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Revista de filosofía open insight

On-line version ISSN 2395-8936Print version ISSN 2007-2406

Rev. filos.open insight vol.13 n.28 Querétaro May./Aug. 2022  Epub May 19, 2023

https://doi.org/10.23924/oi.v13i28.569 

Reseñas

Reseña de La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual, Nussbaum, Martha, Paidós, Barcelona, 2019, 304 pp.

Ramón Díaz Olguín1 

1Centro de Investigación Social Avanzada

Nussbaum, Martha. La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual. 2019. Paidós, Barcelona: 304p.


Temáticas

Quien se aproxima a la producción intelectual de Nussbaum descubre muy pronto ciertas líneas temáticas que la unifican, a pesar de su amplitud y diversidad. Descubre, por ejemplo, su arraigado interés por la promoción humana, especialmente de los marginados (Crear capacidades, Paidós, 2012), los discapacitados (Las fronteras de la justicia, Paidós, 2015) y las mujeres (Las mujeres y el desarrollo humano, Herder, 2002). Asimismo, descubre su preocupación por la educación de las nuevas generaciones, en un espíritu liberal de tolerancia y apertura, con miras a apuntalar la convivencia democrática (Sin fines de lucro, Katz, 2010) sobre la base del pensamiento humanista clásico (El cultivo de la humanidad, Paidós, 2005).

Pero quizá la línea temática que más destaca en el pensamiento de Nussbaum en los últimos treinta años sea el estudio de las emociones humanas, por su importancia tanto para la ética como para la política y no sólo para el campo de la literatura. En este terreno, sobresalen, en primer lugar, sus estudios sobre el amor, el deseo y la pasión a través del análisis de algunas obras literarias y filosóficas (El conocimiento del amor, Machado Editores, 2016). Destacan, asimismo, sus ensayos sobre lo que denomina «justicia poética», que no es otra cosa que la formación de una clase de juicio indispensable en el ámbito del derecho y la racionalidad pública, a través de la maduración del juicio ético que acontece leyendo y analizando obras literarias antiguas y modernas (Justicia poética, Andrés Bello, 1997).

Sobre las emociones, tal vez la obra más sistemática que ha escrito Nussbaum —sin llegar a una verdadera «teoría», en el sentido tradicional de la palabra— es la que se titula Paisajes del pensamiento (Paidós, 2008), donde analiza el papel que éstas tienen en la conformación de la racionalidad de los juicios de valor —fundamentales en la ética— y no sólo como instigaciones psicológicas de los comportamientos humanos. Aunque en esta obra aparecen ya algunos encomiables análisis de ciertas emociones negativas que desarrollará más adelante en otros libros —como la aflicción, ira y el temor— ésta se centra ante todo en la exploración meticulosa de dos emociones positivas: la compasión y el amor.

En la misma línea, aparecerá después Emociones políticas (Paidós, 2014), que es como la trasposición de sus descubrimientos sobre las emociones de la esfera moral hacia la esfera pública —o, mejor dicho, a la vida política— con miras a suscitar formas de convivencia entre los ciudadanos abiertas, inclusivas, tolerantes y razonables, como aportación actual al viejo ideal del liberalismo político. En la tercera sección —que ocupa casi la mitad del libro— Nussbaum analiza la contribución de las emociones tanto positivas como negativas en la esfera pública, retomando en parte los descubrimientos alcanzados en la obra anterior y complementándolos en parte con aportaciones provenientes de la historia, la sociología y el psicoanálisis.

Dos emociones negativas, que obstaculizan la convivencia armoniosa entre las personas porque promueven políticas de exclusión y rechazo, si no es que acciones de vindicación y destrucción, son, por un lado, el asco (o repugnancia) y, por el otro, la ira (o la furia). La primera alienta comportamientos de vergüenza, que conducen a censurar o por lo menos ocultar los límites que delinean con claridad las imperfecciones de los hombres (como la vejez, la enfermedad o la pobreza); la segunda anima comportamientos de venganza, como resultado del resentimiento acumulado por injurias personales no superadas o injusticias sociales no resarcidas (como la segregación racial o la intolerancia religiosa). Ambas emociones son tratadas por separado en dos obras de gran calado y agudos análisis filosóficos: El ocultamiento de lo humano (Katz, 2006), por un lado; La ira y el perdón (FCE, 2018), por el otro.

Libro

La monarquía del miedo (Paidós, 2019; en adelante, MM) no es el libro más reciente de Martha Nussbaum, pero sí el último donde ha vuelto de nueva cuenta sobre la temática de las emociones en su vinculación con la vida pública. Si bien presenta nuevos análisis y aproximaciones al mundo de las emociones «políticas», puede considerarse también una lograda síntesis de las exposiciones teóricas realizadas en los libros anteriores. Por eso, aunque pudiera parecer injusto decirlo de esta manera, quien abrigue la esperanza de contar con una exposición de conjunto acerca de esta importante porción de su pensamiento filosófico —ordenada y coherente, clara y amena pero, no por ello, menos fundamentada y, además, en pocas páginas— puede acercarse en primera instancia a esta obra antes que a las otras.

Aunque está centrada en la exposición crítica de cuatro emociones que suelen influir de manera negativa en la convivencia humana —el miedo, la ira, el asco y la envidia— en realidad se trata de una obra bastante equilibrada en sus juicios. Por un lado, porque no sólo expone los aspectos negativos y, por así decir, destructivos, de estas cuatro emociones en la vida política, sino que descubre a su vez la importancia de estas emociones en la economía de la vida humana en cuanto tal, por lo que sería contraproducente tratar de eliminarlas o censurarlas (MM, 242). Por otro lado, porque dedica un buen número de páginas a hablar de una propuesta de convivencia humana bastante razonable sobre la base de una emoción positiva capaz de contrarrestar los efectos perniciosos de las otras cuatro, no obstante su carácter un tanto enigmático e inasible: la esperanza (MM, 227-276).

❖ Trasfondo

El libro de Nussbaum —como cuenta ella misma en el prefacio de éste— surge de un doble contexto.

El más inmediato, vinculado a la política partidista, fue la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en noviembre de 2016. Con él no sólo llegaba a la jefatura de gobierno de la nación quizá más poderosa del mundo una forma sui géneris de gobernar, sino también una persona que gustaba de enfrentar a los ciudadanos a través de la exaltación de las pasiones más enconadas, como el aborrecimiento racial y la discriminación social, con ayuda de eficaces discursos nacionalistas (como se vio de forma apoteósica cuatro años después al término de su mandato en la transición a un nuevo gobierno) (MM, 11-14).

El mediato, en cambio, de naturaleza autobiográfica, son todas aquellas cosas que contribuyeron a formar su identidad personal y la prepararon para acometer múltiples proyectos de beneficio social, tanto en el plano teórico como en el práctico. Su infancia en una familia sureña acomodada; su formación académica en filosofía y letras clásicas; su preparación como actriz de teatro; el intercambio de ideas con alumnos y colegas; sus frecuentes viajes por el mundo (de oriente y de occidente); la evolución de sus convicciones políticas; el descubrimiento de la religión y la cultura judías con su primer matrimonio; la confrontación con las distintas formas de exclusión y marginación (sexual, racial, laboral, intelectual) (MM, 14-22).

❖ Carácter

En el libro se presentan consideraciones de muchos tipos sobre la convivencia humana con miras a clarificar el papel que juegan en ella las distintas emociones, sobre todo las negativas: políticas, históricas, literarias, sociológicas, jurídicas, económicas, psicoanalíticas (MM, 37). Por eso, con la misma naturalidad comparecen en los distintos capítulos pensadores del pasado (Platón, Aristóteles, Cicerón), modernos (Kant, Rousseau, Mill, Smith), contemporáneos (Rawls, Sorabji, Martin), artistas de distintas épocas (Esquilo, Lucrecio, Shakespeare, Whitman, Joyce, Proust, Miranda), psicólogos de distinto cuño (Stern, Winnicott, Klein), connotados activistas (Gandhi, Luther King, Mandela), políticos del último siglo (Roosevelt, Churchill, Bush, Obama) (MM, passim).

Con todo, el punto de vista que unifica en el libro concepciones tan dispares es el filosófico. Esto es así, porque en última instancia aspira a alcanzar una comprensión profunda sobre las fuerzas que impulsan a los hombres en la vida cotidiana, ya que éstas inciden poderosamente sobre la convivencia democrática. No pretende ofrecer criterios sobre políticas públicas ni dar orientaciones sobre decisiones económicas, por más que ambas cosas son de gran ayuda a la hora de afrontar los problemas políticos.Y aunque en él abundan los análisis rigurosos y minuciosos, es más un ejercicio de reflexión o introspección. Sin embargo, la comprensión a la que aspira no es meramente teórica, pues también busca abrir caminos eficaces de actuación, sólo que no es forma primaria. De todos modos, Nussbaum no pierde de vista que la orientación más segura de la acción proviene de la comprensión y que la comprensión auténtica está abierta a la realidad y, por tanto, a la acción (MM, 37-38).

❖ Método

Para cumplir con este objetivo, Nussbaum considera indispensable aclarar su concepción de filosofía. Ésta sigue los ideales humanistas de la tradición griega, en conformidad con los orígenes de su formación académica.1

Es ante todo dialógica, pues está abierta a confrontarse con distintos puntos de vista, incluso opuestos o contradictorios. Pero también es inquisitiva, ya que todo punto de vista debe ser cuestionado o sometido a examen. Pretende la exactitud en los argumentos, con una fuerte trabazón de ideas, aunque está abierta a modificarlos cuando ya no se sostienen como modelos explicativos. Se trata de un saber humilde, pues reconoce que el conocimiento profundo de la realidad no le pertenece a nadie, ya que todos se aproximan a ella de manera incierta y fragmentaria. También es un saber democrático, pues está consciente de que la verdad puede provenir de cualquier persona, incluso de aquellas que parecen menos indicadas o peor provistas; por eso da cabida a todos los hombres, sin exclusión alguna (MM, 33-35).

Una filosofía así concebida está muy lejos de dictámenes autoritarios y planteamientos dogmáticos. No impone criterios, ni amenaza personas, ni ridiculiza argumentos. Antes bien, es un ejercicio continuo de respeto: por las ideas, ciertamente; pero, sobre todo, de las personas.Y, apurando un poco el discurso, puede verse como un acto de amor genuino, pues el amor tiene por objeto ambas cosas: las personas y sus ideas. Su representante más acabado es Sócrates; pero más que la encarnación de un saber semejante, se trata de una figura ideal en continua búsqueda (MM, 33-35).

❖ Argumento

Nussbaum introduce el argumento principal de su libro con una observación elemental, pero de gran relevancia: de un tiempo a la fecha, las comunidades humanas, tanto nacionales como del extranjero, se sienten dominadas por una emoción particular, que trastorna la convivencia de las personas y limita las posibilidades constructivas de esa convivencia. Esa emoción se llama «miedo» (MM, 23).

El miedo es una emoción universal; su origen, además, es muy primitivo (MM, 32, 38, 41-43). Por eso está por encima de creencias religiosas y filiaciones ideológicas (MM, 24). Supera, a su vez, las diferencias de edades, estratos sociales, formación intelectual, identidad de género (MM, passim). Incluso los animales que no tienen lenguaje son capaces de experimentar miedo, porque no es una emoción exclusivamente humana (MM, 47).

El miedo es una emoción «egocéntrica»; llegado el caso, lleva a las personas a mirar tan sólo por su propios intereses (o, a lo mucho, por el del grupo humano más inmediato, como la familia o el círculo social íntimo) (MM, 53-54). Bien mirado, en realidad el miedo es más bien «narcisista», pues no sólo conduce a las personas a mirar por sí mismas sino también a considerar sus asuntos como los únicos importantes en el mundo (MM, 52). Desde otro punto de vista, el miedo es una emoción «utilitaria», pues impulsa a los individuos a valerse de otros individuos con tal de evadirlo o superarlo (MM, 52). Por estas razones, puede considerarse una de las emociones más «asociales» (MM, 51).

Este miedo se expresa de muchas maneras: miedo a perder el trabajo, miedo a una crisis económica, miedo por el futuro de los hijos, miedo por la estabilidad de la familia, miedo por la cercanía de la vejez, miedo por la falta de seguros médicos, miedo por el próximo cambio político, miedo por el aumento de la delincuencia, miedo a un ataque terrorista. En realidad, los ejemplos podrían multiplicarse al infinito, pues prácticamente cada suceso o acontecimiento dentro del mundo puede suscitarlo (MM, 23, 75-76).

Las más de las veces, estos miedos no son infundados; antes bien, tienen su origen en problemas reales: una prolongada crisis financiera, radicales cambios políticos en el país, la llegada de una enfermedad imprevista, la falta continua de oportunidades laborales, una pobre oferta educativa, amenazas comprobadas de grupos radicales, el dominio cada vez más acuciante del crimen organizado, el aumento de la corrupción en las estructuras sociales. Aunque la imaginación es un constante catalizador del miedo, su origen mismo es más bien realista: son todos estos hechos enunciados sus genuinas causas (MM, 23, 75-76).

El miedo pone al descubierto al hombre: por un lado, revela su vulnerabilidad, su existencia precaria; por otro lado, lo torna consciente de su desamparo, lo hace percibir sus límites. Mientras lo vive, no sabe cómo defenderse porque, además, ofusca su mente y paraliza su capacidad de acción (MM, 41-43, 45-46). De esta emoción, difícilmente el hombre puede salir a partir de sí mismo; por fuerza requiere de una ayuda externa, pero efectiva y, sobre todo, comprensiva: para un niño, son los padres; para un adulto, es el cónyuge o los amigos; para un hombre cualquiera, la mano que lo ayuda (MM, 54, 58, 61-63).

La experiencia del miedo es individual, pero sus efectos alcanzan el ámbito social (MM, 41-45). Por lo mismo, la respuesta a esta emoción también debe ser social, con eficaces medidas públicas (MM, 36-37). Una comunidad con cierta madurez abordaría los problemas que suscitan el miedo entre sus miembros de manera decisiva; sondearía entre sus recursos propios —humanos e institucionales, policíacos y jurídicos, materiales y económicos, incluso culturales y hasta históricos— para afrontarlos en forma eficaz: crearía proyectos, establecería metas, fijaría sus plazos, asignaría recursos, repartiría responsabilidades, modificaría procesos, solicitaría ayuda externa (MM, 37). De esta manera, ayudaría a destrabar la parálisis que produce el miedo en las personas concretas y les permitirían salir del confinamiento en sí mismas a donde las conduce esta emoción.

Es factible, sin embargo, que una comunidad siga un camino opuesto. Uno, de efectos demoledores a mediano y largo plazo, pero muy efectivo —además de práctico— en el plazo inmediato. Incitada por el miedo, buscará «culpables» de la situación por la que atraviesa a través de complejos mecanismos de «alterización»; es decir, descubrirá a los «otros» por quienes las difíciles situaciones en las que se encuentran han comenzado, se han mantenido durante algún tiempo o sencillamente no se resuelven. Si esos «otros» no hubiesen alcanzado a la comunidad de alguna manera, ésta se vería libre del miedo, a resguardo de esta emoción (MM, 23-24, 26). Esos «otros» pueden ser los miembros de otro conjunto humano, de fuera del país o al interior del mismo país; también pueden ser algunos miembros de la misma comunidad, que se destacan por su género, posición social, creencia religiosa, opción de vida, identidad racial (MM, 24). Así pues, la manera más económica de desterrar al miedo es acabar con los «culpables», deshacerse de los «otros» (MM, 72-74).2 Quizá no en el modo radical que sugieren estas palabras —«acabar», «deshacerse»— pero sí en formas eficaces aunque discretas y, sobre todo, socialmente aceptables: la estigmatización, la marginación, el ostracismo… (MM, 23-24, 26, 30).

El miedo aviva en los hombres otras emociones negativas contra los «culpables», que justamente por ello, además de negativas en quien las vive serán poco amigables o incluso hostiles contra los «otros» (MM, 39). En principio, estas emociones pretenden «exorcizar» el miedo originario; pero, en realidad, no harán más que incrementarlo o agudizarlo. Se trata de la «ira», que contiene un fuerte elemento de venganza (MM, 89-121); de la «envidia», que da pie a comportamientos de revancha (MM, 161-192); del «asco», que empuja a tomar medidas segregadoras (MM, 123-160).

Estas otras emociones pueden ya existir entre los hombres antes del miedo; de hecho, tienen una identidad propia y siguen su propio decurso anímico (MM, 39). La primera, por ejemplo, tiene su origen en una injusticia recibida mal resarcida (MM, 98); la segunda, por su parte, surge a partir de una comparación de bienes o talentos muy desfavorable (MM, 163-164, 167); la tercera, en cambio, es resultado de sensaciones incómodas ante algo desagradable y repulsivo (MM, 112-131). El miedo, además de avivarlas, las «intoxica», las «envenena», y con ello duplica su potencia negativa (MM, 31-32, 38-39).

Cuando el dominio despótico del miedo se traslada del ámbito individual al de las relaciones sociales, da lugar al surgimientos de estrategias políticas de venganza (ira), de exclusión (asco) y de despojo (envidia). La historia pasada y reciente aporta muchos ejemplos al respecto (MM, 69-71, 75-85, 123-125, 143-156, 173-176, 176-178); también la literatura ha hecho lo propio en muchas obras inmortales (MM, 90-93, 125-127, 131-133). Para que esto no suceda, es necesario desactivar estas emociones como si fuesen bombas de tiempo —a punto de estallar— dotadas de un complejo mecanismo de relojería. Eso se logra, por un lado, conociendo a fondo su dinámica inherente (MM, 26-27); también se logra, por el otro, atendiendo a las causas que las suscitan, sobre todo cuando son ficticias (MM, 104-106).

Por ejemplo, es indispensable saber que la venganza no es un componente esencial a la ira, sino un epifenómeno, como los muestras los mejores estudios filosóficos y psicológicos sobre esta emoción (MM, 99-104). Asimismo, es preciso entender que las razones que despiertan la ira están ligadas muchas veces a ciertas imágenes que los hombres hacen de sí mismos —como su honor o cierto estatus— y no a lo que son en sí mismos, como su dignidad en tanto personas (MM, 104-106). Gandhi, en la India; Luther King, en Estados Unidos, Mandela, en Sudáfrica, son casos concretos aportados por la historia que confirman a manos llenas la precisión de estos análisis (MM, 95, 114-121). Todos ellos fueron partidarios de una búsqueda de la justicia orientados por la ira, pero sin caer víctimas a manos de la venganza. Asimismo, demuestran que esta emoción es necesaria en la economía de la vida humana y la convivencia social, no obstante su carácter negativo, por lo cual sería un contrasentido eliminarla o censurarla.

Análisis semejantes realiza Nussbaum sobre las otras emociones —el asco y la envidia— que aquí, por razón de espacio, ya no es posible presentar.

❖ Excurso

A la luz de los resultados alcanzados sobre las cuatro emociones negativas, Nussbaum realiza una lectura detenida sobre dos fenómenos culturales muy influyentes en la vida política, pero silenciados las más de las veces por la opinión pública: el «sexismo» y la «misoginia». Por diversas razones, las mujeres han sido desde tiempos inmemorables objetos concurridos por estas emociones y víctimas asiduas de sus aplicaciones políticas (MM, 39, 193-225).

Por un lado, Nussbaum define al sexismo como un conjunto de «opiniones» o «creencias» —teóricamente endebles y empíricamente indemostradas— que afirman de una manera u otra que las mujeres son «inferiores» a los hombres y, por tanto, no merecedoras de las mismas oportunidades (familiares, educativas, laborales) (MM, 39, 200, 202). Por otro lado, define a la misoginia como una «estrategia» de imposición sistemática que tiene por objetivo mantener a las mujeres en el lugar que les corresponde —esto es, por «debajo» de los hombres— con miras a perpetuar inveterados privilegios de género (MM, 39, 204, 208).

Uno de sus objetivos es mostrar que la misoginia no sólo depende en buena medida de las opiniones y creencias sexistas sino, sobre todo, que es resultado de una extraña combinación de las emociones negativas sujetas a análisis a lo largo del libro (MM, 39, 205). En el caso de las mujeres, se trata de una ira «punitiva», de un asco «fisiológico» y de una envidia «profesional» (MM, 39, 196-197, 210-225). Pero en el fondo, se trata de un miedo enmascarado y en absoluto confesado ante una de las formas más enigmáticas de «otro» (MM, 193, 197-199).

❖ Propuesta

Nussbaum no es una persona pesimista; esto se aprecia con claridad en la última parte de su libro. Los acontecimientos de su propia vida mencionados en las primeras páginas no le permiten quedarse atrapada en una mirada melancólica ante las vicisitudes de la vida (MM, 14-22). Por eso no podía concluir el libro sin ofrecer abundantes razones para la esperanza, tanto en la esfera privada como en la esfera pública (MM, 228-229).

La esperanza es una emoción claramente positiva (MM, 39); juega un papel determinante en la vida de los hombres, pues no sólo abre caminos donde, en apariencia, no hay alguno, sino además da los impulsos necesarios para recorrerlos (MM, 241-242); fomenta la fe y el amor (MM, 243-247). Desde un punto de vista político, es una emoción constructiva: de obras sociales, de respuestas a necesidades, pero, sobre todo, de comunidad (MM, 228-229). Las personas tienden a reunirse y formar sociedades cuando hallan motivos comunes para la esperanza (MM, 231).

Por desgracia, la esperanza es una emoción enigmática; razón por la cual, tal vez, ha sido poco atendida por la filosofía (MM, 232). Cuando se ha intentado precisar su naturaleza, no se ha podido escapar de algunas paradojas, sobre todo cuando se la concibe como deseo de cumplimiento de algo bueno, que además se sustenta sobre un cálculo de probabilidades (MM, 232). Nussbaum desmonta esta imagen de la esperanza con tres argumentos contundentes.

En primer lugar, la esperanza no implica necesariamente una ponderación de probabilidades; antes bien, la experiencia muestra cómo los hombres suelen esperar incluso cuando todas las probabilidades están en contra (MM, 232). Sobre estas probabilidades, además, es necesario considerar dos cosas: por un lado, cuando son muy altas, las esperanza misma tiende a volverse superflua en los hombres; por el otro, cuando son escasas, pueden llevar a los hombres a implementar acciones muy osadas (MM, 232). En segundo lugar, la esperanza no se dirige sin más a la consecución de cualquier cosa buena, de lo contrario, cualquier expectativa humana sería considerada una esperanza; antes bien, está de por medio algo que muestra tener gran importancia, que no puede considerarse más que como algo trascendente (MM, 232-233). No hay una esperanza sobre una golosina, sobre un paseo, sobre una clase, pero sí acerca de una operación quirúrgica, de una entrevista de trabajo, de un examen de grado (MM, 233). En tercer lugar, la esperanza implica la conciencia de que en estos asuntos está de por medio una clara impotencia: quien espera sabe que la realización o concreción de aquello que aguarda está fuera del alcance de sus manos; si no fuera así, no faltaría más que poner manos a la obra (MM, 233).

Nussbaum propone una aproximación distinta a la naturaleza de la esperanza, sobre la base de otras fuentes documentales.

La primera fuente proviene del pensamiento antiguo, tanto griego como romano (MM, 233-235). Estos hombres del pasado solían ver en la esperanza la emoción antitética del miedo porque, en el fondo, comparten las mismas notas fundamentales: por un lado, están vinculadas a situaciones dotadas de importancia, si bien desde puntos de vista diferentes (el miedo, desde la perspectiva de la pérdida; la esperanza, desde la óptica de la confianza); por otro lado, porque miran a su resultado como algo de consecución incierta (lo cual hace que el miedo no sea definitivo ni la esperanza sea absoluta); finalmente, porque los hombres son impotentes frente a ambas (el miedo no evita los peligros; la esperanza no hace que las cosas ocurran) (MM, 233). Justo por la similitud de características, es muy común que los hombres pasen de la esperanza al miedo, pero también que del miedo se abran paso a la esperanza (MM, 234). Según Nussbaum, aquello que inclina a los hombres en una dirección u otra es una cuestión de «enfoque»: hay quienes se centran en los malos resultados que caerán sobre sus cabezas; hay quienes se abren al cumplimiento de aquello importante y significativo que aguardan (MM, 235).

La segunda fuente proviene de una filósofa norteamericana, que ha reflexionado como pocos sobre la esperanza: Adrienne Martin (MM, 235-237).3 Según esta pensadora, más que como una emoción, hay que considerar a la esperanza como un «síndrome» (MM, 235). Esta palabra alude a un conjunto de fenómenos que concurren en una misma situación; por ejemplo, la curación de una enfermedad, que depende de una multiplicidad de factores muy diversos. En la esperanza, se conjugan al menos cuatro cosas: pensamientos, imaginaciones, disposiciones para actuar y acciones como tales (MM, 235).Todo esto contribuye a que la esperanza no sea una actitud puramente pasiva para los hombres. Para esperar de verdad, hace falta una visión del mundo que puede acontecer como resultado (para lo cual sirven los pensamientos y las imaginaciones); asimismo, son indispensables una serie de resoluciones para que este mundo ocurra (a cuyo servicio entran las acciones y las disposiciones para actuar) (MM, 235-236). De todo esto, a Nussbaum le interesa resaltar que la esperanza depende de múltiples factores igualmente decisivos no obstante sus diferencias, pero que todos ellos apuntan en una dirección eminentemente práctica (MM, 236-237).

La tercera fuente proviene del pensamiento ético de Immanuel Kant (MM, 238-240).4 Según el filósofo prusiano —al menos en la lectura que de él hace Nussbaum— la esperanza no se funda en otra cosa que sobre una decisión humana; o, con una expresión más cercana a su filosofía, en una «opción» que los hombres asumen libremente ante los acontecimientos de la vida (MM, 240). Esta opción alcanza el grado de «deber» cuando, de las acciones de los hombres, han de desprenderse resultados positivos, no para los individuos, sino para la misma comunidad humana (MM, 238). A esta opción que se decanta por acciones positivas y no se retrae ante las consecuencias negativas se denomina «postulado práctico» (MM, 237, 239).5 En el fondo, esto significa que no hay razones para fundamentar una acción semejante, pero se decide actuar en ese sentido en virtud de los beneficios que se alcanzarían para todos (MM, 238-239). Para Kant, según Nussbaum, siempre será mejor inclinarse hacia el lado positivo de la balanza que entregarse al miedo y a la desesperación (MM, 239).

En la vida privada abundan ejemplos de que los hombres suelen actuar de esta manera. Quien se casa, por ejemplo, no lo hace considerando todas las razones por las cuales podría abocarse a un gran fracaso, sino que no hace «en la esperanza» de que podrá tener una buena vida al lado de su pareja, aunque no tenga razones determinantes para ello (MM, 238). Quien tiene un hijo, por su parte, no se queda paralizado pensando por el tipo de vida que le espera en lo futuro o se detiene considerando si será un buen padre para éste, sino que mira «con esperanza» la vida que se le pone por delante y la buena voluntad que tiene para con el hijo (MM, 239).

En la vida pública ocurre algo semejante, como han puesto en evidencia el modo de actuar de grandes personalidades de la historia, como los fundadores de Estados Unidos y los activistas sociales del pasado siglo: Gandhi en la India, Luther King en Estados Unidos, Mandela en Sudáfrica (MM, 38, 244-245, 247-249). Todas actuaron en su momento movidas «por la esperanza», porque de alguna manera vislumbraron en su espíritu un mundo bello para todos; pues cuando se ama un país o una causa —afirma Nussbaum— no se escatiman los esfuerzos para que estos proyectos sean factibles, aunque no haya garantía de los resultados ni pueda preverse su cumplimiento (MM, 239).

Referencias

Kant, I. (1999). “Sobre el tópico: Esto puede ser correcto en teoría, pero no vale para la práctica”. En En defensa de la ilustración. Barcelona: Alba Editorial, pp. 241-289. [ Links ]

Martin, A. (2013). HowWe Hope: A Moral Psychology. Princeton: Princeton University Press. [ Links ]

Nussbaum, M. (2019). La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual. Barcelona: Paidós. [ Links ]

1Una exposición más detallada de esta concepción de filosofía se encuentra en el capítulo primero de El cultivo de la humanidad (2005: 35-74) y en el capítulo cuarto de Sin fines de lucro (2010: 74-111).

2En el capítulo dedicado al «miedo», Nussbaum analiza con detalle la forma como dos expresidentes de los Estados Unidos de los tiempos recientes han afrontado el caso de los musulmanes desde este punto de vista (MM, 75-85).

3Nussbaum cita la obra de Martin titulada How We Hope: A Moral Psychology (2013).

5Recordamos que, para Kant, los postulados son proposiciones que no pueden ser demostradas por la razón teórica, pero son admitidos por la razón práctica para garantizar la vida moral de los hombres.

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