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Agricultura, sociedad y desarrollo

Print version ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.6 n.1 Texcoco Jan./Apr. 2009

 

El costo emocional de la separación en niños migrantes: un estudio de caso de migración familiar entre Tlaxcala y California

 

The emotional cost of separation in migrant children: a study case in family migration between Tlaxcala and California

 

Cecilia López-Pozos*

 

* Facultad de Sociología, Trabajo Social y Psicología. Universidad Autónoma de Tlaxcala. (clpozos@hotmail.com) (a147424@usal.es)

 

Resumen

En esta investigación describo los efectos psicosociales que implica la separación y reunificación de los integrantes de las familias transnacionales, que viven separados e interactúan entre dos países (México-EE. UU.). Los miembros de estas familias que se quedan, así como los que se van, pagan un alto costo emocional, que se evidencia en el modo de interactuar y en la alteración de su salud mental. Estos padecimientos que emergen en el contexto transnacional, tienen que ser estudiados en el marco de una nueva perspectiva transdisciplinar que incluye la antropología, la etnología, la psicología clínica y la cura tradicional. Sólo bajo esta nueva perspectiva de análisis podemos entender que determinados trastornos ponen de manifiesto la alteridad y el sufrimiento de los sujetos que viven entre dos culturas diferentes.

Palabras clave: Familias transnacionales, migración, salud mental, etnopsiquiatría.

 

Abstract

In this research, I describe the psychosocial effects that separation and reunification imply for the members of transnational families, who live separately and interact between two countries (México-USA). the members of these families who stay back, as well as those who leave, pay a high emotional cost that is evidenced in the way they interact and the alteration of their mental health. these disorders that emerge in the transnational context have to be studied under the framework of a new transdisciplinary perspective that includes anthropology, ethnology, clinical psychology and traditional healing. Only under this new analysis perspective can we understand that certain disorders are exposing the otherness and the suffering of individuals who live between two different cultures.

Key words: Transnational families, migration, mental health, ethnopsychiatry.

 

El elevado precio de la separación

Y luego está lo de mi madre, que me abandonó. Una vez más,
este es el tipo de experiencia corriente... Caminan por delante de
nosotros, caminan muy de prisa y se olvidan de nosotros, tan
perdidas están en sus propios mundos, hasta que tarde o temprano
desaparecen. El único misterio es que esperamos que las cosas
sucedan de otra manera.

Mrilinne Robinson.

 

Introducción

En el análisis o diagnóstico de determinados padecimientos psicológicos, es sumamente constructivo y complementario observar el fenómeno clínico desde el ángulo cultural. Actualmente no podemos seguir perpetuando la estigmatización de patologías que se han inscrito bajo la óptica de una cultura dominante. Este hecho ha sido cuestionado entre los estudiosos de la salud mental que se replantean su propio modo de proceder, y se esfuerzan por comprender la interacción que se da entre la dimensión de la vida externa, es decir la cultura y sus significados antropológicos, y la realidad interior que concierne al funcionamiento psíquico del individuo.

En esta búsqueda por entender dicha interacción se da un debate que se centra en el reconocimiento y valía de cada cultura. Particularmente, si se trata de la población migrante que se asienta en un lugar o que inicia una vida nómada sin terminar su proceso de asentamiento, puesto que en el encuentro con el otro, el migrante asume que su procedencia es inferior, introyecto1 que -para el caso de los migrantes al país del norte- el imperialismo occidental comandado por EE. UU. nos ha hecho asumir: "somos nosotros los occidentales quiénes vamos a decidir quiénes son los indígenas buenos o los malos, porque los indígenas existen en virtud de nuestro reconocimiento. Nosotros los hemos creado, nosotros les hemos enseñado a hablar y a pensar, y cuando se revelan no hacen otra cosa que confirmarnos la opinión que nos hemos hecho de ellos: niños tontos, engañados por algún patrón occidental". (Said, 1998:15) [La traducción es mía].

Said reconoce que la visión occidental del mundo no occidental está totalmente radicada en una ceguera permanente al no reconocer en los otros (no occidentales) sus historias, culturas, aspiraciones, y todavía más, en ser ciegos al no reconocer la maternidad, la paternidad y la filiación de los que consideran diferentes a ellos.

El presente trabajo tiene como objetivo analizar los padecimientos psicológicos que presenta la familia transnacional, particularmente el caso de las madres, que tienen que dejar a sus hijos; así como los niños que por ser abandonados tienen una experiencia transnacional en ambos lados de la frontera (México-EE. UU.) y que presentan una sintomatología totalmente diversa o aparentemente igual a la que nos presenta el DSM-IV-R2. En este artículo pretendo mostrar cómo la infancia migratoria es un entramado de experiencias que cuestionan los esquemas de conocimiento y prácticas terapéuticas que implementamos con ellos sin ningún resultado positivo.

Puesto que uno de los puntos de referencia -que es preciso tomar y asimilar para diagnosticar- está relacionado con las condiciones de intolerancia, exterminación y dominio de los otros, tal y como afirma Edward Said, bajo las argumentaciones del imperialismo, "los otros no son como nosotros, pero de cualquier manera deben ser según los cánones que nosotros les indicaremos". Esta es la percepción que los estadounidenses tienen respecto de sus vecinos del sur, mexicanos estigmatizados por sus rasgos étnicos, por el simple hecho de ser mexicanos. (Said, 1998:15).

Además de la discriminación que sufren en el país huésped tienen que padecer la indiferencia ante sus demandas de cura, pues antes de ser escuchados son valorados y estigmatizados bajo esquemas occidentales de atención a la salud. Sin embargo, este error no es exclusivo de los agentes de salud en EE. UU. Cuando los migrantes regresan a sus comunidades de expulsión y buscan ayuda psicológica para resolver los problemas que los aquejan, también son diagnosticados con los cánones de la psiquiatría clásica ortodoxa, confundiendo todavía más los síntomas que presentan, así como su propia percepción del inmigrante retornado. Por eso propongo una nueva modalidad de diagnóstico bajo la óptica de la etnopsiquiatría3.

 

Una nueva visión para diagnosticar

En la interacción de dos culturas -donde regularmente una domina a la otra- cada padecimiento necesita ser estudiado y valorado con nuevas herramientas que iluminen los novedosos contextos que emergen y aportan datos significativos a investigar. Ante esta realidad, es tiempo de cambiar de paradigma (Kuhn, 1995:33-50), evitando hacer diagnósticos de manera lineal, generalizando y estigmatizando a los pacientes sin tomar en cuenta la cultura de origen y la huésped4.

Estos elementos necesitan un aporte teórico y práctico, desde la visión de la etnopsiquiatría, que descubra, analice, interprete y cure los padecimientos de los migrantes; lo que amerita una atención particular a su cultura de proveniencia, tomar en cuenta el sistema cultural en que han vivido; sistema compuesto por una lengua, un esquema de parentesco, un conjunto de habilidades y de conductas que influyen en la enfermedad, y por tanto, también en "la práctica y cura", que se definirán según la religión, la ideología y la filosofía de vida del paciente.

Todos éstos son aspectos que se tiene que estudiar, y que sólo pueden entenderse en la medida que el psicoterapeuta conozca la cultura huésped para realizar el diagnóstico de la enfermedad. De esta manera dejarán de ser difundidas ideas según las cuales existen patologías universales; es decir, siguiendo los esquemas de la sociedad dominante, que impone un modelo médico-psicológico dicotómico en la interpretación de los padecimientos psicológicos.

Este modelo occidental se ha aplicado desde la perspectiva psiquiátrica y psicoterapéutica oficial, basado en tres aspectos fundamentales (Falicov, 2003: 371-387):

♦ Un dualismo mente-cuerpo que subraya que los problemas mentales pueden originarse en el cerebro como órgano concreto, lo que implica una división de las patologías en dos categorías de trastornos: los orgánicos y los psicológicos.

♦ Una visión egocéntrica de sí mismo, que interpreta al ser humano como entidad autónoma cerrada. La normalidad y la anormalidad psicológica son internas, negando el origen y la experiencia social de la enfermedad mental.

♦ Una concepción de la cultura como fenómeno accesorio que acompaña al fenómeno principal y que no tiene influencia sobre él, y que implica que ésta sea considerada como superpuesta a la realidad de la biología.

Esta visión, en su conjunto, conlleva una devaluación, y en ocasiones, un verdadero desprecio de las creencias no occidentales. Las concepciones y experiencias de la enfermedad, así como las prácticas de cura de los protagonistas de los padecimientos, que son concebidas en muchos casos como obstáculos en la diagnosis se interpretan como "ignorancia" o como una "peligrosa superstición" (Losi, 2000:53).

Este modelo, basado en aproximaciones científicas universales, nos induce a percibir al enfermo como un sujeto inferior, incapaz de sobreponerse y sanar. Para remediar esta falla es necesario retomar categorías de otros, que hagan posible la colocación del desorden psíquico en cuadros interpretativos, diversos a aquellos adoptados por la psiquiatría oficial. El común denominador de estas categorías o esquemas interpretativos comprenden, por un lado, el cuerpo, y por otro, las relaciones interpersonales significativas dentro de la cultura de pertenencia (Losi, 2000:99-119).

Esta aportación se complementa con las de Kleinman (1977), en Old Cross-Cultural Psychiatry, quien define la categoría error; es decir, al cuestionar por qué se asumen categorías occidentales injustificadas como valores universales aplicados en sociedades no occidentales. En oposición a la psiquiatría oficial, este autor sugiere una nueva propuesta (representada en la New Cross-Cutural Psychiatry) que implica estudiar la medicina occidental y al analizar otros sistemas médicos válidos en la cultura propia del sujeto portador de una enfermedad. Puesto que los conceptos de persona, cura y enfermedad varían de un lugar a otro, y sólo pueden ser comprendidos bajo la misma dimensión histórico-cultural que se estudia; evitando la universalización de los padecimientos y de la cura según Littlewood (1990:308327). En esta misma línea Beneduce (1997:18) afirma que no existe una sola psique o persona en el mundo. Entonces ¿por qué se debe seguir el patrón de análisis y de cura de una sola psicología o psiquiatría?

Por tanto, conocer y comprender la cultura de proveniencia del sujeto nos lleva a solucionar este problema incomprendido desde la posición occidental, mediante el uso injustificado de categorías diagnósticas que ignoran las causas sociales de la enfermedad mental, así como de una falta de información de cada caso en particular (Beneduce y Martelli, 2005:369).

La relación entre cultura y sicopatología se complementa mediante una aproximación transdisciplinaría. Sólo así se puede resolver esta tarea. En la medida en que se conozcan, analicen y entiendan los motivos internos y externos del sujeto que emigra, junto con el conocimiento de la cultura de origen y la de llegada, es posible reconducir el error de homogeneizar las categorías de migración y de trastorno mental, o de llamar patología a lo que no lo es.

Ya que desde el punto de vista cultural la enfermedad ha sido liberada gradualmente del dominio individual, de la relación entre médico-paciente, actualmente se percibe en términos colectivos y sociales descritas en forma narrativa. En otras ocasiones se representa teatralmente y a través de rituales compartidos por los miembros de un mismo grupo social. En esta posición, la enfermedad está atribuida a una sociedad ofensiva y al modo de vida dañino que se impone al individuo. Como un producto social, la enfermedad implica la adición de los aspectos sociales y psicológicos al sufrimiento físico y de alguna manera no se centra exclusivamente en aproximaciones organicistas (Beneduce, 1997:7-32).

 

Vínculos transnacionales

Para entrar propiamente en la práctica del campo clínico referí cómo el diagnóstico de los padecimientos que sufren los niños migrantes no puede ser tomada de una clasificación universal que da el DSM-IV-R; porque los niños migrantes no son iguales a los niños que comúnmente conocemos y con los cuales convivimos. Los niños migrantes tienen un referente de contención materna y paterna totalmente diferente a los que nunca se han separado de sus padres: una de las características que identifica a las familias transnacionales es el hecho de que "los padres e hijos están agonizando, y que la distancia física invariablemente engendra distancia emocional, tensión entre los miembros y heridas emocionales; características peculiares con las cuales los miembros de la familia enfrentan la vida diariamente" (Salazar Parreñas, 2001:80-83) [La traducción es mía]. Esta autora se interroga también sobre el sufrimiento y el dolor de las familias como consecuencia del transnacionalismo y el alto costo emocional que conlleva este tipo de estructura familiar, cuya característica principal es el estrés emocional (dolor emocional)5 que la familia entera o uno de los miembros pueden sufrir, ya que el hecho de que la familia se constituya en dos o más países puede llegar a generar una forma permanente de dolor por la escisión6 y la ruptura de vínculos emocionales.7

La separación de las madres del hogar repercute en los hijos, sobre todo cuando éstos son pequeños, porque implica, según Howell (1999:163-167), el empobrecimiento del yo, proyectado en inseguridad e inestabilidad ante la pérdida del sostén emocional de la madre que se experimenta a través de un duelo no resuelto con reacciones constantes de culpabilidad por parte de las madres ante las pérdidas de los lazos emocionales que las unían con sus hijos. Por tanto, sus vínculos afectivos y de parentesco se enmarcan en dos contextos transnacionales diferentes8 y se transforman en una experiencia diferente de ser familia. Bryceson y Vuorela (2002:3) afirman que las familias transnacionales son "aquellas que viven un tiempo o la mayor parte del tiempo separados entre sí", que conforme pasa el tiempo se pueden reconfigurar en nuevas familias y crean algo que puede ser visto como el sentimiento de bienestar colectivo y unidad, a través de la comunicación e interrelación entre dos o más naciones. Las autoras describen que el hecho de cambiar de contexto se modifica en la medida en que se adquieren nuevas condiciones de vida en el país o países de destino. Mientras tanto, las circunstancias de movilidad se mantienen constantes entre dos o más mundos de residencias identidades, lealtades y naciones, que constituyen la característica esencial de la familia transnacional. Otro aspecto que destacan es el hecho de que estas familias crean nuevas formas de vinculación, que involucran apegos en los aspectos emocional y material, basados en el tiempo, el espacio y las necesidades. Tales apegos son naturales y necesarios; sin embargo, dadas las particularidades y condiciones de cada familia, el modo de favorecerlos y mantenerlos es una variante que difiere en relación con las familias no emigrantes cuyos miembros permanecen apegados, en condiciones igualitarias de espacios sociales.

Estas características nos muestran una nueva visión de la diversidad de interacciones que se dan cuando es inevitable la separación por tiempos indefinidos y en determinadas etapas del ciclo vital de la familia. Cabe señalar cómo la esencia de estas familias radica en las formas en que la familia y sus integrantes se amoldan por el movimiento, la separación, la interacción y la reunificación en ambas fronteras (México-EE. UU.).

Esta experiencia de apego-desapego afecta notoriamente a los niños que padecen altos índices de ansiedad y de inseguridad, estados de tristeza, desánimo, rabietas y melancolía, así como una sensación de vacío y desesperanza. Todos estos síntomas no pueden ser diagnosticados simplemente como un cuadro de depresión, porque el abandono de la madre o del padre no es real, y la esperanza del encuentro está latente y con la certeza de un encuentro.

 

El trauma de la migración

El término "trauma de la migración" implica una discontinuidad y experiencia que puede desorganizar equilibrios y compromisos realizados en el transcurso de los años, Puesto que la emigración representa una empresa del éxito psicológico muchas veces incierto, y porque el individuo busca conservar sin modificar el núcleo profundo de su propia identidad" (Beneduce, 2004:123) [La traducción es mía].

A su vez este trauma puede ser percibido de manera tajante como una herida, una fisura, que en el plano psicológico trae consigo el sufrimiento, experimentado como un choque violento y con repercusión en la personalidad; siempre y cuando las condiciones sociales sean desfavorables, tanto en el país de origen como en el de recepción. Sin embargo es necesario subrayar que las consecuencias psicológicas no son inmediatas, muchas veces el mismo trauma contribuye a una fusión estructurante al interior de la personalidad, y puede ser portador de nuevas dinámicas en la organización psíquica, dependiendo del individuo.

Durante el proceso de migración, la experiencia traumática no se da de manera aislada. Se inicia desde el momento de la partida-separación del lugar de origen, se complementa con una serie de eventos durante el viaje y al llegar al lugar de residencia. Aunque la residencia no siempre es a un lugar específico, sino que se convierte en un proceso donde se dan cambios permanentes de residencias temporales y vivencias de todo tipo. De ahí que reciba el nombre de trauma acumulativo y de tensión con reacciones diversas, según el tipo de personalidad; pero siempre implicará efectos profundos y duraderos (Grinberg y Grinberg, 1984:24).

En el caso del evento migratorio vivido como trauma por ambos padres o por uno solo, éste puede ser transmitido a los hijos con modalidades diversas: como un recuento idealizado de aventura, o como una necesidad cuando se ha elegido un estilo de vida; aunque en el contexto actual las desavenencias que viven en el trayecto bajo condiciones de clandestinidad se experimenta como drama doloroso y destructivo.

El efecto, en los hijos de estos padres, suele ser una experiencia compleja y antagónica, llena de fantasías, de imágenes que se construyen bajo la base de las propias fantasías de los progenitores. Sin embargo, en los niños pequeños o en la etapa de lactancia, que se quedan con algún familiar, el bebé no vive directamente la migración, pero sufre las consecuencias de ésta, heredando el trauma de la familia, que implica el viaje de los padres y las condiciones de clandestinidad.

La separación de la madre por días, semanas, meses, y en algunos casos años lo condicionan a mayor vulnerabilidad, que le induce una menor resistencia a factores nocivos y agresivos debido a la presencia-ausencia de la madre que experimenta como una adaptación-apego y una ruptura-alejamiento; condiciones que son nocivas para su salud y le provocan cambios en su desarrollo (Moro, 2001:71-85).

En otros casos los niños de entre cinco y siete años experimentan un proceso de eventos dolorosos que viven con angustia, experimentando un sentimiento de desamparo e inseguridad constante, con reacciones de preocupación, miedo, melancolía y nostalgia, y están expuestos a ser víctimas de la delincuencia y del abuso o maltrato psicológico, debido a las condiciones de clandestinidad en las que tienen que pasar la frontera entre México-EE. UU.

Muchos de ellos refieren que el miedo y la angustia que experimentan al estar con extraños cuando son dejados por sus padres con los coyotes o familiares, se convierte en una pesadilla que se revive en sus sueños nocturnos durante mucho tiempo, en los que se sienten perdidos y abandonados, tal y como testifica Julio, que tenía seis años cuando sus padres lo dejaron con un coyote para que pudiera pasar la frontera por Tijuana y entregarlo en los Ángeles.

Yo no las conocía, eran dos señoras pero todo el tiempo estuve llorando, me daban de comer, pero no quería, yo pensaba que habían matado a mi papá y que no lo iba a volver a ver...

(Julio)

Sus padres refieren que durante varios meses tuvo pesadillas y que con frecuencia lloraba si lo dejaban solo; estos síntomas revelan que la ausencia de uno de los padres o de ambos bajo condiciones adversas genera en los niños vulnerabilidad e inseguridad que se manifiesta cada vez que son separados de sus progenitores.

 

El costo emocional de la separación y la reunificación familiar

Los ejemplos clínicos que a continuación presento revelan los cambios que se dan en la personalidad de los migrantes: en ellos podemos ver cómo la sintomatología que presentan los niños y adolescentes se refleja en su desarrollo personal y en la interacción social con su grupo de iguales, así como en la resocialización en otro espacio y en la reunificación familiar.

Las tenía en el carro, o si no ya por ahí, como trabajaba por contrato o por hora ahí andaban los niños, pero cuando ya eran tres o cuatro horas se los dejaba a mi suegra. Pues así batallé con mis hijos, pero no se les da el cariño, la atención como se debe; la verdad ahorita yo lo estoy viendo con mi hija, Carmen. (...). Un mes se va para allá, en Texas trabajando y el papá está acá (...) los niños van a la guardería, los lleva el papá y los trae, pero no tienen el cariño de la madre. Entonces yo, cuando estoy los ando llevando y trayendo, los traigo para acá, les doy de desayunar, pues la necesidad (...) tiene que ser así, aquí, allá tiene tres y yo tengo tres.

(Abuela, Familia Muñoz)

La familia Muñoz pertenece a la primera y segunda generación que migró a California después del contrato de los braceros (1942-1964). La separación de la familia fue necesaria para que progresara económicamente, los padres determinaron que la reunificación familiar se tenía que llevar a cabo después de algunos años de trabajo. Las compañeras de viaje y de trabajo de los padres, en la recolección de flores, fueron sus hijas mayores, pero dejaron en Tlaxcala, al cuidado de familiares al hijo mayor, de once años, con los hermanos más pequeños.

Después de algunos años de separación lograron la reunificación por el éxito económico que tuvieron, los hijos recuerdan que su infancia fue muy triste por las condiciones y el descuido en el que vivían dentro de los ranchos en donde trabajan sus padres. Este ejemplo nos muestra cómo algunas familias transnacionales tlaxcaltecas pagan un coste emocional alto en el desprendimiento de los miembros de sus familias. La reunificación familiar no implica simplemente llevar a los niños con los padres biológicos; sino que sean acogidos con cuidado y afecto, sobre todo en etapas tempranas en donde los niños necesitan sentirse seguros y protegidos por sus progenitores.

En la actualidad se ha modificado la condición de los niños tlaxcaltecas como jornaleros en el contexto de la agricultura en la zona de Oxnard. La mano de obra infantil tlaxcalteca se ha suplido por el trabajo de niños oaxaqueños que acompañan a sus padres en las jornadas laborales. Sin embargo, las secuelas psicológicas que les dejó esta experiencia la podemos verificar con el testimonio de Adolfo, que verbaliza que su estado actual es de soledad, porque le ha faltado seguridad y capacidad para interactuar socialmente con su expareja e hijos. En la interacción con los demás proyecta estados de inadecuación y fobia social; situación asociada al abandono infantil que vivió a temprana edad y posteriormente con el fracaso escolar e incapacidad para socializar. En la ciudad huésped se percibe solo y nuevamente abandonado, por lo que él consideraba parte de su familia.

Era el mayor. Yo tenía qué, como once años ['Llora] ¿Se imagina uno qué puede saber de la vida? (...). Pos, yo me acuerdo que me quedaba con una tía, después con un tío y después o sea... maltrato no, pero tristeza sí porque yo recuerdo que había; por ejemplo mis tíos nos decían que nos habían abandonado porque ellos se fueron por cuatro años (...). Pero sí se sufre, porque eso... Eso lo lleva uno, o sea, dentro de uno, porque es un sufrimiento humano y el sufrimiento no desaparece, ahí está y forma parte de nuestra vida (...). Porque llegando allá no era lo mismo; [se refiere a la llegada a Oxnard] yo perdí un año de escuela y luego no me pude adaptar.

(Adolfo)

Este testimonio nos conduce a analizar cómo los hijos de la primera y segunda generación de familias emigrantes tuvieron que enfrentar el abandono y descuido en las etapas de crianza, ya que sus padres vivían a tiempo completo jornadas de trabajo durante todo el día en los ranchos aledaños a la zona de Oxnard. Esta separación y descuido infantil se interrelacionan como factores determinantes en el padecimiento de la tristeza infantil, con repercusión en la alteración del estado de ánimo de los niños, que se manifiesta en la falta de expresión de afecto hacia los padres, situación que acentúa la falta de relaciones afectivas entre padres e hijos.

Esta fractura familiar se experimenta como una crisis que implica el fenómeno de ruptura-separación-soledad, tríada vivida necesariamente como un periodo de transición; pero, al mismo tiempo, como oportunidad de crecimiento. Sin embargo, en otros casos significa el aumento de la vulnerabilidad al desenlace de algún tipo de alteración en la salud (Grinberg y Grinberg, 1984:20-27; Smith et al., 2004:107-122).

Los niños de esta muestra no aparecen trabajando en las recolecciones de cosechas, como en las primeras generaciones de migrantes, pero sí permanecen solos en sus casas o bajo el cuidado de niñeras o abuelas. Al regresar de la escuela, durante el resto del día, su mejor compañero es el televisor. En esta interacción televisor-televidente, los niños comen, se divierten, replican los juegos que ven, y se duermen esperando la llegada de los padres, sin que exista una verdadera atención paternal. Situación que pude verificar en mis observaciones de trabajo de campo.

La migración voluntaria, como medida para lograr la reunificación, es una de las prioridades para niños o adolescentes que se han separado de sus padres por varios años.

Yo me fui a la edad de 7 años. Yo pensé que sólo era brincar [cuando ella emigra, saltar la barda que divide a las dos fronteras se conocía como el brinco], pero cuando llegué todo era diferente (...).

Sentía miedo, yo extrañaba todo, el primer año y el segundo hice un gran esfuerzo por escribir y leer rápido (...). La peor experiencia fue cuando tenía 11 años, porque mis hermanos me dijeron: "Eso no lo debes decir a nadie." [Se refiere a la infidelidad de la mamá].

Luego, desde los 15 años empecé a trabajar, cuando mis padres se regresaron a México. Vivía con mi hermano, él me consiguió otro trabajo, pero como ellos eran hispanos yo no quería, eso era diferente, no me adapté y ahí me quedé. (...). Luego, el veinticuatro de diciembre me sentía muy mal, en el trabajo tomé las órdenes y me dio coraje. Me fui corriendo, ya no quería seguir allí, me puse a llorar en un parque y entré a mi casa. Me encontré con un mensaje, [Mensaje que ella interpreta como amenaza de otras personas que le quieren dañar] me quería morir, quería ver a mis papás. Yo me sentía que había fallado en todo, me sentía muy mal.

(Lucy)

Pues la verdad a veces se perdía y se sentía porque sus amigos no le correspondían los regalos (...). Y que se quería suicidar, por eso la mandamos para México, ya que aquí no la podíamos cuidar.

(Roberto)

Lucy tiene 20 años, es la hija más joven de una familia de cinco hermanos. Viajó con su madre a California a los siete años para encontrarse con su papá. A su llegada, su capacidad para estudiar fue notoria. Se adaptó fácilmente a la vida académica y terminó la high school, sin embargo, en los últimos semestres empezó a presentar problemas de ausencia escolar, llanto, exceso de sueño y fracaso laboral.

El signo de alarma que puso en evidencia su alterado estado de salud fue un intento de suicidio. La familia la hospitalizó y en ese tiempo le diagnosticaron un síndrome de depresión bipolar9. El tratamiento que le administraron es interrumpido por Lucy, ya que después de algunos meses los síntomas se acentuaron. Como única solución los hermanos decidieron que debía regresar a México, pues requería condiciones especiales y cuidados que no le podían proporcionar. A su regreso, la familia decide llevarla con curanderos del lugar. A la fecha, Lucy empieza a trabajar y poco a poco tiene un leve restablecimiento.

El caso de Lucy indica una serie de cambios: el modelo educativo, la soledad en la que vive, la desilusión de la figura materna, así como las exigencias de adaptación a otra cultura; aspectos que en su conjunto causan un estado de malestar e inadecuación, de estar fuera de lugar.

Ella verbaliza que la convivencia con hispanos y estadounidenses, así como las demandas de la familia rebasaron su capacidad, sobre todo en el aspecto académico y laboral, cuya prioridad es muy importante en las familias que emigran. Debido al éxito académico que siempre había logrado, se esperaba que fuera la garantía económica de sí misma y de la propia familia, la cual había regresado a México.

Sin embargo, el esfuerzo que hizo por sobresalir, trabajar a temprana edad, sin apoyo emocional, se traduce en estados de desorientación y después de cierto tiempo sin atención especializada, se derrumba en un estado de crisis, tristeza y melancolía e intentos de suicidio. Situación que no se resuelve adecuadamente, porque la atención psicológica de Lucy no se hace como atención a su salud; más bien sus síntomas se interpretan como mal comportamiento por parte de sus hermanos, docentes de su escuela y empleadores.

La emigración puede conllevar una diversidad de mutilaciones en la historia personal del sujeto, con un alto riesgo de desequilibro emocional, puesto que se experimentan factores que interrumpen el desarrollo normal psico-afectivo de niños y adolescentes, que se manifiestan en diversos tipos de padecimientos (Castorina y Mendorla, 1989:28-32).

Otras condiciones muy diferentes presentan los hijos que se quedan al cuidado de familiares en la línea materna tales como abuelas, tías, hermanas y parientas, representando la maternidad simbólica y ejerciendo roles de madres o tutoras.

En estos adolescentes son muy notorios los fracasos escolares y conflictos emocionales, signos de protestas y desavenencias por el abandono que han vivido por parte de sus padres. Con el tiempo, lo único que se logra es profundizar las heridas que han quedado sin curar ni resolver a través de los años; padres e hijos permanecen juntos y distantes a pesar de la convivencia familiar.

Estábamos con mi suegra y nos fuimos para salir adelante (...). Nos fuimos los dos, en eso el niño tenía como 8 meses y mis suegros dijeron: "¿Cómo lo van a llevar, mejor déjenlo aquí?", y como ya me había dado cuenta de que trabajando los dos y que no te estorbara nada progresabas más rápido y si llevas a la criatura pos tenías que buscar quién lo cuide y si le dabas 100 a quien te lo cuidara te quedabas sólo con 70 (...). Tenía 16 años cuando vine y mi suegra dijo que andaba en malos pasos, que ya no entraba a la escuela.

(Poncho)

La pareja de Poncho y Teresa decide emigrar sola, con la finalidad de progresar rápidamente. Dejan a Sebastián, su único hijo, al cuidado de los abuelos maternos. Durante 14 años de separación, la comunicación fue por vía telefónica y durante el periodo de vacaciones de los padres, tiempo que regularmente lo vivían con su hijo en México.

Este distanciamiento afectivo, y la falta de normas y reglas por parte de los padres repercutió en problemas de conducta y fracaso escolar que presenta Sebastián. Ante estas circunstancias los padres buscan la reunificación familiar, intento fallido porque en la ciudad huésped Sebastián presenta problemas de tipo somático, que se mezclan con la falta de estabilidad de todo el sistema familiar. Estos aspectos confirman los aportes de Suárez-Orozco et. al., (2002:625-641) y Sluzki, (1979:379-389) quienes subrayan que varios factores complican la experiencia de la separación entre padres e hijos. En el momento en que los integrantes de las familias interiorizan el trauma del abandono experimentan secuelas negativas, y con la reunificación familiar se reviven abandonos internos y el sufrimiento se evidencia por la ausencia de los padres adoptivos o cuidadores, así como por la falta de adaptación a los padres biológicos.

La tensión en la separación y el coste emocional de la reunificación se hace evidente en todo el sistema familiar, pero las madres son las que se sienten culpables por haber emigrado, sea como compañeras de viaje de los esposos, para lograr la reunificación o como viajeras solitarias. Este hecho ha diversificado el rol tradicional de la mujer, que vivía para el cuidado de los hijos y la construcción del hogar.

En gran parte de las poblaciones de América Latina el movimiento interno de mujeres trabajadoras como empleadas domésticas, obreras y profesionistas contribuyó a disminuir la tarea exclusiva de las madres en la crianza de los hijos (transmiten esta responsabilidad a otras mujeres de las familias) (Oliveira y García 1994:3942). Combinando dicha tarea con otro tipo de actividades, siempre con la finalidad de contribuir al gasto familiar y asegurar un futuro diferente para los hijos.

La decisión de migrar pasando las fronteras locales e internarse en fronteras internacionales tiene que ver con el mismo objetivo, trabajar por el bien de la familia y construir un futuro mejor. Sin embargo, la salida de la mujer, y en consecuencia dejar a los hijos en los lugares de origen tiene un costo emocional alto (Ojeda, 1995:89-90), que los mismos progenitores se interrogan si el cambio económico habrá valido la pena.

"Terminaba el fin de semana, y veía mi bolsa llena de dólares, pero sola... Sentada en la banqueta de la calle, lloraba porque siempre me hacía falta la familia".

(Cruz)

Los niveles de soledad y la fractura familiar que viven los migrantes lo experimentan como una crisis, que implica ruptura, separación y sentimientos de "abandono".10 Como en el caso de Cruz, que ante la soledad decide buscar por todos los medios la integración de sus hijos.

Para otras mujeres, como Rosario, el dejar a los niños recién nacidos ha significado una experiencia dolorosa y traumática, como ella lo verbaliza:

Separarme de mi niño fue muy doloroso, cuando lo deje con mi mamá todavía me salía leche, no había cumplido la cuarentena. [Llanto]

(Rosario)

Este abandono es vivido como un periodo de transición, de angustia y de esperanza; pero al mismo tiempo, como oportunidad de crecimiento, aunque esto no deje de significar un peligro en el aumento de la vulnerabilidad al desenlace de la enfermedad mental (Grinberg y Grinberg, 1984:20-27).

Con la dispersión espacial familiar y la ausencia de la madre cada uno de los miembros sufre, se desorienta, usa sus recursos de diferente manera y se da a la tarea de organizar ideas, sentimientos y roles; reordenando espacios simbólicos de pérdidas y de acomodo.

La figura materna como pérdida real es irreparable, para algunos niños o adolescentes su retorno se queda en la añoranza y la nostalgia, como sueño y realidad amortiguados con recuerdos, detalles y esperanza. Mientras que en otros miembros de la familia esta pérdida se manifiesta a través del coraje, la resignación y el olvido. De esta manera, el grupo familiar empieza a elaborar una manera distinta de vivir en familia. Expuestos a las consecuencias psicológicas en ambos lados de la frontera, entre los que se van y entre los que se quedan. Grinberg y Grinberg (1984:20-27) afirman que el impacto del trauma de la premigración y la separación prolongada causa un trauma familiar. Este trauma es acentuado por el dolor emocional, que de alguna forma disminuye en la medida que la familia se reintegra en su totalidad o en una parte de ella que funcione como referente de identidad y de sostén emocional.

En México la migración femenina ha sido permanente, y en algunas épocas ha ido en aumento el dolor emocional por la percepción del abandono de los hijos se acentúa y se traduce en una predisposición a sufrir padecimientos que trastocan la salud mental. Uno de los síntomas más frecuentes que presentan estas madres son estados de angustia, miedos y sentimientos de tristeza, emociones que las anclan en su identidad de madre y mujer.

Otras desavenencias viven las madres viajeras en el momento de reintegrar a la familia o a una parte de ésta, que se preparan para traer a los hijos y reiniciar el proceso de la reunificación familiar (Sánchez Molina, 2005). La obtención de oportunidades laborales y ganancias económicas lleva tiempo y el plan de reencontrar a los hijos se prolonga, lo que equivale a que la distancia incremente y modifique el ejercicio de la maternidad. En tanto no se logre la reunificación en la distancia, la maternidad se traduce en beneficios económicos para los hijos que suplen la ausencia de la madre.

Cuando se toma la decisión de mandar por el hijo o hija que se ha quedado, la única forma de traslado es clandestina; así, los niños son llevados por coyotes en diversos medios a los destinos donde son esperados. Estas circunstancias revelan que los efectos de la migración, exponen a los niños migrantes a la angustia psicológica, durante y después de la migración, lo que se manifiesta a través del estrés postraumático11: síntomas que renacen en las primeras semanas de estancia con la familia.

La integración al medio escolar en las ciudades huéspedes coloca a los niños en otro contexto de discriminación, intolerancia y desventaja.

Que los americanos creen que los mexicanos que vienen acá son malos, que son delincuentes y no me gusta (...) A mí me han dicho que soy negra, que soy mala (...). Ven feo porque ellas, las americanas, tienen muchas cosas, creen que las personas que no lo tienen son menos.

(Dulce, Hija)

En la primaria era el más inteligente, el más inteligente del grupo. Se fue para allá y más o menos [en Oxnard] (...) Luego se vinieron para acá [él y su madre] y aquí ya empezó, pues ya estaba mal y bajó (...) en la primaria ya me mandaron a llamar, que no podía pasar de grado [deciden que es mejor que regresen a México], nos lo trajimos y ya no pudo con la escuela, luego empezó a crecer y entró a otra escuela, empezaron los problemas y lo expulsaron: ¿Qué pasa? Que llegó un momento donde antes de terminar la primaria ya no pudo, entonces ya no más (...). Dos mundos no es uno.

(Germán)

Estos testimonios nos muestran cómo las familias que se dividen, como la de Germán y Carmen, conviven esporádicamente por periodos cortos; en algunos casos los hijos se adaptan a los cambios de casa, escuela y cuidadores; pero en otros son discriminados y devaluados, situación que los desorienta sufriendo problemas de desadaptación e inestabilidad, por los cambios constantes que viven entre dos culturas. En este caso, Germán refiere que en los cambios que han vivido entre Tlaxcala-Oxnard los más afectados han sido los niños durante su aprendizaje escolar. Las secuelas de desadaptación repercuten en etapas posteriores de su formación académica, y ante estas circunstancias los niños se sumergen en la inseguridad, la inestabilidad y la deserción escolar.

Este problema es una de las quejas más frecuentes por parte de los padres que habitan en dos lugares (Sánchez Molina, 2005). Y que no encuentran una solución definitiva, ya que la dinámica transnacional a la que se someten los obliga a vivir estas circunstancias.

 

Género y reunificación familiar

En la reunificación familiar el ejercicio del rol femenino como madre, mujer y esposa es difícil, ya que los acuerdos de acomodo a la nueva familia entre la pareja y entre los padres e hijos o hermanos es un proceso en crisis constante.

Con la llegada de los hijos, las madres tienen que apegarse a ellos, y en algunos casos ésto no se logra debido a la distancia y a la poca familiaridad. En estas circunstancias los miembros de la familia se sienten incómodos con la sensación de que viviendo juntos son extraños-desconocidos y los padres no representan un punto de referencia, respeto o afecto.

El objetivo de la reunificación familiar se frustra y aparece el rostro contrario de una estresante "desorganización familiar" (Cohen y Fernández, 1974:413422; Cohen, 1999). La madre ausente sigue haciendo un gran esfuerzo por reacomodarse a los nuevos huéspedes que la perciben como desconocida, diferente y ajena. En ocasiones aparece la queja de los hijos por la ausencia de la madre y del padre que son atrapados por la vida laboral. Por otra parte, la crisis de identidad en los recién emigrados se manifiesta en el rechazo de la propia cultura y se avergüenzan de sus padres por su lugar de procedencia y sus rasgos étnicos. Se confrontan con la cultura huésped, se sienten incapacitados para integrarse y se excluyen formando sus propios grupos de identidad con sus iguales (Morrone y Mereu, 2003:74-74).

De esta forma los miembros de la familia que se reunifican confrontan la desilusión, la crisis de valores y de roles que traían de sus respectivos lugares de origen, ante la divergencia de normas y costumbres del padre o la madre que ha emigrado. La realidad que perciben de la madre o del padre no coincide con sus expectativas occidentales de la moda y de la buena vida. Por el contrario, se presenta ante ellos el rostro duro del país extranjero y, desilusionados, desean volver con sus parientes que ejercían como padres sustitutos en sus lugares de origen.

(Smith et al., 2004:107-122), afirman que la experiencia de la separación de los padres durante la infancia, que posteriormente buscan la reunificación, conlleva una serie de consecuencias psicológicas y sociales. A lo largo de la separación, el reencuentro y la trayectoria afecta de manera permanente la autoestima de los niños y se altera la identificación paternal. En ambas partes se experimenta la sensación de vacío, angustia y coraje por el reajuste de sentimientos y resentimientos que perduran hasta la vida adulta.

En el momento en que los integrantes de las familias interiorizan un trauma y una tragedia, vienen secuelas negativas y desventajas. Los padres que están lejos sufren demasiado, puesto que el apego afectivo, por parte de los niños, se evidencia más con el cuidador que con los padres biológicos. Sin embargo, el niño no está exento de este sufrimiento. Con la reunificación familiar reviven abandonos internos y sufrimientos ante la separación de los padres adoptivos que permanecen en el lugar de origen.

En algunos casos los padres adoptivos intervienen interrumpiendo la integración del niño o adolescente con la familia a través de diversas estrategias que triangulan la posición del niño entre los padres biológicos y los adoptivos o tutores (Minuchin, 1995:148).

Después de la reunificación, las familias enfrentan otras adversidades. En un estudio con mujeres de Latinoamérica, Lewin (1980) afirma que el padecimiento psicológico de la ansiedad es una manera de manifestar el estrés. El estrés al que se ven sometidas tiene que ver con la fragilidad de las ataduras en el matrimonio y los conflictos de las madres por mantener y proteger los valores de la cultura propia.

Puesto que la cultura de origen es invadida durante la socialización de los hijos con la cultura estadounidense: mantener el respeto por la familia es otra de las prioridades femeninas. Estas mujeres utilizan el malestar físico para acentuar los sentimientos de culpa entre los miembros de la familia. Esto demuestra que la mujer, al adquirir recursos, promueve el incremento de su autonomía y tiende a manipular las relaciones interpersonales dentro de la familia.

Otros autores (Cohen y Fernández 1974:413-422; Morrone y Mereu, 2003:73-99; Moro, 2003: 260-264) resaltan que la familia migrante en su conjunto (sobre todo los niños y adolescentes) vive condiciones de estrés, que los exponen a traumas sicológicos serios; al experimentar el cambio físico de un país a otro, condiciones de trauma y de penuria, confrontación de valores y el impacto del contexto sociocultural de la sociedad huésped. Short (1996) coincide en que los padres e hijos sufren la experiencia de desarraigo y de adaptación durante el proceso de cambio hacia un nuevo modelo de vida, pues se ven forzados a vivir bajo la presión de los modelos de crianza de la sociedad occidental.

Sin embargo, Kyunghwa (2003:15-36), Orellana et al., (2001:572-591) y Valenzuela (1999: 720-723) sostienen que los niños y adolescentes migrantes que se incorporan a la dinámica de la familia migrante no deben ser motivo de preocupación y de conflicto; porque ayudan a que la estancia de las familias conectadas por largas distancias se acorte, porque a través de ellos se constituyen y reconfiguran los espacios sociales transnacionales y las prácticas transnacionales; al mismo tiempo que conforman contornos de niñez particulares. De esta manera, los niños y jóvenes son poseedores de la riqueza cultural de dos naciones, siempre y cuando los valores familiares sean apoyados por su propia cultura, grupo étnico y la red social de las familias inmigrantes.

(...) Nosotros, aquí en México, le decimos al niño: "Mira es que, esto es así o asado". Y allá el niño a un lado de ti dice: "Es que no, mira papá, es que ese niño dice..." [Risas] Entonces allá es diferente porque vas a misa o al súper y vas con el niño para que te traduzca o te ayude a comprar y te explique. (...). Son los traductores oficiales allá (...). Entonces estás ahí con el niño chiquito en misa: "¿Qué dijo, qué dijo?" "No papá, el padre dice esto, porque (...). [Risas].

(Rodolfo)

Para la familia Flores la asistencia escolar de los niños es esencial, porque aprenden a leer, a escribir y a hablar el inglés mejor que los padres, así como a incorporarse a actividades del ambiente social. Lo anterior hace que los padres reconozcan en el niño una figura de ayuda y responsabilidad, ya que se convierten en los negociadores y traductores oficiales de la esfera familiar.

De esta forma, las negociaciones dentro y fuera de la familia se transforman, gracias al poder que los niños adquieren al desarrollar sus capacidades con libertad. Así, el rol que logran frente a los progenitores los coloca en una posición de poder. En este caso, Rodolfo y su esposa aceptan la ayuda de sus hijos como la mejor garantía de éxito en los negocios. Aceptan que los niños en EE. UU. asuman roles de poder que en México son negados o calificados como de falta de autoridad.

 

Conclusiones

Esta investigación es de tipo cualitativo, resultado de un trabajo realizado durante varias etapas, con un grupo de cincuenta familias tlaxcaltecas. La muestra es pequeña y, por ende, no representa la totalidad de la realidad que viven las familias transnacionales mexicanas. Por tanto, los resultados no se pueden generalizar. Pero aportan conceptos básicos para el entendimiento de las alteraciones de las familias transnacionales, bajo la óptica de la etnopsiquiatría.

En esta muestra predominan las familias sin documentos; su condición de clandestinos los enfrenta a vivir mayores niveles de discriminación. Desde que inician su trayecto migratorio comienza su peregrinar e incertidumbre, acoso y riesgo en el cruce de la frontera México-EE. UU., bajo condiciones de tensión e inseguridad. Una vez que llegan a su destino, el escenario de hacinamiento en las viviendas que habitan, la discriminación como grupo étnico, en el desempeño de los trabajos mexicanos, así como las condiciones de ocultamiento y huida, los exponen a mayores niveles de vulnerabilidad en la alteración de su salud mental.

El cisma espacial familiar, fenómeno que distingue a las familias transnacionales, es una herida abierta que perdura muchos años, hasta que se logra la reunificación familiar. En un afán por curarse de la ausencia, la familia busca afanosamente su integración. Algunas la logran, otras no, pese a diversos intentos se quedan en el camino. Por tanto, a pesar del esfuerzo que hacen por reunificarse, la vida transnacional las empuja a vivir condiciones diversas al prototipo de familia que vivían en sus comunidades de origen, creando una modalidad familiar distinta.

Los miembros de la familia que presenta nuevas modalidades interpretan de manera diferente los cambios que se dan en su estructura y en su salud.

La adaptación a las nuevas normas y exigencias de la cultura huésped pueden poner en crisis los valores propios de las culturas de origen que se manifiesta en sentimientos de inadecuación, irritabilidad y ambivalencia al no integrarse las culturas, y que pueden llegar a alterar la identidad de los migrantes.

La tristeza que presentan los niños y adolescentes tanto en las comunidades de origen como en las de destino, está relacionada con el descuido, abandono de los padres y, posteriormente, a la falta de adaptación a los padres biológicos; así como a la pérdida del medio cultural y del espacio físico de sus orígenes.

El dolor del abandono es uno de los aspectos que destaca en esta muestra y que repercuten en el equilibrio de la salud mental de madres e hijos, quienes manifiestan su desacomodo en la reunificación familiar en conductas de rebeldía y desadaptación a la madre y a la sociedad de recepción.

En el ámbito transnacional los hijos asumen roles importantes que ayudan a los padres a replantearse su autoridad y responsabilidad como cuidadores. De igual forma se convierten en portavoces de las necesidades de sus padres en los nuevos espacios, asumiendo cierto rango de poder dentro del núcleo familiar.

Las familias transnacionales, ante la falta de recursos económicos y de seguros de salud, buscan la cura a sus malestares en la medicina tradicional, que complementan con los saberes de la medicina científica.

Cada una aporta sus propios conocimientos, que los migrantes concilian y que sólo pueden ser comprendidos mediante una visión holística de la etnopsiquiatría.

Para finalizar, los aportes que nos proporciona la etnopsiquiatría son adecuados e indispensables para entender los cambios estructurales de las familias y la alteración de la salud mental de sus miembros.

 

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Notas

1 Término introducido por Sandor Ferenzi en 1909 para designar, en simetría con el mecanismo de proyección e introversión, el modo en que el sujeto hace entrar fantasmáticamente los objetos de afuera en el interior de sus esferas de interés. Cfr (Elizabeth Roudinesco y Michel Plon, 1997:549).

2 Diagnostic and Statistical Manuel of Mental Disorders. Manual diagnóstico estadístico de los trastornos mentales. Este manual presenta cuadros con los síntomas que, en su conjunto, determinan algún síndrome, y bajo el cual se hacen los diagnósticos bajo la óptica de la visión de estudiosos estadounidenses. Editado por la American Psychiatric association.

3 La psiquiatría nace en Alemania alrededor de 1850; pero el término etnopsiquiatría se empieza a utilizar a partir del siglo XIX, por algunos científicos como Brierre de Boismont en 1839, quien coloca el nexo entre la civilización y el aumento de riesgo de la enfermedad mental en las entonces denominadas "sociedades primitivas". Reboul y Régis, en 1912, dejan huella acerca del estado de la psiquiatría en las colonias francesas, Cunha Lópes y Candido de Assis escriben un ensayo etnopsiquiátrico en 1935, Carothers en 1953, Field en 1960 y Devereux en 1961 y Caprasazano 1973 dedican varios ensayos y aportes de la etnopsiquiatría. Actualmente la etnopsiquiatría en Europa, como término, se debe al filósofo del lenguaje, Kripke, y a su definición "la representación y la cura de los padecimientos mentales de las culturas no occidentales". En Estados Unidos y Canadá se denomina "psiquiatría transcultural", mientras que en Europa, en particular en Francia, se ha adoptado el término de etnopsiquiatría. Sin embargo, el uso del término "etnopsiquiatría" ha suscitado una serie de controversias, en cuanto a que los estudiosos del mismo fenómeno le han asignado diferente terminología. Por ejemplo, Emil Kraepelin (1856-1926) el padre fundador de la moderna psiquiatría, nunca se refirió al término propio de etnopsiquiatría. Devereux (1908-1985), empleaba términos de etnopsicoanálisis y etnopsiquiatría como sinónimos. Pese a esta indefinición de los términos su trabajo lo llevó a teorizar la alianza necesaria entre etnología, sociología, antropología y psicoanálisis, fundando el paradigma epistemológico de la interdisciplinariedad. Además definió las reglas del método complementario, que exige la coexistencia de diversas lecturas del mismo fenómeno, cada una exhaustiva en su ámbito, pero parcial en las otras disciplinas. En consecuencia, Tobie Nathan, alumno de Devereux, continúa en oposición a su maestro, impugnando la universalidad de la psiquiatría y del psicoanálisis y promoviendo los otros saberes. Por tanto, la etnopsiquiatría moderna nace entre el psicoanálisis que tiene por objeto la mente, y la etnología se centra en la cultura; que incluye las causas y razones de las costumbres y tradiciones de los pueblos. De esta manera la etnopsiquiatría se constituye esencialmente en un área transdisciplinar, cuya reflexión central está en su método de trabajo Cfr. (Roberto Beneduce, 2005; Losi et al., 2001).

4 El concepto de cultura es cada vez más confuso e indeterminado. Gracias a su difusión el concepto se ha reducido fuertemente dentro de la disciplina etno-antropológica. De la infinidad de definiciones que existen podemos identificar algunos elementos claves en este estudio. Contiene un conjunto complejo de símbolos, valores y representaciones, con base en el cual el hombre da explicaciones y organiza su presencia en el mundo, como principio esencialmente ordenado y selectivo. Asímismo, abarca algunos comportamientos, técnicas y creencias que están en función de la jerarquía, de los valores adoptados de un grupo humano particular. La antropología se ha propuesto interpretar el hecho de que cada acontecimiento tiene un significado. En efecto, la cultura es lo que modela comparativamente nuestra experiencia diaria, a través de lo obvio y de lo inconsciente. Sólo cuando nos encontramos de frente a quien expresa otro sistema de valores y una gama de comportamientos (para éste) naturales, nos percatamos del inconsciente cultural. Por tanto, la cultura invierte en el ámbito de la salud un gran esfuerzo en el modo de considerar y utilizar el cuerpo, y de aquí se desprenden también las concepciones de salud y enfermedad. En la cultura el cuerpo es el primer medio a disposición del hombre para realizar la realidad: las percepciones sensoriales, el ciclo biológico, las definiciones de confines corpóreos que lo definen y lo distinguen del mundo exterior son instrumentos de contacto, de codificación y de manipulación de la realidad. A su vez, éste proceso cognoscitivo tiene en el cuerpo un objeto especifico. En sí, el cuerpo es objeto de variaciones importantes de un grupo humano a otro. Kleinman subraya que cada cultura tiene unos modelos explicativos, los cuáles definen la enfermedad y la estrategia de cura, que se estructuran en redes semánticas y sistemas de significado sometidos a los modelos explicativos de cada contexto cultural. Kleinman descompone así el tema enfermedad física, como la perspectiva [biomédica] donde la enfermedad es una entidad objetiva, medible, basándose en datos físicos-químicos y en la predominancia de una visión dualista del informe. La dualidad cuerpo y mente enfermedad mental conlleva la percepción de la enfermedad como una experiencia del paciente, experiencia [culturalmente] fundada, en la cual es importante divisar el significado de "estar mal", sobre todo si el paciente pertenece a una cultura diversa e interpreta el mundo de otra forma. Frecuentemente es difícil que la doble perspectiva de [disease] y de [illness] lleguen a un punto de convergencia. Para mayor profundización ver Arthur Kleinman (1988). The illness narratives: suffering healing and the human condition. New York, EE. UU: Basic Books.

5 Ravaglia 2005, en su trabajo analítico se refiere al dolor emocional como "la respuesta emocional a una circunstancia en la cual se reencuentra una falta o pérdida. Si se aprecia una relación interpersonal y esta viene interrumpida (con un rechazo, con la muerte o con un alejamiento temporal), se siente dolor. El dolor, en su expresión inmediata, simple, no defensiva, es reconocida a la expresión "quisiera, pero no es posible". La emoción dolorosa también sobre el plan fisiológico es identificable con una activación del sistema parasimpático, como la felicidad, aunque la cualidad de la emoción es no placentera. En el dolor no hay "tensión" como en la rabia, o "alarma" como en el miedo. Hay una simple adhesión mórbida, transparente a la realidad, que se traduce en un estado psicológico y fisiológico de espera. Sobre el plan interior la tristeza es una emoción adaptativa, porque permite al individuo habituarse a una situación no aceptada, pero inmodificable (Gianfranco Ravaglia: Alcuni concetti basilari riguardanti il percorso analítico) [La traducción y el subrayado son mío]. En http://www.risorse-psicoterapia.org.

6 Este término se emplea para indicar la división o fractura que se da. En este caso, la escisión se da en el sistema familiar que sufren los padres e hijos En los resultados obtenidos la madre es la persona más vulnerable a esta fractura, por el apego que mantiene con los hijos.

7 Bolvy y otros autores han desarrollado ampliamente la teoría de los vínculos, describiendo cómo se forman y de qué manera se rompen creando heridas emocionales en los miembros de la familia Cfr. (Mario Marrone, 2001:172-177).

8 Esta metodología consiste en estudiar las consecuencias socioculturales de los actuales flujos migratorios respondiendo al creciente interés de la antropología por analizar las configuraciones culturales que los procesos migratorios están teniendo, tanto en las comunidades de expulsión como en los contextos receptores. Para mayor profundización Cfr. (Linda Basch, Nina Glick Shiller y Cristina Szanton Blanc 1994).

9 Este trastorno incluye la sintomatología completa de episodios maníacos y depresivos mayores (exceptuando la duración de dos semanas, requerida para los síntomas depresivos. Cfr. (DSM-IV-R, 2000: 260-266).

10 Este término es empleado por las entrevistadas para referirse a la separación de sus hijos.

11 Este síndrome se caracteriza porque el sujeto presenta síntomas característicos después de un acontecimiento psicológicamente desagradable Cfr. (DSM-IV-R, 2000: 297-303).

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