El transitar de la ciencia a través del tiempo, se ha caracterizado por ser un camino sinuoso, lastimero, frustrante. Pero también perseverante, glorioso, esperanzador. Han sido personajes aislados quienes, rompiendo paradigmas y enfrentados a toda clase de poder social, económico o religioso, se sobrepusieron a la ignominia colectiva, a la afectación de la salud propia y hasta la muerte para dejar un legado a la humanidad. Ejemplos abundan, sólo nombraré unos cuantos: Newton, Darwin, Galileo, Miguel Servet, Marie Curie.

En los tiempos actuales, no se concibe una nación sin una ciencia como política de Estado, so pena de quedarse a la zaga del progreso y desarrollo social.

La ciencia -huelga decirlo- es un conjunto de conocimientos racionales, sistemáticos, verificables sobre algún fenómeno en particular. Se reconoce falible y, por lo tanto, provisional. Decía Carl Sagan que es una forma de pensar vinculada al escepticismo y al cuestionamiento.

Valga la introducción previa dados los tiempos aciagos que vivimos, en los que prima la incertidumbre, la ansiedad y la exigencia pronta de encontrar una cura para la enfermedad viral que nos asola. En estos momentos, la ciencia es un faro, un asidero, un puente que permite transitar sobre un río turbulento.

Una luz al final del túnel parece que se vislumbra y es el anuncio por parte del gobierno mexicano de coparticipar con el argentino en la fabricación de una vacuna contra el SARS-CoV-2, causante de la pandemia. Esta se encuentra en fase III de investigación, lo que implica que se encuentra aún en proceso de ser validada, ya que la ciencia y sus productos no se dan en automático, requieren de una serie sucesiva de pasos para ser considerados fiables.

Es necesario que se revalore la ciencia, por lo que es necesario fomentar su pedagogía a todos los niveles. Además, quienes ostentan el cargo de administrar las políticas públicas deben de dejar de nombrarla con epítetos: la ciencia es una sola y, en lugar de recortarle presupuesto, debiera ser incentivada y promovida. Además, los políticos deben entender que su ejemplo es básico y constituye un rechazo abierto a la ciencia, lo que puede tener consecuencias severas.

La difusión de una cultura científica en el sistema educativo y entre la población se vuelve indispensable con el fin de fomentar un pensamiento más analítico y crítico. Esa cultura científica nos hará capaces de dicernir la información, de no caer en bulos o fake news, y también nos hará concientes de que no existen verdades únicas e inmutables. La ciencia tiene sus limitaciones, no existe respuesta a todas las preguntas de la humanidad, es una mera herramienta de la razón para interpretar y comprender el mundo. Y es en ese mundo ignoto, misterioso, sombrío en donde se hace necesario -vuelvo a citar a Sagan- “mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”.

Suscribo el dicho de que se podría seguir adorando imágenes en los templos… pero colocando pararrayos por encima (por las dudas).