversas ocasiones en las que se han quedado sin empleo, reconocen que deben tener dinero ahorrado para sostener a la familia y cuando este se termina, sienten tristeza y vergüenza tanto con su pareja como con sus hijos, por no poder cumplir con su deber como padres, esposos y como hombres.

Ser hombre en la edad adulta: responsable, proveedor, obediente y exitoso

En este caso, expongo que la masculinidad de los albañiles entrevistados implica una serie de prácticas y significados que les otorgan valor simbólico dentro de sus contextos cotidianos. De manera que la responsabilidad en el área laboral y familiar, la obediencia ante otros sujetos, el ejercicio de la proveeduría económica y el éxito forman parte de los elementos que resaltan como parte de su masculinidad en la edad adulta.

a) La responsabilidad en la obra y el uso del cuerpo como herramienta de trabajo

Los albañiles reconocen que uno de sus atributos como hombres es ser trabajadores y responsables, lo cual implica que deben aprender el oficio, esforzarse, utilizar sus conocimientos, resistir las jornadas y enseñarles a sus manos a trabajar.

La responsabilidad con el trabajo y con la familia es una cualidad de su masculinidad que les demanda el involucramiento de su cuerpo. Por ello, los propios albañiles señalan que tuvieron que enseñarles a sus cuerpos a trabajar en este oficio, puesto que el uso, el cuidado e incluso la manera en que se adornan los cuerpos están diferenciados por el género. Autores como Lamas (2002) señalan que los hombres viven un proceso de masculinización de los cuerpos, a través del cual aprenden a sentir, significar y usarlos en determinados contextos. Por ejemplo, este grupo de trabajadores de la construcción aprendieron que deben ser fuertes, resistentes, valientes y deben omitir el llanto, la fragilidad y el dolor (Rosas, 2008).

Antes de dedicarse a este oficio, los albañiles fueron campesinos y jornaleros agrícolas, actividad que aprendieron de sus padres y que les brindó sustento económico durante un poco más de una década de vida. Desde su incorporación al campo comprendieron que su cuerpo tenía que exponerse, esforzarse, resistir el cansancio y el dolor para obtener un bien económico.

A su ingreso a la albañilería, reforzaron este aprendizaje; su cuerpo se convirtió en la “herramienta” principal para el desempeño de sus actividades. Aprendieron a cargar cosas pesadas, a caminar en espacios reducidos, a desplazarse de un lado a otro en las alturas, a trabajar horas bajo los rayos del sol, entre otros.

Herrera (1999) señala que la instauración del género en el cuerpo implica distanciamiento entre el sujeto y su propio cuerpo, pues aprende a visualizarlo como una “maquinaria útil para el desempeño de la demanda de la vida social” (Cruz, 2006: 4). Sin embargo, la utilización y significación del cuerpo difieren entre los grupos sociales, el entrecruce entre género, edad, clase social y oficios, para el caso de los albañiles demandan que recurran a sus cuerpos como una herramienta indispensable para el cumplimiento de la proveeduría. Su cuerpo representa, en términos de Bourdieu (2002), el capital simbólico con el que cuentan, pues su capacidad física y sus conocimientos son los recursos que explotan para subsistir.

Los albañiles, como Régulo, han naturalizado la explotación y el uso de sus cuerpos:

Cuando estábamos de por tarea, que nos dábamos unas friegas, pero friegas, que al otro día no nos queríamos ni levantar. Luego me acuerdo que me decían: “tú estás bien fuerte, mañana vienes como si nada”, cuál, al otro día íbamos bien jodidos, pues es uno persona y siente uno […] pero ahora sí que como dicen, parecíamos máquinas3

Régulo refiere que trabajaba como “máquina”, sin que su familia, sus jefes, sus compañeros de trabajo o él mismo se detuvieran a pensar en cómo utilizaban sus cuerpos. A pesar del cansancio y el dolor, se levantaba para ir a la obra, trabajar y así proveer. La experiencia vivida de los albañiles pone de manifiesto que los hombres de la clase obrera se enfrentan a un proceso de distanciamiento y cosificación de sus cuerpos, proceso que los lleva a utilizarlos hasta donde aguanten (De Keijzer, 2006).

El espacio laboral de la construcción genera cuerpos masculinos, como Fuller (2001) plantea en el caso del deporte. En la albañilería se exalta la resistencia, la fuerza, la agilidad y el sometimiento del cuerpo como parte del ser y hacerse hombre. Incluso existe un uso diferenciado del mismo de acuerdo al cargo que el trabajador desempeñe dentro de la obra. Por ejemplo, los ayudantes de obra o chalanes utilizan prioritariamente sus piernas y su espalda, mientras que las manos y la memoria son propias de la labor de los albañiles consolidados.

Así, a través de su cuerpo y de la utilización del mismo, los albañiles muestran qué tan responsables son como hombres y como trabajadores. Esta herramienta de trabajo (De Keijzer, 2006), que involucra lo físico y lo mental, la utilizan para ganarse un lugar dentro de la obra y permanecer en ella. Recurren a su fuerza, su inteligencia, su concentración mental, su creatividad, así como también a sus brazos, a sus piernas y a sus manos para mantenerse dentro del mercado laboral hasta donde su cuerpo aguante.

Aunque los albañiles de esta investigación, así como otros hombres de la clase obrera, no tienen una edad o fecha establecida para su retiro del ámbito laboral, sino que más bien buscan extender su participación en el mismo hasta donde aguanten, sí reconocen que, luego de cumplir la cuarta década de vida, sus cuerpos comenzaron a cambiar: el dolor físico y el cansancio se volvieron una constante.

Ellos reconocen que, durante su juventud no tomaron ninguna medida de autocuidado, pues como parte de su aprendizaje de género, no fue prioridad utilizar una faja para cargar, alimentarse de forma balanceada, evitar el consumo de alcohol o acudir a revisiones médicas. Incluso la práctica de alguno de estos aspectos sería motivo de burla y cuestionamientos por parte de otros hombres del contexto en el que se desenvuelven.

Con el cambio evidente en sus cuerpos, se enfrentaron a una nueva etapa que los llevó a repensar algunas prácticas de la masculinidad hegemónica. El agotamiento repercutió en su desempeño dentro del trabajo y por tanto en su ingreso semanal. Para ellos, así como para otros hombres y mujeres, el autocuidado del cuerpo y de la salud no formaba parte de los aprendizajes de género; pero la repercusión directa sobre su rol de proveedores, sí los llevó a tomar medidas como las visitas al médico.

La mayoría de ellos no acuden periódicamente al médico; lo hacen cuando sus cuerpos no resisten más. En algunos casos, ha sido durante estas visitas al médico cuando se enteraron de que padecían alguna enfermedad, como la diabetes.

Hoy en día ellos están conscientes de que, con el paso de los años, el trabajo que desempeñan/ron, la alimentación y los pocos o nulos cuidados que tuvieron explican el hecho de que sus cuerpos estén cansados. Sin embargo, el proceso de aceptación de este hecho no fue sencillo, pues sintieron tristeza ante la realidad; ya no se sentían fuertes ni resistentes para aguantar la jornada de trabajo, lo que implicaba que tendrían menor ingreso económico.

La edad y el desgaste de sus cuerpos llevan a los albañiles a enfrentarse a varios cuestionamientos sobre su masculinidad; por un lado, dentro de la obra, al no poder cubrir las expectativas de la masculinidad hegemónica, vinculada a la fuerza, a la resistencia y a la agilidad; y por otro, en el área familiar, al disminuir su aporte económico, y a nivel personal, al sentir que están descuidando a su familia. Esta experiencia los lleva a esforzarse día a día para rendir igual que los trabajadores más jóvenes, procurando mantener el mismo ritmo de trabajo, e ignorando y a veces ocultando sus dolores, malestares y enfermedades.

Los albañiles entrevistados reconocen que están cansados, pero que continuarán laborando. Ellos, como parte del gremio de empleados informales, no cuentan con seguros ni pensiones que les permitan pensar en el retiro. Por ello, exponen sus cuerpos hasta donde aguanten, pues su cuerpo y su fuerza, así como sus conocimientos sobre albañilería, son los recursos con los que cuentan para trabajar y proveer, y así demostrar su masculinidad.

Los hombres de la clase obrera, como es el caso de los albañiles que colaboraron para esta tesis, no cuentan con permiso para enfermarse, y más bien se ven obligados a explotar todos sus recursos disponibles para cumplir con las expectativas del modelo dominante. Por ejemplo, algunos de ellos asisten al trabajo aun en periodos de malestar, pues saben que, como trabajadores, al no asistir, pueden ser catalogados como irresponsables y, por lo tanto, ser despedidos.

Ante la escasez laboral, los albañiles, aun cuando se sienten cansados y enfermos, tratan de mantenerse vigentes en el campo laboral. Los que lograron ascender como albañiles consolidados o encargados de obra, son contratados generalmente por su experiencia y conocimientos, pero esta calificación no es suficiente para asegurarse un lugar en la obra.

En esta etapa de su vida, albañiles como Adrián, Régulo y Juventino han conseguido y mantenido el empleo por medio de sus redes de apoyo. Los lazos familiares, de amistad y compadrazgo que forjaron durante su trayectoria laboral “les aseguran” un lugar en la obra, y en caso de perder el empleo, este capital social -en términos de Bourdieu (2002) -, les resulta útil para emplearse lo más pronto posible.

Los albañiles no consideran la jubilación por decisión propia, pues, aunque saben que están cansados y enfermos, buscan prolongar su estadía en la albañilería y esperan hasta que el arquitecto o, en dado caso, el encargado de obra los despida.

Está pesadito este trabajo […] ya también me siento algo cansado porque para trabajando solo en las alturas, subir y bajar escaleras, la mezcla […] ya no. Como digo, en cualquier rato me retiro de la albañilería, pero como dice uno primero ¿qué vamos a traer de gasto? Nosotros somos la mera cabeza de este hogar y tenemos que ver de dónde sacar para comer.4

b) Proveer, una forma de cuidar

El segundo elemento que los albañiles resaltan como parte de su masculinidad es el ejercicio de la proveeduría económica. Este aprendizaje de género lo adquirieron desde temprana edad, y el ejemplo de sus padres y de otras figuras masculinas (tíos, abuelos) fue fundamental en el proceso de adquisición del habitus de género.

El ejercicio de la proveeduría es una forma de demostrar públicamente la masculinidad. El cumplimiento de este mandato permite que los hombres vivan en pareja y establezcan una familia (Olavarría, 2000, Fuller, 2001). Este proceso también lo vivieron los albañiles entrevistados, quienes una vez dentro del ámbito laboral, se sintieron capaces de sostener una familia.

El hombre, cuando se lleva a una mujer, nada de que no va a tener trabajo, deben de cuidar, debe de aguantar. Es más, debe trabajar en lo que sea, pero debe sostener a su familia.5

El cumplimiento de esta función les otorga poder en el interior de sus casas, y prestigio dentro de sus comunidades. En el poblado de donde son originarios los albañiles considerados en esta investigación, las mujeres y hombres reconocen, valoran y respetan a aquellos que cumplen con este deber.

Aunque se han presentado cambios respecto a la participación de las mujeres en el ámbito laboral, debido sobre todo a la elevación de su nivel educativo, cambios que han llevado a cuestionar el papel del hombre proveedor, para los albañiles informantes de esta investigación, así como para muchos otros hombres y mujeres, el aporte económico de las mujeres constituye sólo “una ayuda” a la economía familiar, al igual que la participación de los varones en las actividades domésticas. De manera que, aunque hombres y mujeres realizan actividades y/o funciones que corresponden culturalmente al otro género, esto no representa una ruptura con la ideología del género, sino por el contrario, contribuye a reforzar y reafirmar la concepción tradicional de los roles que corresponden y distinguen a ambos géneros.

A mí lo que me hace sentir hombre es el hecho de estar bien, ser un hombre trabajador, responsable, que realmente a mi familia no le falte el pan de cada día. Uno que no sea parrandero […] uno que ayude en casa.6

El hombre responsable es aquel que cuida, que vela, que busca alternativas para salir adelante con su familia. Para los albañiles como Armando, la forma en que cuidan a los suyos es por medio de la proveeduría económica. Ellos son los encargados de buscar el bienestar familiar y asegurar la alimentación, ropa, calzado y vivienda de los suyos. En los periodos de enfermedad de su pareja o de sus hijos e hijas, tienen el deber de pagar los servicios médicos, y en caso de no tener dinero, conseguirlo de todos modos.

Yo lucho por ella (esposa), lucho por mis hijos. Ella, en pocas palabras, no tiene necesidad de ir a trabajar, porque si hay un problema yo veo cómo lo resuelvo, no le digo nada a ella, yo veo si pido prestado o cómo le hago para pagar.7

Aunque el “cuidado” suele asignarse a las mujeres y suele reconocerse como una cualidad del trabajo femenino, los albañiles entrevistados señalan que ellos también ‘cuidan’ mediante la proveeduría económica y por medio de los consejos que dan a sus hijos e hijas sobre sexualidad y la vida en pareja, así como en la tarea de forjar “hombres de bien”8. Es así como, para los albañiles, la proveeduría constituye un eje central, pero no es el único, pues se han sumado otras prácticas para entender y definir la masculinidad (Salguero, 2015).

Los albañiles y los hombres en general deben demostrar constantemente su masculinidad (Fuller, 2001). La conformación de la familia, la proveeduría del sustento para la misma, así como también los bienes materiales y la participación en la esfera laboral, demuestran qué tan hombre se es. La ausencia de alguno de estos elementos en la edad adulta es motivo de críticas y cuestionamientos por parte de otros hombres y mujeres.

La ausencia temporal de la proveeduría provoca malestar entre los propios albañiles. Sienten angustia, tristeza y vergüenza:

Trabajo siempre lo he tenido. Lo que sí me ha pasado es que luego siembro y luego me meto en compromisos que llega un momento en que ya no tengo o ya se me acabó el dinero, y entonces ahí sí no doy para comer una semana o dos y sinceramente a mí me da pena, me da vergüenza porque llego a mi casa, me siento a la mesa y siento que no tengo derecho.9

Los albañiles, como Adrián, refieren que se sienten sin derecho a tomar los alimentos y recibir atenciones de su pareja e hijos/as. Como hombres, auto cuestionan su masculinidad. Este proceso se incrementa con el paso de los años y el desgaste físico, que -como también ocurre en el caso de otros hombres que forman parte de la clase obrera (choferes, herreros, plomeros, obreros, etc.)-, conducen a las puertas del desempleo.

Con el objetivo de cubrir la proveeduría, la mayoría de los albañiles entrevistados a lo largo de su trayectoria laboral han diversificado sus estrategias de subsistencia. Algunos de ellos siembran, otros se emplean como albañiles fuera del fraccionamiento, trabajando por las noches y en sus días de descanso.

Algunos de ellos reconocen que han repensado determinadas prácticas que se reconocen como masculinas. Un ejemplo es el consumo del alcohol que, además de generar malestares en su cuerpo, afecta de forma directa la proveeduría de sus familias. Como hombres, jefes de familia, esposos y padres señalan que es indispensable cuidar que su familia tenga comida, techo, ropa y educación.

Ahora que los albañiles informantes de esta investigación están, en su mayoría, por retirarse del oficio de la albañilería, están preocupados por el mañana, por buscar alternativas que les permitan subsistir con sus familias. Cada quien ha tejido redes de apoyo y diseñado estrategias que les permitan proveer a su familia en los años próximos. Algunos de ellos tienen en mente algún negocio, otros volver al campo o sembrar árboles frutales para comercializar. Unos cuantos piensan utilizar sus ahorros, vender los terrenos y/o autos que compraron en los años de éxito laboral.

c) El éxito como elemento de la masculinidad en la vida adulta

El tercer aspecto que denota la masculinidad en la vida adulta, es el éxito laboral, el prestigio y el estatus que los albañiles adquieren tanto en su localidad como en el espacio de trabajo.

Para ellos, un hombre no debe ser conformista, por el contrario, debe esforzarse por superarse. Refieren que, todos y cada uno de ellos ingresaron a la obra como chalanes, y que con esfuerzo, dedicación y compromiso ascendieron en el cargo de albañiles. Este ascenso refleja que son personas comprometidas, responsables y, por tanto, buenos hombres.

En el discurso señalan que el salario que perciben los albañiles en relación a los chalanes fue el principal motor para buscar el ascenso; sin embargo, a partir de su trayectoria laboral, los albañiles gozan de prestigio y estatus que los diferencia a unos de otros. El tiempo que trabajaron como chalanes refleja el proceso que los llevó aprender el oficio y arriesgarse a asumir responsabilidades como hombres adultos.

Como ya he mencionado, en sus comunidades de origen la masculinidad se hace visible por medio de la proveeduría económica, pero también a través de la construcción de una casa propia y la adquisición de bienes materiales como terrenos y autos. El hecho de que la esposa no tenga que salir a trabajar, denota que el albañil es un buen proveedor económico.

Yo no me quiero morir mañana y que venga la gente y diga: -este hombre era albañil y nunca le hizo su casa a su esposa-. Estaré muerto y la gente estará hablando. Ahorita le voy a hacer otros arreglos a mi casa, le digo a mi esposa: me voy a morir y te aseguro que cuando venga la gente, así como me veían en la calle, derrotado, como una basura, como un hombre inservible, cuando vengan y se metan van a decir -este hombre qué bonita casa tiene- les voy a dar un motivo para que piensen algo bueno de mí […] así mis hijos también van a decir -mi papá nos hizo nuestra casa-.10

La proveeduría, la paternidad, la participación en el mercado laboral y la adquisición de bienes contribuyen conjuntamente a que los albañiles sean considerados como personas de respeto en su comunidad. La construcción de su casa, y más aún si esta tiene características de las construcciones de Lomas11, les otorga distinción y estatus ante los otros en la comunidad.

Mi jefe decía antes de que se muriera que estaba bien orgulloso de nosotros porque pudimos sobresalir. Él nunca pudo, pero que nosotros sí la habíamos sabido hacer, porque más o menos todos teníamos bonita nuestra casa […]; en el pueblo no nos creen cómo comenzamos, porque íbamos al campo con nuestro burrito y bueno yo soy el más jodido porque (mis hermanos) tienen sus camionetas del año.12

La adquisición de bienes materiales permite que, en algunos casos -como sucede con Juventino y sus hermanos que se desempeñan como encargados de obra-, tengan movilidad social dentro de sus comunidades. El capital económico y el capital simbólico les han procurado reconocimiento y respeto por parte de los otros.

Hoy en día, algunos de los albañiles entrevistados en esta investigación son considerados personas de respeto en sus comunidades. Se refieren a ellos como “don” Armando, “don” Juventino, etc., pues como ellos mismos expresan: “ahora salgo a la calle y me saludan, antes ni me hablaban o apenas y me decían por mi nombre”13.

La acumulación de capitales por parte de los albañiles forma la herencia que recibirán sus hijos e hijas. Estos capitales acumulables permiten que las familias sean consideradas como “familias de respeto” y que los hijos varones de estos trabajadores de la construcción sean vistos como “buenos partidos” para contraer matrimonio.

d) Las relaciones de poder dentro del contexto laboral y sus vínculos con la masculinidad

El cuarto elemento es la obediencia, que los albañiles aprendieron desde temprana edad como atributo de su masculinidad.

En el trabajo hay que obedecer, como le digo, voy a que me manden, no voy a mandar […] yo veía que mi papá nunca rezongaba en el trabajo, siempre obedecía lo que le decían, yo igual. Hay que obedecer las órdenes del patrón para salir adelante […]14

Los albañiles, como Régulo, aprendieron desde la infancia que como empleados debían acatar las órdenes del jefe inmediato con quien comparten el género, pero no la clase social, ni el nivel educativo, ni la edad, ni la raza y el poder adquisitivo. El conjunto de estos elementos contribuye a que los empleados asuman una posición subordinada ante aquellos que ostentan el poder, a lo que debe añadirse “que existen grupos o individuos que pueden retener o monopolizar aquello que otros necesitan” (Elías, 1994: 53), en este caso, el empleo.

De este modo, el fraccionamiento Lomas de Cocoyoc constituye un espacio de encuentros entre diversos grupos y distintos actores. Cada uno de ellos posee diversos capitales -en el sentido de Bourdieu (2002) -, que condicionan el posicionamiento diferenciado de los mismos en el espacio social. Estos encuentros y desencuentros conducen a la construcción de distintas relaciones de poder entre los habitantes o colonos del fraccionamiento, los arquitectos o dueños de la obra y los albañiles; así como, al interior de este último grupo, una jerarquía determinada por el lugar que ocupan los mismos en el trabajo: encargado de obra, albañiles, media cuchara y ayudantes de obra o chalanes.

Por ejemplo, los colonos y los empleados comparten e interactúan en un mismo espacio: el fraccionamiento. Ellos se encuentran cara a cara en áreas como el centro comercial, en las calles y avenidas. Sin embargo, cada grupo cuenta con diversos capitales sociales, económicos, simbólicos y culturales que los hace distintos a unos de otros. Por ejemplo, los albañiles se reconocen como distintos de los colonos por los grados de estudio, la profesión, la economía, los gustos por la comida, la forma de comer, el color de piel, los consumos y por la forma de adornar el cuerpo. Sin embargo, los trabajadores de la construcción no se sienten más o menos hombres ante aquellos otros, pero sí reconocen que “son los de dinero” y, por tanto, los que tienen autoridad.

De manera que, “al cruzar la frontera” del fraccionamiento - delimitada por vallas de concreto y alambre-, los albañiles ingresan a un espacio “privado” con reglas establecidas que los albañiles deben acatar. Presentar su pase o identificación emitida por el propio fraccionamiento, ingresar por las entradas “oficiales”, registrarse en la oficina de vigilancia, respetar los espacios de los colonos, así como los horarios de trabajo, cuidar el volumen de música permitido, barrer la calle e incluso respetar los espacios de donde pueden tomar agua, son solo algunas de las medidas que deben acatar para mantener su empleo.

De lunes a viernes el horario de trabajo es de 8:00 am a 5:30 pm. El día sábado laboran hasta media día. Sin embargo, como los albañiles hoy en día trabajan bajo la modalidad de pago por metros construidos, algunos buscan llegar antes a la obra o quedarse un poco más después del horario de salida, con el objetivo de obtener un mayor ingreso. Aunque también saben que, si son reportados por los de vigilancia o por los mismos colonos, serían acreedores de una sanción, las cuales van desde una llamada de atención hasta la suspensión temporal del ingreso al fraccionamiento.

Los albañiles reconocen que la diferencia con respecto a los colonos está basada en el capital económico y social con los que cuentan estos últimos. El dinero, sus redes y estudios permiten que los vean como poderosos.

Uno se tiene que aguantar y no decir nada, porque si uno les contesta, más o mal, son capaces de ya no dejarlo entrar al fraccionamiento. Aunque no se crea luego uno siente muina y quisiera desquitarse, pero se detiene uno porque sabe que uno va a trabajar allá y ellos son los dueños y más que nada porque nos pueden cerrar las puertas de nuestro trabajo. 15

Los albañiles comentan que acatan las reglas instauradas dentro del fraccionamiento, pero no las comparten en su totalidad. Por ejemplo, ante la ausencia de agua dentro de la obra, no están de acuerdo con que no se les permita tomar ni siquiera del líquido tratado con el que riegan los jardines para trabajar o para el consumo humano.

Los trabajadores de la construcción comentan que no deben hablar mal ni bromear acerca de los colonos; sin embargo, al volver a la obra, luego de ir a trabajar a una casa que ya está habitada, sí comentan quién es el que les ha dado las órdenes y el pago. En los casos en que los ha hecho una mujer, asumen que ella es la que manda y que la pareja, aun con sus estudios y economía, etc., no tiene autoridad. Este hecho suele ser motivo de cuestionamiento, risas y bromas por parte de los trabajadores, con el propósito de ridiculizar al otro, “al hombre poderoso”.

El segundo grupo con el que los albañiles mantienen relaciones de poder son los empresarios, arquitectos e ingenieros dueños de las constructoras para las que laboran. Es importante mencionar que dentro del fraccionamiento las oportunidades de trabajo cada vez son más escasas debido a que la mayor parte de la extensión territorial ya está construida. En este contexto, los albañiles han conformado grupos de trabajo, de modo que cada encargado de obra cuenta con “su gente” y con algunos otros que son contratados de forma temporal.

Esta estrategia surge ante las condiciones laborales en las que se encuentran, puesto que son los arquitectos y empresarios quienes resuelven cuántos empleados necesitan, cuánto durará la obra, los precios que pagarán y, desde luego, a cuántos de ellos se les otorgará seguro médico. Las negociaciones se dan con el encargado de obra, quien es el líder del grupo de albañiles. Por lo que en este contexto los lazos de parentesco, amistad y el lugar de origen son fundamentales para asegurar medianamente un lugar en el equipo de trabajo.

Por ejemplo, el encargado de obra buscará asegurar el empleo para todo su equipo de trabajo, pero no les puede garantizar el seguro médico. Dentro de la obra donde se realizó la observación, integrada por al menos 10 personas, solo dos de ellas contaban con seguro: el encargado de obra y su hijo, quien laboraba como albañil. Los demás, aunque entregaron los documentos solicitados, no recibieron comprobante alguno que avalara el registro.

Así que, en este espacio laboral, los albañiles y ayudantes trabajan de manera informal, sin contrato alguno donde se definan los pagos y el tiempo que estarán empleados. Tampoco cuentan con un periodo vacacional, con prestaciones ni aguinaldo. Respecto a este último aspecto, los albañiles señalan que en ocasiones reciben una bonificación que no rebasa los 1500 pesos para los albañiles y 1000 pesos para los ayudantes.

Los arquitectos y empresarios saben que tienen una posición de poder y la aprovechan. Ellos controlan uno de los recursos que los albañiles necesitan: el trabajo. De acuerdo con Norbert Elías (1994), el poder se ejerce cuando un grupo tiene la capacidad de controlar el recurso que otros necesitan. En el caso de los albañiles, éstos saben que deben cuidar su empleo, pues les han dejado en claro que ningún empleado es indispensable.

Sin embargo, en este contexto estructural, con jerarquías bien delimitadas, los albañiles muestran su capacidad de agencia, con capacidad de elección y decisión propia. Norbert Elías (1994: 54) refiere que existen equilibrios de poder o “proporciones de poder, que son más o menos similares, aunque sean poderes diferentes”. Este equilibrio de poder, en el caso de los albañiles, se manifiesta cuando los albañiles reconocen su labor, sus conocimientos y su propia importancia para la realización de la obra.

A partir de su experiencia, los albañiles también pueden realizar sugerencias a los arquitectos, pero finalmente es éste quien tiene la última palabra. Acatar las órdenes de la figura de autoridad pereciera un acto de sumisión; sin embargo, representa una estrategia de los empleados para asumir y delegar responsabilidades ante algún desperfecto en la construcción.

Los albañiles demandan que los jefes les den un trato digno, los respeten y valoren como trabajadores. Cuando sienten violentados sus derechos como trabajadores y como personas, optan por dejar el empleo, aun cuando las oportunidades laborales son escasas.

El otro grupo dentro del cual se tejen diversas relaciones de poder es justamente entre los propios trabajadores de la construcción. En este ámbito, el lugar que ocupan dentro de la jerarquía laboral es fundamental. También se suman a todo esto la edad, la adquisición de bienes materiales y las cualidades físicas y mentales que los albañiles valoran y que los hacen dignos de respeto.

Dentro de la obra, las relaciones de poder se ejercen a través de las bromas, el relajo diario, los apodos y la competencia. Las críticas entre los propios compañeros son una constante para ejercer el poder.

El conflicto también es una constante dentro del grupo de trabajadores. Éste surge a partir de la distribución de tareas, de material y de herramientas. Por ejemplo, los albañiles de mayor antigüedad son los elegidos para realizar labores que dejarán una mayor derrama económica, pues estos ya han forjado lazos de amistad y reciprocidad con el encargado de obra. En el caso de “los nuevos”, se enfrentan a un proceso de aceptación y reconocimiento, por lo que deben demostrar cualidades que los hagan dignos de respeto.

La rivalidad entre los trabajadores se presenta entre los diversos niveles jerárquicos en los que se desempeñan. Cada uno de los sujetos compiten con otros de su mismo rango para mantenerse o incluso para ascender de un cargo a otro. Por ejemplo, en la obra, algún albañil puede criticar a otro no solo por cómo trabaja, sino también por la cantidad de tiempo que invierte en una tarea. De acuerdo con la narrativa de los albañiles, es común escuchar expresiones como éstas: “¿para qué quieres tanto dinero? Eres ambicioso”; u “¡ora cabrón!, compra tu segueta ¿qué no te pagan?”; bromas cotidianas que reflejan el conflicto al interior del grupo.

En su trabajo diario, los albañiles luchan por mantener su estatus. Cada día se esfuerzan por ganar dinero y demostrar a su grupo de iguales por qué ocupan un cargo determinado. Cada trabajador, en los distintos cargos, se enfrenta al cuestionamiento. Por ejemplo, Juventino, como encargado de obra, tiene autoridad sobre los albañiles, pero para ganarse el respeto de los mismos tiene que demostrar cómo se debe trabajar.

Aunque las relaciones de poder son parte del día a día, los trabajadores también tejen redes de apoyo y solidaridad. Ellos se reconocen como grupo y se diferencian de otros (jardineros, empleadas domésticas, colonos, arquitectos). En la convivencia diaria establecen lazos de amistad y compadrazgo, reforzando los lazos comunitarios y de parentesco previos.

Cuando los lazos son sólidos, los albañiles comparten sus problemas laborales y familiares. Ellos se dan consejos16, se escuchan y apoyan en algunas actividades cotidianas de la obra, como mover cosas pesadas, acercar o prestar alguna herramienta y, en dado caso, otorgar préstamos económicos.

Aunque los albañiles interactúan a lo largo del día dentro de la obra, el momento de mayor cercanía y convivencia es el horario de descanso y de comida. El primero ocurre el día sábado, cuando alrededor de medio día se toman unos minutos para compartir un vaso de refresco. El segundo se da de lunes a viernes, en el horario de comida.

En este espacio comen, platican, escuchan música y conviven entre ellos, pues a pesar de la diferencia de edad y de rango dentro de la obra, se reconocen como iguales, generando una identidad como trabajadores de la construcción. Esta convivencia refuerza los lazos de apoyo y reciprocidad, que más adelante les permitirá contar con nuevos espacios de trabajo.

Reflexiones finales

A partir del análisis particular del gremio de los albañiles, he señalado que la producción y la reproducción de las identidades de género y, de manera particular, de la masculinidad, está atravesada por el poder y la distinción a nivel personal, familiar, laboral y comunitario.

La forma de ser y definirse como hombre entre los albañiles entrevistados es heterogénea; sin embargo, existen elementos que comparten dentro del grupo y con otros grupos sociales, pertenecientes a otra clase social, etnia, raza, edad, nivel educativo y ocupación. Estas semejanzas permiten identificar la existencia de un modelo hegemónico de la masculinidad que atraviesa diversos órdenes sociales a nivel regional y nacional. Entre estos elementos pueden señalarse la paternidad, la vida en pareja, la participación en el trabajo remunerado, la adquisición de bienes, entre otros.

Sin embargo, el caso analizado permite reflexionar que la masculinidad también es un proceso que se construye y significa a partir de la interseccionalidad de diversos órdenes sociales. Por lo que dicha construcción no sólo está delimitada por el género, sino que también implica otros elementos, como la clase social, la edad o los procesos de racialización, entre otros, que toman especial importancia y posiciona a los sujetos en relación a los otros, en un contexto en el que predomina la masculinidad dominante y desde luego, el patriarcado, dando pie a la existencia de masculinidades subordinadas.

Con ello quiero señalar que existe un modelo estructurador del deber ser masculino, pero, a partir del análisis particular de la experiencia de vida de los albañiles, descubro que existen particularidades culturales, sociales, históricas y contextuales que llevan a repensar determinados aspectos de la masculinidad.

La crisis agrícola a la que se enfrentaron los albañiles entrevistados, así como la rápida transformación del contexto rural donde crecieron a raíz de la industrialización del estado, el impulso del turismo, las nuevas ofertas de trabajo y, entre ellas, la albañilería, llevaron a estos hombres a desenvolverse en nuevos espacios como el fraccionamiento Lomas de Cocoyoc, lo que generó encuentros y desencuentros con otros grupos sociales.

Su incorporación a este nuevo espacio laboral implicó comprender, utilizar y significar de una manera diferenciada su cuerpo; así como también los enfrentó a otras relaciones de poder con su grupo de iguales y con otros grupos sociales. El ejercicio de la proveeduría de la familia se transformó al pasar de la producción de maíz y fríjol para autoconsumo a la obtención de dinero para comprar los alimentos para subsistir. Todo esto, en su conjunto, me llevó a inferir que los procesos a nivel local, regional y nacional impactaron la forma de entender la masculinidad.

Son estas especificidades las que dan pie a la existencia de masculinidades diversas, con encuentros y desencuentros entre ellas. La propia experiencia de los albañiles a lo largo de su vida también los ha llevado a repensar algunas prácticas del modelo dominante. Por ejemplo, el consumo del alcohol sugiere que las identidades de género se repiensan en la vida cotidiana, en los espacios de convivencia con otros hombres y mujeres, en la familia, en el trabajo y en la comunidad, donde se refuerza, se cuestiona y se construye la cultura.

El espacio laboral de la obra es un espacio de encuentro entre géneros, generaciones, clases sociales, etc., donde los albañiles adquirieron e incorporaron una “nueva” forma de demostrar su masculinidad. El éxito laboral como hombre trabajador se materializa en la adquisición de bienes materiales que otorgan capital simbólico a su masculinidad Entre los albañiles, la construcción de una casa ‘”tipo Lomas” ha generado, además de una transformación en el paisaje cotidiano de la comunidad de Zahuatlán, nuevas formas de demostrar la virilidad.

Esto ha dado pie a que algunos elementos que hombres y mujeres reconocen y valoran como atributos de la masculinidad se transformen. La adquisición de bienes materiales entre los albañiles han generado nuevas fuentes de adquisición de prestigio y estatus, y ha permitido movilidad social al interior de la comunidad.

Para los albañiles, la masculinidad es un proceso multidimensional que involucra el plano personal, familiar y comunitario. A nivel personal los albañiles resaltan la responsabilidad con el trabajo y la familia; en el plano familiar destacan la proveeduría y el cuidado de los suyos, mientras que, dentro de la comunidad, manifiestan su masculinidad por medio de la adquisición de bienes materiales y, por último, dentro de la obra misma a partir de ciertos recursos físicos y simbólicos vinculados con el oficio, el uso del cuerpo, las jerarquías, los consumos y la interacción con otros sujetos genéricos. Estos elementos dan pie para comprender que la significación de la masculinidad se reafirma y, en algunos casos, se transforma a lo largo del ciclo de vida de los sujetos.

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1Con la Revolución Verde se promovió el uso de fertilizantes y pesticidas, como un medio alternativo para aumentar la producción, pero dada a la poca experiencia de los agricultores sobre el uso y el manejo de los mismos, se originaron severos daños en las parcelas, contaminando el medio ambiente y afectado la salud de los campesinos. En el caso morelense, los albañiles entrevistados que anteriormente laboraron como jornaleros agrícolas recuerdan que fue en la década de 1980 cuando la producción disminuyó en calidad y cantidad, por lo que muchos dueños de los sembradíos optaron por vender las tierras.

2Adrián, albañil de 56 años de edad. Entrevista realizada en noviembre del 2015.

3Régulo, albañil de 50 años. Entrevista realizada en junio 2015.

4Régulo, albañil de 50 años de edad. Entrevista realizada en mayo 2015.

5Constantino, albañil de 64 años de edad. Entrevista realizada en abril 2015.

6Armando, albañil de 52 años de edad. Entrevista realizada en junio 2015.

7Adrián, albañil de 56 años de edad. Entrevista realizada en noviembre 2015.

8Con ello se refieren a enseñar a los hombres a trabajar y a ser responsables con los suyos.

9Adrián, albañil de 56 años de edad. Entrevista realizada en noviembre 2015.

10Adrián, albañil de 56 años de edad. Entrevista realizada en mayo 2015.

11Las casas “tipo Lomas” son construcciones de dos plantas, pintadas de blanco, con puertas amplias, con fachadas, terrazas, techados de teja y jardines. Se distinguen de las antiguas construcciones de adobe, teja y lámina de cartón, con techos de tierra, que predominaban en la localidad de donde son originarios los albañiles.

12Juventino, albañil y encargado de obra de 51 años de edad. Entrevista realizada en mayo 2015.

13Juventino, albañil y encargado de obra de 51 años de edad. Entrevista realizada en mayo 2015.

14Régulo, albañil de 50 años de edad. Entrevista realizada en mayo 2015.

15Juventino, albañil y encargado de obra, 51 años de edad. Entrevista realizada en mayo 2015.

16Los albañiles entrevistados, que son considerados albañiles adultos dentro de la obra, refieren que dan consejos a los más jóvenes. Los temas abordados son el consumo del alcohol, los ahorros, las visitas a espacios masculinos (botaneras), la familia y el cuidado del cuerpo.

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