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Tla-melaua

On-line version ISSN 2594-0716Print version ISSN 1870-6916

Tla-melaua vol.12 n.45 Puebla Oct. 2018

 

Reseñas

La democracia por venir en la derrota

Hugo César Moreno Hernández* 
http://orcid.org/0000-0003-1709-3955

* Profesor investigador en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. (hcmor@hotmail.com).

Aceves López, Liza Elena. Aprender a perder. Lecciones del giro latinoamericano a la izquierda: los casos de Bolivia y Venezuela. México: Educación y Cultura - BUAP, 2016.


Jaques Derrida identifica en la democracia una aporía que no detiene el proceso democrático, sino que, muy al contrario, resulta el motor de la democracia como forma de organización política. La “democracia por venir” separa a la democracia, digamos, real o factual, aquella ocurriendo, de la democracia ideal, utópica, hospitalaria donde el otro, lo otro, lo acallado, alcanza una voz integrada por turnos. También es una manera en que Derrida entiende lo democrático, el tener la capacidad de decisión por turnos, esperar el turno a sabiendas de que llegará. Esa es la democracia por venir, no sucediendo, sino la integración, dentro de la forma política, de su crítica y búsqueda de superación. La democracia siempre está por venir porque siempre está esperando que todos tomen el turno. La democracia por venir significa, nos dice Derrida, “reconocer que esa idea, como la del derecho internacional, no está dada jamás, que incluso su estatuto no es ni siquiera el de una idea reguladora en el sentido kantiano, sino algo que queda por pensar y por venir”, siempre reelaborándose, siempre reconfigurándose.

La imagen del giro permite acceder al planteamiento del por turnos. Liza Elena Aceves López descubre, en su libro Aprender a perder. Lecciones del giro latinoamericano a la izquierda: los casos de Bolivia y Venezuela, cómo se da este giro y cómo opera la democracia en la reconfiguración del campo político. Utiliza la propuesta teórica de Enrique Dussel sobre el poder constituido frente a un poder constituyente, es decir, observando el lugar de la potentia para reconfigurar la potestas en dos casos emblemáticos del llamado giro a la izquierda. Con ello, Liza Aceves entiende cómo la democracia exige la presencia del otro, ese otro a quien se le impuso el silencio, ese otro que, en Bolivia, está definido por la dominación a los indígenas (en Venezuela el clivaje sucede en la relación de clase).

Liza Aceves hace una revisión sobre la reconfiguración neoliberal del campo político en América Latina y cómo ésta, que desarticuló los principios ideológicos de la izquierda latinoamericana, a su vez, permitió aperturas de dicha izquierda para lograr su propia rearticulación y así lograr una presencia capaz de estallar la democracia real en una democracia por venir. Nos dice que “La preocupación central de [su] libro ha sido explicar el cambio social que resulta de la crisis del neoliberalismo y la respuesta social frente a él”. Esa crisis del neoliberalismo impuso el giro y dio fuerza al torno para que la izquierda, como nos relata Acevez, accediera al campo democrático, a la vía electoral, y ganara.

Si bien este giro implica evitar la opción revolucionaria armada, esto no cancela la búsqueda de la izquierda por cambiar el mundo. Pero los medios importan porque los medios son el fin. Es decir, la vía electoral, como medio es también fin y la violencia armada, como medio, no debería consolidarse como fin en sí misma. Liza Aceves nos dice lo siguiente:

El núcleo de la construcción de otro mundo para que pueda ser llamado otro, no radica en la forma que tiene ese mundo sino en el modo en que esto se decide. En la perspectiva que proponemos el medio es el fin, no se puede desfetichizar el mundo mediante formas fetichizadas de tomar decisiones. Contra el realismo político moderno proponemos este principio de pensar lo político fetichizado como origen de todas las formas de dominio.

Aceves está siguiendo aquí, otra vez, a Dussel. Entiende que política fetichizada es a donde el poder se ha corrompido al alejarse, enceguecerse y ensordecerse de la potentia popular, incluso de la potentia que le da potestad, aunque sea una clase de por sí dominante. Hacer de las instituciones políticas el centro de la vida es fetichizar el mundo. De ahí que el giro a la izquierda implique una primera desfetichización del mundo y también una orientación democrática, evitando la opción armada, una forma de decidir la construcción de otro mundo buscando dar el turno a todos.

En los casos observados, Bolivia y Venezuela, se nota cómo se llega al hartazgo que pone en crisis el proyecto neoliberal. En Bolivia las llamadas guerras del agua y el gas; en Venezuela, el caracazo. En ambas situaciones la fuerza telúrica surgió de la violencia hacia la gente en su día a día, agua y energía, transporte, las monedas exactas que ya no alcanzan, las cuotas de ganancia desvergonzada. El día a día permitió hacer de la cotidianidad una fuerza de reconfiguración política donde, como dice Jacques Rancière, aquellos sin parte y sin voz exigieron tomar su turno en la democracia. Las “guerras” y “enfrentamientos” no fueron el fin, sino un medio para alcanzar la aglutinación de diversas miradas; la ampliación del horizonte de la izquierda que incluyó, por ejemplo, en Bolivia, la cuestión indígena y en Venezuela la organización de base comunal y vecinal. De la misma manera, queda claro que la democracia no es el fin, pero sí el medio. En ese sentido, siempre está por venir, por perfeccionarse, por ser la verdadera democracia.

El giro a la izquierda, en el campo de la democracia electoral, impone una forma de la toma del poder que implica a los opositores, que no puede, ni debe, excluirlos y, sobre todo, debe estar siempre atenta a eliminar la tentación de destruirlos. La democracia, que siempre está por venir, se acerca cuando esto conduce a la posibilidad del ir por turnos. Esto implica un campo político real, es decir, siempre con el disenso como umbral. Como nos dice Aceves, “los actores que participan en el campo político siguen disputando con el gobierno y dentro de éste, en nuestra opinión esa tensión no es una desventaja del proceso sino su verdadera virtud. La vía electoral muestra sus límites y su potencial al mostrar que en el mundo real no se gana todo ni se pierde todo, que perder no es ser aplastado, que ganar no da el beneficio de aplastar al otro.

En la democracia por venir todos ganan, a pesar de perder. Dicho giró, nos explica Aceves, significó una reconfiguración del campo político en la medida que “las izquierdas en el gobierno han construido una práctica inscrita en la negación del neoliberalismo y en la adopción de reivindicaciones nacionalistas y antiimperialistas presentes en la izquierda marxista y en el ideario del populismo desarrollista latinoamericano” (p. 147). A lo anterior se añaden las visiones indígenas comunitarias que pone en tensión a la democracia electoral-liberal, y los elementos de una posible democracia, pudiéramos decir, decolonial. En este sentido, hablo de un nuevo horizonte donde se alcanza a ver mejor la democracia por venir. En la democracia actual, el conflicto es constitutivo. La lucha democrática confronta y la oposición tiene todo el derecho de exigir su turno.

Pensar las derrotas electorales como fin de ciclo es falso. En todo caso tendríamos que preguntarnos qué ciclo se abrió en 1999 con el triunfo de Chávez, acaso el ciclo de los sucesivos gobiernos de izquierda ad infinitum o se abrió el ciclo de la validez y eficacia de las disputas en el campo político desde la vía electoral, si es el segundo ciclo el que se abrió entonces nadie puede decir que está cerrando, porque nadie puede decir al menos en este momento que no se puede volver a triunfar electoralmente, si lo que se considera cerrado es el ciclo infinito de las victorias de izquierda, tendríamos que informar que ese ciclo nació muerto.

El giro a la izquierda latinoamericano fue un paso hacia adelante para alcanzar esa democracia por venir siempre en el horizonte. Pero gracias a ese giro, a ese nuevo ángulo, a esa reciente inclinación, el horizonte nos permite adivinar mejor los contornos de esa democracia por venir. En la democracia la posibilidad de perder, como nos dice Liza Aceves, es parte del juego del por turnos. Si el ciclo estuviera tumoroso de infinito, no estaríamos frente a una democracia, sino a un régimen que busca osificarse en el poder, fetichizándose ad nauseum, olvidando la potentia que le da potestad, siendo la lápida de la democracia.

Las derrotas electorales sirven para desdibujar los rostros de los personajes centrales, los Chávez, los Morales, obligan a darle otra vuelta al torno y reconfigurar el rostro de la izquierda volviendo a la potentia que les dio potestad de gobierno. La derrota, en democracia, es ganancia de tiempo y desintoxicación de poder. Aprender a perder es aprender a ganar de otra forma, aprender que, en la democracia por venir, nadie está perdido.

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